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La Iglesia Como Communio
La Iglesia Como Communio
Sería bueno que pudiera decirse: "Todos hablan de communio; nosotros, no: la
practicamos". No parece, por desgracia, que éste sea el caso normal.
Sin embargo, los textos del sínodo reflejan la preocupación, no por el cultivo de la
relación entre unidad y pluralidad, sino por su recta relación. En este sentido pueden
interpretarse las siguientes advertencias: la pluralidad no puede confundirse con un
"mero pluralismo"; "la falsa y unívoca visión jerárquica de la Iglesia no puede
sustituirse por una nueva e igualmente unívoca concepción sociológica"; "no puede
distinguirse entre el papa y el conjunto de los obispos, sino entre el papa, considerado
en sí mismo, y el papa junto con los obispos".
1. Contra la atenuación de las ideas directrices del V.II En el VII se contrapusieron dos
modelos de Iglesia: el modelo communio, inspirado en la Biblia y en la primitiva
Iglesia, y el
El VII no puede interpretarse a partir del VI. Se trata, más bien, de un desarrollo
posterior del concilio precedente que quedó inconcluso. No pueden, por tanto, diluirse
los conceptos del Concilio en un espiritualismo vaporoso.
En Jesucristo, a través de la acción salvífica del Dios trino, somos constituidos como
communio, somos el Pueblo de Dios escogido/llamado, que visibiliza
sacramentalmente, con la fuerza del Espíritu, la voluntad salvífica universal de Dios.
En una eclesiología "desde abajo" no se trata de que todo el poder proceda del pueblo.
Sin embargo, tampoco en una comunión puede proceder todo el poder de la jerarquía.
Por ello, el concilio habla de una "comunión jerárquica" para referirse a la
estructuración del ministerio eclesial, nunca para referirse a toda la Iglesia. La jerarquía
y la comunión no pueden ser a la vez principios de construcción de la eclesiología. La
fórmula communio hierarchica esconde la preocupación por subrayar la propia
vocación del ministerio, no deducible desde abajo. Pero además, no sólo no es
necesaria, sino profundamente desorientadora.
El nuevo Catecismo resulta un ejemplo típico de esa atenuación de las ideas conciliares.
Al tratar del mysterium de la Iglesia, parte del triple esquema: Pueblo de Dios/Cuerpo
de Cristo/Templo del Espíritu Santo. En el índice temático no consta communio entre
las entradas del término "Iglesia" (ed. cast. p. 687). Las alusiones a la "Iglesia como
comunidad" no se refieren a la estructura de la Iglesia. No por ello se despreocupa de la
estructura concreta de la Iglesia. En el cap. 3°, art. 9, párrafo 4 (n° 874-945) habla de
ella en el siguiente orden: la constitución jerárquica -los fieles laicos- la vida consagrada
(religiosos).
Afirma el cardenal Ratzinger: "Hace veinte años, la teología progresista del postconcilio
no había descubierto todavía la palabra communio. Todo se concentraba en el concepto
de Pueblo de Dios, entendido en el sentido de la soberanía del pueblo, como derecho a
la determinación democrática de todos sobre lo que es la Iglesia y sobre lo que debería
hacer. Mientras tanto, se ha puesto de moda la palabra communio, entendida como
Pueblo de Dios, como concepto esencialmente horizontal que expresa el momento de la
semejanza igualitaria de todos y subraya como idea fundamental una eclesiología
fundada sobre la Iglesia local". Y añade: "La eclesiología "desde abajo" supone una
concepción de la Iglesia como magnitud puramente sociológica y deja de lado a Cristo
como sujeto actuante".
Al concepto communio le aguarda peor suerte, pues también en los textos conciliares
pueden encontrarse conceptos como societas y potestas, más en consonancia con el
derecho canónico. Según Knut Walf, las dificultades de interpretación se dan "allí
donde en el lenguaje y en la formulación hace falta más precisión, es decir, en aquellas
afirmaciones eclesiológicas con directa repercusión en la vida de la Iglesia".
Bernd Jochen Helberath
Esto responde exactamente al nexo entre communio y participación que se deduce de los
textos del Concilio. Con esto, el concepto de communio, por una parte, implica que la
comunidad es don de Dios: no se es miembro de ella por derecho propio, pero sólo
libremente se puede pertenecer a ella. Y, por otra, contiene como elemento esencial la
participación. La communio es al mismo tiempo una realidad personal y social.
No hace falta añadir hierarchica a communio. La comunión entre los que tienen a su
cargo ministerios constituye sólo un nivel. El Concilio habla de otros dos niveles: la
communio de las Iglesias y la de los fieles, que incluyen el servicio ministerial, sin
convertirse por ello en estructuras ordenadas jerárquicamente.
Un retorno al concepto de societas iría unido a una gran "carga hereditaria". El concepto
communio es específicamente teológico. Pero no está exento de consecuencias jurídicas.
A pesar de la yuxtaposición de las dos eclesiologías -en el Vaticano II y en el código de
derecho canónico de 1983- no debe abandonarse el concepto de communio, que debe
mostrar su validez sobre todo en la práctica.
El discurso de la Iglesia como Pueblo de Dios no está exento de malentendidos. Por una
parte, se plantea el problema de la relación Iglesia/Israel. Por otra, el concepto Pueblo
de Dios despierta temores por su posible relación con las modernas democracias. Así
que, por motivos de estrategia intraeclesial, es mejor el concepto de communio.
Ya hace años que, desde posturas diversas y con intereses contrapuestos, se apela a la
eclesiología de la communio de los primeros siglos. La vuelta a los orígenes ofrece un
repertorio de argumentos para todo movimiento eclesial de renovación. ¿Puede
comprenderse la eclesiología actual bajo el prisma conceptual de la communio? ¿Qué
estructuras teológicas y sociológicas determina dicha communio?
He escogido a Cipriano de Cartago no porque sea un caso fácil, sino porque la historia
de la investigación sobre Cipriano ofrece un ejemplo de cómo el interés influye en el
conocimiento: entre episcopado y primado se abre un amplio espectro interpretativo.
¿Es Cipriano testigo privilegiado de la conciencia episcopal frente a Roma o más bien
del desarrollo del primado romano?
b) En las cartas se habla más de communio. ¿Qué características tiene esta manera de
hablar (exhortativa, descriptiva, etc.)?
El planteamiento de estas preguntas hace ver claro que el proyecto de una eclesiología
de la communio de los primeros siglos debe realizarse a través de una colaboración
interdisciplinar, dentro y fuera de los límites de la teología (historia, sociología, etc.).
No se trata de compilar pruebas de autoridad o de aprovecharse dogmáticamente de los
datos históricos. El interés específico de la teología se orienta más bien a posibles
analogías estructurales, cuyo conocimiento sólo puede ser fructífero cuando se ha
obtenido sin violentar los textos y las concepciones.
2. En una Iglesia que se entiende como "communio" y como tal intenta vivir compete al
ministerio ordenado el servicio a la comunicación. Esto resulta válido para todos los
niveles eclesiales. Vale la pena subrayarlo, teniendo en cuenta el ministerio de Pedro
como servicio a la unidad.
Quien no ha experimentado nunca que puede confiar en los demás, sin miedo, siempre
necesitará muletas para asegurarse de su identidad (hábitos profesionales, apelación a la
autoridad, uso del lenguaje complicado y presuntamente científico). Que el Espíritu
Santo, y no el miedo, rija la Iglesia se demostrará si nosotros tomamos en serio la
plegaria eucarística cuarta: "Y porque no vivamos ya para nosotros mismos, sino para
él, que por nosotros murió y resucitó, envió al Espíritu Santo como primicia para los
creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a la plenitud su obra en el
mundo".