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Rodolfo Arango
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2. lain McLean (ed.), Oxford Concise Dictionary of Politics, Oxford University Press,
1996.
3. Antonio José Iregui, "Ensayo sobre ciencia constitucional", en Derecho constitu-
cional colombiano, siglo xix, Carlos Restrepo Piedrahita (ed.), tomo ni. Cámara de Re-
presentantes/Instituto de Estudios Constitucionales CRP, Bogotá 1998, pp. 350-351.
4. José María Samper, Derecho público interno de Colombia, Editorial Temis, Bogo-
tá, 1982, p. 299.
5. Ibid., p. 300.
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LA C O N S T R U C C I Ó N DE LA N A C I O N A L I D A D
18. Tulio Enrique Tascón, Historia del derecho constitucional colombiano, Editorial
Minerva, Bogotá, 1953, p. 141.
19. Ibid., p. 148.
20. Ibid., p. 149. "La lista de los delegatarios principales fue la siguiente: Antioquia,
José María Campo Serrano y José Domingo Ospina Camacho; Bolívar, Miguel A. Vives
y José María Samper; Boyacá, Benigno Barreto y Carlos Calderón; Cauca, Juan de Dios
Ulloa y Rafael Reyes; Cundinamarca, Felipe Ángulo y Antonio B. Cuervo; Panamá,
Miguel Antonio Caro y Felipe F. Paul; Magdalena, José María Campo Serrano y [osé
Laborde; Santander, José Santos y Ramón Rueda M., y Tolima, Roberto Sarmiento y
Acislo Molano. Los delegatarios principales Campo Serrano, Barreto, Ángulo, Cuervo,
Laborde, Santos y Rueda no ocuparon sus puestos en el Consejo y fueron reemplazados
por sus suplentes personales, Simón Herrera, Francisco Mendoza Pérez, José María
Rubio Frade, Jesús Casas Rojas, Luis M. Robles, Guillermo Quintero Calderón y Anto-
nio Carreño R." Ibid.
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b) Bases de la reforma
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22. Anota acertadamente Tascón que "las disposiciones constitucionales que con-
sagraron derechos civiles y garantías sociales vinieron a ser textos muertos", ya que la
Constitución dejó de tener primacía sobre la ley. En efecto, el artículo 6 de la Ley 153 de
1887 estableció que la ley, aunque contraria a la Constitución, debía aplicarse por pre-
sumirse constitucional. Esto, aunado a la inexistencia de recurso alguno contra leyes
inconstitucionales, hacía que la ley acabara por imponerse sobre la Constitución.
23. Antecedentes de la Constitución de Colombia de 1886, op. cit., p. 30.
24. Miguel Antonio Caro, Estudios constitucionales. Biblioteca Popular de Cultura
Colombiana, Bogotá, 1951, pp. 58-59.
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Y continúa:
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tenemos derecho a decir en desarrollo de las Bases. Puede hacerse con los
términos más solemnes la proclamación de que la República reconoce
que es la Iglesia Católica la que los colombianos, en su gran mayoría, profe-
san. Tendríamos derecho para eso; pero no podríamos, validos de esto,
establecer la unión íntima de dos potestades que tenderán a rivalizarse o
a someterse recíprocamente, con perjuicio de la potestad eclesiástica y de
la misma Religión33.
El gobernante puede opinar como guste, como particular, pero está obliga-
do, como gobernante, a respetar y hacer que sea respetado el sentimiento
público34.
Vista la redacción final del artículo 38, tenía razón José María Samper
cuando, en sus comentarios a la Constitución de 1886, afirmaba:
Creíamos unos, por una parte, que era erróneo, científicamente hablando,
el atribuir a la nación la facultad o aptitud de profesar la religión católica,
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a) El confesionalismo de Estado
nes públicas o privadas que sean contrarias a la moralidad; se permite a la Iglesia cató-
lica administrar libremente sus asuntos sin autorización del gobierno civil (art. 53); se
declara incompatible el ejercicio del ministerio sacerdotal con el desempeño de cargos
públicos, salvo tratándose de la instrucción y la beneficencia públicas (art. 54); se exo-
neran del pago de impuestos algunos edificios de la Iglesia, según la función que pres-
tan (art. 55), y se permite al Gobierno celebrar convenios con la Santa Sede apostólica
para regular cuestiones pendientes, así como las relaciones entre las potestades ecle-
siástica y civil (art. 56).
37. Ibid., p. 349.
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presencia terrena del poder divino (...). Dios es el autor del universo; en
Dios radica el atributo máximo de la "autoritas" (...). De la "autoritas"
surge la legitimación última del poder en la divinidad; éste se expresa en
la ley divina, cuya observancia es la condición de posibilidad para lograr
el fin sobrenatural de la vida eterna3 .
La ley humana, la ley escrita, es, por sí sola, ineficaz; sólo es poderosa y santa
cuando su origen es respetable y respetado, cuando en los grandes aconte-
cimientos de la historia se reconoce la acción de un poder divino que adoc-
trina, castiga y premia a las naciones, y les concede situaciones extraordina-
rias para constituirse y engrandecerse. Entonces el orden legal es sólido,
porque se apoya en el orden moral y en la fe religiosa de la sociedad39.
38. Ligia Galvis, Filosofía de la Constitución colombiana de 1886, Lito Camargo, Bogo-
tá, pp. 61-62.
39. Miguel Antonio Caro, "Esquema de la historia constitucional colombiana", en
Estudios constitucionales, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, 1951, p. 40.
40. M. A. Caro, Escritos políticos, primera serie, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá,
1990, pp. 20-21.
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Dado que la causa católica debe abrirse camino por entre sus detracto-
res, ella está en la obligación —según Caro— de llevar "a sus hombres a
los puestos públicos y sus doctrinas a categoría de principios sociales"41.
Es en este aparte donde se revela la real dimensión de la causa defendi-
da por Caro. Su objetivo es acceder al poder para propagar la fe católica,
por ser ésta la religión mayoritaria en la Nación y pilar fundamental de la
unidad nacional. De esta forma el poder estatal se pone al servicio de
una concepción de mundo —la única verdadera— para regular las rela-
ciones particulares, sociales e institucionales con arreglo a la ley divina.
Frente a esta estrecha relación entre poder espiritual y poder estatal,
asombra que Caro celebrara en 1871 —bajo la vigencia de la Constitu-
ción de Rionegro— que los escritores católicos vieran garantizados en la
Constitución de 1863, en forma más que suficiente, sus derechos de liber-
tad de pensamiento y expresión. Seguidamente el mismo Caro confiesa
que ellos habrían estado muy lejos de consagrar "la indiferencia religio-
sa". Contrasta el hecho de que Caro alabe la libertad religiosa que le per-
mite expresar y ejercer sus ideas y convicciones religiosas, pero esté dis-
puesto a negar dicha libertad a quienes la ejerzan en contravía de las
convicciones católicas. En este punto es notorio el rechazo de la separa-
ción entre la Iglesia y el Estado, así como el rechazo a una actitud tole-
rante frente a concepciones valorativas diferentes de la propia.
b) La tradición
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número de negros que diariamente sale del poder de sus amos y se mez-
cla con la sociedad, trayendo el germen de todos los vicios, la indolencia y
ferocidad que les dio el clima de África, y el odio a la raza caucásica que
produce su propia constitución y la inferior escala en que se miran colo-
cados. Dentro de muy poco tiempo apenas quedará raza blanca entre no-
sotros, y en lugar de las virtudes propias de ciudadanos de una República,
sólo se observará la barbarie, los hábitos de esclavitud o la ignorancia y la
ferocidad de la raza que la codicia introdujo en estos países (...)5°.
c) El pensamiento de excepción
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55. M. A. Caro, "Cartas al Doctor Ezequiel Rojas", en Obras, tomo 1: Filosofía, reli-
gión, pedagogía, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1962, pp. 387-388.
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56. León xm, Libertad, 20 de junio de 1888, Ley eterna (numeral 11)
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57. M. A. Caro, Escritos políticos, primera serie, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá,
1990, p. 23. La afirmación en el sentido de que la Constitución de 1863 se inspira en la idea
de derechos o libertades absolutos o ilimitados es contraria al mismo texto constitucio-
nal, como se demuestra con relación a la libertad de religión. Decía el artículo 15, numeral
16 de la mencionada Constitución: "Es base esencial e invariable de la Unión entre los
Estados el reconocimiento y garantía, por parte del gobierno general y de los gobiernos de
todos y cada uno de los Estados, de los derechos individuales que pertenecen a los habitantes
y transeúntes en los Estados Unidos de Colombia, a saber: (...) La profesión libre, pública
o privada, de cualquier religión; con tal que no se ejecuten hechos incompatibles con la
soberanía nacional, o que tengan por objeto turbar la paz", M. A. Caro, Escritos políticos,
cuarta serie, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1993, p. 22 (pie de página número 1).
58. Ibid., p. 24.
59. Ibid., p. 24.
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65. Víctor E. Caro y Antonio Gómez Restrepo (eds.). Obras completas de Miguel
Antonio Caro, Labores legislativas y estudios jurídicos, tomo vn, Imprenta Nacional, Bo-
gotá, 1942, p. 3.
66. Miguel Antonio Caro, Estudios constitucionales y jurídicos, primera serie, Insti-
tuto Caro y Cuervo, Bogotá, 1986, estudio preliminar de Carlos Valderrama Andrade, p.
xxxvi.
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67. Fernando Vélez, Estudio sobre el derecho civil colombiano, París, 1926, p. 23.
68. Antonio José Rivadeneira Vargas, Historia constitucional de Colombia, Ed. El
Voto Nacional, Bogotá, 1962, p. 92.
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Conclusión
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