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Se había hecho a la idea de no ver a Maca por varios días,


aunque tenía ganas de charlar “a calzón quitado” los problemas
financieros que tenía la piloto, se sentía culpable de ellos en parte.
Nadia había tratado de quitarle hierro al asunto, al fin de cuentas,
pronto tendría a su disposición el dinero del préstamo bancario y se
acabaría la falta de liquidez de la piloto y su empresa.

Dejaron a las nenas en el colegio y luego a Nadia en la


comisaría; ella se dirigió al Juzgado. Cuando llegó los abogados de
Brando ya estaban ahí.

– Estaban esperando en los ascensores, abajo. ¡¡Llegaron


antes que yo!! – le comentaba Adela mientras la acompañaba en la
caminata diaria hasta su despacho.

– Vale. ¿Les puedes avisar que los atenderé apenas termine


con ...?

– Sandemetrio ya les avisó que tendrán una larga espera, que


en el hospital le dijeron que Brando seguía dopado.

– ¿Dopado? – sorprendida, mientras ponía la mano en el pomo


de la puerta de su despacho.
– Entre tú y yo... – miraba a los costados con sigilo, temía que
alguien escuchara – Sandemetrio le dijo al jefe de la guardia que
sería bueno que lo mantuvieran durmiendo toda la mañana.

– ¡¿Sandemetrio hizo qué?! – asombrada por las iniciativas


intrépidas de su secretario.

– ¿Organizó tu agenda? – aventuró Adela, cautelosa.

– ¡¿Dónde está Sandemetrio?! – trataba de calmarse, no


entendía las intenciones de su secretario.

– Tenía hora con el psicólogo de Mafalda, hoy le daba el alta.


Pero no te preocupes, llega para el interrogatorio de la Gómez.

– ¡¡Hoxtia!!

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

– Ernestina, ¿el campo está libre? – Maca llamaba a su


“compinche” para la aventura en curso.

– Sí, ya se fueron, llevaban a las nenas al cole y de ahí al


juzgado y a la comisaría. ¿Vas a necesitar ayuda?

– Jm, no, los tengo a Guastavino y a Julia conmigo.

– Vale, cualquier cosa, nos avisas.

– ¡Gracias!

– ¡Cambio y fuera! Jijijiji. – feliz por ser partícipe de las locas


ideas de su nuera.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Frente a ella estaba sentada la Gómez, acompañada por su
abogado. Y Sandemetrio aún no había llegado.

La ex azafata se veía enfadada y cada tanto emitía un bufido


audible. Decidió comenzar el interrogatorio sin su secretario.

– Adela, ¿puedes venir a mi despacho? Voy a necesitar tu…

– ¡¡Llegué!! – abría la puerta a su estilo, sin golpear y la


cerraba con un fuerte ¡bang! – El psicólogo se demoró con los otros
perros. ¿Comenzamos? – se sentaba en la silla al costado del
escritorio, con una sonrisa de oreja a oreja.

La Gómez y su abogado se miraban asombrados. Esther sólo


atinaba a suspirar, una vez más.

– El acta entonces. – cogía el boli y un bloc de notas para


comenzar a escribir.

– Señor secretario... – Esther intentaba sonar circunspecta


pero interiormente estaba a punto de largar una carcajada
silenciosa por la “actuación teatral” de Sandemetrio – vaya y
busque su portátil, si esperamos tanto, un minuto más o menos no
hace diferencia.

Toc-toc, Adela entraba con una bandeja.

– Permiiiiiiso.

Esther alucinaba. Cafés y bollitos. La Gómez y su abogado


vuelta a mirarse asombrados.

– Los traje para amenizar el rato, ¡voy a buscar el portátil! –


Sandemetrio se ponía de pie y salía de raje hacia su despacho.
Adela apoyaba la bandeja sobre el escritorio de la jueza.

– Señoría, ¿con un chorrito de leche?

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Después de abrir el portal de par en par, Andrés -el portero-


se puso a un costado a observar y tomar nota mental.

– Hacen buena pareja, los dos altos y morenos. ¡Qué guapa la


tía! ¡Buenas tetas!

Dos operarios cargaban una cuna flamante e iban hacia el


ascensor.

– Tienen un crío, espero que no sea un caprichoso gritón,


¿cuántos años tendrá?

Otro operario llevaba varias cajas en un carro.

– Señor, por favor con cuidado esas cajas, son frágiles. – Maca
gritaba al operario mientras supervisaba la bajada de muebles del
camión de mudanza.

– ¿Y ésta? ¿Se mudará con esos dos también? ¿Qué


parentesco tendrán?

– Señora, ¿está abierto el piso?, ¿podemos comenzar a pintar?


– dirigiéndose a Maca, cargando dos tachos de pintura, seguido por
un par de hombres con elementos de para pintar y una escalera.

– ¿Mudanza y pintura al mismo tiempo? ¡¡¿A quién se le


ocurre?!!

– Sí, está abierto. Pero espere, subo con ustedes para


indicarles por dónde empezar, ¿vale? Julia, cariño, ¿supervisas aquí?
– Parece que ésa es la que corta el bacalao.

– ¡Ya voy Maca! – dejaba una maleta sobre el piso – Juan, ¿te
ocupas de las maletas?

– Julia, Juan, Maca. La tal Maca es guapa también. ¿Soltera o


divorciada?

– Buenos días, señor. Usted es el portero, ¿verdad?

– Eh, sí, el portero. – sorprendido por el saludo.

– Soy Macarena Fernández, la nueva inquilina del tercero A,


encantada de conocerlo. – estiraba su mano para saludarlo.

– Andrés Pérez, a sus órdenes. Bienvenida a la comunidad. –


estrechaba su mano.

– Cuando terminemos la mudanza, nos ocuparemos de limpiar


todo lo que hemos ensuciado.

– No es necesario señora, es mi tarea.

– ¡No, por favor! Es nuestra responsabilidad. Si me disculpa,


lo dejo, tengo que indicar algo a estos señores. – señalando con la
cabeza a los obreros que cargaban los elementos de pintura.

– Claro, adelante.

La observaba mientras entraba al edificio y hablaba con los


hombres camino al ascensor.

– Educada, sí señor. Otros ni te dan la hora.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
– Señorita Gómez, queríamos repasar algunos puntos de su
declaración anterior. ¿Cómo sabía usted de los distintos domicilios
donde se podría ubicar al señor Brando? – Esther iniciaba la ronda
de preguntas.

– Los conocí, hizo un par de fiestas ahí.

– ¿Usted fue invitada a esas fiestas?

– ¡Claro!

– O sea, el señor Brando la invitaba a usted a su casa, donde


lo escuchó hablando por teléfono y también a sus otras casas que
usaba para hacer fiestas.

– Eso es. – muy segura y relajada.

– ¿Por qué la invitaba?

– ¿Cómo por qué?

– Lo que dije, ¿por qué la invitaba a usted?

– No entiendo. – miraba a su abogado buscando ayuda.

– Señorita Gómez, ¿usted tenía una relación íntima con el Sr.


Brando?

– ¡¡Noooo!!

– ¿Era su amiga?

– ¡Claro que no!

– Entonces, ¿por qué la invitaba si no era su novia, amante ni


siquiera amiga?
– Porque era una de sus modelos preferidas. – hacía un
ampuloso ademán con su mano derecha.

– ¿Invitaba también a otras modelos que posaban para él?

– A dos más.

– ¿Quiénes?

– No sé los apellidos, una era la Ceci y la otra la Conchi.

– ¿Cecilia y Conchi? – anotaba en un bloc.

– Sí.

– ¿Tiene el teléfono o forma de ubicar a estas señoritas?

– ¿Para qué?

– Las preguntas, señorita Gómez... – se apoyaba en el


respaldo y la miraba condescendiente – las hago yo, limítese a
contestar.

– Creo que sí, en la agenda del móvil. – contestaba después


de un audible bufido de hastío.

– ¿Me hace el favor de proporcionarnos los teléfonos?

– No sé para qué, en fin. – sacaba su móvil y buscaba los


teléfonos, se los indicaba a la jueza que tomaba nota de ellos.

– Bien. – se tomaba unos segundos para mirar su bloc de


notas – ¿A cuántas fiestas del señor Brando concurrió?

– Ya le dije, un par de fiestas.


– Un par son dos, o sea que concurrió a dos fiestas. Sin
embargo, usted indicó a la policía tres domicilios posibles del señor
Brando, además de su domicilio registrado, que según acaba de
decir, conocía por haber concurrido a fiestas allí. Como verá, no
concuerdan los datos.

– Un par, unas cuantas, yo qué sé. – nuevo bufido audible.

– Jijiji, si ella no sabe, quién. Jijiji. – Sandemetrio comenzaba


su tradicional cachondeo mental con las preguntas y respuestas, le
encantaban los interrogatorios de la jueza.

– Haga un esfuerzo señorita Gómez. ¿A cuántas fiestas del


señor Brando concurrió? – la miraba fijo, muy seria.

– Ufff, a ver. La primera que fui, en la casa de Salamanca, era


en invierno.

Con esfuerzo fue detallando fiestas y lugares, con fecha


aproximada.

– ¿Se repetían los invitados?

– Algunos sí, otros no.

– ¿Quiénes eran los invitados?

– Uh, yo qué sé.

– De nuevo, haga un esfuerzo señorita Gómez. – la jueza


suspiraba – Seguramente habló con alguno de ellos, se presentaron,
quizás volvió a verlos en otro lugar.

– Con alguna que otra invitada me volví a encontrar. – decía


tímidamente.
– ¿Qué tal si empezamos con esas invitadas con las que se
volvió a encontrar?

– A ver. – ponía cara de “hacer memoria” – Una era la esposa


del gerente de la embotelladora de Coca Cola.

De a poco y como con un “sacacorchos”, Esther fue


elaborando una lista de invitados, repitiendo una y otra vez la
misma pregunta.

– ¿Esta persona iba a todas las fiestas?

Dos horas después, se recostaba sobre el respaldo de su


poltrona, satisfecha. Diez nombres de personajes importantes del
mundo político y empresarial se repetían en una y otra fiesta. Con
esa lista y el nombre de las otras dos “modelos invitadas” a quienes
interrogar, ya tenían la punta del ovillo para investigar a los “VIP”
que Brando mencionaba.

Hora de pasar al otro punto del interrogatorio, con la Gómez


cansada y “confiada” en que no iban a preguntarle nuevamente
sobre la conversación que había relatado incriminando a Brando.

– Señorita Gómez, con respecto a la conversación telefónica


que usted escuchó, nos dijo que…

– ¡¡D'Artagnan al ataque!! Jijiji. – Sandemetrio alzaba


mentalmente sus brazos, como festejando un “golazo”.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

– ¡¡Ernestina!! – sonreía feliz al abrir la puerta.

– No pude aguantarme, ¿puedo pasar?


– ¡Claro!

Dos besos y doña Encarna a “husmear” todo.

– ¿Julia y Guastavino?

– Ya se fueron, tienen que terminar de empacar algunas


cosas. – iba detrás de su suegra.

– ¡Uhhh, no sabía que tenías a los pintores trabajando! –


notando varios tachos de pintura en un costado.

– Ya pintaron el dormitorio y ahora están con la habitación de


Pedro. Trabajan rápido y bien.

– Habían pintado hace poco.

– Me habían dicho, pero quise darle un lavado de cara.

– ¿A la cocina también?

– No, la cocina está bien. Los dormitorios y la sala, nada más.


¿Un cafecito?

– ¿Te dejaron la cocina instalada?

– Cocina y lavadero, por suerte.

Entraban en la cocina y Encarna se sentaba.

– ¿Has pensado en las cortinas?

– No, esas cosas siempre las hace Julia. ¿Me vas a ayudar? –
sacando un paquete de café de una de las cajas de embalaje.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Bebía el café lentamente. Había sido una mañana muy
productiva.

– Nos quedan esos dos letrados. – Sandemetrio – Siguen


esperando.

– Que sigan esperando, se han ganado el plantón. – sorbo.

– ¿La vas a enviar a la cárcel?

– No, por ahora la voy a dejar en protección de testigos, hasta


que no sepamos bien a qué nos enfrentamos prefiero mantenerla
segura donde está. – otro sorbo de café.

– ¿Viste la cara que puso cuando...?

El ring-ring del móvil de la jueza lo interrumpía. Esther


miraba el visor.

– Nadia. Hola. [.....] Todo muy bien, tenemos una lista para
investigar, ¿te vienes para aquí? [.....] Vale. [.....] Sí, la mudanza de
ayer. [.....] ¡¡¡¿Quién se mudó?!!! – no podía creer lo que escuchaba.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

El jefe de la guardia médica le “traducía” el examen


toxicológico.

– Son anfetaminas.

– Ajá, estimulantes. – Esther estaba familiarizada con los


nombres, los había leído en otros expedientes.

– Guardamos una muestra de sangre para examen forense,


de acuerdo al protocolo.
– ¿La pido en laboratorio?

– Sí, presente sus credenciales y se las entregarán, ya dejé


aviso que las iban a retirar del juzgado.

– Le agradezco el informe tan detallado y también las fotos. –


cerraba la carpeta donde había guardado todo y la ponía dentro de
su portafolios.

– Corrobora en todo la opinión del médico del penal, mi


impresión es también que fueron heridas auto-infligidas. –
continuaba el médico.

– Eso parece. Igualmente tendremos que esperar el informe


del forense. Entonces, ¿ya tiene el alta el detenido?

El jefe de guardia asentía con la cabeza.

– Cuanto antes disponga su traslado, mejor. Estamos en


cuadro con las camas disponibles para urgencias, señoría.

– Voy a tomarle declaración y luego dispondré su traslado.


Muchas gracias doctor. – se ponía de pie y estiraba su mano para
saludar al médico.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Dos mensajes y ninguna respuesta. Se decidió a llamarla. La


voz metálica le avisaba que el móvil estaba apagado.

– ¡Qué raro!

Sentada en la mesa de la cocina, se quedó mirando fijo el


aparato.
– Señora, terminamos la habitación. ¿Quiere que ubiquemos
los muebles en su lugar? – la interrumpía uno de los pintores.

– Eh, no, habría que limpiar primero.

– Eso lo hacemos nosotros.

– Ah, vale.

– ¿Nos indica dónde quiere poner los muebles?

– Vale. – se ponía de pie y guardaba el móvil en el bolsillo de


su pantalón, todavía intrigada por la falta de respuesta de Esther.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Caminaba por el pasillo hacia la habitación donde habían


alojado a Brando. Ring-ring, su móvil oficial.

– Mamá, dime.

– ¿Todo bien?

– Sí, con mucho trabajo.

– Vale. Eh... ¿has apagado el otro?

– ¿Por qué?

– Hay alguien que se está subida a las paredes porque no le


contestas sus mensajes, ¿me entiendes ahora?

– Ah, sí, lo tengo apagado.

– Nena, por favor.

– Ahora no puedo, estoy muy ocupada.


– ¿Pasa algo? Es raro en ti eso.

– Ya hablaremos cuando llegue a casa mamá. ¿Vais al parque?

– No, las nenas tienen mucha tarea, nos quedamos en casa


¿Sabes a qué hora vienes?

– Ni idea, cualquier cosa te pego un toque.

– Vale. Oye, ¿por qué la penitencia?

Sonrió. Su madre siempre defendiendo a Maca, aunque no


supiera de qué y por qué.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

Habló con el oficial de la penitenciaría a cargo del detenido


antes de entrar a la habitación. Éste la comunicó con el director del
penal y tuvieron una breve conferencia en la que la jueza dio las
instrucciones para el aislamiento del detenido Brando mientras
durara la investigación del hecho. Mientras tanto Sandemetrio
redactaba las órdenes que el oficial se llevaría con la firma de su
señoría.

Llegó el momento del interrogatorio en presencia de los


abogados de Brando. El relato del hombre fue breve, no vio al
atacante, en ese momento en las duchas quedaba él solo,
recordaba el dolor de las heridas y la sangre que manaban de los
pinchazos, sus pedidos de auxilio, los guardias llevándolo a la
enfermería, las primeras curaciones y luego su traslado al hospital.

– Entonces fue atacado por detrás y no vio ni escuchó a su


atacante.
– Así es.

– Señor Brando, sus heridas no concuerdan con su relato.

– Mire, no sé de dónde saca usted eso, yo fui atacado y le


cuento lo que recuerdo. – respondía en forma desafiante – Si los
medicuchos de este hospital le han dicho eso, están mal de la
cabeza.

– No se ha encontrado ningún elemento punzante, ni en las


duchas, ni en las celdas de su pabellón.

– ¡Que revisen mejor! – se agitaba – O.... o... quizás fue uno de


los guardias, ¡le pagaron para herirme! ¡¡Mis abogados le avisaron
que esto pasaría!! – se erguía en la cama y señalaba a la jueza.

– ¡Ey! ¡Tranquilo hombre, que se le van a descoser los puntos


y le van a sangrar las heridas! – Sandemetrio lo alertaba.

– Señor Brando ... – impasible ante los arrebatos furiosos del


hombre – se le practicó un examen toxicológico y se encontraron
anfetaminas en su sangre.

– ¡¡Imposible!! – uno de los abogados.

Esther se giró a mirarlo y no necesitó decir nada, su rostro era


suficientemente expresivo y el abogado se llamó a silencio.

– Señor Brando, ¿cuándo las consumió? ¿quién se las


proveyó?

– ¡¡Yo no consumí nada!! ¡¡Me las habrán inyectado!! ¡¡En la


enfermería!! ¡¡Ese médico me las inyectó!!
Esther levantó las cejas y lo miró con cara de “ a otro sapo
con ese cuento”.

– ¡¡Yo no consumí!! ¡¡¿Cómo quiere que se lo diga?!! ¡¡Me


quieren asesinar y usted no me cree!!

– Señor Brando, tranquilícese. Se le ubicará en una celda de


aislamiento, con vigilancia las 24 horas. Mientras tanto, se seguirá
sustanciando la investigación en curso. – se ponía de pie dando por
terminado el interrogatorio.

– ¡¡¿Qué?!! ¡¡¿Ya está?!! ¡¡¿No va a hacer nada?!! – Brando


indignado.

– Ya le he dicho las medidas que se han tomado para su


salvaguarda física. Señor secretario, si imprime el acta la firmamos
y avisamos a los guardias para que trasladen al detenido. Ya tiene
el alta médica.

– Señoría, estamos totalmente en contra de las medidas que


ha decidido. – uno de los abogados se ponía también de pie,
enérgico.

– Están en su derecho. Ya saben el procedimiento para apelar


la medida. Señor secretario, ¿ya está el acta?

– Sí, la impresora no coge la hoja, un minuto a ver si la hago


funcionar. – le daba un mamporro y la impresora portátil respondía
obediente.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Miró por enésima vez su “mantero”. Ninguna respuesta. ¿Qué
estaba pasando? Encarna-Ernestina le había dicho que había notado
rara a su hija.

– No entiendo.

Pasó por las dos habitaciones y por la sala. Bajó las persianas
y dejó las ventanas abiertas para que se airearan. La casa se veía
vacía a pesar del mobiliario.

– Se ve todo triste. ¿No me habré equivocado?

Se consoló pensando que cuando estuvieran puestas las


cortinas y las camas con su lencería y los armarios con la ropa que
ahora estaba en las cajas, la casa tomaría “calor de hogar”.

– Le falta vida, está todo recién pintado y puesto. Uff. ¡Qué


mal me pone que no me conteste!, ella no es así, siempre me
manda algo aunque esté tapada de trabajo.

Fue apagando las luces de habitaciones, sala, cocina, baño.


Se puso su chaqueta y cogió su bolso.

– ¡Necesito urgente una ducha! El desodorante hace horas


que me abandonó. Y ver a mi niño, lo extraño.

Sacó las llaves de su bolsillo y se disponía a abrir la puerta del


departamento para irse a su casa, cuando dos golpes secos "¡toc-
toc!" la detuvieron.

– ¡Ernestina! A ver si sabe algo nuevo de Esther.


Mayúscula sorpresa cuando abrió la puerta. Frente a ella, con
los brazos cruzados y cara de “ me engañaste, me mentiste” [dúo
Pimpinela style]

– ¡¡Esther!!

– Sí, Esther. ¿Puedo pasar o me quedo aquí de florero?

¡Uy dio, qué mala leche! A Maca le temblaban hasta los


pendejos que se había depilado con láser. No podía emitir sonido,
alcanzó a correrse a un costado y hacer un ademán de “ adelante”.

– Ya veo en qué estabas metida con tanto secreto. ¡Me


mentiste!

Varios pasos adentro del departamento, la otra sin reaccionar,


sólo se le cruzaba por la mente que la “ Julia-kagakistana” era un
“bebé de pecho” al lado de “su señoría”.

– ¿Vas a cerrar la puerta o quieres que todo el edificio se


entere de nuestros asuntos?

Esto dicho sin parpadear siquiera y con el mismo rostro que


los abogados del tal Brando habían experimentado varias veces. Si
a los tipos los dejó “blanco radiante”, imaginar color del rostro de la
comandante. Maca juntó energías de algún recóndito lugar de su
ser y cerró la puerta.

– Prende las luces, no se ve ni lo que se conversa.

Maca a encender las luces del hall de entrada y de la sala,


casi autómata.
– ¡Qué rapidez! Recién pintado y muebles acomodados. Son
nuevos.

La jueza “terminator” avanzaba hacia la sala; detrás, como un


perrito faldero con el rabo entre las patas, la comandante “más
cagá que Pedro” [lo que es mucho decir, ¡con lo que come ese
niño!]

– ¿Adónde echaste a los padres de Eduardo? – se giraba a


mirarla con aire de reproche.

– No... no... no los eché. – ¡se atrevió a contradecirla!, ¡la que


se viene, la que se viene!

– ¿No? – la jueza se cruzaba de brazos y la miraba echando


rayos y centellas – ¿Se fueron gustosos de la casa que tanto les
costó comprar, que habían remodelado con esfuerzo en los últimos
tiempos?

– Fue... fue... – se aclaraba la garganta – fue un trato


ventajoso para ellos.

– Ah, ¿sí? ¿Adónde los mudaste?

– A... esto... a... al piso de Guastavino. – pobre Maca, era un


estropicio de mujer intentando contestar, tenía la garganta cerrada.

– Ya veo, otro que se complotó contigo en la mentira.

– No te mentí. – ¡uy dio, Macarena!, ¡de esta no te salva ni


San Expedito, el santo de las causas perdidas!

– ¡¡¿No me mentiste?!! ¡¡Problemas financieros, eso dijiste!! –


cabreada por demás.
– Eso lo dijiste tú.

¡La acogota! ¡La masacra! ¡La tritura!

– Y.... y.... y yo no te corregí. Pero no te mentí.

– ¡Vaya diferencia dialéctica importante! – aspavientos con


una mano que a la piloto se le antojó un mamporro virtual.

– Esther, yo te preparaba una sorpresa que ... que…

– ¡¡¿Que qué?!!!

– Que ... que creía te iba a encantar, vivir cerca, estar juntas
mientras durara la veda.

¿Quién no se ablandaba con esa carita de pena y


arrepentimiento y sufrimiento? Parecía que a la jueza no le hacía ni
cosquillas, seguía en su pose de “aquí te pego, aquí te mato”.

– Lo consulté con Julia, eh. Si mi idea era viable, si no te iba a


perjudicar y me dijo que era loca, pero como nos habíamos cuidado
mucho y .... y.... y.…

El rostro de Esther se endurecía más, si eso era posible. Maca


se restregaba las manos nerviosa, los ojos inflamados de
mortificación.

– ¡Contratamos un detective privado para averiguar si alguien


nos había visto alguna vez! ¡Nadie nos relaciona Esther! ¡¡Nadie!!

Expectante, la miraba a los ojos con la vaga esperanza de que


esa novedad fuera un alivio para su señoría. De nuevo, ni
cosquillas. Brazos cruzados, cara de inflexible severidad, rostro
pétreo.
– Pensé que te iba a encantar la sorpresa. Parece que me
equivoqué.

Maca con las manos rojas de tanto restregarlas, el rostro


gacho, a punto de llorar. La otra, brazos cruzados, severidad
augusta, sentencia dictada, juicio concluido.

¿Cuánto duró la escena de marras?

Para Maca, una eternidad.

Para Esther, el “instante” que tardó su chica en bajar el


rostro, abrumada. Ya no pudo seguir el paripé, “demasiado” había
logrado aguantar los verdaderos sentimientos que pugnaban por
aflorar en todo su cuerpo.

Se relajaron las líneas de su rostro, su boca pintó la mejor


sonrisa de su vida, sus manos dejaron caer lenta y silenciosamente
el bolso que colgaba de su hombro y se lanzó ¡con alma y vida! a
colgarse del cuello de su mujer y comenzó a llenarla de besos en la
boca, en las mejillas, mientras repetía sin parar…

– ¡Te quiero! ¡Te adoro! ¡Me encanta la sorpresa! ¡Y me


encantas tú!

Macarena Fernández, la “comandante”, tardaba en reaccionar


[bueno, no exageremos, se habrá tomado uno o dos segundos en
aterrizar].

– Entonces, ¿no estás enfadada conmigo?

La miraba a los ojos, con el susto todavía instalado en sus


pupilas.
– ¿Enfadada? Tontiita… – mientras la seguía acariciando.

Su señoría atrapó los labios de su mujer con hambre de


pasión, sed de lujuria, arrebato que no podía contenerse más. Se
fundieron en un beso y un abrazo que no dejó resquicio sin llenar,
aire sin consumir, saliva sin mezclar, incendio sin encender. Y de ahí
a reconocerse, tocarse, acariciarse, entregarse y a preguntas tan
materialistas como indispensables en ese momento.

– ¿Pusiste sábanas en la cama?

– ¡Uy no!, ¡todavía no la armé!

– Entonces será sobre el colchón desnudo.

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