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Lu Xun

Diario de un loco (1918)


Ana Vargas Ortega

Tras enterarse de que uno de sus dos viejos amigos, que eran hermanos, estaba enfermo,
el protagonista decide visitarle. El resultado inicial fue vano pues el enfermo se había
recuperado y estaba asumiendo un puesto oficial. El otro hermano que sí estaba, le
muestra su diario como prueba de su martirizante enfermedad, del cual copia algunas
frases como objeto de investigación médica. En su reescritura, los nombres se
cambiaron y el titulo fue elegido por el propio autor.

En su comienzo, el autor afirma su estímulo al ver la luna después de treinta años de


oscuridad, sabe que la noche en la que no hay luna es la predicción de una enfermedad.
La gente, incluso los niños, se muestran extraños con él, de una extrañeza que le induce
miedo a la vez que se pregunta qué tienen en su contra, hasta el punto de considerar que
hay una conspiración contra él. Le miran como si quisieran matarle. La extrañeza se
agudiza al tener en cuenta la cruel vida que esas personas han tenido y que, sin
embargo, no hayan mirado a nadie de esa manera tan vil. Incluso le insultan vociferando
que es un “pequeño demonio”. En este altercado, la gente se burla de él hasta que el
viejo Chen le lleva a rastras a su casa, donde, con la misma mirada feroz, siente que su
familia finge no conocerle. Al poco, un arrendatario llega para informar a la familia del
fracaso de la cosecha. Con él, el hermano comenta la muerte despiadada de un conocido
hombre de su aldea, al que le “comen el corazón”, información que perturba
vehementemente al protagonista.

Su paranoia crece en bucle, siente que, como le han dicho, pueden comerle. Cada vez es
más tangible el hecho de que puedan comerle, él sabe que es lo que hacían en la
antigüedad: comer seres humanos. La paranoia es tal que, en cualquier parte siente el
pensamiento persecutorio, incluso leyendo comienza a leer “comer gente”; o confunde
el pescado con carne humana. Así, siente estar en una encerrona, siente la mirada
asesina de manera perpetua, no se fía ni del propio médico, a quien considera el
“verdugo disfrazado”. Y pese a que este le recomienda que no deje a su imaginación ir,
es imposible, la rueda continúa pensando que el comedor de carne humana es su
hermano mayor (analizando frases tergiversadas de él, e incluso creyendo que frases de
textos clásicos han sido dichas por él), o comprobando en libros de estudio que la carne
humana puede ser cocinada.

Nuevamente, la oscuridad se apodera de su visión y no sabe si es de noche o de día, de


la mano de esta confusión, su hipótesis se va reforzando: si no le comen antes es por
miedo a las consecuencias, lo que quieren -según él- que se suicide para que sea más
fácil devorarle. Y no solo los humanos, también el perro puede comerle (pues lo asocia
a las hienas), que le mira fijamente. Espontáneamente aparece un joven hombre con
quien tiene una conversación sobre comer humanos, este le argumenta que no pero no
niega que la gente no lo haga, y tras esto, desaparece.

Cree entonces, que todo humano vive con el deseo de comer humanos y el miedo de ser
comido, con una obsesión que domina su rutina, todos se han unido en la misma
conspiración. De manera perspicaz, trata de alentar a su hermano para no comer
humanos, y este, nuevamente le hace una alusión a un texto clásico sobre distintas
historias de comer humanos. Su paranoia así, sigue en una constante: cuando le
observan las gentes del pueblo, él cree que le observan como un depredador analiza a su
presa en la lejanía; aunque su hermano les grita que dejen de mirarle por loco, sabe que
es una estrategia de estigmatización. Igual que hace con su hermano, trata de pedirles
que dejen de comer hombres. Definitivamente, acaba siendo recluido y su inestabilidad
mental se agudiza, piensa que su hermano es el culpable de la muerte de su hermana y
esa es la razón por la que su madre llora. Su convicción de la condición inhumana de la
sociedad es férrea, y solo pide una última cosa: que los niños sean salvados.

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