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Enseñanza Efectiva | tema

Autor: Carmen Lomas Pastor | Fuente: Hacer Familia # 84. Ediciones Palabra, Madrid
¿Cómo hacer alumnos e hijos lectores?
La lectura no solo proporciona información (instrucción) sino que forma (educa) creando hábitos de reflexión, análisis,
esfuerzo, concentración... y recrea, hace gozar, entretiene y distrae.

CAPÍTULO 1

Introducción al tema

- «De un tiempo a esta parte vengo observando una profunda preocupación por la cultura escrita» .

Me lo decía, con cierta inquietud, un amigo, hombre especialmente sensible a los cambios sociales. Su afirmación nos
dio pie a un diálogo rico en reflexiones -llegamos a plantearnos si, dentro de unos pocos años, la lectura será
prácticamente suplantada por otras técnicas de comunicación- que sin duda pueden ser útiles al lector de este libro.

Nos encontramos en un momento histórico que puede definirse, entre otras características, por un vertiginoso proceso
de cambio. Un cambio profundo de las estructuras sociales y económicas, del mundo profesional y de las relaciones
familiares, etc. En este proceso, los sistemas de comunicación -que cada día nos sorprenden con nuevas tecnologías-
juegan un papel de indudable protagonismo. Los nuevos medios de comunicación nos ofrecen, casi a diario,
posibilidades insospechadas que pretenden facilitar las relaciones humanas; posibilidades que pueden enriquecer la
convivencia pero que, al tiempo, pueden hacerla más difícil...

Es indudable que los medios audiovisuales -la televisión digital, los vídeos, los CD-ROM y especialmente la
«informática multimedia»-, están ya presentes en todos los ámbitos de la vida social: la empresa, la escuela, la familia,
el ocio... A través de Internet es posible acceder, de forma sencilla y prácticamente inmediata, tanto a la información
-exhaustiva y sobre cualquier tema- como a la comunicación con interlocutores de cualquier parte del mundo.

Es también hoy una realidad patente cómo nuestros hijos, nuestros alumnos, han alcanzado un dominio importante de
estos medios: podríamos decir que la informática, Internet y, en general, las tecnologías de la información «no tienen
secretos para ellos», forman parte de su vida cotidiana -de su ocio, de su trabajo escolar...-: han nacido y han
convivido con ellos desde el principio y de forma natural.
Esta situación, con implicaciones educativas y de desarrollo personal tan positivas, también nos puede provocar esa
«profunda preocupación por la cultura escrita». Nuestros hijos, ¿están igualmente familiarizados con la lectura y con
la escritura?, ¿están desarrollando una competencia similar en su compresión y expresión oral y escrita?

Durante siglos, los conocimientos se almacenaban en la memoria y eran transmitidos de generación en generación por
medio de la palabra hablada. Cuando apareció la escritura, la tradición oral era tan fuerte que no pudo imponerse de
manera inmediata. Johannes Gutenberg tropezó con incomprensibles y dificultades, pero la letra impresa se fue
imponiendo como medio de transmisión de conocimientos. Había que aprender a leer pues la comprensión escrita era
tan necesaria como la comprensión oral.

Ahora estamos viviendo un momento semejante: «Nos encontramos a medio camino entre lo impreso y lo visual,
como en otros siglos se estuvo entre la oralidad y la escritura» . Con la aparición de la imagen en movimiento -y
gracias a su enorme fuerza y atractivo-, el lenguaje audiovisual se ha ido imponiendo frente a la letra escrita. Y, ante
el «viejo oficio lector», nos planteamos un gran interrogante: dentro de, por ejemplo, una decena de años, ¿cómo será,
en la forma y en el fondo, el hábito lector de las nuevas generaciones?

En esta línea, están surgiendo voces autorizadas que se preguntan si «se perderá el camino recorrido en la difícil
carrera de la alfabetización de las capas más extensas de la sociedad, para volver a los tiempos en que el libro era un
objeto precioso solo al alcance de unas elites? ».

Durante quinientos años -desde la invención de la imprenta-, el monopolio de la comunicación cultural lo ha ejercido
el libro; pero el hecho de que ahora lo comparta con otros medios, ¿hace temer por su existencia en el futuro?

Los principales expertos en esta cuestión consideran, sin ningún género de dudas, que el hecho de que el libro no sea
hoy el único instrumento de comunicación y de transmisión de la cultura, no quiere decir que no posea un papel
específico e insustituible. Así, por ejemplo, Michel Gault considera que el libro es y seguirá siendo insustituible
«como vehículo de fantasía, de exploraciones interiores, de meditación, de recreación». Por su parte, José Jiménez
Lozano, haciéndose eco de esta preocupación, escribía recientemente: «la televisión o el Internet quitan mucha lectura
¿a quién? Seguro que no será a un lector, por la sencilla razón de que lo que da la lectura no lo pueden ofrecer otras
cosas, y viceversa; así que cada cual sabrá lo que busca y lo que necesita».

Los testimonios autorizados sobre el poder evocador de las palabras, que se hace patente en la letra escrita, son
innumerables. Ramón María de Valle-Inclán dejó escrito: «Las palabras son espejos mágicos donde se evocan todas
las imágenes del mundo». Stephen King, el autor del primer libro en Internet, hacía las siguientes declaraciones:
«Aunque Internet ofrece grandes posibilidades, no creo que haya nada que pueda reemplazar a la palabra impresa y a
los libros encuadernados».

Así pues, no es verdad que «una imagen vale más que mil palabras»; hay una equivocación en los términos que habrá
que invertir, pues «es cada palabra la que sugiere -la que encierra- mil imágenes».

No debemos temer por una posible desaparición del libro. Es razonable pensar que, dentro de unos años, el libro no
será un objeto formalmente igual al actual: quizá se cambie el soporte de papel por un soporte informático; quizá el
texto aparezca en una pantalla y no podamos pasar nuestra mano por la superficie de sus páginas; quizá para pasar sus
hojas y avanzar en su lectura tengamos que apretar el botón derecho o izquierdo de nuestro «ratón»... Pero ahí estará
el texto escrito conteniendo, bajo esos signos, una obra de arte en la que podremos adentrarnos y de la que podremos
gozar.

La lectura será siempre necesaria.

Nuestra sociedad necesita buenos comunicadores, hombres que sepan pensar con orden y claridad, expresarse bien y
saber escuchar. Y esta competencia comunicativa tiene su fuente de alimentación y entrenamiento en la lectura.
Es verdad que en nuestro país no existen ya prácticamente analfabetos, pero sí podemos hablar de altos porcentajes de
personas que son analfabetos funcionales, aunque sepan leer y escribir. Estudios estadísticos recientes sobre los
hábitos lectores -libros, prensa diaria, etcétera- de personas adultas arrojan porcentajes alarmantes: en enero del 2000,
el IMEC hacía públicos los siguientes datos sobre la frecuencia de lectura de libros en mayores de 14 años:

Casi todos los días 19,9 %


1-2 veces por semana 13,9 %
2-3 veces por semana 4,6 %
Una vez al mes 4,8 %
Menos de una vez al mes 4,5 %
Casi nunca lee 51,8 %
NS / NC 0,5 %

Unos meses más tarde -en noviembre del 2000- se publicaban los datos de la encuesta sobre hábitos de lectura y
compra de libros de los españoles mayores de 16 años. Cito algunos datos que siguen estando en la línea de los
anteriormente expuestos: El 42 % de los españoles no lee nunca o casi nunca (Nunca, el 23 % y casi nunca, el 19 %);
solo el 58 % de los españoles leen regularmente (todos los días, el 22 % y semanalmente, el 36 %); el 30 % de los
españoles no compra ningún libro. La encuesta ha impulsado el Plan de Fomento de la Lectura que ha elaborado el
Ministerio de Educación, Cultura y Deportes y que va dirigido a la población escolar comprendida entre los 10 y los
16 años, por ser esta «la edad en la que se pueden adquirir hábitos sólidos y constantes» (Pilar del Castillo).

Las estadísticas sobre hábitos de lectura en la población escolar son difíciles de elaborar, pues el niño que dice leer
posiblemente lo hace por las necesidades del currículo escolar, pero estas lecturas no responden a lo que es un hábito
lector.

Contrastando con esos datos estadísticos, la producción editorial de libros infantiles y juveniles sigue un ritmo
desproporcionado: anualmente se publican más de cinco mil títulos. Este elevado número de publicaciones puede
generar cierta confusión en los padres y en los educadores escolares, e incluso en los libreros, a la hora de orientar la
lectura de sus hijos y de sus alumnos: es difícil acceder, con la suficiente profundidad, a todo lo publicado, y
distinguir el buen libro del malo; resulta por tanto complicado elegir y recomendar lo mejor y más adecuado para cada
uno.

Y, sin embargo, esta elección y orientación resultan fundamentales, especialmente para los que se están iniciando en
el hábito de la lectura. En esos inicios es muy importante que las primeras lecturas sean atractivas, capaces de llamar y
mantener la atención y el interés del lector novel; que su lenguaje -vocabulario, estilo...- se adecúe a su edad; que la
temática responda a sus intereses y madurez; etcétera. En caso contrario, es fácil sembrar la decepción (con dos o tres
decepciones de este tipo, corremos el riesgo de perder un lector, con lo que esto supondrá para su futuro crecimiento
personal).

Junto a esta necesidad de orientación, cada vez es mayor el número de padres que solicitan estrategias concretas
-sencillas y eficaces- que les permitan realizar con sus hijos una animación lectora y conseguir despertar en ellos el
deseo y el gozo de leer.

Aunque no existen fórmulas infalibles, ni se ha encontrado ningún sortilegio que pueda convertir de la noche a la
mañana a una persona en amante de los libros, sí conocemos técnicas y procedimientos que pueden facilitar esta
importante acción educativa de la familia: fomentar la afición y el gozo por la lectura. Trataremos algunos de ellos en
este libro. También ofreceremos orientación sobre títulos, tanto de literatura actual como clásica, adecuados para las
diferentes edades.

En todo caso, es importante ser consciente de que hacer de nuestros hijos grandes lectores es una conquista que solo
es posible con esfuerzo y convencimiento, y que exige plantearse -sin desánimos- objetivos a
corto y medio plazo. Se trata, además, de una conquista que requiere por parte de los
educadores entusiasmo contagioso en el amor por la lectura.

Así mismo, es preciso ser consciente de que cada hijo es irrepetible y que las estrategias han
de diseñarse individualmente con cada uno. Cada persona tiene sus intereses y cada libro
¿Cómo hacer alumnos e hijos tiene su público lector. En esto precisamente insiste Ibañéz Langlois cuando afirma: }
lectores?
• Hay libros que soportan cualquier lector.
• Hay lectores, tan voraces, que soportan cualquier libro.
• Hay libros que tienen diversos niveles de lectura.
• Hay libros que pueden leerse siempre.
• Hay libros que solo se leen con placer y sabiduría en la juventud.
• Hay libros que no deben leerse nunca.
• Hay libros que marcan para siempre.

Así pues, con este libro deseo ofrecer soluciones a dos cuestiones que se plantean los padres con la preocupación de
hacer de sus hijos buenos lectores:

1°. ¿Qué puedo hacer para que mis hijos adquieran la afición lectora?
2º. ¿Qué libros son los más adecuados para cada uno de ellos?

La primera cuestión nos remite a las técnicas de animación a la lectura, a las estrategias que podemos poner en
práctica para acercar el libro al niño y despertar su deseo de leer. La segunda supone establecer criterios para elegir un
libro adecuado para cada uno de nuestros hijos, y ofrecer una relación comentada y suficientemente amplia.

Ojalá sepa dar una respuesta satisfactoria a estos dos interrogantes y así ayudaros en esta gran tarea.

CAPÍTULO 2

Importancia de la Lectura

Desde hace unos años se está notando un creciente interés de los padres por la lectura de sus hijos, quizá porque saben
-se les dice así desde los medios de comunicación- la relación que existe entre lectura y rendimiento escolar.

Desde estas páginas quisiera hacerles conscientes de que el potencial formativo de la lectura va más allá del éxito en
los estudios; la lectura proporciona cultura, desarrolla el sentido estético, actúa sobre la formación de la personalidad,
es fuente de recreación y de gozo.

La lectura constituye un vehículo para el aprendizaje, para el desarrollo de la inteligencia, para la adquisición de
cultura y para la educación de la voluntad.

¿Qué es ser lector? ¿Basta saber leer para ser lector?

Etimológicamente la palabra leer viene del verbo latino «legere» que significa «coger». Así pues, leer es descifrar un
mensaje, comprender lo que está escondido tras unos signos exteriores: leer es desentrañar, descubrir.

Tradicionalmente ha sido la escuela la institución encargada de enseñar a leer, a comprender un contenido expresado
en signos gráficos, a conocer y utilizar una técnica lectora. Pero somos conscientes -la experiencia nos lo demuestra
cada día- que no basta saber leer, no basta conocer las técnicas lectoras y comprender el texto escrito para ser un
lector.

Muchas personas reducen la lectura al uso indispensable como instrumento informativo: letreros, avisos, cartas...
Algunos llegan a leer ciertos asuntos relativos a su trabajo, pero no tienen interés por leer otras cosas. Leen por
necesidad pero no han llegado a captar el placer que puede proporcionar la lectura. Hacen pensar en esos aparatos
sofisticados que pueden hacer muchas cosas, pero que por ignorancia o falta de capacidad de quienes los usan, solo
sirven para realizar un trabajo rutinario y exento de creatividad. No son analfabetos pero tampoco son lectores.

Ser lector supone convertir la lectura en una necesidad vital, hacer de la lectura un hábito voluntario, una actividad
elegida libremente, deseada y gustosa.

Pedro Salinas definía al lector como «el que lee por leer, por puro gusto de leer, por amor invencible al libro, por
ganas de estarse con él horas y horas, lo mismo que se quedaría con la amada» (...) «Ningún ánimo, en él, de sacar de
lo que está leyendo ganancia material, ascensos, dineros, noticias concretas que le aúpen en la social escala, nada que
esté más allá del libro mismo y de su mundo» (El defensor. Ed. Alianza. Madrid, 1967).

José Antonio Pérez-Rioja, en su libro La necesidad y e1 placer de leer, afirma: «Cuando de verdad se habitúen a leer,
experimentarán por sí mismos que se puede gozar leyendo, que sumirse en la lectura de ciertos libros supone muchas
veces una evasión y que hay también otros libros que nos producen una ilusión inmensa». Cuando esto se ha
experimentado personalmente, podemos decir que tenemos un lector.

Para ser lector, para tener el hábito de la lectura, no basta con que el niño sepa leer -incluso en el caso de que sea un
diestro lector-, es necesario que experimente el goce de leer.

¿Qué bienes reporta la lectura?

Voy a realizar una enumeración -no pretendo que sea exhaustiva- de bienes que trae consigo la actividad lectora, y así
ayudar a interiorizar su importancia. También quiero indicar que el beneficio personal que cada lector saca de la
lectura es muy variado, pues todas las actividades humanas -por ser libres son irrepetibles y personales.

En cualquier caso, podemos afirmar que con la lectura llegan a la persona un cúmulo de bienes que la mejoran.

La lectura no solo proporciona información (instrucción) sino que forma (educa) creando hábitos de reflexión,
análisis, esfuerzo, concentración... y recrea, hace gozar, entretiene y distrae.

• La lectura ayuda al desarrollo y perfeccionamiento del lenguaje. Mejora la expresión oral y escrita y hace el lenguaje
más fluido. Aumenta el vocabulario y mejora la ortografía.

• La lectura mejora las relaciones humanas, enriqueciendo los contactos personales. Nutre los contenidos de nuestras
conversaciones y nos ayuda a comunicar nuestros deseos y sentimientos

. Nos da la posibilidad de conocer a personajes que de otro modo no podríamos haber conocido y asomarnos al
interior de muchas personas entablando con ellas una sabrosa conversación que nos enriquece... Según Huang
Shanku: «Un sabio que no ha leído nada durante tres días siente que su conversa-ción no tiene sabor (se hace
insípida)».

• La lectura da facilidad para exponer el propio pensamiento y posibilita la capacidad de pensar. Podemos decir que
proporciona materia para pensar ya que no se puede pensar si no tenemos ideas, palabras, conceptos. Hace años
circuló un eslogan para fomentar la lectura que decía: «Si no lees, calla, se nota».
• La lectura es una herramienta extraordinaria de trabajo intelectual ya que pone en acción las funciones mentales
agilizando la inteligencia. Por eso tiene relación con el rendimiento escolar.

Cuando esta actividad se realiza de una forma puramente mecánica, sin comprensión de lo leído, es fácil que genere
en los niños una «fobia» ante el libro; un miedo secreto, inconfesado, inconsciente, a no entender un texto que le llena
de inseguridad y la angustia ante un libro; y si el libro tiene muchas páginas -«es gordo»- esta repugnancia aumenta
pues le hará pensar en las muchas horas de esfuerzo que le va a exigir su lectura, un esfuerzo especialmente ingrato
por ser ineficaz.

• La lectura aumenta el bagaje cultural; proporciona información, conocimientos. Cuando se lee se aprende. Leer para
saber quiénes somos y de dónde venimos y adónde vamos; leer para iluminar nuestro presente teniendo memoria del
pasado; leer para comprender los fundamentos de nuestra civilización. Podemos afirmar que un chico que lee es un
hombre que sabe, un hombre que piensa. La lectura, enriquece nuestra vida.

• La lectura amplía los horizontes del individuo permitiéndole ponerse en contacto con lugares, gentes y costumbres
lejanas a él en el tiempo o en el espacio. Por el contrario, el hombre que no tiene el hábito de leer, está apresado en su
mundo inmediato. Recuerdo la experiencia realizada por una bibliotecaria, enamorada de su trabajo, que trabajaba en
el extrarradio de una gran ciudad. Aquellos niños -que no disponían de medios económicos para desplazarse a otros
lugares- periódicamente realizaban «grandes viajes» con los libros; vivían una maravillosa aventura yendo a lugares
lejanos a través de unas lecturas bien seleccionadas. Aquellos viajes les aportaban unos conocimientos iguales o
mayores que los que pueden adquirir quienes realizan un desplazamiento real.

La lectura estimula y satisface la curiosidad intelectual y científica. La curiosidad no se puede forzar, hay que
despertarla. Y la curiosidad del lector es insaciable; leyendo va encontrando respuestas a sus interrogantes, al tiempo
que genera nuevas preguntas. «Estimular la lectura será pues, promover interrogantes» (G. Janer Manila).

Menéndez Pelayo -cercana ya su despedida de este mundo- afirmaba: «Lo único que siento es la cantidad de libros
que aún me quedan por leer».

• La lectura despierta aficiones e intereses.Es una puerta abierta por la que nos asomamos a mundos inéditos, a
parcelas de la vida cultural, social, artística, etc. que no hubiéramos conocido nunca si no hubiera sido por los libros.

• La lectura desarrolla la capacidad de juicio, de análisis, de espíritu crítico. El niño lector pronto empieza a plantearse
porqués. ¿Por qué este autor afirma lo contrario que este otro? ¿Qué ventajas tiene este planteamiento frente a aquel?
¿Dónde está la verdad? ¿Dónde está la opinión?

• La lectura fomenta el esfuerzo pues exige una colaboración de la voluntad. La lectura exige una participación activa,
una actitud dinámica. El lector es protagonista de su propia lectura, nunca un sujeto paciente. Mientras leemos todas
nuestras facultades están en «alerta»: vemos, oímos, olemos, recordamos, sentimos amor, odio, envidia... ¿No es
cierto que hemos sentido «el olor de las hojas empapadas y los troncos podridos» que percibió el doctor Livesey
cuando al llegar a la isla «olfateaba y olfateaba como quien prueba un huevo podrido»?.

• La lectura potencia la capacidad de observación, de atención y de concentración. Estas cualidades son muy
necesarias en nuestro mundo. El niño tiene mucha dispersión porque está reclamado constantemente por cosas muy
variadas y, como todas le interesan, no quiere renunciar a ninguna siendo muy superficial la atención prestada a cada
una. A1 niño le cuesta concentrarse y somos conscientes de que objetivamente lo tiene difícil. La lectura puede ser
nuestra aliada para promover y desarrollar el hábito de la atención.

• La lectura facilita la recreación de la fantasía y el desarrollo de la creatividad. El lector, durante la lectura, recrea lo
que el escritor ha creado para él. ¿No es verdad que cuando hemos ido al cine a ver la película del libro que hemos ya
leído, la película no acierta a darnos lo que esperábamos? Cada lector recrea el libro, ha de imaginar todo. En una
película todo está dado, nada se conquista, hasta los sonidos que acompañan a una acción están ya determinados.

En cambio, la experiencia lectora es tan personal que podemos afirmar que un mismo libro puede ser distinto para
personas diferentes; cada lector la interpreta libremente según su modo de ser, sus conocimientos, sus experiencias y
los sentimientos que le provoca.Incluso cuando el mismo lector vuelve a leer el mismo libro en períodos diferentes,
logra un sabor distinto. Siempre al leer hacemos nuestro libro, pues siempre la lectura queda teñida por nuestra
experiencia y nuestra visión interior.

• La lectura es un acto de creación permanente. Laín Entralgo señala: «Todo cuanto un hombre lee es por él
personalmente recreado, vuelto a crear (...). Pero el lector, además de recrear, se recrea, se crea a sí mismo de nuevo,
vuelve a crear su propio espíritu».

• Las lecturas nos cambian igual que las buenas o las malas compañías. Toda lectura deja huella, uno no es el mismo
después de cada lectura. Por eso se afirma que «un libro es un amigo». En ocasiones un libro es nuestro mejor amigo,
aquel que nos consuela, acompaña, distrae, aconseja y deja en libertad.

• La lectura favorece el desarrollo de las virtudes morales siempre que los libros se seleccionen adecuadamente. Las
lecturas proponen modelos para admirar e imitar; y, mientras los modelos vivientes (padres, profesores, etc.) pasan,
los protagonistas de los libros permanecen.

• Las lecturas nos hacen más libres. Hace unos años hubo un eslogan para la promoción de la lectura que decía: «Más
libros, más libres». Y es que todo acto de lectura es un acto de libertad. El individuo ante el libro se siente libre. El
lector manda sobre el libro, puede estar de acuerdo o en desacuerdo con las afirmaciones del texto, puede leer
ordenadamente o enterarse del final, dar marcha atrás y releer unas páginas, ir hacia delante saltándose una parte,
interrumpir la lectura... También el lector tiene esa otra libertad que es la de hacer su propio libro con su participación
activa, imaginando, explorando, encontrando respuestas y haciéndose preguntas que solo él podrá responder.

• La lectura potencia la formación estética y educa la sensibilidad estimulando las buenas emociones artísticas y los
buenos sentimientos. Las lecturas nos ayudan a conocernos a nosotros mismos y a los demás, y -de este modo-
favorecen la educación del carácter y de la afectividad, despertando buenos sentimientos. La lectura nos enriquece y
nos transforma, nos hace gozar y sufrir.

• La lectura es un medio de entretenimiento y distracción, que relaja, que divierte. Muchos «sesudos» padres dan poca
importancia a esta cualidad de la lectura, les parece que la lectura es algo serio que no se puede convertir en
divertimento, creen que hay que leer para instruirse y que la lectura que no aporta instrucción es una pérdida de
tiempo. ¡Qué equivocados están! Quizá no han descubierto que el ocio es un valor.

• La lectura es una afición para cultivar en el tiempo libre, un hobby para toda la vida. Una afición que puede
practicarse en cualquier tiempo, lugar, edad y situación; una afición al alcance de todos; una afición que cultiva lo
más especifico del hombre: su entendimiento, su voluntad, su imaginación y creatividad, sus ideales y valores
humanos. La lectura es una afición que está al alcance de todos siempre.Ya Montesquieu afirmaba: «Amar la lectura
es trocar horas de hastío por horas deliciosas».

• La lectura es fuente de disfrute, de goce, de felicidad. Se ha hablado mucho de «el placer de leer», y esta frase
expresa una verdad. Leer es una pasión, algo que envuelve a la persona entera y le comunica un deleite porque es una
actividad auténticamente humana.

Para explicar qué es el goce de la lectura voy a transcribir unos párrafos de Michael Ende en La historia interminable
que me parecen es-pecialmente elocuentes:
«Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara,
leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado...

Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque papá o mamá o alguna otra persona
solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir porque mañana hay que
levantarse...

Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas porque una historia maravillosa acababa y
había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que
había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecía vacía y sin sentido...

Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender, probablemente, lo que Bastián hizo
entonces. Miró fijamente el título del libro y sintió frío y calor a un tiempo. Eso era, exactamente, lo que había soñado
tan a menudo y lo que, desde que se había entregado su pasión venía deseando: ¡Una historia que no acabase nunca!
¡El libro de todos los libros!».

Leer para vivir

Se dice del maestro Fray Luis de León que anduvo en pleitos y buscando dineros para saldar las cuentas de sus libros
«que eran también libros de su vida y sin los cuales no podía vivir».

Cuando leemos, la vida adquiere una mayor plenitud. Cuando la lectura ha entrado a formar parte de la vida de una
persona, no leer supone una mutilación, una ausencia dolorosa. ¿No habéis leído cómo en los campos de
concentración nazi, algunos sobrevivieron recitando de memoria obras literarias? ¿Cómo se puede vivir sin leer
cuando la lectura se ha convertido en una necesidad vital? Podemos afirmar con C. Bertolo que «la enfermedad de
leer tiene sus ventajas».

Saber leer y ser lector

María Eugenia Dubois. Conferencia presentada en la Jornada de Reflexión sobre Lectura y


Escritura en Barranquilla.

Desde hace décadas, en casi todos nuestros países, se vienen realizando enormes esfuerzos en
aras de la enseñanza, promoción y animación de la lectura a fin de solucionar lo que se ha dado
en llamar la crisis de la lectura. Instituciones escolares, bibliotecas, asociaciones y grupos de
maestros, organismos nacionales e internacionales, grupos editoriales, todos se han abocado,
desde sus respectivos campos de acción al tratamiento del problema. Se esperaba que la suma
de tantas voluntades rindiera sus frutos y hoy, en verdad, se podría decir que son pocos los
niños y los jóvenes a quienes las escuelas e institutos no hayan podido enseñarles a leer. Sin
embargo, nos seguimos quejando de que nuestros alumnos no son lectores. Pero no es de
extrañar, no basta con saber leer para ser lector. El conocimiento del código escrito y de sus
reglas es una condición necesaria, pero no siempre suficiente para ser lector. ¿En qué estriba la
diferencia? ¿Qué es lo que hace de alguien que sabe leer un lector y de otro no? ¿Qué
características distintivas le atribuimos a quien llamamos lector, de las que carecería quien sólo
sabe leer?

Recuerdo por lo menos dos autores que se han referido a la diferencia entre saber leer y ser
lector, y me voy a permitir tomar en préstamo sus conceptos. El primero de ellos es Pedro
Salinas[1], escritor y poeta español, quien tipificaba muy bien esa diferencia cuando distinguía
entre leedores y lectores. Decía Salinas que la galería de los primeros era copiosa y daba
numerosos ejemplos acerca de quienes la formaban, entre ellos, el estudiante que sólo lee para
los exámenes, los profesores que sólo leen para preparar sus clases, los que sólo buscan
información que les dé ganancia de algún tipo, los que sólo leen periódicos o comiquitas, en fin,
todos aquellos que “recorren con los ojos el papel impreso”, pero sin que intervengan las
“actividades superiores del alma”, según sus palabras.

“Frente a esas legiones de leedores” se encuentran, “en escasa minoría los lectores”. “Se define
el lector simplícísimamente – afirmaba Salinas - como “el que lee por leer, por el puro gusto de
leer, por amor invencible al libro, por ganas de estarse con él horas y horas, lo mismo que se
quedaría con la amada”. Y agregaba que no hay ningún ánimo en el lector “de sacar de lo que
está leyendo”….”nada que esté más allá del libro mismo y de su mundo.”

Debo confesar que, aunque no estoy de acuerdo con las palabras de Salinas en lo que se refiere
a poner etiquetas a los lectores – rechazo la idea de categorizarlos, como cuando se habla de
malos o de pobres lectores –, sí estoy de acuerdo con él en cuanto a su definición de lector. Ella
me trae, además, a la memoria aquellas palabras de Roland Barthes[2] cuando compara al
lector con el enamorado o el místico por su deseo de encerrarse a leer, haciendo de la lectura
“un estado absolutamente apartado, clandestino, en el que resulta abolido el mundo exterior”.
Creo que esta imagen del lector como alguien que se aparta de la realidad para vivir a través de
las imágenes que forja su imaginación es bastante frecuente, no sólo entre los que escriben
sobre el tema sino también entre la gente común.

El segundo autor, Alberto Manguel, en una magistral conferencia que pronunció en Sevilla hace
tres años, y que tituló Cómo Pinocho aprendió a leer, no deja lugar a dudas sobre la distinción
entre saber leer y ser lector.

Para este autor, las aventuras de Pinocho son en realidad “la crónica de un aprendizaje”. En
palabras de Manguel:

“La historia del muñeco es la de la educación de un ciudadano: la antigua paradoja de alguien


que desea ingresar en la sociedad de los hombres mientras que, simultáneamente trata de saber
quién es, no según lo perciben los demás, sino en sí mismo. Pinocho quiere ser “un niño de
verdad”, pero no cualquier niño, no la obediente y pequeña versión de un ciudadano ideal.
Pinocho quiere ser quien verdaderamente es bajo la madera pintada.”

Pinocho es un ser rebelde, desde luego, pero pese a su rebeldía, es consciente de que debe
retribuir a Geppeto, su creador, todo lo que ha hecho por él y decide, en consecuencia, que “irá
a la escuela donde aprenderá a leer, a escribir, donde aprenderá también matemáticas” y
después, cuando gane dinero “gracias a mi talento – dice Pinocho - le compraré una chaqueta
nueva a mi padre”. (Recordemos que Gepetto había vendido su única chaqueta para comprarle
la cartilla a Pinocho). Acepta entonces la escuela, y aunque “Pinocho se convierte en un niño
bueno que aprendió a leer – nos dice Manguel – Pinocho nunca se convierte en un lector”.

El hecho de aprender a leer, siempre de acuerdo con Manguel, significa varias cosas:
“…el proceso mecánico de aprender la clave de los signos mediante los cuales una sociedad
codifica su memoria”.
“…el aprendizaje de la sintaxis que rige dicho código”.
“…el aprendizaje de cómo las inscripciones en semejante código pueden servir (de una forma
profunda, imaginativa y práctica) para conocernos a nosotros mismos y para conocer el mundo
que nos rodea. Este último aprendizaje es el más arduo, el más peligroso y el más potente, y
este es el aprendizaje que Pinocho nunca alcanza a poseer”

Y sigue diciendo Manguel:

“Las tentaciones mediante las cuales la sociedad lo fascina y lo distrae, las burlas y las envidias
de sus compañeros, la fría tutela de su preceptor moral: todas estas presiones de índole diversa
crean para Pinocho una serie de obstáculos casi infranqueables que le impiden convertirse en un
verdadero lector.”
Muchos de nuestros niños y de nuestros jóvenes, al igual que Pinocho, no alcanzan a ser lectores
porque no han aprendido a leer en profundidad, no han aprendido a penetrar en los libros, a
dejarse llevar por la imaginación, a asomarse a otros mundos, a vivir otras vidas y a
experimentar distintas emociones, mientras sus ojos recorren las páginas del libro.

Pero también ellos, como Pinocho, están sometidos a muchas tentaciones en la sociedad actual,
aunque la índole de las mismas sea muy diferente de las que acosaban a Pinocho. Ni tampoco
están libres de la envidia y las burlas de sus compañeros que son causa, como bien lo sabemos
a través de la obra de Michèle Petit[3], del miedo y el rechazo a la lectura que muestran muchos
jóvenes. Con esto quiero decir que también nuestra sociedad opone muchos obstáculos en el
camino de quienes desean convertirse en lectores. Hay demasiadas opciones para ocupar el
tiempo disponible y todas son igualmente atractivas: música, cine, televisión, deportes, bailes,
nuevas tecnologías cada vez más sofisticadas… Entonces, ¿por qué leer? Estoy segura de que
Pinocho, el rebelde, y muchos niños y jóvenes como él, preguntarían ¿por qué tenemos que
convertirnos en lectores?

No resultaría fácil contestar a esa pregunta. En verdad no hay un porqué, en el sentido de que
nadie tiene obligación de convertirse en lector si no quiere serlo, pero es de lamentar que esa
decisión se tome por lo general a ciegas, antes de experimentar verdaderamente lo que significa
ser lector. Pero tal vez podríamos responder de otra manera, desde nuestra posición de lectores,
hablándoles acerca del influjo que ejerce la literatura en nuestro pensamiento, en nuestras
emociones, en nuestra manera de ver el mundo y de vernos a nosotros mismos; acerca de cómo
la lectura puede ayudarnos a contemplar nuestros problemas desde otra perspectiva, y cómo a
veces tan sólo una frase leída en un libro puede provocar un vuelco en nuestra vida. Podríamos
decirles que a través de la lectura nos vamos formando una identidad propia, que leer nos
permite adueñarnos de palabras y éstas nos hacen más libres, de cómo nunca nos sentimos
solos si tenemos la compañía de libros… ¿Convencerían estas respuestas a Pinocho y a sus
amigos? Seguramente no. No existen razones capaces de convencer a nadie para que se
convierta en lector. Y el motivo es muy simple. La lectura es una experiencia absolutamente
individual e irrepetible y sólo la realización continuada de esa experiencia puede despertar, o no,
nuestro deseo de persistir en ese camino.

Y entonces, ¿qué podemos hacer los docentes? La sociedad nos sigue reclamando la formación
de lectores, y en verdad creo que educar en la lectura es una de nuestras principales misiones,
quizá la más importante porque a través de ella es posible lograr la formación integral del
alumno como persona. Lo que la sociedad parece desconocer es que no sólo pone obstáculos
para que niños y jóvenes se conviertan en lectores, sino que también los pone ante nosotros, los
docentes, para que no podamos cumplir a cabalidad nuestro cometido. Peor aún, esos
obstáculos no provienen solamente de la sociedad en general, sino del propio sistema
educacional.

Si ustedes me lo permiten voy a abrir un paréntesis para hacer más claro lo que quiero decir.
Sabemos que el problema de la lectura es un problema mundial y que la formación de lectores
suscita preocupación aún en los países más desarrollados. Sin embargo, hay excepciones y una
de ellas la constituyen los estudiantes finlandeses. El rendimiento en lectura mostrado por estos
estudiantes en la evaluación de PISA, es decir del Programa para la Evaluación Internacional de
los Alumnos de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) realizada
en 2003, es el más alto, y con una ventaja bastante apreciable, sobre los demás países que
integran la Organización y que son los más desarrollados del mundo. También son estos
estudiantes los que muestran el mayor compromiso e interés en la lectura, comparados con los
estudiantes de los demás países. No es además la primera vez que esto sucede. Ya los
estudiantes finlandeses habían mostrado resultados sobresalientes en lectura, así como también
en ciencias, en evaluaciones anteriores diferentes a la de PISA.

En un artículo que estuve leyendo en estos días, escrito por dos miembros del equipo finlandés
de PISA[4], se exponen, precisamente, las posibles razones de los éxitos en lectura logrados por
los estudiantes de ese país. Y creo que vale la pena comentar algunas de ellas porque pueden
llevarnos a reflexionar sobre la situación que se vive en nuestros países en materia educativa,
sin olvidar, por supuesto, las enormes diferencias de todo tipo que nos separan de un país como
Finlandia.

Una de esas razones es la absoluta igualdad de oportunidades dada por el hecho de que todos
los estudiantes reciben la misma educación básica comprensiva desde los 7 hasta los 15 ó 16
años. La diferencia entre los centros educativos es mínima y todos están atendidos por
profesores de altísima calidad de modo de garantizar que todos los alumnos tengan las mismas
oportunidades de aprendizaje con independencia del lugar en que viven.

Otra razón es la valoración y el respeto de los que goza la profesión docente y, en especial la de
los maestros. El artículo dice textualmente lo siguiente: “Para la cultura finlandesa la profesión
docente ha sido una de las profesiones más importantes de la sociedad y por consiguiente se
han destinado muchos recursos para la formación del profesorado. Asimismo, se ha confiado en
que los docentes lo harían lo mejor posible, como auténticos profesionales, y por ello se les ha
otorgado una amplia independencia pedagógica en el aula, de modo que los centros han gozado
también de bastante autonomía a la hora de organizar su trabajo dentro de los límites flexibles
del currículo nacional”.

Una tercera razón, que explicaría el éxito de los estudiantes finlandeses y que es, a mi juicio, la
más importante, es que durante los 6 primeros años, es decir en los cursos de primero a sexto,
se da prioridad a la Lectura, Escritura y Matemáticas.

Cierro el paréntesis y pregunto; ¿cómo comparar esos seis años dedicados a lectura, escritura y
matemáticas con lo que sucede en nuestros países, cuyos programas de primer grado, de los
que yo conozco, tienen por lo menos cinco asignaturas, cada una con sus respectivos temas y
subtemas que, en algunos casos, suman más de cien? Sé de un programa de primer grado que
incluye como tema “nociones de estadística” y de otro programa que contiene “nociones de física
y de química”. Reconozco que esto es discutible, dado que todo depende de cómo se presenten
esos temas, pero mi temor y mi rechazo es que, como siempre, el sistema educativo siga
privilegiando el conocimiento antes que la formación.

¿Cómo seguir entonces reclamando a los maestros que formen lectores? ¿En qué espacios? ¿Con
qué tiempo? ¿Cómo es posible hacerlo mientras las condiciones del sistema escolar permanecen
inalterables?

La lectura, y también la escritura, es un arte y, como todo arte requiere de tiempo, esfuerzo y
mucha, muchísima práctica. Esta es especialmente importante para los niños menos favorecidos
cultural y económicamente porque sólo en la escuela pueden encontrar los buenos libros que
requiere su formación y el modelo lector encarnado en el maestro y en el bibliotecario, cuando lo
hay.

Por eso a estas alturas, después de tantos años de trabajar en este campo, tengo el
convencimiento de que hemos complicado innecesariamente el problema de la lectura y que la
realidad suele ser mucho más sencilla de lo que creemos. El problema de la lectura tiene hoy
para mí una sola respuesta: se aprende a ser lector leyendo mucho y leyendo buenos libros, con
la certeza, sin embargo, de que aún así no todos los niños y jóvenes van a convertirse en
lectores.

Pero también estoy consciente de que este enunciado, aparentemente tan fácil, es sumamente
difícil de llevar a la práctica mientras quienes tienen poder de decisión no sean capaces de
introducir los cambios que requiere el sistema educativo. No obstante, los docentes no podemos
cejar en nuestro empeño de formar lectores, es nuestra responsabilidad y nuestro compromiso
con los niños y los jóvenes que están a nuestro cuidado. Hemos hecho mucho, pero tenemos
que hacer todavía más. No sé cómo lo vamos a hacer, no sé cómo vamos a vencer los
obstáculos, pero no es posible defraudarlos. Para muchos de esos niños y jóvenes los docentes
encarnamos la única posibilidad de obtener lo que de otro modo sería imposible para ellos: una
identidad como lector mediante la cual podrán aprender a valorarse a sí mismos y al mundo que
los rodea. Si Pinocho, en lugar de la fría tutela de su preceptor, se hubiera encontrado con la
comprensión, el entusiasmo y el amor, que estoy segura todos nosotros estamos dispuestos a
poner en nuestra labor, Pinocho se hubiera convertido en un lector semejante al que esperamos
se conviertan nuestros propios alumnos.

María Eugenia Dubois


Mérida, octubre de 2006

Notas:

[1] P. Salinas (1996) El defensor. Bogotá: Editorial Norma


[2] R. Barthes (1987) El susurro del lenguaje. Buenos Aires: Paidós.
[3] M. Petit (2001) Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México: Fondo de Cultura
Económica.
M. Pedir (1999) Nuevos acercamientos a los jóvenes y a la lectura. México: Fondo de Cultura
Económica.
[4] P.Linnakilä, J. Välijärvi (2006) Rendimiento de los estudiantes finlandeses en PISA. Las
claves del éxito en lectura. Revista de Educación, extraordinario 2006, pp. 227-235.

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