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SOBRE LA IMPOSIBILIDAD DE UNA VIDA COLECTIVA

Ensayo sociológico sobre un film francés

Climax (2018) es una película escrita y dirigida por el polémico director de cine francés
Gaspar Noe. Fue premiada en los festivales de Cannes y Sitges.
La premisa del film es la siguiente:
Años 90. Un grupo de jóvenes bailarines de danza urbana se reúnen durante 3 días en
un pabellón (antiguamente un internado) en medio de la nada y la nieve para ensayar
comúnmente el baile que presentarán en una función. Después del último ensayo,
festejan el trabajo casi terminado con sangría y música. Poco a poco, estos jóvenes irán
adentrándose en los “infiernos” colectivos del ser humano (debido a una droga
introducida sin permiso en la bebida) donde toda la irracionalidad estallará en un baile
de secretos, deseo y violencia. La película está supuestamente basada en un hecho real.
A los 10 minutos del comienzo de la cinta, la cámara nos muestra los bailarines en plena
coordinación con la música y sus cuerpos, unidos en un éxtasis colectivo que les confiere
una unidad y les permite crear un espacio de baile total, sin discrepancias ni
desigualdades entre cada uno de ellos, sin individuos: solo un grupo, llevado por toda la
fuerza mística de unión que crea la música y el baile.
En su ensayo titulado Masa y poder, Elias Canetti habla de la necesidad de descarga que
siente la masa, que en nuestro caso ésta descarga consiste en el baile:
“En la descarga, se desechan las separaciones y todos se sienten iguales. En esta
densidad, donde apenas hay hueco entre ellos, donde un cuerpo se oprime contra otro,
uno se encuentra tan cercano al otro como a sí mismo. Así se consigue un enorme alivio.
En busca de este instante feliz, en que ninguno es más, ninguno mejor que otro, los
hombres se convierten en masa.” (Canetti, 1960: 19).
Termina el último baile-ensayo y una chica rubia (Selva) lanza un mensaje con el micro
a sus bailarines: Dieu est avec nous! [¡Dios está con nosotros!], que interpreto como una
afirmación de la conciencia colectiva total durante el éxtasis que les confiere el baile.
Dios está con ellos cuando están unidos como un colectivo que les trasciende como
individuos, y del cual cada uno es sólo una parte del todo. Esa trascendencia es el
objetivo común, la dirección de la masa:
“La masa necesita una dirección (…) La dirección, que es común a todos los
componentes, intensifica el sentimiento de igualdad. Una meta, que está fuera de cada
uno y que coincide en todos, sumerge las metas privadas, desiguales, que serían la
muerte de la masa” (Canetti, 1960: 36).
Cuando termina el baile, poco a poco nos adentramos en cada uno de los mundos
individuales y propios de los sujetos. Aquí acontece una ruptura. Se muere la masa, se
pierde el objetivo común que les unía: el baile. Ya no son un grupo, sino una simple suma
de individuos, con diferentes deseos y motivaciones:
“Pero el momento de la descarga, tan anhelado y tan feliz, comporta un peligro
particular. Padece de una ilusión básica: los hombres, que de pronto se sienten iguales,
no han llegado a serlo de hecho y para siempre.” (Canetti, 1960: 19).
A medida que avanza el metraje, la cámara nos revela que en realidad no están tan
unidos como parecía demostrar el primer baile. se critican a las espaldas entre ellos,
desprecian a sus compañeros y confiesan fantasías sexuales grotescas que tienen con
las mujeres del grupo. Después de otra sesión de baile conjunta donde vuelven a formar
parte de un todo, la película da un salto y comienza la segunda parte.
Aparece un primer plano de la sangría. El ambiente está más cargado. Los bailarines
están empezando a notar algo que sube dentro de sus cuerpos, algo que está tomando
forma poco a poco, algo que acabará explotando dentro y fuera de ellos.
El calor sigue subiendo. Algunos notan que no se sienten bien. La gente empieza a
sospechar. El miedo les vuelve paranoicos. La masa empieza a dividirse definitivamente.
Buscan un culpable. Sin ningún motivo aparente (y debido a una enemistad con un
compañero) echan a un bailarín (Omar) del pabellón, dejándolo fuera en la nieve y
acusándolo de haber echado algo en la bebida.
Ahora ya nadie se mueve por y con el grupo, sino que prevalece la voluntad individual y
sin ninguna consideración ética. Aquí, el hombre se vuelve un lobo para el hombre
(Hobbes).
Aquí se dan dos fenómenos descritos por el sociólogo Antonio Campillo: el sujeto
convierte en objetos a los demás seres (en este caso, sus compañeros) y se permite sin
ningún remordimiento exportarlos como tales para fines propios; cada sujeto es un
mundo en sí, y en el film (cuando no están bailando) prevalece una visión individualista
del mundo total (la suma de todos los mundos). Es decir, no se tiene en cuenta la
multiplicidad de mundos y los sujetos solo se rigen en base a su mundo y nada más que
su mundo.
El descontrol sube. Aparece el odio y el deseo que antes escondía la “civilización”. La
música sigue sonando y ahora acompaña un mundo que se ha volcado boca abajo: los
jóvenes están en el infierno en la tierra, presos de un individualismo definitivo y fatal
que los llevará a más y más violencia hacia la alteridad, hacia los otros mundos. Existe
una incapacidad de comunicación real entre tales mundos. Cada uno está preso de su
propia subjetividad.
En el minuto 80 ya no hay vuelta atrás: todos están en la profunda oscuridad del
sufrimiento y la locura humana. El aire es asfixiante. Reina el puro descontrol y una
animalidad violenta, más propia del ser humano que cualquier otro animal.
Minuto 90. Aparece en letras rojas el siguiente mensaje: Vivre est une impossibilité
collective [Vivir es una imposibilidad colectiva]. He aquí una visión del ser humano
esencialista, que en sociología no podemos concebir como correcta.
Pero antes de Gaspar Noe, Freud ya estaba escribiendo sobre el hombre como un ser
egoísta con instintos potencialmente peligrosos para una vida feliz. Al final de su
existencia, el padre del psicoanálisis publica un libro (con título muy acertado) llamado
El malestar en la cultura (1930).
Freud vivió la primera guerra mundial. Le afectó profundamente. Vio con sus propios
ojos la capacidad destructiva del ser humano y eso configuró su visión pesimista y
esencialista de la condición humana:
“El mandamiento «amarás al prójimo como a ti mismo» es el rechazo más intenso de la
agresividad humana y constituye un excelente ejemplo de la actitud antipsicológica que
adopta el super-yo cultural. Ese mandamiento es irrealizable (…) ¡Cuán poderoso
obstáculo cultural debe ser la agresividad si su rechazo puede hacernos tan infelices
como su realización! (Freud, 1930: 148)
El problema de Freud es que no distingue entre agresividad y violencia. La agresividad
es un instinto básico del ser humano que tiene como función preservar la integridad y
marcar límites cuando es necesario.
La violencia es una agresividad mal canalizada que se convierte en destrucción cuando
su fin es propiamente el hacer daño. Por tanto, es una teoría simplista y esencialista
decir que amar al prójimo como a ti mismo es un rechazo intenso de la agresividad
humana. Un rechazo a la violencia sí, pero no un rechazo a la necesidad inherente del
ser humano (como el animal que es) a usar la agresividad para sus necesidades más
básicas (protegerse, comer, reproducirse, expresarse).
Por tanto, no podemos afirmar (o al menos no desde una mirada sociológica) que si
siguiéramos libremente nuestros instintos, necesariamente nos comeríamos unos a
otros; ni decir que necesitamos un policía, un super-yo dominante en la psique para
vigilarnos constantemente y controlar nuestros impulsos.
Si existe una agresividad sana y bien canalizada, no hay necesidad de violencia, que es
lo que observamos en el filme de Gaspar Noe: una agresividad que se convierte en
violencia y que acaba (trágicamente) siendo autodestructiva, para uno mismo y para el
prójimo.

Bibliografía
Campillo, A. (1999). Cuatro tesis para una teoría de la historia en El gran experimento.
Ensayos sobre la sociedad global. Madrid: Catarata.
Canetti, E. (1960). Masa y poder (3ª Ed.). Madrid: Alianza Editorial.
Freud, S. (1930). El malestar en la cultura y otros ensayos. Madrid: Alianza Editorial.

Mika Franganillo

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