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¡ÉÉ¡
FO N D O DE C U L T U R A E C O N O M IC A
LEN G U A Y E ST U D IO S L IT E R A R IO S
MOSES HADAS
T itulo original:
A n cilla to cla ssic a l m u lin g
Cl 195-1, Columbia University Press, Nueva York
D. R. © 1987, F o n d o d e C u l t u r a E c :o n ó m i ( :a , S. A. de C. V.
Av. de la Universidad, 975; 03100 México. D. F .
ISBN 968-16-2510-2
Impreso en Mexico
PREFACIO
I. E l a lfa beto
Sufeno hace muchos más versos que nadie. Estimo que tiene 10 mil
o más ya completos, y no, como a menudo sucede, anotados en pe
dazos de papel, sino en papel imperial (chartae regiae), rollos nue
vos, lomos (umbülici) también nuevos, así como lazos rojos y envol
turas de pergamino. Todas las rayas aparecen marcadas con plomo
y pulidas con piedra pómez.
Los umbillici o cilindros antes mencionados eran propiamente dos
perillas colocadas en los extremos de los rodillos, que servían de
adorno para los libros de mejor calidad. Los rollos se guardaban
en una cubierta de pergamino, a veces coloreada y con cintas de
colores. A fin de proporcionarle mayor durabilidad y mejor aparien
cia, un libro de papiro podía teñirse con aceite de cedro. Se acos
tumbraba reunir varios rollos y guardarlos en unas cajas o papeleras
(capsa, scrinium), o bien colocarlos en estantes o casillas (nidi). En
diversos pasajes se refiere Catulo a los puestos de libreros que había
en Roma y a los anuncios de libros que se colocaban frente a ellos.
III. T a b l e t a s , c ó d ic e s , v it e l a
IV. P lu m a s y t in t a
V. C a p í t u l o s y v e r s íc u l o s
VI. T ip o s d e e s c r it u r a
Para dormir casi siempre utilizaba las literas o las carretas, de ma
nera que el reposo lo condujera a la acción. Durante el día ordenaba
que lo transportasen a los acantonamientos, ciudades o campamen
tos. Un esclavo acostumbrado a tomar dictado se sentaba a su lado,
mientras que un soldado, espada en mano, permanecía atrás de
César.
Cuando habla que tener en cuenta el estilo, aun personas con ama
nuenses a su servicio escribían a mano. Así, Suetonio (Nerón 52)
habla de un emperador que exclamó "¡Ojalá nunca hubiera apren
dido a escribir!" cuando se le pidió que firmase una sentencia de
muerte:
Dime, Eutidemo, ¿estoy bien informado que posees una gran colec
ción de libros escritos por quienes se han dado en llamar los sabios
de antaño?
Sócrates, ¡por Zeus!, te aseguro que sí —repuso el otro—, y la
sigo aumentando para que, hasta donde sea posible, llegue a ser
completa.
Despliego y hurgo con mis amigos en los tesoros que los sabios de
otros tiempos nos legaron. Si descubrimos algo que vale la pena lo
extractamos, pues consideramos que es importante el ayudamos mu
tuamente.
VIII. B i b l i o t e c a s p ú b l i c a s y p r iv a d a s
Otras fuentes afirman que la biblioteca tenía entre 100 y 700 mil
volúmenes. Entre sus directores contó una serie de distinguidos sa
bios: Zenodoto, Eratóstenes, Aristófanes de Bizancio, Aristarco. Apo
lonio de Rodas y Calímaco trabajaron en la biblioteca. Los catálo
gos (Pinakes) que preparó este último constituyen verdaderas
historias literarias. Parte de un catálogo de una biblioteca de Rodas
se encontró en un papiro que data del siglo ix a.c. Hubo en Alejan
dría, en el Serapaeum, otra biblioteca, más pequeña, y otras había
en las demás ciudades helenísticas. Al parecer, la segunda en im
portancia fue la que Eumenes estableció en Pérgamo. Dice Plutarco
(Antonio 58) que contenía 200 mil volúmenes, cuando Antonio se
la ofreció a Cleopatra. Perseo de Macedonia, afirma Plutarco (Emi
lio 28), era dueño de una biblioteca. Y, también según Plutarco
(César 49), la gran biblioteca de Alejandría se incendió cuando Cé
sar quedó sitiado en esa ciudad. Otros escritores mencionan la total
destrucción de edificios y colecciones.
No existen datos sobre bibliotecas establecidas en Roma antes
del siglo i a.c., cuando ya se mencionan varias colecciones privadas
y los comienzos de algunas públicas. Lúculo (Plutarco, Lucullus 42)
permitía la entrada a la suya, especialmente cuando se trataba de
lectores griegos. Atico y Cicerón poseían muchísimos libros. Julio
César comisionó a Varrón, el estudioso más distinguido de su época
(Suetonio, Julius 44) "para que adquiriese y clasificase cuantas co
lecciones fuera posible de libros griegos y latinos, las cuales que
darían abiertas al público”. Éste se cuenta entre los proyectos que
ya no se realizaron debido al asesinato de César. Asinio Polión fundó
una biblioteca pública en Roma (Plinio, H istoria natural 7.30, 35.2),
pero las bibliotecas que verdaderamente podrían calificarse de ro
manas fueron las dos que estableció Augusto. Ambas tenían acceso
a un templo; contaban con una sección griega y una latina, y un
salón de lectura donde se podía conversar (Aulo Gelio 13.19). Los
sucesores de Augusto imitaron su ejemplo, y sólo en la ciudad de
Roma llegó a haber 28 bibliotecas. La construida por Trajano pa
rece haber sido la mejor de todas. Hasta Domiciano, poco aficio
nado a la literatura, se interesó por las bibliotecas (Suetonio, Do-
miciano 20) :
Pues así como el cuerpo de los libros, hecho con una mezcla de con
trarios, debe experimentar un continuo desgaste de sus elementos, en
la misma forma, el saber de los hombres de estudio debería encon
trar remedio para que un libro sagrado, después de haber satisfecho
lo que reclama la Naturaleza, pueda obtener un sustituto por vía de
herencia, y sea una semilla que reemplace al hermano muerto.
36 PRODUCCIÓN, ACOGIDA Y PRESERVACIÓN
Por qué los libros tengan que ser repuestos queda claro en un pa
saje de validez intemporal, que debe encontrar un eco de simpatía
en el corazón de todo amante de los libros:
I. E l e l e m e n t o e s e n c ia l
como símbolo del poder mágico que se le otorgaba. Las Musas, dice
en la Teogonía (29-35),
r
me dieron una rama de laurel que habían cortado para que me sir
viera de cetro. Infundieron música y canto en mi alma, y me pidieron
que expresara con, esos ritmos lo pasado y lo por venir; que cantara
la raza de los dioses, que las cantara a ellas mismas, al principio
y al final, recordando siempre.
lio tienen una finalidad más específicamente religiosa que obras aná
logas pertenecientes a la literatura griega, pero cabe preguntar:
¿hasta qué punto creían los poetas —y su público— que realmente
estaban investidos de autoridad espiritual? Al menos puede respon
derse que, cuando hace a un lado la frivolidad, la poesía romana
se consagra conscientemente y con verdadera austeridad al servicio
del ideal romano, y que el tono que se percibe en la Eneida o en las
odas patrióticas de Horacio es de un elevado patriotismo, más ge-
nuinamente religioso que el del cuito oficial. Se sospecha de la pro
fecía cuando se considera que el ideal está encerrado en la discipli
na ortodoxa, y el carácter del Estado romano acogía mejor al
sacerdote que al profeta. Por consiguiente, es posible que en Roma
el portavoz del Estado haya tenido aquel tipo de autoridad que
en otras partes se asociaba con un concepto más literal de la ins
piración.
III. L ic e n c ia pa ra e n s e ñ a r
se les proporcionan las obras de los buenos poetas para que las lean
en clase, y se les obliga a aprenderlas de memoria. Allí encuentran
abundancia de admoniciones y muchas descripciones, alabanzas y
elogios a los hombres buenos del pasado, para que los niños los
emulen y sientan deseos de ser como ellos.
42 PRODUCCION, ACOGIDA Y PRESERVACIÓN
IV. V erdad e im a g in a c ió n
verso, sino en que uno refiere lo que sucedió y el otro lo que podría
ocurrir. Esta sentencia aristotélica parece haber sido el punto de
partida de dos actitudes opuestas en lo concerniente a la relación
entre historia y tragedia o entre hechos y ficción, en todos los tra
bajos de crítica que aparecieron posteriormente.
El planteamiento aristotélico no influyó necesariamente en nue
vas formas de expresión escrita pero sí en las apreciaciones críti
cas. Su análisis de la tragedia no constituía una especie de legisla
ción destinada a futuros cultivadores del género, sino más bien, como
su análisis de especímenes biológicos, un fundamento para la crí
tica de obras ya existentes. Y sucedió lo que ya había ocurrido en
la Política al estudiar las instituciones, es decir, que Aristóteles se
olvidó de lo que estaba pasando en su propia época. Creía que la
tradicional ciudad-Estado podía sobrevivir como poder independien
te, sin darse cuenta de que había llegado la edad de los imperios
y de los grandes reinos; y, por cuanto puede verse, también creyó
que tragedias como las de Sófocles podían seguir escribiéndose. En
realidad, las mismas condiciones que pusieron fin a la ciudad-Estado
influyeron para que fuera imposible seguir cultivando la tragedia
de estilo antiguo. En efecto, cuando discute la tragedia Aristóteles
se basa sobre la obra sofoclea, como norma de la cual incluso Eu
rípides se aparta en lo esencial. Cuestiones de gran alcance acerca
del hombre y del destino ceden el paso a los problemas contempo
ráneos, y crece mucho la influencia de la retórica. Así como se con
servan las dramatis personae de la edad heroica mientras que los
personajes son en realidad contemporáneos, así en las tragedias, en
su conjunto sobrevive la forma más aún que el espíritu. Inevita
blemente, el resultado fue una producción "literaria” artificial en
donde la preocupación por la forma y la erudición en lo concernien
te a las leyendas heroicas suplantaron a la interpretación. En obras
como la Alejandra, de Licofrón, y las tragedias perdidas de la "Plé
yade” alejandrina, problemas de verdad poética carecen de impor
tancia. . 1
Se eliminó la poesía pero hubo un interés más inmediato por la
verdad en obras un tanto pedestres. Los filósofos helenísticos no
abrigaban la menor duda sobre sus muy especiales verdades y al
canzaron notoriedad por su desinterés en todo lo concerniente a la
forma. Por ello no se les puede tomar muy en cuenta en la discusión
de estos puntos. Sin embargo, el canon de veracidad de estos filó
sofos fue muy importante para los historiadores y para los "orado
res” que trataban temas históricos. Más adelante veremos cómo
la fórmula de Aristóteles sobre la verdad poética se aplicó a la prosa
expositiva.
En el género histórico nunca se ha dictaminado a satisfacción de
todos los interesados acerca de los derechos en pugna del arte y
48 PRODUCCIÓN, ACOGIDA Y PRESERVACIÓN
V. P o e s ía a p l ic a d a
I. L a s u s t a n c i a d e l s o n id o
III. E je c u c ió n l ír ic a
IV. R e p r e s e n t a c io n e s e s c é n ic a s
Desde siempre y hasta nuestros días, las obras dramáticas son las
únicas para las que la presentación oral es un requisito indispen
58 PRODUCCION, ACOGIDA Y PRESERVACIÓN
Sófocles, aún muy joven, se presentaba por primera vez con una
obra propia. El arconte Apsefión, al ver que los espectadores estaban
divididos en dos campos apasionadamente opuestos, en vez de sor
tear a los jueces esperó a que Cimón entrase al teatro junto con los
otros generales para ofrecer al dios las libaciones prescritas, y ya
no los dejó salir sino que los obligó a prestar juramento y a presen
ciar el espectáculo en calidad de jueces: eran diez, uno por cada
tribu.
V. O r a t o r ia e h i s t o r i a
VI. L e c t u r a s p ú b l ic a s e n R o m a
Horacio (Sátiras 1.4.73-74) declara: "yo sólo recito para mis amigos
y aun entonces tienen que obligarme; no recito en cualquier parte
ni lo hago en presencia de cualquiera”. Ovidio menciona frecuen
temente sus propias recitationes. Desde el exilio en Tomes, a orillas
del Mar Negro, lamenta (Pónticas 3.14.39-40) que carece de público
capaz de apreciar sus recitaciones; y en 4.13.18 ss. dice que recitó
en Tomes un poema en loor de Augusto escrito en lengua gética.
Observa Suetonio (Persio) que "Lucano admiraba a tal grado lo
que Persio escribía, que cuando éste recitaba sus escritos como de
costumbre, le costaba trabajo esperar hasta el final para decirle
que esos sí eran verdaderos poemas, mientras que los de él mismo
eran un mero juego de niños”. La poesía de Lucano, a su vez, des
pertó los celos de Nerón, que ex profeso "se salió de uno de los
recitales, como si quisiera lanzar chorros de agua fría sobre aquella
función" (Suetonio, Lucano). Marcial (2.88) da a entender que
quien no recita no puede ser considerado poeta: "Tú, Mamerco,
nunca recitas, pero quieres pasar por poeta.”
Plinio fue el gran promotor de estos recitales y sobre ellos hace
muchos comentarios en sus Cartas. Habla de sus intervenciones y
de las de sus amigos, anima a los novatos a que tomen parte en
los recitales. En el siguiente párrafo (5.3.8-11) expone sus razones
en favor de esta costumbre:
64 PRODUCCIÓN, ACOGIDA Y PRESERVACIÓN
He aquí las razones por las cuales recito. En primer lugar, el recita
dor perfecciona la autocrítica al tener que superar la falta de con
fianza en uno mismo que inspira la presencia del público. En segundo
lugar, aprovechando, por decirlo así, el consejo de sus asesores, pue
de aclarar puntos sobre los que abrigaba dudas. Recibe, además [en
los recitales] el beneficio de las indicaciones que quizá le hagan va
rias personas; y aun cuando esto no suceda, puede descubrir las
reacciones del auditorio si pone atención a su actitud, a sus miradas,
a la forma en que mueven la cabeza o las manos, a los aplausos que
se insinúan o al guardar ese silencio que reina en la sala. En todo
ello se pueden descubrir señales que distinguen la cortesía de lo
que realmente se opina. [ . . . ] Si alguna persona del público sintiera
curiosidad por echar un vistazo a lo que acaba de oírme leer, pro
bablemente descubriría cambios u omisiones que quizá ella misma
me sugirió aun cuando no me haya dicho una sola palabra.
Plinio consideraba a los recitales poco más que una mera oportu
nidad para lucirse, aunque, por otra parte, lo llenaran de satisfac
ción los aplausos que en ellos alcanzaba y gozara porque su esposa
compartía esa satisfacción (4.19.3): "Siempre que recito alguna de
mis obras, se sienta cerca, escondida detrás de una cortina, y escu
cha con avidez los elogios que me dirigen." Plinio escribió algunos
versos —criticados por insustanciales—, pero debe recordarse que
sus principales obras están en prosa.
Suetonio (Claudio 41) describe amenamente un recital de obras
en prosa del emperador Claudio, que resultó pródigo en incidentes:
Solía leer sus poemas lo mismo en casa que en el teatro. Uno de sus
recitales gustó tanto que se decretó una acción de gracias pública.
Además, parte de sus poemas se grabaron en letras de oro y fueron
dedicados a Júpiter Capitolino.
DISTRIBUCIÓN Y CONSUMIDORES 65
VII. E l n e g o c io d e l o s l ib r o s
VIII. M ecen a zg o
“Es más grave robarse el trabajo de los muertos que sus vestidos",
dijo Sinesio. Si esta grave condenación corresponde a la realidad, ¿en
qué vendrían a quedar la mayor parte de los escritores? Yo, junto
con otros, pongo mi mano en la barra de los acusados y me declaro
culpable de esa falta, el acusado se declara culpable, acepto que se
me ponga junto a los demás. No hay duda de que un incurable ma
lestar enfermizo, un ansia por escribir se ha apoderado de muchos, y
especialmente se aplican a nuestra época, loca por escribir, las pa
labras de un sabio de otros tiempos: "No se le ve fin a eso de
escribir libros.” “El número de libros es innumerable”, dijo otro
prudente varón, el cual añadió: "las prensas gimen oprimidas”. Obe
deciendo a la gran comezón por darnos a conocer, por conquistar
fama y honores, sabios e ignorantes, todos escribimos por igual. Hay
que escribir sin que importe mucho el tema; hay que arañar de aquí y
de allá, de donde sea. Dice Escalígero: "Embrujados por el afán de ha
cerse famosos, aunque estén enfermos, descuidan su salud, y, apenas
capaces de sostener la pluma, insisten en que tienen algo que decir, en
que les es preciso adquirir renombre, caiga quien caiga.” Ser contado
entre los escritores, ser llamado autor, pasar por supererudito entre
la masa ignara, ganar fama para un talento que nada vale, aun sin
esperanza de lucrar pero con grandes esperanzas de llegar a ser cé
lebre en esta edad nuestra arrebatada y ambiciosa (la censura per
tenece a Escalígero)... Como si fuésemos boticarios, todos los días
hacemos nuevas mezcolanzas, y vaciamos en esta vasija lo que saca
mos de aquélla. Y así, como los antiguos romanos saquearon ciudades
del mundo entero en beneficio de su mal ubicada urbe, nosotros
desnatamos el talento ajeno, cortamos las más escogidas flores de
sus bien cuidados jardines, para adornar nuestros infértiles tiestos.
X. La censu ra
Por otra parte, las obras que han llegado hasta nosotros son prue
ba de que los poetas dramáticos gozaban de completa libertad de
expresión. En funciones patrocinadas por el Estado, Aristófanes
pudo dar voz en Los caballeros a invectivas muy virulentas contra
el jefe del gobierno, en presencia de este mismo y de un gran pú
blico; y Eurípides pudo insinuar con toda claridad en Las troya-
nas que la expedición contra Siracusa —cuyos preparativos habían
llegado a la etapa final— estaba condenada al fracaso.
En lo referente a faltas cometidas contra la religión tenemos no
ticia de castigos venidos de lo alto pero no de sanciones humanas.
Se dice que Estesícoro fue condenado a perder la vista porque ca
lumnió a Helena y que la recobró gracias a su Palinodia. La
condenación de Sócrates (y la de otros maestros que se apartaban
de la ortodoxia) se puede atribuir a motivos políticos, pero su ca
rrera anterior es más bien prueba de la ausencia —no de la pre
sencia— de toda censura. Demóstenes fue perseguido a tal grado,
por haber hablado y escrito contra el imperialismo macedonio, que
prefirió envenenarse, pero esta persecución se debió a la arbitra
riedad del conquistador. Bajo la soberanía de Macedonia y de los
monarcas que vinieron después, la libertad de palabra resultó a
todas luces peligrosa, y no tenemos noticia de personajes recalci
trantes, a menos que queramos incluir a los Macabeos bajo el do
minio de Antíoco Epifanes. Las "ideas peligrosas” de los alejan
drinos se limitaban a cuestiones relacionadas con la filología.
En la República romana Nevio (de quien hablaremos más ade
lante) fue puesto en prisión por haber ofendido a los poderosos
Metelos, pero su caso puede calificarse de único. Los escritores
republicanos bien relacionados con el Senado simpatizaban total
mente con el gobierno, y los de cuna más humilde practicaban la
autodisciplina. Catulo, como veremos después, cayó en desgracia
con César por haber puesto en ridículo a uno de sus protegidos,
pero César lo invitó a cenar en cuanto se disculpó. Como el epicu
reismo se consideraba políticamente sospechoso, Cicerón, hacia el
final de su vida, daba a entender que nunca había leído a Lucrecio,
aunque no estuviera prohibido leer De la naturaleza de las cosas. La
persecución de Antonio contra Cicerón se parece a la de Antipatro
contra Demóstenes. La censura oficial se inicia con el Imperio, como
dice Tácito (Anales 1.72) :
Por ambas partes se estableció una censura informal que acabó por
convertirse en ley, favorecida por^lps cristianos, como puede verse
en el libro XVI del Código Teoqeslano, que principia con esta or
den perentoria: "Póngase fin a la superstición” (cesset superstitio).
Es verdad que los veinticinco decretos que vienen a continuación
se refieren especialmente a prescripciones sobre el culto, pero (aun
que no podríamos mencionar casos concretos) es fácil compren
der que la decisión de arrancar todas las "supersticiones” inevitable
mente tendría que desembocar en el entredicho de los libros que
no tenían las características requeridas para la aprobación eclesiás
tica. El caso de la arquitectura y de las artes plásticas presenta
aspectos paralelos. En Roma se preservaron únicamente los edifi
cios paganos que desde principios de la era cristiana pudieron ser
adaptados a usos eclesiásticos. La estatuaria pagana, lo mismo que
la literatura, conservó una especie de existencia subterránea y, jun
to con los manuscritos, a menudo fue literalmente desenterrada de
donde yacía escondida cuando revivió el interés por todas esas ma
nifestaciones artísticas, es decir, durante el Renacimiento. No se
debe a la casualidad que de autores tan radicalmente paganos como
Catulo, Lucrecio o Tácito existan tan pocos manuscritos, mientras
que las obras de un anima naturaliter Christiana, como Virgilio,
nunca hayan dejado de circular.
V. LA CRÍTICA
I. V u l n e r a b il id a d d e l o s e c u l a r
II. P o e t a s y p o e s ía
tante notar que, para los griegos del siglo v hasta la crítica de la
técnica literaria procedía de bases morales. Para ellos la doctrina
del arte por el arte habría sido ininteligible, y quizá la hubiesen
considerado monstruosa.
Cuando la literatura se desligó de la realidad y se volvió erudita
o preciosista, lo relativo a la técnica adquirió importancia decisiva
y hasta se convirtió en la sustancia de la literatura de imaginación.
De momento dejaremos a los teorizantes que en prosa hablaron de
Aristófanes y de los comediógrafos posteriores, y nos fijaremos en
obras de imaginación en las que aparecen juicios críticos. Acerca
de la Comedia Nueva —la forma más importante de las obras de
imaginación adoptada después de Eurípides y de la Comedia Anti
gua— es poco lo que se sabe, y no se pueden aventurar conclusio
nes. En las adaptaciones latinas de la Comedia Nueva aparecen
noticias críticas sobre los poetas rivales, concretamente en los pró
logos de Terencio, pero no se refieren a las obras originales, acep
tadas como canónicas, sino a los rivales entre los adaptadores lati
nos. La literatura pura, cultivada por literatos profesionales, aparece
en la edad alejandrina.
Para los hombres de letras alejandrinos las doctrinas literarias
tenían gran importancia y se convirtieron en eje de sonadas ene
mistades literarias. La más importante obra literaria de esa época,
Los argonautas, de Apolonio de Rodas, probablemente fue escrita
para demostrar que Calimaco se equivocó cuando dijo que ya no
era posible escribir un poema épico. "Un libro grande es un gran
mal”, sostenía Calimaco. Por otra parte, toda la escuela alejandrina
tendía hacia el arte de la miniatura, a obras cuidadosamente elabora
das y pulidas. Indudablemente, la intención principal de algunas
obras del propio Calimaco era dilucidar una doctrina literaria. La
importancia que se daba a la forma salta a la vista en las rígidas
reglas de la prosodia. Según lo que Calimaco exigía, en las pri
meras líneas de la Ilíada se encuentran tres faltas. El poema de
Calimaco escrito con mayor sentimiento —exceptuando, quizás, al
gunos de sus epigramas— posiblemente sea Ibis (perdido), que era
un ataque contra Apolonio.
Para el gusto moderno, Teócrito es el más auténtico poeta de la
edad alejandrina. Con todo, a pesar de su indudable encanto y ori
ginalidad, Teócrito fue siempre un profesional muy consciente. En
casi todos sus poemas se encuentran alusiones y parodias literarias,
las cuales constituyen el núcleo de la tan imitada obra Las Talisias
(núm. 7). Allí Licidas, Títiro, Simíquidas, Sicélidas y Arato repre
sentan poetas de carne y hueso, y se supone que el lector entiende
las críticas de sus diversos estilos. Entre los epigramas de la An
tología Griega hay muchos referentes a figuras literarias; en ellos
no sólo se alaba a un autor sino que se le caracteriza en una sola
LA CRITICA 81
I. E l en foq ue é t ic o
II. P e r ip a t é t ic o s y a l e ja n d r in o s
IV. R o m a y O c c id e n t e
Con todo, hay que reconocer que Séneca más bien ridiculizaba los
excesos: "Tiempo libre sin estudio es sinónimo de muerte; es como
una tumba para los vivos" (Cartas 77.3). En Cartas (64.7 ss.), pre
senta una elocuente exhortación al estudio:
V . L a " ed a d o s c u r a ”
V I. E l R e n a c im ie n t o
[Inm ortal Vida: de tu esclarecida frente brotan los laureles del poeta
y la hiedra del crítico. Cremona, que sólo cede a Mantua en fama y
primacía, bien puede gloriarse de tu nombre.]
Esa noche [la de San Bartolomé] me pareció que las estrellas brilla
ban más y que el Sena fluía con mayor majestad, deseoso de arras
trar los cadáveres de aquellos asquerosos y de arrojarlos al mar.
VII. La ed ad " c ie n t íf ic a ”
VIII. D is c ip l in a s f i l o l ó g ic a s
I. V e r d a d er o e s t u d io d e l a h u m a n id a d
N ada hay que interese tanto a los hombres como la vida de sus
semejantes. Hay personas que leen biografías aun cuando vean con
indiferencia cualquier otro tipo de literatura. Las novelas y las
obras de teatro resultan aceptables sólo en la medida en que sus
personajes están dotados de credibilidad como seres humanos. Al
menos para quienes aman los libros, tiene gran interés conocer la
vida de hombres y mujeres que han modelado o dirigido la tradi
ción cultural. Aun en una gran ciudad donde el culto de Mammón
tiene primacía, los logros intelectuales suelen ocupar el lugar que
merecen en las notas necrológicas, en las cuales un compositor o
un escritor al fin tiene precedencia sobre el banquero o el político.
A este respecto la literatura griega presenta una paradoja. Como
ya vimos, difiere de las anteriores en su interés por la humani
dad; sin embargo, los seres humanos cuyos problemas examina
la literatura del siglo v son más bien tipos que individuos. Esto se
observa claramente en la escultura. No existen verdaderos retratos
antes de la edad helenística, lo cual no se debe a falta de habilidad
en los escultores —las estatuas del Partenón demuestran amplia
mente lo contrario— sino a que los escultores de la edad clásica
no estaban interesados en representar idiosincrasias individuales.
El retrato más conocido del periodo clásico es un busto que mues
tra esta inscripción: "Pericles, hijo de Jantipo, ateniense", pero
lo que vemos es sólo un general y estadista idealizado, con todas
las señales de individualidad borradas. Tucídides proporciona de
talles sobre el carácter de Pericles y de otros estadistas contempo
ráneos, pero sólo en la medida en que son necesarios para com
prender el transcurso de la historia. Para obtener datos sobre el
ceceo de Alcibiades, sobre las relaciones de Pericles con Aspasia
o acerca de las riquezas de Nicias es preciso recurrir a Plutarco.
Sólo a partir de Aristóteles y de las investigaciones de la escuela
peripatética —de la cual, en última instancia, se deriva la tradición
que implantó Plutarco— se consideró a la biografía, en el sentido
en que nosotros la entendemos, como tema legítimo de investiga
ción. Los peripatéticos no se contentaron con clasificar los carac
teres —tema sobre el que Teofrasto, sucesor de Aristóteles, escribió
un libro— sino que estudiaron los lincamientos de las fisonomías
individuales. Es de creerse que los honrados investigadores del Li
ceo no hayan intentado escribir vidas de personajes de otros tiem
116
VIDA DE LOS POETAS 117
I I . N a r r a c ió n e n l a b io g r a f ía
que Homero en realidad haya sido ciego, pero también es muy pro
bable que la tradición de su ceguera provenga de que en la Odisea
nos presenta al poeta Demódoco como ciego. El espíritu religioso
de Sófocles se deduce de las palabras piadosas que pronuncian sus
coros. Como Eurípides presenta mujeres un tanto desvergonzadas
en algunas de sus tragedias, se habla de que era misógino y de que
su vida familiar fue desgraciada.
Datos con este origen bien pueden ser falsos, pero no es nece
sario que siempre lo sean. Basándose en las descripciones que
Homero hace de ambientes rústicos, de animales de trabajo, de
ordeñaderos, algunos críticos opinan que Homero debip ¡ser un
campesino que realmente manejó objetos pertenecientes a la edad
heroica. Al fin y al cabo, arguyen, los detalles biográficos ayudan
a explicar la obra de un autor. La verdad es que con mucha fre
cuencia se recurre a las obras para corroborar o aclarar datos
biográficos, y que raras veces se aplica el procedimiento contrario.
Sólo cuando con base en documentos ajenos a las obras de Word
sworth se supo que él había tenido un hijo en Europa, comenzaron
los críticos a encontrar pasajes apropiados que confirmaban este
aspecto de la vida del poeta hasta entonces ignorado.
También cuando se trata de fechas de nacimiento, para las cua
les generalmente aceptamos sin objeción lo que dicen los libros
de consulta, sucede a menudo que el dato carece de bases firmes. Se
puede demostrar que muchas provienen de métodos empíricos. Se da
por hecho que el suceso más importante en la vida del biogra
fiado debió de ocurrir cuando había llegado a la cumbre —o sea, por
supuesto, a los 40 años— ; se retrocedían entonces 40 años y quedaba
averiguada la fecha del nacimiento. Se dice que Tucídides nació
el año 471 a.c., exactamente 40 años antes del comienzo de la Gue
rra del Peloponeso, sobre la cual escribió; y se afirma que Aris
tófanes nació en el año 445, o sea 40 años antes del estreno de
Las ranas, su obra maestra. Sub specie aeternitatis una docena
de años puede equivaler a un mero servicio de guardia nocturna,
pero sería interesante saber si realmente Aristófanes tenía menos
de cuatro lustros cuando escribió su genial comedia Las acarnien-
ses, y si Esquilo ya había cumplido 40 años cuando por fin recibió
un premio.
III. V e r d a d d e l a b io g r a f ía f i c c i ó n
tórica, sea un mero bufón o malabarista que sólo sabe cómo hechizar
o adular a su auditorio y no cómo ayudarlo. Tampoco es de creerse
que el talento natural de un poeta, sea quien fuere, sea superior a
aquello que le permite imitar la vida valiéndose de la palabra. ¿Cómo
podrá imitar la vida quien no tiene expreiencia de ella o es tonto?
Naturalmente no hablamos de las dotes de un poeta en el mismo
sentido en que se habla de las de un carpintero o herrero, pues las
de éstos no dependen de una nobleza y de una dignidad innatas, y
las de un poeta están inseparablemente unidas a la nobleza del hom
bre mismo. Por lo tanto, es imposible que quien no es bueno llegue
a ser buen poeta.
IV. C h is m ó g r a f o s l it e r a r io s
Debe tenerse presente que no deseo escribir historias sino vidas. Las
más gloriosas hazañas no descubren siempre las virtudes o los vi
cios más reveladores de un hombre. A veces, algo de menor momento,
como una frase o una broma, revela más sobre su carácter e incli
naciones que los más famosos sitios, los más grandes preparativos
bélicos o las más sangrientas batallas. Así como los retratistas ponen
mayor cuidado cuando pintan las facciones o las arrugas de un rostro,
donde mejor se revela el carácter, que al pintar otras partes del
cuerpo, a mí se me debe permitir que preste más atención a lo que
marca y revela el alma, y que mientras me esfuerzo por retratar
una vida quede yo en libertad de dejar en otras manos las grandes
batallas y otras cuestiones de importancia.
127
VIII. ENTRE LA ESCRITURA Y LOS CLASICOS
I. P o e t a s l e g e n d a r io s
II. H om ero
Algunos dicen, Homero, que tu cuna fue Colofón, otros que Esmirna,
otros que Quíos o los; otros reclaman ese honor para Salamea o Te
salia, madre de los Lapitas; unos se inclinan por este lugar, otros
por aquel otro como la tierra que te vio nacer. Yo, si me permites
proclamar abiertamente las sabias profecías de Febo, diré que tu
tierra natal es el Cielo y que no fue tu madre ninguna mujer mortal
sino Calíope.
Sin duda sabéis que el sapiente Homero escribió de casi todo lo que
se relaciona con el hombre. Por lo tanto, cualquiera de vosotros
que desee aprender las artes que competen al jefe de fámilia, al di
rigente político o a un general, o cómo convertirse en Aquiles, Áyax,
Néstor u Odiseo, deberá cultivar mi amistad, pues yo entiendo de
todas esas cosas.
III. E l c ic l o é p ic o
IV. H im n o s h o m é r ic o s
V. H esíodo
Pues bien, realmente vale la pena escuchar lo que voy a decir. Pa
rece que un hombre de Mileto con quien Hesíodo compartía techo
y mesa en Locris, sostenía relaciones secretas con la hija de su an
fitrión. Cuando salió a luz la situación, se sospechó que Hesíodo ha
bía estado enterado desde un principio de toda la intriga y que había
colaborado para mantenerla oculta, aunque en realidad por ningún
concepto era culpable sino sólo víctima inocente de prejuicios y de
un arrebato de cólera. Los hermjanos de la muchacha, apostados en
las inmediaciones del templo de Zeus Ñemeo, en Locris, mataron a
Hesíodo y a su sirviente, llamado Troilo. Arrojaron los cadáveres
al mar, pero el de Troilo, empujado hacia la corriente del río Dafno,
quedó atrapado en un farallón que hasta la fecha lleva su nombre. En
cuanto el cadáver de Hesíodo tocó las aguas del mar, unos delfines
lo llevaron a Rium, cerca de Molycreion. Sucedió que entonces se
estaba celebrando la asamblea festiva y los sacrificios que los locrios
periódicamente organizan en Rium (costumbre que, muy meritoria
mente, hasta la fecha se conserva en ese mism o lugar). Por supuesto,
se asombraron mucho y corrieron a la orilla cuando vieron que
llevaban un cuerpo hacia donde ellos estaban. Examinaron el cadáver,
aún fresco, y como conocían la fama de Hesíodo, decidieron que nada
era tan importante como investigar ese asesinato. Pronto descubrie
ron a los culpables, los arrojaron vivos al mar y arrasaron su casa.
Enterraron a Hesíodo cerca del templo de Zeus Ñemeo. Pocos extran
jeros conocen esta tumba a la que escondieron los locrios, pues
decían que los de Orcómeno deseaban, para que se cumpliese un
oráculo, apoderarse de los restos y enterrarlos en territorio pertene
ciente a ellos.
VI. O t r o s p o e t a s d i d á c t ic o s d e l o s p r i m e r o s t i e m p o s
I. P o e t a s e l e g ia c o s
II. P o e t a s y á m b ic o s
¡Tened cuidado, tened cuidado! Soy un tipo duro con cuernos listos
para empitonar a los malvados; soy como aquel a quien el traidor
Licambes no quiso dar a su hija, o como aquel feroz enemigo de
Bupalo.
Explicà el escoliasta:
III. L ír ic a person al
Dicen algunos que las musas son nueve, pero deberían detenerse a
pensar. Mirad a Safo de Lesbos, la décima musa.
Los dos poemas completos que de ella tenemos se deben a que, por
vía de ejemplo, los citaron los críticos. Dionisio de Halicarnaso
(Composición 23) cita A Afrodita como modelo de estilo bruñido
y brillante. Comenta Dionisio:
Longino (10) cita Igual a los dioses me parece para probar que lo
sublime nace del "escoger invariablemente las ideas más adecuadas
y del saber combinarlas para formar un todo”. Y añade después
de citar el texto:
Cuéntase que por haber escrito insultos contra Helena se quedó cie
go, pero que recuperó la vista cuando, para obedecer un sueño, es
cribió un encomio conocido con el nombre de Palinodia. Se le llamó
Estesícoro por ser quien primero organizó coros de cantantes con
acompañamiento de lira. Su nombre anterior era Tisias.
Simónides fue el más respetado entre los poetas líricos, sus versos
sobre los héroes de la Termopilas, citados por Heródoto (7.228),
se cuentan entre los mejor conocidos de la literatura clásica. En
154 HABLILLAS LITERARIAS
Aristóteles (Retórica 3.2, 1405b) cuenta una anécdota muy fina so
bre el ingenio práctico de Simónides:
Cuando el ganador de una carrera de acémilas ofreció a Simónides
una modesta remuneración [para que celebrase su triunfo], el poeta
rehusó arguyendo que no le gustaba escribir sobre "semiasnos”, pero
como ascendió la suma ofrecida, escribió aquello de "¡Salve, hijas
de corceles veloces como el viento!"
IV. L ír ic a c o ra l
del lado de los persas; tampoco alabamos a Píndaro pues con sus
versos confirmó a los tebanos en su decisión de permanecer inac
tivos.
Píndaro es con mucho el más grande de los nueve poetas líricos por
su inspirada magnificencia, belleza de pensamientos y figuras, exube
rancia de temas y de lenguaje, por la cadenciosa corriente de su elo
cuencia —características que, como con razón señala Horacio, lo
hacen inimitable—.
I. E s q u il o
Telestes, bailarín de Esquilo, era tan gran artista que cuando apa
recía en Los siete contra Tebas le bastaba la danza para expresar
claramente la acción que se relataba.
II. S ófocles
III. E u r íp id e s
IV. A r is t ó f a n e s
Suave tierra, haz brotar la hiedra, amiga del teatro, sobre la tumba
de Macón, escritor de comedias. No encierras en tu seno un zángano
disfrazado sino los beneméritos restos de un arte antiguo. Así, el
anciano dirá: "Oh, ciudad de Cecrops, también a orillas del Nilo
crece a veces el oloroso tomillo de la poesía."
V. M enandro
¿Cómo explicar que se rehúse la fama a los vivos y que tan pocos
lectores admiren a sus contemporáneos? Es una manera de envidia,
Régulo, preferir lo antiguo a lo moderno. .. Tú, Roma, leías a Enio
en vida de Virgilio... Menandro, honor del teatro, fue raras veces
aplaudido [ . . . ] . Por tanto, libros míos, tened paciencia; si la gloria
sólo viene después de la muerte, no hay prisa.
Empieza nuestro autor por invocar a las musas para que le tien
dan la mano. Es un exordio de gusto exquisito, perfectamente con
forme al espíritu que anima la historia y de estilo impecable. Un
poco más adelante compara a nuestro gobernante con Aquiles, y al
rey de los partos con Tersites,^pero se olvida de que a Aquiles le ha
bría ido mejor si hubiera teñid qque derrotar a Tersites en vez de a
Héctor.
El sólo título de la obra es casi tan largo como el resto del libro. Son
infinitas las ignaras rarezas de la gente así. Carecen de ojos para
lo que vale la pena; y aunque tuvieran ojos les faltaría en absoluto la
capacidad de expresión; su material es ficticio e inventado [ .. .] ; se
ufanan del gran número de libros que consultan.
En mi opinión y por principio de cuentas, el perfecto historiador
requiere dos cualidades indispensables: saber penetrar en las cues
tiones políticas y saber expresarse... Debe tener un espíritu indepen
diente, que nada tema y nada espere de nadie. .. El deber del his
toriador es referir las cosas tal y como sucedieron... la Verdad es
la única divinidad a quien debe ofrecer sacrificios; tiene la obligación
de hacer caso omiso de todo lo demás. . . La posición del historiador
debe ser exactamente igual a la de Zeus en los poemas homéricos: a
veces observa el campamento de los jinetes de Misia y a veces el de
los de Tracia.
I . H e r ó d o TO
En El mentiroso 2 comenta:
Como aquel Hipoclides, del cual habla Heródoto (6.129), que cuan
do perdió la novia exclamó "No me importa”, también Heródoto,
observa Plutarco (33.874b) , se quedó sin la verdad y exclamó: "No
me importa.” Plutarco termina la parrafada con estas palabras:
"Hay que tener cuidado con sus calumnias; andan como insectos
entre las rosas". Heródoto es peligroso precisamente por su en
canto, del cual da magnífico testimonio Longino al calificarlo de
"homérico en grado sumo” (13.13) y al exclamar (26.2):
paraba con la amorfía del Talmud. En la lista que con fines peda
gógicos preparó Melanchton figuraban, además de Heródoto, Ho
mero, Demóstenes y Luciano. Gibbon puso en marcha la crítica
moderna —más perceptiva— cuando dijo que “Heródoto a veces
escribe para niños y a veces para filósofos”. Con el transcurso del
tiempo, los especialistas en historia social y antropología han lle
gado a apreciar el incalculable valor que tienen para los adultos
aun aquellos textos de Heródoto que Gibbon creyó apropiados para
niños.
II. T u c íd i d e s
por Cicerón. Éste dice en Orator (2.13.56), obra que data del año
55 a.c.:
Dejando atrás la época de Heródoto, opino que Tucídides fácilmente
sobrepasa a todos los demás por la destreza de su composición. Su
material es tan rico que el número de sus ideas casi iguala al de las
palabras que emplea. Más aún, su forma de expresarse es tan clara
y exacta que no se puede decidir si lo que se narra gana en luz debido
al estilo, o si a éste lo enriquecen las ideas.
Con toda cortesía debo pedir al lector que no imagine que pretendo
competir con Tucídides en cuestiones que él expresó en forma tan
patética, vivida y elocuente, que a veces se supera a sí mismo y está
más allá de toda imitación.
I I I . J en o fo n te
IV. P o l ib io
I. Los SABIOS
También Pitágoras [igual que Platón] hizo suyas muchas cosas nues
tras y las incorporó a su doctrina.
h II. S ócrates
III. P latón
En todo caso, hay algo que sí puedo decir acerca de cuantos han
escrito o puedan escribir afirmando conocer las cuestiones a que
yo me dedico, sin que importe cómo hayan adquirido ese conoci
miento, ya sea a través de mis propias enseñanzas, de las de otros o
de sus propios descubrimientos. Opino que tales escritores no pue
den conocer a fondo estos temas. Yo, ciertamente, no he escrito
ninguna obra sobre ellos, ni voy a hacerlo en el futuro, pues no
hay manera de explicarlos por escrito (al revés de lo que ocurre con
otros estudios). El conocimiento [de la filosofía] se logra después de
largos periodos de instrucción y de trato íntimo con esas cuestiones.
Entonces, como un incendio ocasionado por una chispita, surge de
golpe en el alma el conocimiento, que acto seguido comienza a bas
tarse a sí mismo.
FILOSOFIA 209
IV. Ar is t ó t e l e s
V. Zenón
muy buena apariencia, pero, en fin de cuentas, del mismo valor que
las otras. Comparaba los términos empleados en el habla vulgar con
los tetradracmas áticos, acuñados con descuido, sin arte, pero de
mayor peso que las frases muy acicaladas.
Zenón de Citio era duro y colérico con sus amistades, pero se tornaba
amable y gentil después de ingerir una buena cantidad de vino. Cuan
do le preguntaban a qué se debía este cambio de actitud, respondía
que le pasaba lo mismo que a los lupinos: de pésimo humor an
tes de que los empapen, cordiales y tratables después del remojón
(2.55 ss.).
V I. E p ic u r o
En su libro Solaces, Timócrates dice que Epicuro (de quien fue dis
cípulo durante algún tiempo) vomitaba dos veces al día debido a sus
excesivas ingestiones, y añade que le costaba [a Timócrates] mucho
trabajo escaparse de aquellas sospechosas sesiones filosóficas a la
medianoche y de sus secretas enseñanzas. Añade que Epicuro sabía
poco de filosofía y aún menos acerca de la vida; que su salud era
tan lamentable que durante muchos años le fue imposible abandonar
su sillón; que diariamente gastaba cien dracmas para surtir su mesa,
cosa que él mismo confiesa en su carta a Leonción y en la que
escribió a los filósofos de Mitilene. Asienta así mismo que, entre las
cortesanas que frecuentaban él y Metrodoro, se podrían mencionar
a Mammarion, Hedía, Eroción y Niquidión.
De ser esto así, nada podría impedir que alguien declarara que Epi
curo no escribió sus Primeros principios, sino que por azar y acci
dentalmente las letras fueron cayendo unas junto a otras, hasta que
el libro quedó terminado.
Expuso las doctrinas de esa escuela acerca de los dioses, del gobierno
civil y del sumo bien. Aclaró que consideraban el placer como el má
ximo bien; que rechazaban el gobierno civil basándose en que lesio
naba y arruinaba toda felicidad; que, a más no poder, presentaban
a la divinidad como ajena a cualquier sentimiento de bondad, de có
lera o de interés por nosotros, y la confinaban a una vida sin preo
cupaciones y llena de comodidades. Antes de que Cineas terminara
de hablar, Fabricio exclamó: “¡Permite, oh Hércules, que mientras
Pirro y los samnitas estén en guerra con nosotros, practiquen estas
doctrinas!"
Epicuro y todos sus secuaces, que creen que el alma muere con el
cuerpo, tienen su cementerio hacia esa parte.
I. G o r g ia s
Esto es lo que quiso decir Gorgias cuando afirmó que jamás le fal
taba material para un discurso. Al hablar de Aquiles elogia a Peleo,
y a continuación a Eaco, y después al dios, o el valor o esto o aquello.
Parece que las bromas tienen alguna utilidad en los debates. Decía
Gorgias —y dijo bien— que debemos echar abajo con burlas la se
riedad del opositor, y sus burlas, con nuestra seriedad.
II. A n t if o n t e
III. A n d ó c id e s
ÏV. L is ia s
Ahora bien, los discursos de Catón son casi igual en número a los
de Lisias de Atenas (a quien, según creo, se le han atribuido más
que a ningún otro hombre). Digo "de Atenas” porque ciertamente
allí nació, allí cumplió con todos sus deberes ciudadanos, y allí mu
ORADORES ATICOS 235
V. I s ó c r a t e s
VI. I seo
VII. E s q u in e s
Pero tú, hombre digno que escupe a los demás, compara tu suerte
con la mía. De niño fuiste criado en la más abyecta pobreza; tú y
tu padre trabajaban de sirvientes en una escuela;· molían polvos para
hacer tinta; limpiaban con esponja los bancos; barrían las salas. Rea
lizabas labores más propias de un criado que del hijo de un hombre
libre. Cuando creciste, participaste en los ritos de iniciación que prac
ticaba tu madre; le leías los libros [del culto] y la ayudabas en
todas las ceremonias. Por la noche envolvías a los neófitos en pieles
de cervato; los rociabas con vino; los purificabas; los restregabas
con arcilla y salvado; los levantabas del suelo después de las lustra-
ciones y les ordenabas que dijeran: "Escapé del mal y encontré el
bien.” Presumías de que nadie había gritado más fuerte que tú. Y
tenías razón, pues quien grita tan fuerte es sin duda un gran gritón.
De día conducías por los caminos a tus nobles orgiastas, coronados
de hinojo y álamo blanco, oprimiendo las serpientes carrilludas, sa
cudiéndolas sobre tu cabeza y gritando: "Evohé Saboi", y danzando
al son del estribillo "Hies Attes, Attes Hies". Entonces las brujas te
honraban como ductor y director, como el de la hiedra y el del biel
do, y con otros títulos así; y te daban como recompensa bizcochos,
roscas y pastelillos. Con esto, ¿quién no se sentiría feliz y afortu
nado?
Cuando quedaste inscrito entre tus conciudadanos —no me opongo
a investigar por qué medios—, acto seguido escogiste para ti el pues
to más honroso: el de secretario de empleados de segundo orden.
Poco después te despidieron de este puesto porque hiciste lo mismo
de que acusas a otros. Después, ¡por supuesto!, tu siguiente vida no
contradijo a la anterior. Te comprometiste, por un sueldo, con aque
llos comediantes —les dicen "los parlanchines”— Símica y Sócrates.
Representabas papeles de tercer orden y también recogías higos, uvas
y aceitunas en tierras ajenas; y de esto sacabas más que de las fun
ciones teatrales en las que toda la compañía arriesgaba la vida, por
que se entablaban combates implacables e incesantes entre vosotros
y los espectadores. Recibiste tal cantidad de golpes que con razón
tildas de cobardes a quienes no han intervenido en tales lides.
242 HABLILLAS LITERARIAS
Sobre el juicio y sobre lo que más tarde sucedió con Esquines, re
fiere Plutarco (Demóstenes 24) :
Entonces [primavera del año 330 a.c.] se presentó ante los tribunales
la denuncia contra Ctesifonte. Los procedimientos se iniciaron un
poco antes de la batalla de Queronea, durante el arcontado de Queron-
das, pero tardaron diez años en ponerse a discusión, lo cual ocurrió
durante el arcontado de Arsitofonte. La causa alcanzó una celebri
dad sin precedentes, tanto por la fama de los oradores que intervi
nieron como por la honradez y el valor de los jueces. Éstos, aun
cuando en aquel momento los acusadores de Demóstenes estaban en
la cumbre del poder y contaban con el decidido apoyo de los macedo-
nios, no lo abandonaron en el momento de la votación y lo absol
vieron con un veredicto tan claro y honroso que Esquines ni siquiera
obtuvo la quinta parte de los sufragios. Éste, por lo tanto, abandonó
la ciudad inmediatamente y se refugió en Rodas y en Jonia, donde
pasó el resto de su vida enseñando retórica.
Cicerón refiere (De oratore 3.213) una versión más interesante pero
menos creíble de esa misma historia: '
VIII. D e m ó s t e n e s
manera que aun los maestros del niño se vieron privados de sus
emolumentos. Al parecer, a esto se debió que no haya emprendido
los estudios que correspondían a un niño bien nacido, pero habría
que añadir su debilidad corporal, pUes su madre no le permitió es
forzarse en la palestra y sus tutores no lo obligaron a hacerlo. Desde
sus primeros años fue flaco y enfermizo, y se dice que con el opro
bioso sobrenombre de Batalo los chiquillos buscaban burlarse de su
físico... Cuando oyó Demóstenes que sus maestros y sus tutores se
ponían de acuerdo para estar presentes durante el famoso juicio en
el cual iba a hablar Calístrato, los importunó hasta lograr que un
tutor lo llevara a las audiencias. Como este tutor conocía a los em
pleados que abrían las puertas de los tribunales, consiguió un lugar
desde donde el niño podría sentarse sin que nadie lo viera y escuchar
cuanto iba a decirse. Calístrato ganó el proceso y recibió desorbita
das alabanzas. Demóstenes concibió entonces el deseo de emular
l o ... Cuando Demóstenes alcanzó la mayoría de edad comenzó a
presentar demandas contra sus tutores y a escribir discursos en con
tra de ellos. Los acusados idearon muchas estratagemas y contrade
mandas. Al fin y a la postre Demóstenes ganó el pleito pero sólo
pudo recuperar una pequeña parte de su patrimonio. Por otra parte,
adquirió experiencia y confianza en el arte de hablar en público, se
aficionó al poder y a la nombradla que acompañan a las lides fo
renses e hizo sus pinitos en asuntos relacionados con la cosa pública.
Se cuenta que así como Laomedonte de Orcómeno, por consejo de
sus médicos, se ejercitaba recorriendo grandes distancias para sanar
de una afección del bazo, y que una vez restaurada en esta forma su
salud participó en los grandes juegos y se convirtió en uno de los
mejores corredores de grandes distancias, así también Demóstenes
después de dedicarse a la oratoria, inicialmente para recuperar sus
propiedades, adquirió habilidad y dominio en el arte de hablar, lo
cual le permitió tomar parte en los asuntos públicos —como si se
tratara de las grandes justas deportivas— y conquistar el primer
lugar entre los ciudadanos que compiten entre sí en la tribuna de
los oradores.
Con todo, la primera vez que habló en público fue interrumpido por
quienes clamaban contra su inexperiencia o se burlaban de ella;
por quienes consideraban que su discurso resultaba confuso a fuer
za de periodos demasiado largos y de una argumentación inmoderada
y tediosa. Parece que su voz era débil y poco clara su dicción. Ade
más, tenía cierta dificultad para respirar, lo cual hacía dificultoso
entender lo que decía pues se veía obligado a entrecortar palabras
y periodos.
IX. H ip é r id e s
Friné pidió una vez a Praxiteles la más bella de sus obras, y se dice
que, como enamorado, estuvo de acuerdo en regalársela, pero rehusó
decir cuál era la que él consideraba como la más hermosa. Poco
después, un esclavo de Friné llegó corriendo con la noticia de que
un incendio había estallado en el estudio de Praxiteles y había
consumido la mayor parte de sus obras, [ . . . ] Praxiteles inmedia
tamente se lanzó hacia la puerta exclamando a grandes voces que
daba por perdida todas sus obras si las llamas habían hecho presa
de su Sátiro y de su Amor. Entonces Friné le dijo que se calmara
y reanimara, pues nada se había perdido; simplemente le había puesto
una trampa para hacerle confesar cuáles eran las más bellas de sus
esculturas.
XIV. POESÍA: PERIODO HELENÍSTICO
Y ÉPOCAS POSTERIORES
I. C a l ím a c o
caminos por los que muchos van de aquí para allá.” Ateneo (2.27a)
nos informa que "Calimaco, el sabio, solía decir que un libro largo
es un gran mal”. El propio Calimaco dice en su Himno a Apolo
(2.105 ss.) :
ÍL A p o l o n io
III. T eó crito
Así como fundo esta cera con la ayuda del Cielo, ojalá Dafnis de
Mindos se derritiera de amor; y así como esta temçraria rueda es
impulsada por el poder de Afrodita, así, algún día, caiga él ante mi
puerta. (Rueda mágica: atrae a ese hombre a mi casa.)
Así como el fuego puede endurecer la arcilla o derretir la cera, así que
rría con mi amor ablandar a Dafnis de Mindos. Esparce lasagrada
harina y enciende con pez estos laureles. El despiadado Dafnis me
abrasa de amor, y yo lo abraso a él en este laurel. (Traedme, cantos
míos a Dafnis; traédmelo de la ciudad al hogar.)
;
Después de que Teócrito descubrió la Arcadia y Virgilio le "hizo
publicidad”, ella se convirtió en la tierra favorita de la poesía eu
ropea. En la Antigüedad, el romance de Dafnis y Cloe es netamente
bucólico, y toma de Teócrito ambos nombres. Durante el Renaci
miento estuvo muy en boga el género pastoril, y podría decirse que
culminó en el Shepherd's Calendar, de Spenser. En la Epístola
que acompaña al Calendar Spenser hace la historia y la apología
de esta forma poética:
ese rastro. Así, finalmente, voló nuestro novel poeta, como un pájaro
cuyas alas comienzan a crecer y que, a su debido tiempo le permi
tirán remontarse junto con los mejores.
IV. Arato
Galo afirma que la otra clase de globo celeste —sólido, sin ningún
espacio hueco— era un invento muy antiguo, pues el primero de ellos
lo construyó Tales de Mileto. Posteriormente, Eudoxo de Cnido (dis
cípulo de Platón, según se dice) marcó en él las constelaciones y
estrellas que están fijas en la bóveda celeste. También observa Galo
que, muchos años después, Arato, tomando en préstamo todo el es
quema trazado por Eudoxo, lo describió en verso —sin conocimientos
de astronomía pero con respetable talento poético—.
Debe tenerse en cuenta que lo que dice Arato sobre las estrellas está
mal dicho, lo cual puede comprobarse en los escritos de Hiparco y
de Ptolomeo sobre el mismo tema. En primer lugar, no comprendió
a fondo las obras de Eudoxo, a quien por lo general sigue. En se
gundo lugar, como dice el comentador Sporos, no buscó ser preciso
aun cuando deseaba que estos escritos fueran de utilidad a los nave
gantes.
VI. La a n t o l o g ía
II. L it e r a t u r a d el poder
III. E p ic t e t o
Yo, Epicteto, esclavo tan pobre como Iro y, por añadidura, cojo, era
el amigo de Dios.
Una vez Epicteto urgió con cierto tono de reproche al inválido Rufino
a que se casara y formara una familia, pues convenía que un filósofo
dejara al morir algún heredero de su propia sangre. Como respuesta
recibió esta estocada: "Muy bien, Epicteto; dame a una de tus hijas.”
IV. M arco Au r e l io
V. P lutarco
Los libros que más sirven son los de Plutarco porque hablaba francés
[alude a la traducción de Amyot] y los de Séneca... Séneca rebosa
ingenio y ocurrencias; Plutarco está pleno de temas medulares (2.10).
VI. L u c ia n o
VII. L as novelas
Una vez más tiene el lector la impresión de que Sidney captó a fondo
los acentos de la novela griega; una vez más siente como si, de pro
pósito, Sidney hubiera escrito en inglés novelas griegas. Y no se trata
de una impresión pasajera. Las conclusiones a las que por separado
se llegó al analizar los elementos de la Arcadia quedan confirmadas
al considerarlas retrospectivamente en su conjunto. Sus materiales
en lo referente a argumento y personajes, aunque siempre difusos e in
consistentes, permanecen firmemente enclavados dentro de un marco
"heliodórico". Su material descriptivo está fuertemente sazonado por
la ecfrasis (exposición) de la novela griega; sus estructuras recibie
ron deliberadamente el molde de Heliodoro; su estilo tiene la voz
de los novelistas griegos. Sidney domesticó este género.
276 HABLILLAS LITERARIAS
Por cuanto puede verse, las novelas griegas, además de haber hecho
diversas aportaciones a la novelística isabelina, también, mediatamen
te y a través de esta novelística, sin duda aportaron otros dos ele
mentos a la literatura inglesa. No puede ponerse en duda lo que
contribuyeron en beneficio de la literatura dramática y que llegó al
máximo en el Rey Lear y en Cuento de invierno. La otra aportación
' que se refiere al desarrollo de la novela, continuará siendo un tanto
problemática mientras no se aclare en qué consistió exactamente la
influencia de la novelística isabelina sobre la literatura del siglo xvm.
Entretanto bien puede sugerirse tentativamente, como proposición
aún no firmemente establecida pero que no puede desecharse a la
ligera, que la novela griega, en parte a través de los romances fran
ceses del siglo XVII, y en parte a través de un solo romance isabeli-
no, la "Arcadia", ayudó a proporcionar a la novela inglesa ese don
que tantas veces ha conferido la literatura griega: el don de la forma
sostenida y compleja... sean cuales fueren los elementos de las no
velas griegas que sobreviven en la novela moderna, no se trata en
todo caso de una ilusión sino de su vigor arquitectónico que contra
viento y rnarea va contra lo ilusorio y busca arraigarse en la ley.
I. D esd e L iv io A n d r ó n ic o h a s t a e l sig lo i
Tito Livio (27.37.7) refiere que el año 207, como resultado de una
serie de malos agüeros,
los pontífices decretaron que tres veces nueve vírgenes deberían atra
vesar la ciudad cantando un himno. .. compuesto por el poeta Livio.
Al hablar de los orígenes del drama, Tito Livio (7.2) dice que Li
vio Andrónico fue quien primero abandonó las sátiras y compuso
un drama con argumento. Los argumentos, por supuesto, prove
nían de obras griegas. Cicerón (Bruto 18) está de acuerdo con
Enio, el cual afirma que él fue el primer poeta romano:
No se trata de jactancia vana sino de un hecho. La Odisea en latín
bien puede compararse a una estatua salida del cincel de Dédalo
[es decir, primitiva], y los dramas de Livio no pueden leerse dos
veces.
Si los inmortales pudieran llorar por los mortales, entonces las di
vinas Camenas llorarían por Nevio. Después de haber sido enviado
al Orco como un tesoro, los romanos inmediatamente olvidaron el
latín.
Que nadie me engalane con lágrimas; que nadie llore en mis funera
les. ¿Por qué llorar? Seguiré viviendo en boca de los hombres.
Cicerón alaba repetidas veces a Enio, y las largas citas que ofrece
han sido la mejor fuente para integrar fragmentos de sus obras.
Servio hace notar que, para varios pasajes de la Eneida, Virgilio
recurrió a Enio. Dice Donato en su biografía de Virgilio que éste
solía decir "extraje oro del estiércol de Enio". Según Horacio (Epís
tolas 2.1.50) los críticos daban a Enio los títulos de "sabio, valien
te, segundo Homero”. Marcial comenta que se leía a Enio aun cuan
do ya se contaba con las obras de Virgilio; y en la vida de Adriano
(Adriano 16.5 Scriptores Historiae Augustae) se lee que prefería
las obras de Enio a las de Virgilio, las de Catón a las de Cicerón
y las de Celio a las de Salustio. Macrobio (fines del siglo m y
principios del siglo iv) se quejaba de que se tenía olvidado a
Enio (6.99) :
Estos detalles están confirmados por varios autores. Sus obras re
cibieron alabanzas moderadas de Cicerón, Quintiliano y otros. Aulo
Gelio (13.2) refiere una anécdota sobre la visita que Accio hizo a
Pacuvio:
Joven: aunque vas de prisa, esta pequeña losa te pide que la mires
y que leas lo que tiene que contar. Aquí yacen los huesos de Marco,
llamado Pacuvio. No querría que ignorases esto. Adiós.
Publio Terencio Afer nació en Cartago; en Roma fue esclavo del se
nador Terencio Lucano, el cual, movido por el talento y buena pre
sencia del joven, le proporcionó educación en las artes liberales y, al
cabo de poco tiempo, lo manumitió ! .. Trató íntimamente a muchos
hombres de elevada posición, en especial a Escipión el Africano y
a Cayo Lelio... Escribió seis comedias, y cuando presentó la primera
de ellas —Andria— a los ediles, éstos le pidieron que primero se la
leyera a Cecilio. Llegó a casa del poeta a la hora de la comida y,
como iba mal vestido, se dice que leyó el comienzo de su obra sen
tando en un escabel cerca del lectus de aquel gran hombre pero
que, al cabo de unos cuantos versos fue invitado a sentarse a la mesa,
y que, después de comer con Cecilio, continuó leyendo hasta llegar
al final de la obra, en medio del gran entusiasmo de su anfitrión...
Se suele contar que Escipión y Lelio ayudaron a Terencio en sus
escritos, y que él mismo daba color a lo que se decía, precisamente
porque nunca intentó refutarlo, excepto, a medias, en el prólogo de
los Adelfos... Después de publicar comedias antes de cumplir vein-
284 HABLILLAS LITERARIAS
II. L u c r ec io
Esta carta es del año 55 a.c. Es curioso que en sus Tusculanae dispu
tationes (2.7), publicadas diez años después, diga Cicerón que nun
ca ha leído en latín libros de los epicúreos porque pertenecen a
una escuela de la que nada bueno puede salir. Esto se explica por
el hecho de que durante ese intervalo el epicureismo se había vuelto
sospechoso en los círculos políticos y era imprudente demostrar
interés en ellos. Quizá esto aclare también el silencio que guardan
otros escritores latinos cuando se trata de Lucrecio, aunque en no
pocos se nota sin lugar a dudas que estaban familiarizados con su
poema. Virgilio, por ejemplo, seguramente se refiere a Lucrecio
cuando dice en las Geórgicas (2.490) :
Felix qui potuit rerum cognoscere causas: Feliz quien ha logrado
conocer la causa de las cosas y pudo pisotear el temor que inspiran
un Destino implacable y los aullidos del voraz Aqueronte.
Aulo Gelio (1.21.7) hace ver que "Virgilio no sólo adoptó aislada
mente palabras que emplea Lucrecio sino también muchos versos
y pasajes, casi sin omitir nada”. Entre los otros latinos que men
cionan a Lucrecio por su nombre sólo Ovidio lo hace elogiosamente
(Amores 1.15.23): "El día en qué se destruya el mundo perecerán
los versos del sublime Lucrecio.”
Resulta natural que en la Edad Media se hiciera a un lado a este
poeta epicúreo; así, cuando Rabano Mauro recurrió al poema de
Lucrecio aclaró que lo hacía "para interpretar el Eclesiástico y el
LOS ROMANOS DE LA REPÜBLICA 287
III. C atulo
IV. CÉSAR
qué rapidez dio cima a su trabajo." Asinio Polio opina que ambas
historias se escribieron con descuido y sin apegarse estrictamente a
la verdad, pues en muchas ocasiones César estaba excesivamente dis
puesto a dar crédito a lo que los demás decían sobre sus propias
acciones, y también a falsear lo que él realizó, a ciencia y conciencia
o por olvido. Da a entender que tenía César el propósito de reescri-
birlas o de revisarlas. Dejó, además, un tratado de Analogía en dos
volúmenes, otros dos en que se hace la crítica de los discursos de
Catón y un poema intitulado La jornada. Escribió la primera de es
tas obras mientras atravesaba los Alpes, y a su regreso a la Galia
Cisalpina, donde tenía sus tropas y donde celebró sesiones del tribu
nal de justicia. Escribió la segunda de esas obras en la época en
que tuvo lugar la batalla de Munda; y, la tercera, durante los 24
días que tardó en llegar de Roma a Hispania Ulterior. También se
conservan algunas cartas que dirigió al Senado. Posiblemente César
haya sido quien primero organizó documentos de este tipo en pági
nas de manera que formasen volumen. Antes los cónsules y generales
escribían sus informes a todo lo ancho de la hoja. Existen también
cartas de César a Cicerón y a amigos íntimos sobre asuntos particu
lares... Tenemos así mismo noticia de ciertos escritos de su niñez
y primera juventud, tales como las Alabanzas de Hércules, una tra
gedia (Edipo) y una Colección de Apotegmas, pero Augusto prohibió
la publicación de todas estas obras menores en una carta —breve y
clara— dirigida a Pompeyo Mácer, encargado por él mismo de poner
en orden sus bibliotecas.
Respecto a lo que dices, que apenas logras leer algo como no sea a
trozos y a escondidas en la situación angustiosa en que te encuentras,
recuerda y medita en este hecho: Cayo César, en medio del tremendo
fragor de la Guerra de las Galias, escribió, además de muchas otras
obras de tema militar, dos obras que requerían gran acuciosidad: su
Analogía, en la cual, entre el volar de los dardos, discute sobre la
declinación de los sustantivos, la aspiración de las vocales, y diversas
clasificaciones gramaticales... todo ello entre el sonido de trompetas
y cornetas.
V. S a l u s t io
VI. C ic er ó n
I. V ir g il io
Ad Maronis mausoleum
Ductus, fudit super eum
Piae rorem lacrimae;
Quem te, inquit, reddidissem
EL IMPERIO 297
Si te vivum invenissem,
Poetarum maxime!
[Cuando lo llevaron a la tumba de Marón, derramó sobre ella rocío
de piadosas lágrimas, y dijo: Cuánto te habría honrado —¡Oh, el
mayor de los poetas!— si te hubiera conocido en vida.]
II. H oracio
Y termina:
Así de grande es el amor que me une a ti.
Así dominan tus cantos mi corazón.
III. T ib u l o , P r o pe r c io , O v id io
IV. Τίτο L iv io
V. Séneca
sejos servirían tanto a ella como al muchacho en los planes que te
nían acerca del trono. Se pensaba generalmente que Séneca era adicto
a Agripina pues recordaba sus bondades, a la vez que era enemigo
de Claudio contra el que abrigaba un hondo resentimiento.
Caligula solía decir que Séneca, muy popular por aquel entonces, com
ponía "meramente ejercicios escolares", y que era como "arena sin
cal”.
Aulo Gelio cita juicios por el mismo estilo emitidos por críticos de
épocas posteriores (12.2) :
Algunos opinan que Aneo Séneca es un escritor que vale poco, ya que
no merece la pena ocuparse de sus obras porque su estilo da impre
sión de vulgaridad, de ordinariez, y el fondo y las ideas se caracterizan
a veces por su inanidad, a veces por su vacua vehemencia, y a veces
por una ingeniosidad afectada y carente de sentido; y porque sus
conocimientos son triviales y plebeyos, pues no aprovechó la influen
cia de escritores anteriores con los cuales estaba familiarizado, para
enriquecerse con su encanto y distinción. Otros, por el contrario, aun
cuando no niegan que su dicción carece de elegancia, declaran que
no le falta cultura ni conocimiento de los temas que trata, y que sabe
censurar las lacras de su época con una solidez y una dignidad no
carentes de atractivo.
V I I I . L o s P l in io s y Q u in t il ia n o
así que su número se puede bien estimar en mucho más [de los 160
que me dio]. Lo oí referir que, cuando era administrador de rentas
en España, Larcio Licino le ofreció 400 mil sestercios por estos ma
nuscritos, y entonces no era tan grande su número.
IX. TAc it o y S u e t o n io
O bras d e carácter g e n e r a l
Birt, T., Das Antike Buchwesen (Berlin, 1882); Die Buchrolte in der
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS 321
F u e n te s de la s c it a s q u e a p a re c e n e n l a p r e s e n te o b ra
C a p ít u l o iii
F uentes d e l a s c it a s q u e a p a r e c e n e n la p r e s e n t e obra
C a p ítu lo iv
F uentes d e l a s c it a s q u e a p a r e c e n en la p r e s e n t e obra
C a p ít u l o v
C a p ít u l o vi
C a p ítu lo vu
F u e n te s de l a s c it a s q u e a p a re c e n e n l a p r e s e n te o b ra
C a p ít u l o s v i i i -x v i i
F uentes d e l a s c it a s q u e a p a r e c e n e n la p r e s e n t e obra
Las fechas de los autores antiguos suelen ser sólo aproximadas. Los
números romanos se refieren a los siglos; se indica cuando son
antes de Cristo; si no hay esta indicación, se entiende que los núme
ros, romanos o arábigos, indican siglos o años de nuestra era. Los
números de página en cursivas hacen referencia al artículo princi
pal sobre el personaje o tema en cuestión.
Dión (ministro de Dionisio I de Edad Media: 35, 86, 97, 288, 291,
Siracusa): 208. 298, 300, 307.
Dión Casio (historiador de Roma "Edad Oscura": 97-100.
en Grecia, 155-23S): 268, 270, 289, Edwin, John (actor y escritor inglés,
302, 305. 1749-1790): 314.
Dión Crisóstomo [Dión de Prusa] Eforo (historiador griego, rv a.c.):
(filósofo y retórico griego, i): 90, 48, 185, 191, 195, 236.
124, 140, 146, 158, 164, 175, 181, Egberto (alumno de Beda y maes
195, 217, 269. tro de Alcuino, Vin): 98.
Dionisio de Halicarnaso (crítico e Eginardo (biógrafo de Cailomagno,
historiador griego, i a.c.): 34, 54, 770-840): 98, 316.
149, 161, 165, 171, 185, 189-191, 195- Egipto: 32-33, 91.
196, 201, 233-234, 238-240, 267-268. elegiacos, poetas: 120-121, 143-146,
Dionisio I (tirano de Siracusa, 430- 299-300.
367 a.c.): 68, 166, 208, 233-234, 237. Eliano (anecdotista griego, ni): 55-
Dionisio de ira d a (gramático de 56, 90-91, 121, 124, 132, 148, 157,
Rodas, π a.c.): 90. 162, 174-176, 210, 214-215, 221, 225-
D isserta tion on the. E p istle s o f Pha 226, 231, 237, 268,
laris: 108. Eliot, T. S.: 306.
Domiciano (emperador de Roma, Elphinston, James (traductor es
51-96): 29, 74-75, 269. cocés, 1721-1809): 313.
Donato (comentarista latino, iv): Emerson, Ralph Waldo (filósofo
63, 86, 282, 297. americano, 1803-1882): 272.
Donne, John (poeta inglés, 1573 emoción en literatura: 82.
1631): 312. Empédocles (filósofo griego, v a.c.):
Draconcio (poeta cristiano latino, 141.
V): 288. Enio (poeta latino, 236-169 a.c.): 34,
drama: griego: 159, 161-184', roma 69, 71, 84, 94, 181, 277, 280-281, 308.
no: 277-278; representación del: épico, ciclo: 134, 136.
57-61. (Véase también Comedia y Epicarmo (escritor cómico sicilia
bajo los nombres de los drama no, v a.c.): 60.
turgos.) Epicteto (estoico griego, maestro
Draper, Ruth (recitadora norteame en Roma, 55-135): 205, 220-221, 267-
ricana contemporánea): 60. 268, 269-270.
Droysen, Gustavo (historiador ale Epicuro (filósofo, 342-271 a.c.) y
mán de Grecia, 1808-1884): 112. epicureismo: 70, 73, 122, 181, 222-
Dryden, John (poeta inglés, 1631- 229, 287.
1700): 109-110, 311-312. Epidauro, teatro c'(e: S8.
Du Cange, Charles (lexicógrafo la epigramas: 51, 69, 80, 190, 252. (Véa
tino francés, 1610-1688): 102. se también A ntología Palatina.)
Dims Escoto (escolástico, xn): 99. epigrafía: 110.
Duport, James (poeta latino inglés, E p ísto la s de Fáláris: 107.
1606-1679): 106. epitafios: 163, 180, 184, 253, 262,
Durero, Alberto (grabador alemán, 279, 282-283, 295.
1471-1528): 273. Erasmo (humanista holandés, 1466-
Duris (historiador griego, iv-lli 1536): 102-103, 105, 273, 2.91, 305.
a.c.): 185, 201. Eratóstenes (erudito alejandrino,
n i a.c.): 29, 89-91, 140, 147, 255.
Eckheí, Joseph (numismático aus Erígena, Juan Escoto. (Véase Es
tríaco, 1737-1798): 112. coto Erígena, Juan.)
edad "científica": 111114. Escalígero, José Justo (humanista
Edad de Oro: 293. francés, 1540-1609): 102-103.
Edad de Plata latina: 65, 100, 293. Escalígero, Julio César (humanista
332 ÍNDICE ANALÍTICO
96, 99, 103, 108, 116, 121, 177, 184, Tucca (ejecutor testamentario de
199, 283-284. Virgilio): 96, 295.
Terencio Escauro (comentarista la Tucídides (historiador grifego, v
tino, ii) : 298. a.c.): 21, 25, 33, 61-62, 69, 71, 100,
Termopilas: 153. 109, 117-118, 120, 130-131, 137-138,
Terpandro (poeta griego, vu a.c.): 185, 189, 190-102, 193-196, 230, 232,
148. 233, 296, 302.
Tertuliano (Padre de la Iglesia la turcos: 92.
tina, 160-225): 166, 273, 305. Turios: 190.
Tespis (actor griego, organizador Twining, Thomas (erudito inglés,
de la tragedia, vx a.c.): 45, 50. 1734-1804): 109.
testamentos: 215-216, 228. Tyrwhitt (erudito inglés, 1730-1786):
Tiberio (emperador romano, 42 a.c.- 109.
37 d.C.): 74, 75, 259. Tzetzes, John (erudito bizantino,
Tibulo (poeta elegiaco latino, 48-19 X II): 92, 135, 140, 151, 270.
a.c.): 111, 299-300.
Timeo (historiador griego, 356-260 unciales: 24.
a.c.): 48, 185, 188, 191. Underdowne, Thomas (traductor in
Timolaos (imitador épico, fechas glés, XVI ): 275.
desconocidas): 136. uso de los libros: 25-27.
Timón (filósofo escéptico, 320-230 Utopía·. 104.
a.c.): 69, 90, 217.
Tínnico (poeta griego, vi a.c.): 163. Valckenaer, L. K. (erudito inglés):
tintas: 19-20. 104.
Tirón (amanuense de Cicerón): 22-
23. Valerio Flaco (poeta épico latino,
Tirteo (poeta espartano, vil a.c.): i): 256, 310.
34, 42, 98, 143. Valerio Máximo (historiador roma
Tito Livio (historiador romano, 59 no, i): 146.
a.c.-17 d.c.): 19, 21, 30, 35, 65, 74, Valla, Lorenzo (editor y traductor
76, 100, 106, 195, 201, 278, 289, italiano, 1407-1457): 102, 106, 192,
300-302.
216,291.
títulos: 21. Van Hook, La Rue: 231.
Tomes o Tomi (ciudad a orillas del Vario (ejecutor testamentario de
, Virgilio): 76, 295.
Mar Negro adonde fue desterrado Varrón, M. Terencio (polígrafo la
el poeta Ovidio; hoy Constanza): tino, 116-27 a.c.): 15, 29, 61, 95,
63, 300. 97, 278-279, 290.
Townley, Charles (coleccionista in Varrón de Atax o Atacino (traduc
glés, 1737-1805): 110. tor latino, 82-37 a.c.): 256, 259.
traducciones: 98, 100, 103, 105-106, Veleyo Patérculo (19 a.c.-31 d.c.):
109, 192, 198, 256, 259, 263, 271, 200, 290.
275, 290, 298, 300, 308, 311, 313. Verrio Flaco (lexicógrafo y tutor
tragedia. (Véase drama.) imperial, i): 95.
Trajano (emperador romano, 53- Vespaciano (emperador romano,
117): 29, 271, 315. 9-79): 96.
Treinta, gobierno y la caída de los: Víctor, Julio (retórico latino, vi):
209. 315.
Triclinio, Demetrio (erudito bizan Victoria, estatua de la: 34-35.
tino, principios del siglo xiv): 93. Vida, Jerónimo (crítico y poeta ita
Trifiodoro (poeta heroico griego, liano que escribía en latín, 1490-
v): 136, 263. 1566): 100, 102, 297.
Trim alquio, B an quete de·. 314. Virgilio (poeta latino, 70-19 a.c.):
Tristán (personaje literario): 274. 19, 21, 35, 40-41, 51, 63, 68, 70, 75-77,
344 ÍNDICE ANALÍTICO
81, 86, 95-96, 109, 110, 121, 135-136, Wood, Robert (crítico y arqueólogo
159, 181, 256, 258-259, 286, 293-297, inglés, 1717-1771): 110.
298, 300, 306-307, 309, 313. Wordsworth, William (poeta inglés,
vitela: 18-19. 1770-1850): 118.
Vitruvio (escritor latino sobre ar Wotton, William (escritor inglés
quitectura bajo el reinado de Au amigo de Bentley, 1666-1727): 107.
gusto): 56-57. Wyatt, Thomas (poeta inglés, 1503-
Vivario, monasterio de: 35. 1542): 312.
Voltaire (dramaturgo y filósofo Wyttenbach, Daniel (erudito holan
francés, 1694-1778): 273. dés, 1746-1820): 104.
Voss, J. H. (traductor alemán, 1751-
1826): 111. Xantias (historiador griego, v a.c.):
Vossius, G. J. (polígrafo holandés, 33.
xvii): 103. Xilander [Holtzmann] (humanista
Vossius, Isaac (polígrafo holandés, alemán, xv): 107, 270.
xvii): 103.
yámbicos, poetas: 146-147.
Warschewiczki, T, (traductor pola York: 84.
co, XVI): 275,
Warton, Thomas (erudito inglés, Zenodoto (crítico y bibliotecario
1728-1790): 314. alejandrino, principios del m
Wilamowitz-Moellendorff, Ulrich von a.c.): 21, 29, 89-90, 132-133, 172,
(filólogo alemán, 1848-1931): 122. 222, 255.
Wilfred [Bonifacio] (apóstol inglés Zenón de Citio (fundador del es
de los sajones, 675-754): 98. toicismo, 333-261 a.c.): 217-222.
Winckelmann, J. J. (historiador ale Zeuxis (pintor griego, V a.c.): 172.
mán de arte, 1717-1768): 110. Zoilo (crítico y filósofo cínico, iv
Wolff, F. A. (estudioso de Homero, a.c.): 91, 128.
1759-1824): 108, 110, 112-113, 135. Zósimo (historiador imperial, V):
Wolff, S. L.: 275-276. 201, 243.
ÍNDICE
Prefacio. .................................................................................................... 7
Primera Parte
PRODUCCIÓN, ACOGIDA Y PRESERVACIÓN
Segunda Parte
HABLILLAS LITERARIAS
VIII. Entre la escritura y los clásico s.........................................128
I. Poetas leg en d ario s......................... . . . . . . 128
II. Homero. . ........................................................................ 129
ÍNDICE 347
X. Dramaturgos griegos.................................................................161
I. Esquilo....................................................................... · 162
II. Sófocles.................................................................................166
III. E u ríp id e s ............................................................................173
IV. Aristófanes........................................................................... 177
V. Menandro.................................................................. . 180
XII. Filosofía........................................................................................202
I. Los sab io s............................................................................202
II. Sócrates.................................... ............................................205
III. P la tó n ................ ..... . . · . · . . · · .207
IV. A ristóteles.............................................................................210
V. Zenón . . . . ............................................ ..... 217
VI. Epicuro. .................................................................. 222
In d ic e a n a l í t i c o ........................................................................................ 325
Este libro se terminó de impri
mir el 17 de julio de 1987 en los
talleres de Editorial Melo, S. A.,
Av. Año de Juárez '226-D; 09070
México, D. F. En su composición
se usó tipo Aster 10:11, 9:10 y
8:9 puntos. La edición consta de
3 000 ejemplares.