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CORRIENDO A LOS BRAZOS DE LA EDUCACIÓN 1

CORRIENDO A LOS BRAZOS DE LA EDUCACIÓN PARA ESTAR ‘SANOS Y


SALVOS’. Breve escarceo por el dispositivo de la educación.

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CORRIENDO A LOS BRAZOS DE LA EDUCACIÓN 2

Resumen

A partir del libro de Roberto Esposito El dispositivo de la persona, se intenta formular


preguntas que buscan reflexionar sobre los procesos que se dan en el ámbito de la
educación, como lo son: el hecho de ir ‘a estudiar’ y las decisiones que la acompañan; la
relación de los sujetos (personas) con el sistema educativo y los sistemas de clasificación de
estos sujetos (personas) y los modos de subjetivación; una posible inversión para construir
nuevas formas de trabajar en el sistema (dispositivo) de la educación. Los dispositivos
como líneas de fuerza que delimitan un actuar, son los que marcan las relaciones que
entablamos con el mundo y con los otros, y que como tales, deben estar siempre
susceptibles de ser revisados para detectar sus modos de acción.

Palabras Clave

Discusión (método pedagógico); estrategias educativas; medio cultural.


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Corriendo a los Brazos de la Educación para Estar ‘Sanos y Salvos’. Breve escarceo por el
dispositivo de la educación.1

A la memoria de José Alfredo

Un transeúnte va por la calle: tiene brazos largos, ojos celestes, una mente en la que se agitan pensamientos
que ignoro y que acaso sean mediocres (…). Si en él la persona humana correspondiera a todo lo que para mí
resulta sagrado, fácilmente podría sacarle los ojos. Una vez ciego, será una persona humana exactamente
como era antes. En absoluto habré afectado en él a la persona humana. Sólo habré destruido sus ojos.

Simone Weil2

En tu cuerpo habita, es tu cuerpo.

Zaratustra (Friedrich Nietzshe)

0. Es esto una pregunta o ¿es esto una pregunta?

Si al leer se están uniendo ‘ideas’ en un ‘lugar’ del cuerpo que llamamos ‘mente’, cuando
leía el libro de Roberto Esposito El dispositivo3 de una persona, me hallé ‘pensando’ en que quizás
la mejor forma para rodear el enigma (o dispositivo) que acompaña la idea y concepto de persona,
sería actuar y hablar como un personaje que construye Haruki Murakami en su libro 1Q84: Fukaeri.
Fukaeri es una persona (personaje) que pregunta sin preguntar. Pregunta sin usar la usual
entonación que utilizamos cuando preguntamos y que ayuda a nuestro interlocutor a distinguir
cuando hacemos una pregunta. Por esto, en 1Q84, los interlocutores que hablan con Fukaeri, deben
estar atentos a cada una de sus palabras para saber cuál es una pregunta y cuál no.

1
Una versión de este artículo fue leída en la sesión El límite del cuerpo (II) del Seminario Metodológico –
segundo semestre de 2012- de la Especialización en Educación Artística Integral, Universidad Nacional de
Colombia sede Bogotá.
2
Citado por Roberto Esposito en el libro El dispositivo de la persona. (Esposito, 2011, p. 43-44, 89). Es una
cita que se repite en los dos ensayos que componen este libro. Una cita que en el primer momento que la
leí, hizo que temblará en mí la idea que tenemos sobre lo que solemos llamar ‘seres humanos’.
3
Un cuerpo amigo me ha dicho, me ha escrito un comentario, que un dispositivo es: “Máquina óptica,
máquina de subjetivación, régimen de enunciación, líneas de fuerza, línea de objetivación, ruptura y
fricción”.
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Puedo pensar que mucho de lo que hacemos nosotros, en cada uno de nuestros días,
funciona igual a las preguntas que enuncia Fukaeri. Es pensar que nosotros atravesamos el tiempo
de nuestra vida haciéndonos preguntas, pero como no escuchamos la entonación de ‘pregunta’,
nunca sabemos que nos estamos preguntando. Creo entonces, que para preguntarnos por el
dispositivo que se encuentra implícito (explicito) en una persona, y que no está muy alejado de
otros dispositivos, como el dispositivo de la educación, es necesario hacer todo lo contrario a la
forma de preguntar de Fukaeri: debemos resaltar todo lo que hacemos con los signos de ‘¿’ y ‘?’
para poder conocer y reconocer cuando nos hacemos preguntas.

Preguntándonos por lo que pensamos, quizás podamos descifrar cómo es que funciona un
dispositivo, y en este caso, cómo funciona el dispositivo de una persona que está atada al
dispositivo de la educación (que al parecer están sustentados por una misma operación). Son
preguntas por el origen, por un origen que para mí es todavía muy difuso e impreciso, y por eso
puede ser que no sea un origen, o que el origen que pienso, sea un falso origen. Pero lo seguro, lo
que sí es seguro, es que los retornos al origen, a lo originario, sólo sean posibles contenerlos por
medio de preguntas.

Intentaré este breve escarceo, e iniciaré una búsqueda por preguntas obvias e imperfectas,
para terminar buscando en preguntas de amor y odio.

1. Preguntas por lo obvio

Las preguntas siempre están a cada momento. Se hacen preguntas para conocer alguna cosa
que se desconoce; se hacen preguntas para construir una argumentación.

Y para construir una argumentación –retórica-, mi argumentación enunciada en preguntas,


iniciaré entonces, con estas preguntas: ¿Cuándo es la primera vez que se va a una escuela? ¿Qué se
piensa de eso? ¿Qué es ir a una escuela? ¿Para qué? ¿Por qué? Y cuando fui a la escuela, ¿qué
pensaba ´yo´? ¿Qué pensaría mi ‘yo’ –y con él, mi cuerpo- de seis años4 cuando fue a la escuela por
primera vez? ¿Por qué acepté llevar mi ‘yo’ y el cuerpo que sostiene ese ‘yo’ a la escuela? ¿Por qué
acepte llevar mi ‘yo’ y el cuerpo que sostiene ese ‘yo’ todos los días durante casi más de 16 años, al
sistema de escolarización que se compone de educación primaria, básica y media? ¿Y por qué seguí
llevando ese ‘yo’ y ese cuerpo a continuar con unos estudios que se llaman universitarios, que se
componen de curso de pregrado y cursos de posgrado?

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No hay que olvidar que ahora la escolarización se inicia a edades más tempranas, llegando incluso a iniciar a los dos años.
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Después de todos estos estudios, de estos efectos y afectos, es necesario volver a preguntar,
¿qué es ir a la escuela? Pero antes de intentar siquiera una respuesta a esta pregunta, es necesario
preguntar, de nuevo: ¿quién decide, quién decidió que los cuerpos, esos estados biológicos que
durante el paso de una vida, del tiempo de una vida, crean y construyen una identidad
(identificación de un identidad) que se ve amalgamada en esa palabra que se escribe con la grafía
‘yo’, deban ir a una escuela a recibir (¿recibir?) educación? ¿Quién decidió a que ese cuerpo que
ahora reconozco como mío, que deduzco y reproduzco cada vez que lo veo en imagen, fuera y
estuviera en la escuela?

Es entonces necesario detenernos aquí un momento para preguntar por un ‘sujeto’, un


responsable de esta decisión que afecta y estimula a ese estado biológico que se amalgama bajo un
cuerpo y que lo sujeta. Es entonces necesario preguntar quién: ¿yo, tú, ellos? ¿Un cuerpo al que
solemos darle una entidad con la palabra ‘yo’ y que tiene la grafía ‘yo’? ¿O un cuerpo al que
solemos darle una entidad con la palabra ‘tú’ y que tiene la grafía ‘tú’? ¿O un cuerpo al que solemos
darle una entidad con la palabra ‘ellos’ y que tiene la grafía ‘ellos’? ¿Quién sujeta los cuerpos
cuando estos van a la escuela a educar-se? ¿Por qué se someten los cuerpos a la educación? ¿Por
qué se someten los cuerpos a una educación? ¿Está esa entidad a la que llamamos ‘yo’, a la que
llamamos ‘tú’, a la que llamamos ‘ellos’, autorizada a recibir una educación? ¿Está esa entidad a la
que llamamos ‘yo’, a la que llamamos ‘tú’, a la que llamamos ‘ellos’, encargada de ofrecer una
educación?

Pero tal vez, una única pregunta que siempre debemos tener presente, que no se sitúa en los
discursos del ‘yo’, de la identidad, del sujeto, de la subjetivación y de su proceso contrario, la des-
subjetivación, es quizá esta pregunta: ¿es necesario educar un cuerpo? Es una pregunta necesaria,
puesto que antes de que se construyera el discurso del yo, de la identidad, del sujeto y de la
subjetivación, estaba un cuerpo, el cuerpo como estado biológico que es afectado y efectuado
durante un tiempo vital, y que inicia un (su) proceso de instrucción desde ese primer instante en que
nace, en que acontece.

Ahora no puedo dejar de pensar que, cuando un cuerpo se somete a una educación, no se
está educando un cuerpo, se está educando la idea de ‘identidad’ que es condesada en la palabra
‘yo’, y que permite ordenar bajo una sola unidad un flujo de experiencias vitales. O tal vez sí se
están educando cuerpos, pero para ser sometidos por esa ‘identidad’ que llamamos ‘yo’.

Entonces, podemos decir: en la educación, cuando nos educamos, la ‘identidad’ que


llamamos ‘yo’ somete a la ‘identidad’ (entidad) que llamamos ‘cuerpo’.
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2. Preguntas por lo imperfecto

Continuemos este escarceo preguntándonos por la educación. La pregunta sería: ¿qué es


educación? La educación, la acción y el efecto (afecto) de educar, permite a una comunidad
(podemos decir aquí, una comunidad de cuerpos) guiar a sus miembros, guiarse unos a otros, dentro
de una serie de conocimientos aprehendidos durante un lapso de tiempo, sacados y sistematizados,
transmitidos, para que esos cuerpos que componen la comunidad, puedan estar juntos. La educación
es un sistema, un dispositivo. Y como sistema, dispone de una secuencia lógica de pasos para
organizar las ideas, que sobre el mundo, nos encontramos y construimos5. La educación es un
dispositivo que afecta (efectúa) lo tangible y lo intangible, lo material y lo inmaterial. Da orden para
que se pueda conducir, formar, instruir cuerpos e identidades. La educación dispone los pasos en
que los cuerpos deben ser conducidos, formados, instruidos. Lo más afortunado (o desafortunado)
es, que la educación se ha vuelto eficiente (o la han vuelto eficiente), insaciablemente eficiente en
conducir, formar e instruir cuerpos e identidades. En esta eficiencia, la educación también, podemos
decir, ha perdido la dirección (o se la han hecho perder) y se ha llegado a pensar que la educación
(este acción y efecto (afecto) de educar) es un derecho. Se dice que ‘tenemos derecho a la
educación’.

En el libro El dispositivo de una persona, Roberto Esposito traza una línea de pensamiento
sobre el ‘derecho’ y lo ubica en el mundo romano, ya que ellos, como los creadores del sistema
jurídico que aún nos domina (y sujeta), son los primeros en formular dispositivos (sistemas) para
catalogar a los cuerpos que están dispuestos de tener la categoría de persona (como máscara). Este
sistema, la summa divisio de iure personarum, encuadran: “a los seres humanos en una condición
definida por la reciproca diferencia jerárquica” (Esposito, 2011, p. 20), y crea una división que va
desde los patres –los únicos que tendrían el estado de persona, puesto que tendrían el triple estado
de hombres (cuerpos) libres, ciudadanos romanos e individuos independientes de otros- (Esposito,
2011) hasta los esclavos –que “se sitúan en una zona intermedia, continuamente oscilante, entre la
persona y la no-persona o, más que a secas, la cosa: como res vocalis, instrumento en condición de
hablar,…” (Esposito, 2011, p. 20).

5
Las palabras ‘yo’ o ‘persona’ son un ejemplo de esas ideas que se dan sobre el ‘mundo’, sin olvidad que esta
última también es una idea, un concepto.
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La compleja categoría de persona, que con el pasar del tiempo ha tenido diversas
acepciones, es la que nos permite tratar a otros cuerpos con una sospechosa magnanimidad y decir,
que por el sólo hecho de llamarlos ‘persona’, se les puede corresponder con todos y cada una de las
ideas que se han construido como justas y buenas (ética y morales) para estos cuerpos.

Con esta clasificación de los seres humanos, se ha creado esta idea de lo que es justo y
bueno para que seres humanos ‘vivan’. Se ha creado esta idea, absolutamente perversa, de los
‘mínimos vitales’ para con los cuerpos. Los cuerpos, como entidades biológicas, no deberían tener
un ‘mínimo vital’. Pero dejemos de lado este punto, que aunque relacionado con este escarceo, no
es determinante. Lo importante es comprender, que cuando se crea las clasificaciones se está
trazando un límite, y que con los límites que trazaron los romanos en la summa divisio de iure
personarum, se creó también, la división que aún hoy se aplica a todos los cuerpos: esa que dice que
hay una mente y un cuerpo. Una ‘mente’ superior que domina un cuerpo inferior. Una entidad
(identidad) superior llamada ‘mente’ (espiritual) que domina a una entidad (identidad) inferior
llamada ‘cuerpo’ (animal). Y aún hoy no hemos podido escapar de esta división.

Se dice entonces, que ‘tenemos derecho a la educación’. Pero, ¿qué es lo justo y lo bueno de
educar un cuerpo, un cuerpo vital que se llena de afecciones y de efectuaciones? ¿Una política de la
vida, de lo vital, del cuerpo vital, nos permitiría pensar en la educación como un ‘derecho’? ¿Es este
cuerpo vital, cuerpo vital que se subjetiva, se sujeta a la idea de ‘persona’, susceptible de ser
educado? ¿Está el cuerpo en cuanto límite, dispuesto a ser educado? ¿En dónde se traza el límite a
los cuerpos, a la materia biológica que se subjetiva, se sujeta a la idea de ‘persona’, para ser
dominados? Pero antes de eso, ¿cuáles son los límites del cuerpo? ¿Qué de esos límites, son
susceptibles en derecho, si existiese un derecho que se determinará como poseedor de dar alguna
indicación, a educar un cuerpo?

Cabría preguntar, preguntar-se de nuevo, otra vez por la educación: ¿qué es la educación?
¿Qué se educa cuando decimos que estamos educando? ¿Cuál idea de educación tendríamos cuando
decimos la frase, por ejemplo: educamos nuestros esfínteres? ¿Educamos los cuerpos únicamente
para que aparezca la ‘persona’? ¿Esperamos con la educación que se nos de instrucción ‘corporal’ o
‘personal? ¿Esperamos que se nos dé una instrucción dirigida a los ‘cuerpos’ o dirigida a las
‘personas’?

Cabría preguntar, preguntar-se de nuevo, otra vez, quién instruye. ¿Yo, tú, ellos? ¿Qué es
Educar? ¿Un cuerpo al que solemos darle una identidad con la palabra ‘yo’ y que tiene la grafía
‘yo’? ¿O un cuerpo al que solemos darle una identidad con la palabra ‘tú’ y que tiene la grafía ‘tú’?
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¿O un cuerpo al que solemos darle una identidad con la palabra ‘ellos’ y que tiene la grafía ‘ellos’?
¿Qué quieres educar, cuerpo hecho de materia biológica que solemos darle una identidad con la
palabra ‘profesor’?

También cabría preguntarse, ¿cuál es la disposición de la educación? ¿A qué nos dispone la


educación? ¿Cómo disponemos los cuerpos y las personas en la educación? ¿Cómo un dispositivo
como lo es la educación, puede producir efectos y afectaciones?

Tampoco debemos olvidar las siguientes preguntas, ¿por qué subjetivamos, sometemos, nos
sometemos a la educación? ¿Por qué nos sujetamos a la educación? ¿Somos sujetos cuando nos
educamos? ¿Cuándo nos sometemos a la educación, cuando nos llamamos educados, somos
responsables por nuestros actos? ¿Qué se incluye y que se excluye cuando nos llamamos educados?

Y sobre la educación nos debemos preguntar, ¿no estaremos, con estas ideas sobre la
educación, trayendo esquemas que hemos dado por olvidados? ¿No estaremos conservando,
liberando, socializando, comunizando la educación? ¿Es la educación un asunto de evolución, y por
lo tanto, estaremos re-evolucionando la educación, el dispositivo de la educación?

3. Preguntas por el amor y el odio (obvio)

Terminaré éste escarceo pensando en que debemos, más que todo, dejar (nos) conducir y
guiar los cuerpos por cada uno de ‘nuestros’ cuerpos, para bloquear así, algunas de las ideas que no
se consideran en lo esquemas que tenemos, cuando nos referimos a una ‘persona’ que debe ser
educada. Guiar-nos y conducir-nos, es algo que debemos pensar para cada cuerpo, para cada
materia (entidad) biológica, que es significada una y otra vez en el momento de la subjetivación,
sujeción, dominación, personalización. Pienso que es mejor hablar de ‘cuerpo’ y no de ‘persona’,
pues es él el centro receptor del conjunto de sentidos que se han definido: tacto, oído, vista, olfato.
A partir de los sentidos y del centro receptor, entablamos los diálogos con lo que es externo a ese
centro receptor y que para poder hablar de él, terminamos llamándolo ‘persona’, ‘sujeto’, ‘yo’. Creo
que es a través del cuerpo receptor que se deben construir los dispositivos para guiar y conducir a
otros cuerpos, para que podamos aprender a estar entre nosotros, los cuerpos.

Es como pensar que cada una de las disciplinas (¿disciplina?) que sean, necesariamente,
susceptibles de ser enseñadas, sean las que nos permitirían utilizar más económica y
estratégicamente nuestros sentidos, para estar en comunión y unión con eso que está fuera de
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nuestros cuerpos: una disciplina para el tacto, una disciplina para el oído, una disciplina para la
vista, una disciplina para el olfato.

Pero tampoco hay que olvidar –el crear nuevas disciplinas- que esto también puede ser un
movimiento regresivo y anacrónico, y que nuestra pretensión como humanos, es reconstituir algo
que siempre creemos que está desunido.

Es por eso que pienso, que solo podemos hacer escarceos sobre lo que hacemos con esa
materia biológica que llamamos ‘seres humanos’, para entender y para aprender, que debemos y que
estamos entre otras materias biológicas.

Somos un cuerpo, que por fortuna o infortunio tiene una conciencia diferenciada que le
permite crear categorías entre las categorías y así crear, un sistema de dominación y sometimiento,
no sólo de esa misma materia biológica, ese cuerpo, sino de los otros cuerpos, pensando quizá,
atesorar un capital (que precisamente no es un capital vital).

Por ahora, creo que correré a los brazos de la educación, si esta me permite aprender y
enseñar, si esta me permite sanar y salvar –si esa palabra no se dice como una solución final- a
aquellos que quieran estar en un universo, dónde los cuerpos, ese cuerpo que me permite estar en un
mundo, que me permite mediar mi energía vital con otras energía vitales, sean el bien material más
importante para continuar pensando, para continuar estando.

Y entonces, solo habría que formular una sola pregunta, solo una: ¿eso es todo? Y más que
eso, ¿eso es todo lo que podemos decir de la persona, de la educación y de sus dispositivos? Creo
que no. Esto no es todo lo que podemos decir. Lo que podemos decir lo tenemos que seguir
pensando.

Me gustaría terminar con dos citas, que nos pueden ayudar a seguir pensando este asunto
del dispositivo de la educación. Las citas son:

¿Cuánta verdad (adequatio intellectus et rei en un sentido estricto) hay en lo que


nos han dicho en casa, en la escuela, en la universidad? (Fontcuberta, 1998, p. 103)

…, descubrimos que la verdad es pura especulación. Que no hay verdad, sino fantasías, que
más o menos se acercan. Y que todas estas fantasías, incluso las aparentemente más inocentes e
inocuas, son interesadas. (Fontcuberta, 1998, p. 104)
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Referencias

Esposito, Roberto. (2011). El dispositivo de la persona. Buenos Aires: Amorrortu.

Fontcuberta, Joan. (1998). Fauna: concepto y génesis. Ciencia y Fricción. Fotografía,


naturaleza y artificio. España: Mestizo.

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