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Weinrichter, Antonio - Desvios de Lo Real. El Cine de No Ficcción
Weinrichter, Antonio - Desvios de Lo Real. El Cine de No Ficcción
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W e in ric h te r
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desvio
EL CINE DE NO FICCIÓN
el bautismo de un
cine sin nombre
Me propongo en lo que sigue trazar una sucinta retrospectiva del documen
tal. El objetivo no es trazar una historia del mismo; para ello el lector puede
remitirse a la bibliografía si bien queda avisado de que la única historia ge
neral traducida es la “clásica” de Erik Barnouw que, pese a contar con una
actualización de 1993, se encuentra bien alejada de las preocupaciones de
la literatura actual sobre el cine de no ficción. Cuando digo retrospectiva me
refiero a que se trata de lanzar una mirada hacia atrás desde la perspectiva
actual, una mirada interesada si se quiere que busque en el pasado los pre
cedentes de la rica variedad del cine de no ficción contemporáneo.
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EL BAUTISMO DE UN CI NE SI N NOMBRE
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ÉL BAUTISMO DE UN CI NE SI N NOMBRE
Hay que esperar, en efecto, a los años 20 para que el documental se mate
rialice como una práctica distinta de las primitivas actualidades y a los años
30 para que se institucionalice, ya con una definida conciencia propia. En
1922, Robert Flaherty rueda “ Nanook el esquimal” (“ Nanook of the North”);
ese mismo año el soviético Dziga Vertov rueda las primeras doce entregas
de la serie de reportajes Kino-Pravda; en 1926 John Grierson bautiza este
nuevo cine y sienta luego las bases para su patrocinio institucional, como
harán a principios de los años 30 Pare Lorentz y los cineastas del New Deal
norteamericano. Estos nombres son los que forman la historia oficial de la
fundación del documental, tal y como se sigue repitiendo hasta ahora, a
menudo sin mencionar lo diferentes que son sus proyectos entre sí y la exis
tencia de muchas otras experiencias que no pasaron a formar parte de la
Nanook el Esquimal
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EL BAUTISMO DE UN CINE SI N NOMBRE
El propio Flaherty, “ padre del documental", por ejemplo, hacía películas fil
madas, montadas y estructuradas como el cine de ficción, aunque tomara
de la vida real incidentes y sujetos... que luego convertía en personajes épi
cos. Lo que separa a Flaherty de los travelogues de los antiguos noticieros
no es sólo su voluntad persuasiva, como dice Nichols, sino su talento na
rrativo. Vista hoy, “ Flombres de Arán” (“ Man of Aran", 1934) tiene resonan
cias casi fordianas; se la encuadra a veces dentro del realismo poético (lo
que quiere decir que no cabe dentro de la definición posterior de realismo
documental) pero su recurso a técnicas de reconstrucción la convertirían
Farrebique
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EL BAUTISMO DE UN CI NE SI N NOMBRE
Se podrían citar otros títulos, desde “ Las Hurdes” (1932), de Luis Buñuel, con
la discrepancia que establece entre narración e imagen, hasta “A propos de
Nice” (1930), de Jean Vigo, que no necesita comentario alguno para esta
blecer un “ punto de vista documentado” tan poético como incisivo que lo
convierte en un genuino ensayo. Y los pocos títulos que hemos podido ver
de Hans Richter, Henri Storck o Charles Dekeukeleire permiten aventurar que
esta etapa del cine (pre)documental contiene pioneros ejemplos ignorados
de lo que muchos años después Catherine Russell llamaría “etnografía ex
perimental” [Russell 1999], No se trata de llevar esta analogía demasiado le
jos, como en aquel debate que ocupó hace unos años a historiadores del ci
ne de ficción como Noel Burch, empeñados en establecer una correspon
dencia entre ciertos elementos del cine primitivo y las estrategias, mucho
más deliberadas, del cine modernista. Pero el caso es que la corresponden
cia se podría establecer también, y quizá de forma menos forzada, en el te
rreno del cine factual: si el cine de ficción primitivo desafiaba la creación del
efecto diegético porque aún no sabía cómo producirlo, la heterodoxia del pri
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EL BAUTISMO DE UN CINE SI N NOMBRE
Baste citar un último y magnífico ejemplo: el cine de Dziga Vertov, del Kino-
Pravda (1922-1925) a “ El hombre de la cámara" (“Chelovek s kinoappara-
tom” , 1929). Su idea de que la mirada del cine-ojo (que resulta del trabajo de
cámara y el proceso de montaje) era muy superior a la del “imperfecto ojo hu
mano" [Macdonald y Cousins, pág. 51] le permitió “ resolver" de un golpe al
gunas cuestiones que preocuparon y entretuvieron mucho al documental en
su desarrollo posterior. Así, el problema de la objetividad: el cine-ojo imponía
una mirada que corregía las limitaciones de la “visión humana" y permitía re
velar los aspectos menos visibles de la realidad. Así también, el problema de
la manipulación del material, fuente de “ficción” : el cine-ojo incurría en todas
las distorsiones ópticas y temporales imaginables, y el método que utilizaba
-rearreglar el mundo real en fragmentos- tenía como herramienta principal el
montaje, que luego la estética realista de André Bazin condenaría, aun dentro
del cine de ficción, por imponer al espectador "relaciones no naturales” con
el material. Por desgracia, los hallazgos de Vertov llegaron demasiado pron
to, y se asociaron además a preocupaciones formales propias del constructi
vismo (y como tales fueron condenados), como para influir en la corriente
principal del documental, que se desarrolló por otros caminos.
Los títulos que hemos mencionado se suelen incluir tanto dentro de la tra
dición documental como de la tradición experimental. Esta confusión de
fronteras es positiva desde el amplio concepto retrospectivo de la no ficción
que defendemos en estas notas; pero históricamente tiene un sentido ne
gativo pues significa un movimiento de rechazo producido dentro de la pro
pia institución documental, que expulsa fuera de su seno estas desviacio
nes de la norma. Este es el sentir de estudiosos actuales como Stella Bruzzi
cuando lamenta:
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normativas
Si hoy una película como “ El hombre de la cámara” se considera casi más
dentro del cine de vanguardia que del documental (y por eso mismo nosotros
podemos considerarla como un precedente significativo del documental ex
perimental), es porque, como los demás ejemplos citados, no se acomoda a
la normativa que acabaría adoptando el género. No se trata de una norma
única y fijada en el tiempo, claro está, sino de una concepción variable y
marcada por sucesivas rupturas y sedimentaciones. El primero en fijar una
idea del género fue John Grierson. Fue él quien, en 1926 y a cuenta de la pe
lícula “ Moana” (1926), de Flaherty, le puso el nombre de documental y lo de
finió como “the Creative treatment of actuality” , el tratamiento creativo de la
realidad. Como fórmula era bastante vaga y parecía dejar mucho margen de
acción “creativa” ; pero sucesivas declaraciones de Grierson y sus produc
ciones institucionales para la Film Unit de la General Post Office (GPO), de
donde acabó surgiendo la Crown Film Unit bajo la adscripción del Gobierno
británico, contribuyeron a establecer cierta imagen del documental como un
género “ utilitario, pedagógico e impersonal” :
En G ran B reta ñ a , C a n a d á , Estado s Unidos y o tras p a rte s del m u n do v e
nim os sufriendo d e s d e e n to n c e s una re s a c a griersoniana; m iram o s con
s o sp ech a, si es q u e no d e s p re c ia m o s d ire c ta m e n te , to d a s las d e m á s
fo rm a s d e d o c u m e n ta l.
[M acdonald y Cousins, pág. xi]
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NO R M AT IV AS
Pero aunque las ideas de Grierson cayeron en desuso son en cierta medida
responsables de cierta concepción del documental que se mantiene hasta
hoy en día: aquélla que lo asocia con ese "discurso de sobriedad” de que
habla Bill Nichols [Nichols 1991, pág. 3], un discurso que acarrea connota
ciones de “autoridad, gravedad y honestidad” [Bruzzi, pág. 79]. En efecto,
una versión diluida de esta concepción, modificada por la influencia poste
rior del cine directo (con su énfasis en restituir lo real huyendo de lo expresi
vo), estaría en la base de una segunda cristalización normativa del docu
mental: es ésta la que, de forma más o menos difusa, está en la mente del
gran público y la que aleja a muchos potenciales espectadores de otras for
mas posibles de la no ficción. John Comer lo sintetiza así:
El d o c u m e n ta l ha sufrido d os tra n s fo rm a c io n e s cruciales. Se ha c o n v e r
tido, en p rim er lugar, en una c a te g o ría g e n é ric a d e la televisión in te rn a
cional, q u e le ha d a d o un perfil público m uy sup erio r al q u e tien e el cine
d o cu m en tal c o n te m p o rá n e o (...). En s e g u n d o lugar, si bien el d o c u
m en tal e m p e z ó siendo una fo rm a d e e n s a y o c in e m ato g ráfic o (...), el
d o cu m en tal d e televisión se ha visto d om in a d o p or lo periodístico, por
la utilización d e la fo rm a d o c u m e n ta l c o m o un m ed io p a ra h a c e r un r e
p o rta je e x p a n d id o ".
[Com er, pág. 2],
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NO R M A T IV A S
•34
psicofonías: oyendo
la voz de Dios
con un breve paseo por el docudrama
A partir de este punto parece conveniente continuar nuestra mirada retros
pectiva sobre la evolución del documental apoyándonos cuando sea nece
sario como guía para el recorrido en un sumario comentado de los modos de
Bill Nichols [sumario extraído del capítulo 2 de Nichols 1991, el capítulo 5 de
Nichols 1994, y el capítulo 6 de Nichols 2001 ]. Bien es cierto, como se ha ob
servado, que la misma tipología de modos del documental aparece publica
da un año antes por Julianne Burton en el primer capítulo de su libro sobre
el documental latinoamericano [Burton, págs. 3-6]. La propia Burton, en to
do caso, reconoce al presentar su tipología “ las numerosas críticas y suge
rencias” recibidas de Nichols a la hora de “desarrollar este paradigma” , que
luego en realidad ella apenas aplica en su estudio excepto por lo que se re
fiere a la “voz” o modo de interpelación del documental. Nichols, en cambio,
sí desarrolla y amplía el paradigma en los libros mencionados arriba, que son
los responsables de su propagación. Apropiada o no, la tipología ha pasado
a pertenecerle.
En un principio Nichols define los modos del documental como “formas bá
sicas de organizar los textos en relación a ciertos rasgos o convenciones re
currentes” [Nichols 1991, pág. 32], pero más recientemente los califica de
“ modos de representación que funcionan un poco como sub-géneros del
propio género documental” [Nichols 2001, pág. 99]. Esta tipología es bas
tante conocida entre nosotros al haber aparecido formulada en el único li
bro de Nichols traducido al castellano [“ La representación de la realidad” ,
edición de Paidós de 1997 de Nichols 1991], si bien a los efectos de nues
tro estudio interesa también sobremanera la ampliación de los cuatro mo
dos iniciales a un quinto y un sexto en los estudios sucesivos de Nichols
sobre el género [una reciente traducción de su primera formulación del mo
do performativo se puede encontrar en la antología “ Postvéríté” , ver bi
bliografía].
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P S IC O F O N lA S O YEN D O LA VOZ DE DIOS
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P S lC O F O N l A S O Y E N D O LA VOZ DE DIOS
Ante una definición tan ideológica de los venerables clásicos del documen
tal, cabe sorprenderse de que Nichols incluya dentro de este modo también
títulos como “ Las Hurdes” o “ Le sang des bétes” (1949), la chocante mirada
de Georges Franju sobre un matadero, películas que establecen conexiones
mucho menos unívocas con el material y que de hecho se han considerado
también obras surrealistas. La razón que da Nichols es que el modo exposi
tivo tiene en realidad dos variantes, la argumentativa (para la que sí vale to
do lo anterior) y la poética, que tiene un funcionamiento mucho más libre y
musical, y que desaparece históricamente cuando se fija el modelo expositi
vo canónico. En la última formulación que ha publicado de su tipología,
Nichols añade un modo nuevo, el modo poético, desgajado lógicamente del
segmento poético del modo expositivo, del que afirma que "comparte un te
rreno común con la vanguardia modernista” [Nichols 2001, pág. 102] y en el
que deberían acabarse alojando estos títulos anómalos. El problema es que
el modo expositivo es el único que propone Nichols en un principio para las
variadas prácticas documentales que proliferan, tanto en su variante primiti
va o protodocumental como en la experimental, antes de la entrada en es
cena del cine directo.
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PSICOFONlAS- O Y E N D O LA VOZ DE DIOS
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los riesgos del directo
El modo observacional hace su irrupción en los años 60 y encuentra su ex
presión más pura en el direct cinema norteamericano (Robert Drew, D. A.
Pennebaker, Richard Leacock, Frederick Wiseman, los hermanos David y
Albert Maysles). El movimiento puede verse como el fruto de una innovación
tecnológica: la existencia de equipos más ligeros de 16 mm. que permiten sa
car la cámara a la calle con mayor facilidad y de película de más velocidad
que permite rodar con menos luz y, desde luego, la posibilidad de poder gra
bar sonido e imagen sincronizadamente. Pero esta nueva capacidad técnica
se traduce en una postura ideológica reflejada en la decidida voluntad del do
cumentalista de no inten/enir en los eventos que registra (y de hacer una ex
hibición textual de esa no intervención). El cine directo hace tabula rasa de
muchas convenciones que el documental ha utilizado hasta entonces. Se
prescinde de la música, de las entrevistas, de la reconstrucción y, por su
puesto, del comentario: de la voz de Dios se pasa a una actitud de fly on the
wall, mosca en la pared, término que alude a ese grado cero de intervención
que llevado a su extremo podría evocar la práctica de la cámara oculta.
Por supuesto el programa de máximos del direct cinema -la doble pretensión
de no intervención a la hora del rodaje y de no (re)estructuración a la hora del
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LOS RIES GOS DEL DIRECTO
De forma más general, el propio Fred Wiseman, uno de los últimos puristas
del cine directo, es el primero en dudar de la superioridad “moral” del mo
delo, al reconocer que todo documentál “es arbitrario, sesgado, tiene prejui
cios, está comprimido y es subjetivo” y al afirmar la importancia que tiene el
montaje como análisis retroactivo de ese elemento idealizado por la ideolo
gía del cine directo, el material en bruto:
D u rante el ro d aje no hay tiem p o p ara h a c e r un análisis d e los diversos
e le m e n to s q u e h acen q u e una s e c u e n c ia s e a “b u e n a ”; d e b e s dirigir tu
aten ción a “conseguir" la s e c u e n c ia p ara p o d e r h ac e r d e s p u é s un a n á
lisis d eta lla d o d e la m ism a. Un a s p e c to del m o n taje, p or tan to , es c o n
firm ar o d e s e c h a r tu intuición original y m ontar, y p or tan to analizar, la
s e c u e n c ia d e un m o d o q u e te n g a algún sentido p a ra el e s p e c ta d o r q u e
no e s ta b a p re s e n te en el m o m e n to original, p ero al q ue hay q u e p re
sen ta rle el e v e n to y su interp retació n d e una m a n e ra q u e le resulte
c o m prensib le.
[citado en M acdonald y Cousins, pág. 2 8 0 ]
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OS RIESGOS DEL DIRECTO
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LOS RIES GOS DEL DIRECTO
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confianza en los testigos
El modo interactivo, que Nichols pasa a llamar participativo una década des
pués [Nichols 2001] quizá para evitar la confusión que acarrearía el primer
término en esta era de internet, nace al mismo tiempo que el modo obser-
vacional. Pero en vez de estar identificado como éste con la escuela esta
dounidense del cine directo es de raigambre francófona e internacional: Jean
Rouch y Edgar Morin y su influyente “Crónica de un verano” (“Chronique
d ’un été” , 1960), que lanza el término de cinema vérité, el Chris Marker de
“ Le joli mai” (1962), la escuela documentalista canadiense (Gilíes Groulx,
Michel Brault) y cineastas cubanos como Octavio Cortázar son algunos de
sus primeros practicantes, y la línea prosigue luego con cineastas como los
norteamericanos Ross McElwee, Lourdes Portillo o Michael Moore.
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ON FIA N ZA EN LOS TE STI GOS
que ha estado allí (lo que sustituye al estar allí del cine directo). A menudo la
“autoridad textual” de la película se hace depender demasiado de una fe exce
siva en este tipo de testimonios; ello conlleva el riesgo de caer en lo que Nichols
llama “naive history”, una versión de las cosas no contrastada ni puesta en con
texto. Desde el punto de vista de la conversación que, implícita o explícita
mente, se establece con el cineasta, el entrevistador puede permanecer fuera
de campo, mantener una actitud neutra, ejercer de catalizador o incluso provo
car al sujeto; y estas estrategias definen la actitud, o la deliberada falta de ac
titud, del documentalista. A veces se echa en falta una presencia textual más
activa del mismo, más allá del hecho de inducir, registrar y montar la conversa
ción; como si todo esto no supusiera ya una “manipulación" considerable y se
pretendiera que tomáramos el resultado final como un acto de declaración es
pontánea, por muy auténtico y representativo que sea el actor social elegido.
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el documental
se mira al espejo
Si bien cuenta con precedentes tan ilustres como “ El hombre de la cámara” ,
de Dziga Vertov, Nichols identifica un modo reflexivo a partir de los años 80
en trabajos de documentalistas como Trinh Minh-ha, Errol Morris y el Chris
Marker de “Sans Soleil” , y en la obra ensayística de cineastas como Godard
o Raoul Ruiz. En vez de centrarse en los procesos de negociación entre ci
neasta y sujeto, como el modo participativo, el modo reflexivo se centraría
en los procesos entre cineasta y espectador, alterando así la ecuación esen
cial del género:
Con esto quiere decir Nichols que el documental reflexivo se plantea, preci
samente, esas delicadas cuestiones de la representación, la objetividad, el
realismo, su misma condición de ser algo construido y no una evocación di
recta de la realidad, etc., que el documental no había solido abordar directa
mente. Es por tanto un modo que tiende a defamiliarizar, como proponía el
formalismo soviético, el formato mismo del documental, haciéndonos cons
cientes de sus convenciones por medio de un proceso de extrañamiento. Su
"tema” ya no es el mundo histórico sino cómo se construye una representa
ción de dicho mundo. De ahí le viene el defecto que advierte Nichols en él:
tiende a ser demasiado abstracto y a perder de vista la realidad histórica. Si
bien es cierto que en su exploración de este modo Nichols matiza un poco
su desconfianza al distinguir una forma de reflexividad formal de otra más
política, evocando así (auque no la mencione) la antigua clasificación entre
dos formas de vanguardia, militante y experimental, que había formulado
Peter Wollen en 1975.
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EL D O C U M E N T A L SE MIRA AL ESPEJO
Este radical programa de crítica del género, muy en la línea del tipo de acti
tudes que prevalecían en los años 70, propició una fase de “experimentos",
muchos de los cuales provenían de cineastas situados más bien fuera de la
institución documental (Godard, Bruce Conner, etc.). Esto sugiere que el mo
do reflexivo procedería de la misma actitud modernista que llevó a someter
a parecidos procesos de introspección textual al cine de ficción: tanto el ci
ne de la modernidad, de forma implícita, como la teoría dura de los años 70,
de forma muy explícita, acometieron -a menudo por medio de un proceso de
alimentación mutua- la tarea de denunciar los supuestos ideológicos que ya
cían bajo lo que entonces se llamó el texto realista clásico. En este sentido,
el modo reflexivo representa, sin ninguna duda, un rito de paso necesario pa
ra el documental, al desafiar -es el único modo que lo hace- el efecto de re
alidad sobre el que se funda este cine. Es también, por supuesto, el ejemplo
más evidente de ese impulso de auto-crítica que hemos creído detectar en
otras fases de su desarrollo.
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EL D O C U M E N T A L SE MIRA AL ESPEJO
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el documental performativo
Con estos cuatro modos (expositivo, observacional, participativo y reflexivo)
da cuenta Nichols de lo que considera el estado presente del documental a
la altura de 1991. El modo reflexivo en particular parece una respuesta a una
queja que él mismo había expresado más de una década antes:
P ese a to d o el interés actu al p or deco nstru ir la n arrativa, in terro g ar el
ilusionismo y h a c e r s a lta r los cód igo s fílm icos (to d a s ellas a ctivid ad es
im p o rtan tes ), e s e interés no ha p ro du cid o d e m a s ia d o im p a c to en el
á re a del cine d o c u m e n ta l.
[reseña del libro "Nonfictional Film: Theory and Criticism", en Film Quarterly,
otoño 1977, pág. 67] •
Esta desviación del carácter evidencial del documental no tendría por obje
tivo defamiliarizar las convenciones del género (como en el modo reflexivo)
sino “subrayar los aspectos subjetivos de un discurso clásicamente objeti
vo” y dar un mayor énfasis a “ las dimensiones afectivas de la experiencia pa
ra el cineasta".
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EL D O C U M E N T A L P E R F O R M A T IV O
Hay que añadir un detalle de capital importancia, que no mencionan los es
tudiosos del documental pero sí cualquier diccionario lingüístico como el re
cién citado: los enunciados performativos se diferencian de los descriptivos
en que no son verificables más allá de la función que cumplen de anunciar
una acción. Aplicando la analogía al discurso del documental: decir "El mun
do es así” puede ser cierto o no; decir “ Yo te digo que el mundo es así” es
capa a este tipo de verificación. Así, el documental performativo se desvía
de la vieja problemática de la objetividad/veracidad que tanto ha acompa
ñado al género, y al mismo tiempo pone en primer término el hecho de la co
municación. Volviendo a Nichols, el modo performativo se contrapone al ob-
servacional por su insistencia en mostrar la respuesta “afectiva” del docu
mentalista a la realidad; pero también se contrapone al modo participativo,
pues si éste lo fiaba todo a la fe en los testigos, en el performativo la inter
vención del sujeto se presenta como un acto de habla de alguien que res
ponde tanto a la realidad como a la cámara.
Pero ¿qué había pasado para pillar desprevenidos a Nichols y los demás es
tudiosos del documental? Pues que el sin duda necesario proceso de intros
pección que habían detectado en el documental (auto)reflexivo se iba a ver
pronto superado por la propia evolución del género. La insistencia en poner en
primer término sus propios procesos de construcción, y de construcción de
sentido, pasó a importar menos que la inscripción de la subjetividad, tanto la
del documentalista como la de su sujeto. Parece que al cine de no ficción con
temporáneo le empezó a interesar menos hablar del “mundo histórico” nichol-
siano que mostrar quién, y desde dónde, habla. Y lejos de ocultarla como an
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EL D O C U M E N T A L P E R F O R M A T IV O
tes, empezó a desplegar una subjetividad, esa inscripción del yo que antes se
consideraba “vergonzosa” , y a desplegarla como una performance.
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EL D O C U M E N T A L P E R F O R M A T IV O
Michael Moore, que es ahora el cineasta más conocido de todos ellos, co
mienza la película que le lanzó mundialmente, "Roger y yo” (“ Roger and Me” ,
1989), contándonos poco menos que su vida desde la infancia y primeros
empleos antes de centrarse en “el tema” de la película, el paro en su ciudad
natal de Flint, Michigan, con toda la autoridad que le da su relación encar
nada con esa realidad local. En sus siguientes documentales, “The Big One”
(1997) y “ Bowling for Columbine” (2002), esa relación directa no existe pero
sí la que ya tiene el espectador con su personaje, una especie de versión
desastrada del americano común enfrentado a las corporaciones del cine de
Frank Capra. Ross McElwee emprende en “Sherman's March” (1985) un via
je por el Sur de su país, sin olvidar contarnos los lances amorosos que vive
por el camino; algunos de los personajes que encuentra en su periplo rea
parecerán luego en su posterior “6 O’Clock News” (1996). Alan Berliner ha
dedicado una película (“ Nobody's Business” , 1996) a una discusión con su
padre y otra (“The Sweetest Sound” , 2001) a una elucubración, suscitada por
una sesión de ego surfing en la red, sobre el número de gente que compar
te su mismo nombre, que acaba convirtiéndose en una reflexión sobre la
identidad. Y el británico errante Nick Broomfield ha dedicado varias pelícu
las al “tema” de la empresa misma que sustenta la realización documental:
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EL D O C U M E N T A L P E R F O R M A T IV O
Hay que decir que el interés de los estudiosos norteamericanos por el docu
mental performativo tiene no poco que ver con su adscripción a escuelas co
mo el multiculturalismo o los llamados estudios de género: ello les lleva a pri
vilegiar los textos en los que el documentalista habla en primera persona des
de la pertenencia a una minoría sexual, racial o cultural, o a un colectivo per
seguido. No escasean, precisamente, los títulos que construyen su discurso
a partir de esta forma de conocimiento encarnado: “Tongues Untied” (Marión
Riggs, 1989) o “ Paris is Burning" (Jenny Livingston, 1991), sobre la experien
cia de ser negro y gay; la escalofriante "Kya ka ra ba a” (“ En el silencio del
mundo” , Naomi Kawase, 2001), sobre la relación entre la directora y su padre;
“History and Memory” (Rea Tajiri, 1991) o “ Los Rubios" (Albertina Carri, 2003),
narran pesquisas iniciadas por hijos de represaliados políticos; “ El diablo nun
ca duerme” (Lourdes Portillo, 1994), “ La televisión y yo” (Andrés Di Telia, 2001)
adoptan la forma de pesquisas personales menos acuciantes sobre el pasa
do y la familia del cineasta; y películas etnográficas de ambición post-colonial
como “ Reassemblage" y “ Naked Spaces. Living is Round” (Trinh T. Minh-ha,
1982 y 1985, respectivamente), “A Forest of Bliss” (Robert Gardner, 1985) o
"A Song of Ceylon” (Laleen Jayamanne, 1985), serían sólo algunos ejemplos
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EL D O C U M E N T A L P E R F O R M A T IV O
54
del documental poé
tico al experimental
(con un interludio de ficción)
Como sugeríamos al principio de esta retrospectiva, un precedente de esa
expansión del repertorio del documental ortodoxo hacia la rica dispersión
del cine de no ficción actual se contiene en la línea de sombra que se ob
tendría uniendo títulos que no acaban de encajar dentro de la línea princi
pal de la institución documental, como “ El hombre de la cámara", “A pro
pos de Nice” , “ Listen to Britain” , “ Reminiscences of a Journey to Lithuania”
(Joñas Mekas) o “Sans Soleil".
Una idea similar parece guiar a Bill Nichols en su último estudio dedicado al
tema, “ Introduction to Documentary” , cuando decide añadir a su clasifica
ción de los modos documentales una sexta categoría, que anteriormente
consideraba “enquistada” dentro del modo expositivo. El modo poético, que
“comparte un terreno común con la vanguardia modernista” , se caracteriza
ría porque “subraya las formas en las que la voz del cineasta dota a los frag
mentos del mundo histórico de una integridad formal y estética específica en
cada film determinado” [Nichols 2001, pág. 105], En realidad este nuevo mo
do es un desgajamiento de la variante poética del modo expositivo, que en
su primera formulación Nichols tenía reservada para los documentalistas de
vanguardia de los años 20, como ya hemos visto.
Se puede pensar que este nuevo modo, que Nichols apenas desarrolla, no
es más que un cajón de sastre, como implicaría esa ambigua caracterización
que acabamos de citar así como la omniinclusiva apelación a lo “ poético",
un término tan indefinido como el de no ficción. Pero también se puede pen
sar que el modo poético tiene una doble virtud: acoge géneros y épocas muy
diferentes del cine documental: y permite fusionar éste con la práctica expe
rimental en busca de una cierta contigüidad hasta entonces negada, o se
parada en sus departamentos respectivos, entre las diversas prácticas que
abordan la realidad rompiendo el corsé de “ prosa” del documental. Así, co
mo categoría independiente, el modo poético engloba cineastas que van
desde el surrealista Luis Buñuel al ensayista Chris Marker y el antropológo
excéntrico Les Blank, pasando por el director underground Kenneth Anger,
hasta llegar a los recientes trabajos del maestro húngaro del cine de metra
je encontrado, Péter Forgács.
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DEL D O C U M E N T A L PO ÉTICO AL E X P E R IM E N T A L
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DEL D O C U M E N T A L POÉTICO AL EX P E R IM E N T A L
El libro de Catherine Russell parte de una idea que se nos antoja similar: ver
el cine como una representación cultural y romper con la tradición de privi-
A propos de Nice
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DEL D O C U M E N T A L PO ÉTICO AL E X P E R IM E N T A L
legiar el análisis del contenido para centrarse en el análisis del discurso. Pero
llega aún más lejos. Russell propone la confluencia de vanguardia y etno
grafía, considerada ésta no como la representación de otras culturas, sino
como “el discurso de la cultura en representación" [Russell, pág. xvii], Y en
esa confluencia de “ prácticas fílmicas que se han declarado extintas en la
cultura posmoderna y poscolonial", Russell ve:
1) una c o rrien te d e influencia m u tu a h istó ric a m e n te s u b te rrá n e a q ue
a h o ra ha vuelto a h a c e rs e visible: “La e tn o g rafía e x p e rim e n ta l no es
s im p le m e n te una nueva te n d e n c ia del cine c o n te m p o rá n e o , sino ta m
bién un fo rm a d e revisar la larg a historia d e la intersección d e v a n g u a r
dia y a n tro p o lo g ía ” [Russell, p ág . xiii];
Sink or Swim
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DEL D O C U M E N T A L PO ETICO AL E X P E R IM E N T A L
como Yervant Gianikian y Angela Ricci Lucchi. Puede comparar la mirada del
cine etnográfico con la de cineastas de vanguardia como Peter Kubelka y Su
Friedrich. Puede contemplar el cine de metraje encontrado de Bruce Conner
y Craig Baldwin como una “ historiografía de la mirada radical” . Y puede in
cluir en la ecuación la “auto-etnografía” de los diarios filmados de Joñas
Mekas, Sadie Benning o Chris Marker. Realmente estimulante, el proyecto de
Russell parece una forma especialmente adecuada de situar en su justa
perspectiva el cine de no ficción, tanto desde un punto de vista contempo
ráneo como retrospectivo.
interludio de ficción
Al acabar este sucinto recorrido retrospectivo por la historia de la tradición
cinematográfica conocida anteriormente como documental, el lector se dirá
que muchos de los recursos y actitudes del cine de no ficción que hemos re
pasado han tenido, sin duda, precedentes o correspondencias dentro del ci
ne narrativo de ficción a través de los huecos abiertos en el edificio del cine
clásico, al menos, desde la época del neorrealismo italiano. El realismo psi
cológico del texto clásico, en efecto, ha ido cediendo paso al realismo feno-
menológico (por utilizar una expresión de Luis Miranda) que caracteriza a los
diversos cines de la modernidad.
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DEL D O C U M E N T A L PO ÉTICO AL E X P E R IM E N T A L
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LA INVE N C IO N DEL D O C U M E N T A L
Por otra parte, este rico corpus documental ha suscitado tal cantidad de pu
blicaciones y debates en el ámbito anglosajón a lo largo de la década de los
90 que al final de la misma uno de sus principales estudiosos, Michael
Renov, se preguntaba, tras haber repasado la bibliografía reciente,
¿N o h a b re m o s re e m p la za d o s im p le m e n te una narración m a e s tra (la
película d o c u m e n ta l c o m o martillo del c a m b io social) p or o tra (el fo r
m a to d o c u m e n ta l c o m o el á b re te -s é s a m o d e la reinvención cultural)?
(...) ¿Q ué q u e d a d e “la tradición d oc u m e n ta l", cuyos estu dio sos fa v o re
cieron en un tie m p o lo c o n c re to y lo histórico, a h o ra q u e la p o s m o d e r
nidad ha p re s e n c ia d o una d e c a d e n c ia d e la referen cialid ad y el anclaje
ideológico?
[Renov 1999, pg. 3 2 2 -3 2 3 ]
El tono optimista con que responde Renov al reto planteado es típico de mu
chos escritos actuales sobre el cine de no ficción: en vez de encerrarse en una
postura purista o esencialista sobre el modelo documental, o seguir enredán
dose en viejas discusiones sobre los problemas de la evidencialidad, etc., se
prefiere afrontar la situación actual de frente. De la confusión saldrá la luz.
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LA INVE N C IÓ N DEL D O C U M E N T A L
Polgár s zótár
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LA INVE N C IÓ N DEL D O C U M E N T A L
Aquí topamos con una aparente contradicción pues este formato que aspira
a captar el “ mundo histórico” , como dice Bill Nichols, parece muy alejado de
las cuestiones que preocupan a la institución artística: la autonomía de la for
ma y el despliegue de la auto-expresión no sólo son ajenos a la ontología del
documental sino que además son algo contra lo que éste ha luchado a lo lar
go de su desarrollo histórico, por lo que suponía de complicación en su pro
yecto declarado de representar el mundo con la mínima mediación posible.
Desde la otra orilla, desde la orilla artística, ¿qué ha pasado para que se re
cupere esa fe naife n el poder de la imagen para captar lo real, nada menos,
en esta época post-artística? ¿Qué ha pasado para que tantos artistas de
jen de tomar el cine como objeto y utilicen ahora el documental como len
guaje en primer grado y como herramienta de conocimiento no sólo de sí
mismos (video performance) sino de su entorno? Puede encontrarse el prin
cipio de una explicación en un doble movimiento que habría creado un es
pacio para esta confluencia: por un lado, algunos historiadores de arte ha
blan de un retorno a lo real que puede deberse a un cansancio de los juegos
formales del post-arte. Por otro lado encontramos, evidentemente, la certifi
cada evolución del cine de no ficción de la que hemos venido dando cuen
ta: a diferencia de lo que ocurre en el mundo del arte o del cine comercial (en
donde ya se habla de un post-cine) en el campo de la no ficción el término
post-, como en post-documental, no sugiere un final sino un comienzo. El
gran problema a la hora de afrontar este nuevo fenómeno de artistas docu
mentalistas, de Chantal Akerman a Péter Forgács, de Anri Sala a Elizabeth
Subrin, es que los críticos de cine no suelen ir al museo (a ver películas) y los
críticos de arte desconocen la evolución anterior del cine de no ficción, con
lo que corren el peligro de descubrir el Mediterráneo a cada rato...
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