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A traves de las Escrituras

Profundizando en el estudio de las sagradas Escrituras

Introducción: El Rol del Hebreo en la Vida Judía:

〉    El hebreo como vernáculo moderno:

Escasamente hace una década o dos había gente que sostenía que el hebreo no es una lengua
viva. Ahora, la “lengua sagrada” del pasado es el vernáculo diario de centenares de millares de
judíos en Israel. Allí el idioma vive en las bocas de niños escolares, limpiabotas, conductores de
autobuses y de taxis, cantantes de cabaret, abogados, doctores y oficiales, de religiosos,
irreligiosos y antirreligiosos —ciertamente, de todos.

Los gruesos trazos horizontales y los finos verticales del alfabeto hebreo se exhiben por todo el
país en pancartas, letreros de anuncios, sellos de correo  y monedas; en carreteras,
talleres, tiendas y hoteles. Expresiones callejeras, coloquialismos, y hasta maldiciones

se  acuñan libremente; mientras la Academia de la Lengua


Hebrea (antes, Vaád ha-Lashón), compuesta de notables eruditos y escritores y auspiciada por el
gobierno de Israel, está vigilantemente en guardia contra la intrusión de cualquier solecismo o
barbarismo que pueda impedir la pureza del idioma. De vez en cuando, además,  la Academia
publica listas de términos técnicos que cubren toda rama y aspecto de la ciencia , la industria y la
tecnología, y cosas así: unas diez mil palabras nuevas han logrado aceptación desde el
establecimiento del Estado de Israel. Por lo menos cuatro compañías teatrales ofrecen
presentaciones regulares —todas, por supuesto, en hebreo. Miles de libros, revistas, periódicos y
brochures sobre todo tema concebible están en circulación diaria. Cerca de doscientos periódicos
se publican allá en hebreo., incluyendo quince diarios y el resto semanales, mensuales,
trimestrales y anuales. Los libros hebreos se publican en Israel a razón de más de tres al día. Las
ondas radiales de Israel vibran al ritmo de la lengua clásica.

Fuera de Israel, el más significativo centro de cultura hebrea es América. El idioma se lee, se
entiende y se habla por parte de millares de judíos americanos [de las tres Américas]. Hay
periódicos hebreos de carácter popular así como escolástico; libros hebreos, de ficción y
científicos; instrucción en el idioma hebreo a nivel elemental y de colegio. Las escuelas, los
campamentos y los clubes fomentan el aprendizaje del hebreo.

¿Puede haber alguna duda en cuanto a la vitalidad del idioma hebreo?

Ninguno de los modernos intentos de revivir idiomas antiguos, como el gaélico, galés, e indio,
puede jactarse de algo que siquiera se aproxime al progreso logrado por el hebreo. Sin embargo,
los irlandeses, los galos y los indios han estado arraigados en su propio suelo y están libres de las
dificultades políticas, físicas y económicas con las que tiene que lidiar la joven comunidad judía
que lucha en Israel.

 Fuentes de vitalidad del idioma hebreo:

¿Cómo pudo el idioma hebreo existir y funcionar como instrumento efectivo de auto-expresión
creativa y de intercomunicación por casi dos mil años, sin un ingrediente tan esencial para la
supervivencia como lo es un estado o territorio? ¿Cómo pudo el hebreo retener su vitalidad y
elasticidad durante un periodo tan largo frente a condiciones tan adversas?

La respuesta a estas preguntas puede descubrirse  considerando el carácter único del judaísmo y


su relación con el idioma hebreo. El hebreo no ha sido una lengua universal desnacionalizada, el
medio de una religión específica, en sentido en que el latín ha sido la lengua oficial de la Iglesia
Católica Romana. Tampoco ha sido anteriormente una lengua folklórica como otros idiomas vivos.
De hecho, ha persistido como idioma vivo por muchos siglos después de haber cesado de ser un
idioma vernáculo en el sentido aceptado del término, como se demostrará en un capítulo más
adelante de este volumen.

El hebreo ha sido el idioma sagrado del pueblo judío —el idioma de su religión, su cultura y su
civilización. Ha sido, en suma, el idioma del judaísmo íntimamente identificado con  las
experiencias nacionales y religiosas del pueblo judío a través de las generaciones. El pueblo judío
no puede ser desligado del hebreo más de lo que puede ser desligado de su propia identidad
espiritual —el judaísmo.

 Relación entre idioma y cultura:


Un análisis de la naturaleza del idioma y del judaísmo ayuda a clarificar este punto. El idioma no es
meramente un medio de expresión y de comunicación; es un instrumento de  la experiencia, el
pensamiento y el sentimiento, así como un medio de auto-expresión y crecimiento personal. Al
investigar el origen del idioma y después de “trazar su historia en el pasado al máximo posible,
vemos que el idioma más antiguo era cualquier cosa menos intelectual que era algo así como una
casa a medio camino entre el cantar el hablar con largos casi conglomerados de sonidos,    que
servían más bien para ventilar intensos sentimientos que para una expresión inteligible de ellos…”.
Ciertamente, aun en días modernos el idioma se emplea “por los niños (y a menudo por adultos),
no tanto para formular y expresar pensamientos como para ventilar sentimientos…”.

Nuestras ideas y experiencias no son independientes del idioma; son todas partes integrantes del
mismo patrón, el hilo y la fibra del mismo tejido. No tenemos primero pensamientos, ideas,
sentimientos para luego ponerlos en un marco verbal. Pensamos en palabras, por medio de
palabras. El idioma y la experiencia están inseparablemente entretejidos. Y el estar conscientes del
uno despierta a la otra. Las palabras y expresiones idiomáticas son tan indispensables para
nuestros pensamientos y experiencias como lo son los colores y los tintes para una pintura.
Nuestra personalidad madura  y se desarrolla a través del idioma y por nuestro uso del mismo. Un
crecimiento lingüístico defectuoso se sabe que va de la mano con un desarrollo intelectual y
emocional impedido. Las personas sordas y mudas son, por regla general, intelectualmente
retardadas y, el cierto grado, hasta insensibles, a menos que se les suministren medios de
intercomunicación adecuada.

Lo que cierto del idioma en relación con el crecimiento individual es igualmente cierto en el caso
del crecimiento cultural y el desarrollo de un pueblo. Ciertamente, los estudiantes de idioma han
llegado a reconocer que las experiencias de un grupo , sus hábitos mentales y emocionales,  sus
modos de pensamiento y actitudes se registran y se reflejan en las palabras y expresiones
idiomáticas del idioma del grupo. Así, por ejemplo, la palabra shalóm usualmente traducida por
“paz,” tiene en efecto poco en común con su equivalente español. Shalóm no tiene la connotación
pasiva, y hasta negativa, de la palabra “paz.” No significa meramente la ausencia de contienda.
Está preñada de significado y asociaciones positivas, activas, y energéticas. Denota totalidad,
salud, completez, armonía éxito, la completez y riqueza de vivir en un entorno social integrado.
Cuando las personas se encuentran o se despiden se desean mutuamente shalóm, o preguntan
cada uno por el shalóm del otro.

Shalom

Similarmente, las palabras hebreas rúaj (espíritu) y néfesh  (alma) no tienen la implicación de una


desencarnación como las que se indican por los equivalentes españoles. No hay dicotomía en la
mente hebrea entre el cuerpo y el espíritu o el alma. Uno no es la antítesis del otro. Estas palabras
hebreas tiene connotaciones dinámicas, vivificantes, y motor-urgentes. Todo ser vivo tiene
un rúaj – (Eclesiastés 3:21). Lo mismo es cierto sobre el sinónimo néfesh, que generalmente se
traduce como “alma.” Pero el néfesh  también es propiedad de toda criatura viviente, hombres así
como animales (Job 12:10), incluyendo a la bestia (Proverbios 12:10). Aun el mundo inferior
tiene néfesh (Génesis 1:20,  21, 24; 12:5; 14:21, etc.) . Tanto néfesh como rúaj  a menudo significan
fuerza y vigor, tanto en sentido material como espiritual. Los perros voraces se dice que poseen
un néfesh fuerte (Isaiah 56:11); y los caballos de Egipto, advierte el profeta, son débiles: son
“carne y no  rúaj” (Ídem. 31:3).

Hay de igual manera una gran distancia entre la palabra hebrea tsedakáh (de la raíz  tsadák, ser
justo o recto), con sus implicaciones de justicia social, y la palabra española “caridad.” En el caso
de la “caridad” el recipiente se ve a sí mismo como deudor del donante, cuya acción es voluntaria.
La tsedakáh, por otro lado, tiene que realizarse como cuestión de obligación y el recipiente no está
de ningún modo en deuda con el dador. Los necesitados tienen derecho a una tsedakáh, mientras
los que poseen medios tiene el deber de darla. Ciertamente, aun una persona pobre que
recibe tsedakáh debe a su vez dar tsedakáh  (Guitín 7b).

Hay, de igual modo, un abismo semántico entre el hebreo rajamím  o rajamút y el equivalente


español “piedad” o “misericordia.” La palabra hebrea denota amor, sentimiento familiar (véase
Génesis 43:30, etc.), y hasta maternidad, ya que se relaciona con rejém (el vientre materno) de la
misma raíz. Ninguna de estas connotaciones está implicada en los equivalentes españoles.
Similarmente, las ricamente significativas e históricamente santificadas implicaciones del
hebreo toráh están totalmente ausentes en el equivalente español “ley”. El término
hebreo toráh abarca la totalidad de la labor creativa judía a través de los siglos. Igual de
inadecuada es la traducción española “mandamiento” para el hebreo mitsváh.

En una de sus historias jasídicas, el escritor hebreo Yehudáh Steinberg describe a


un jasíd expresando sorpresa por la ignorancia y estupidez de los reshaím (los impíos o los
incrédulos). El principal motivo para cometer actos impíos, razona el jasíd, es la búsqueda y
prosecución de placer y disfrute. ¿Pero hay algún placer o disfrute concebible que el de realizar
una mitsváh? Así que, continúa el, si lo  reshaím fueran lo suficiente sabios para darse cuenta,
abandonarían su iniquidad y todos se harían tsadikím  (judíos justos o estrictamente observantes),
sólo por causa de su placer.

Este tipo de razonamiento no era único entre los judíos tradicionales. Simjáh shel mitsváh, el gozo
de realizar una mitsváh  constituían un elemento integral en el patrón de vida judía. Para estar
seguros, la palabra mitsváh originalmente significaba  no más que un mandato en el sentido
aceptado. Pero las experiencias religiosas específicas del pueblo judío, su sentimiento y alegría en
la realización de responsabilidades religiosas, invistieron esta palabra de un conglomerado de
asociaciones y connotaciones que no le eran inherentes originalmente.

¿Es concebible que uno pudiera derivar alegría de la realización de una mitsváh si fuera
meramente un “mandamiento”?

Todo idioma, incluyendo el español, tiene un cúmulo de palabras cargadas de las experiencias
emocionales e intelectuales del pueblo que lo emplea. Para ilustrar, dentro de nuestras propias
experiencias, la palabra inglesa para “chimenea” llegó a asumir una nueva connotación como
resultado de escuchar las pláticas sobre las chimeneas por el finado presidente, Franklin D.
Roosevelt. Similarmente, la palabra “filibustero,” que originalmente significaba un libre botinero o
pirata, se emplea ahora en Estados Unidos en el sentido de entorpecer legislación por medio de
largos discursos u otros trucos parlamentarios. También se pueden añadir, como ejemplos,
expresiones tales como “ir a batear,” “poncharse,” y otras por el estilo. Mientras más ricas y más
intensas las experiencias históricas de un pueblo, mayor es el número de tales palabras en su
idioma y mayor carga emocional tienen. Cuando se traducen a otro idioma, se desvitalizan y casi
pierden significado.

Semejantes palabras no son meramente unidades lingüísticas, son depósitos culturales. Pero no
pueden transmitirse aisladas. Ellas asumen su significado y ganan en riqueza de asociación y
connotación sólo mediante el contexto de la experiencia. En el pasado algunas palabras y
expresiones hebreas sobrevivieron en el vernáculo del pueblo mucho después de que el hebreo
hubo cesado de hablarse popularmente. Se mantuvieron vivas mediante el contacto íntimo que la
mayoría del pueblo continuó manteniendo con las fuentes literarias hebreas y por la persistencia
de las formas judías de vida y hábitos de pensamiento.

Además, uno puede enseguida citar una hueste de expresiones y giros idiomáticos que, aunque
están compuestos de palabras en el vernáculo, encierran en efecto, patrones de pensamiento
hebreo. Parece que mientras los judíos estuvieron arraigados en sus patrones tradicionales de
vida, fueron sensitivos a la inadecuacidad del vernáculo para expresar y transmitir el significado
emocionalmente cargado de ciertas palabras hebreas. Por lo tanto persistieron en retener las
palabras y expresiones originales, o en inventar el patrón mental hebraico o el giro idiomático con
el vestido del vernáculo. De esta manera muchísimas palabras y expresiones, así como giros
idiomáticos, encontraron entrada en los diversos vernáculos empleados por los judíos a través de
la historia de su dispersión.

Surgieron dialectos tales como el judeo-griego, judeo-árabe, judeo-persa, y otros. El más conocido
de estos dialectos, que sobrevive hasta el día de hoy y que incorpora una considerable proporción
de estos elementos hebraicos, son el ladino, un dialecto judeo-español empleado por los judíos en
los Estados Balkánicos y en Marruecos, y especialmente el yídish.

Al presente, sin embargo, especialmente en este país, los patrones de vida judía ya no proveen un
contexto funcional apropiado para estas palabras y expresiones. Los rasgos distintivos del clima
judío característico de los guetos judíos tradicionales, especialmente los de Europa Oriental, han
desaparecido casi completamente. Los vocabularios y giros idiomáticos específicos de la vida judía
ya no funcionan; han sido traducidos a equivalentes ingleses [o españoles]. Yamím noraím son
Festivides Cumbres, un sidúr es un libro de oración, un majzór es un libro de oración para Día
Cumbre o Festividad. Yom tov ha sido reemplazado por festividad.

Términos tradicionales tales como jazán (cantor), shamásh (asistente), arón kódesh (arca


sagrada), menoráh  (candelabro), séfer toráh (rollo de la Toráh), gabáy (un anciano en la
sinagoga), etc., antiguamente empleados comúnmente, han caído en desuso. Un buen judío ya
no mekayém una mitsváh, o ya no es un shomér shabát. Más bien, está realizando un
mandamiento, o buena obra, y es un observador del sábado. Ya no bebe le-jáyim (a la vida, o a la
salud); bebe para días felices, y así por el estilo. El contacto con las fuentes literarias hebraicas
permanece, por lo tanto, como la única avenida hacia estos depósitos culturales.

 El significado del judaísmo:

El significado de los términos “judíos” y “judaísmo”, ha sido, de igual manera, una fuente de
pensamiento confuso.
¿Son los judíos una raza, una nación, un grupo religioso, o qué? ¿Es el judaísmo sólo un cuerpo de
creencias y prácticas, o de símbolos y consignas nacionalistas, o de ideas culturales y
compilaciones literarias, como los que pueden transmitirse por un vehículo lingüístico u otro?

Muchas argumentaciones fútiles relativas a estos asuntos pueden hallarse en nuestra literatura
reciente. Los disputantes parecen ignorar el hecho de que existe un sentimiento de hermandad
entre los judíos de todas las “razas” y colores, de todas las partes del mundo, independientemente
de que sean ortodoxos, reformistas o hasta ateos.

Para estar seguros, algunos o todos los elementos mencionados anteriormente pueden hallarse en
el grupo judío, o en el judaísmo, como sea el caso, no en un sentido aditivo sino más bien en un
sentido integrativo o químico. Por lo tanto, el todo no es como cualquiera de sus partes, así como
la sal común no es en lo más mínimo como el sodio o el cloro de los que se compone; o como el
agua no es para nada como sus elementos, oxígeno e hidrógeno, de los cuales se compone. El
compuesto ABC es más grande que la suma de sus partes u diferente en carácter de cada uno de
ellos como resultado de su integración e influencia recíproca. En tal compuesto los elementos
componentes individuales están cargados y modificados. Remover uno de estos elementos o
sustituir uno por el otro destruiría o cambiaría todo el compuesto. Todo esto es igualmente cierto
de los elementos culturales, nacionales y religiosos que componen el judaísmo. La religión judía es,
en efecto, un patrón de vida distinto y dinámico, que constante y progresivamente se adapta a las
necesidades y circunstancias cambiantes; por eso está íntimamente ligado al pueblo judío, a su
historia, su cultura y su civilización.

Es en esta vena que Judáh Haleví interpreta el primer mandamiento, donde se hace referencia al
Eterno como “tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto”,  y no como el Dios que creó el universo y
la humanidad. Esto tiene el propósito de recalcar, aduce Haleví, la estrecha identificación de la
Toráh con el pueblo judío y sus experiencias históricas.

Es significativo que ni el hebreo bíblico ni el mishnaico poseen un término para “religión” ni para
“judaísmo”. Hasta el día de hoy ningún término para “religión” se encuentra en el hebreo, porque
el concepto “judaísmo” (griego:  judaismós) proviene de suelo extranjero. Fue inventado por los
judíos de la Diáspora Helenista para indicar el contraste entre su fe, o modo de vida, y el
“helenismo” (helenismós). El término hebreo para este concepto (yahadút) fue probablemente
acuñado por Rashí (1040-1105). El término tradicional para este concepto, empleado en la Biblia y
en el Talmud, es “Toráh.” Ahora este término, como se ha dicho, abarca la totalidad de las
creencia y prácticas judías, sus ideales e ideas, de hecho, todos los productos del genio creativo
judío a través de los siglos. “Los mandamientos”, según una fuente, “implican todo lo que está
incluido en la Biblia, la Mishnáh, el Talmud, sea de carácter legal u homilético. De hecho, cualquier
interpretación que en cualquier tiempo un estudiante fiel pueda ofrecer delante de su maestro se
le presentó ya a Moisés en el Monte Sinai”.

Cuando los rabinos estaban en duda sobre la legalidad de ciertos rituales y prácticas, decían:

“Ve y observa cómo se conduce la gente…”

La conducta de la gente en un ambiente tradicional normal servía de guía para establecer y


codificar ciertas leyes y rituales; ciertamente “una costumbre puede anular una ley”.
Ninguna religión en el sentido aceptado de este término permitiría semejante latitud.
Significativamente, el término hebreo para ley, sea ritual, ética, criminal, o civil, es halajáh, palabra
que significa “conducta.”

Las circunstancias históricas peculiares, cuyo análisis está fuera de nuestra provincia, ha operado
en el caso del pueblo judío de tal manera como para fusionar raza, nacionalidad, cultura y religión
en una unidad compuesta, que se articula en un lenguaje distinto, con el resultado de modificar las
características individuales de cada uno de los componentes. De ahí que las leyes que aplican a
cada uno de ellos en aislamiento no aplicarán a ninguno ni a todos ellos en integración. Así,
aunque el cristianismo puede continuar funcionando sin un idioma distintivo, la religión judía no
puede hacerlo así, porque está demasiado íntimamente fusionada con elementos de raza,
nacionalidad y cultura, todo lo cual a su vez está arraigado en el idioma hebreo. Es inconcebible
que cualquiera de las oraciones tradicionales judías, en traducción, pueda evocar las mismas
asociaciones históricas, alusiones culturales y memorias nacionales, como lo hace en el original
hebreo. Por cuanto los judíos de antaño querían esas asociaciones continuaban orando en hebreo
y estudiando sus fuentes literarias en hebreo. Ellos preservaban el idioma y el idioma los
preservaba a ellos.

 El hebreo como el idioma del judaísmo:

En suma, el judaísmo puede definirse como la experiencia histórica continua del pueblo judío, en
la cual están compuestos elementos religiosos, nacionales y culturales. Esta experiencia histórica
única ha sido articulada en claras palabras y expresiones idiomáticas del idioma hebreo, con el cual
han quedado inseparablemente mezcladas. Desasocie esta experiencia histórica del idioma
hebreo, y el resultado es una reflexión pálida y anémica, algo diluido, y a veces una adulteración
de la experiencia original.

De hecho, algunos eruditos judíos sostienen que las desviaciones del cristianismo fuera del
judaísmo pueden trazarse directamente ala traducción de la Biblia al griego. Las palabras hebreas
originales asumieron, en la traducción griega, connotaciones que no estaban presentes en los
autores hebreos, con el resultado que surgieron puntos de vista e ideas completamente extrañas
al espíritu judío. Uno de los muchos ejemplos claros es … la palabra rúaj, que en la traducción
griega denota el concepto no-judío de espíritu-versus-cuerpo.

En el curso de su larga y ruca historia, el pueblo judío ha atravesado intensas experiencias


intelectuales y emocionales. Han experimentado con la vida y sus problemas; problemas de la
relación del hombre con el hombre, del hombre con Dios, problemas de destino humano y del
impacto de fuerzas cósmicas sobre la humanidad. Han conocido gozos y sufrimientos, esperanza y
desesperación. Han verbalizado todas estas experiencias en su propio giro idiomático distintivo del
hebreo El idioma y la experiencia han venido a entretejerse de modo que no puede dominarse uno
sin el otro.

¿Quién puede verter en una traducción adecuada los sobretonos, los conjuntos de asociaciones y
alusiones que conllevan expresiones tales como shemá yisraél, kidúsh hashém, hilúl hashém,
mesirút néfesh, y una hueste de otras?
No se puede hacer. Sin embargo tales expresiones simbolizan la trama y la urdimbre de nuestras
experiencias religiosas y nacionales históricas. Estas expresiones se mueven en los sentimientos y
las emociones de cada judío consciente como jamás pudieran evocarse en ningún otro idioma.  En
las palabras del Shemá Yisraél, por ejemplo, escuchamos ecos y reverberaciones del grito
agonizante de nuestros mártires desde los días de Akibá hasta los “rebeldes” del gueto de
Varsovia. En comparación es equivalente español “Oye, Israel”, suena vacío y desabrido.

Similarmente, el término kidúsh hashém (santificación del Nombre)

y hilúl  hashém (profanación del Nombre) son el anverso y


reverso de un concepto que resume la martirología judía a través de los siglos. Este concepto ha
sido un manantial de la conducta judía tradicional, por palabra, por acción, con la mira de
santificar el nombre de Dios, aun a riesgo de muerte, mediante una conducta apropiada y
evitando acciones que pudieran profanar el nombre de Dios. El término mesirút néfesh, de igual
modo, denota la idea de auto-sacrificio y presteza para dedicar la vida a un ideal. Los equivalentes
españoles de estos términos fallan completamente en transmitir tan siquiera una sombra del
significado de estos depósitos de experiencias judías.

El idioma es, por supuesto, el símbolo del significado, o la expresión de ideas por medio de sonidos
articulados o representaciones gráficas de esos sonidos. Sin embargo, el significado no es
inherente a lo sonidos o a las palabras, sino más bien a nuestras experiencias personales o
grupales que están fundidas con las palabras particulares. En sí mismas las palabras no tienen
significado; es nuestra reacción a ellas o a nuestras experiencias con ellas lo que les da su
significado. Lo que la palabra “signifique” o transmita para nosotros depende de la naturaleza , la
extensión y la intensidad d nuestras experiencias, directas o vicarias, con ellas. La palabra
“democracia,” por ejemplo, significa una cosa para un americano, y algo enteramente diferente
para un comunista chino. El término “cruzada” despierta en la mente de los judíos conjuntos de
memorias y asociaciones históricas totalmente diferentes las que hay en las mentes de personas
cristianas. Las palabras se establecen en la órbita de la experiencia del pueblo que las emplea.
Cuando se transportan de una órbita experiencial a otra por medio de traducción o préstamo,
estas palabras cambian su “significado”.
Alguna veces nuestras experiencias se mezclan y se asocian con formas específicas de la palabra,
con su pronunciación o configuración particular, y solamente estas formas nos transmitirán
significado en su más plena extensión. Un cambio radical en la forma, aun de la misma palabra, tal
como una diferencia en pronunciación, o de deletreo, puede al final fallar en evocar nuestra
experiencia asociada con esa palabra en particular. De ahí que haya a menudo resistencia a las
reformas en deletreo a cambios en pronunciación, como por ejemplo, en el caso del hebreo, des
ashkenazi al sefardí, y viceversa. Cualquier intento por parte de Itamar Ben Aví y otros, hace varios
años, de cambiar la escritura hebrea por la latina resultó abortivo frente a una seria oposición.

Debería por lo tanto estar claro que el idioma no puede tomarse como un tipo de moneda o medio
de intercambio. Las palabras en un idioma no pueden ser vertidas por sus equivalentes  en otro
idioma sin que pierdan algo que es vital y esencialmente peculiar a la mentalidad y el genio del
pueblo que emplea el idioma. Es un engaño presumir que uno puede entender plenamente la
esencia del judaísmo en cualquier otro idioma que no sea el hebreo. Como se indicó previamente,
uno no puede obtener el mensaje prístino y genuino de la Biblia en una traducción, por más
efectiva que se realice. Nuestros sabios compararon el día en que la Biblia fue traducida al griego
al día cuando se hizo el becerro de oro, “porque la Toráh no se presta para una traducción
adecuada..” El Dr. Max L. Margolis, editor de la traducción bíblica de la Sociedad Judía de
Publicaciones:

“Frecuentemente sucede que el traductor, buscando en vano un equivalente para una palabra o
frase hebrea, se da cuenta de que la traducción tiene que ver no tanto con palabras como con
civilizaciones”.

Por consiguiente, algunas de las más significativas e indispensables fuentes del judaísmo tiene que
permanecer en cierto sentido como “libros sellados” para los que no saben hebreo. La sabiduría de
los Sabios, la poesía de Iben Gabirol, Judáh Haleví, Bialik y Chernichovski; o la prosa de Mendele,
Péretz y Agnón jamás podrán verterse adecuadamente al español o a cualquier otro idioma. Casi
cada palabra, cada giro de expresión o locución empleado por estos maestros de la literatura
hebrea, brota del yacimiento subterráneo de las experiencias judías, las fuentes literarias y el
folklore judío, y evocan en nosotros memorias, asociaciones e imágenes tales que ninguna
traducción, por más artística que sea, puede duplicar.

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