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Francísco Paredes
Herrera
El corazón y el cerebro de
Francisco no estaban
predispuestos para otra cosa
que no fuera la música. Su
rendimiento fue deficiente en
la primaria y secundaria y su
padre, después del inútil
intento de persuadirlo para
que estudiase medicina o
jurisprudencia, se resignó a
que el maestro salesiano José
Nicolás Basso le introdujera
definitivamente en el mundo
de los pentagramas y
melodías.
La música convirtió a
Paredes en uno de los
personajes más famosos y
queridos por todos los
ecuatorianos. En 1928 los
principales medios de
comunicación del país,
autoridades guayaquileñas,
cuencanas y de otras
provincias pidieron al
presidente Isidro Ayora una
beca a Francia para el gran
artista, en premio a sus
geniales aptitudes. La beca
no le fue concedida, pues
siempre los gobernantes
fueron cicateros para
estimular las aptitudes del
intelecto.
El artista no dejó
descendencia. Ana Paredes
Roldán, nieta de un primo
del compositor, se licenció
hace poco en musicología
con una tesis sobre Francisco
Paredes Herrera, para
rescatar del olvido la vida y
la obra de este singular
personaje de la cultura
popular ecuatoriana de todos
los tiempos.
En 1910 ya dominaba la
lengua de la madre patria y
sabía tocar guitarra de
“oído”. Todas las noches de
ese Guayaquil que no
volverá, “el turquito”
alegraba a los habitantes de
su barrio con canciones
ecuatorianas. Decidió
aprender música a su
manera, dominando la
guitarra, el bandolín, el
contrabajo y empezó a
componer. Al mismo tiempo
formó una serie de dúos con:
José Alberto Valdivieso
Alvarado (Diablo Ociosos),
con Zapatier, con el
“peruano” Chávez y otros.