Está en la página 1de 5

No cabe duda que en los últimos tiempos el debate en torno al populismo ha

trastocado profundamente el pensamiento político. En efecto, el lema del reciente


ensayo Populismo (Huerta Grande, 2015) de José Luis Villacañas captura esta
angustia: “el populismo acecha”. En este inteligente y breve ensayo – y esto debe
subrayarse, ya que a diferencia de sus otros estudios monumentales sobre
política, este ensayo estádirigido a un vasto público informado – el populismo es
encarado con la medida urgencia que se merece, a contrapelo del facilismo por
parte del pensamiento liberal que tiende a homologarlo al irracionalismo o al
catolicismo en política.

El punto de partida de Villacañas es doble. Por un lado, entiende que la


facticidad opaca ataña la escena internacional contemporánea con múltiples
incertidumbres y falta de dirección. El hecho que ambos partidos, el Demócrata y
el Republicano, en los Estados Unidos tengan agendas opuestas, da cuenta de la
indecisión que late al corazón de la razón imperial. El renacer del populismo
parte de esta condición fáctica de la política global. Por otro lado, Villacañas
encara la reconstrucción del populismo llevada a cabo por el estudioso liberal
Loris Zanatta, para quien el populismo es el resultado de una confronta entre
modernización y lastres culturales arcaicos. En la definición conceptual de
Zanatta, el populismo es la consecuencia de una comunidad ancestral basada en
el cuerpo místico de la representación católica; una formulación que pareciera
repetir las teorías del joven Carl Schmitt sin muchos matices. Aunque el
problema con la tesis de Zanatta reside, más allá de la analogía compartida entre
la figura paulina del katechon y la estructuración populista, en el hecho de que su
reconstrucción descarta sin apuros las experiencias populistas que si se dieron en
comunidades políticas protestantes, como pueden ser los casos de la Alemania
Nazi o bien la democracia norteamericana del ‘We the people’ que va desde
Abraham Lincoln hasta F.D Roosevelt.

Sin embargo, no se trata de encarar una polémica con las limitaciones


conceptuales de El populismo (Katz, 2015) de Zanatta. Lo que es crucial es la
manera en que esta toma de distancia le permite a Villacañas crear un espacio de
intervención que rehúye de la tesis hiperbólica de la secularización (el populismo
como catolicismo plebeyo), entrando en conversación con los debates
contemporáneos de la izquierda en torno la especificidad del populismo. Contra
Zanatta, Villacañas define el punto de partida del populismo a partir de una
articulación contingente del “pueblo”:

“…nosotros hemos dicho que el pueblo es una comunidad construida mediante una
operación hegemónica basada en el conflicto, que diferencia en el seno de una unidad
nacional o estatal entre amigos/enemigos como salida a la anomia política y fundación de
un nuevo orden” (Villacañas 2015, 28).

El autor de ¿Qué imperio? admite no pretender esbozar un “tipo ideal” del


populismo, si es que alguna vez lo hubo. En cambio, se trata de construir una
guía para interrogar conexiones más complejas relativas al concepto. Ya entrando
en los capítulos del libro, la discusión se desplaza hacia una reconstrucción de los
más importantes conceptos de la obra de Ernesto Laclau, como pueden ser la
categoría de pueblo o la equivalencia de las demandas sociales, el lugar del
afecto o la relación amigo-enemigo, la reelaboración gramsciana de la hegemonía
y la producción carismática del líder. Sin embargo, es importante hacer hincapié
que Villacañas no está interesado en reconstruir la trayectoria política de Laclau,
en la medida en que La razón populista (Verso, 2006) es la culminación de una
extensa trayectoria política, muy bien repasada por John Kraniauskas (2014), que
comienza en la experiencia sindicalista argentina y termina en colaboración con
los estudios culturales británicos. Optando por un ruta distinta, Villacañas sitúa a
Laclau como la figura sintomática que condensa una serie problemas relevantes
al interior de la historia moderna del pensamiento político al menos desde
Hobbes. Lejos del irracionalismo o incluso del anti-liberalismo, el autor de
Hegemonía y estrategia socialista es fundamentalmente un pensador político
moderno.

Villacañas impone límites analíticos muy precisos para aterrizar los argumentos
de su ensayo. Por ejemplo, a lo largo del libro, se nota una insistencia en leer al
pensador argentino en abierta confrontación con la epocalidad neoliberal, como
si la teoría equivalencial de las demandas o la construcción catacrética de lo
nacional-popular naciera del malestar ante el “big bang” del neoliberalismo
global. Otro de estos límites, es la atención al lugar del afecto y el poder, que
implícitamente busca triangular el debate con el concepto de poshegemonía, no
solo de la manera en que éste ha sido elaborado por Jon Beasley-Murray, sino
también a partir de la reciente colección de ensayos Poshegemonía: el final de un
paradigma de la filosofía política en América Latina (ed. Castro-Orellana, Biblioteca
Nueva 2015). Un gesto central en el estudio de Villacañas es ir más allá del
reduccionismo antinómico “populismo o poshegemonía”, a la vez que realiza
una deriva hacia una discusión del populismo por fuera del concepto de
hegemonía como producción identitaria constitutiva de principio de
equivalencia.

Para este propósito, “el populismo acecha” no es un asunto de cotejar conceptos


maestros o escuelas de pensamiento encontradas, tal y como suelen reducirse los
debates intelectuales al interior de la Universidad contemporánea. La apuesta de
Villacañas es que pensar el populismo permite abrir un espacio más allá de la
opacidad política y el anti-institucionalismo que promueve el neoliberalismo
contemporáneo. Es en esta coyuntura que para Villacañas el populismo se abre a
un doble-bind. Esto es, el populismo es una respuesta efectiva a la “revolución
conservadora neoliberal” (término de Wendy Brown), puesto que su anti-
institucionalismo acaba coincidiendo con el principio anárquico de valorización
neoliberal impuesto a todos los niveles de la vida social contemporánea.

Este doble-bind es una contradicción de segundo grado, ya que Villacañas enfatiza


con razón que el anti-institucionalismo populista tiene lugar en una mínima
diferenciación institucional junto con una máxima expansión de las demandas.
Esto implica que sin institucionalización, el populismo no puede consagrarse a
través del principio de conversión equivalencial. Sin embargo, de haber una
institucionalización integral, ya no habría posibilidad para el populismo, puesto
que todas las demandas habrían sido cumplidas sin necesidad alguna del líder
carismático. El análisis de Carlos de la Torre sobre el populismo tecnocrático de
Rafael Correa confirma la reflexión conceptual de Villacañas en torno a la
convergencia entre populismo y neoliberalismo en cuanto a la pregunta por la
institucionalidad (De la Torre 2013).

Ante el riesgo, cada vez más latente, de una alianza entre neoliberalismo como
forma reactiva de gobierno y el populismo como réplica proactiva ante la crisis,
pareciera que entramos en una circularidad nihilista de entender lo político. La
mención al nihilismo no debe entenderse de manera anecdótica en este caso. La
cuestión del tiempo se encuentra al centro de lo que el anti-institucionalismo no
puede dar cuenta ni del lado del populismo o del hiperneoliberalismo. Y
mientras más apoyamos la primera opción, más crece el desierto populista.

Según Villacañas, esta expansión populista debería ser algo que los
administradores del neoliberalismo tendrían que aceptar cada vez que defienden
su modelo. Pero más importante aun es el hecho la opción populista, haciéndole
el juego al neoliberalismo, termina ofuscado la posibilidad de una “tercera
opción” en retiro de la circularidad temporal.

Entonces, ¿cual sería la opción? Para Villacañas esta opción es la deriva


republicana. Este republicanismo no se limita a una forma gubernamental de
Estado, sino a una forma democrática contingente (abierta a las demandas
sociales, así como al antagonismo entre singulares) como garantía de una
estabilidad institucional. En pocas palabras, este republicanismo es tiempo de
justicia:

“Pero la justicia es un empeño positive que surge de lo más propio que ofrece el
republicanismo: una percepción de confianza y seguridad que abre el tiempo del
futuro sostenido por estabilidad institucional. Si no se atiende con una voluntad
específica, la justicia no se producirá de modo natural. Abandonar toda idea de
justifica facilita la agenda populista de configurar una nueva…Donde el
republicanismo no ejerce su función estabilizadora a través de instituciones, el
tiempo del la sociedad se reviste de esos tonos inseguros que el populismo tiene
como premisa”. (Villacañas 114)

La deriva republicana afirma una forma poshegemónica de politicidad


democrática contra la estructuración neoliberal del mundo. El republicanismo
busca radicalizar el “mínimo republicanismo” que el populismo rebaja en su
tiempo anti-institucional de “gran política” (Villacañas 117). En lugar de
permanecer arraigado al fundamento de las libertades personales – principio que
limita la teoríapolítica liberal de Rawls a Nussbaum – el republicanismo afirma
políticas redistributivas que, a diferencia del populismo, buscan transformar el
tiempo de la vida. Es en este sentido que Villacañas entiende la irrupción de las
movilizaciones en la España contemporánea (las llamadas “Mareas”) no como
demandas equivalenciales, sino como afirmación en nombre de la democracia
radical y de la institucionalidad de la vida pública (Villacañas 124-25). Por
esto,Populismo es un libro difícil en la coyuntura española marcada por la
“conducción” de Pablo Iglesias y la retórica política de Podemos.

Este giro republicano, a diferencia de la promesa liberal de redistribución, tiene


como lugar de la vida política, tal y como lo entendieron Hannah Arendt y
Simone Weil, a la polis en desistencia de todo orden principial de Estado. Al
situar la polis como la unidad mínima de toda comunidad política, Villacañas
puede retener las demandas populares a la par de la siempre-imposible tarea de
afirmar lo singular. No queda claro hasta que punto esta deriva republicana
puede modificar el análisis sobre la producción de sujetos, o decirnos algo sobre
la categoría misma de sujeto. Pero desde ya, Populismo (Huerta Grande, 2015) es
un importante ensayo que abre vías muy productivas para interrogar el estatuto
contemporáneo de la política.

NOTAS

Carlos de la Torre. “El tecnopopulismo de Rafael Correa: ¿es compatible el


carisma con la tecnocracia? LARR, Vol.48 No.1 Spring 2013, pp. 24-43.

John Kraniauskas. “Rhetorics of populism”.Radical Philosophy, July/August 2014.

José Luis Villacañas. Populismo. Madrid: La Huerta Grande, 2015.

También podría gustarte