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Nazareno Varela Duarte

TP Arlt
Teoría Literaria
Comisión C

En su “Prólogo a Los Lanzallamas” Roberto Artl concreta su “cross a la mandíbula” en el

mismo texto. Vuelve contenido y forma uno solo, para despabilar al lector de sus siesta prosaica y

obligarlo a escuchar a Dios o al Diablo en un manifiesto sobre el futuro. Un devenir que será

construido y apropiado por quienes tienen algo para decir, porque en definitiva, la literatura es eso,

decir algo.

Arlt asume una postura política sobre lo literario. Lejos de los formalistas y las excusas para

escribir utilizando herramientas, se centra en lo que hay para decir, en el contenido. La técnica es

escribir, en cualquier parte. Si de teorizar se trata, lejos de los ejemplos de Culler, que toma de

referencia mentes privilegiadas que pudieran abstraer el mundo y analizarlo críticamente, como

Foucault y Derrida, escribiendo porque hay algo para decir, siguiendo la arenga de las palabras del

autor, aunque pueda apenas parecer una hipótesis de café de una Buenos Aires borgeana que

deporta sus malevos y reniega de sus orillas con la muerte de Azevedo, mientras son adoptados por

el propio Arlt como herencia literaria; podemos suponer que este alegato nos habla del futuro

porque nos habla del presente.

El texto firmado en 1931, encierra un clima de época. El boxeo como deporte popular presta

su puño, mientras que en la Argentina está fresco el primer golpe militar intenta la restauración

oligárquica anestesiada por la unión cívica radical. Las vanguardias artísticas se van agotando bajo

el propio peso del tiempo que convierte lo nuevo en viejo y algunas expresiones otrora disrruptivas

se alinean con el ascendente fascismo, un futurismo alejado del devenir que quiere ganar Arlt. La

Gran Guerra y el Crack del 29, demostraron que las promesas de progreso indefinido que el

Capitalismo prometió, solo fueron relatos ficcionales que revelaron su final y su tinta, y para esa

altura ni el más positivo ni el más positivista podía negar. La década del veinte sólo fue un

paréntesis, un cuento de hadas que a la hora señalada se volvió calabaza. Como nuestro país, que se

volvió si no calabaza, trigo, cebada o vaca. El modelo agro exportador reveló su final como el truco
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de un mago que ya no tiene gracia, pero que se sigue usando para subsistir. Comenzaba la eterna

melancolía sobre el mito del granero del mundo, que cosecha sentido común hasta nuestros días

dibujando sinécdoques históricas que impulsan las mareas de la opinión pública, mientras los dioses

hacen de Argentina la tierra prometida que fue potencia mundial y borran huellas como si taparan la

caja de Pandora que firmó el Pacto Roca-Runciman. Qué rica podría ser una literatura mitológica

del Plata (que tomó la literatura como mitología fundadora de civilización o barbarie o de hermanos

unidos), hoy potenciada por las redes sociales y los nuevos lenguajes digitales que expanden al

infinito la idea de que cuando hay algo para decir se escribe en cualquier parte y de cualquier modo.

Se olvidó de aclarar Arlt, que hay que pensarlo antes de vomitar los que otros piensan por nosotros.

O la contracara de la consciencia de saldos, “si querés cambiar el mundo, leé un libro”, como si el

papel y las letras impresas por sí solas hicieran que el universo conspire a nuestro favor para

despertar los espíritus aletargados por los mitos. Entonces si construimos una literatura de esos

mitos “argentos”, ¿podemos decir que LA literatura es ideología?

Si coincidimos con Egleaton, podríamos partir de que no hay una esencia de la literatura que

la defina unívocamente, pero sí es necesario destacar que es esencialmente social ya que deriva del

lenguaje y su uso. Este también esencialmente social mediatiza el pensamiento y el mundo, lo hace

aprehensible, configura las abstracciones que permiten la separación en elementos de esa confusa

mezcla ontológica que es la realidad. Esta separación y clasificación de elementos a partir de su

denominación y su representación en ideas, configura para Egleaton una

“(…) estructura de valores (oculta en gran parte) que da forma y cimientos a la enunciación

de un hecho constituye parte de lo que se quiere decir con el término “ideología”. (…) entiendo por

‘ideología’ las formas en lo que decimos y creemos se conecta con la estructura de poder o con las

relaciones de poder en la sociedad en la cual vivimos.” 1

Jonathan Culler aporta sobre esto:

1
Egleaton, Terry. Una introducción a la teoría literaria. Fondo de cultura económica. Pag. 27
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“(…) Las novelas han tenido la fama durante mucho tiempo de crear insatisfacción en los

lectores para con la vida que han heredado y despertarles el anhelo de algo nuevo, ya sea la vida en

la gran ciudad, el amor o la revolución. Al hacer posible, que nos identifiquemos con gente de

nuestra clase, sexo, raza, nación o edad, los libros promueven compañerismo que disuade la lucha;

pero también puede transmitir con viracidad una sensación de injusticia que posibilite el

progreso social”.2

En definitiva, como un constructo social, la literatura no deja de ser un producto histórico,

una herramienta de pensamiento sobre el mundo en el que se vive y en el que otros trascendieron,

además de un mecanismo de poder sobre el lenguaje y la configuración ideológica de la realidad,

por eso: “podemos abandonar de una vez por todas la ilusión de que la categoría ‘literatura’ es

‘objetiva’, en el sentido de ser algo inmutable, dado para la eternidad. Cualquier cosa que

inalterable e incuestionablemente se considera literatura (…) puede dejar de ser literatura”. 3

Arlt sabiendo esto admite la posibilidad de que escribe mal, como se dice de él, ¿pero quién

lo determina? ¿Quién ostenta tanto poder como para determinar que algo en constante

transformación está correctamente elaborado? “Las personas honorables”. Los dueños de las

palabras crean instituciones que se autoproclaman jurados de la lengua, que sentencian las “buenas”

palabras y las “malas” palabras, pero que sobre todo se anquilosan en una torre de marfil de letras

que vigilan sus campos y sus rentas, lo que le permite escribir para unos pocos miembros de su

familia y sobre todo para asegurar ese capital cultural que los iguala en las elites al mismo tiempo

que legitima su desprecio por el hablar rabioso de quienes disputan como en un ring las verdades de

la letra escrita.

Para pelear esa batalla simbólica, es necesario trabajar, “sudar tinta”. Arlt se reconoce como

obrero de las letras y en oxímoron declara el lujo de poder vivir de su oficio de periodista y

2
Culler, Jonathan. Breve introducción a la teoría literaria. Crítica. Barcelona. Pag. 53
3
Egleaton, Terry. Una introducción a la teoría literaria. Fondo de cultura económica. Pag. 22
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contador de historias. Se distancia de quienes viven en verdaderos lujos y al mismo tiempo

denuncia la lógica de la oferta y demanda imperante en todas las esferas de la vida social:

“James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen

gusto llenarse la boca hablando de él. El día que James Joyce esté al alcance de todos los

bolsillos, las columnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino

media docena de iniciados”.4

Lo inaccesible determina la literatura de los poderosos, si se vuelve masivo, ya no les

pertenece es de todos. Es lo paradójico de los clásicos, todos los conocen, desde los mitos griegos

hasta Romeo y Julieta, llegando a Poe por poner algunos ejemplos que se han masificado, adaptado,

reversionado en diversos formatos, parodiado de vastísimas oportunidades. En definitiva que se han

“vulgarizado”. Sin embargo, esta deformación de las verdaderas formas, no puede ser denunciada

por los dueños de la cultura, si lo hicieran, evidenciarían el carácter histórico e ideológico de esa

institución literaria. Sin mencionar que muchas obras en el momento de su publicación fueron

rechazadas por la crítica y el público condenándolas a los márgenes de la literatura, pero que con el

correr del tiempo accedieron al Olimpo de las letras. Arlt mismo fue elevado postmortem al panteón

de la pluma argentina junto a Borges y Cortázar. Fatídica maldición del artista transgresor que

recibe mérito social por su trabajo cuando no puede disfrutarlo. O pago por inaugurar un estilo y

propiciar la instalación de un nuevo gusto que discurre dialécticamente entre las obras, el público y

el tiempo, evidenciando una vez más su carácter histórico. ¿La obra es producto del gusto o este es

generado por la obra? Depende del texto seguramente y de las intenciones del escritor. Pero sin

duda ambos elementos se retroalimentan.

En su prólogo, Roberto Arlt deja de lado la presentación de su libro y opta por clarificar su

literatura. Esta discute con la concepción dominante que determina lo bien o mal escrito y que solo

gira en círculos sobre sí misma, que es “autorreferencial”. El autor confiesa su secreto, mucho

4
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trabajo. Nada de musas o inspiraciones arrebatadas que aparecen de a décadas. Propone un

entrenamiento duro sobre la “Underwood” para desarrollar la fuerza de un “cross a la mandíbula.”5

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