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Como último dígito, expresa el inequívoco concepto de finalidad.

Es notable observar que este es el número


utilizado para demostrar lo final, por ser definitivo en sí mismo. Así, como número final, el nueve posee la
característica de que, por cualquier factor multiplicado, la suma siempre revertirá en su mismo valor esencial.
Por ejemplo: 7 x 9 = 63 (6 + 3 = 9).

Siendo entonces el nueve un número de carácter irrevocable en su expresión de finalidad (y así como existe
una relación coordinada entre la gematría del nombre Jesús, la Resurrección y el 888), también existe la más
significativa expresión numérica para describir la finalidad absoluta. Esto, lógicamente, es el 99.

En las palabras iniciales de la Biblia: En principio Elohim, observamos el primer ejemplo: Dios mantiene un
control maravilloso sobre cada letra hebrea, de manera que la gematría de esta declaración es, exactamente,
999. Nueve es la finalidad o finalización. El primer ejemplo de su uso es ese primer verso infinitamente
sellado de la Biblia: En principio creó, que en hebreo es: Bereshit bará cuya gematría es 999. La instrucción
muy próxima creado el cielo también está sellado con 999.

Sobre el alfabeto ocurre lo mismo. El Apocalipsis declara cómo la ira de Dios se derramará al finalizar esta
era, y encontramos en el término mi ira el mismo valor significativo de 999.

El solemne término griego amén traducido en verdad, es frecuentemente utilizado por Jesús para enfatizar una
verdad vital y definitiva como por ejemplo de cierto, de cierto. El Señor utilizó esta palabra 99 veces, y su
gematría es exactamente... 99.

He aquí otro hecho de sublime significación: Sabemos que todas las profecías concernientes a la vida y
muerte de Cristo fueron exactamente cumplidas. Leemos cómo sorprendió a Pilato el hecho de que Jesús ya
hubiera muerto. Pero era la hora de Dios; la misma hora en que Jesús había pronunciado sus palabras finales:
¡Ha sido consumado!, la hora en que la tierra tembló y el velo del templo fue rasgado, significando el fin de la
ley. Era la hora novena.

Desde Génesis hasta Apocalipsis las Sagradas Escrituras muestran que la redención sólo es posible mediante
el derramamiento de sangre, y sin derramamiento de sangre no hay redención de pecados. Es el sello de Dios,
y para Él este concepto es absoluto y definitivo. Es por ello que también la palabra sangre se registra
exactamente 99 veces.

Vemos también al número nueve en relación con el juicio bajo los mismos parámetros de finalidad. Abismo
sin fondo así como también la palabra descanso ocurren exactamente nueve veces.

El nueve es un número extraordinario en muchos aspectos. Es apreciado por todos aquellos que estudian las
ciencias matemáticas pues posee propiedades que no se encuentran en ningún otro número. Está emparentado
al seis, siendo seis la suma de los factores, es decir, 3 x 3 = 9, y de 3 + 3 = 6, y por ello habla del final del
hombre y la suma de todas sus obras. Nueve es por ello, el número de juicio final, pues el juicio fue
encomendado a Jesús como Hijo del Hombre (Jn. 5.27), y esto marca la totalidad, el final y el resultado de
todas las obras relacionadas con el hombre. Por ello la gematría del nombre Dan = Él juzgó es 54, es decir: 9
x 6.

Las virtudes que conforman el fruto del espíritu del creyente relacionan al 9 y al 3 de manera admirable en
(Ga. 5.22-23):

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