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– ¡¡Hoxtia!!
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– ¡Gracias!
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Frente a ella estaba sentada la Gómez, acompañada por su
abogado. Y Sandemetrio aún no había llegado.
– Permiiiiiiso.
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– Señor, por favor con cuidado esas cajas, son frágiles. – Maca
gritaba al operario mientras supervisaba la bajada de muebles del
camión de mudanza.
– ¡Ya voy Maca! – dejaba una maleta sobre el piso – Juan, ¿te
ocupas de las maletas?
– Claro, adelante.
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– Señorita Gómez, queríamos repasar algunos puntos de su
declaración anterior. ¿Cómo sabía usted de los distintos domicilios
donde se podría ubicar al señor Brando? – Esther iniciaba la ronda
de preguntas.
– ¡Claro!
– ¡¡Noooo!!
– ¿Era su amiga?
– A dos más.
– ¿Quiénes?
– Sí.
– ¿Para qué?
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– ¿Julia y Guastavino?
– ¿A la cocina también?
– No, esas cosas siempre las hace Julia. ¿Me vas a ayudar? –
sacando un paquete de café de una de las cajas de embalaje.
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Bebía el café lentamente. Había sido una mañana muy
productiva.
– Nadia. Hola. [.....] Todo muy bien, tenemos una lista para
investigar, ¿te vienes para aquí? [.....] Vale. [.....] Sí, la mudanza de
ayer. [.....] ¡¡¡¿Quién se mudó?!!! – no podía creer lo que escuchaba.
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– Son anfetaminas.
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– ¡Qué raro!
– Ah, vale.
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– Mamá, dime.
– ¿Todo bien?
– ¿Por qué?
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Miró por enésima vez su “mantero”. Ninguna respuesta. ¿Qué
estaba pasando? Encarna-Ernestina le había dicho que había notado
rara a su hija.
– No entiendo.
Pasó por las dos habitaciones y por la sala. Bajó las persianas
y dejó las ventanas abiertas para que se airearan. La casa se veía
vacía a pesar del mobiliario.
– ¡¡Esther!!
– ¡¡¿Que qué?!!!
– Que ... que creía te iba a encantar, vivir cerca, estar juntas
mientras durara la veda.