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Biografía de

Francísco Paredes
Herrera

Francisco Paredes Herrera -


nacido en Cuenca en 1891-
fue uno de esos personajes.
En la infancia descubrió que
la música era la razón de su
ser y a ella dedicó, como un
poseso, las horas, los días y
los años de su vida, para
constituirse en uno de los
autores más fecundos y
significativos de la música
popular ecuatoriana.

La vocación le entró por la


sangre. Don Francisco
Paredes Orellana, su padre,
que oficiaba de maestro de
capilla en varios templos
cuencanos en la segunda
mitad del siglo XIX, inició al
niño en su arte como un
pasatiempo, sin presentir que
descubriría un prodigio: a los
cinco años ya podía ejecutar
con destreza varios
instrumentos.

El corazón y el cerebro de
Francisco no estaban
predispuestos para otra cosa
que no fuera la música. Su
rendimiento fue deficiente en
la primaria y secundaria y su
padre, después del inútil
intento de persuadirlo para
que estudiase medicina o
jurisprudencia, se resignó a
que el maestro salesiano José
Nicolás Basso le introdujera
definitivamente en el mundo
de los pentagramas y
melodías.

En 1908, cuando apenas iba


a cumplir 17 años, se
desempeñaba como ayudante
de la dirección de la banda
militar de Cuenca. Era casi
un niño, atrevido,
enfrentando con órdenes, la
batuta en ristre, a viejos
músicos que ejecutaban
obedientes los instrumentos.
El nombre de Francisco
Paredes Herrera adquirió
precoz resonancia artística en
Cuenca y otras ciudades del
Ecuador y hacia 1913,
cuando le contrataron para
organizar la banda militar de
Zaruma, varias
composiciones suyas ya
conocían de memoria los
jóvenes, para conmover los
corazones de amadas
imposibles, en las serenatas
de aquellos tiempos.
Avido de superación y con la
seguridad implacable de
quien se siente impulsado
por su destino, donde la
voluntad no cuenta, en 1922
dejó su tierra natal y se
aventuró a Machala para
enseñar música un año en el
colegio Nueve de Octubre;
viajó luego a Guayaquil,
ciudad que la hizo suya,
donde fue respetado,
admirado y querido más que
en su propia tierra.
Para entonces los
ecuatorianos ya habían
escuchado con pasión el
pasillo El Alma en los labios,
con letra de Medardo Angel
Silva, canción que
compusiera en 1919 el joven
maestro a poco de enterarse
que el poeta guayaquileño,
agoviado de amor, se había
cortado la vida. En la gran
ciudad encontró Paredes
Herrera el espacio y el
ambiente necesarios para dar
largo y libre vuelo a su
inspiración.

Entre 1922 y 1928 compuso


centenares de canciones
populares que José Domingo
Feraud Guzmán las grababa
en rollos para las pianolas de
moda en esos tiempos. El
propio compositor fue
director artístico de la
empresa de grabaciones,
contribuyendo física e
intelectualmente para la
prosperidad de la casa
comercial que aún subsiste,
una de las empresas
disqueras ecuatorianas de
mayor renombre.

El artista provinciano debió


realizar intensa actividad
para sobrevivir en la ciudad
extraña donde le exilió el
destino. Aparte de componer
música de día y de noche,
dictaba clases en varias
escuelas guayaquileñas. Se
conservan cuadernos de
apuntes que muestran el celo
del maestro entregado a las
tareas docentes, produciendo
canciones y haciendo
arreglos de autores
extranjeros, para adaptar esas
creaciones a la enseñanza
musical en el Ecuador.
La fama del artista creció
incontenible y traspasó las
fronteras nacionales. Sus
pasillos El Alma en los
labios, Rosario de Besos,
Acuérdate de mí, Tu y yo,
Horas de Pasión, Manabí,
Como si fuera un niño,
Unamos los corazones,
Gotas de ajenjo y muchos
más, pasaron al repertorio de
lo más selecto y exquisito de
la producción musical
ecuatoriana.

Quizá nunca antes ni


después, pudieron reunirse
en nuestro país, en una sola
persona, la sensibilidad del
artista, la pasión del hombre
y la vocación del músico,
para crear melodías
destinadas a la inmortalidad,
por el sentimieno popular
recogido con fidelidad en
ellas.

La música convirtió a
Paredes en uno de los
personajes más famosos y
queridos por todos los
ecuatorianos. En 1928 los
principales medios de
comunicación del país,
autoridades guayaquileñas,
cuencanas y de otras
provincias pidieron al
presidente Isidro Ayora una
beca a Francia para el gran
artista, en premio a sus
geniales aptitudes. La beca
no le fue concedida, pues
siempre los gobernantes
fueron cicateros para
estimular las aptitudes del
intelecto.

Paredes Herrera nació y


vivió pobre: la riqueza de los
seres que atesoran valores
espirituales no se mide en
magnitudes económicas. No
obstante, numerosas
empresas musicales del país
y del exterior percibieron
cuantiosos beneficios
monetarios con la
explotación de sus obras, por
la enorme aceptación de sus
pasillos, valses, sanjuanitos,
tangos, pasacalles,one-
Steps, yaravíes, fox-trots,
pasodobles, boleros y aún
himnos para pueblos e
instituciones.

El artista murió en 1952,


acaso sin agotar el torrente
de su capacidad creadora,
pero dejando un maravilloso
legado de arte que, como
todos los tesoros, es cada vez
más preciado con el paso de
los años y de las vidas.
Murió en Guayaquil, la
ciudad de sus amores,
seguramente agradecido
porque allí encontró el fervor
que le estremeció de
inspiración para transformar
en música los
desgarramientos de su alma.
Nadie escoge el sitio donde
nace, pero sí puede hacerlo
con el sitio donde muere. El
cementerio de Guayaquil
guarda los restos del gran
compositor, cuyo busto fue
erigido este año en Cuenca,
su tierra, a los cuarenta años
de su muerte y ciento un
años después de su
nacimiento.

El artista no dejó
descendencia. Ana Paredes
Roldán, nieta de un primo
del compositor, se licenció
hace poco en musicología
con una tesis sobre Francisco
Paredes Herrera, para
rescatar del olvido la vida y
la obra de este singular
personaje de la cultura
popular ecuatoriana de todos
los tiempos.

Ella registró 219 pasillos y


857 composiciones de 43
ritmos diferentes. Miembro
del partido Socialista, cuyo
himno había creado, era poco
apegado a lo religioso, lo que
explica el que, en contraste
con compositores
contemporáneos suyos, no
haya producido música
sacra.

La letra de sus canciones la


tomó generalmente de poetas
románticos nacionales y
extranjeros y también de su
propia inspiración. Los más
prestigiosos cantantes de
música nacional escogieron
sus obras para consagrarse
en el campo artístico, como
el dúo Miño Naranjo, que en
1964 obtuvo en España el
primer premio en un festival
de música iberoamericana
con el pasillo Tu y yo.

La memoria colectiva tiene


grabadas melodías surgidas
de la inspiración de Paredes
Herrera y las emisoras de
radio difunden todos los días
canciones del fecundo
compositor cuencano, pero el
pueblo generalmente ignora
su autoría.
Biografía de Nicacio
Safadi Revés.

Nacido en Beirut, Líbano, a


finales del siglo XIX, emigró
a Guayaquil-Ecuador en
unión de sus padres, cuando
tenía 5 años de edad. Músico
de carácter autodidacta,
estudió por cuenta propia y
se volvió compositor e
intérprete.

En 1910 ya dominaba la
lengua de la madre patria y
sabía tocar guitarra de
“oído”. Todas las noches de
ese Guayaquil que no
volverá, “el turquito”
alegraba a los habitantes de
su barrio con canciones
ecuatorianas. Decidió
aprender música a su
manera, dominando la
guitarra, el bandolín, el
contrabajo y empezó a
componer. Al mismo tiempo
formó una serie de dúos con:
José Alberto Valdivieso
Alvarado (Diablo Ociosos),
con Zapatier, con el
“peruano” Chávez y otros.

Años más tarde, en compañía


de Enrique Ibáñez Mora, a
quien apodaban "El Pollo", y
con quien formó el dúo
Ecuador, partió el 4 de junio
de 1930, en el Transatlántico
“Santa Teresa” con rumbo a
Nueva York a grabar sus
primeros discos para las
marcas Ónix de Ecuador, y
CBS Columbia
Internacional. Grabó así el
pasillo Guayaquil de mis
amores, compuesto por el
orense Lauro Dávila
Echeverría y con música de
su propia autoría, además de
otras 37 canciones en 19
discos de carbón de 78 rpm,
el 19 de junio de 1930.
Gracias a este suceso, en
Ecuador se celebra el Día del
músico ecuatoriano en
aquella fecha. También
realizaron una serie de
exitosas presentaciones en
ciudades como
Buenaventura, Panamá y la
Habana.

Nicasio Safadi tuvo muchos


discípulos, entre ellos:
Carlos Rubira Infante,
Olimpo Cárdenas, Dúo
Mendoza Sangurima, Julio
Jaramillo, Máxima Mejía,
Blanquita Palomeque, Dúo
Saavedra Palomeque, Nancy
Murillo, Vicentica Ramírez,
Pepe Oresner, Hnos.
Montecel, entre otros.

Contrajo matrimonio con


Enriqueta Vásconez en
Guayaquil con quien tuvo 5
hijos, entre ellos Cristina
Safadi de Diab quien guarda
la historia musical de
Nicasio Safadi. En los
últimos años de su vida, una
inesperada trombosis lo tuvo
durante varios meses cerca
del momento final. Repuesto,
a costa de tanto sacrificio,
quedó sin embargo
imposibilitado de mover
manos y brazos, por lo que
no volvió a tocar su guitarra;
a pesar de todo, seguía
componiendo llegando a
sumar veinte álbumes de
sonetos-pasillos. En los
últimos años, fijó su
residencia en una villa de la
ciudadela “La Atarazana”,
frente a la cual cruza la
avenida que hoy lleva su
nombre.
Fallecimiento.
Safadi Reves, falleció en
Guayaquil el 29 de octubre
de 1968, al día siguiente fue
sepultado en la misma
ciudad mientras entonaban
Guayaquil de mis amores, tal
como él lo había manifestado
en más de una oportunidad.
Composiciones.
Entre sus más destacadas
obras tenemos: “Invernal”,
“Jilguerito tráeme besos”,
“Romance criollo de la niña
guayaquileña”, “Así quiero
tenerte”; “Evocación
nostálgica”, “Suspiro del
alma”, “Y ya no he de
volver” entre otros.
Honores.
En homenaje a él, la escuela
del pasillo en el Museo
Municipal de música popular
Julio Jaramillo, lleva su
nombre.

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