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Gladys Castelvecchi

Este libro fue configurado en el taller Clase A. Santa Lucía 5265 esquina Faramiñán,
Nuevp París, Montevideo.

Título original: Algunos apuntes


Autor: Gladys Castelvecchi
Primera edición: La Propia Cartonera, Abril de 2010

Agradecemos infinitamente al autor por la autorización de la publicación de este


texto-

Editor responsable: La Propia Cartonera

Contactos; |apropiacartonera@gmail,com - wwwJaproplacartonera.blogsppt.com

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EDITORIAL LA PROPIA CARTONERA - NUEVO PARÍS - URUGUAY 2010


MANCHA DE PALILLO EDICIONES
ALGUNOS
APUNTES

Gladys Castelvecchi

LA PROPIA CARTONERA
La hamaca y el niño
acunan el aire,
adiestran
en solidez al viento.

5
Qué redondo frescor por el cielo.
Nada el niño su cuerpo liviano
en el agua
infantil de la nube.

6
Al caballito
lo que en verdad lo apenaba
del morir
era no soñar más.
Alguien me soñará se consolaba.
Soñante que me sueñes
suéñame como yo me soñaba,
Suéñame caballito verde
suéñame con alas.

7
La per rita,
trasladada de campaña
a una casa ciudadana,
mordisqueaba un lapicito
y se meaba de dicha
jugando con su arbolito.

8
Nos atraen los mares.
Dos olas nos ahogan.

9
Escritura por descifrar
el breviario de mares
de los caracoles que llegan,
vivos o muertos,
del profundo a la orilla.

10
Unos pocos cabellos jóvenes
desprendidos al desgaire
como un olvido casual
en el sombrero informe.

Cambiará fácilmente el sombrero


y a hurtadillas -de a poquito la
cabeza
el cabello...

11
¿Por qué será que en sueños
se atraviesan umbrales de miedo o de peligro?
¿Por qué será que pocas veces en los sueños
nos ventila la risa?

12
Bella la caparazón que fue
de un caracol, palacio.
Deletrearle las líneas,
los planos relucientes.

Qué espeluzno pensar


que nos camine por la mano,
vivo,
el dueño del palacio.

13
A veces se queda alguien
ensimismado (en-sí-tnismo)
en esa dotación del presente de mirar y no ver.
Se ha elegido, despierto,
el sueño de «en-sí-mismo».

Después están los otros,


las que te pescan desprevenido,
los que te parten los huesos del alma,
y tú fuera de ti,
ensombrado de ti, crujiendo como ni sospechabas
en esa insobornable vigilia paralela.

14
De qué quejarse si se dispone de una ventana,
si por ella aire, viento, lluvia
y hasta la noche sorpresiva llegan.

Pasa un día, con suerte dos.


De qué quejarse si se dispone
de dos días mansos, una ventana
y el granizo lejos.

Sin contar lo del árbol.

15
Dormir y no soñar
qué desperdicio.
Soñar y no acordarse lo soñado
qué miedo de entreabrirle
los postigos al Miedo.

16
Agradecida de silencio el alma.
Sucede que los remos se recogieron
en los flancos del bote
y el cielo sin noticias.
Es así. Pero no hay como aquietar
las tremendas exigencias del agua.
No es verdad el silencio.
Son ciertos el bote, el río,
los remos descansando.
Ojalá que el cielo, por hoy,
no empeñe más noticias.
Basta esta placidez.

17
Como zoólogo
jamás se interesó por las tortugas.
¿Por qué, entonces, el sueño
se empeñaba en rasquetearle
sus propias, inconfesas,
duras caparazones?

18
Nunca se sueña hueco.
Aunque no se recuerde
lo soñado persiste,
semilla de impreciso hortelano.

19
El sueño cae del adentro al adentro
de unos ojos cerrados
con sus ojos abiertos,
inciertas las apuestas del espanto o la gracia.
Excava, jamás suena a vacío.

El soñante desprevenido, inerme,


sin derecho de enmienda.

20
Si ahora, cuando el trueno,
la nube gruesa y el cielo enemistado,
si cuando la centella y el derrumbe,
si entonces
el que vive
fuera como el jardín que del trueno
retiene
el sabor de la lluvia en las raíces.,.

21
El trampolín en que subes
en que bajas,
el trampolín en que subo
en el que bajo.
Amarrados al péndulo del aire
¿sabremos apresar
el punto escurridizo del encuentro,
ansiosos como estamos
de encontrarnos?

22
Qué tarea la del cuerpo
darle brillo a la candela
de su alma siempre en vela.

Qué faena la del alma


eternamente señora
de un cuerpo que se le evade
caminitos de la muerte.

23
Deleitarse con la música
de la última gota de la lluvia.
Percibir el eco
del latido final del corazón.
Qué iluminó la mirada primera
del recién nacido
de qué se despidió
la postrera del muriehtfe.
Cuál el instante.
Sólo el instante sabe
(y nadie sabe el instante)

24
La sílaba «yo»
es el más sustantivo invento
de la imaginación.

25
Las palabras y su sonido fácil
persuadiendo en el aire.
A cargo del silencio
noticias sorprendentes.
Sedentaria esta noche
confía en la mañana.

26
Hoy -anunciarl­
es el último eclipse total
del siglo, del año, del milenio,
de mis días.
Por fin algo que me pondrá por última vez
los ojos negros.

27
La Nada
regente del Vacío.
El Vacío aposento del Silencio.
El Silencio hospedero del Sonido.
El Sonido extraviado sin el Eco.

28
Encomiable página blanca:
ni un solo crimen pasional se ha registrado
a bordo de un igloo.
Hacia la primavera el igloo brota un niño,
que mama, juega, aprende
a dar calor al hielo.

29
Abunda el día en ingredientes
que la noche adereza laboriosa, doméstica,
mínima ante el caudal impredecible,
inexplicable, imperativo
de que dispone el sueño.

Hay algo de carnívoro en los sueños,


al menos en estos en que soy,
servicialmente,
mi caníbal.

30
Alcanza como tarea registrarse la sangre
sus estiramientos en traspaso
qué asombro
cae en cataratas muerte a muerte
rebrota sin cesar
es su tarea
única mar sin mengua.

31
Nunca conocerás dónde ingresas cuando duermes.
Es mucho más segura la vigilia
que se mide, se programa, se organiza,
que se cae, que se agota,
que se duerme,
que engañifa a cara descubierta.

32
Son admirables las mujeres púdicas,
párpados por obligación levantados;
Sin embargo, a través de esas miradas cautelosas
-por favor, nadie lo coménte­
se les ven en los ojos
-escondidas-
sábanas arrugadas.

33
Hay un tiempo preciso
para las pesadillas
algo que las decide.

Hay un tiempo preciso para su ñn:


algo que las desmaya
cumplida su tarea de masacre.
»

34
Buscándose la historia
se recordó reflejada en un agua traslúcida
y se juzgó descolorida.
En una vieja fotografía sepia encontró
su promesa indecisa.
Ya madura, armónica^ dibujada de tiempo,
sin prejuicios,
se enfrentó sola, desnuda,
al descomprometido alfabeto del espejo.
Del espejo implacable,
mentiroso, increíble,
malévolo.

35
De todos los silencios
uno es el absoluto:
el impensable en que la sangre
no tiene ya qué decirle,
nada más qué decirle,
al cuerpo en el que hablaba.

36
Expuestos, siempre,
a la orilla de algo.
Caemos siempre hacia el mismo lado.
Es aparente la doblez del borde.

37
Las aves nocturnas
se abstienen de ilícitas relaciones con el sol.
Graznan ásperas ansiedades
hasta lo más cercano posible de la luz.
Graznan
huyen
vuelven. *

38
Qué gozo trae
el rosicler de alba.

Gozos anuncian
-que es el mismo cantar-
el rosicler del alma.

39
Tanta luz de relámpago
que se devora el trueno.
De allí arriba a aquí abajo
cuanta incierta esperanza
de aguacero o escampe
entre trueno y relámpago.

40
Buena justicia sería
que en el momento de muerte
de la vieja mujer,
la vieja madre,
la envolviera la más fina sustancia de su historia:
el aroma de luz amaneciendo
de sus recién nacidos.

41
En el antepecho de la ventana
se quedaron, sin entrar, las noticias.
El mundo se niega o se prodiga.
En el antepecho de la ventana
sin entrar, excluidas, las noticias.
De desamparo se llora el ni siquiera.
Y de pronto comprobar
que el antepecho de la ventana
atiborrado de noticias
y cerrada, culpable, la ventana.

42
A los más feroces carniceros
(dígase leopardos, cocodrilos,
humanos),
es dable suponerle sueños
de parecido olfato.

En cuanto a los árboles


qué grato imaginarlos soñando con hamacas.
Espanta -sería muy injusto-
que padezcan pesadillas
de ahorcados.

43
Cuando a los árboles se les vuelan las hojas
y les resta un ramaje desnudo,
no atinan a cómo disimular su desnuden sin gracia.

Las mujeres esquivan los espejos


sinceros y desconsiderados.

A los árboles les vuelve la primavera.

44
Deslumbrante la cerrada niebla,
tanteando, imaginando.
Después la luz.
Los permisivos ojos desvisten los contornos
a precisiones matan.

45
La vejez es preguntarle
a cada rato menos
y al cuerpo adentro descubrirle
cada vez
más miedos.

46
Cayó en negrura de agua y tundra
y no sabía nadar
y ya se ahogaba.
Un alga elemental
-a menudo alcanza con un alga-
obró,
se evaporaron pesadilla mar y tundra,
se organizó el oxígeno.

47
Ojos a Don Antonio Machado

«Tus ojos en el espejo


son ojos ciegos que miran
los ojos con que los ves»

Estos que lleva mi rostro


buscadores y curiosos
azogue para sí mismos
y a los que nunca veré
sin auxilio del reflejo.

48
Del durazno quedaron en la mano
un riacho de jugo dulce
y un carozo oval de extremo agudo.

El carozo, pequeño mapa complejo, circunvalado,


neto, en sosiego,
liviana madera sin rezago de aroma ni sabor.
Punto final de la delicia.

Adentro, la paciencia,
la paciencia de esperar a partirse,
criarse en flores rosas,
la esperanza de tierra, de alianzas con la lluvia
y el impulso de extender al hosco mundo
un abrazo de pétalos minúsculos
memorables por gracia de lo efímero.

49
¿ Qué decae primero,
la sangre o la carne?
¿ Qué lugar ocupa
la sangre en la sombra?
¿ Quién desmenuza la carne
sutil de la sombra?
Importante es la sombra,
imprescindible para que nadie
olvide su implacable noche
(si alguien fuera capaz en carne viva
capaz de pensar
cómo suena el vacío).

50
A Aharún -al- Raschid, el poderoso,
no lo desazona el relato inconcluso.
Se pierde en el dormir profundo de Scherezade,
en los sueños que sueña,
incompartibles.
A veces, sobre el rostro sellado de Scherezade
flota una sonrisa fina y antigua
y a veces se agitan levemente en sus pestañas,
mensajes dados o recibidos.
Aharún a su lado, insuficiente,
súbdito del misterio,
hebra desdeñada de un telar suntuoso,
ajeno, inabordable.

51
Si alguien al dormirse
acierta a decirse:
«Hoy he vivido»
inaugura una madrugada,
que ayer y hoy son
-sin controversia-
una buena ganancia del embate.

52
Solo esto faltaba:
la realidad sueña conmigo.
Nunca me informa -astuta-
cuál es la semejanza o diferencia,
sobre qué línea corren
la que me sueña o la que sueño.

53
En un meandro del río
está grabado:
Quien mucho investiga los sueños nocturnos
y se afana enfrentándolos
carece de audacia y fortaleza
para someterse a la vigilia,
a la de llorar a rojo vivo
porque no hay despertar en la vigilia.

54
Sugerencias del aire
alguna ventolina.
Son gemelos el aroma con que la tierra agradece
el besamanos de las primeras gotas de la lluvia
y la sangre flamante en la oveja traslúcida,
toque tan tímido qüe casi parece
incoloro insípido incoloro. Casi parece.
La primavera es la estación más lujuriosa.
Se proclama inocente.

55
El compás que legisla el arcoiris
resolvió en ciruelas las flores del ciruelo.
Engeído el instante.
Flotillas de sed
Espigan murallas planicies hondanadas.
En el centro del picor
las ortigas rezuman flores demorado instintivo.
La perra en celo expande el olor de la especie
los perros la siguen enardecidos como reverberos.
El verano es la estación más lujuriosa.
Nada resiste al imán de un mundo sin camisa.

56
El otoño,
enhiesto,
seguro de si como ecuación
con todas las incógnitas resueltas.
No interroga: afirma.
Es cierto: a veces le llegan vagas noticias
de toros mutilados sobre plazas de toros.
Qué ha de creer en toros mutilados
su aluvión de sangre, su grey establecida.
El otoño es la estación más lujuriosa.
El da fe de sí mismo.

57
Qué tristes ojos el derrumbe de un árbol.
Ver desguazarse su lenta, trabajosa enciclopedia.
Muy adentro de esos garabatos de desastre
-callada, secretísima-
se encrespa osada la superior lujuria
de la imaginación.
Tumulto silencioso el invierno es la estación
más lujuriosa.
Enfrenta sin sosiego ni auxilio
al fatal enemigo:
lo más difícil de recordar son los olvidos.

58
Bella la caparazón que íue
de un caracol, palacio,
deletrearle las líneas,
las planas relucientes.

Qué espeluzno pensar


que nos camine por la mano,
vivo,
el dueño del palacio.

59
ESLABONES

I
En ricos atavíos de nube a torrentera
el agua anda desnuda
desnuda y manifiesta.

Su elusiva, su sigilosa hermana


procura no mostrarse.
Ella misma se espanta de su marea suelta
de su fragor en rojo, de su fluir terrible.

Juntas siempre el agua


y el asiduo, taimado, bendito poder de la lujuria
Juntas siempre
de primavera a invierno.

60
II
La aurora no ha encontrado
albergue mas feliz que tu cabello.
Exacta se refleja en la piel sin ardides
en las mejillas
donde caen las pestañas en total desnudez
como un presagio.

Allí con habla de plumón


inician confidencias de antiquísima data
bisbíseos y brisas.
Sugerencias del aire
alguna ventolina

Son gemelos el aroma con que la tierra agradece


el besamanos de las primeras gotas de lluvia
y la sangre flamante en la oreja traslúcida,
toque tan tímido que casi parece
incoloro, insípido, insaboro. Casi parece.
La primavera es la estación más lujuriosa.
Se proclama inocente.

61
III
El compás que legisla el arco iris
resolvió en ciruelas las flores del ciruelo.
Engreído el instante,
Flotillas de sed
Espigan murallas, planicies, hondonadas.

En el centro del picor


las ortigas rezuman flores demorado institivo.
La perra en celo expande el olor de la especie
Los perros la siguen enardecidos como reverberos.

El verano es la estación más lujuriosa


Nada resiste al imán de un mundo sin camisa.

IV
El otoño,
Enhiesto,
seguro de si como ecuación
con todas las incógnitas resueltas.
No interroga: afirma.
Es cierto: a veces le llegan vagas noticias
De toros mutilados sobre plazas de toros
qué ha de creer en toros mutilados
su aluvión de sangre, su grey establecida.
El otoño es la estación más lujuriosa.
El da fe de si mismo.

62
V
Qué tristes ojos el derrumbe de un árbol
Ver desguazarse su lenta, trabajosa enciclopedia.
Muy adentro de esos garabatos de desastre
callada, secretísima.
Se encrespa osada la superior lujuria
de la imaginación.
Tumulto silencioso el invierno es la estación más
lujuriosa.
Enfrenta sin sosiego ni auxilio
al fatal enemigo:
lo más difícil de recordar son los olvidos.

63
Voy a dormir, a descansar.
Y se cierran los ojos.
Qué múltiple, repetida inocencia.
Nadie conoce el mapa de su noche.

64
Saltarle un día de verano
al agua (cañada, río,
arroyo o la mar grande),
no hay mejor modo de abrazar la madre.

Sentirse el cuerpo arremecido,


estirarlo a la inocencia del sin-peso,
cachorro golusmeando un aire líquido.
No hay modo más liviano de nacerse.

65
Una mujer y un hombre
siempre en violencia
-acorde o alevosa- obedecen
lo que gobierna los sitiados cuerpos.

Las mismas leyes para los leones,


la semillas impasibles
o el no menor prodigio de las aves.

Quién instruye
la inextinguible fórmula.

66
El comienzo:
galantean los prados al desierto
y lo miran con ojos de manzana...

67
Te endilgan así nomás
un cuerpo.
Avagidos, abonado de herencias
y rosa de los vientos,
hay que crearle ser, el “Yo Profundo”.

Herencia y vientos.
El resto -todo el resto-
Entre nieblas.

Vaya tarea.
Fárrago que te ocupa -quieras que no-
la vida con la muerte incluida.
Es de temblar.
Buena suerte, vecinos.

68
En amor:
dóciles como el agua al recipiente
sometidos como el recipiente por el agua
moldes de ilusión y necesidad.

69
Atenta a los hervores del verano,
a las necesidades del paisaje,
a transmitir las señales de los vientos
por razón de algún nido y de sus pájaros.

Sin más empeño


que alabar la lluvia y su fidelidad
a los jardines,
la semilla pujó,
forzó,
parió su árbol.

70
Ingredientes:
El llanto
inevitable.
La risa
imprescindible.
Quien habita el durable desierto
es el único buen
catador del rocío.

71
Desde que supo
que el sol era una estrella
se le borraron
-para siempre-
sus antiguos temores
a la noche.

72
No hay afuera, después,
antes ni entonces.
Se sueñan el amor y la ceniza
que también es soñar
pensar la nada.

73
Qué hemos de hacer:
fascina esta tarea
de transformar el mundo
(a costa nuestra).

74
La costumbre es feroz.

Hasta le come
las alas a los ángeles.

75
De muy maligno modo
atiesa la costumbre las palabras.

Por ejemplo,
la palabra luz carece de sinónimo
y se la manosea tan livianamente.

Antónimos, sí, muchos


y todos
—de meridiano a paralelo—
regresan a la luz

la sinsinónimo

76
Que animal de seguros los pies
es la costumbre.

Sobre todo
la costumbre de la buena costumbre:
mar abastecido de peces
sin una sola escama escurridiza.

Los muchos rostros de la ingenuidad.

77
Un solo miedo sacude a la costumbre:
dormir,
Por el sueño se le cuelan
-descaradamente-
multitudes con las que entra
en buenísimos tratos.

Cuando despierta
-a la hora acostumbrada-
disimula sus regodeos
con tanto hacinamiento.

Si anda de buenas
la socorre el olvida

78
La demencia de los hombres,
en Pompeya,
lucra -con adecuadas variaciones-
ios exquisitos negociados
de Pompeya la grande.

Cobra buenas monedas


-constantes, sonantes, impasibles-
por escuchar los ecos del salvaje ruido
en que murieron otros.

Nadie le escucha al Vesubio el triperío.

(¿Qué más potente deidad


que la costumbre?).

79
Este libro, con sus tapas de cartón, reúne dos
trazas fundamentales de la vida de Gladys
Castelvecchi: la de la poesía y la de la docencia.
Los poemas que contiene quedaron organiza­
dos por ella en el orden en que aquí aparecen y
fueron custodiados por Pablo, amigo y vecino,
que los fue pasando a su computadora a medida
que ella se los entregaba, corrigiendo alguna
palabra cuando ella se lo indicaba, reubicándolos
cuando la llegada de uno nuevo exigía nueva
distribución. Esta original co-producción entre el
tercer y primer piso de aquel edificio se mantuvo
hasta el final porque Gladys amasó palabra
poética y creó poesía hasta último momento y
Pablo... registraba. Aquí, pues, entre estas tapas
de cartón, de su apalabrar, sus últimos poemas.
¿Porqué cartón? Gladys fue una docente
apasionada. Despertar curiosidades, desaletargar
letargos, acompañar el descubrir y el descubrirse
en sus alumnos la alimentó durante muchos años.
Amó al Quijote y en él sus ganas de un mundo
más justo y menos cruel, su capacidad para
convertir bacías en honrados yelmos. Este
impulso de convertir cartón de desecho en
guarda de palabras se nutre de esas ganas.

Obras publicadas:
No más cierto que el sueño (1965); Fe de remo
(1983); Ejercicios de castellano (poesía, 1984);
Calendarios (1985); Fe de remo (2a edición 1986);
Animal variable (1987); Claroscuro (1993); Por
costumbre (1994); Algunos apuntes (2010).

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