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Qué pasa en el Partido Farc: Insumos para su comprensión

No han sido fáciles estos cuatro años de transición desde cuando firmamos el Acuerdo de Paz con
el Estado colombiano, para quienes integramos en su momento las filas de las FARC-EP.

No sólo hemos tenido que enfrentar dificultades personales, propias de un proceso en que
dejamos atrás nuestra vida de profesionales revolucionarios; en la que dedicábamos las 24 horas
del día a la organización, para iniciar la reincorporación socioeconómica y política, sino que
además, y de manera simultánea, como partido, hemos debido enfrentar las dificultades propias
de quien transita un camino desconocido, en el que los conocimientos y experiencia adquirida
parecen insuficientes para sortear los nuevos retos. Es a esta última parte que queremos
referirnos en este escrito, buscando aportar elementos para el análisis y la reflexión de la
militancia.

Comencemos señalando que la búsqueda de la solución política del conflicto siempre fue y seguirá
siendo una aspiración revolucionaria nacida del carácter humanista de nuestra lucha;
consecuentes con ello, a lo largo de nuestra historia nunca nos negamos a dialogar con ningún
gobierno que se expresará dispuesto a hacerlo. La solución política era el primer punto de nuestra
Plataforma Bolivariana.

Desde cuando en enero de 1983 se desarrollaron los primeros contactos con el gobierno de
Belisario Betancur, hasta noviembre de 2016, cuando firmamos el Acuerdo Final con el presidente
Juan Manuel Santos, en representación del Estado, fueron 33 años de conversaciones con distintos
gobiernos, mediados por décadas de dura confrontación militar.

La Uribe, Caracas y Tlaxcala, el Caguán y La Habana, son capítulos de un prolongado proceso de


diálogos en procura de la paz democrática, la paz con justicia social para nuestro pueblo; es en esa
dura batalla diplomática que fuimos construyendo nuestra visión de la solución política, siempre
ligada a la superación de los problemas que originaron y han prolongado el conflicto armado en
Colombia; idea recogida en la pluma de Jacobo Arenas en sus magistrales obras referidas a los
primeros capítulos de ese largo proceso de conversaciones y que todos nosotros conocemos: Cese
el Fuego; Paz, Amigos y Enemigos; Correspondencia Secreta del Proceso de Paz; Vicisitudes del
Proceso de Paz, son verdaderas joyas de la diplomacia y la política revolucionaria para encarar, a la
luz de la realidad colombiana, la formulación de una táctica acertada que nos permita construir y
consolidar una correlación de fuerzas favorable a los cambios que demanda la paz con justicia
social y democracia para nuestro país.

Qué bien le vendría a toda la militancia releer estos textos en momentos en que la dificultad para
afianzar la paz lleva a la defección a algunos, hace dudar a otros y paraliza unos tantos. En
momentos en que, desde la derecha, pero también, lamentablemente, por parte de algunos que
hicieron parte de la organización, o, que aún mantienen una militancia así sea formal, se busca
sembrar la desmoralización al interior del partido y de las masas populares, en una extraña
coincidencia de propósitos.

Desde nuestro punto de vista, es en nuestra propia experiencia y recorrido histórico, donde
debemos buscar y encontrar respuesta a los interrogantes que nos plantea la nueva realidad

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surgida de los acuerdos de La Habana. Es en el análisis de nuestra propia realidad, como nación y
como organización, que podremos hallar explicación objetiva para los complejos retos que se nos
presentan en el actual momento, y por supuesto, encontrar también argumentos para salirle al
paso a los pregoneros de la desmoralización y la desbandada del partido. Explicación objetiva y
argumentos que nos deben, a su vez, ayudar a arrancarle a la realidad soluciones acertadas para el
momento actual.

Política y guerra, guerra y paz Minuto 3:28,0

Un punto de partida necesario es la definición reiterada en los documentos farianos, tomada a su


vez de un clásico, que nos enseña que la guerra no es más que la continuación de la política por
otros medios, o, lo que es lo mismo, es la misma política, solo que, desarrollada por otros medios;
en este caso, los medios bélicos. Y esto que nos puede parecer una verdad de Perogrullo no lo es
tanto; veamos: Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, quiere decir que las
partes enfrentadas en una confrontación militar, ya sean países aislados o bloques de países, o
clases sociales, durante la guerra, no hacen más que desarrollar la misma política que adelantaban
desde antes de la confrontación. Es decir, las naciones, los bloques de países o las clases sociales,
recurren a la guerra, solamente como un instrumento para tratar de imponer al adversario su
propia política.

Ahora bien, terminada la confrontación bélica, ya sea por el triunfo de uno de los oponentes, o
porque se llegue a un acuerdo, es apenas lógico que los bandos enfrentados busquen continuar
con la misma política que pretendían imponer por medio de la fuerza de las armas que, como ya
dijimos, no es más que la defensa de sus intereses, puesto que, así como la política se transforma
en guerra, la guerra se transforma en política; pero siempre, ya sea en uno u otro caso, las clases,
las naciones o las coaliciones de naciones, seguirán buscando desarrollar la misma política; o, lo
que es lo mismo, defender sus propios intereses, así temporalmente ezcan como derrotados, a
menos que, se trate de una claudicación o renuncia a sus propios intereses.

Olvidarse de estas verdades, aparentemente tan básicas, es lo que lleva a muchos a no entender el
actual momento en materia de la lucha por la implementación del Acuerdo, algo que se hizo
evidente, prácticamente desde el momento de la firma, cuando aparecieron visiones distintas al
interior del partido frente a los incumplimientos, tanto del gobierno de Juan Manuel Santos como
del gobierno de Iván Duque.

Como todo indica, hubo quienes se hicieron ilusiones, según se desprende de sus propias
declaraciones, creyendo que la firma del Acuerdo haría cambiar de política la clase dominante en
Colombia, cuando aseguran sentirse engañados por el Estado. Si es así, debemos decir con claridad
que fueron ellos mismos los que se engañaron, puesto que parten de una visión subjetiva y
romántica de la política, según la cual, la firma del Acuerdo, por parte del jefe del Estado, sería
suficiente para que la clase dominante, representa da fielmente por los presidentes de turno,
cambiara su política de terrorismo de Estado, su concepción de seguridad nacional que ve un
enemigo en todo aquel que luche por cambios en la sociedad; se engañaron si creyeron que, por el
hecho de la firma, se transformaría como por arte de magia el carácter del régimen político
imperante.

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Lo anterior nos lleva a una pregunta. Si ya sabíamos que, por el solo hecho de la firma, el Estado
no iba a cambiar su esencia, no iba a cumplir lo pactado, si no fue un engaño, entonces, ¿por qué
firmar ese acuerdo? ¿fue una traición, como han querido argumentar algunos?

Ni engaño, ni traición. Para explicarnos debemos recurrir a otras dos verdades sabidas y repetidas
hasta el cansancio en las horas culturales de la antigua guerrilla: la primera, la política no es más
que el reflejo de las contradicciones de las clases, de los intereses de esas clases, es el manejo
adecuado de esas contradicciones para hacer avanzar los intereses de la clase que representa un
determinado partido, movimiento o grupo social; la segunda verdad, aquella que nos enseña que
los protagonistas de los cambios son los pueblos, las masas, como llamamos nosotros a los
sectores populares.

Dicho lo anterior, debemos reafirmar otra verdad elemental, todo acuerdo de paz es un acuerdo
político, es decir, un acuerdo en el que dos adversarios conciertan tramitar sus diferencias, es
decir sus intereses, ya no por medio de las armas, sino por medios diplomáticos o democráticos;
resaltar lo anterior no deja de ser importante, para entender que, el cumplimiento, o no, está en
directa relación con la correlación de fuerzas de las partes firmantes de dicho acuerdo; la política,
al igual que la guerra, es un problema de fuerza, en la guerra de fuerza militar, en la política de
fuerza de masas, de opinión, de apoyo de fuerzas sociales y políticas.

La lucha por la paz en Colombia, está indisolublemente ligada con la lucha por el poder político
Minuto 7:42,0

Es por eso que, se equivocan quienes creen que simplemente quejándonos de los incumplimientos
gubernamentales y del Estado vamos a lograr la implementación integral del Acuerdo, se
equivocan porque creer que la implementación del Acuerdo de paz es un problema de voluntad,
no solo es erróneo, es, además, entrar en el campo del subjetivismo y el voluntarismo, ambos
sumamente nocivos en política por alejarnos de la realidad y ponernos a transitar caminos
apartados de la necesaria objetividad que debe caracterizar nuestra visión de los fenómenos y
nuestro trabajo político; mucho más, tratándose de temas tan relevantes para el proyecto político
histórico que representamos.

Con lo anterior no estamos diciendo que no debamos alzar la voz exigiendo el cumplimiento
estatal, no. Lo que estamos diciendo es que eso no es suficiente; mientras nuestra voz no esté lo
suficientemente acompañada de la fuerza de otros sectores sociales y políticos, mientras no
modifiquemos la correlación de fuerzas para volcarla de manera favorable hacia el apoyo a la
implementación integral del Acuerdo, mientras el gobierno y el poder sigan en manos de los
sectores que históricamente se han beneficiado del conflicto armado, sencillamente no habrá
dicha implementación integral, ya dijimos que la política es un problema de fuerza.

Reiteradamente hemos sostenido que lograr la paz estable y duradera exige que la inmensa
mayoría de los colombianos hagan suyo ese acuerdo, lo defiendan y se muestren dispuestos a
luchar por su materialización; de ahí es que debemos partir para entender cómo encarar la disputa
por la implementación dentro del actual momento político y sobre esa base definir cuáles son las
tareas prioritarias en cada coyuntura.

De estos asertos, entre otros, partimos cuando definimos firmar el Acuerdo de La Habana, jamás
se nos ocurrió pensar que, como lo dijo en algún momento Alfonso López Michelsen, más lúc ido

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que muchos de quienes hoy se presentan como los verdaderos defensores del Acuerdo, la
oligarquía colombiana nos fuera hacer la revolución por decreto.

En cambio, lo que si puede lograr el Acuerdo, y de hecho en parte lo va logrando, es correr las
atrancas que por la prolongación del conflicto armado, mantuvieron represadas fuerzas sociales y
políticas, capaces de definir una contradicción política fundamental en la sociedad colombiana que
sigue sin resolverse, 39 años después de que la 7ª Conferencia definiera que en Colombia la única
salida real a la crisis es la salida revolucionaria, es decir la democratización del país en toda la
amplitud de la palabra, independientemente que por momentos parezca consolidarse la salida
fascista, pues al final no terminaría siendo una solución real y más bien terminará por ahondar las
contradicciones.

Como se ve, el problema es más complejo de lo que algunos piensan, dado que la lucha por la paz
no es algo aislado del conjunto de la realidad socioeconómica y política del país. Es decir, la lucha
por la paz en Colombia, está íntima e indisolublemente ligada con la lucha por el poder político,
desconocer esta realidad, ya sea por ignorancia o por capricho, no solo es grave, es un verdadero
suicidio político.

Máxime, si por ceguera, o por inexplicables intereses, se decide enfilar baterías contra la dirección
partidaria, para reclamarle por los incumplimientos del Estado, al tiempo que muy poco, o nada,
se hace por fortalecer al partido y su incidencia política y social, tal como lo viene haciendo un
grupo de compañeros, desde dentro y fuera de las filas partidarias, para los cuales el objetivo ya
no es contribuir, junto con otros sectores sociales y políticos a construir el bloque alternativo que
asuma la tarea histórica de la paz, y las consecuentes transformaciones democráticas para
Colombia, sino, acabar como sea, y utilizando los métodos más reprochables, con la dirección parti
daria.

Convergencia política y social por un gobierno que asuma las tareas de la paz, la democracia y la
soberanía nacional 11:18,0

La Primera Asamblea, o congreso constitutivo del partido, nos dotó de orientaciones claras en la
perspectiva de ayudar a construir la más amplia convergencia que se requiere para lograr la paz
completa e integral en nuestro país, es decir, la paz con justicia social, la paz con democracia
verdadera, la paz definitiva que aleje el uso de las armas en la política, lo que implica resolver
todas las expresiones violentas que aún persisten en nuestro país, por la vía del diálogo, tal como
está contenido en el punto 3 del Acuerdo.

Pasada esa asamblea, nos vimos abocados, sin la preparación suficiente, a encarar nuestras
primeras experiencias electorales en el 2018 y 2019, así como el trabajo parlamentario; no vamos
a ahondar aquí en el balance de estos dos aspectos que le corresponde hacer al conjunto de la
militancia que hoy conformamos el colectivo partidario, simplemente, señalar que transcurridos
algo más de 3 años, desde el lanzamiento del partido, y dos años y medio de trabajo
parlamentario, estamos obligados a alistarnos para enfrentar lo que será nuestra segunda
participación en unas elecciones parlamentarias y presidenciales. Con ese motivo y dada la
realidad que nos impidió realizar la segunda asamblea en abril de 2020, tal como estaba citada, el
Consejo Político Nacional, por mayoría, aprobó proponer al pleno del Consejo Nacional de los

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Comunes, convocar una asamblea extraordinaria que avance en algunos aspectos relacionados
con esta importante tarea.

La reacción no se hizo esperar por parte de aquellos que, desde fuera y dentro del partido,
incluidos algunos integrantes del CPN, han decidido convertir a la dirección partidaria en el
objetivo principal de su actividad fraccionalista. Dejando de lado las calumnias, los epítetos, y las
descalificaciones que abundan en los escritos que hemos conocido, a la vez que escasean los
argumentos, nos vamos a limitar a señalar dos aspectos que nos parecen centrales en la discusión
planteada.

Un primer aspecto es aquel según el cual la asamblea, por ser la máxima instancia de dirección,
antes que discutir la estrategia electoral, la plataforma política, una propuesta para la
convergencia y definir un nuevo nombre para el partido, debe ocuparse del tema de los asesinatos
de exguerrilleros y los incumplimientos del Acuerdo.

Olvidan los compañeros, o por lo menos quieren hacerse los olvidados, que hemos realizado 6
plenos, antes del de diciembre pasado; y, si se tomaran el tiempo de revisar las conclusiones y
declaraciones políticas de los mismos, encontrarán que en todos ellos nos hemos ocupado
ampliamente de esos temas, sin que por eso se hayan detenido los asesinatos, ni el gobierno se
haya sentido obligado a cumplir las conclusiones de los plenos, dado que, como ya dijimos, la
implementación del Acuerdo no es un tema subjetivo que dependa de nuestra voluntad, es un
problema político objetivo que depende de la correlación de fuerzas y se resuelve en el marco
general de la lucha de clases que, como también ya lo señalamos, hace que en Colombia la lucha
por la paz pase por el tema del poder, lo que necesariamente nos lleva al tema de las próximas
elecciones, puesto que si las fuerzas que estamos por la paz y la democracia no somos capaces de
ganar las mayorías para elegir un próx imo gobierno, y vuelven a ganar la presidencia los enemigos
de la paz, sencillamente no van a parar los asesinatos y la implementación no solo seguirá siendo
una quimera, será mucho peor, la prolongación y degradación del conflicto armado nos hundirá
como nación en un lodazal de dolor y sangre.

Cómo puede verse, se equivocan quienes quieren mantener al partido limitado al tema de la
implementación del Acuerdo, por fuera del contexto general de la lucha política que, a partir de
ahora, gústenos o no, pasa por el tema de las elecciones del próximo año que deben elegir
congreso y presidente de la república. Y todo esto, lógicamente pone al orden del día la consigna
central de la primera asamblea en relación con la necesidad de la más amplia convergencia para
lograr los cambios que necesita Colombia, lo que implica imperativamente ganar el gobierno en la
próxima contienda electoral por parte de las fuerzas que estamos por la vida, por la paz, por la
democracia. Esa es la tarea central del momento y en ella está implícita la defensa del Acuerdo y la
seguridad de los exguerrilleros y los líderes sociales.

Todo esto nos obliga a tener que definir de inmediato la estrategia electoral para el 2022 y
consecuentemente las líneas sobre las cuales proyectemos nuestro papel dentro en el proceso de
construcción de la convergencia. Sin esas herramientas, en la práctica, estaremos incapacitados
para jugar un papel activo en ese proceso o hacerlo de manera espontánea sin claridad de
objetivos. Que eso nos pasara en 2018 se explica por las premuras del momento, repetirlo 4 años
después, sería sencillamente inexplicable e injustificable.

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No creemos que esto sea demasiado difícil de comprender, por eso estamos seguros, que lo que
buscan es paralizar la actividad partidaria, tratar de sabotear las tareas y el trabajo de dirección
para sembrar confusión e intentar hacerse a la dirección del partido, además porque el manejo
que le han venido dando a la discusión interna, quienes la han emprendido contra la dirección, así
lo confirma.

Las contradicciones internas, la disciplina partidaria y los principios organizativos 16: 13,0

La práctica, que siempre es más rica que la teoría, nos demostró que muchas de las expectativas
que teníamos cuando firmamos el Acuerdo no se materializaron, entre otras, por no estar
fundadas en la realidad. Los resultados electorales de 2018 son apenas un ejemplo, pero hay más.

La unidad, la cohesión, la disciplina y el cumplimiento de nuestros principios organizativos, que


caracterizaron nuestra etapa de lucha armada, rápidamente comenzaron a sufrir menoscabo al
dar el salto a partido legal; sería muy extenso tratar de agotar este complejo fenómeno en un
documento de este carácter, pero esta debe ser una tarea a corto plazo por parte de los
organismos de dirección nacional. Aquí solamente haremos unas menciones generales que nos
sirvan de referente para el momento y la situación actual, sin pretender agotar el tema.

Quienes pertenecimos a las filas de las FARC-EP, siempre fuimos claros, porque así lo
contemplaban nuestros documentos, que nos regía una disciplina proletario militar, es decir una
disciplina con carácter de clase, determinada más por el elevado objetivo revolucionario que nos
proponemos que, por el carácter de ejército guerrillero. Por la misma razón estaba claramente
establecido que obedecíamos a dos tipos de disciplina, una militar y otra política. “Los
combatientes de las FARC-EP, en su condición de revolucionarios integrales obedecen en lo
político a formulaciones, estratégicas y a concepciones tácticas y al mismo tiempo a concepciones
estratégicas, operacionales y tácticas de orden militar”.

Lo anterior es muy importante subrayarlo para entender por qué se equivocan quienes creen que
al dejar de ser organización político-militar, y pasar a ser partido político legal, desaparece como
por encanto la disciplina partidaria, desconociendo que como no hemos renunciado al elevado
objetivo revolucionario que buscamos, no somos un partido cualquiera que busca simplemente
llegar a ser gobierno, eso, nos convierte en claro objetivo del terrorismo de Estado característico
del régimen político que existe en Colombia.

Es lo elevado de nuestro objetivo político lo que nos impone, como necesidad, esa disciplina con
profundo contenido de clase, que algunos no les gusta, simplemente porque su pensamiento y sus
aspiraciones no van más allá de las que pueden satisfacerse dentro de otros partidos. De allí nace
esa contradicción que no les permite sentirse cómodos cumpliendo los principios partidarios y por
eso los violan reiteradamente mientras los invocan de palabra.

Nada les significa el centralismo democrático que obliga a la minoría a defender y trabajar por las
decisiones de la mayoría hasta tanto no se vuelva a abrir la discusión correspondiente, que es lo
que permite pasar a la acción y la realización de las tareas, son partidarios de la discusión
permanente que lleva a la anarquía y el desorden.

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No se sienten obligados a cumplir con las orientaciones de las instancias superiores, si no
coinciden con sus propias visiones, porque sus verdaderos principios son los del liberalismo.

La militancia orgánica, tal como nosotros la concebimos, no les parece porque su idea de
pertenencia al partido se limita a una simple manifestación, sin ningún otro nivel de compromiso,
eso sí, al tiempo reclaman para sí todos los derechos.

La dirección colectiva solo obliga a los demás, ellos pueden hacer y deshacer sin consultar con el
partido, pero si se presentan problemas es el partido quien debe resolvérselos.

El manejo de las contradicciones a través de los mecanismos internos no les parece bien, porque
su objetivo no es hacer que el partido mejore, su objetivo es romper la unidad e imponer como
sea su visión de las cosas; así sea, recurriendo a la abierta violación de los principios que aseguran
defender.

Por eso, no vacilan en recurrir a la calumnia, a la conseja, al señalamiento, a la descalificación, con


tal de lograr sus objetivos.

Ahora, como han quedado en evidencia al conocerse la relatoría de una reunión, realizada en el
departamento del Cauca, en la que acordaron tratar de imponer un orden del día para la
asamblea, distinto al aprobado por el pleno del Consejo Nacional

de los Comunes, salen a decir que no van a participar y lo más curioso es que lo hacen a nombre
de la democracia partidaria.

No se requiere más argumentación, ellos mismos se han desnudado.

La asamblea extraordinaria de los días 22, 23 y 24 de enero de 2021, es una oportunidad de oro
que tenemos los militantes del partido para cerrar filas contra estas concepciones que, tras un
lenguaje aparentemente radical, lo que esconden son propósitos personalistas.

Enero 18 de 2021

Julián Gallo Cubillos


(Carlos Antonio Lozada)
Integrante del Consejo Político Nacional

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