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Sintesis del texto "el Aprendizaje: Un

Encuentro De Sentidos"- Silvia Schlemenson


- abril 22, 2019

Según Silvia Schlemenson, el ser humano, a diferencia del los animales, construye
sus aprendizajes en forma reflexiva. La calidad de ese aprendizaje construido
parecería estar determinada por la disponibilidad psíquica para concretarlo, más
que por un caudal intelectual genéticamente heredado, algo más bien relacionado
con el mundo animal, hablando desde un enfoque más bien evolucionista.
Toda situación de aprendizaje supone la existencia de un impulso para
concretarla, dado que somos sujetos activos en relación con el medio, guiado por
diversos sentidos que la orientan. Este es un complejo (además de continuo y
progresivo)  proceso de transformación e incorporación de “novedades”, por el que
cada sujeto se apropia de objetos de conocimientos que lo retraen o enriquecen
psíquicamente.
Así entendido, el proceso de aprendizaje seria asimilable a una suerte
de movimiento libidinal, por el cual el sujeto se relaciona en forma preferencial
con algunos objetos, con los que construye su realidad y amplía el campo de sus
conocimientos.
La construcción y representación de la realidad de este sujeto deseante, es el
resultado de la búsqueda de la objetividad, que está atravesada y condicionada
por las características singulares de quien la construye, sin olvidar que la
subjetividad es constituyente de la objetividad y se constituye así misma en
relación con las características y limites que dicha objetividad le produce .
La forma de pensar y procesar los conocimientos tiene relación con las
características personales del sujeto que aprende, quien a través de ellas se
intenta reencontrar con situaciones que le producen placer y evitar aquellas que le
producen sufrimiento. El deseo de apropiación o rechazo de determinados
aprendizajes se produce por la acción inconsciente de aquellos objetos que
generan atracción o evitación por las significaciones históricas que movilizan.
Apropiarse de novedades e interesarse por la realidad reedita aspectos básicos de
las marcas que la historia de las relaciones pasadas dejan en el sujeto.
Características subjetivas que orientan el aprendizaje:

Para efectivizar este recorte la autora toma aspectos de teorías psicoanalíticas que
dan cuenta de la realidad como una construcción atravesada y ordenada por
aspectos de la subjetividad.
Para la teoría psicoanalítica las experiencias que fundan las distintas formas de
aprendizaje comienzan en el momento mismo del nacimiento, oportunidad en que
las figuras parentales imprimen particularidades de relación que el niño intentaría
reeditar con los objetos con los que interactúa. 
Las relaciones tempranas adquirirían una jerarquía constituyente de la diversidad y
la riqueza psíquica potencial. El tipo de relaciones primarias determina la calidad
de relación que el niño establece con la realidad en la que se inserta.
La construcción del conocimiento se produce entonces en forma inarmónica y
discontinua. El niño parcializa sus aprendizajes de acuerdo con el plus de placer
que obtiene cuando los objetos que elige convocan aspectos sobresalientes de su
pasado. Este proceso de parcialización de determinados objetos es lo que se
reconoce como “acto de investimiento”, que es la actualización y la expresión de
un movimiento libidinal cuya motivación es la búsqueda de placer.
Pero no todos los objetos del mundo externo producen la prima de placer que
motiva su investimiento. Muchos de ellos, por causas psicológicas y/o sociales, se
constituyen en objetos de no-deseo, produciendo una retracción por parte del niño,
que los evita mediante un movimiento libidinal de desinvestidura.

Retomando con la importancia de las relaciones tempranas del niño, es importante


explicar este fenómeno y los contiguos al mismo, partiendo desde el origen.
La primera y más jerarquizada de las relaciones iniciales es la que el niño
establece con su madre, o su equivalente en la atención de sus necesidades de
alimentación y abrigo. En el momento del nacimiento, se estructura entre la madre
y el niño un espacio inaugural, en el que la única persona que adquiere
significación y existencia para él es su madre. A través del amor lo asiste, e
inscribe las primeras formas de relación determinantes en su desarrollo.  
A los pocos meses del nacimiento, la madre abandona la asistencia incondicional a
los requerimientos del niño, e integra, en su atención al padre o su equivalente
libidinal, y se produce una primera ruptura de este espacio único fundante y
privilegiado en el que el niño había sido colocado por ella. Esta ruptura produce en
él un desencantamiento y sufrimiento psíquico.
El sufrimiento solo se recompensa con la búsqueda e intento de encuentro de
nuevos espacios, sujetos, atributos. Descubre en lo inmediato la existencia de otro
espacio, el familiar, en el que el padre se halla como figura sobresaliente,
imponiendo a la psique del niño la existencia de algo más que el mismo para la
madre. Se produce el encuentro con los atributos del entorno familiar que le atraen
a la madre: el padre, los hermanos, otras ocupaciones y preocupaciones.
En esta instancia se construye un segundo espacio en el que la palabra del padre
y los atributos familiares son los únicos ordenadores del psiquismo infantil.
El niño toma como únicos referentes válidos a sus progenitores, aquellos niños a
los que con el silencio se les refuerza la endogamia no ingresan al campo social y
sufren por esto fuertes restricciones cognitivas que se reflejan en la pérdida del
interés por el mundo, no todas las familias facilitan este pasaje.
Con el inicio de la escolaridad, el niño es obligado a separarse de su entorno
familiar en momentos particulares de complejización de su aparato psíquico, se
impone un nuevo lugar en el que el niño pone a prueba sus comportamientos de
origen para su reconstrucción y armonización en el intercambio con sus
semejantes.
Se estructura para sí la posibilidad de proyectar otro mundo, semejante y diferente,
cambiar elaborar para sí un proyecto con el que se identifique, un proyecto
identificatorio.
El proyecto identificatorio del niño comienza con la separación de los límites del
entorno familiar, y surge como la representación de una imagen ideal de formas de
comportamiento que el yo se propone para sí mismo.
Con la presencia de “los otros” en el aula, propios de este tercer espacio, se
instituye la diversidad, la duda, la ruptura de las certezas iniciales, la posibilidad de
la confrontación y puesta a prueba de múltiples pareceres. Es así que la escuela
se impone como una realidad compleja, coparticipada con sujetos y objetos
desconocidos, y producen un cambio significativo en su actividad psíquica.
Entonces la construcción del capital cultural y el enriquecimiento psíquico que el
sujeto alcanza en su interacción con el semejante en el espacio escolar, habilitan
la oportunidad para una inscripción social satisfactoria. 

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