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Reencontrando el Sentido

de la Vida
Hay días que parecen eternos y la rutina nos agobia. Otro día en
casa, otro día con las mismas personas, las mismas situaciones, los
mismos problemas, la misma vida… en fin eso ha sido sin duda,
alguno de nuestros pensamientos en esta cuarentena. Como jóvenes
estamos acostumbrados a vivir todo el día corriendo, con la mente
ocupada y sin tiempo para nada. Actualmente por un factor externo
tenemos que pasar todo el día encerrados por tiempo indeterminado.
Con una mente tan rápida, tan cambiante y con el cuerpo preso es
lógico que la mente sea la única que pueda volar. Sólo que, ¿para
dónde nos lleva?

Puede ser que ahora estemos en nuestras casas sofocados,


aburridos y desesperados por salir, esperando que todo vuelva a la
normalidad. Pero existe algo mucho peor que cualquier virus o
enfermedad física, y es la Pandemia de la depresión, de la
negatividad y los vicios; esa que lamentablemente no es tan visible y
mencionada, en cambio avanza de manera silenciosa, es la pandemia
que nos roba la esperanza y el sentido de nuestras vidas. Que aún
con la libertad de andar en las calles, en nuestras mentes somos
prisioneros, viviendo como zombies andantes sin saber de
dónde venimos ni para dónde vamos.

El sentido de la vida es todo; es el motor que nos levanta, es la


energía que nos hace movernos y la fuerza que nos ayuda a
perseverar; sin embargo, sin esperanza nuestra vida no tiene
sentido y muchas veces esa falta de visión es la que lleva a
tantos jóvenes a quitarse la vida.
“No podemos vivir sin esperanza. Hay que tener una finalidad en
la vida, un sentido para nuestra existencia. Tenemos que aspirar
a algo. Sin esperanza, comenzamos a morir” (San Juan Pablo II,
Los Ángeles 1987).

Eso es justamente lo que le está pasando a nuestra generación


“comenzamos a morir”, oprimidos de cualquier motivación por tanta
basura que nuestra mente recibe y nuestro corazón se lo cree.
Lamentablemente el mundo parece estar en caos, en las calles reina
la histeria, la opresión, las ideologías, “los falsos profetas”, países
contra países y gobierno contra su propio pueblo. La crisis va más
allá que las consecuencias de una pandemia y eso nos coloca a
todos en un hueco oscuro y sin salida. Es ahí cuando entra la
desesperación y el susurro de la muerte a nuestro oído, bloqueando
nuestra visión espiritual y cualquier aspiración de esperanza.

¿Cuántas noches oscuras no han atravesado millones de personas


en estos más de 2,000 años? ¿Cuántas persecuciones sufrieron los
santos mártires? Guerras, pestes, dolor, soledad y tanta oscuridad.
No obstante, ¿cuál era la motivación de los santos? ¿Cuál fue la
convicción de Jesús Cristo para llegar hasta el final del calvario?
Existe algo más allá de nuestro entendimiento y es con certeza una
fuerza inexplicable que nace desde adentro de nuestro ser y que
ninguna mente, ni ciencia humana, puede conseguir entender. Este
misterio se resume en pocas palabras: Sacrificio de Amor. Fue lo que
Jesús nos enseñó a través de su oferta, de su entrega, de su
donación por amor a nosotros en la Cruz.

Nuestro Origen
Todos los seres humanos nacemos con una necesidad de dar y
recibir amor, porque fuimos creados por amor y nuestra naturaleza
busca sin cesar esa pieza faltante. “Amamos, porque Él nos amó
primero (1 Juan 4, 19). Algunas personas pueden no creer en esta
verdad, pero no por eso deja de ser verdad. La realidad es que la vida
es dura, la gran mayoría ha sufrido en algún momento de su vida un
vacío inexplicable, la ausencia del amor. Esa carencia afectiva es un
propulsor peligroso que nos puede llevar a buscar soluciones erradas
y decisiones precipitadas. Una búsqueda que en su humanidad jamás
encontrará su objetivo, la saciedad del corazón. Debemos entender
que nada en el mundo puede llenar la necesidad que tiene
nuestra alma del encuentro profundo con nuestro Creador.
Puedes intentar buscar amor en las cosas, en dinero, en
sensaciones, en emociones, en adquisiciones y en personas…
pero todo es momentáneo, al final del día, o de tu vida, vas a ver
mendigado un amor en la dirección errada. Eso sí que sería triste y
frustrante, pero hoy te traigo una buena noticia, aún tienes tiempo
para tomar la ruta correcta.

Nuestras carencias afectivas, fracasos, dificultades, defectos,


decepciones y las mil y una lucha que vivimos día a día, no nos
deben de obstruir la visión de la vida. No se puede negar el mal ni su
poder de dominar nuestros pensamientos, pervertir nuestras ideas y
convertirnos en anti-humanos. El enemigo hace de nosotros un
dios de nosotros mismos, colocándonos como centro de nuestra
vida. Un amor desordenado que entre más aumenta más
desprecia a Dios. Nos sumerge en un egoísmo y egocentrismo sin
medida, con mentalidad de Caín (no me importa si los otros sufren
por mi culpa- narcicismo) y una lógica de huir de la realidad para no
sentir dolor. Esas actitudes no nos llenan por dentro, sino que
disfrazan nuestra pena, pues solo hacen de la persona sentirse más
miserable y perder aún más la esperanza en el mundo y en las
personas. Quisiera decirte que ahí está el primer error, nuestra
confianza debe estar únicamente en Dios. Tú y yo somos
humanos, por tanto, somos imperfectos y por mucho que intentemos
amar y servir en algún momento vamos a errar y decepcionar al otro o
a nosotros mismos. Es normal equivocarse y hasta es normal caerse,
pero no es normal quedarse en el piso. Debemos entender nuestro
origen, entender que aún con nuestras limitaciones, Dios nos ama y
nos da la fuerza para levantarnos, así también al hermano que
tenemos al lado.

El segundo problema es nuestro egoísmo, si te quedas mirando por


mucho tiempo al espejo tu lado crítico empezará a juzgarte,
aumentará tus defectos y hasta se multiplicarán. Al final vas a sentirte
la persona más horrible del mundo y eso consecuentemente
bloqueará tu raciocinio y juicio, entrando en un círculo vicioso de yo-
yo donde no cabe nadie, ni nada más que tú y tus exagerados
pensamientos. El remedio de este mal peligroso está en pensar en
el otro, entender que no somos los únicos que sufrimos y que
sufrir no es una excusa para huir sino una razón para
enfrentarlo. Tu testimonio tienen el poder de transformar
vidas. Esa es la diferencia entre una persona con convicción en lo
trascendente y otra con una visión limitada de lo temporal.

“Exclusión de referencias superiores al yo, o sea a lo


trascendente.” Frecuentemente la pérdida de transcendencia es
de alguna forma “compensada” con ideas humanas de
perfección, que, por tanto, al largo plazo se vuelve un peso muy
pesado que sin duda acaba impidiendo el crecimiento de la
persona. La ausencia del sentido de la transcendencia implica
siempre una disminución del impulso propulsor en dirección al
futuro; falta de coraje de enfrentar las novedades y lo inédito de
la existencia.” (Cencini Amedeo, 2013) 

Convicciones Vitales
Existen en nuestro caminar diferentes convicciones o propulsiones
que nos empujan a seguir en cierta dirección. Estas pueden ser
realizaciones sociales, profesionales, afectivas o bien convicciones
trascendentales. El humano por naturaleza busca siempre una
meta a completar y eso se torna una fuerza que lo motiva y lo
conduce a trabajar duro por alcanzarlo. Sin duda la satisfacción de
cumplir con el objetivo deseado se vuelve una fortalecida
determinación. Pero, ¿qué pasa cuando luchamos por tiempo
indefinido sin ver “resultados” aparentes? Probablemente frustración,
tristeza, desesperanza y hasta deseos de desistir. El mundo de hoy
nos muestra que tenemos que ser productivos y quien no genera, no
sirve. En los trabajos, en la sociedad y hasta en la familia se pueden
observar diferentes señales de utilitarismo (doctrina que se basa en la
utilidad) y que todo lo que uno hace debe generar algo en retorno.

Sin embargo, la convicción por lo trascendente es muchas veces


contraria a las ideas que consumimos. Esta convicción es algo
sobrenatural, que no nace de la razón sino del alma y del
corazón. La convicción es la fuerza de carácter, la fidelidad en el
actuar y la constancia en la lucha. Para un cristiano, convicción
debe ser la fe, la confianza plena en la Palabra y en las promesas
de Dios. 

“La esperanza viene de Dios, de nuestra fe. Sin fe en Dios no


puede haber una esperanza duradera, auténtica. Dejar de creer
en Dios es empezar a deslizarse por un sendero que sólo puede
llevar al vacío y a la desesperación”. (San Juan Pablo II, Los
Ángeles 1987)

Sin esperanza la vida se apaga. El hombre soporta casi todo si tiene


esperanza. Un hombre de fe es un hombre capaz de compartir su
vida, dar un todo en el servicio, ofrecer su luz, sin miedo a que esta
acabe más rápido porque él actúa firmemente por una promesa, con
seguridad y confianza de la victoria, un bien transcendental. La vida
de un cristiano debe ser en dirección al sol. Como decía Santa
Teresita del Niño Jesús, la luz del sol nos indica el camino, y
aunque a veces el cielo este nublado, el sol siempre está
presente. Debemos estar claros de a dónde queremos llegar para
construir nuestra casa sobre la roca y que ninguna tormenta la
destruya. 
Muchos estamos encerrados en nuestras casas por el virus y es una
realidad que no está en nuestras manos cambiar. No se cuál sea la
tormenta de tu vida, puede ser la cuarentena, una enfermedad, o una
situación aun más complicada, pero ninguna situación debe quitarte la
esperanza, la convicción y las ganas de vivir. La sanidad mental y el
crecimiento espiritual no depende de ningún espacio físico ni de
factores externos, sino de un estado de nuestra alma. Tu manera de
ver y vivir la vida hace una gran diferencia. No mirar el vaso medio
vacío sino medio lleno, y esto no es solo positivismo, es fe en las
promesas de Dios. Solo el que ama cree!

La fe y la esperanza son virtudes infusas desde nuestro bautismo,


pero también son frutos que El mismo Dios nos regala cuando
pedimos y luchamos constantemente por ellas. Debemos mantener
estos pilares fuertes y erguidos, pues son luces que guían nuestro
camino y que viviéndolos plenamente iluminan aquellos que tenemos
cerca. Recordemos que todo es Gracia Divina incluyendo el amor,
aun sin haberlo recibido, en Dios encontramos la fuente inagotable
para poder amar a los otros y amarnos a nosotros mismos, así como
Él nos ama. Como decía Santa Teresa de Ávila, “Dios no se muda,
Solo Dios Basta”. La entrada al “día sin fin” nos reconforta. No existe
mayor esperanza que la vida eterna!

Que Dios te bendiga,

Ale

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