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HOYOS
EDITOR
ESTUDIOS DE
FILOSOFÍA POLÍTICA
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Impreso en Colombia
Printed tu Colombia
RODOLFO ARANGO LUIS EDUARDO HOYOS
JUAN JOSÉ BOTERO GERMÁN MELÉNDEZ
ALFONSO CORREA MOTTA LISÍMACO PARRA PARÍS
BERNARDO CORREA CIRO ROLDAN JARAMILLO
JORGE AURELIO DÍAZ ALEJANDRO ROSAS
JÓRG ALEJANDRO TELLKAMP
C: O N T E N 1 D O
PRESENTACIÓN U
La actualidad de KANT
Luis Eduardo Hoyos 197
I l w w n ARENDT
Bernardo Correa 241
I .a evolución de la cooperación
Alejandro Rosas 347
El propósito de estas conferencias es, como se sabe, pasar revista a una serie de
autores y textos que se consideran imprescindibles en el extenso campo de la
filosofía política. Así, después de la introducción del profesor JUAN JOSÉ BOTERO,
es mi propósito encargarme de uno de los primeros textos clásicos del campo
en cuestión: La República. Se trata del texto más frecuentemente estudiado
cuando se examina el pensamiento político de PLATÓN y, por su importancia en
este respecto, se le suele colocar junto a obras como el Leviatán de HOBBES O El
contrato social de ROUSSEAU. Ciertamente, por el título de la obra puede uno
pensar que ella se ocupa primordialmente de la filosofía política de PLATÓN, en
el sentido contemporáneo que le damos a la palabra "política" y, en efecto, gran
parte se ocupa de ella. Sin embargo, la obra no sólo versa sobre el Estado, la
polis, sino sobre muchas otras cuestiones de importancia para la filosofía de
PLATÓN en general. De hecho conviene destacar de entrada que cl problema
fundamental del que se ocupa La República es ético y moral antes que político.
Se trata de determinar el papel que la práctica de la justicia juega en la conse-
cución de la felicidad por parte del individuo. Por lo demás, la obra toca, como
decimos, muchos otros aspectos del pensamiento platónico. Ello, por supuesto,
no es casual pues una de las particularidades del pensamiento político y ético
de PLATÓN radica en su conexión indisoluble con otros aspectos de su pensa-
miento, tales como su teoría del conocimiento, su psicología, su metafísica.
Sobrevolando las propuestas políticas presentes en La República, algunas
de ellas resultan hoy en día escandalosas, por decir lo menos; algunas de ellas
resultan incluso repulsivas. Y lo fueron ya en su tiempo. PLATÓN propone, por
ejemplo, la abolición de la familia y la participación de las mujeres en la educa-
ción y en la guerra, lo cual produjo ya una reacción por parte de su más grande
discípulo, ARISTÓTELES. En el presente, la más famosa y furiosa reacción ante
las tesis defendidas en La República provino de KARL POPPER, un conocido de-
fensor del liberalismo político del siglo pasado, para quien PLATÓN es un pen-
sador aristocrático, autoritario e incluso "totalitario" 1 .
Lo cierto cs que es muy difícil entresacar y evaluar las ideas políticas de
PLATÓN tal y como se las puede extraer de su esbozo de un "Estado ideal" en
La República. Antes de intentarlo habría al menos que determinar qué estatuto
i Cfr. KARI.R. POPPER. Ea sociedad abierta y sus enemigos, parte i, EDL ARDO LOKDI.I. (trad.), Buenos Aires,
Paidós, IC184.
37
38 Filosofía política de Platón
Volviendo a los libros primero y segundo, veamos cómo se plantea para PLATÓN
cl problema mencionado. Haciendo de lado algunos preliminares, que por ra-
zones de espacio no voy a tocar, el libro comienza con un intento de definir la
justicia por parte de CÉFALO, acaudalado anciano residente en el puerto ateniense
de El Pireo. La mencionada definición es como sigue: "la justicia consiste en
decir la verdad y devolver lo que se recibe, en todos los casos" 4 . Lo primero
que debe señalarse es que se está definiendo la justicia que puede practicar el
individuo. No estamos todavía en los terrenos de la "justicia política". En se-
gundo lugar, cabe indicar que la definición de la justicia se ofrece en términos
de las acciones justas del individuo más que en términos de su carácter. La
justicia es, en esa misma medida y antes que nada, una virtud o disposición de
un agente para actuar de tal o cual manera; sólo en un sentido derivado es la
justicia una característica de las acciones que realiza tal agente. Es decir, pri-
mero sabemos quién y cómo es el hombre justo y sólo después de esto sabemos
cuáles son las acciones justas, a saber, las que realiza el hombre justo.
Pero, para volver al punto que nos ocupa, al comienzo del libro primero la
justicia es concebida por los interlocutores de SÓCRATES primordialmente como
una característica de las acciones, aproximación esta que PLATÓN encontrará
problemática, entre otras cosas porque es casi imposible identificar en las ac-
ciones algo que las haga justas tomadas por sí mismas. Afirmar que la justicia
consiste en decir la verdad y en devolver lo que se recibe tiene además la difi-
cultad de que pueden citarse casos excepcionales en los que no conviene ni
5 Aquí hay una gran diferencia entre PLATÓN y KANT: éste piensa que decir la verdad es una obligación
de orden moral, es decir, que es una obligación incondicional; para PLATÓN, por el contrario, en algu-
nos casos es necesario mentir, particularmente -para señalar otra tesis escandalosa de La República- el
gobernante debe mentir en casos en los que así lo requiera el bien común.
6 Cfr. Rep. 11, 3573-670,
7 Cfr. ibid., I, 33ie-2b,
42 Filosofía política de Platón
vista de las consecuencias que se derivan de las acciones de aquellos que obede-
cen la ley, habría que decir que la justicia es el provecho del más fuerte. Esta
definición de TRASÍMACO tiene, y eso lo han subrayado diversos intérpretes, no
tanto el propósito definir propiamente lo que es la justicia, como el de hacer un
desenmascaramiento de lo que hay tras ella y tras la ley: a saber, el provecho del
más fuerte.
En este punto sale a flote una cierta concepción de la justicia gestada en los
círculos de la sofística. Podría ser iluminador en este punto introducir en una
comparación con una figura cercana a la de TRASÍMACO, la de CALICLES, inter-
locutor de SÓCRATES en el diálogo Gorgias. CALICLES defiende la idea de que
existe, por un lado, una justicia natural y, por otro, una justicia convencional.
La justicia natural cs lo que ha pasado a la historia del pensamiento político
como "la ley del más fuerte"; es justo por naturaleza que el más fuerte tenga
más (así lo afirma abierta y claramente CALICLES en el (¡orgias). A esa justicia
natural se le opone una justicia convencional, creada e impuesta por los hom-
bres o, más bien, no por todos ellos sino por los más débiles. Dicha justicia
convencional proclama la igualdad, a diferencia de la natural que defiende la
existencia de desigualdades naturales (entre fuertes y débiles)'s que conllevan
prerrogativas para los primeros.
Así pues, de acuerdo con la posición de TRASÍMACO eso que nosotros reco-
nocemos como justicia en el sentido convencional (es decir, la obediencia a la
ley que vela por la igualdad), no es en el fondo otra cosa que una "máscara" tras
la cual se esconde aún justicia natural: la del provecho del más fuerte. Por eso la
definición de "justicia" que nos ofrece TRASÍMACO tiene un valor de desenmas-
caramiento. Mientras tanto, por su parte, CALICLES contrapone claramente la
ley a la naturaleza, mostrando que el mundo en el que impera la ley (conven-
cional) es aquél en el que han triunfado los débiles. Esto cs, una vez que han
triunfado los débiles y han asumido el gobierno, la ley (su ley) se impone, y ella
se caracteriza, precisamente, por su interés en preservar la igualdad. Ahora
bien, para TRASÍMACO lo que es justo y lo que es injusto es definido por la ley.
Perola ley es impuesta por el poderoso, y el poderoso es por principio quien
detenta el poder político, es decir, el gobernante; el justo, quien obedece a la
ley, cs el gobernado. El gobernante está por encima de la ley y la justicia. No es
él el convocado a obedecer a la primera y a practicar la segunda; sino que es cl
llamado a gozar de los beneficios generados por los actos justos de quienes,
débiles e impotentes, deben acatar las leyes.
Hasta aquí la pregunta central ha sido: ¿qué es la justicia? Pero hacia el final
del libro primero, TRASÍMACO, exasperado por SÓCRATES, da un giro a la discu-
sión. En este punto se abandona transitoriamente la pregunta por la definición
de la justicia para permitir que se aborde expresamente el problema que va a
dominar el resto de La República: la cuestión acerca del valor de la justicia.
Pero ¿qué ha de entenderse por justicia para poder proceder a medir su valor?
Por supuesto, la justicia aún no ha podido ser definida cabalmente, pero para
poder determinar su valor hay que presuponer alguna concepción de ella, por
provisional que sea. En lo que sigue se da por sobreentendida una compren-
sión muy básica e incontrolada que se trasluce no en una definición rigurosa
sino en el recurso a ejemplos incontrovertibles de justicia e injusticia. Como
ejemplo de lo primero aparece el respeto a los bienes ajenos; como ejemplo de
lo segundo las acciones tales como la usurpación por medio de la violencia.
TRASÍMACO defiende la tesis según la cual cl injusto es más feliz que el justo y,
por ende, la justicia más valiosa que la injusticia. Así, por ejemplo, en cualquier
transacción, contrato o pacto, es el injusto quien logra sacar mayor provecho. La
injusticia es el camino que vale la pena seguir a la hora de buscar colmar la vida de
bienes (de bienes materiales, que son los que TRASÍMACO parece asumir como
constitutivos de la felicidad). TRASÍMACO regresa a una concepciém instrumental
de la justicia o, mejor, de la injusticia. Justicia c injusticia se conciben como me-
dios alternativos para la consecución de cierto fin; en último término el fin de la
felicidad. Defiende la tesis de que la injusticia es el mejor medio para la consecu-
ción de los bienes que la constituyen; todo ello bajo la crucial condición de que
quien haga uso de tal medio sea lo suficientemente poderoso. T R VSÍMACO es muy
claro en señalar que cl camino de la injusticia sólo puede ser exitosamente transi-
tado por el poderoso. Para el débil dicho camino conduce necesariamente al fra-
caso. Afirma, pues, no estar fundando su tesis para el caso de inermes ladronzuelos
que pueden ser fácilmente sorprendidos en la injusticia y castigados en conse-
cuencia por ella, sino para el caso de quienes pueden evadir las consecuencias
que la fuerza de la ley logra imponer en las demás instancias a sus transgresores.
De los poderosos, y sólo de ellos puede decirse que quien toma el camino de la
injusticia podrá llegar a la felicidad9.
B . G1.AU C Ó N Y A D I M A N T O : R E F O R M U L A C I Ó N DEL
P R O B L E M A EN T É R M I N O S "CO N T R A C T U A L I S T A S "
La tesis de que se puede llegar a la felicidad por la vía de la injusticia es, en toda
su crudeza, la que incita a una defensa de la justicia, por parte de SÓCRATES, en
todo el resto del diálogo. Hay, ciertamente, una triple refutación de ella en el libro
primero; pero al comenzar el libro segundo GLAUCÓN y ADIMANTO -aunque no
creen ellos mismos que la injusticia haga feliz a quien es injusto y que la justicia
haga infeliz a quien es justo- juzgan imperioso replantear el reto de TRASÍMACO
extirpando de la posición de éste una serie de supuestos que consideran deficien-
tes o equivocados. No me voy a detener en los detalles de ese replanteamiento.
Quiero empero resaltar que en él encontramos, presentada por GLAUCÓN, una
célebre teoría contractualista, similar en algunos aspectos a la que se encontrará
en los inicios del pensamiento modermo, concretamente en HOBBES.
La idea de GLAUCÓN es básicamente la siguiente: los hombres buscan por
naturaleza tener más. El que más poder tiene puede satisfacer mejor este deseo
e imponerse a los otros en la carrera por aumentar sus posesiones. 'Tener más'
es una traducción algo literal del término griego pleonexía, cl cual puede
traducirse también como codicia. Quien tiene el poder puede, repito, darle
libre curso a ese impulso natural. Aquí empieza, valga decir, la contraposición
entre una determinada psicología que se encuentra en la base de esta forma de
contractualismo, y otra psicología que PLATÓN defenderá como sustento de
una visión alternativa del mundo de la polis. GLAUCÓN presenta una historia en
la que inicialmente domina lo que arriba describíamos como "ley del más fuer-
te" 1 0 . El paso hacia la ley lo dan los débiles, quienes reconocen que su natural
condición de impotencia no les permite dar satisfacción al impulso igualmente
natural de la pleonexía, que todos los hombres comparten. De este modo, con-
cluyen que lo segundo mejor es unirse, pactar, y hacerse fuertes como mayoría
ante quienes lo son individualmente. Para lograr unirse y someter al fuerte,
resuelven entonces instituir como ley la igualdad. Evitan así la trasgresión entre
sí y por parte de los fuertes, impidiéndoles tener más. Como se ve, aquí se
contraponen la pleonexía, como impulso natural que constituye el fundamento
de la ley del más fuerte, y la igualdad, en tanto objeto de un afán (contrario) de
justicia, en el sentido corriente de ésta palabra. No sobra recalcar que el móvil
que lleva a los débiles a instaurar la justicia - y aquí queda algo de TRASÍMACO
10 Aunque puede considerarse que el término "ley" está siendo usado aquí metafóricamente, porque en
este punto todavía no se ha instaurado nada por convención.
46 Filosofía política de Platón
12 Hay un tema que se puede conectar fácilmente con éste, un tema que va a reaparecer en la filosofía
4H Filosofía política de ¡"aitón
A esta altura puede plantearse la siguiente pregunta: ¿por qué no podría esta
concepción de la justicia (la subyacente al contra dualismo de GLAUCÓN) bastar
para darle cl valor suficiente para convertirla en vinculante para el obrar de los
hombres? Esta pregunta es importante porque creo que una teoría contractual
como la de HOBBES busca justamente legitimar la justicia teniendo como base una
concepción de la misma similar a la de GLAUCÓN. Tal concepción implica a su
vez cierta visión particular de la ciudad o la comunidad, según la cual ella sólo
puede sobrevivir si existen los mecanismos, que yo llamaría "policivos" o "repre-
sivos", para evitar la transgresión impune de la ley. Detrás todo esto se encuentra
la idea de que el hombre está fundamental y naturalmente motivado por el ansia
natural de tener más, por la codicia y el egoísmo, por lo cual hay necesidad de
sojuzgarlo bajo la ley y obligarlo a mantener la igualdad. En esa concepción, que
podríamos llamar "pesimista", según la cual el egoísmo es el móvil fundamental
de las acciones del hombre, cabe muy bien la idea de una comunidad que requie-
re, para su buen funcionamiento, de la vigilancia mutua, de la mutua desconfian-
za. Esto último lo digo sobre todo porque me parece que esa cs la mentalidad que
predomina en nuestra sociedad. Siempre pensamos que el otro busca aventajar-
nos y que la única manera de evitarlo es creando mecanismos (r. gr., normas,
disposiciones legales) que lo impidan.
En conexión con lo anterior, quiero señalar que en el contexto de una teoría
contractualista como la de GLAUCÓN, el papel de leyes y normas ha de ser enor-
me, puesto que de lo que se trata es de mantener a raya una naturaleza humana
contraria, por principio, al estado de sociedad. Como se verá, el Estado platónico
buscará, por el contrario, educar el carácter de los hombres hasta el punto en que
las leyes se vuelvan prácticamente innecesarias: la educación platónica busca con-
ducir al alma de los ciudadanos al orden armónico que le es natural. Una vez
fundada la ciudad ideal ajustada a esta armonía anímica de sus ciudadanos, el
número de leyes que PLATÓN se permite introducir en ella cs mínimo. En su
opinión un Estado "sano" requiere de pocas normas, mientras que es propio de
un Estado "enfermo" el contar con una tupida red de disposiciones normativas.
Para resumir lo dicho hasta ahora, las intervenciones de ADIMANTO y GLAUCÓN
exigen que SÓCRATES haga una defensa inédita de la justicia. Es claro, dentro de
política moderna, asociado también a la oposición entre physis (naturaleza) y nomos (ley como conven-
ción), y a una especie de crítica de la civilización. Me refiero a que dentro del pensamiento sofístico,
que GLAUCÓN acá representa, existe una cierta añoranza de aquel estado de naturaleza en que el hom-
bre no se encuentra todavía sometido a restricciones culturales, civilizadoras o legales; añoranza de
una situación en la que el hombre goza de libertad irrestricta al satisfacer sus deseos sin coerción social
o moral de ningún tipo.
Germán Meléndez 49
nivel del individuo. Quiero resaltar aquí que cl propósito central de La Repú-
blica es eminentemente moral y ético, no político. La reflexión política aparece
subordinada a la reflexión acerca del papel que tiene la justicia individual den-
tro de la búsqueda personal de la felicidad. Sólo como recurso metodológico
para hacer más visible en qué podría consistir la justicia individual se propone
apelar a una definición política de la justicia en la ciudad. Con este propósito en
mente, SÓCRATES propone "fundar un Estado en palabras"14.
El procedimiento cs cl siguiente: SÓCRATES describe tres estadios, tres dife-
rentes momentos, en la constitución de la polis. Cada uno de esos estadios co-
rresponde al surgimiento y al dominio de un estamento particular. Los hombres
poseen múltiples necesidades y ninguno es autosuficiente en la satisfacción de
las mismas. No existe ningún hombre tan fuerte o poderoso como para valerse
por sí mismo en todo respecto. Así pues, los hombres están todos obligados a
unirse para dar satisfacción cabal a sus necesidades. Existe un impulso inicial a
la asociación, el cual no cs más que un mecanismo de supervivencia y un recur-
so para hacer más fácil la vida de quienes vienen a integrarla.
Dado que el propósito original es el de la satisfacción de las necesidades
primarias, la ciudad es, inicialmente, una sociedad que sólo conoce una organi-
zación económica. En este estadio ni siquiera aparece la esfera de lo político
propiamente dicha, pues lo único que hacen los hombres es relacionarse entre
sí de tal manera que puedan disponer de una conveniente división y especiali-
zación del trabajo, según las capacidades que cada uno naturalmente posea.
Las diferencias que existen en este mundo son, pues, diferencias en la habili-
dad laboral y la más sobresaliente de estas diferencias es la distinción entre
productores y comerciantes. Los productores son, por naturaleza, más hábiles;
mientras que los comerciantes son inútiles e ineptos, que por no saber produ-
cir nada tienen que dedicarse a comerciar15. En este punto de su construcción
"teórica" ("en palabras") de \apolis SÓCRATES hace resonar ya una cierta defini-
ción de justicia: "que cada quien haga lo suyo" es cl principio fundamental de
la organización (económica) de la ciudad. La justicia aparece significativamente
como principio de la división del trabajo y no (directamente) como principio
distributivo de los bienes producto del mismo. Lo que aquí se está "repartien-
do" no son bienes sino funciones. Esto será de gran importancia: es justamente
sobre el concepto de "función" que el diálogo construirá más adelante el con-
cepto de virtud.
14 Para todo lo que sigue cfr. Rep. 11, 368C-376C y i\, 427d-445e.
15 Se hace evidente aquí el desprecio de PLATÓN no sólo por el mundo de la producción, sino particular-
mente por los comerciantes.
Germán Me/ende:
quieren ser honrados por los demás hombres. Esta situación va generando di-
ferencias cada vez más profundas entre un sector de la población "superior" y
otro "inferior". Surge entonces la necesidad de una virtud como la moderación,
que servirá para fijarle límites al ansia desmedida de "tener más" y de "ser
más", puesta aquí al servicio de thymós. Es así como, en un tercer estadio, con
la irrupción de la moderación, aparece el predominio de la razón, de la parte
racional del alma. Políticamente, este estadio corresponde al gobierno de los
filósofos, como clase que emerge del estamento de los guerreros.
Creo que va quedando claro cómo en cada uno de estos estadios aparece
una nueva clase dominante, y cómo cada uno de ellos es comparable al predo-
minio de cada una de las tres partes del alma sobre las otras, 'leñemos, pues,
una parte apetitiva, otra fogosa, irascible, o competitiva, y otra racional. Al pre-
dominio de esta última parte le corresponde el gobierno del último de los
estamentos surgido en el desarrollo "ideal" de la polis: el gobierno del rey filó-
sofo, que se caracteriza por su ansia de conocimiento. De la masa de los guerre-
ros surge en el Estado ideal platónico -notablemente ideal y platónico en este
punto— una élite entregada a la búsqueda de la sabiduría; una élite que recono-
ce que la razón debe dirigir la vida de los hombres, tanto en lo individual como
en lo político. Esa élite es la de los filósofos, de la que ha de surgir, en últimas,
repito, el filósofo gobernante.
Está aquí presente la idea, fundamental para la filosofía platónica y diame-
tralmente opuesta a ciertas filosofías y psicologías morales modernas, según la
cual la razón, en este tercer estadio, no tiene un carácter instrumental sino, por
el contrario, directriz. Es claro que no puede decirse que los estadios anteriores
estén privados de su propia razón; pero se trata en ellos de una razón sometida
a los apetitos o a la fogosidad. En el primer estadio, por ejemplo, podríamos
hablar de una racionalidad técnica, orientada a la satisfacción de necesidades
individuales dentro del contexto de un sistema de intercambio comercial. En el
segundo estadio, por su parte, estaríamos en presencia de una racionalidad es-
tratégica, guerrera. Pero ya en el estadio superior surge una racionalidad cuya
vocación es la de coordinar las necesidades de la totalidad, contener su tenden-
cia expansiva en detrimento de los otros y mantener una visión de conjunto. La
razón no está para subordinarse a los intereses de las partes apetitiva o fogosa
del alma, para el caso del individuo, o de los estamentos productivo o guerrero
para cl caso de la ciudad. Ella está allí, antes bien, para coordinarlos y organi-
zarlos dentro de una totalidad armónica.
Quienes havan leído a H U M E , recordarán que para él la razón es simplemente
una esclava de las pasiones. La fuente motivacional del hombre no puede residir
en la razón. Son siempre los impulsos, los deseos y las pasiones, y no la razón, los
que nos mueven a actuar. Lo único que hace la razón es informar cuáles son los
Germán Meléndez
cursos de acción más aptos para la satisfacción de tales deseos y pasiones. Para
PEATÓN, por el contrario, cada una de las partes del alma, apetito, fogosidad, y
razón, es una fuente motivacional propia -la razón, por lo tanto, mueve por sí
misma a actuar-. Esta apreciación de la razón, que se vuelve prácticamente in-
comprensible para la modernidad, tiene implicaciones políticas porque, en la
medida en que no se le otorgue cierta independencia a la razón, sino que se juz-
gue que ella cs simplemente un instrumento de los apetitos para lograr tanto más
eficientemente sus fines, en esa misma medida estaremos de vuelta en un mundo
parecido al de TRASÍMACO y GLAUCÓN. La sociedad debería reconocerse enton-
ces como una pugna permanente de intereses enfrentados entre sí, en la cual no
existiría una instancia independiente de ellos que pudiera reconciliarlos desde
fuera. Estaríamos, por lo tanto, ante un mundo en el que no existe una razón que
tuviese su propia función y su propia tarea. La tesis contraria es, en contraste,
muy importante para el mundo antiguo. De hecho, la Metafísica de ARISTÓTELES
empieza con la premisa: "todos los hombres por naturaleza desean saber" (980321),
y en las líneas siguientes se intenta probar que el conocimiento es un móvil autó-
nomo y puro dentro del hombre, tan natural como los otros móviles. Creo que si
nos cuesta mucho trabajo entender eso hoy en día ello se debe a que todo el mam
stream de la filosofía moderna y contemporánea concibe a la razón como pura-
mente instrumental.
Ahora bien, volviendo a la cuestión que nos ocupa, SÓCRATES llega finalmen-
te a su definición de justicia política diciendo que ella no es otra cosa que el
funcionamiento de cada uno de los estamentos de la ciudad dentro de sus límites
propios. Cada estamento debe procurar, pues, no transgredir sus límites ni asu-
mir funciones que le son extrañas, de modo que el proverbio "a cada quien lo
suyo", interpretado aquí por PEATÓN, significa que cada estamento debe cumplir
única v exclusivamente las funciones para las que ha sido naturalmente destina-
do. Y la función natural de la parte racional, encarnada en Wpolis por los filóso-
fos, es la de coordinar que ninguna de las otras partes exceda sus límites. El destino
de la razón, que no es instrumental en la medida en que no está al servicio de
ninguna de las otras dos partes del alma, no es otro, entonces, que el de gobernar.
He aquí entonces la definición de "justicia" en el ámbito de la polis: una ciudad es
justa sólo cuando todos los estamentos que la integran mantienen su lugar y
cumplen estrictamente sus funciones. Por eso la polis platónica es asociada a me-
nudo con una ciudad aristocrática: porque está rigurosamente estratificada y nin-
guna persona puede pasar de un estamento a otro. Aunque hay que decir también,
para "hacerle justicia" a PLAFÓN, que en principio todos los individuos pueden
pertenecer a una u otra clase, ya que nadie está ligado por nacimiento a una de
ellas; sólo que una vez la persona muestra su idoneidad dentro de alguna clase, en
54 Filosofía política de Platón
ella ha de mantenerse. Se trata, por lo tanto, de una aristocracia "de las capacida-
des" —"meritocracia" diríamos nosotros.
En el caso del individuo la justicia corresponde a un ajuste armónico, inte-
gral u orgánico entre las tres partes del alma. Hombre justo es, pues, aquel que
logra la armonía entre su parte apetitiva, su parte fogosa (la cual se convierte,
en el hombre virtuoso, en aliada natural de la razón, de tal modo que el "orgu-
llo guerrero", la auto-estima del individuo, estará ahora en su voluntad de aco-
gerse a los mandatos de la razón) y su parte racional. Quien logre este equilibrio
anímico interno, comparable a la salud del cuerpo, será sin duda justo y, por lo
tanto, obrará justamente. Tenemos, como lo habíamos anunciado, primero la
definición de "persona justa", y después, como consecuencia de ella, la defini-
ción de lo que cuenta como "acto justo".
Finalmente, SÓCRATES hace una comparación entre la justicia y la salud,
para mostrar cómo puede ser la justicia un bien en sí mismo; la salud es aquel
estado del organismo en el que cada parte cumple con su función sin extralimi-
tarse. La enfermedad, por el contrario (y esta es una concepción pitagórica de
salud y enfermedad) consiste en la extralimitación de algún órgano en el cum-
plimiento de sus funciones. La salud es, sin duda, un bien en sí mismo y ella es
al cuerpo lo que la justicia al alma. Por ende, la justicia es, igualmente, un bien
en sí mismo. A esta altura quedan aún algunos libros de La República por reco-
rrer, pero SÓCRATES espera que sus interlocutores ya hayan quedado convenci-
dos de que así como la salud es un bien deseable en sí mismo, así la justicia lo es
también, porque existe una complacencia natural en el orden, o en eso que
llamamos justicia: cada cosa en su sitio.
BIBLIOGRAFÍA
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