Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Mario
El personaje
J. Mario es uno de los pocos nadaístas que no se niegan los años. Tiene
veinticinco. Es el primogénito de un hogar digno pero pobre, formado por don
Jesús Arbeláez y su mujer. Su padre es de los Arbeláez de Rionegro
(Antioquia), donde todos son zapateros o ministros de hacienda. Pero don
Jesús resultó sastre, vaya uno a saber por qué. Supongo que para salvarse de
ser un ministro.
Luego don Jesús me explicó con ternura dejándolo todo en las manos de Dios,
y justificando a su mujer: "Ella quería que José Mario fuera doctor; está muy
desilusionada de que haya resultado poeta, pero yo le digo que es la voluntad
de Dios, y que esperemos a ver qué sale. Teníamos muchas esperanzas en
este muchacho, pues como es el hijo mayor... y hay cinco después de él".
Uno de los momentos estelares de la literatura colombiana de este siglo es, sin
duda, el encuentro de J. Mario y yo, en La Tertulia de Cali. Allá fui en 1960 a
dictar tres conferencias y a organizar el desorden de mi generación. Aquella
noche La Tertulia era un infierno de calor y un cielo de libertad. El público
desbordaba y deliraba frenético, escandalizado. Tres curas se salieron cuando
hablé de Dios; el diablo se echaba bendiciones; mi ángel de la guarda echaba
chispas; las colegialas palidecieron; la juventud enloqueció de frenesí. Para
que nadie dudara que éramos los profetas de la nueva oscuridad, y por tanto
geniales, locos y peligrosos, saqué un florero de mi chaqueta y lo estrellé
contra la pared para simbolizar que se iniciaba una nueva era en el arte y en la
vida.
Todos reímos, y como ya era tarde nos echaron de La Tertulia. Otro día salí del
bar a tomar el bus de la Flota Magdalena, de regreso a Medellín.
Dos meses después recibo carta del joven J. Mario donde me relataba el triste
destino del nadaísmo caleño. Se quejaba que los otros nueve compañeros
habían desaparecido; que él solo no se atrevía a dinamitar el busto de Efraín y
María; que no había vuelto a misa los domingos; que su novia le había dado
calabazas al saber que era nadaísta; que se había emborrachado con cubalibre
en la zona de tolerancia y que había perdido lo que sabemos; que ya no
escribía "poesía proletaria" y que había dejado definitivamente el comunismo;
que como si fueran pocas calamidades, también había perdido el año, y su
padre lo amenazaba con enseñarle sastrería o meterlo al ejército. Que en
síntesis, el nadaísmo era todo lo que le quedaba en la vida, pero que la vida
era una cochinada y se pensaba suicidar...
Pobre serafín. Para darle coraje le escribí una nota a la sastrería de su padre,
que decía más o menos así:
El reportaje
Me llamo J. Mario, con eso me basta, con eso me soy. No necesito más
apelativos como no necesito más ojos, ni más piernas. Soy el mejor poeta de
un país en el que no pedí nacer, pero en el que no por eso me doy a dejar
matar. Soy nadaísta, y eso aplasta toda definición. Antes fui camaján de
barriada, campeón de billares, discípulo de Vargas Vila, ídolo de lolitas y
proxenetas.
Orinar desde la punta de la Torre Eiffel. ¿La de mi otro yo? Llegar a ser
presidente de Colombia merced a una caudalosa votación nadaísta. ¿La de mi
ángel de la guarda? Ser el teólogo del ateísmo.
¿Y su peor defecto?
Usted está convencido de que le voy a decir que no, que mi "razón de vivir" es
estar vivo. Pero se equivoca, pues mi razón de vivir es estar muerto. Ahora
pregúnteme, si se atreve: ¿sacrificaría su muerte por lo que llama "su razón de
vivir"? Pues bien, la respuesta es la misma.
A Midas, para quien todo lo que brillaba era de oro. A Helena de Troya, ya que
no he podido conocer a París. A Tarzán, el hombre más mono del mundo. Al
Judío Errante, para entrenarlo en el arte del auto-stop. A Zeus, a Zaratustra, y a
Tristán Tzara.
Con todos, menos con Elmo que esta noche me está bebiendo en La Curva
del Beso (Bar-besuqueo).
Fuente: