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La antropología filosófica marca un punto de inflexión en la filosofía por medio de la crítica

del idealismo y del dualismo cartesiano, con una concepción del hombre como una unidad
física y psíquica. Fue también una respuesta a la teoría del historicismo alemán.
En la Edad Contemporánea se abre espacio a una amplia diversidad de corrientes que
proponen una visión sobre lo que es el hombre. La mayoría de éstas son el resultado de
una radicalización de las posturas surgidas en la Edad Moderna. Por un lado se posiciona
fuertemente una visión materialista sobre el hombre, según la cual en el ser humano no
existe más que el ser y el acontecer materiales. Se niega con ello lo espiritual en el
hombre, que siglos antes había sido considerado como la esencia misma del ser humano.
A favor de esta teoría se han intentado esgrimir argumentos surgidos de la teoría de la
evolución de Darwin. Por otro lado, la corriente existencialista ha negado que en hombre
se dé una esencia que lo determine, abogando que el hombre es ante todo
indeterminación y libertad pura. En esta doctrina se enfatiza la inmediatez de la
experiencia personal y la autodeterminación de la propia existencia por parte de cada
individuo, con el peligro de caer en el relativismo ético. Una tercera corriente muy fuerte
surgida en la Edad Contemporánea para tratar el tema del hombre es el personalismo.
Esta corriente filosófica busca poner el énfasis en el significado del ser personal del
hombre y su apertura constitutiva hacia los demás. Parte de la segunda formulación
del imperativo categórico kantiano según el cual la persona se debe tratar como un fin y
nunca como un medio. En los últimos años, algunos intelectuales de Latinoamérica han
analizado esta temática, tal como nos explica el antropólogo ecuatoriano Daniel Xavier
Calva Nagua (2013): "la mezcla de filosofía y de antropología, es el caldo de cultivo
perfecto para la investigación socio humana, dos grandes disciplinas académicas que se
parecen tanto, pero que estudian a su manera a la humanidad, juntas intentan darnos una
mejor concepción del ser humano, no solo como un ser racional o como un ser biótico,
sino como un ente que ama, que siente, que forja su destino".
El hombre no es algo que viene dado «esencialmente», sino que se configura a través de
sus relatos, mitos, narraciones, saberes, creencias y construcciones culturales. En todo
esto tiene una importancia capital el lenguaje, que le brinda la posibilidad de expresión y
de «sentido», pero también le muestra sus límites.
El hombre no está «atado» a algo fijo o estático, sino que se va configurando. El ser
humano se debe a un desarrollo temporal (historia) y a la vez a un «proyecto» que le
configura como alguien en desarrollo, nunca acabado. En esta historicidad, el hombre no
es un espectador imparcial de los fenómenos, sino que se ubica frente a los mismos desde
presupuestos «heredados» (tradición) que le orientan.

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