Introducción
Hablar del vacío ético de nuestra sociedad colombiana puede conducir fácilmente a
discursos moralizantes, tejidos desde perspectivas particulares o a descripciones
apocalípticas que señalen todo lo pervertido y desastroso de nuestro comportamiento
individual y social. Puede llevar, además, a concluir con el anuncio de una gran catástrofe
y a dictaminar sobre lo que ineludiblemente sería necesario hacer.
Soy consciente de estos peligros, y si sucumbo en algunos de ellos ante la necesidad que
siento de no hacer una disquisición puramente teórica y formal, sino una reflexión que
toque la realidad concreta, presento por anticipado mis excusas.
No pretendo, por otra parte, hacer una presentación completa, y menos aún exhaustiva,
del vacío ético de nuestra sociedad; ello escapa a la percepción y al análisis de cualquier
observador particular. Sólo pretendo apuntar a algunos elementos que juzgo
fundamentales y que necesariamente han de ser discutidos y complementados por todos
ustedes.
En efecto, la situación del país hace evidente el peligro de una sociedad que se desintegra
a pasos agigantados, y que a pesar de todos los esfuerzos hechos -acertados unos,
equivocados otros- no logra encontrar ni el método, ni los contenidos, ni los resortes
necesarios para aunar las voluntades, poner en dique a la desintegración y construir la
nueva sociedad que unos y otros anhelamos.
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De una u otra forma, sin embargo, todos vamos cobrando una conciencia, cada vez más
clara, de que no es a través de la fuerza impositiva y coercitiva de un poder absolutista de
derecha, de izquierda, o de centro; ni a través de una fuerza represiva -policiva o militar-
garante de un "statu quo", como lograremos establecer un nuevo orden y salir avante en
la constitución de una sociedad auténticamente humana. Porque la fuerza física no es, ni
de lejos, una. de las principales características del ser humano y de su vida en sociedad.
Tampoco parece suficiente, aunque sea del todo necesaria, la constitución de un sabio
orden jurídico que regule con leyes apropiadas las relaciones de la convivencia ciudadana.
Es necesaria una fuerza moral (contrapuesta a física) que brote y se fundamente en las
raíces mismas de la persona humana, en lo específico de su mismo ser y que, a través de
su racionalidad, aglutine, oriente y ligue a los ciudadanos de manera insoslayable en un
propósito común. Este propósito, parece, no podría ser otro que la conformación de una
convivencia ciudadana en la que prime el respeto a la vida y el carácter inviolable de los
derechos primarios de la persona humana: su libertad y sus aspiraciones a una vida digna
en la que, la salud, la vivienda, la educación, el trabajo y la cultura, así como la capacidad
de relación y asociación, encuentren la garantía y el respeto de todos. Dentro de esta
perspectiva, la indeclinabilidad de los deberes para con los demás se constituye en un
elemento indispensable de la vitalidad fundamental del organismo social.
En otras palabras, cada vez se hace más clara la necesidad de una nueva ética: nueva,
porque realmente inexistente en la conciencia y en las costumbres de nuestra sociedad;
nueva, porque ha de buscar o reencontrar, desde la racionalidad humana, no sólo 1a
normatividad que responda a situaciones, necesidades y descubrimientos nuevos, que la
vida ha ido haciendo emerger; sino, nueva, sobre todo, por la fundamentación y
revitalización de los vínculos que dentro de un legítimo pluralismo- liguen efectivamente
a las voluntades, desde dentro, en la prosecución del bien común.
La nueva ética ha de dar respuesta a los múltiples efectos del vacío ético que hoy nos
asfixia, entre cuyas manifestaciones podrían destacarse las siguientes:
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confrontaciones entre ciudadanos y grupos, la desinformación y divulgación de
valores que socavan la moralidad pública, como la violencia y la infidelidad.
- La exaltación de principios engañosos que sirven de sustento a posiciones como
la "Seguridad Nacional",o la defensa de¡ "Orden Institucional" sin más, excluida
la referencia a otros principios superiores; igualmente la aceptación práctica de
principios tales como "El fin justifica los medios".
- El desmoronamiento progresivo de instituciones básicas del tejido social, como
la familia humana; el refugio en la intimidad personal que hace posible el juego de
la "doble moral", etc.
Ojalá que la enumeración anterior, muy incompleta por cierto, no se perciba como fruto
de una visión excesivamente pesimista. Por el contrario: ha de entenderse como un
esfuerzo por reconocer con sinceridad nuestros males y buscar los remedios que parezcan
más apropiados, acudiendo a las reservas éticas de nuestro pueblo.
Tratando de hacer una síntesis, me atrevo a decir que la nueva ética ha de responder al
vacío causado por la ausencia de racionalidad humana en no pocos de los procederes
ciudadanos; vacío que ha sido llenado por predominio de la sin-razón y de la fuerza; por
la prevalencia de la irresponsabilidad sobre la conciencia de los deberes fundamentales;
por la primacía del subjetivismo frente a la objetividad del bien común, y de lo privado
frente a lo público.
Pero antes de descender a lo que juzgo más fundamental, deseo anotar –como ya lo han
hecho otros analistas. que en nuestra patria dicho vacío en su globalidad ha sido causado
por el rechazo o por el olvido de una ética y más exactamente de una moral, que
tradicionalmente se había identificado con la religión católica. Esta moral impregnó, de
manera casi exclusiva durante muchas décadas, el ethos del pueblo colombiano. Sin
embargo, por razones históricas y culturales, que no es del caso analizar en esta
exposición, dicha moral no alcanzó a permear suficientemente los comportamientos
públicos en el orden social, económico y político.
Por otro lado, se ha dado con frecuencia una confusión entre Religión y Ética. Ello se ha
debido tanto al ambiente cultural como a la necesaria relación que existe entre una y otra;
igualmente a algunos modos históricos de proceder por parte de los cristianos. Al fin y
al cabo, la fe conlleva y exige comportamientos y conductas no sólo individuales sino
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también sociales. Un discurso excesivamente moralizante, o una inadecuada posición
frente al mundo de lo político, en nombre de una Religión, hace que el rechazo valga para
las dos.
A esa ambigüedad han contribuido también en las tres últimas décadas algunas
instituciones educativas (Colegios y Universidades católicas), las cuales, ante la dificultad
de afrontar directamente los problemas religiosos, optaron por convertir sus cátedras de
Religión en cátedras de Ética o de problemas relacionados con el comportamiento
humano, como la sexualidad y otras formas de relación con los demás (la amistad, el
amor, la dinámica de las relaciones humanas, etc.)
Pero fundamentar una nueva ética no es asunto fácil ni que se improvise; por ello hemos
quedado en buena parte flotando en el vacío. A lo anterior se ha añadido la explosión de
conocimientos, de tecnologías y de posibilidades anteriormente desconocidas para el
hombre y que han puesto en sus manos instrumentos que le permiten manipular, cada
vez más, no sólo la naturaleza cósmica, sino también su misma humanidad; desde la
genética hasta los procesos sociales. Ante esa nueva realidad, el hombre se ha encontrado
sorprendido y muchas veces inerme desde el punto de vista ético.
La ética tampoco puede confundirse con el conjunto de normas que regulan las relaciones
de los hombres en el orden jurídico (leyes), en el orden social (instituciones), en el orden
cívico (conductas particulares convencionales), en el orden político (manejo de los
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medios para el bien común), o en el orden sociológico (frecuencia de los hechos sociales).
Ello, aunque dichos códigos normativos pueden consagrar en una o en otra forma
principios auténticamente éticos.
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Las leyes y las normas de un país pueden ser extraordinariamente sabias; pero serán
perfectamente ineficaces y vacías -si no son asumidas por una sociedad y por unos
individuos conscientes de la obligación moral que los ata de manera ineludible a proceder
de acuerdo con su propia humanidad y con los demás seres que comparten su misma
naturaleza.
El vacío ético seguirá siendo tal mientras no se establezcan los valores fundamentales de
la persona y de la sociedad humana que trasciendan lo simplemente agradable o
desagradable, lo placentero o doloroso, lo satisfactorio o insatisfactorio. Líneas y
dinamismos de preferencia que conduzcan, por ejemplo, de lo agradable a los valores
vitales, de lo vital a lo social, de lo social a lo cultural, de lo cultural a lo personal, de lo
personal a una auténtica trascendencia o superación de sí mismo y de la sociedad. La
apreciación de estos valores ha de conducir a una correspondiente jerarquización o escala
de preferencia: el bien integral sobre el bien parcial; el bien social sobre el bien particular.
Lo anterior hace necesaria una continua y atenta reflexión ética, promovida por diversas
instancias sociales, que permita ir explicitando, formulando y criticando las estimaciones
y valores éticos que constituyen nuestro patrimonio común.
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Ni ha de renunciarse en este proceso educativo a presentar y a animar en la prosecución
de los grandes ideales éticos de la humanidad, revaluando, por ejemplo, el ideal máximo
del amor y la necesaria opción por el sacrificio que éste comporta, hasta entregar la propia
vida, bien sea en la oblación del trabajo y la lucha cotidiana, bien sea con la misma muerte.
La humanidad no logrará ser plenamente humana si no asume como reto la máxima meta
de sus posibilidades.
Afirmamos, al comienzo de estas reflexiones, que sólo una nueva ética podría llenar de
hecho el inmenso vacío de nuestra sociedad colombiana. Tratemos ahora de ilustrar, de
manera genérica, el por qué, así como la naturaleza y alcances de esta solución.
Junto con la conciencia del vacío ético, analizada en la primera parte, ha ido creciendo
también la conciencia y la convicción de que esta nueva ética ha de ser de carácter “civil"
o "ciudadano". La expresión no deja de tener sus dificultades y de excitar reacciones de
signo positivo o negativo. Pero ha de ser su propia naturaleza la que permita esclarecer
si ella puede responder o no a las expectativas y necesidades que hemos considerado, así
como disipar los posibles temores.
Una ética civil pretende responder a las necesidades de una sociedad en la que se conjugan
principalmente los siguientes elementos: un cierto grado de secularización; un pluralismo
cada vez más extendido y admitido; y una orientación fundamentalmente democrática.
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democrática, no obstante los vicios y aberraciones anotadas, parece ser algo cada vez más
exigido por nuestro pueblo.
Por otra parte, una ética civil no pretende competir ni excluir otras opciones éticas
razonables, sino encontrar, explicitar y asumir el mínimo-ético común de una sociedad
secular y pluralista. "la ética civil --según la expresión de un connotado moralista- es por
lo tanto el mínimo moral común aceptado por el conjunto de una determinada sociedad
dentro del legítimo pluralismo moral. La aceptación no se origina mediante un superficial
consenso de pareceres, ni a través de pactos sociales interesados. Esta aceptación es una
categoría más profunda: se identifica con el grado de maduración ética de la sociedad.
Maduración y aceptación son dos categorías para expresar la misma realidad: el nivel ético
de la sociedad" (Vidal M.,"Ética civil", p. 16).
Una ética civil tampoco pretende ser totalizadora de la vida de un pueblo; no entra, por
consiguiente, en competencia con ninguna religión, -cada una de las cuales tiene la
posibilidad de elevar a una esfera diferente su comportamiento ético y darle su último
sentido de la relación con un Dios trascendente. Por esa misma razón la religión está
llamada a colaborar de manera decidida en la construcción de una ética: no sólo
aportando los elementos valiosísimos de su tradición ética al "mínimo común", sino
también brindando una motivación profunda y unos medios que hagan capaces a los
hombres de alcanzar su realización ética.
Por ello, una ética civil no pretende ser portadora de su fundamentación última sino que
la presupone en otras. La ética civil se constituye por la aceptación de la racionalidad
compartida y por el rechazo a toda intransigencia excluyente. Se ubica dentro de la
legítima autonomía de la sociedad civil y extrae sus contenidos de la conciencia ética de
la humanidad y de las reservas éticas de un pueblo.
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Para formular las siguientes precisiones tomo pie en las reservas y orientaciones dadas,
para una problemática similar a la nuestra, por la Conferencia Episcopal Española en su
Documento "La verdad os hará libres" (20 de noviembre de 1990).
5.1. Como en todo auténtico diálogo, los participantes deben conservar y aportar la
riqueza de su propia identidad. La identidad cristiana deberá, por consiguiente, estar
presente con toda su fuerza y al mismo tiempo con toda su inmensa capacidad de
apertura.
5.3. Para favorecer la apertura, es necesario recordar que la oferta ética de la moral
cristiana no concurre competitivamente ni antinómicamente con los sistemas éticos
surgidos de la razón del hombre, rectamente orientada, ni coarta los proyectos éticos
propuestos por personas o grupos sociales. "El designio creador y salvador de Dios, en
efecto, no cancela la justa autonomía, sino más bien la propicia y confirma (cfr. GS 41
b)". ("la verdad os hará libres", n. 51)
5.4. El criterio para lograr el "consenso" que se busca no puede ser simplemente la
"vigencia" actual de principios o patrones de comportamiento en una determinada
sociedad. El verdadero criterio ha de ser el de la racionalidad humana reflejada en ellos y
la madurez ética que permite asumirlos críticamente.
5.6. La moral cristiana ha de contribuir además a impregnar la sociedad con sus propios
principios y valores, tanto dentro como fuera de sí misma. Lo primero, lo hará
vigorizando sus propias posibilidades éticas; lo segundo, ofreciendo a la sociedad su
doctrina y la posibilidad del cumplimiento pleno de sus aspiraciones morales.
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