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EL LIBRO DE LAS
VIRTUDES
M I L L E N I U M
EL LIBRO DE LAS
VIRTUDES
William J. Bennett
Traducción de Carlos Gardini
Barcelona • Bogotá • Buenos Aires • Caracas • Madrid • México D.F. • Montevideo • Quito • Santiago de Chile
Índice
Agradecimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
1. Autodisciplina. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
2. Compasión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
3. Responsabilidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183
4. Amistad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239
5. Trabajo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 319
6. Coraje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 403
7. Perseverancia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 471
8. Honestidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 525
9. Lealtad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 589
10. Fe. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 645
Agradecimientos
Introducción
cuerda al lector una época —no tan lejana— en que las verdades
eran verdades morales. Es una especie de antídoto contra algunas
distorsiones de la época en que vivimos. Espero que los padres
descubran que leer este libro con los niños puede ayudar a gran-
des y pequeños a profundizar en la comprensión de la vida y la
realidad. Si el libro alcanza ese elevado propósito, el esfuerzo
habrá valido la pena.
Es oportuno hacer algunos comentarios adicionales. Aunque
esta obra se titula El libro de las virtudes —y los capítulos están
organizados por virtudes—, es también un libro de los vicios.
Muchos cuentos y poemas ilustran el anverso de una virtud. Para
conocer una virtud, los niños deben conocer su contrario.
Al contar estas historias me interesa más la lección moral que
la histórica. En algunos de los relatos más viejos —Horacio en el
puente, Guillermo Tell, George Washington y el cerezo—, la
línea que separa la leyenda de la historia es borrosa. Pero lo im-
portante es la instrucción moral. Algunos datos históricos que
figuran aquí quizá no conformen al historiador escrupuloso,
pero referimos estas anécdotas tal como se contaban antes, con
el propósito de preservar su autenticidad.
Además, debo enfatizar que este libro no es un compendio
definitivo. Su contenido está definido en parte por mi intento de
presentar ciertos materiales, la mayoría extraídos del corpus de la
civilización occidental, que los niños de otra época conocían de
memoria. Y el proyecto, como cualquier otro, ha enfrentado gra-
ves limitaciones prácticas, tales como el espacio y la economía
(los derechos para reeditar cuentos y traducciones recientes pue-
den ser muy caros, mientras que el material más viejo es de do-
minio público). El filón literario de nuestra cultura y de otras es
profundo, y apenas he raspado la superficie. Invito a los lectores
a enviarme cuentos favoritos que no estén incluidos aquí, por si
intento renovar o mejorar este proyecto en el futuro.
Este volumen no está destinado a leerse de principio a fin. Al
contrario, es un libro para hojear, para marcar pasajes favoritos,
para leer en voz alta con la familia, para memorizar fragmen-
tos. Abrigo la esperanza de que padres y maestros dediquen un
tiempo a recorrer estas páginas, descubriendo o redescubriendo
ciertos hitos morales, y a la vez señalándolos a los jóvenes. Los
capítulos se pueden encarar en cualquier orden; ciertos días ne-
Platón, República
1
Autodisciplina
Corazón alborozado,
juegos en herbosos prados:
así, en los tiempos antiguos,
sabios y reyes crecían.
A Por favor B
Alicia Aspinwall
Bien podemos decir que nuestros modales constituyen la moral
manifestada en la conducta. La gente buena respeta los buenos modales,
como nos recuerda este cuento tomado de un manual de fin de siglo.
Érase una vez una pequeña expresión llamada por favor, que
vivía en la boca de un niño. Por favor vive en la boca de todos,
aunque la gente a menudo lo olvida.
Ahora bien, todos los porfavores, para mantenerse fuertes y
felices, deben salir de la boca con frecuencia, para airearse. Son
como peces en una pecera, que emergen a la superficie para res-
pirar.
El por favor del cual les hablaré vivía en la boca de un niño
llamado Dick, pero rara vez tenía la oportunidad de salir. Pues
Dick, lamentablemente, era un niño grosero que rara vez se acor-
daba de decir por favor.
—¡Quiero pan! ¡Quiero agua! ¡Quiero ese libro! —era su
modo de pedir las cosas.
Su padre y su madre estaban muy afligidos por esto. Y ese
pobre por favor pasaba día tras día sentado en el paladar del niño,
esperando una oportunidad de salir. Estaba cada día más débil.
Dick tenía un hermano mayor, John, que tenía casi diez años
y era tan cortés como grosero era Dick. Así que su por favor
tenía mucho aire y era fuerte y feliz.
Un día, durante el desayuno, el por favor de Dick sintió ne-
cesidad de respirar, aunque debiera fugarse. Así que se escapó de
la boca de Dick y aspiró una buena bocanada de aire. Luego se
arrastró por la mesa y saltó a la boca de John.
El por favor que vivía allí se enfadó muchísimo.
—¡Lárgate! —exclamó—. ¡Tú no vives aquí! ¡Ésta es mi boca!
—Lo sé —respondió el por favor de Dick—. Yo vivo en la
boca del hermano. Pero allí no soy feliz. Nunca me usa. Nunca
puedo respirar aire fresco. Pensé que me dejarías vivir aquí un
par de días, hasta que me sienta más fuerte.
—Comprendo —respondió amablemente el otro por favor—.
Quédate, desde luego, y cuando mi amo me use, ambos saldre-
mos juntos. Él es amable, y sin duda no le importará decir por
favor dos veces. Quédate el tiempo que quieras.
Ese mediodía, durante la cena, John quería mantequilla, y
esto es lo que dijo:
—Padre, ¿me alcanzas la mantequilla, por favor por favor?
—Claro —dijo el padre—. Pero ¿por qué tan amable?
John no respondió. Estaba hablando con la madre:
—Madre, ¿me alcanzas un panecillo, por favor por favor?
A Rebeca, B
que daba portazos por diversión y pereció míseramente
Hilaire Belloc
Aristóteles habría amado este poema y el siguiente. El primero
ilustra el exceso, el segundo la carencia. Para encontrar la conducta
adecuada es preciso hallar un equilibrio. (Véase el pasaje de la Ética
de Aristóteles, en este capítulo.)
A Jim, B
quien se alejó de su nana y fue devorado por un león
Hilaire Belloc
Donde descubrimos el siniestro final que aguarda a los niños que
escapan de su madre en la calle, que huyen de sus padres en los
A El duelo B
Eugene Field
Donde descubrimos las desdichadas consecuencias de las riñas.
* Rudos: «tontos».
** Instantes: «insistentes».
*** Despiqué: «vengué».
A Cólera B
Charles y Mary Lamb
A El sucio B
Jane Taylor
¿Por qué debemos practicar la limpieza? Aparte de las excelentes
razones prácticas, Francis Bacon nos recuerda por qué: «pues se
estima que la limpieza del cuerpo procede de una debida reverencia
hacia Dios, la sociedad y nosotros mismos».
Érase un pequeñín
de quien se dice,
No le molestaba
que ellos se quejaran
ni mirar su ropa mugrienta.
Su mente indolente
no encontraba placer
en el orden y el aseo.
A El caballerito B
Come tus comidas, hombrecito,
siempre como un caballerito;
lávate la cara y las manos con cuidado,
cámbiate el calzado, cepíllate el cabello;
luego, pulcro y limpio,
ven hasta tu asiento,
sin remolonear ni llegar tarde
ni hacer esperar a los demás.
No señales con el dedo,
ni comas ni bebas en exceso
y termina todo lo que tienes
antes de pedir nuevas porciones.
No hagas migas ni destruyas
comida que otros pueden disfrutar
(quienes derrochan migajas
A Labios y oídos B
Donde aprendemos a ser discretos en la conversación.
No era bullicioso
como un niño revoltoso:
en silencio subía
cuando le decían,
y siempre rezaba sus plegarias.
A El buitre B
Hilaire Belloc
Este poema debería ponerse en la puerta de la nevera.
del frasco era muy pequeño. Tenía la mano atorada, pero no que-
ría soltar las nueces.
Lo intentó una y otra vez, pero no podía sacar todo el puña-
do. Al fin rompió a llorar.
En ese momento su madre entró en el cuarto.
—¿Qué te sucede? —preguntó.
—No puedo sacar este puñado de nueces del frasco —sollo-
zó el niño.
—Bien, no seas tan codicioso —dijo su madre—. Toma un
par y no tendrás problemas para sacar la mano.
—Qué fácil fue —dijo el niño al alejarse de la mesa—. Yo
mismo podría haber pensado en ello.
Moraleja:
Ay de las necias criaturas
que por gozos fugaces se destruyen.
Érase una vez un rey muy rico cuyo nombre era Midas. Tenía
más oro que nadie en todo el mundo, pero a pesar de eso no le
parecía suficiente. Nunca se alegraba tanto como cuando obtenía
más oro para sumar a sus arcas. Lo almacenaba en las grandes
bóvedas subterráneas de su palacio, y pasaba muchas horas del
día contándolo una y otra vez. Ahora bien, Midas tenía una hija
llamada Caléndula. La amaba con devoción, y decía:
A Ozimandias B
Percy Bysshe Shelley
Ozimandias es el nombre griego del rey egipcio Ramsés II, quien
gobernó desde 1290 hasta 1223 antes de Cristo. Se le atribuyen am-
biciosas obras de construcción. En el suelo del templo mortuorio
de Tebas yace la colosal cabeza de piedra de una estatua de Ramsés,
y el antiguo historiador griego Diodoro Século describió un templo
fúnebre que exhibía una inscripción muy similar a la que figura
en el poema de Shelley. Recordar a Ozimandias es un buen modo
de controlar nuestra vanidad, especialmente cuando subimos la
escalera del éxito.
A Faetón B
Adaptación de un texto de Thomas Bulfinch
A David y Betsabé B
Versión de Jesse Lyman Hurlbut
La ambición desbocada,
A que excede su propia medida B
William Shakespeare
He aquí la ambición desatada, «desmesurada», actuando en el Macbeth
de Shakespeare. La escena se desarrolla en el patio de Inverness, el
castillo de Macbeth, donde Macbeth y lady Macbeth se disponen a
asesinar a Duncan, rey de Escocia, y así obtener el trono. Como señala
Macbeth mismo, su víctima es su huésped, su pariente y su rey. Pero
ni siquiera estas características bastan para detener la voracidad de una
aspiración descontrolada. Lady Macbeth urge a su esposo a «atornillar
su coraje a sitio firme» cuando él vacila, y así vemos que se requiere
cierta disciplina para completar esa tarea. Pero es una disciplina errónea,
impulsada sólo por ambiciones desbocadas.
(Se van.)
A Medra en la vida B
Samuel Longfellow