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LIBERTAD DE IMPRENTA

SEGÚN M I G U E L A N T O N I O C A R O

Sergio Echeverri M.

El propósito del presente artículo es analizar el pensamiento de Miguel


Antonio Caro sobre la libertad de imprenta, para lo cual debo empezar
por recodar el debate suscitado a finales del siglo xix sobre el problema,
en especial las ideas expresadas por Guillermo Uribe en su informe Li-
bertad de la prensa1. Luego pasaré a estudiar la posición de Caro, pues es
esta posición la que sin lugar a dudas fue adoptada en la redacción de la
Constitución del 86 y los actos legislativos que siguieron en los períodos
de la presidencia de Rafael Núñez.
Como se sabe, el debate acalorado sobre la libertad de imprenta fue
una constante en la discusión y redacción de las constituciones del siglo
xix en Colombia. La Constitución del 86 no fue la excepción. En ella se
consignó que

La prensa es libre en tiempo de paz, pero responsable con arreglo a las


leyes, cuando atente a la honra de las personas, al orden social o a la tran-
quilidad pública. Ninguna empresa editorial de periódicos podrá, sin per-
miso del Gobierno, recibir subvención de otros Gobiernos o compañías
extranjeras (artículo 42).

Adicionalmente, en la Constitución quedó consagrado un artículo


transitorio, el K, que facultaba al Ejecutivo para vigilar las actuaciones de
la prensa. Este artículo decía:

1. Guillermo Uribe, Libertad de la prensa: Informe Comisión del Senado, Imprenta de


la Luz, Bogotá, 1888.

[223)
SERGIO ECHEVERRI M.

Mientras no se expida la ley de imprenta, el Gobierno queda facultado


para prevenir y reprimir los abusos de prensa.

La consecuencia de este artículo de la Constitución fue facultar de


manera legítima al Ejecutivo para aplicar una censura a los periódicos
que circulaban en la época; teniendo estas facultades, parecería que no
cabe duda de que el Gobierno, pero especialmente Miguel Antonio Caro,
deseó que ellas continuaran vigentes más allá del año 1888, cuando se
desató una polémica en el Senado de la República.
El informe que desencadenó la polémica, Libertad de la prensa, fue
presentado al Senado de la República por Guillermo Uribe, senador con-
servador de origen santandereano. Este informe gira en torno a las dis-
posiciones del Gobierno sobre la libertad de imprenta, y afirma que si
bien es cierto que la Constitución garantiza esta libertad, según se esta-
blece en el artículo 42, "la desgracia consiste en que algunos de esos prin-
cipios han quedado sin efecto en virtud de los artículos transitorios de la
misma Constitución"2. Se refiere al artículo K, el cual se tomó como con-
siderando para que se dictara el Decreto Ejecutivo número 151 del 17 de
febrero de 1888, decreto que, según lo manifiesta Uribe en su documento,
de hecho suspendió la libertad de imprenta.
Continúa el informe diciendo que la libertad de imprenta se suspen-
dió por las siguientes razones:

primero, porque de hecho se exige hoy permiso del Gobierno para publi-
car un periódico, porque el permiso puede negarse a voluntad, y porque
es depresivo de la dignidad e independencia de los escritores; segundo,
porque el Decreto extiende tanto la definición de los delitos de imprenta,
que llega hasta calificar como tal el de impugnar directa o indirectamente
la moneda legal, y esa extensión se presta a que pueda calificarse como
criminal lo que es inocente y aún conveniente; tercero, porque el Decreto
deja a la imprenta a merced del Gobierno y de sus Agentes, es decir, que
hace a aquel y a estos jueces en causa que puede ser propia. El resultado
ha sido que la prensa de oposición ha enmudecido, y que la prensa defen-

2. Ibid., p. 6.

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LIBERTAD DE IMPRENTA SEGÚN MIGUEL ANTONIO CARO

sora del Gobierno, sin estímulos, no toma ya interés en las muchas cues-
tiones de importancia que ofrece la política actual3.

Continúa recomendando a la Comisión la expedición de la ley de


imprenta, la que considera fundamental para el país, especialmente para
el Partido Conservador, dado que sin ella no existe la sana válvula para la
opinión del partido vencido: es necesario y justo que el partido vencido
se pueda "quejar y apelar a la equidad y rectitud del mismo vencedor". Y
finaliza el senador Uribe sugiriendo que "las persecuciones hechas por
nuestro partido o nuestros gobernantes, a quien más daño hacen es a nues-
tro propio partido" 4 .
Como respuesta a este informe que, según se puede entender, recoge
la percepción del partido de oposición y algunos miembros del partido
gobernante, Caro publica en el diario La Nación una serie de artículos, que
luego reúne en una volumen bajo el título Libertad de imprenta: artículos
publicados en La Nación en 1888. Con estos escritos se puede sintetizar su
pensamiento frente al problema, y los motivos que él reconoce para el es-
tablecimiento de un manejo de la imprenta como lo hace el Gobierno del
presidente Núñez. Más adelante se discutirá la posición de Caro al respecto.
Agravando aún más las razones para las denuncias del senador Uribe,
y a pesar de haber expedido el Gobierno el Decreto Ejecutivo 151, a finales
de 1888 se expide la Ley 61, por la cual se conceden al Presidente de la
República algunas facultades extraordinarias para prevenir y reprimir
administrativamente los delitos y culpas contra el Estado que afecten al
orden público, y lo autoriza para imponer, según el caso, las penas de
confinamiento, expulsión del territorio, prisión o pérdida de derechos
políticos por el tiempo que crea necesario. Como lo dice Cacua Prada en
su tesis de grado, "varios casos se registran, en la aplicación de esta dis-
posición, contra la prensa. Aquí se consagra una pena más, el destierro y
la pérdida de los derechos políticos"5.

3. Ibid., p. 6.
4. Ibid., p.17.
5. Antonio Cacua Prada, La libertad de prensa en Colombia, tesis de grado, Facultad
de Ciencias Económicas y Jurídicas, Pontificia Universidad Javeriana, 1958, p. 137.

[225]
SERGIO ECHEVERRI M.

Fidel Cano, en uno de sus editoriales de 1888 en el diario El Especta-


dor, relata las circunstancias en las que se expidió la así llamada Ley de los
caballos. Dice allí:

Es el caso que el señor Juan de Dios Ulloa, gobernador del Cauca, avisó al
señor ministro de Gobierno, por medio de un telegrama fechado el 7 de
mayo de 1888, que en Palmira y Pradera estaban apareciendo hacía días
caballerías mayores degolladas. El señor ministro Holguín puso el caso en
conocimiento del Consejo Nacional Legislativo. Este designó a los hono-
rables delegatarios Roldan y Roa para que estudiasen el punto. La respe-
table comisión opinó que el hecho era gravísimo y trascendental, que in-
dudablemente tenía por causa el odio de los liberales a la Constitución y
que necesitaba como remedio o correctivo nada menos que un acto de
carácter legislativo. Los honorables delegatarios presentaron el correspon-
diente proyecto de ley sobre autorizaciones del presidente de la Repúbli-
ca, y el Consejo lo adoptó con sustanciales enmiendas... .

En efecto, se consiguió con el Decreto 151 y la Ley 61 un control total


por parte del Gobierno de la expresión pública en Colombia. Para en-
tender la posición del Gobierno ante la libertad de imprenta, se debe re-
visar el pensamiento de Miguel Antonio Caro al respecto. De lo dicho
por él se puede destacar lo que sigue:
En su escrito acerca de la libertad de imprenta, Caro le critica al sena-
dor Uribe el hecho de que en su informe se atreva a inculpar al Gobierno
de actuar a manera de una dictadura feroz y tenebrosa. Sostiene que en el
país no hay ningún derecho constitucional suprimido, y afirma además
que la pureza y la probidad son los rasgos característicos del Gobierno.
Caro se propuso demostrar que el decreto sobre prensa fue expedido en
virtud del artículo K, ateniéndose a lo dispuesto en el artículo 42 de la
Constitución. Que siendo esto cierto, el decreto podría acogerse de ma-
nera constitucionalmente aceptable en ley de la República, y que si se
tiene en cuenta que el decreto cuenta con disposiciones que "están calcu-

6. Columna de Argos, El Espectador, i° de noviembre de 1987.

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LIBERTAD DE IMPRENTA SEGÚN MIGUEL ANTONIO CARO

ladas para las peculiares condiciones sociales de Colombia", sería pru-


dente que se adoptara como ley.
Según don Miguel Antonio, exponiendo las "peculiares condiciones
sociales de Colombia", el país transitó por un difícil camino en materia
de legislación acerca de la libertad de imprenta. En 1851, afirma, "se intro-
dujo en la Constitución del 43 la reforma a que aspiraban los diputados
exaltados el 7 de marzo, contra la opinión de los liberales más sesudos";
con la aparición de los radicales o gólgotas, se introdujo una legislación
en la que se establecía la libertad absoluta de imprenta, que en la prácti-
ca, según lo manifiesta, no es más que la irresponsabilidad absoluta de
imprenta. Una libertad de imprenta que sin modificaciones se conservó
en las cartas constitucionales del 53, 58 y 63.
Para Caro, esta manera de entender la libertad de imprenta era un
error, pues equivalía a la irresponsabilidad en dicha materia. Un error
propio del liberalismo, ese "liberalismo que la Iglesia ha condenado re-
petidas veces, y últimamente en la encíclica Libertas de 20 de junio del
corriente año. Y de este liberalismo, llevado al extremo del absurdo y de
la licencia desenfrenada, se hicieron reos el partido radical, que votó las
constituciones de 53 y 63, y el conservador, que cooperó con él a la obra
de iniquidad, y que votó la de 58"7.
De acuerdo con el propio Caro, por libertad liberal o liberalismo se
puede entender

aquel sistema político que por no distinguir en el orden moral y dogmático


lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso, concede al bien y al mal, a la
verdad y al error, unos mismos derechos sociales. (...) El liberalismo (...)
declara en teoría que toda opinión, toda doctrina, cualquiera que sea, tiene
derecho a manifestarse y propagarse, sin restricción ninguna por todos
los medios de publicidad; y como de todos éstos es la imprenta el más eficaz
y poderoso, la libertad absoluta o irresponsable de imprenta ha venido a
constituir el principio fundamental, o capital aplicación, del liberalismo .

7. Miguel Antonio Caro, "Libertad de imprenta", en Estudios constitucionales y jurí-


dicos (segunda serie), Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1986, pp. 172-173.
8. Ibid., p. 170.

[227|
SERGIO ECHEVERRI M.

Y enseguida agrega:

El liberalismo es inconsecuente, y ningún partido liberal que llega al po-


der se atreve a establecer y practicar su doctrina lógica y lealmente, por-
que el liberalismo es contrario al orden social. El liberalismo desconoce el
orden moral y la ley divina; reprime los ataques a la propiedad material,
pero no cree que haya propiedad moral; sabe que se puede herir, envene-
nar y matar el cuerpo, pero no el alma; y así como no admite que haya
ofensas contra las creencias, no debiera tampoco reconocer las que de
palabra se hacen a la honra o el pudor 9 .

En el 53, según los artículos publicados en el diario La Nación, se


adoptó una concepción de libertad liberal, ya que el artículo que definía
la libertad de imprenta decía lo siguiente:

La expresión libre del pensamiento; entendiéndose que por la imprenta


es sin limitación alguna; y por la palabra y los demás hechos, con las úni-
cas que hayan establecido las leyes10.

Es este artículo al que Caro quiso pulverizar con su crítica, pues


consideraba que garantizaba la irresponsabilidad de los autores frente a
sus escritos. El error se acentuó y se hizo explícito, en su opinión, con el
texto de las siguientes constituciones. En la del 58 se establecía que la
confederación reconocía a los habitantes y transeúntes "la libertad de ex-
presar sus pensamientos por medio de la imprenta, sin responsabilidad
de ninguna clase"11. Esta Constitución —es también opinión suya— no
sólo fue "una temeridad contra la unidad nacional", sino además una
temeridad mayor contra la sociedad y contra Dios, debido a que instau-
raba la irresponsabilidad de imprenta. Finalmente, en 1863 la Constitu-
ción establecía que los Estados y el Gobierno reconocían y garantizaban
"la libertad absoluta de imprenta y de circulación de los impresos, así

9. Ibid., p. 171.
10. Diego Uribe Vargas, Las constituciones de Colombia, tomo 11, p. 868.
11. Ibid., p. 906.
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nacionales como extranjeros". Además de "la libertad de expresar sus pen-


samientos de palabra o por escrito, sin limitación alguna"12.
Caro afirma que antes de llegar el momento en el que se incorporó el
error en la doctrina de imprenta en las constituciones de Colombia, se
expusieron posiciones liberales que estaban lejos de proponer una liber-
tad liberal de imprenta que siquiera se acercara a una irresponsabilidad
en la materia que nos ocupa. Afirma don Miguel Antonio que Santander
(artículo expedido por Francisco de Paula Santander el 31 de octubre de
1823), siendo liberal en sus posiciones, reconocía que la libertad de im-
prenta excluye la censura previa civil, pero no la circulación de libros
malos, y entre ellos los prohibidos por la Iglesia católica. Además que su
concepción de la libertad de imprenta distaba mucho de lo que se en-
tiende por libertad liberal. Caro cita el fragmento de una carta dirigida
por Santander a Bolívar en la que aquél le dice al Libertador:

agregue usted los pardo-cratas, los godos, los extranjeros, los de esta y
otra provincia, y mil elementos más de discordia, y hallará que es menes-
ter un dios para gobernar a gusto y contento general y restablecer la con-
cordia que ha destruido el imprudente e indiscreto uso de la libertad de im-
prenta^.

Comenta Miguel Antonio Caro, con el deseo de precisar lo expuesto


en el texto del senador Uribe, una opinión emitida por el doctor Mariano
Ospina Rodríguez acerca de la necesidad de prevenir las revoluciones,
opinión alusiva a la libertad de imprenta. Pero antes quiso hacer el elogio
de Ospina, subrayando su origen liberal, y su colaboración con el "grupo
de jóvenes exaltado y aun delirante" que participó en la conjuración
septembrina de 1828. "Madurando su entendimiento por el estudio y la
reflexión, y aleccionado por la experiencia, llegó a ser algunos años des-
pués 'el alma' de la sabia administración del general Herrán. Y en la me-
moria que presentó al congreso como secretario del interior y relaciones
exteriores, precisamente en la época a que con tan alto y merecido elogio

12. Ibid., n. 934.


13. M. A. C a r o , op. cit., p. 330.

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SERGIO ECHEVERRI M.

se refiere el señor Uribe (1842)". La cita que Caro subraya de Ospina es la


siguiente:

Poner coto al desenfreno de la imprenta, haciendo que sea efectiva la res-


ponsabilidad de los que abusen de ella; erigir en delito el acto de escarnecer
por la prensa a un magistrado, el atribuirle dañadas intenciones y el tratarlo
irrespetuosamente; y LIMITAR EL DERECHO DE USAR LA LIBERTAD DE IM-
PRENTA A LOS INDIVIDUOS QUE PUEDAN RESPONDER DE LOS DAÑOS QUE
CAUSAN14.

En el período anterior al gobierno de los radicales, anota Caro, se


mantuvo desde 1821 una libertad de imprenta con responsabilidad, una
libertad responsable a través de jurados. Esta libertad, según lo comenta,
fue mal regulada, pues el país carecía de tradiciones que pudieran mora-
lizar dicha actividad del Gobierno; en especial estaba limitada por no
contar con disposiciones de policía que la sostuvieran.
En Colombia, dice Caro,

sólo hemos ensayado el sistema de juicios de imprenta por jurados y el


de la absoluta irresponsabilidad de la prensa, y no hemos tenido ocasión
de presenciar la profanación de la toga enredada en asuntos periodístico-
políticos. En otros países abundan ejemplos y podemos escarmentar en
cabeza ajena... (En Francia) La intervención gubernativa en materia de
publicaciones sediciosas, decretada por el imperio en 1852, retiró el funes-
to presente que Luis Felipe había hecho a la magistratura, y le devolvió en
cambio su serena majestad. En 1868 la facultad que tenía la administración
de suspender periódicos fue traspasada a los tribunales, y volvieron estos
a adquirir el odioso carácter híbrido de cuerpos judiciales y políticos.
La constitución de México, 1877, estableció los jurados de imprenta co-
mo una de las garantías individuales (el mismo error de la de Chile, 1828,
y de las de Nueva Granada de 32 y 43). Las malas consecuencias del siste-
ma provocaron la reforma de la constitución en esta parte, y la represión
de todos los abusos de la prensa se confió a los jueces de derecho. Resulta-

14. Ibid., p. 194.

1230)
LIBERTAD DE IMPRENTA SEGÚN MIGUEL ANTONIO CARO

do: continuo movimiento de presos por motivos políticos en la cárcel de


Belén. Y da la picara casualidad de que todos los perseguidos y penados
sean escritores católicos, o que no pertenecen al partido dominante...11.

De lo expuesto por Caro en relación con los precedentes históricos,


se puede ver que considera que en Colombia se radicalizó la posición de
una fracción de los liberales frente a la libertad de imprenta. Este grupo
de políticos llevó al país a una irresponsabilidad total frente al contenido
de los escritos. Ve que aunque en los primeros años después de la Inde-
pendencia se estableció la obligación de los escritores de responsabilizar-
se de sus escritos, en esos años el mecanismo para juzgar las actuaciones
en esta materia carecía de la eficacia necesaria. Principalmente porque
no contaba el Gobierno con una legislación de policía que garantizara la
eficacia en la conservación de los valores de la sociedad. A partir de los
ejemplos de otras naciones, considera que la politización de los juzga-
dos no es conveniente; que con la disposición de someter a juicios los de-
litos en materia de imprenta, resulta una situación en la que los jueces se
convierten en perseguidores políticos del partido de oposición. Dada esta
situación, ofrece una presentación de su posición frente a la libertad de
imprenta, postura que sigue las líneas que se presentarán adelante.
Don Miguel Antonio confunde el aspecto filosófico, el político y teo-
lógico en relación con la libertad de imprenta, como en general en otros
asuntos por él tratados. Frente al aspecto teológico la posición de Caro se
puede entender en algunos apartes de su presentación. En ellos dice:

La Iglesia, como maestra de la verdad y madre de las nacionalidades cris-


tianas, no sólo enseña a los individuos sino a los Estados; pero al recordar
a la autoridad civil sus deberes, reconoce también los derechos que le
corresponden como poder instituido por Dios, con facultades propias
para el bien temporal de la sociedad. Ahora bien: la Iglesia enseña que el
Estado no puede, sin faltar a sus deberes, conceder igual libertad al bien y
al mal, a la verdad y al error; por lo mismo enseña que el Estado debe
reprimir los abusos de imprenta (...) la Iglesia no se ingiere en las formas

15. Ibid., p. 335.

12311
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puramente procesales o reglamentarias del poder civil; y por lo tanto, ni


dice que el Estado está obligado a establecer la censura previa como único
medio de moralizar la prensa, no dice tampoco, ni podría decirlo sin re-
probar lo que ella por su parte practica, que la censura previa sea mala, ni
que el Estado no pueda lícita y convenientemente establecerla. La Iglesia,
practicando la censura previa, puede decirse que tácitamente la recomien-
da; pero este ejemplo no constituye doctrina obligatoria para el Estado
cristiano, el cual, obligado a defender la sociedad contra las asechanzas
del error y del vicio que por prensa se propagan, puede cumplir con este
deber, sea estableciendo la censura previa, sea adoptando otros medios
CL 16

eficaces .

Para Caro es claro el ejemplo que la Iglesia cristiana ha dado desde


su fundación, practicando una censura a los textos que considera noci-
vos para la sociedad, al elaborar los índices expurgatorios. Recuerda a los
papas san Gelasio, Gregorio ix, Pío iv, Pío v, Clemente Vm, Benedicto
xi, quienes desempeñaron papeles importantes, a excepción del primero
de ellos, en la Inquisición. Para entender la posición de Caro frente a la
imprenta, vale la pena traer a la memoria que esta institución en España
estuvo especialmente ligada a la persecución política por parte del Esta-
do, censurando aquellas posiciones nocivas para lo que se consideró el
correcto orden social.
Por otra parte y con relación a la censura previa ejercida por la Igle-
sia católica, afirma que ella es observada por todo escritor católico que
esté dispuesto a seguir los caminos de obediencia y profundo respeto
que son debidos a su madre, es decir, la Iglesia. Sostiene además que es
propio del pensamiento de la Iglesia, el condenar y perseguir el mal para
estimular y proteger el bien. Muestra de las bondades de este método es
"la inmensa masa de la literatura católica, que abraza todos los ramos del
saber humano, demuestra que la censura previa no ofrece inconvenien-
tes, y que la civilización cristiana, obra de la Iglesia, no necesita para
florecer de la sombra de manzanillo del liberalismo"17.

16. Ibid., p. 161.


17. Ibid., p. 169.

[232]
LIBERTAD DE IMPRENTA SEGÚN M I G U E L ANTONIO CARO

La cita que Caro hace del Syllabus del 8 de diciembre de 1864 pro-
mulgado por el papa Pío ix, puede sintetizar su pensamiento en torno a
lo que él denomina el aspecto teológico e incluso filosófico del tema de la
libertad de imprenta. Sugiere la proposición 79 que es erróneo pensar
que "la libertad civil para cualquier culto, e igualmente la amplia facul-
tad a todos concedida de manifestar clara y públicamente cualquier opi-
nión y cualquier pensamiento, no conduzcan a corromper más fácilmente
las costumbres y espíritu de los pueblos" (Syllabus, yy).
Es pues en esta doctrina en la que se sustenta el pensamiento de
Caro acerca del deber del Estado de preservar el orden social; facultad
que le impone al Estado el hecho de actuar como revisor de las doctrinas
expuestas por la prensa, buscando evitar las que no correspondan a las
emitidas por la Iglesia católica.
Para Caro es diferente establecer en la Constitución la libertad de
imprenta en tiempos de paz, que aceptar una libertad liberal que es con-
denada por la Iglesia. Esta diferencia radica en el hecho de que la Consti-
tución establece que esta libertad es "responsable, con arreglo a las leyes,
cuando atente a la honra de las personas, a la tranquilidad pública y al
orden social" (artículo 42). En la misma Constitución se establece que
"la religión católica es esencial elemento del orden social" (artículo 38);
luego, como lo sostiene Caro,

la nación colombiana adopta en materia de imprenta... el criterio católi-


co, y aunque establece la libertad de imprenta, manda también que se
haga efectiva la responsabilidad de los que abusen de esa libertad para
difamar a las personas, perturbar la tranquilidad pública o atacar los prin-
cipios fundamentales de la sociedad cristiana1 .

El decreto expedido por el Gobierno establece entonces, según don


Miguel Antonio, la libertad de imprenta con responsabilidad, de acuer-
do con el criterio cristiano. Y anota que no se debe pensar que la libertad
liberal "debe identificarse con el de una especie de libertad que llamare-

i s . Ibid., p. 174.

Í233J
SERGIO ECHEVERRI M.

mos 'política' y responsable, la cual es conveniente o inconveniente se-


gún sean las circunstancias, y no buena ni mala en sí misma, sino según
el criterio con que se exija la consiguiente responsabilidad" 19 .
Piensa que "esta libertad política, siguiendo el pensamiento de los
publicistas que a ella se refieren, consiste en el uso libre, pero sujeto a res-
ponsabilidad cuando se abuse, de todo medio o instrumento inocente por
sí mismo, como es la imprenta" 20 . Define más adelante la libertad política
de imprenta como aquella en la que se excluye la censura previa, la presen-
tación de fianzas y los títulos de idoneidad que deba presentar el autor. Sin
embargo, esta libertad política de imprenta conserva su carácter de ser
responsable, es decir, de tener que responder por actuaciones que puedan
atentar contra la moral, la honra, la paz pública y el orden social.
Lo que es realmente peculiar de la exposición de Caro acerca de la
libertad de imprenta es su convencimiento de la necesidad de otorgar al
poder ejecutivo una facultad de ejercer un control basado en actuaciones
de policía sobre las publicaciones periódicas de carácter político. Dice que

si la publicación asume tendencia abiertamente subversiva y antisocial; si


este carácter depende menos de determinado escritor que de la influencia
de las gentes levantiscas que lo compran y lo alimentan con sus suscrip-
ciones, en este caso la disección judicial es impotente para señalar un
delito que radica menos en la letra que en el espíritu de la publicación; la
ley penal se elude fácilmente, por medio de salvedades hábiles e hipócri-
tas; y si llegan a imponerse penas, estas no lograrán el objetivo racional a
que se encaminan, mientras el periódico antisocial no se suspenda2'.

Propone entonces ante la realidad de la ineficacia de juicios en torno


a malos usos de la libertad de imprenta, que se distinga el curso de los
delitos sobre querellas personales y aquellos otros que atenten contra la
sociedad. Los primeros deben tener su normal curso por el sistema judi-

19. Ibid., p. 175


20. Ibid., p. 175.
21. Ibid., p. 292.

[2341
LIBERTAD DE IMPRENTA SEGÚN M I G U E L ANTONIO CARO

cial de la Nación; los otros, aunque se conserva la potestad del Ministerio


Público de acusar a los escritores ante el sistema judicial, deben reservar
también al Gobierno la facultad de amonestar y suspender a los periódi-
cos subversivos. En este sentido, las políticas de Gobierno deben proveer
una ley de policía que lo faculte para ejercer un control de la libertad de
imprenta que, según Caro, es más preventivo que represivo.
En relación con el Decreto 151 del 17 de febrero, don Miguel Antonio
sostiene que conserva la libertad de imprenta,

por cuanto no establece censura previa ni otra condición impediente; pero


dejando del todo a los tribunales las cuestiones promovidas por asuntos
personales, faculta al gobierno para amonestar a los periódicos impru-
dentes y para suspender temporalmente al que no cese de atentar "contra
el orden social o la tranquilidad pública": medida de policía que, dentro
del sistema represivo, conduce a remediar el inconveniente de las dilacio-
nes judiciales y el del rigor de las penas en algunos casos: lo uno en
beneficio de la sociedad, lo otro en favor de los escritores mismos22.

Completa su defensa del decreto sosteniendo que "la libertad de im-


prenta, en el tecnicismo político, significa la exclusión de la censura pre-
via y de toda condición impediente; el decreto vigente sobre prensa no
establece censura previa ni condición impediente alguna; luego el decre-
to vigente sobre prensa asegura la libertad de imprenta a que se refiere el
artículo 42 de la constitución" 23 .
Ahora bien, la tan anhelada ley de prensa sólo fue discutida y pro-
mulgada después de la terminación del gobierno de Caro en 1898, siendo
firmada por el presidente Manuel Antonio Sandemente. Hasta ese mo-
mento rigió lo dispuesto en el Decreto Ejecutivo 151 y la Ley 61. Sin em-
bargo, a pesar de contar con una ley de prensa, anota Alvaro Tirado Mejía
en su artículo "El Estado y la política en el siglo xix", uno de los factores
que desató la Guerra de los Mil Días, además de haber excluido del par-

22. Ibid., p. 180.


23. Ibid., p. 178.

[235]
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lamento a un sector liberal, fue el hecho de estar amordazados en la pren-


sa 24 .
La ley se detiene en establecer los requisitos para ser dueño, admi-
nistrador o editor de un periódico, los requisitos para tener una tipogra-
fía y, en especial, los delitos de falsedad, injuria, calumnia y provocadores
de actos criminales. En general, dice la ley, los delitos de prensa u otros
medios de publicidad son de competencia de los jueces superiores; en los
juicios no se admitirán las partes, ni al enjuiciado, ni a sus defensores y
voceros, sino alegatos por escrito. En el artículo 32 de esta ley, se dice que
todo ataque contra el respeto debido a las leyes y a los derechos consa-
grados por ellas, toda apología de hechos definidos por la ley penal como
delitos, serán castigados con prisión de uno a seis meses, y con cincuenta
a seiscientos pesos de multa. No se comprenderá en lo dispuesto por este
artículo la censura legítima de las leyes, y la demostración de su inconve-
niencia, mientras que no se desconozca su fuerza obligatoria ni se pro-
mueva su desobediencia.
Con lo dicho en este artículo parece como si se abriera la posibilidad
de continuar con la esencia de la posición acerca de la libertad de im-
prenta de Caro. Tanto es así que la Ley 73 de 1910, que también se encarga
de reglamentar la libertad de imprenta, en el artículo 4 0 dice que los que
por medio de escritura, grabados, pinturas, estampas o caricaturas deni-
gren o ridiculicen a los ministros, entidades o símbolos de la religión
católica, pagarán una multa de sesenta a cuatrocientos pesos...
Parece claro, después de haber recorrido el pensamiento de los
involucrados en la discusión acerca de la libertad de imprenta, que tenía
razón el senador Uribe al pensar que en Colombia entre 1886 y por lo
menos hasta 1898 hubo una clara inexistencia de la libertad de prensa o,
mejor dicho, de libertad de expresión.

24. Alvaro Tirado Mejía, "El Estado y la política en el siglo xix", en Manual de histo-
ria de Colombia, tomo 11, 2a edición, Procultura, Bogotá, 1982, p. 373.

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