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ESCRITOS

HISTORICOS
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JOS E MANUEL MARROQUIN

ESCRITOS
HISTORICOS

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VOLUMEN 109

Bogotá- 1982
IMPRESO EN COLOMBIA
TALLERES GRAnCOS BANCO POPULAR
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PROLOGO

Como nuevo y reiterado éxito editorial, entrega la Biblioteca


Banco Popular, que ha salvado del olvido tantas obras y es-
critos histórico-literarios dignos de perdurar como valedera
expresión de las letras nacionales, esta colecticia "Escritos 'His-
tóricos" de don José Manuel Marroquín, que el amor filial de
su ilustrado descendiente don Jaime de Narváez Vargas ha
seleccionado con sumo acierto entre la fecunda y siempre no-
table obra literaria del bisabuelo ilustre.
Enhiesta cumbre es el señor Marroquín, entre las eminentes
de nuestra literatura; múltiple, profundo, sagaz e ingeniosísimo
en todas las maneras del ejercicio culto. Maneja la lengua
materna con la misma naturalidad y pureza del agua fresca
que fecunda las dehesas y plantíos de Yerbabuena, la solariega
posesión que en sus fuertes manos se hace centenaria. Su tem-
prana orfandad y el ambiente cuasi monástico de la casa de la
Calle Real, de amplias pero oscuras estancias, decoradas con
marqueterías barrocas y pinturas místicas salidas de los obra-
dores coloniales de los Figueroa o del maestro por excelencia
Gregorio Vásquez, alternan con la iconografía del linaje: el
traje negro de terciopelo del oidor ilustre Moreno y Escandón,
o la amable muselina, imperio que envuelve hasta la núbil
garganta a la joven madre Trinidad Ricaurte y Nariño, la del
triste y temprano destino trágico, a cuyo lado parecen montar
guardia los hermanos Marroquín y Moreno, mientras las viejas
tías, vástagos del fiscal reformador, desgranan las cuentas del
rosario mayor. De este ambiente neurótico sale inmune el
elegante vástago de José María Marroquín y Moreno que cubre
de alegría retozona y maliciosa los largos años que para fortuna
de la patria y de sus letras le concede Dios, quien lo llama
para sí a los ochenta y un años de amable trasiego por la vida,
poco después de haber sobrellevado sinsabores políticos que no
busca y el desgarramiento de la patria que amarga sus postri-

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merías, pues le toca el inevitable desenlace de una historia
que arranca desde los días mismos de la Gran Cólombia. El
gobierno de los Estados Unidos del Norte ata desde entonces
las manos de los libertadores que quieren ver flotar el tricolor
de Colombia en las islas Antillas, antemurales como Puerto Rico
para la defensa militar del istmo, cuyo trascendental destino
es visto y deseado. La pérdida de Panamá es ineluctable, a pesar
del nobilísimo gesto del inolvidable caudillo liberal, general
Benjamín Herrera, cuando depone las armas que dan por ter-
minada la tremenda revolución de los tres años, ansioso por
preservar el istmo para Colombia. Suya es la frase de entonces
que no es posible olvidar, para practicarla siempre: "La patria
por encima de los partidos."
Don Manuel, como respetuosamente se llama al señor Ma-
rroquín a lo largo de su vida, por tantas maneras ejemplar,
c1á:;ico autor de "La Perrilla" y de "El Moro", novela ejemplar,
y de tantas y tantas páginas en prosa y verso, de broma y
veras, joyas del idioma que no olvidarán jamás los cultores de
la pureza del lenguaje, de la sobria y llana expresión, matizada
de fina sonrisa retozona que, sin duda, al momento de su con-
cepción, proporciona a su autor inefable regocijo y a sus
amigos y lectores numerosísimos la bien llamada "alegría de
leer".
Débese al vicepresidente Marroquín un serVICIOcultural emi-
nente a la patria, ejecutado en los momentos mismos en que
ésta se desangra en la cruenta lucha de los "Mil días": la
fundación de la Academia Colombiana de Historia, santuario
elevado a Clío y al que llama a oficiar a personalidades insignes
por tantos títulos entre los que por entonces cultivan la historia
nacional. El señor Marroquín ama la historia y en unión de
su ministro de educación, José Joaquín Casas, da vida perenne
en 1902 al docto instituto que tan altos y desinteresados servi-
cios presta para salvaguardia y exaltación de los valores fun-
damentales de la nacionalidad.
Marroquín historiador es faceta casi inédita del ilustre bo-
gotano que su descendiente saca de injusto olvido. De su larga
producción en este género ha espigado las mejores páginas,
las ha dispuesto cronológicamente desde la segunda mitad
del siglo XVIII hasta el momento en que el hombre de Estado
se convierte en relator de sus actos al escribir para sus hijos
la verdad acerca del 31 de julio de 1900 y al presentar la
memoria de sus hechos como mandatario al Congreso Nacional

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de 1904. Dos cartas políticas valiosísimas ofrece a la crítica
de sus conciudadanos y lega a la posteridad ya no la historia
vivida por sus biografiados ilustres, del Virrey Solís hasta don
Jorge Isaacs, sino la que le toca vivir intensamente cuando es
arrancado de la paz idílica de Yerbabuena para enfrentarlo
a lo imposible, a lo amargo, a lo oscuro e inevitable donde sólo
es alumbrado por su conciencia incorruptible y su fe en el
Dios de Colombia, a quien consagra la patria moribunda, des-
garrada a mansalva. Sus graciosísimos romances de los años
buenos, "Estudios sobre la historia romana", se ven convertidos
en trágico drama que representa impertérrito, cuando ya su
vida pide clamorosamente el regreso a la heredad paterna, como
preparación para el balance final ante el Supremo Juez, que no
encuentra falla la balanza de una vida que no ha sido aún
estudiada con el respeto, la imparcialidad y la documentación
por fortuna abundantísima en archivos como los del Instituto
Caro y Cuervo en Yerbabuena, la Academia Colombiana de
Historia y en la Biblioteca de su descendiente don Jaime de
Narváez Vargas, llamado a realizar esta empresa y a limpiar
de mácula a quien eñ su momento sabe merecer la confianza
de entrambos partidos históricos que, con sobrada razón, fían
en él desde el instante en que escuchan de varón tan respetable
su célebre mensaje al Congreso, al tomar posesión en 1898 de
la Vicepresidencia de Colombia, o el balance final de 1904.
El historiador Marroquín es feliz intérprete de sus biografia-
dos, exacto en su documentación, justiciero en sus juicios y
amenísimo en su exposición, máxime cuando evoca las memorias
del Puente del Común y sus alrededores o narra las peripecias
de tantos pasajes de nuestras guerras civiles y nuestros odios
ancestrales. De mano de la verdad quedan sus amables y nobles
páginas para enseñanza y recreo de los buenos lectores, para
quienes va dedicado este libro, con que se enriquece la ya larga
y meritísima Biblioteca Banco Popular.

GUILLERMO HERNANDEZ DE ALBA

9
INTRODUCCION

Fecunda y prolífica fue la labor literaria de don José Manuel


Marroquín a través de sesenta años. Puede decirse que no hubo
género literario que no cultivara ni publicación periódica de
Bogotá en que no colaborara. Se encuentran escritos suyos en
más de veinte revistas y periódicos, desde "La Revolución",
que fundara con el malogrado Vicente Herrera en 1849, hasta
"El Mosaico", "La Caridad", "El Zipa", "El Repertorio Co-
lombiano", "El Rep6rter", el "Papel Periódico Ilustrado", "El
Tradicionista", "El Catolicismo", "El Comercio", "El Correo
Nacional" y muchos otros.
Su bien cultivado entendimiento y su decidida y constante
afición a las letras y al estudio, le dieron muy estimables y
sazonados frutos y le granjearon merecida fama, consagrándole
como el primer hablista de su época y uno de los más fecundos
escritores colombianos.
De don José Manuel se han publicado compilaciones del
más variado género: escritos literarios, discursos académicos,
cuadros de costumbres, escritos sobre filología y corrección
del lenguaje, crónicas varias y poesías, así como reimpresio-
nes de sus numerosas obras didácticas y de sus novelas.
Nunca se ha hecho, sin embargo, ninguna de sus obras de
carácter histórico. Ya el doctor Gustavo Otero Muñoz y don
Enrique Ortega Ricaurte se quejaban de esta falta u omisión,
y clamaban porque se reunieran estas obras en un volumen para
provecho de las letras y de la historia patria.
Don José Manuel, a quien se debe el mérito indiscutible de
haber sido fundador de la Academia de Historia, cultivó por
inclinación, por estudio y particular consagración, el género
histórico con notable acierto y nos dejó las semblanzas y las
vidas de muy notables personajes, que serán siempre fuente
obligada de consulta para quienes pretendan profundizar en las
biografías de ellos. Lo mismo puede decirse de los relatos his-

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tóricos que él escribe, muchas veces como testigo presencial
de los acontecimientos, que son testimonio invaluable para co-
nocer la vida de la ciudad en los agitados y convulsionados
días de nuestras revoluciones civiles y para esclarecer no pocos
sucesos desconocidos.
En este libro se incluyen algunos de los más importantes
escritos del señor Marroquín, todos pertenecientes al género
histórico, que se encuentran diseminados en revistas y periódicos
de la época, de muy difícil obtención en el día de hoy. Desfilan
por estas páginas las figuras serenas o próceras del Virrey
Solís, del fiscal Francisco Antonio Moreno y Escan4ón, el padre
Francisco Margallo, el gallardo general Juan José Neira, el
doctor Alejandro Osorio, ministro del Libertador, don Mariano
y don Pastor Ospina, don José Manuel Restrepo y don Jorge
Isaacs. Es lástima que no se hubieran incluído también, por falta
de espacio, las semblanzas o las vidas de otros personajes his-
toriados admirablemente por don José Manuel, como serían
las de Ricardo Carrasquilla, Ignacio Outiérrez Vergara, José
Antonio Soffia, Andrés María Marroquín, Lorenzo Marroquín
de la Sierra, Alberto Urdaneta, Rafael Alvarez Lozano y al-
gunos otros.
Se describen también, con precisión histórica y amenísimo
estilo, episodios de la revolución de noviembre de 1841 en que
la ciudad capital vivió tan convulsos y agitados días; sucesos
de la revolución de 1861 y días posteriores a la entrada de las
tropas del general Tomás Cipriano de Mosquera a la capital;
algún esporádico episodio de la revolución de 1876 y, final-
mente. los sucesos que el señor Marroquín describe con carácter
autobiográfico sobre los gravísimos y trascendentales aconte-
cimientos ocurridos durante su segunda administración, en los
años de 1900 a 1904, que son de especial interés para la historia
moderna del país y para juzgar con mejor criterio y mayor co-
nocimiento las causas y el desarrollo de estos sucesos. Así, por
ejemplo, la relación del movimiento del 31 de julio de 1900 que
escribiera "con el fin de que, publicada en la forma y en la
época que sean más convenientes, sirva para que mis conciu-
dadanos y especialmente mis descendientes se penetren de mi
actitud".
Por razón de la época a que se refieren los escritos, el libro
se ha dividido en tres partes bien definidas, así:
Primera Parte. La Colonia. Se incluyen aquí las biografías
del Virrey Solís, del fiscal Moreno y Escandón, los interesantes

12
y amenísimos datos sobre el Puente del Común, el camino que
va de la capital al Común y los Cristos de la Veracruz.
Segunda parte. La República en el siglo XIX. Todos los suce-
sos y los personajes aquí agrupados, corresponden a la vida
republicana del siglo pasado: el padre Francisco MargaBo; "La
gran semana", episodios de la revolución de noviembre de 1841;
"Aprehensión de don Mariano y don Pastor Ospina en 1861";
"Aprehensión de don Ignacio Gutiérrez Vergara en 1862";
"Carácter del doctor Alejandro Osorio"; don José Manuel Res-
trepo; "La jornada de La Calleja", episodios de la revolución
de agosto de 1876; "Cómo se dio a conocer Jorge Isaacs".
Tercera Parte. 1900 a 1904. "Relación del movimiento del
31 de julio"; "Dos cartas históricas"; "La segunda administra-
ción" y la "Historia de la negociación del Canal y la insurrec-
ción separatista del Istmo".
Al final del libro se incluye una nota sobre las fuentes biblio-
gráficas que han servido para la fiel transcripción de los "Es-
critos Históricos" de don José Manuel Marroquín.

JAIME DE NARV AEZ

13
PARTE PRIMERA

LA COLONIA
UNA HISTORIA
QUE DEBERtA

ESCRIBIRSE
1

El día 28 de febrero de 1761, a puestas del sol, paraba un


coche junto a la portería del Convento de Franciscanos de San-
tafé de Bogotá y descendía de él un apuesto caballero español,
con uniforme de Mariscal de campo y condecorado con las in-
signias de muchas órdenes militares. El coche tomó, ya de vacío,
la vuelta de la Plaza Mayor, y la puerta se abrió, dejando ver
la comunidad de franciscanos, que, formada en dos hileras, ca-
Jadas las capuchas y con cirios encendidos en las manos aguar.
daban en actitud respetuosa al personaje que del coche se había
apeado. Saludó éste con una profunda venia a los prelados de
la religión, y encaminándose luego procesionalmente hacia la
iglesia. la comunidad condujo al recién llegado a la capilla de
Nuestra Señora, en donde, postrado el caballero al pie del altar
con devoto y humilde continente, se dio principio a la ceremonia
de darle el hábito, en la que presidía y funcionaba el padre
provincial, anciano y venerable sacerdote, no sin dar muestras
en lo turbado de su voz y en las lágrimas que le asomaban a los
ojos, de la tierna impresi6n que le causaba aquella escena. Ni
era menor la conmoción de los demás religiosos circunstantes,
los que, sin duda alguna, no habían asistido en su vida a un acto
tan solemne y de tanta eficacia para conmover los corazones.
Fuese despojando sucesivamente el futuro franciscano de las
placas, cordones y demás insignias de las nobles órdenes mili-
tares que llevaba al pecho, y luego de las piezas de su brillante
uniforme, todo lo cual ofrecía con grande efusión de piadosos
sentimientos a la Madre de Dios, para cuya imagen destinaba
las ricas preseas que iba deponiendo.
Terminada la ceremonia y cubierto ya de tosco sayal, besó el
novicio las manos de sus prelados, se postró de nuevo al pie
del altar, y allí dejó la comunidad en fervorosa oración.

21
11

El Hllsmo dia y a la misma hora en que principió el acto


que queda referido, el Arzobispo de Santafé, don Francisco Javier
de Araos, se paseaba a largos y agitados pasos en el balcón de
su palacio, impaciente por dar salida a un gran secreto que
no le cabía en el pecho y de que era único poseedor entre todos
los habitantes de la ciudad, si exceptuamos a los que dentro de
las p¡lredes de San Francisco habitaban. Súbitamente se oyen
alegres repiques en la torre de aquel convento, y entonces el
Arzobispo, como libre de un gran peso, conmovido y fuera de
sí, "Oh Dios", exclama, "¡qué ejemplo para los fieles de mi
rebaño! D. José Solís, ayer nuestro Virrey, es a la hora presente
humilde religioso".
Pocos eran los que podían oír aquella exclamación; sin em-
bargo, la noticia corrió de boca en boca y circuló en breves
instantes por la ciudad entera produciendo en todos sus mora-
dores imponderable asombro, indecible emoción, que se expli-
caba por todas partes en mal comprimidos sollozos y lágrimas
tcmísimas.
Junto con esta noticia se divulgó, no se sabe cómo, la de
que, al día siguiente, ayudaría el noble novicio la misa de cinco.
El 19 de marzo, desde los primeros albores del día, hormi·
gueaba el gentío en las calles inmediatas a San Francisco; y por
muy dichosos hubieron de tenerse los que, hallando cabida en
el templo, pudieron satisfacer su piadosa curiosidad, viendo
cubierto de sayal al que hasta pocos días antes solían ver osten-
tosamente ataviado y en el grado sumo del poder.

III

¿Quién era este hombre singular que dejaba casi un trono


para ir a pedir humildemente un lugar entre los pobres hijos
de San Francisco de Asís?
He aquí las noticias que hemos recogido sobre su origen.
su alta nobleza, distinciones con que fue honrado y méritos
que le adornaban.
Don José Solís Folch de Cardona nació, no sabemos en qué
lugar de España, en el año de 1716. Fueron sus padres don
Jasé Salís Gante, duque de Montellano y grande de España de
tlrimera ciase, y doña Josefa Folch de Cardona Belvis, mar-

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quesa de Castelnovo. Su familia pertenecía a la más antigua y
distinguida nobleza del ·reino, y por sus venas circulaba sangre
de los reyes de Castilla.
Después de haberse preparado con buenos estudios a la ca-
rrera de las armas recibió el 29 de abril de 1731 el grado de
Capitán en el regimiento de caballería de Farnesio, y sucesi-
vamente el de Coronel del mismo cuerpo en 1736, el de Bri-
gadier de caballería en 1741 y el de Teniente de la compañía
flamenca de guardias de corps en 1747.
Este nuevo destino, y según lo que a nosotros se nos alcanza,
el hallarse entroncado con la familia real, le acercaba mucho a
la persona del rey Fernando VI; y se refiere que con este
motivo, don José, que era en su mocedad de genio travieso y
bullicioso, se tomó una vez la libertad de chancearse con el
Soberano escondiéndole el sombrero y el bastón en un día de
ceremonia; desacato <> exceso de familiaridad por 61 cual de-
terminó la Corte castigarle, haciéndole pasar a Indias de Virrey
y Capitán general del Nuevo Reino de Granada, como a un
destierro decoroso. El estaba destinado para más altos empleos,
y sólo Dios sabe si a aquella ligereza juvenil debe nuestra tierra
J:\ prez de guardar las cenizas de varón tan insigne.
A los títulos de sus empleos y a los que había heredado de
sus nobles antepasados, unía don José Salís el de Comendador
de Ademuz y Castelfavi en la orden de Montesa, y era caba-
llero de otras órdenes militares.
No hemos podido averiguar cuándo fue ascendido al grado
de Mariscal de campo de los reales ejércitos; pero hallamos que
el Marqués de la Ensenada, ministro de Fernando VI, al co-
municarle el nombramiento de Virrey y Capitán general del
Nuevo Reino y provincias de tierra firme, y Presidente de la
Real Audiencia de Santafé, le da dicho tratamiento de Mariscal
de campo.
Tenemos a la vista varias reales cédulas expedidas, lo mismo
que la del nombramiento mencionado, en abril de 1753, en que
se conceden al nuevo Virrey amplias y extraordinarias faculta-
des para el gobierno de este país, y en algunas de ellas se en-
comian su distinguido mérito, sus servicios, su capacidad y su
conducta. En una de las precitadas reales cédulas se dispone
que en las audiencias de Panamá y Quito tenga lugar preemi-
nente y voto en materias gubernativas.
Réstanos decir para dar idea de la elevada posición que ocu-
paba Salís en la Corte, que uno de sus hermanos era don

23
Francisco de Solís, Barón de Santa María de Aracena, Sumiller
de Su Majestad, Deán de la Catedral de Santa María de Málaga,
y más tarde Cardenal y Arzobispo de Sevilla. Era también her-
mano suyo don Alonso de Solís, que se vio elevado en cierta
época a muy distinguidos e importantes empleos.

IV

Entre todos los varones esclarecidos que ilustraron nuestro


suelo en los siglos pasados, pocos han suministrado tan digno
asunto a la pluma del historiador, como don José Solís. Esto
hemos pensado siempre; lo cual y la veneración que a su memoria
,nos inspiró lo que de él nos contaron nuestros abuelos, nos ha
'movido a hacer minuciosas y perseverantes indagaciones para
descubrir antiguos documentos y noticias acerca de su vida;
mas nuestra diligencia no ha logrado hallarlos sino escasos e
,incompletos. La exigüidad de los datos que poseemos nos habría
'desanimado de emprender la tarea en que por fin hemos puesto
mano, si no nos hubiese ocurrido la reflexión de que nuestro
trabajo, por más imperfecto y diminuto que resulte. salvará al
cabo de un total olvido el nombre del ínclito Virrey, si bien no
le dará el lustre que a los de los varones esclarecidos suelen
dar los buenos biógrafos y cronistas; mientras que, si aguarda-
mos a que escritores más distinguidos e indagadores más afor-
tunados que nosotros se encarguen de transmitir a la posteridad
la noticia de sus hechos, ponemos su memoria en peligro de
correrla misma suerte que la de tantos otros importantes suje-
tos cuyo nombre, ya apenas conocido de esta generación, será
de todo punto ignorado por nuestra posteridad.
Esperamos que este ensayo sea leído con interés por los cono-
cedores de nuestras antigüedades, y que su lectura excite en
ellos el deseo de suministrarnos datos para componer una bio-
'grafía del señor Salís. que merezca llamarse tal. Y aún más.
nos placería el que otro escritor más idóneo acometiese la
empresa y le diese cima con más acierto que el que de nuestra
'incapacidad puede esperarse.
Entre tanto, probaremos a hacer una breve reseña de los
hechos del señor Salís como Gobernador del Nuevo Reino. y
ütra de los del mismo como religioso. Ni se opondrá al desem-
peño de este plan el que nos detengamos a considerarle en su
vida privada durante los primeros años de su residencia en la
tapital del Virreinato.

24
v
La tradición ha conservado las palabras que, al recibir al
l1uevo Virrey en Puente Aranda, le dirigió su predecesor don
José Pizarro, Marqués del Villar: "Pongo en manos de V. E.
este bastón, que es para mí demasiado largo, y demasiado
corto para V. E."
Solís tomó posesión de su destino a fines de 1753.
Los documentos que tenemos a la vista y por los cuales nos
vamos guiando, están acordes en atribuír al Virrey Solís las
prendas que deben distinguir a un perfecto gobernante y cum-
plido magistrado; pero todos recomiendan muy especialmente
la afabilidad con que se hizo siempre accesible para todos,
cualquiera que fuese la calidad de las personas que a él acu-
dían; y el mucho recalcar sobre este punto deja conocer lo rara
y estimable que parecía en aquellos tiempos esa prenda, en per-
sonas de categoría y condición como las de don José Solís; y al
mismo tiempo que no fue el prurito de lisonjear el que dictó
aquel elogio. Hállanse igualmente conformes cuantos escribieron
sobre las cosas de aquellos tiempos en celebrar el buen juicio
con que supo mantenerse tan leios de la arrogancia que desdf'ña
el auxilio de las luces de los demás, como de la pusilanimidad
que no acierta a regirse sino por ajeno dictamen.
Muy común es en el día repetir que no debemos sino al
gobierno español la mayor parte de las obras públicas de cuyo
servicio gozamos en la actualidad. Pocos ignoran esto; pero aún
son menos los que saben que entre ellas hay muchas que se
llevaron a cabo por la actividad y celo del Virrey-fraile y que
apenas tuvo el Nuevo Reino un gobernante dotado de más es-
píritu de progreso que éste.
Los que hayan registrado las páginas de "El Carnero de Bo-
gotá", se habrán hecho cargo del estado en que a fines del siglo
XVII se hallaba nuestra principal y más necesaria vía de co-
municación, esto es, el camino de Occidente. Tan lastimoso era,
que en ciertas épocas del año nadie podía alejarse de la ciudad
por esa vía sino navegando en balsas de junco. Desde los tiem-
pos a que aquella vieja crónica se refiere, se dio principio a
ciertas construcciones y renaros con el fin de abrir el camino,
sin que a la venida de Solís se hubiesen adelantado lo bastante
para hacer fácil el tránsito aun en tiempo de verano. A este
Virrey debemos la construcción de una gran parte del sólido
camellón por donde hoy transitamos con tanta comodidad. No

25
sabemos a punto fijo qué parte del mencionado camino se deba
a Solís: el documento auténtico y original que sobre este par-
ticular nos guía, habla de la calzada o camellón que va del
pueblo de Fontibón; pero no dice en qué punto terminaron las
obras. Lo que está fuera de toda duda, es que el puente llamado
de San Antonio debe contarse entre ellas. Todavía le adorna
un tosco bajo relieve, que decoró pretensiosamente su artífice
con el nombre de busto del Virrey Solís.
No hay en nuestra sabana quién no conozca el "Puente de
Sopó", precioso monumento que no parece sino un modelo
que, en pequeño, hubiese formado un entendido arquitecto, para
la construcción de un gran puente. Este, lo mismo que el de
Bosa, que hoy subsiste, y el primero que se levantó en Sesquilé,
da testimonio del interés que por el bien público animaba a don
José Solís. La apertura del camino de Cáqueza y del de San
Martín; y la apertura o la comoosición del de Opón al Magda-
lena, del que atraviesa el Quindío y de varios de los de Antio-
quia, fueron también materia de muchas de las providencias que
dictó y a que se debieron grandes adelantos y beneficios.
Quien tan solícito se mostraba por hacérselos al público, no
podía desatender la suma necesidad que tenía la capital de un
acueducto; y así fue que el del Agua-nueva vino a aumentar
el catálogo de aquellos.
Fomentó el señor Solís las misiones del Orinoco, del Meta y
de los Llanos; cooperó a la reducción de los indios cunacunas
en el Chocó, y auxilió y facilitó en gran manera la pacificación
y reducción de los salvajes habitantes del territorio que se extien-
de desde el Río de la Hacha a Maracaibo. En su tiempo se dio
gran impulso a la fundación de una villa en el mismo territorio,
medida con que cesó el riesgo a que se exponían los traficantes
que atravesaban aquellas soledades sin una numerosa escolta.
La apeliura del camino del Carare, obra también de aquel
tiemoo, hizo practicable, según refiere un escrito de la época,
el que condu;esen los víveres y en particular las harinas, a
Cartaf!ena, sin necesitar de las extran;eras de que se surtía. y
facilitó l'l salida de los géneros del Nuevo Reino por el río
de la Mapdal,ma.
Era, según de varios documentos se colige, lastimoso el estado
de la real hacienda e imponderable el desconcierto en que se
hallaban la recaudación y manejo de los caudales públicos cuando
el Gobierno del Nuevo Reino cayó en manos de don José
Solís, lo que abrió ancho campo a su actividad e inteligencia,

26
brindándole nueva coyuntura para dar más y más lustre a su
administración.
En la ejecutoria de la residencia que se le tomó del tiempo
de su gobierno, se encarecen la pureza, integridad, celo y vigi-
lancia con que procuró el aumento de los reales haberes; y en
particular se mencionan los esfuerzos que hizo para conservar
los tributarios y fomentar sus reducciones. "El acierto con que
gobernó, dice aquel documento, hizo prosperar la riqueza y las
rentas públicas; y esto en tiempos tan calamitosos que hubiera
sido gloriosa empresa aun el mantener la real hacienda; pues
durante su gobierno ocurrieron muchos gastos extraordinarios
y el Rey adjudicó a ciertos particulares los proventos del ramo
de correos y varias otras rentas."
Hizo construír una fábrica de aguardiente, con lo que se
aumentó en una tercera parte el producto de aquel ramo, y
fomentó con suma eficacia el laboreo de las minas.
Hizo también practicar por sujetos de notoria integridad e
inteligencia una visita en las caías de Guayaquil, medida cuya
importancia puede apreciarse viendo los resultados que produjo.
Enterráronse en las cajas de Santafé 40.500 pesos; los ingresos
fueron mayores en los años siguientes, y se facilitó la construc-
ción de varias obras públicas en la misma ciudad de Guayaquil.
Otra visita de la tierra mandó practicar a los oidores don
Antonio Verdugo y don Joaquín de Aróstegui, de que resultaron
notables ventajas para la población y la agricultura. Solís fue el
primer magistrado que cuidó de que se recogieran datos sobre
la estadística del Nuevo Reino.
No faltan, pues, a don José Solís títulos al reconocimiento
y a la estimación de los habitantes del país que gobernó; y para
que se agregue uno más a los que ya llevamos enumerados, aña-
diremos que contribuyó para las obras públicas que en su tiempo
se llevaron a cabo, con munificencia digna de su ilustre nombre.

VI

Hablemos ahora de las costumbres y vida privada del futuro


franciscano.
Hase insinuado más arriba que se distinguía por la afabilidad
de sus modales, y ahora añadiremos que no verá ésta la única
muestra que daba de la benevolencia, suavidad y blandura de
su carácter. Sobresalió por estas prendas, y por ellas se hizo

27
amable a cuantos le trataban. Valiose de su autoridad de Virrey
para dar rienda suelta a sus sentimientos humanitarios y bené-
volos, como lo acreditan las providencias que dictó con el fin de
que se tratase a los indígenas con blandura y miramiento de que
los hacía merecedores su miserable condición.
Sábese también que distribuía cuantiosas limosnas y que
enriquecía con dádivas los templos, usando de liberalidad ver-
daderamente digna de un príncipe; y toda idea benéfica ha-
llaba en él su más decidido protector.
Empero, si, como buen español, abrigaba en su pecho una fe
inalterable y todas aquellas virtudes brillantes que nunca dejan
de tener cabida en un corazón generoso, no dejaba por otra
parte de pagar su tributo a la común flaqueza de los hombres, y
su conducta no siempre fue de las más ejemplares.
Vivían en su tiempo en Santafé y descollaban entre las más
hermosas, ciertas jóvenes de no muy esclarecido linaje, desen-
vueltas y de livianas costumbres, conocidas comúnmente con el
apodo de las marichuelas. Conocíalas el Virrey, trabó amistad
con una de ellas, y esto dio ocasión a que su conducta fuese
por algunos años el escándalo de la gente cristiana. Ni fueron
estos sus únicos devaneos; pues sus contemporáneos pintaban
su vida como muy disipada.
A propósito de estas cosas, se refiere que, como el Virrey
tenía por costumbre salir de su casa por la noche y no volver
a ella sino muy a deshoras, todos sus domésticos y famiíiares
dieron, como era natural, en seguir su ejemplo; de que resultó
que en cierta ocasión en que fue a recogerse menos tarde que
de costumbre, halló el palacio totalmente desamparado y sin
más h:.bitantes que los soldados de la guardia. Y dio orden de
que en lo sucesivo después de cierta hora de la noche no se
franquease a nadie la entrada del palacio, fuese quien fuese el
que tocara a la puerta. No había pasado mucho tiempo desde
que regía esta providencia, cuando ocurrió que cierta noche
vino el mismo Virrey después de pasada la hora señalada, y el
centinela que guardaba la puerta rehusó abrirla, no obstante que
se le dio a conocer el Virrey; el cual hubo de aguardar pacien-
temente de pie en el dintel y con el frío de una de las más
lluviosas y destempladas noches de nuestro clima, a que se
cumpliesen todas las ,formalidades de ordenanza, para que el
oficial de la guardia relevase al centinela de su consigna y
diese la orden de abrir la puerta.

28
El soldado que tan puntualmente había sabido cumplir con
su obligación fue ascendido y recompensado; y el Virrey, para
quedar al cabo libre de todas las dificultades que sus nocturnas
excursiones solían ofrecer, determinó abrir en las tapias que por
el lado del mediodía cerraban el recinto del palacio, una puer-
tecilla que debía quedar reservada para su exclusivo servicio.
Nosotros hemos conocido aquella puertecilla, único monumento
mezquino entre los muchos que quedaron para inmortalizar el
nombre de Solís.

VII

Era costumbre en tiempo de nuestros padres que todos los


miembros del Gobierno y magistrados de la ciudad concurriesen
a los solemnes olicios del jueves y viernes santos en la Catedral
metropolitana, y que en ellos recibiesen la sagrada comunión.
Don José Salís, si bien distraído y no nada timorato, no era
hombre capaz de romper con el pasado y de escandalizar al
pueblo fiel rehusando en aquella ocasión dar público testimonio
de su fe, como lo daban todos los hombres constituídos en
dignidad. Repetidas veces asistió a la augusta ceremonia y repe-
tidas veces recibió el Cuerpo de Cristo, sin que fuese para él
demasiado arduo el hallar un confesor indulgente que le ab-
solviese a pesar de la obstinación con que seguía en el ilícito
trato con la dama de que dejamos hecha mención.
Pero acaeció que, en la Semana Santa del año de 1759, o ya
movido por la gracia divina o bien por otra razón que no alcan-
zamos, eligiese por confesor a un padre del Oratorio de San
Felipe Neri, que había venido a fundar en Santafé una casa de
su congregación, varón verdaderamente apostólico, de los que
nada temen ni esperan de los grandes de la tierra, el cual,
cumpliendo con la obligación de su augusto ministerio, negó la
absolución al poderoso penitente.
Tan profunda y saludable fue la impresión que esto produjo
en el ánimo del Virrey, que en el punto mismo determinó re-
formar sus costumbres y aiustar su conducta a los preceptos del
Evangelio. Ni tardó ya en concebir el designio de dejar el mundo;
como lo acredita el hecho de haoerse procurado un ejemplar
de la regla de San Francisco, la que se propuso observar en
cuanto lo permitiesen los deberes y ocupaciones de su emoleo.
Renresent6 sin dila~ión a la Corte T'idiendo se le nombrase
sucesor, y hubo de reiterar esta solicitud, pues en la real cédula

29
que se expidió con fecha 12 de junio de 1760 y en que se le
comunica el nombramiento de don Pedro Mesía de la Cerda
para Virrey y Capitán general del Nuevo Reino, se insinúa
que atento a sus repetidas instancias, S. M. ha venido en exo-
nerarle de su empleo.
Recayó esta vez el nombramiento de Virrey en persona de
gran representación, de muy calificada nobleza y recomendable
por su mérito y servicios, por no querer la Corte nombrar un
sujeto que pudiese amenguar el lustre que aquel empleo había
cobrado en manos del señor Salís. Era don Pedro Mesía de la
Cerda, Conde de la Vega de Armijo, teniente general de la
real Armada, caballero gran cruz de la Orden de San Juan,
comendador y señor de Puerto Marín en la misma, y gentil
horobre de cámara de S. M .

VIII

Tenemos ya dicho que apenas se verificó la conversión del


Virrey, concibió el designio de tomar el hábito en la religión
de San Francisco y empezó a observar su regla en cuanto aquella
observancia era compatible con su actual estado y empleo. Y
como para reparar el escándalo que la relajación de sus cos-
tumbres había ocasionado, se dio a practicar actos públicos de
piedad y a ejercitar la caridad del modo más edificativo. Ya
por aquel tiempo acostumbraban los recoletos de San Diego
celebrar en la tarde del sábado cierta función en obsequio de
la Virgen, y el Virrey, con acompañamiento de sus familiares.
concurría a ella puntualmente. Los mendigos le acosaban por
dondequiera, y eran siempre favorablemente despachados; y
solía suceder que, viéndolos a su puerta desde el balcón del
palacio, bajase en persona a socorrerlos. Varias familias hones-
tas y distinguidas que habían venido a pobreza eran. sustentadas
a costa suya. Pero lo que puso el colmo a su benéfica liberalidad
haciéndole acreedor por un nuevo título a las bendiciones de
la posteridad, fue la donación de 30.000 pesos que hizo al
Hosnital de San Juan de Dios de esta ciudad, cuando ya se
hallaba próximo a tomar el estado religioso. Cuéntase que él
mismo llevó en su coche al hosoital esta no vista limosna y que
era destinada para la construcción de enfermerías. No fue esta
su única visita a aquel piadoso establecimiento, que ya renetidas
veces había llevado de comer a los pobres y con sus propias

30
manos les había repartido la comida, añadiendo siempre a esta
largueza no pequeñas limosnas en dinero.
Contribuyó también generosamente para la construcción dc
la iglesia de la Tercera; regaló a la de San Francisco el reloj
que con no escasa utilidad para el público se conserva aún en
la torre, juntamente con la campana principal, regalo que costó
en aquellos tiempos 6.600 pesos. Por último, habiendo repar-
tido entre los santuarios y los pobres del país toda su hacienda,
no reservó para sí ni llevó al claustro sino un crucifijo, unos
lihros de devoción y el sayal con que debía cubrirse. Y si
hemos de dar crédito a 10 que refiere el padre Fray Manuel
Torrijas, de la Orden de Predicadores, en la oración fúnebre
que predicó en las exequias de Salís, el caudal de éste ascendía
a doscientos noventa y cinco mil pesos, suma que vino a
quedar por entero convertida en limosnas, deduciéndose sola-
mente cierta cantidad con que se facilitó a los familiares del
Virrey su regresó a España.
Así se preoaró este fervoroso cristiano para pronunciar el
voto de pobreza: voto más meritorio en él que en cuantos 10
han pronunciado en los tiempos modernos.

IX

Solicitó Fray José de Jesús María, que tal fue el nombre


que tomó don José Salís al hacerse religioso, el beneplácito del
Rey para pronunciar sus votos, y como hubiese tardado la re-
solución de la Corte, se prolongó un tanto el noviciado, durante
el cual se ajustó rigurosa y puntualmente a cuanto prescribe
la regla de los franciscanos. Su profesión tuvo por fin lugar
y asistieron a ella el Virrey Mesía de la Cerda, que fue padrino,
la audiencia, los cabildos eclesiástico y secular, los tribunales
y todos los demás empleados y corporaciones de la ciudad.
Quiso el nuevo re1igioso profesar y permanecer en el humilde
estado de lego, y siempre fueron grandes las instancias con que
solicitó se le ocupara, como a los otros frailes de su clase, en
las haciendas de la casa; pero su empeño no pudo superar
nunca el respeto con que los prelados y la comunidad le tra-
taban. no pudiendo echar en olvido sus antiguas preeminencias
y menos todavía el realce que daban a su persona la heroica
resolución que había llevado a cabo y sus eminentes virtudes.
Sus superiores, al mismo tiempo que rehusaban ocuparle, le

33
amonestaban incesantemente con el fin que se determinase a
recibir las sagradas órdenes, haciéndole ver que en el ministerio
sacerdotal podría prestar mejores servicios a la religión; y.
como hubiese renunciado cristiana y sinceramente al ejercicio
de su propia voluntad, y un capítulo general le hubiese conce-
dido la dispensa competente, con el fin de que pudiese, no sólo
ser elevado al sacerdocio, sino también ascender a las dignidades
de la Orden, se conformó con aquel parecer y se dispuso a
recibir la sagrada ordenación. Principió los estudios para el
caso requeridos, y ayudado de su claro entendimiento. adquirió
en seis meses una instrucción más que suficiente.
Hal1ábase a la sazón la arquidiócesis en sede vacante. por
no haber venido aún a Santafé el ilustrísimo Arzobispo don
Antonio de la Riva Mazo, que para tal dignidad había sido
electo en el año de 1768; y hubo Fray José de Jesús María de
emprender viaje a Santa Marta, en donde le confirió las órdenes
sagradas el Obispo de aquella diócesis. Hizo este viaje a fines
del año dicho o muy a principios del siguiente.
A su regreso celebró su primera misa solemne el día de la
festividad del Patrocinio de San José, del año de 1769.

Conserv <~daen la memoria de nuestros padres y en algunos


sen(:jllo~ documentos, ha venido hasta nosotros la fama de las
virtudes que ejercitó en el claustro Fray José de Jesús María.
Si las preeminencias y dignidades de que había huído, le
perseguían aun en el humilde asilo a que había venido a refu-
giarse, no le faltaron ocasiones de practicar la mansedumbre
cristiana. La antigua compañera de sus disoluciones frecuentab.:!
la iglesia de San Francisco con el avieso fin de poner a prueba
su paciencia, lo que procuraba dirigiéndole improperios y zum-
bas groseras cuantas veces podía acercársele, esforzándose por
hacerle la irrisión y el escarnio de los fieles que concurrían al
t.cmnlo; y la continua asistencia del padre Salís al confesionario
le ofrecía frecuentes y propicias ocasiones para ejercitar su
mali.rruidad.
Entre los religiosos mismos no faltaba quien estuviese mal
con él y viese con despecho los homenajes que a su mérito se
tributaban; y se refiere que un cierto padre grave dio en mo-
rar~c de él y en tratarle de holgazán y de espía. con lo que le

34
redujo a no salir de su celda sino en las ocasiones en que una
precisa obligación lo exigía.
El voto de p<>breza que había pronunciado y el extremado
rigor con que lo cumplía no pusieron estorbo a su genial libe-
ralidad. Habiéndole asignado el Cardenal su hermano una pen-
sión de quinientos pesos anuales con el fin de que pudiese gozar
de mayor regalo que los demás religiosos, aceptó este auxilio
con licencia de sus prelados, no con aquel fin sino con el de
poder dar limosna, y muchos de los desgraciados que solían ser
socorridos por él cuando estaba en el siglo siguieron siéndolo.
merced a esta largueza del Cardenal. Repartía además entre
los religiosos más necesitados los hábitos nuevos que sus amigos
le proporcionaban, y entre ellos y los pobres de fuera otras
piezas de ropa y utensilios de que se procuraba no dejarle
carecer. Hacía 10 mismo con la mayor y más delicada parte de
la r8ción que nara su subsistencia recibía del convento, y aun
se hacía mendigo en beneficio de los menesterosos.
Ni era solamente del modo que queda dicho como daba des-
ahogo a sus benévolos sentimientos. Durante su viaje a Santamaría
asistió y curó con caridad ejemplar a dos bogas de los que
tripulaban el chamnán en que bajó el Magdalena y que adole-
cían de enfermedades asquerosas y pegadizas. Un negro, liberto
suyo. que tomó el hábito de San Francisco en calidad de donado,
por no abandonar a su antiguo señor, enfermó gravemente y,
como el padre Solís hubiese tomado sobre sí el asistirle y le
asistiese como el más humilde enfermero, solía rehusar sus
servicios enternecido y avergonzado; mas Fray José le decía:
"Calla, hijo. que aquí todos somos iguales."
Mas no fue solamente eximio en la obediencia, en la caridad,
en el desasimiento de los bienes de la tierra, en la humildad
y en la rigurosa observancia de la regla a que se había sujetado,
sino que se distinguió también entre los religiosos más peni-
tentes. Mucho hemos dicho ya en orden a su amor a las
privaciones, al hablar de su liberalidad y desprendimiento; y resta
añadir que acostumbraba ayunar a pan yagua casi todo el año,
sin que las dolencias le hiciesen relajar este ayuno; que llevaba
incesantemente ásperos cilicios y un vestido interior de cerda a
raíz de las carnes, que le cubría desde los hombros hasta las
rodQlas; que se azotaba con cadenas de hierro y que no se
reclinaba sino en una cama dura, tosca y desnuda.
Cuando vino la Semana Santa del año de 1770, quiso el
padre Solís, no obstante que su salud se hallaba quebrantada.

35
cumplir con escrupulosa exactitud con todos los actos de piedad
y de mortificación que están prescritos a los franciscanos para
aquel tiempo: descalzóse el jueves para la comunión, el viernes
para la adoración de la cruz, y estos mismos y otros días para
ciertos ejercicios de penitencia que se practican en el refectorio;
levantóse antes del alba el día de Pascua para asistir a maitines
y decir misa; causas que le ocasionaron una enfermedad que
conoció él mismo debía ser la postrera.
Preparóse para morir recibiendo los últimos sacramentos de
la manera más ejemplar y fervorosa, y sus últimos instantes
estuvieron llenos de la inefable dulzura y serenidad de que no
podía dejar de disfrutar quien pudo decir como dijo él en
su agonía: "Yo, contemplando que había de llegar esta hora.
renuncié al mundo y vestí esta mortaja."
Ultimamente, el 27 de abril de 1770, "dejó el mundo para
reinar con Cristo", como se lee en la inscripción de uno de
los retratos que de él se conservan en el convento de San
Francisco.
A sus exequias, que se celebraron el día 28, asistieron, como
habían asistido a su profesión, el Virrey y todas las autoridades
y corporaciones, juntamente con innumerable gentío que acudió
a dar muestras de su veneración al que era ya mirado como santo.
Pasados algunos días, se le hicieron honras fúnebres, y así en
éstas como en las exequias, se predicó oración fúnebre.
El Cardenal Arzobispo de Sevilla y otros deudos del padre
Salís de grande valimento en la Corte de España y en la de
Roma obtuvieron para él el capelo. La muerte se anticipó a la
noticia de este nuevo homenaje que se tributaba a su mereci-
miento. Nada pudo acaecer más conforme con su voluntad: entre
la muerte y nuevos honores, él hubiera elegido la muerte.
Hemos terminado la tarea que nos impusimos de recoger en
un solo escrito las escasas noticias concernientes a la vida del
Virrey Salís, que muy esparcidas y ya a punto de quedar olvi-
dadas y perdidas, hemos podido adquirir.1
1) Los documentos que hemos tenido a la vista son: los titulos de
algunos de los empleos y grados que obtuvo Solfs; el acta de posesión
del Virreinato; la ejecutoria de la residencia que se le tomó del tiempo
que fue Virrey; la "Noticia de la erección del convento de San Fran-
cisco", cuaderno que contiene una ligera relación de la vida del P.
Solfs; la oración fúnebre pronunciada por el P. Torrijos. y las ins-
cripciones que se ven en los retratos. Estos documentos se hallan en
su mayor parte en la biblioteca del sefior José Mar!a Quijano O.
Al hacer esta edición (que es la 2.) del presente escrito. hemos po-
dido agregar algunas noticias que hemos hallado en la "Historia ecle
siAstica y civil" del sefior Groot.

36
Si nuestra relación no abunda en rasgos romanescos que
halaguen la fantasía, culpa es de la escrupulosidad con que, sa-
crificando lo ameno a lo verdadero, nos hemos ceñido a los
documentos que nos han guiado.
Al leer las últimas páginas de este bosquejo biográfico, hemos
descubierto con sorpresa que lo que hemos escrito es una vida
de santo. Decimos con sorpresa, porque ni nos lo habíamos
propuesto ni lo teníamos previsto. No importa: a los que creen
lo que creía el señor Salís, les servirá de edificación; a los
demás. .. básteles saber que hemos escrito la verdad.

37
EL PUENTE DEL COMUN
y SUS INMEDIACIONES
En la Relaci6n de mando del Virrey D. José de Ezpeleta, fecha
19 de diciembre de 1796, se leen los párrafos siguientes:
"Para estos gastos (los de la composición de cierto camino),
en la parte principal, se ha echado mano de 3.000 pesos del
ramo de camellón, llamado así porque sus fondos son el pro-
ducto de un moderado derecho que se impuso hace años a las
recuas cargadas de géneros, frutos y efectos comerciales que
entran a esta capital o salen de ella, para reintegrar los cau-
dales de la Real Hacienda invertidos en una calzada o camellón
que se construyó en estas inmediaciones, desde el pueblo de
Fontibón hacia el Puente de Aranda, y que después se ha
perpetuado, con real aprobación, para caminos, puentes y
obras públicas de esta clase.
"A expensas de este ramo se ha construído en mi tiempo un
puente magnífico sobre el río Bogotá, hacia el pueblo de Chía,
cuyo costo, regulado de 17 a 20.000 pesos, ha pasado de
100.000.1 Sirve de facilitar en todos los tiempos la comunicación
y comercio entre esta capital y los partidos de Zipaquirá, Tunja,
Vélez, Socorro, San Gil, Girón, Sogamoso y los Llanos; y, para
perfeccionar la obra, falta todavía abrir un camino recto desde
el fin de la antigua Alameda hasta el Puente; y sobre este pen-
samiento queda ya formado un exnediente, en el que se en-
cuentran exnlicados los fondos y auxilios con que se contaba
nara esta obra que no he podido dejar consumada." 2
Nada exageró el Virrey al calificar de magnífica la obra a
que se refería en el pasaie citado. Magnífica es, no sólo com-
parada con todas las de su clase que existen en Colombia, sino
mirada en sí misma y sin que se haga tal comparación.

1) Véase que no es cosa del otro jueves esto de que los gastos excedan
a los presupuestos. i SI las diferencias que ogafio suele haber entre
los presupuestos y los gastos tuvieran resultados tan sólidos, tan dura-
deros y tan magnlficos como el Puente del Común!
2) No se realizó muy pronto el pensamiento del sefior Ezpeleta. El
!1péndice de este escrito contiene algunas noticias sobre el camino
de Bogotá al Común.

43
En cuanto a la solidez del Puente, basta decir que hoy se halla
en tan buen estado como el día en que acabaron de construírlo,
y en cuanto a utilidad diremos que, gracias al Puente, han ve-
nido a tenerla muchos caminos que no existían o que se hallaban
en pésimo estado cuando fue construído, y que hoy las comu-
nicaciones y el comercio que él facilita son infinitamente más
extensos e importantes que en los tiempos del Virrey Ezpeleta.
El Puente está situado a tres miriámetros cabales de Bogotá.
o sea a seis leguas.
La longitud del Puente es de 31 metros 86 centímetros. El
,río tiene, en el punto en que lo atraviesa el Puente, 26 metros
50 centímetros.
El eje de las bóvedas, o sea la anchura de la masa de la
fábrica, es de 5 metros 71 centímetros.
Del piso del Puente al fondo del río en su parte central hay
7 metros 30 centímetros.
El Puente tiene cinco arcos. El arco empleado en él es el
carpanel, esto es, el formado de media elipse, cortada por su
,eje mayor. La abertura del arco de en medio es de 5 metros
69 centímetros; la de cada uno de los inmediatos a éste, de 4
metros 81 centímetros; y la de cada uno de los restantes. de
3 metros 71 centímetros.
En todos los estribos, o sea entre arco y arco, está la fábrica
provista de.: tajamares que contribuyen no sólo a darle la debida
solidez, sino a hacerla vistosa.
A cada uno de los extremos del Puente se halla una plazuela
en forma de herradura, cuyo diámetro medio es de 18 metros
15 centímetros, poco más o menos.
Adornan el Puente 12 pilastras terminadas en pirámides cua-
,driláteras coronadas por globos. Estas pilastras se hallan in-
crustadas en los pretiles o antepechos.
Los pretiles de las plazuelas, que van en disminución desde
'el punto más inmediato al Puente, están adornados igualmente
con pilastras.
En cada uno de los cuatro puntos en que terminan los pre-
tiles de las plazuelas, hay un segmento de columna cilíndrica
con elegantes molduras, que mide 1 metro 90 centímetros de
altura, y que está coronada por un cono curvilíneo sobre el que
se halla un hermoso jarrón. La altura total de cada una de estas
piezas es de 3 metros 65 centímetros.
Como complemento de la obra se construyeron (y se con-
servan)' dos anchos camellones o calzadas. Uno antes del extremo

44
oriental del Puente, y otro después del extremo occidental.
Ambos tienen pretiles y están enlosados, aunque con lajas toscas.
Mide el primero 123 metros 70 centímetros, y el segundo 109
metros 70 centímetros, contando sólo la parte recta, pues está
prolongado, pero formando curva.
La altura de los camellones varía mucho, por ser desigual el
terreno sobre que están levantados.
Puntos hay en que, según calculamos, se elevarán hasta
cuatro metros.
En su extensión están comprendidos dos puentes de desagüe
en la parte occidental y uno en la otra. El mayor de aquellos,
adornado con pretiles y pilastras, fue construído sobre el cauce
artificial por donde se hizo correr el río mientras se estaba
construyendo el Puente.
Los materiales de que éste fue labrado, son ladrillo, em-
pleado sólo en los arcos; y piedra, que es de lo que está
hecho todo lo demás.
En los segmentos de columna que decoran la fábrica, se
hallan las sigu;entes inscripciones, cada una de las cuales está
en dos de dichas piezas de ornato. Copiamos las incripciones
con la posible fidelidad.
En las columnas del nordeste y del sudeste:
ReY1Umdo la majestad de el señor D. Carlos IV, y siendo
Virrey de este Nuevo Reyno de Granada el Exmo. S. D. Jase!
Ezpeleta y Galdeano se construyó esta obra de el puente y sus
camellones en 31 de diciembre de 1792.
En las columnas del sudeste y del noroeste:
Ha dirigido esta obra el señor D. Domingo Esquiaqui Ten.te.
Cor.! de el R.l Cuerpo de Artill.a y Coman.te en la plaza y
Prov.a de Cartagena de Indias siendo diputado por este ilustre
Cabildo el Regidor D. D. Jase! Caycedo.
SuminÍstrannos estas inscripciones importantes datos para la
historia del Puente; pero hacen echar de menos algunas más
satisfactorias sobre las circunstancias del eminente arquitecto
que dirigió su construcción. Sólo nos consta acerca de él que
era hermano del benemérito institutor y músico D. Mateo Es-
quiaqui. y del compositor D. José Antonio, algunas de cuyas
com¡:osiciones se oyen todavía, aunque raras veces, en nuestras
iglesias. A los que tengan más noticias acerca del D. Domingo,
les agradeceríamos que nos las comunicasen.
Sabemos también que fue sobrestante de la obra Marcos
Antón. de quien se conserva descendencia en el Distrito de Ca-

45
jicá; y que el señor D. Justo Castro, como Alguacil mayor de
Santafé, intervino en la fabricación del Puente.
¿Cómo se pasaba el río por el punto en que sobre él se echó
el Puente que hemos descrito? No lo sabemos; .{lero conjeturamos
que se pasaría por uno de madera, igual a los que vemos hoy
sobre el mismo río, en Cota, en Tibitó, y en otros sitios. En el
Archivo de la Municipalidad de Bogotá hemos visto unas cuen-
tas antiquísimas de derechos de pontazgo que pueden referirse
al que se percibiría en el punto de que tratamos. En el propio
Archivo hemos hallado documentos concernientes a los contra-
tm que se celebraban vía licitación, para que se levantasen puen-
tes de madera en los parajes donde eran necesarios para el trá-
fico y en donde existen hoy puentes de piedra.
En 1862 expidió el Dictador Mosquera un decreto por el que,
para privar de comodidades a los guerril1eros que tanto le atosi-
gaban, debía despoblarse totalmente de hombres y de animales
toda la parte de la Sabana inmediata a la serranía oriental, com-
prendida entre el límite meridional del Distrito de Usaquén y el
septentrional del de Sesquilé; y en que se ordenaba el incendio
de muchas de las casas situadas en tan privilegiada faja de tierra,
Gracias a la cultura del General Rico, Jefe de las fuerzas que
debían o (para hablar con más propiedad) que no debían ejecutar
tan bárbara medida, el decreto no fue obedecido generalmente;
pero sí se cumplió en daño de una casa de teja bastante espacio-
sa y bien edificada que se había levantado cuando iba a em-
prenderse la obra del Puente, para guardar materiales y herramien-
ts y para vivienda de peones y oficiales de la misma obra.
Terminada ésta, pasó a ser de propiedad del dueño de la hacienda
en cuyos terrenos está comprendida la parte del Puente que
queda a la orilla izquierda del río, y fue convertida en venta y
casa de posada. Destruída del modo que queda dicho, ha sido
reemplazada por un hotel en que los viajeros hallan toda especie
de comodidades, y que no contribuye poco a embellecer y ani-
mar el paisaje de que forma parte.
Desde el hoteL que está colocado en lugar eminente, y sobre
una plazoleta en que se reunen el camino del Norte y el del Nor-
deste, se descubre a cosa de una cuadra el Puente y aquel es
el punto de vista desde el cual luce mejor su bien entendida or-
namentación. Como prolongación del Puente y de las alcantarillas
que lo complementan, sigue hacia el Occidente el camino, que
poco más lejos se bifurca. llevando uno de sus ramales dirección
hada Chía, y otro hacia Zipaquirá. Ambos caminos van por entre

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un caserío casi continuo y por entre terrenos no escasos de árbo-
les y cuidadosamente cultivados.
A lo lejos, y en cuanto los grupos de árboles lo permiten, se
divisan los pueblos de Chía y Cota hacia el Occidente, y el de
Cajicá al Noroeste. Esta perspectiva queda cerrada por la cade-
na, en parte de montes y en parte de colinas, que se extiende
entre la Sabana y el valle de Tabio y Tenjo, y cuyas faldas, en
la parte en que se confunden con la llanura, están copiosamente
pobladas de habitaciones y de huertas. En toda nuestra Sabana,
apenas habrá perspectiva comparable con ésta.
Hace muy pocos años el aspecto del sitio en que hoy está el
hotel nada tenía de risueño ni de animado. No pudiendo llegar
hasta él coche alguno, y siendo casi intransitable para carros as(
la parte de camino que de ese sitio seguía para el Norte como
la que venía hacia Bogotá, se veía allí muy escaso movimiento.
Fuera del que producían las no muy numerosas recuas que pasa-
ban acarreando harina y miel en ciertos días de la semana, de
los indios de Tocancipá y Gachancipá que, en otros, traían su
loza sobre sus costillas o sobre las de sus caballejos, y los de
Tenza con huevos, no había que ver en aquella casa sino la
hilera de indios de Chía que de los montes de la hacienda de
Yerbabue1U1, situados al Oriente del punto que vamos describien-
do, bajaban sus tercios de leña, como los bajan todavía.
No solamente los habitantes de aquel pobladísimo distrito, sino
los de una parte del de Cajicá, sacan de esos montes toda la
leña que consumen; y como en cortarla y acarrearla se ejercitan
los varones, las mujeres y los muchachos de ambos sexos, desde
muy temprana edad, con ese ejercicio adquieren la robustez y
las fuerzas que los hacen capaces de transportar desde la orilla
del Magdalena hasta la Sabana todas las mercancías y todos los
obietos que. siendo importados del extranjero, no pueden ser car-
gados en bestias, tales como los pianos y como ciertas enormes
o irregularmente configuradas piezas de algunas máquinas. No
es raro que indias de Chía, no sólo jóvenes, sino también dema-
siado viejas o demasiado niñas, se echen a cuestas de Honda a
Facatativá tercios de catorce arrobas. Esto no es extraño cuando
hacen su aprendizaie cargando los adultos tercios de leña verde,
de más de un estado de largo. y como dos metros de circunfe-
rencia; y los muchachos. otras cargas menores, pero siempre
enormemente desproporcionadas a las fuerzas de que pudiera
creérseles dotados.

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En Cier.taocasión pesamos un tercio de leña que iba cargando
una indiecita de 14 años, y hallamos que tenía 7 arrobas.
La hilera o procesión de indios que, durante algunas horas de
cada día, ha animado en todos tiempos el Puente del Común y
sus inmediaciones se va aumentando a medida que crece la po-
blación; pero en la actualidad no es lo único que anima esos
sitios: numerosos coches, ómnibus, carros y vehículos de ruedas
de toda especie; recuas cargadas y partidas de ganado que tran-
sitan por los caminos que ponen en comunicación a Bogotá con
Zipaquirá y Nemocón por el lado del Norte, y con Sopó y Tocan-
cipá, por el Nordeste, se estacionan habitualmente en la hermosa
plazoleta que queda delante del hotel, en la que se reunen el
camino de Bogotá, el del Norte y el del Nordeste, caminos que a
muy poco trecho se bifurcan, partiendo del primero el que lleva
a Chía. Cota y Funza, y del segundo uno que por encima de la
Serranía conduce al valle de Sopó.
La estación telegráfica, con dos máquinas, establecida no ha
mucho en el hotel del Puente, ha contribuído algún tanto a dar
a ese paraje importancia y movimiento.
En nuestras guerras civiles el Puente del Común ha sido teatro
de escenas dignas de mención. Entre otras de que podríamos
hacerla recordaremos dos solamente.
Corría el mes de noviembre de 1854. El Dictador Mela iba
vIendo acercarse, como dos nubes de aquellas que a su encuentro
han de producir pavoroso estrago, los dos ejércitos que venían,
uno del Norte, acaudillado por el General Mosquera, y otro del
Sur, con los Generales Herrán, Arboleda y López a su cabeza.
Mela había determinado concentrar todas sus fuerzas en Bogotá,
y ya en las haciendas que demoran a la orilla izquierda del río
y a inmediaciones del Puente, se tenía noticia de que D. Ramón
Beriñas debía venir de Zipaquirá acompañado por una fuerte
columna que a órdenes del General Ramón Acevedo y del negro
.Justo guarnecía esa población. D. Ramón Beriñas era temido
a causa de las medidas harto enérgicas contra los constitucionales
que solía tomar, y los habitantes de la comarca resolvieron hacer
un esfuerzo para estorbarle el paso por el Puente y para obligarlo
a tomar el camino de La Balsa, de Chía o el de Cota. No había
más armas que catorce escopetas, ni un soldado siquiera inválido,
ni mozos en estado de tomar las armas, bien que, no habiéndolas,
poco hubiera aprovechado que hubiera quien las pudiese tomar.
Dos ciudadanos pacíficos que habían salido de Bogotá para es-
caparse de molestias y persecuciones, y que residían en aquellos

48
contornos, suplieron a fuerza de traza la falta de tropa y de ele-
mentos de guerra. Era uno de ellos D. José María Mogollón, in-
genioso artista, cuya habilidad se manifest6 en los pesebres del
movimiento con que recreó al público de la capital en muchos
aguinaldos. Aplicando ahora su ingenio a muy distinto objeto,
discurrió poner en palos largos banderolas de colores vivos, he-
chas de retazos de colchas y de trajes desechados, y armar con
dichos palos cuantas indias y muchachos pudieron ser habidos.
Colocáronse en puntos convenientes sobre las eminencias inme-
diatas, y además se fijaron en el suelo otros palos con banderas
y guiñapos que semejasen gente armada, para que aparentemente
se aumentase el número de las fuerzas. En el extremo oriental
del Puente se levantó un parapeto ño más fuerte que las dichas
fUerzas. De los curiosos y de los que andaban por las cercanías
tratando de salvar sus personas y sus bestias, se formó Un grupo
de gente de a caballo. D. Juan Williams, músico bien conocido
por su destreza en el manejo de la corneta de llaves, vulgo pistón,
y que estaba residiendo en la inmediata hacienda de Fusca, fue
también llamado a desempeñar su papel y a recoger laureles en
aquella incruenta jornada.
Llega por fin el momento decisivo, y Beriñas se presenta con
su columna en el punto en que el camino de Zipaquirá tuerce
hacia el Puente. Detiénese allí y parece titubear a vista de los
formidables preparativos que se han hecho para recibirlo. Des-
cubre a lo lejos algo como un ejército desplegado en batalla, y
detrás del varapeto el grupo de jinetes, los que por cierto no
hubieran visto la primera demostración hostil sin poner pies en
polvorosa para ir a buscar refugio en los montes vecÍ11os. En
este crítico momento D. Juan Williams emboca su corneta y con
toda la fuerza de sus pulmones da el toque de ¡atención! A este
toque las cornetas enemigas responden con otro que los bisoños
defensores del Puente no aciertan a interpretar, pero que es in-
mediatamente seguido de un movimiento para emprender la mar-
cha nor el camino de Chía.
Harto más serio es el otro suceso que nos proponemos narrar,
que Dertenece a la historia de la revolución de 1876. y que, si
nuestra memoria no nos engaña, pasó en el mes de noviembre.
El General Morales con una división del eiército del Gobierno
se había estacionado en el hotel del PuF'nte. Doscientos catorce
caballos de su escuadrón se hallaban en un potrero muy extenso 3

3) Hoy está dividido en 2.

49
limitado hacia abajo por el río y hacia arriba por el camino que
va para el Puente de Sopó. Hállase este potrero al Norte del
botel, mediando entre los dos otro potrero bien reducido. A unos
1.200 metros del hotel, y a la orilla oriental del mismo camino,
está situada una casita de paja en que se había colocado una
avanzada de las fuerzas del General Morales. El día en que acae-
ció lo que vamos a referir, este jefe no recelaba novedad alguna;
en su campamento estaban como de holgorio por no recordamos
qué motivo; los soldados andaban dispersos y desapercibidos por
los alrededores del hotel, y aún había muchos que estaban to-
mando un baño en el río. De súbito, cae sobre la casita de paja
un destacamento de caballería de la guerrilla de Guasca, y la
avanzada se ve sorprendida, no sin que se disparen algunos tiros.
En la cerca de piedra que media entre el camino y el potrero
de los caballos, se abre instantáneamente un ancho portillo y por
él entra un muchacho de 12 años, montado en pelo en un ca-
ballo grande y ligero. Este muchacho debe recoger los caballos,
pero el suyo se le desboca y le lleva al extremo del potrero más
inmediato al hotel, donde viéndose acometido por un soldado,
le rompe de un garrotazo el rifle con que iba a hacerle fuego.
Pero el ruido de las descargas que han empezado a hacer en el
hotel al oírse los tiros disnarados en la casita, espanta a los
cahallos. y por una casualidad inexplicable los hace buscar la
salida que acababa de abrírseles. Una vez en el camino. la ca-
b'lllería de la guerrilla los antecoge y, arreándolos, lo~ encamina
hacia el Valle de Sonó. a una de cuyas haciendas llegan antes
de que haya sobrevenido la noche.
El plan concebido para apoderarse de los caballos estaba reali-
zado; pero la infantería de la guerrilla, que se había senarado
de la cahallería muy arriba del punto en que estaba la avanzada,
se había dirigido por sobre las eminencias a atacar por el costado
oriental la trona situada en el hotel y no anduvo tan afortunada
en su empresa como la caballería.
En el hotel, o sea en el campamento del General Morales,
había reinado en los momentos de la sorpresa no poca confusión.
Individuos hubo que, estando dentro de un tolda, trataron de
salir por los costados y se llevaron enredadas la tela y las cuer-
das; los soldados que estaban desnudos a la orilla del río. toma-
ban atro1'\"lladamente piezas de su pronio vestido o del aieno
para acudir pronto, y no en cueros, al lugar del neligro. Pero el
ord"n no tardó en restablecerse, y entonces el Gener~1 Morales,
tomando consigo la poca gente que pudo montar. siguió en per-

50
secución de los de caballería, los que de cuando en cuando vol-
vían caras y contestaban a las descargas que continuamente se
les iban haciendo y que fueron fatales para algunos de los gue-
rrilleros. La noche puso término a la persecución en el Puente
de Sopó.
El grueso de las fuerzas del Gobierno hizo frente a las que se
propusieron llamarles la atención por la parte oriental del hotel,
y siendo muy superiores en número y disciplina, las arrollaron
sin gran dificultad y con escasa pérdida, e hicieron sesenta prisio-
neros, entre los que se hallaron algunos jóvenes de familias dis-
tinguidas. El resto de la infantería de la guerrilla, que se retiró
por los cerros para tomar el camino de Guasca, fUe perseguido
hasta muy entrada la noche.
Réstanos advertir en conclusión que todas las medidas de que ;.
en este escrito hemos dado noticia las hemos tomado empírica- ","
mente, como legos que somos en arquitectura, en matemáticas
y en ingeniería, y sin poseer ni saber emplear los instrumentos
de que suelen valerse los inteligentes. A los que, siéndolo, haya-
mos causado escándalo con las blasfemias y desatinos que pro-
bablemente se nos habrán esacapado al tratar de describir una
obra de arte, les pedimos humilmente perdón; y así Dios nos
conceda el de nuestros pecados como hemos estado distantes de
pretender que se nos atribuyan conocimientos de que carecemos
absolutamente.

51
NOTICIAS SOBRE EL
CAMINO QUE VA DE

LA CAPITAL AL COMUN
En febrero de 1793, el Síndico Procurador de Santafé, D.
Andrés de Otero, hizo presente al Virrey Ezpeleta la necesidad de
abrir un camino real que siguiera "desde San Diego de esta capi-
tal en línea recta al cerro llamado Torquita, de éste a Torca, y
desde aquí a dar en el nuevo Puente del Común (llamado de
Chía), para excusar las asperezas, incomodidad y mucha mayor
distancia del que hoy posee, pues éste, por tener su curso a las
faldas de varios cerros, está poblado de continuados pedriscos
y cañadas que lo dilatan demasiado y lo hacen áspero al pie y
desapacible a la vista, sin que sea posible componerlo o enmen-
darlo de otra suerte que sacándolo de sus quicios, abolir y sus-
tituír en su lugar el ya propuesto".
La vista del Fiscal (el señor Berrío) acerca de este asunto fue
la más favorable. Después de encarecer largamente los beneficios
que ha de procurar la apertura del camino, pide se ordene al
Teniente-coronel D. Domingo Esquiaqui que proceda a delinear
el nuevo camino, destinándose algunos trabajadores del presidio
urbano para las labores exigidas por esta diligencia. Pide asimis-
mo que se mande a Esquiaqui formar cálculo prudente del
costo de la obra, a fin de que se pueda hacer un equitativo re-
partimiento entre los hacendados partícipes de ese beneficio. El
señor Esquiaqui, cumpliendo la orden que en efecto recibió,
presentó al Gobierno el informe que se deseaba, y un plano
levantado a plancheta, con toda la exactitud necesaria. En cuanto
al cómputo de los gastos, no se resolvió, por carecer de los sufi-
cientes datos, a hacerlo con precisión. Pero manifestó que el foso
que habría que hacer a cada lado del camino en una extensión
de 43.050 varas (distancia de San Diego al Común), costaría algo
más de 4.000 pesos, si en vez de hacerlos abrir por jornaleros,
eran hechos por presidiarios, cuya ración era de un real diario.
Los hacendados lo habían informado de que a los jornaleros se
les pagaba a real y medio cada par de brazas de zanja, con una
de ancho y una de profundidad. Las otras obras que, según el
ingeniero, debían hacerse, consistían en rellenar con tierra para
allanar el camino, en los pilotajes necesarios en los pantanos, en

55
los malecones rellenados de tierra, y en las alcantarillas, que se
harían de maderas.
Presentó en seguida el Fiscal un proyecto de repartimiento
entre los corregimientos en que se comprendían las haciendas
favorecidas por el nuevo camino. Estos corregimientos eran
Tunja, Leiva y Garagoa (1.000 pesos); Pamplona hasta el Valle
de Sogamoso inclusive (1.000); Vélez, el Socorro, San Gil y
Puente-Real (1.000); Chocontá (1.000), Muzo (1.000); Zipaqui-
rá con Ubaté y Chiquinquirá (l.000). Los hacendados de esta
ciudad hasta el Común, cien pesos, sobre el gravamen de talárse-
les sus tierras y de haber de franquear sus campos para sacar
las maderas que se necesiten, en la que se deberá proceder con
la debida moderaci6n.
Al presentar este proyecto, pidió el Fiscal se encargara de la
dirección de la obra a D. Domingo Esquiaqui.
En el expediente de donde tomamos estas noticias se halla
una especie de curioso catastro con especificación de los hacen-
dados y haciendas de mucho de lo que ahora forma el Estado
de Boyacá, y del valor en que dichas haciendas se han estimado.
Los obstáculos con que se tropezó para recaudar fondos, las
resistencias para pagar y las reclamaciones de toda especie fue-
ron los que debcmos suponer. De ello hay sobrada constancia en
el precitado expediente; y aun sin ella lo echaríamos de ver,
hallando como hallamos que en 1796, tres años después de ini-
ciado el asunto, el Síndico Procurador, D. Carlos de Burgos,
aparece exponiendo que en Escribanía de Cámara están deposi-
tados apenas dos mil pesos recaudados en Tunja, Pamplona, Zi-
paquirá y Ubaté, con los que (dice) puede darse principio a la
obra proyectada.
Pidió luego el Fiscal a principios del año 97 que ésta se pu-
siera bajo la dirección del ingeniero D. Carlos Cabrer.
Pidiéronse a éste el informe y presupuesto competentes, y él
enmendó el cómputo de Esquiaqui estableciendo muy buenos
fundamentos para hacer subir a más de 29.000 pesos el costo de
la obra, sin incluír en esta suma el valor de los terrenos que ha-
bía de ocupar el camino. ni el de los perjuicios que se seguirán
de parte de las propiedades. Observó también que las alcantari-
llas no deberían hacerse de madera sino de piedra, y puede parecer
que los trabajos se empezaron desde luego.
El informe del señor Cabrer desalentó de todo punto al Fiscal
quien atento a lo desproporcionado de los fondos que era posible
allegar, con la suma propuesta, pidió se pasara el negocio al

56
Procurador General y al Cabildo para que promoviesen lo más
conveniente y tomasen otros arbitrios. El Cabildo opinó que se
debería estar a lo acordado, por lo mismo que lo que se había
recaudado no alcanzaba, y pidió que se dictasen nuevas y eficaces
providencias para que se verificase la recaudación de las sumas
repartidas.
En 1807 hallamos ya citado a D. Bernardo Anillo como di-
rector de la obra, y al oidor D. Andrés de Porto carrero, nombra-
do como el Virrey Amar Superintendente de la misma. D. José
Pío Domínguez, Diputado Pagador, presentó en junio, del propio
año una cuenta de los gastos hechos en la obra, desde que se
empezó (no sabemos cuándo sería) hasta 31 de mayo de aquel
año.
Por muerte del señor Portocarrero, fue nombrado Superinten-
dente el Oidor D. José Bazo y Berry, el 19 de Agosto de 1808.
A él ocurrió en octubre siguiente D. Pío Domínguez quejándose
de falta de fondos, para satisfacer las listas de la semana corriente.
El Superintendente propuso entonces que se echara mano de
los fondos pertenecientes al ramo de camellón.
En noviembre de 1808, calculaba el señor Bazo que se necesi-
tarían 250 pesos semanales para raciones del presidio (que corrían
por cuenta de la obra) y para los demás gastos. Para reintegrar
ciertas anticipaciones que él había hecho y para los gastos que
habrían de haber hasta el fin del año, giró el Virrey contra las
Cajas Reales.
Parece, pues, que durante el gobierno de D. Pedro Mendi-
nueta (desde 1797 hasta 1803) poco o nada se trabajó en la
proyectada empresa, y probablemente no se pusieron manos a la
obra sino en 1806 ó 1807.
Cuando nosotros abrimos los ojos (allá por los años de 1835),
existía el camino que existe hoy. desde la salida de la ciudad
entre el punto llamado "La Calleja", abajo del pueblo de Usa-
quén; tenía zanjas a los lados, pero no estaba macadamizado.
Desde dicho sitio tenía, quien iba por ese camino. que subir a
tomar el antil!Uo, por el camellón que existe todavía para ponerlo
en comunicación. El pedazo de camino nuevo cornorendido entre
La Calleia y el Hotel Santander, fue construído por contrato
con el señor D. Luis Silvestre, de 1843 a 1845.
Este mismo señor macadamizó el año de 43 la parte compren-
dida entre la ciudad y el río del Arzobispo, e hizo algunos puen-
tes en la cercanía de La Calleja.

57
Hacia 1848, los señores D. Rafael, D. Camilo y D. Ramón
Muñoz, hicieron, también en virtud de contrato la parte más
difícil de la obra. Esto es, aquella en que fue menester levantar
una larga calzada y varios puentes en cierta extensión de terre-
nos anegadizos.
En 1866, la primera junta del Camino del Norte, emprendió
los trabajos merced a los cuales ha venido a quedar realizado el
pensamiento del señor Ezpeleta.
Esta Junta ha tenido que abrir el camino desde mucho más
acá del cerro de Torca, que levantar de nuevo muchos puentes
de los construídos en años anteriores y macadamizar casi toda
la carretera, tanto en su parte antigua como en la abierta por
ella misma.
El D. Bernardo Anillo, que hemos citado y que, según nos
consta, fue el que hizo el trazado del camino en toda su exten-
sión, era ingeniero muy hábil, discípulo del famoso Bails, y ha-
bía sido enviado a Santafé. por el Gobierno Español para que
enseñara matemáticas.

58
LOS CRISTOS
DE LA VERACRUZ
El presente número del "Papel Periódico Ilustrado" lleva la fecha
de uno de aquellos dlas en que el mundo cristiano conmemora
el augusto misterio de la Redención. Para tomar parte en esa
solemnidad, el "Papel Periódico Ilustrado", en vez de ocupar su
primera página, según su costumbre, con el retrato de algún per-
sonaje importante en nuestra historia, la dedica al recuerdo del
que es más importante en la historia de todas las edades, del que
en las artes, corno en todo, es fuente de alta y eterna inspiración,
de Aquel a quien la poesía, la escultura y la pintura han consa-
grado siempre sus mayores esfuerzos.
Con este fin ofrece en dicha primera página la representación
de tres Crucifijos monumentales que se veneran en la iglesia de
La Vcracruz de esta ciudad.
Uno de los tres, el más venerable y hermoso, es el que tuvo
en las manos San Francisco de Borja al tiempo de expirar. Nues-
tro benemérito historiador, el Obispo D. Lucas Fernández de
Piedrahita, da acerca de él la noticia que está contenida en las
siguientes líneas: "El Colegio de la Compañía de Jesús... tiene
casa de Noviciado aparte, en la calle mayor de la parroquia de
Las Nieves, a quien el autor de este libro, el año de 1662. donó el
milagroso crucifijo que tenía y con que murió San Francisco
de Borja." 1
Con el testimonio del señor Piedrahita no concuerda el de mi
amigo D. José Se~ndo Peña. quien en un escrito sobre la tumba
de Quesada. publicado en el "Panel Periódico Ilustrado" (volumen
11, página 26), afirma (fundándose, a 10 que entiendo. en alguna
relación oral que había oído) que aquel Crucifijo fue enviado por
el P. Acuaviva. General de los Jesuitas, a D. Juan de Borja. Pre-
sidente de la Audiencia de Santafé.
Añade el señor Peña que en siglo pasado, cuando la expulsión
de los Jesuitas, el P. Rector del Noviciado regaló aquella reliquia

1) Junto con este Crucifijo, donó al Novlciano el seflor Piedrahita una


carta autógrafa de Son Jgnaclo de Loyola a San Francisco de Baria.
Esta carta se ha perdido.

61
a la iglesia de La Vera cruz. Pero nosotros nos inclinamos a
creer que el Crucifijo no estaría ya, cuando se verificó la expul-
sión, bajo el dominio o la custodia del Rector del Noviciado, pues
éste ya hacía años que se había trasladado a Tunja. No nos pa-
rece, pues, fácil determinar cómo pasó la Santa imagen del dicho
Noviciado, que es lo que hoy se llama El Hospicio, al templo en
que actualmente se le venera. Si los novicios y el Rector se lo
hubieran llevado a Tunja, es muy verosímil que allí hubiera que-
dado y que hoy enriquecería a aquella ciudad juntamente con
las otras venerables y curiosas antigüedades con cuya posesión
justamente se envanece. En momentos tan aciagos y apretados
como los de la expulsión el P. Rector no habría estado para andar
escogiendo la persona o la iglesia que había de ser favorecida
con el precioso regalo.
La efigie es de marfil, devota y, a nuestro entender, de mérito
artístico. Representa al Señor en espiración. La escultura mide
26 centímetros, está en una cruz de ébano, de 70 centímetros de
altura, adornada con embutidos y con guarniciones de plata en
los extremos. El Crucifiio está en una caja de madera de más
de un metro de alta, dada de colorado y con dorados. La caja,
obra de talla muy hermosa, tiene forma de cruz y está cerrada
por delante con vidrios. Esta preciosa reliquia se halla colocada
en la mesa principal de la sacristía.
Las otras dos imágenes de Cristo crucificado excitan afectos
menos apacibles que ésta de que acabamos de hablar. Ambas
estuvieron destinadas, no sabemos desde cuándo, pero segura-
mente desde hace muchos años, para el servicio de los ajusticia-
dos, y ambas acompañaron y confortaron en la hora suprema
a los mártires de la patria, en los días aciagos, pero gloriosos, de
la ocupación de esta ciudad por el ejército pacificador. La más
grande está pintada en la cruz, que es de tabla. La figura tiene
64 centímetros y la cruz un metro y 76 centímetros. En la parte
inferior está pintada la imagen de la Virgen Dolorosa; pero am-
bas pinturas se han oscurecido tanto con el tiempo, que hoy no
puede juzgarse de su mérito. No obstante, algún inteligente nos
ha dicho que en ellas se descubren los vestigios de un buen cla-
roscuro. Hállase hoy en la pared de la iglesia, enfrente al púlpito.
Este crucifijo. o para hablar con propiedad rigurosa, esta cruz,
se ponía en el altar que se formaba en la pieza de la cárcel que
servía de canilla para los reos.
La otra imagen, que representa muerto a Jesús, escultura de
64 centímetros de alto, fijada en una cruz un poco tosca, es

62
(y nos atrevemos a declararlo a pesar de nuestra incompetencia)
de mérito mediano, como podrá verlo cualquiera que se acerque
al altar que queda en el presbiterio contra la pared que divide
a éste de la sacristía. A\lí se ha\la en una peana; pero cuando
se le sacaba para acompañar con él a los ajusticiados, se
colocaba en una asta de tres metros de largo, la que se con-
serva todavía.
Era chiste común entre los santafereños decirle a este Cristo:
Señor, ¡que no te vea yo a la hora de la muerte! Y aún se
cuenta que a uno a quien se le oyó esta deprecación en tiempo
de Morillo, le iba costando caro el donaire.
Existía y tenía su asiento en La Veracruz la Hermandad del
Santo Celo de Servitas de María. Los cofrades tenían entre
otras obligaciones la de proporcionar a los sentenciados a muer·
te los auxilios temporales, si eran pobres, y los espirituales a
todos. De vino los proveían, fueran pobres o acomodados.
Cuando llegaban las cinco de la tarde del día en que un reo
debía entrar en capi\la, salía de La Veracruz el Monte de Pie-
dad. ¿Dábase este nombre a la Cofradía de que hablamos arriba,
por ser institución en que se formase algún fondo para sub-
venir a las necesidades de las viudas y los huérfanos de los
cofrades o para otro fin semejante? No 10 sabemos ni hemos
ha\lado quién nos 10 explique. Se decía que salía el Monte de
Piedad cuando se encaminaban de La Veracruz a la cárcel el
cape\lán de la iglesia, delante del cual se \levaba el Crucifijo
en el asta, un sacristán o acólito que iba delante tocando una
campana, otro que \levaba la túnica que debía vestir el reo en
el acto del fusilamiento, otros con dos faroles de plata calados
y sin vidrios, y algunas personas más que por devoción o caridad
querían formar parte de la comitiva.
La túnica que decimos era blanca con manchas rojas, si el
reo lo era de homicidio. Nuestra legislación penal determinaba
el color y atributos de la túnica para los diferentes casos.
El Crucifijo permanecía en la capi\la hasta el día de la
ejecución. El sacerdote que iba auxiliando al ajusticiado hasta
el lugar del suplicio, lo \levaba en la mano y lo hacía fijar en
el suelo de manera que el reo pudiese contemplarlo y dirigirle
sus plegarias en los momentos postreros.
Cuando todo estaba consumado, la Hermandad recogía el
cadáver y celebraba los funerales sin pompa ni aparato.

63
EL FISCAL DON
FRANCISCO ANTONIO

MORENO Y ESCANDaN
Señor Redactor del "Papel Periódico Ilustrado":
Para satisfacer el deseo que usted me ha manifestado de que
le envíe una biografía de mi bisabuelo D. Francisco Antonio
Moreno, remito a usted la que escribí para "El Mosaico" en 1865.
Sé que usted abriga el propósito de no dar cabida en el
"Papel Periódico Ilustrado" sino a producciones inéditas; pero
pase usted cuidado, que son tantas las supresiones que he
hecho y las variaciones y adiciones que he introducido en la
dicha biografía, que ya puede mirarse el manuscrito presente
como pieza original.
Fuera de esto, si existen algunos ejemplares de los números
de "El Mosaico" en que salió el escrito primitivo, no pasarán de
tres; y aunque existieran trescientos no por eso dejaría de estar
hoy ignorada y oculta la biografía para todos los colombianos.
Para mí nada hay tan inédito como lo que aquí se edita en uno
de aquellos periódicos que no están precisamente destinados a
formar un libro. ¿Qué cosa más difícil de encontrar que un
artículo que a usted le parece haber publicado en "El Tiempo", en
"La América" o en "El Tradicionalista"? Si usted no lo hubiera
dado a la estampa, ahí lo tendría entre sus papeles, como oro
en paño; pero como lo vio en letra de molde, se dijo: "ya está
ahí seguro"; dejó que en la imnrenta destruyeran el· manuscrito,
y hoy costaría mucho más trabajo dar con el tal artículo en el
periódico en que dr>beestar, que hacer una docena de artículos
más largos y mejores.
En todo caso es seguro que lo poco que tiene de édito no es
el mayor de los defectos de la biografía que remito a usted.
Su amigo,
José Manuel Marrequin
Junio 25 de 1885.

67
I

Interesados los historiadores y periodistas de la América es-


pañola en extender la fama y realzar el mérito de los hombres
eminentes que ha producido nuestro suelo, después de fecundi~
zado, con la sangre que se derram6 por la Independencia han
echado en el olvido a muchos ilustres hijos de esta tierra que
en los siglos pasados florecieron.
y el silencio de los escritores, no menos que el mucho recalcar
sobre el atraso y abyecci6n en que yacían estos países bajo el
régimen colonial no ha podido dejar de inducir a error a sus
ac:ua1cs pobladores y a los extranjeros, dejando discurrir que
el suelo de nuestra América, fecundo durante el presente siglo
en varones esclarecidos, estéril hasta el pasado no pudo producir
uno solo, en más de doscientos años que mediaron entre la
colonización y la Independencia. -
Un desierto mostrándose al amanecer de un bello día cubierto
de bosques y de mieses a la vista del viajero que al anochecer
levantó su tienda sobre arenas abrasadas, no ofrecería un fen6-
meno más inexplicable que un país poblado hasta ayer de
hombres oscuros y casi idiotas ostentando hoy con orgullo en
que abundan los ingenios distinguidos y los caracteres recomen-
dables y que las artes nacen por encanto como en los tiempos
en que los dioses las hacían florecer súbitamente en las co-
marcas del Egipto y de la Grecia.
No se ha observado ciertamente tal singularidad en nuestro
país: la esclarecida generación que floreció en tiempo de la
guerra de Independencia, no fue la primera en que se hallaron
talentos cultivados: a ésta precedieron otras que gradualmente
habían ido adelantando en ciencia y en cultura.
Uno de los granadinos más recomendables, entre cuantos,
por sus luces, su benéfica actividad y su amor al bien público,
dieron lustre a su patria, y al mismo tiempo uno de aquellos
cuyo mérito fue más que reconocido por el Gobierno de la metr6~
poli. fue D. Francisco Antonio Moreno.

69
II

Nació D. Francisco Antonio Moreno y Escandón en la ciudad


de Mariquita el 25 de octubre de 1736. Pertt:neCJan sus padres.
D. MIguel Moreno y Da. Manuela Díaz de Escandón a ilus-
tres familias, y ya gozaban desde principios del Siglo XVI del
fuero de hijosdalgo notorios de sangre. El D. Miguel habia
desempeñado varios importantes destinos en las ciudades de
Cartagena y Mariquita, y el de Superintendente general en la pro-
vincia del Chocó.
Pasó D. Francisco en temprana edad a la capital del Virrei-
nato, en la que, después de haber cursado latinidad y letras
humanas, estudió filosofía; y precediendo los actos literarios
acostumbrados, obtuvo los grados de bachiller y maestro en
aquella facultad. Tan señalado fue su aprovechamiento que
desde el primer año fue elegido para sustentar un acto público
de conclusiones, que defendió con universal aplauso y admira-
ción. Cursó en seguida teología, derecho canónico y jurispru-
dencia civil, y durante su carrera escolar fue elegido dos veces
más para defender conclusiones, y de las que defendió se habló
mucho en aquellos tiempos, por haber sobresalido extraordina-
riamente entre todos los actos del mismo género que solían verse.
La fama que a duras penas ganan otros y el prestigio que
pocos adquieren después de haber avanzado en su carrera pú-
blica y de haber obtenido triunfos en el ejercicio de su profe-
sión, acompañaban ya al señor Moreno cuando, apenas recibido
de abogado, se dejó ver en el foro y cuando obtuvo sus pri-
meros empleos: tal había sido el lucimiento de su carrera escolar
y el ruido que habían hecho sus triunfos literarios.
La universidad, corporación en que había reflejado el brillo
de su aventajado alumno, le confió, reconocida, la cátedra de
Instituta; de ésta le promovió luego a otras, como a la de
prima de derecho canónico.

III

Los primeros destinos que en lo público obtuvo y desemoeñó


fueron el de asesor general del Ayuntamiento y de la Casa de
Monf'da. el de Procurador General. el de nadre de menores. el
de defensor de las rentas decimales y el de alcalde ordinario.

'10
Uno de los servicios que, como Procurador, prestó a la ciudad,
merece particular mención. Tratábase de levantar la iglesia de
la Tercera, y pretendían sus fundadores construírla prolongando
la ermita del Humilladero. El doctor Moreno se opuso a este
proyecto y estorbó su ejecución, tanto por respeto a aquel vene-
rable monumento, como para evitar que se afease la plaza de
San Francisco.
El señor Moreno casó ellO de junio de 1759 con doña
Teresa Isabella, distinguida señora española, natural de la Villa
de Morón, en jurisdicción de Sigüenza. Su descendencia se
conserva en Bogotá, y es hoy numerosísima; pero no subsiste
su apellido, el que no fue conservado sino por un hijo var6n,
que se estableció y dejó sucesión en España.
Los virreyes Salís y Mesía de la Cerda informaron a la
Corte en favor del señor Moreno en los términos más honoríficos
y vehementes. Otro tanto hicieron el Cabildo secular, la univer-
sidad y el Arzobispo; y este último expuso además que a me-
nudo le pedía su dictamen en las causas más arduas que ocu-
rrían en la Curia. Recomendóle también en audiencia como
digno de los más importantes empleos por su alta capacidad y
por el celo que había desplegado y la expedición de que había
dado muestras en el desempeño de los que se le habían conferido.
En el año de 1761 recibió del Gobierno el nombramiento de
abogado fiscal de la Audiencia, con el fin de que ayudase en el
despacho de la fiscalía a D. José Antonio Peñalver.
Tres años más tarde partió para la Corte con el fin de pre-
tender, según en aquellos tiempos lo practicaban los que se-
guían la carrera de los empleos públicos.
En Madrid se hizo notable por sus luces e ingenio. Era co-
nocido por "el indiano", y señalado por todos en las calles.
Según se refería el señor D. José María del Castillo Rada, el
Consejo de Indias, con la mira de poner a prueba la actitud del
señor Moreno, puso en sus manos un abultadísimo expediente,
ordenándole que formase de él un memorial ajustado y que
redactase el proyecto de la sentencia que el Consejo había de
pronunciar sobre el negocio que era materia del expediente.
Concediole quince días de término para cumplir con lo que se
le había prevenido; mas al tercer día estaba ya presentando
al Consejo el memorial y el proyecto, el que sin ninguna mo-
dificación fue aceptado.

71
En su viaje de ida' y en parte del de vuelta, fue escribiendo
D. Francisco Antonio un diario que insertaríamos en esta bio-
grafía, por ser a juicio nuestro bastante curioso, si no temié-
semos que los lectores lo miraran como poco interesante por
ser muchas las noticias que contiene acerca de los lugares
que su autor recorrió sabidísimas y triviales en un tiempo como
el presente en que nuestras librerías están atestadas de libros de
viajes y de geografía. Dicho diario da a conocer las atenciones
de que el señor Moreno fue objeto en todos los lugares por
(¡onde pasó de Santafé a Cartagena, y aun en algunos de España.
Contiene además curiosos datos sobre el modo como se viajaba
aquí y en la Península a mediados del siglo pasado.
El día 15 de junio de 1765 se le extendió el título de Fiscal
Protector de la Real Audiencia de Santafé, y a los siete meses.
hallándose ya de regreso, tomó posesión de su nuevo destino.
El empleado que llevaba el nombre mencionado, o bien el
de protector de indios, tenía las atribuciones propias de un per-
sonero de los indígenas, y era de su incumbencia amparar a
éstos en sus derechos, corregir los abusos que por una ominosa
tradición nunca dejaban de cometerse contra ellos, y promover
en todo la mejora de su condición.
Hasta el año de 1766 desempeñó el señor Moreno este sim-
pático destino, cuyas funciones se hallaban en cabal armonía
con el espíritu de beneficencia que le caracterizaba. Mas no
fueron ellas en ese lapso de tiempo el único objeto de su aten-
ción; que harto en que eiercitar su maravillosa actividad le
dieron el Rey. el Gobierno del Virreinato, los particulares y su
propio eSPíritu emprendedor y reformista.
En 1770 desemneñó interinamente la plaza de fiscal de la
Audiencia, y despachó en el corto tiempo en que estuvo desem-
peñando este empleo setecientos noventa y cinco expedientes, sin
dejar de ocuparse en los negocios de su propio ministerio.
El año de 1771 fue nombrado por el Virrey juez conservador
del ramo de correos, y ya desde 1766 lo era de los de tabaco
y aguardiente.
En 1772 y 1776 tuvo, en ausencia del Virrey, encargo y fa-
cultad de dictar órdenes en todo lo concerniente a las rentas
expresadas y a la de salinas.
Por real cédula que ,lleva la fecha de 1774 se le nombró Visi-
tador de las provincias del distrito de la Real Audiencia de

72
Santaté, para que "numerase los indios, reuniese los corregi-
mientos tenues, levantase mapas de su demarcación y arreglase
las tasas"; y (según el documento que sobre este asunto poseemos
y que textualmente vamos copiando) "en menos de cuatro meses
recorrió la provincia de Tunja hasta la línea que divide este
Virreinato de Maracaibo, y visitó cuatro ciudades, tres villas,
setenta y cuatro parroquias de españoles y treinta y siete pueblos
de indios, en que numeró 4 612 tributarios con el total de
24.657 indios de ambos sexos y todas las edades y 33.628 ve-
cinos españoles cabezas de familia, con 158.265 almas de esta
clase y de una y otra casta".
Posteriormente, en desempeño del mismo encargo, "visitó y
demarcó el territorio de un nuevo corregimiento que el Rey
había ordenado se estableciese en esta capital", asunto que ig-
noramos por qué causa quedó pendiente.
En la Biblioteca Nacional de Bogotá se halla un plano geo-
gráfico acerca del cual no necesitamos dar más noticias que las
contenidas en su título, que el siguiente:
"Plano geográfico del Virreinato de Santafé de Bogotá, Nuevo
Reino de Granada, que manifiesta su demarcación territorial,
islas, ríos principales, provincias y plazas de armas, lo que
ocupan indios bárbaros y naciones extranjeras, demostrando los
confines de los dos reinos de Lima, México y establecimientos
de Portugal, sus lindantes; con notas historiales del ingreso
anual de sus rentas reales y noticias relativas a su actual estado
civil, político y militar. Formado en servicio del Rey nuestro
señor por el O. O. Francisco Moreno y Escandón, Fiscal pro-
lector de la Real Audiencia de Santafé y juez conservador de
rentas. Lo delineó O. Joseph Aparicio Morata. Año de 1772
gobernando el reino el excelentísimo señor Bailía Frey don
Pedro Mesía de la Cerda."

IV

Sin curarnos gran cosa del orden cronológico hemos aglo-


merado ciertas noticias en el capítulo que antecede, propo-
niéndonos presentar en cuadros separados la de los más notables
servicios que hizo a su patria D. Francisco Antonio Moreno.
Veamos en primer lugar cómo hizo se elevasen los productos
de la salina de Zipaquirá a la categoría de renta pública y se
regularizase su administración.

73
Conforme a una larga costumbre y a varias disposiciones
conrirmadas por una real cédula de 19 de febrero de 1760, se
disponía de los productos de la salina de Zipaquirá en bene-
ficio del vecindario, y como los indios que a él pertenecían tu-
viesen derecho a participar de ellos, el doctor Moreno, en su
calidad de protector de indios, representó al Gobierno solicitando
se ordenase al Corregidor y al Teniente llevasen en adelante
con toda escrupulosidad la cuenta de los dichos productos y la
rindiesen de los que durante cierto período habían entrado en
caja. Movido por esta representación, resolvió el Virrey que
el mismo señor Moreno practicase una visita en la salina, lo
que no se puso inmediatamente por obra por haber incurrido
varios negocios de sumo interés para el servicio público; mas un
motín o asonada que a principios de 1768 tuvo lugar en Zipa-
quirá dio motivo para que el Fiscal protector, comisionado es-
pecialmente para pacificar aquella población, pasase a ella y se
acunase en el desempeño de la que, en orden a la salina, había
recibido.
En nada se asemejaba el método observado en aquellos tiempos
para beneficiar la salina y para recaudar sus rendimientos al
que se sigue en los presentes. El agua salada que durante cierto
período producían las vertientes llamadas de La-Ramada, La-
Barranca y Rute, se vendía a los vecinos del pueblo por una
cantidad fija y tan exigua que el señor Moreno calculó harían
los compradores una ganancia líquida de 300 por 100.
Cada comprador estaba obligado a permitir que los indios,
por turno, tomasen una parte de aquella agua y la beneficiasen
en el horno en que él cocía la suya. Un pozo denominado San-
Pedro y otros muy inferiores estaban reservados a los indios,
quienes, careciendo siempre de fondos para anticipar los gastos
de producción no sacaban utilidad alguna positiva, y su desva-
limiento y su ignorancia eran lastimosamente explotados por los
agiotistas y especuladores a cuyas manos iban a parar todos
los rendimientos de la mina.
El Teniente de Corregidor, empleado que por mucho tiempo
había tenido a su cargo la venta de agua salada, hubo de
confesar lisa y llanamente ante el Fiscal protector que éL en
aparcería con el corregidor, se había estado aprovechando del
producto total de un pozo denominado El Manzano, y anremia-
do a rendir cuentas, no pudo presentar otra cosa que una lista
o apuntamiento de los hornos de sal vendidos, sin expresión
del tiempo ni de las otras circunstancias de cada venta.

74
La boca de la mina de sal vijua estaba abierta y toda la sal
que de ella salía era sacada fraudulentamente. Las vertientes y
los pozos de que hemos hecho mención se hallaban convertidos
en lodazales, por falta de ramadas, albercas y conductos ar-
tificiales.
Los indios que. de muy antiguo, debían de estar acostumbra-
dos a vivir atenidos a las utilidades que la salina había de
rendirles, descuidaban las labores del campo, dejaban abando-
nados los resguardos y vivían en la holgazanería y en la más
deplorable miseria.
En semejante lastimoso estado halló el doctor Moreno la
salina. y de él se enteró examinando prolijamente todas sus
partes. tomando informaciones de cuantos en ella tenían inter-
vención y registrando los documentos que pudo haber a las
manos. y con el fin de descubrir por sí mismo y con certeza
a qué suma debían ascender los productos de la salina, hizo el
experimento de recoger el agua salada que cada una de las
vertientes produce en un minuto; hízola cocer a su vista. y pesó
la sal que de cada operación resultaba; con que pudo demostrar
que la renta anual que debían producir los hornos de La-Ramada,
La-Barranca y Rute, supuesto que el modo de beneficiar las
aguas no se mejorase, era la de 7 . 165 pesos. Puso también a la
vista lo píngüe de la renta de que podían gozar los indios y
todos los vecinos de Zipaquirá, dejándoles el derecho de comprar
las aguas de aquellas vertientes, y favoreciendo a los indios con
el de participar del agua que en cada hornada se cocía, y con
el de beneficiar para su exclusivo provecho la de algunos de los
pozos menos ricos.
Hizo del mismo modo pateI)te en el luminoso informe que
sobre esta materia dirigió al Gobierno, la necesidad de empren-
der ciertas obras sin las cuales jamás podría remediarse el
desaseo con que se manejaban las aguas saladas, el desperdicio
que de ellas se hacía y los innumerables fraudes que se come-
tían, y la de crear los destinos de administrador y juez privativo
de la salina. Propuso, por último, que los productos de ella
se elevasen a la categoría de renta pública, haciéndose ingresar
a la hacienda el sobrante que resultara después de atender a
los fines para los cuales. según la legislación vigente, estaban
destinados aquellos productos. Declaró cómo podía conseguirse
tan importante objeto, no sólo sin perjuicio para el vecindario
de Zipaquirá, sino con manifiesta utilidad para él. Solicitó que
de los fondos del ramo se pagase a ciertos empleados que debían
practicar algunas diligencias cada vez que los indios hacían
reclamaciones ante la justicia; llevando en esto la mira de re-
mediar los males a que se veían expuestos, no pudiendo como
de hecho no podían, satisfacer a escribanos, procuradores cu-
riales y agentes del Fiscal derechos ni eventualidades; y por
último, pidió se elevase a conocimiento del Soberano cuanto
había informado y propuesto, con el fin de que se consiguiera
una reforma estable en el negocio sobre que había informado.
Todo lo propuesto por el Fiscal Protector fue mandado ob·
servar por decreto del Gobierno, expedido en 14 de junio de
1768; y al mismo magistrado se cometió la formación de las
instrucciones a que debían arreglarse el administrador y el juez
de la salina para plantear las ideas contenidas en el informe.
Por una real cédula se le confirió el encargo de guardar una
de las tres llaves de la caja en que se depositaban los pro-
ductos de la venta de sal.

v
En el año de 1767 había el señor Moreno recibido del Rey
D. Carlos III la comisión de notificar la orden de su expulsión
a los jesuitas de la casa que tenía en Santafé la Compañía, a
quienes se había procurado mantener ignorantes de la providen-
cia que contra ellos se había expedido. En la fecha que se le
había señalado, y a las doce de la noche, se dirigió el señor
Moreno al colegio de la Compañía y tocó a la puerta, teniendo,
al cumplir aquella comisión, por extremo penosa para él, sor-
prender a los religiosos; mas la puerta se abrió al punto corn.o
por sí misma, y se vio a la comunidad formada en el vestíbulo.
los breviarios bajo el brazo, y dispuesta a emprender el camino
de destierro.1
"Uno de los establecimientos públicos, dice en el número 225,
que debe esta cauital al señor D. Francisco Antonio Moreno
es el de los reales hospicios para pobres inválidos de ambos sexos.
Este ministro, cuyo nombre se inmortalizará, levantado siemnre
en alto sobre las manos de aquella porción de infelices que en-
cuentran tan caritat;vos asilos, proyectó la creación de esta.s
casas de piedad, proponiendo como aplicable para la de hom-

1) Esta es la tradición conservada en la familla del señor Moreno.


El señor Groot. y algún otro historiador. refiere que el Virrey en per-
sona notificó a los padres ~esuitas el decreto de expulsión.

76
bres el edificio del antiguo seminario, y para la de mujeres el
antiguo colegio noviciado de la religión extinguida, con ciertos
productos de la salina de Rute y Cajera y otros efectos de tem-
poralidades que podrían servir de fondo y renta anual para el
socorro de los pobres.
"Manifestó su proyecto al Gobierno superior del Reino y
persuadido éste de la importancia y utilidad de establecimientos
de esta clase, dio cuenta al Rey para su aprobación, la que
desde luego obtuvo de la real piedad por cédula dada en San
I1defonso, a 20 de agosto de 1774, en la que, declarándose del
Real patronato los dos hospicios, mandó S. M. formar los esta-
tutos con que debían gobernarse, y se formaron por el mismo
señor Moreno, mereciendo igual aprobación por otra real cé-
dula despachada en Aranjuez a 10 de junio de 1777, quedando
dicho señor y sus sucesores en el empleo que desempeñaba,
¡:>ürjueces conservadores de estas dos casas."
A nosotros sólo nos resta añadir que el señor Moreno siguió
ocupándose en este negocio hasta dejar establecido el hospicio.
Al mismo D. Francisco Moreno pidió informes la Corte sobre
la manera como debían administrarse las temporalidades de la
extinguida Compañía ocupadas por el Gobierno, y sobre la
aplicación que pudiera dárseles con mayor provecho para el
público. En contestación escribió y remitió el Plan de ocupación
de las temporalidades de la Compañía.
Fue creada por el Gobierno de la Metrópoli una corporación
denominada "Junta superior de aplicaciones", cuyos miembros
eran el Virrey, que lo era a la sazón D. Manuel Guirior; el pre-
lado d;ocesano, cuyas funciones estaba desempeñando D. José
Gregorio Díaz Qui;ano, gobernador del Arzobispado en sede
vacante; el oidor decano de la Audiencia, que lo era entonces
D. Joaquín de Aróstegui y Escoto; D. José Antonio Peñalver,
como fiscal de S. M., y el protector de indios que, como sabemos,
lo era D. Francisco Antonio Moreno, quien por la elevación
de su espíritu y la superioridad de su carácter, vino a ser el
alma de aouella corporación, la cabeza que discurría y el
brazo que ejecutaba.
Una vez distraídos de su fin los bienes que los particulares
h~bían cedido a los iesu;tas, lo más razonable era oue se des-
tinasen a obietos de utilidad pública: así lo com11rendió el señor
Moreno. y harto 1(\ "rucba la idea que concibió de fundar un
hospicio y una biblioteca.

77
Sobre esta materia dejaremos hablar a D. Manuel del Socorro
Rodríguez, redactor del "Papel Periódico" de Santafé de Bogotá.
Ahora dejaremos que el mismo D. Manuel del Socorro Ro-
dríguez nos refiera lo concerniente a la fundación de la bi·
blioteca:
"Hay hombres, dice en el número 264 de su 'Papel Periódico',
que dotados de un alma de temple nobilísimo, se distinguen,
no sólo por la sublimidad de sus luces, sino por un genio be-
néfico que les inspira las ideas más oportunas para el bien
público y para el honor de la patria. Tal es la justa pintura y
digno elogio que le conviene a un ilustre hijo de la ciudad de
Mariquita, cuyo mérito es bien notorio en esta capital, en la
que hizo sus estudios. .. Le habríamos hecho un notable agravio
a la esclarecida memoria del señor D. Francisco Antonio Mo-
reno y Escand6n si hubiésemos omitido insertar en nuestro
periódico la noticia que hoy damos a luz para que la posteridad
le tribute el debido homenaie de amor y gratitud por el precioso
establecimiento de la Real Biblioteca Pública.
"La religi6n extinguida poseía un gran número de libros
en sus colegios de esta capital, en los de las ciudades de Tunja
y Pamplona y en el de la Villa de Honda... No podría darse
a estos libros un destino más útil y apreciable que el de colo-
carlos en la capital como un erario público donde todos los
hijos de las ciudades circunvecinas pudiesen francamente disfru-
tar de este precioso tesoro... Son muchísimos los estudiantes
pobres que carecen de medios para adquirir aun las obras más
precisas de las facultades que profesan, y sin tenerlas es im-
posible que aun el ingenio más sublime llegue a poseer los
rudimentos científicos con alguna exactitud. No sería otra la
reflexi6n que movió el espíritu patriótico del señor D. Fran-
cisco Antonio Moreno a representar tan eficazmente al superior
Gobierno lo mucho que interesaba al bien público y al honor
de esta ciudad el establecimiento de la Real Biblioteca. Su
fundada y juiciosa solicitud fue atendida con todo el aprecio
que merecía. y adontados como convenientes todos los arbi-
trios y mf'dios que propuso para erección de este monumento
público, digno por su obieto de los mayores elogios.
"En junta celebrada sobre este mismo asunto el día 22 de
sentiembre de 1774. qued6 adontado pOr los señores de ella. y
con la anrobaci6n del sunerior Gobierno. el plan relat;vo a las
disposiciones que se podían tomar en orden a los fondos que

78
debían producir el sueldo del bibliotecario, a la pieza y estantes
en que se debían colocar los libros, y a otros puntos concer-
nientes a este importantísimo objeto. Evacuadas las diligencias
y operaciones requeridas conforme lo exigía lo vasto del plan,
se abrió con gran satisfacción del público la Real Biblioteca
de esta capital la mañana del 9 de enero de 1777."
Como agente del Gobierno de la metrópoli para la ocupación
de las temooralidades de los jesuitas, apenas fueron éstos ex-
pulsados, dictó el señor Moreno providencias con el fin de que
no se interrumpiesen los estudios que en el colegio de San
Bartolomé. y baio la dirección de aquellos religiosos, se hacían;
reglamentó provisionalmente los estudios, e hizo se nombrase
rector a su cuñado D. José Antonio Isabella, eclesiástico. dis-
tin{!uido, que, años después, fue elegido Obispo de Comayagua.
Más tarde, y cuando corría el año 1774, se hizo relación ante
la ¡unta suoerior de al'licaciones. de cuya comoetencia había
venido a ser lo concerniente al ramo de estudios, de un exne-
diente en que constaha Que. habipndo defendido el Cole{!io de
Nupotra Señora del Rosario un acto de conclusiones. sostenido
el sistel11a con"'rnicano, había convidado posteriormente el Con-
vento de Predicadores. a nomhre de la universirhd. para otro
arto pn que se prol"onía iml"urnarlo; y hahía dirigido con 1'ar-
ticu1aridad un aserto al doctor D. José Celestino Mutis (Que
era quien había promovido el nrimer acto). censurando el dicho
sistema como opuesto a las doctrinas católicas, sobre lo cual
produio queja ante el Virrey. De aquí se originaron des ave-
m'ncias y contestaciones; y la junta superior cometió al señor
Moreno la formación de un plan de estudios.
Desempeñó él su comisión, dando en el modo como lo hizo
una nueva y relevante prueba de su talento práctico, de su
instrucción y de su laboriosidad. Halló en el ramo de estudios
corruptelas y defectos, y, con el mismo celo de que se sentía
animado siempre que se trataba de adelantamientos y de me-
joras, se propuso reformarlo. Pero desgraciadamente en esta
ocasión su vista, de ordinario perspicaz, no penetró las verda-
deras causas de los males que era necesario remediar; y así
fue que, al mismo tiempo que propuso reformas acertadísimas.
puso gran conato en desterrar de los estudios universitarios la
filosofía escolástica.
Si el plan de estudios del señor Moreno hubiera sido aproba-
do nor el Rey y hubiera regido por bastante tiempo, se habría
hecho patente el yerro en que había incurrido su autor. En

79
efecto, ¿qué se habría sustituído desde el último tercio del siglo
pasado a aquel sistema tilosóüco sino delirios y utopias, tales como
las que más tarde han venido a convertir nuestros establecimien-
tos universitarios en cátedras de doctrinas estériles o corruptoras?
Nos abstendremos de ofrecer a los lectores una noticia ana-
lítica de todo el plan de estudios: las ideas desenvueltas en él
han sido en su mayor parte adoptadas en los planes que pos-
teriormente han regido, y así, parecen hoy triviales. Nos con-
tentaremos con apuntar unas pocas de las especies que má:;
nos han llamado la atención al leer aquel documento; las que.
si acaso carecen de interés, pueden considerarse a lo menos
como datos para la historia de los estudios y de las letras en
la Nueva Granada.
Manifiesta el autor que la enseñanza que pudiera llamarse
pública estaba reducida a las cátedras del Seminario de San
Bartolomé y del Colegio del Rosario, únicos establecimientos
en que debía regir el nuevo plan de estudios; pues a las comu-
nidades religiosas se las dejaba en libertad para reglamentar 10'i
suyos. Eran aquellas cátedras escasas, hallábanse mezquim1•
mente dotadas. y no se abría curso de una facultad hasta que d
anterior se hubiera concluído; no obstante que, por una corruptela
de deplorables consecuencias, solía permitirse a los que sób
habían ganado su primer año de filosofía pasar a facul' ad
mayor. Las materias que se cursaban eran latinidad. filosofía.
teoloqía y jurisprudencia. El estudio del derecho canónico estaba
incluído en el de la última de estas facultades. De medicina
no se daban lecciones sino en una clase que en el Colegio del
Rosario regentaba D. Juan Vargas, que había sido graduado en
aquella materia por los religiosos de Santo Domingo. El plan
disnone que se cierre esta clase y que toda enseñanza de me·
dicina quede susnendida hasta que el Rey, a quien ya laiunta
había representado sobre ese particular, provf'yese 10 candu-
centp con el fin de que pudieran abrirse verdaderos cursos de
aquella facultad.
Era ahora ha un siglo. como lo es hoy, permitido a los
particulares abrir establecimientos de enseñanz3. Sunoniendo en
los padres de famiFa el discernimiento y las luces indisnen~ables
para elegir maestros nara sus hijos. pued~ esta libertad ser
admitida en un país adelantado en civilización; mas en la Nue-
va Granada. y en la Nueva Granada del siglO XVIII. era
incontrovertihlpmente monstruosa y ahsurda. El tener fama de
haber sido buen latino en el colegio, el poder hacer un acróstico.

80
era título suficiente para que el pedantuelo más adocenado fuese
tenido por hombre de letras y de ingenio. Con este antecedente
cualquiera puede discurrir cuan fácil era que los padres de
familia fuesen embaucados, y que la educación de gran parte de
la juventud quedase a cargo de los sujetos menos dignos de
desempeñar tan delicado ministerio. El plan ordena que nadie
establezca escuela sin ser previamente examinado y aprobado.2
Fomenta del mismo modo la instrucción primaria gratuita,
estableciendo las reglas que deben observarse en la escuela pú-
blica de primeras letras que mantenian los padres jesuitas, y
que, merced al celo del señor Moreno, Se había conservado des-
pués de la expulsión.
Recomienda muy especialmente para los que han de seguir la ca-
rrera eclesiástica y han de ser curas, los buenos estudios que puedan
hacerlos hábiles para difundir en las poblaciones del campo los
conocimientos útiles concernientes a la agricultura y a la minería.
De lo que el señor Moreno expone en orden a la jurispru-
dencia, se infiere que en su estudio solían los profesores dejarse
ir a las abstracciones, a las sutilezas y a la pedante3ca ostenta-
ción de una erudición estéril. El plan introduce en esto todas
las reformas compatibles con el espíritu de las reales órdenes a
que tenía que ajustarse.
Regía en los colegios la práctica de dictar las lecciones, si-
guiéndose de ella incalculable pérdida de tiempo y los demás
inconvenientes que es fácil discurrir. Este sistema queda pros-
crito en el plan, y en él se dispone se pidan a Europa los libros
señalados como textos, y que de los fondos de los colegios se
ant;cine su importe para que los estudiantes puedan adquirirlos.
El plan obtuvo aprobación de la junta, y su autor el nom-
bramiento de Director real de estudios.3
2) Esta medida que hoy seria anticatólica, no lo era entonces, pues,
mediante las relaciones que existían entre la Iglesia y el Estado, el
Gobi€rno civil podía considerarse autorizado para aprobar a los maestros.
e) En 1777 solicitó el sefior Moreno merced de agua para la casa de
su habítación, ofreciendo pagar lo que se acostumbraba. Diose vista
de la solicitud al Procurador General. quien, encomiando los servicios
que debia la ciudad al sefior Moreno como fundador de los hospicios
y de la biblioteca y como autor del mejor método de estudios y pro-
motor del establecimiento de la Universidad, propuso se le concediese
gratUitamente lo que pedia. El Cabildo acogió gustoso esta proposición
y la aprob6. El Virrey Guirior decia en su relación de mando: "En sólo
un afio que se ha observado este acertadisimo método (referiase al plan)
se ha reconocido por experiencia los progresos que hacen los jóvenes
en la aritmética, álgebra, geometria y trigonometria, en jurisprudencia
y teologia.

81
Le acaeció al señor Moreno lo que al insigne Jovellanos:
aunque buen católico y rigurosamente ortodoxo, no pudo re-
sistir a la influencia de las ideas que en su época formaban una
corriente tanto más capaz de arrastrarlo todo, cuanto, habién-
dose hallado contenida, llevaba la fuerza de su primer ímpetu.
Ignoramos si el señor Moreno quedó medio cogido por aquella
corriente tratando, mientras estuvo en la Península, con algunos
de los corifeo s de las nuevas doctrinas, o leyendo escritos de
los que clandestinamente penetraban en el Virreinato. Ello es
que su espíritu, inclinado a reformas, debió de ofuscarse atri-
buyendo al escolasticismo ciertos males cuyo origen no era
otro que la imperfección con que todo ha solido hacerse entre
nosotros. No debió de contribuír poco a prevenir al señor Mo-
reno contra un método a que él mismo debía su sólida y pro-
funda instrucción, el ver que en las aulas, con el propósito de
ejercitarse en el silogismo, ventilaban a menudo maestros y
discípulos cuestiones cuya solución a nada conducía. Defecto
era este de la época y de los hombres, pero no de una filosofía
que está hoy sacando gloriosamente la cabeza por entre rui-
nas y despojos de innumerables sistemas con los cuales en
cerca de un siglo no se ha conseguido formar en nuestra tierra
varones como -aquP1los que le dieron lustre en la única época
gloriosa de que hace mención nuestra historia.
Como quiera que sea, el señor Moreno procedió, si incau-
tamente, con plena sinceridad; y estuvo muy lejos de mostrarse
adverso a la filosofía escolástica por odio a la Iglesia Católica:
muchas de las expresiones contenidas en el plan de estudios
prueban su respeto a la Iglesia y su interés por los estudios
teológicos.
El haber intervenido en la expulsión y en el manejo y apli-
cación de las temporalidades de los jesuitas le ha traído al
señor Moreno acres censuras y graves cargos de uno de nues-
tros más beneméritos historiadores. Pero estos cargos no podrían
fundarse en otros documentos que en los que nosotros tenemos
a la vista. y en ellos no se encuentra más que lo que llevamos
expuesto en orden al modo como el señor Moreno desemneñó
sus comisiones. Los demás no son otra cosa que especies que
corrían cuando estaban pasando los sucesos. Nosotros para es-
timarlas en su verdadero valor hemos de contemnlar 10 que pa-
s"r'a en nuestros días si se tratase de hacer guerra a all!1Ína
institución tan imnortante y al nronio tiemno tan oonular como
era en aquel entonces la Compañía de Jesús en el Nuevo Reino.
¡Cuántas falsas especies, cuántas susurraciones y cuántos chis-
mecillos no circularían y no pasarían por nuestras propias bocas,
en el caso que suponemos, indistintamente contra todos los que,
como autores o como agentes, tuvieron parte en el hecho! Esto
hubo de suceder cuando la expulsión, y con mayor razón que
sucedería actualmente, pues entonces escaseaban tanto los even-
tos capaces de ocupar la atención pública, y de excitar vivos sen-
timientos, que no ya un acontecimiento tan inesperado y estu-
pendo como la expulsión de la Compañía, sino el acaecimiento
de menos monta, daba materia para conversaciones, comenta-
rios, disputas y hablillas por semanas enteras y tal vez por
largos meses.
Ni se concibe que, habiendo sido impulsado el señor Moreno
a proceder contra los jesuitas por odio a su instituto, se hubiese
conservado en su casa un afecto especialísimo a los jesuitas,
como en efecto se conservó, de lo cual podemos dar nosotros
buen testimonio. Su obediencia a los decretos relativos a los
jesuitas y a sus bienes, que pudiera parecer extraña en un buen
católico, se explica por el hábito de atribuír todas las provi-
dencias del monarca a motivos que no podían calificar los
encargados de ejecutarlas, por la presunción de que el Gobierno
civil no procedía sino de acuerdo con el eclesiástico. y por la
idea que se tenía de la piedad de Carlos 111.

VI
El 27 de marzo de 1776 fue D. Francisco Antonio Moreno
promovido a la fiscalía del crimen en la Audiencia de Santafé.
y el 12 de abril de 1780 al mismo empleo en la de Lima.
Habiéndose trasladado a aquella ciudad, como el suieto que
desempeñaba la fiscalía de lo civil se hubiese por entonces se-
parado de este destino, el doctor Moreno entró a desempe-
ñarla también.
La protecturía general de los naturales estuvo a su cargo en
Lima, como lo había estado en Santafé.
Cinco años después fue nombrado oidor de la misma Au-
diencia de Lima.
Por el acierto y diligencia con que desempeñó los destinos
últimamente mencionados, obtuvo aplauso y recomendaciones
oficiales, como los había obtenido cuando había ocupado otros
puestos.

83
De la Audiencia de Lima pasó a la de Chile con el cargo
de Regente. De esta magistratura tomó posesión el 16 de no-
viembre de 1789. Halló sobre manera recargado el despacho
en aquella Audiencia, por ser su predecesor sumamente an-
ciano y achacoso, e incapaz por tanto de cumplir con su mi-
nisterio. El señor Moreno, mediante su acostumbrada laborio-
sidad y expedición, lo dejó al corriente en pocos días, y se
dice que en muchos de los que siguieron no se reunió el Acuerdo
sino profórmula, pues no le habían quedado negocios en qué
ocuparse.
De cierto documento que hemos visto parece debe colegirse
que el señor Moreno estuvo temporalmente encargado del
gobierno de la Capitanía general de Chile, mas sobre este puma
nada podemos afirmar.
Algún escritor granadino que, si nuestra memoria no nos
engaña, es el autor de la "Peregrinación de Alpha", hace al señor
Moreno el cargo de haber contribuído a excitar el descontento
que dio origen a la guerra de los Comuneros, en 1781, y haberse
marchado para Lima dejando en apuros al Gobierno. Basta
cotejar la fecha en que empezó aquella guerra con los de la
promoción del señor Moreno a la fiscalía de la Audiencia de
Lima (12 de abril de 1780), para descubrir lo infundado de aquel
cargo. Bien pudo suceder que en la visita que hizo en 1774
de las provincias del Distrito de la Audiencia de Santafé, dic-
tase, en cumplimiento de su comisión, alguna providencia poco
agradable para los vecinos de las poblaciones por ir encamina-
das al aumento o a la buena recaudación de ciertos impuestos; 4
pero aunque hubiese podido prever antes de su partida para el
Perú la guerra que iba a encenderse, su obligación era acudir
al servicio del soberano donde éste se lo exigía, y habría sido
co<a descabellada y ridícula que un hombre de sus circunstancias,
inhábil para el eiercicio de las armas, hubiera pretendido prestar
al Gobierno servicios que no le exigia. El autor del cargo 10
hizo sin consultar documentos y sin tomar en cuenta el esníritu.
las instituciones y las costumbres de la época en que acaecieron
los mcesos a que se refiere.

4) Según el sefior Groot, entre los indios habia ocasionado disgusto


la disposición del sefior Moreno dictada cuanrlo hizo la visita de
ci"'rtos pueblos, por lo cual algunos de los de corto vecindario se agre-
garon a otros.

84
VII

D. Francisco Antonio Moreno murió en Santiago de Chile


el 22 de febrero de 1792, a los 55 años de su edad.
Uno de los sujetos que comunicaron a su viuda la noticia de
su fallecimiento decía en su carta que el ánimo del señor Re-
gente se hallaba enteramente melancolizado a causa de la llegada
del último correo de España, en que se le noticiaba no habérsele
conferido la Regencia de la Audiencia de Santafé, y al parecer
atribuía a esto el autor de la carta la enfermedad que le había
acometido. Espiró después de 21 días de tabardillo, durante el
cual fue solícitamente asistido por sus amigos el oidor D. Alonso
González Pérez y Conde de Sierrabella, cuya hermana se
constituyó enfermera suya. A la curación atendió una junta
permanente de cinco facultativos.
El tribunal dispuso que se celebrase su entierro con la mayor
distinción. Tratábase de hacerlo en la iglesia de Santo Domingo,
pero a ello se opuso el señor Obispo, exponiendo que a él le
tocaba disponer del cuerpo difunto, y que había de sepultarse
en la Catedral, donde en efecto se celebró la ceremonia fúnebre.
He aquí la descripción que de ella envió a la familia uno de
los concurrentes: "Iban delante en dos filas cosa de doscientos
pobres con sus hachas; en seguida todos los guiones de cuantas
cofradías hay en la ciudad y después mucho número de cape-
llanes de ellas. A éstos seguían todas las comunidades y la Real
Universidad de San Felipe. Después el difunto, con mortaja
de San Francisco y encima de ella la garnacha, puesta en medio
del ataúd; y antes del difunto, siguiendo a la universidad, toda
la clerecía, precedida del guión de San Pedro, cabildo ecle-
siástico y el señor Obispo, vestido de pontifical; y al difunto
precedía el cabildo secular, y a éste la Real Audiencia. La
estación fue desde la casa encaminada hasta la esquina de arriba
del portal, y siguiendo por la calle de Baratillos, dio vuelta por
la cárcel hasta la Catedral, en que finalizó la función cerca de
las ocho de la noche. Fue mucho el concurso de gente, y toda
manifestó singular sentimiento. En cuanto a honores militares,
estuvo el cuerpo con guardias en las puertas de la sala y cuadra,
y se formaron la tropa de infantería, la asamblea de caballería
y dragones de la reina en dos filas en la calle de la Catedral.
Desde que salió la cruz no cesaron los clamores de todas las
campanas de conventos y parroquias hasta que acabó el entierro."

85
Entre el altar mayor y el tabernáculo de la Catedral de San-
tiago media un espacio semejante al que en la de Bogotá separa
el altar mayor de las gradas de la Capilla de Topo. A la dere-
cha de quien entra, y en sitio análogo al que en nuestra Catedral
ocupa la capilla de Nuestra Señora del Socorro, se encuentra
en la Catedral de Santiago el altar de San Pedro. En el espacio
dicho y cerca de este altar está la lápida que cubre los restos
de D. Francisco Antonio Moreno y Escandón. Entendemos que
este último apellido es el que se lee en la lápida con más faci-
lidad por estar los caracteres mejor conservados.
Nuestra Biblioteca Nacional y la Casa de Refugio conservan
su retralO. Hasta no hace mucho se veía otro en la sacristía de
San Carlos, iglesia que el señor Moreno hizo destinar para vice-
parroquial. Existiendo estos retratos y saliendo reproducido uno
de ellos en el presente número del "Papel Periódico Ilustrado",
sería ocioso que tratásemos de describir su persona. Diremos
sin embargo que, desde su adolescencia o su juventud, quedó
privado de la dentadura, sin que hubiera conservado una sola
pieza en toda la boca; y 10 admirable es que no experimentaba
dificultad alguna para hablar ni para hacer uso de toda espe-
cie de viandas.
Las piezas que escribió como abogado ponen de manifiesto
que el doctor Moreno debe ser colocado entre los más emi-
nentes jurisconsultos que han ilustrado nuestro foro. Mientras
sus empleos dieron lugar a ello, le fueron encomendados por
los arzobispos y por sujetos de más nota los negocios graves
que tenían que ventilar ante la Audiencia.
En los mismos escritos y en todos los demás que de él se
Gonservan, el lenguaje es notable por su elegancia y pureza.
En el "Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occiden-
tales", escrito por D. Antonio de Alcedo, y publicado en Madrid
en 1787, en el artículo Granada (Nuevo Reino de), se cita a D.
Francisco Antonio Moreno como historiador del mismo Nuevo
Reino. La actividad, erudición y celo patriótico que siempre
distinguieron a aquel eminente granadino hacen de todo punto
verosímil que él hubiese escrito alguna obra sobre la historia
de su país; pero debemos confesar que no hemos podido inqui·
rir cuál obra sea aquella que Alcedo debía de haber visto. Si
ella ha existido. y si nuestra incuria y los trastornos que han
ocurrido después de la muerte del señor Moreno la han hecho
desaparecer. puede asegurarse que se ha perdido uno de nues-

86
tros mejores momentos históricos. En efecto, ¿qUIen podía es-
cribir la historia de la Nueva Granada mejor que aquel hombre
que, ya en sus viajes, ya en el manejo de los innumerables ne-
gocios en que hubo de intervenir al desempeñar los variadísimos
destinos y encargos que recibió del Rey, del Gobierno del Vi-
rreinato, de las autoridades eclesiásticas y municipales y de
muchas corporaciones, había debido adquirir un inmenso caudal
de datos y con.ocimientos sobre las cosas de su país?
Una de las conjeturas que pueden formarse para explicar
esta noticia que da Alcedo es la de que él pudo tener cono-
cimiento de una descripción del Nuevo Reino que contiene gran
copia de datos históricos y estadísticos y de noticias sobre na-
vegación, sobre comercio, sobre milicia y sobre otros muchos
puntos, que hemos hallado manuscritos entre los papeles del
señor Moreno. Este trabajo, si es obra suya, fue sin duda hecho
para que, bajo el nombre de "Relación de mando", fuera suscrito
y enviado a la Corte por uno de los Virreyes.
El doctor Moreno, a semejanza de varios hombres eminentes,
dictaba simultáneamente a tres amanuenses. Y hacía esto a
veces sin dejar de atender a la partida de ropilla que algunos
amigos solían entablar en la pieza de su estudio, ni de dar su
parecer acerca de las jugadas. Parando mientes en esta pro-
digiosa facilidad que poseía el doctor Moreno para aplicar la
mente a varios objetos simultáneamente, comprende uno cómo
pudo desnachar tantos y tan variados negocios en los 27 años
que mediaron entre su regreso de España y su fallecimiento.

87
PARTE SEGUNDA

LA REPUBLICA EN EL
SIGLO XIX
EL DOCTOR
FRANCISCO MARGALLO
I

En este siglo positivista y descreído parece sobrado atrevimiento


tratar de contribuir a que se perpetúe con honor la memoria de
aquellos personajes que se han singularizado principalmente por
su santidad y por hechos milagrosos que se les atribuyen. De es-
cribir acerca de uno de éstos, como nos proponemos hacerlo, no
nos podría retraer sino una vergonzosa cobardía que sería indicio
de falta de firmeza en nuestras creencias, o el temor de ser tenidos
por ilusos y crédulos en demasía. Por dicha, sólo nos inspirarían
compasión las zumbas de que pudiéramos hacernos objeto. Ni
abrigamos temor de hallar en la generalidad de los lectores resis-
tencia a admitir como verdadera la relación de hechos sobrena-
turales. porque ningún cristiano sin renegar de su creencia puede
dejar de mirarlos como posibles. Los que niegan los hechos sobre-
naturales que son fundamento del Cristianismo, admiten, por el
mismo caso, y por más que declamen contra el supernaturalismo,
cosas contrarias a todo 10 que la ciencia puede reconocer como
leyes naturales. Díganlo las teorías a que los mismos tienen que
apeJar para explicar de algún modo cómo y por qué existe todo
lo que existe. Díganlo también muchos cuentos de duendes o
aparecidos, y muchas relaciones maravillosas que hemos oído a
ciertos amigos nuestros, filósofos, despreocupados y libres pensa-
dores. No podríamos, no, temer la incredulidad sino de los que
sean bastante intolerantes para admitir 10 sobrenatural fuera del
Cristianismo. y negar todo 10 que, dentro de él, lleve carácter de
milagroso. En competencia con los tales, tenemos de parte nues-
tra al género humano.
Mas no se infiera de 10 que llevamos dicho que nuestro ánimo
sea hacer pasar por incontestable y comprobado todo 10 maravi-
lloso que del doctor Margallo han referido sus contemporáneos.
Como hijos de la Iglesia Católica, somos cautos siempre que se
trata de hechos de este linaje. Por tanto, no haremos más que
contar lo que se nos ha contado, y como se nos ha contado.

95
Los que tuvimos la fortuna de ver al doctor Margallo podernos
resolver la cuestión que se nos presenta a los hombres de esta
época, y que tal vez se habrá presentado igualmente a los de too
das: ¿puede haber santos en nuestros días?
Quién, dejándose guiar más por la imaginación que por el buen
criterio, se figura a los santos como entes diversos de los hombres
de carne y hueso con quienes vivimos; quien no acierta a verlos
sino en extática contemplación y con la cabeza rodeada de la
aureola que llevan sus imágenes, con razón duda de que ahora
pueda haber santos. Para quien, con mejor criterio y mayores
luces, se haga cargo de que un santo es un hombre que practica
con pers~verancja las virtudes cristianas, y se distingue especial-
mente por el ejercicio de alguna o algunas de ellas; pero que
vive, come. bebe. duerme y conversa como todos los hombres,
nada es más fácil que admitir la posibilidad de que en todos
tiempos haya santos.
Esto es patente para los que conocimos al doctor Margallo.
Sucediónos con él lo que debe haber sucedido con todos los san-
tos y con los hombres grandes; esto es, que los contemporáneas
no hayan caído en la cuenta de que ellos lo eran. Para nuestro
persomje, ya ha llegado la posteridad; de ésta formamos parte
los que le hemos sobrevivido más de cuarenta años; y merced al
poder que tiene el tiempo para rectificar los juicios humanos.
estamos hoy persuadidos de que aquel hombre que no nos pare-
ció más que un hombre mientras estuvo respirando el mismo aire
que nosotros, era un santo. Así. sabemos por testimonio de nu~-
tros sentidos. que sí puede haber santos en la época presente.

11

Cuando nosotros conocimos al doctor Margallo, ya él rayaba


en los setenta años. Ninguno de los que le vimos podrá olvidar
su mirada blanda y al propio tiempo poderosa, semejante a un
rayo de sol que se trasmina por el agua y le infunde claridad
apacible y suave calor. La mirada de Margallo parecía penetrar
hasta el alma de aquel a quien él hablaba, mas no para sorpren-
der sus secretos sino para hacerla objeto de su caridad. Ninguno
podrá olvidar su cabeza cana. sin un solo cabello que no relu-
ciese como plata bruñida. con lar.!!:osmechones Que le caían por
d"trás de las orejas. Su boca hundida tenía aquellos rasgos pro-
pios de las bocas que no profieren expresión alguna que no ha-

96
ya sido dictada por la reflexión y que no se prestan a ser instru-
mento de pasIOnes y de arrebatamientos. Su tez era fresca, blanca
y sonrosada como la de un niño, por más que los rigores de la
mortiticación le mantuvieran siempre extenuado y enteramente
falto de carnes. Era de pequeña estatura; y, a lo menos en la
vejez, iba sumamente encorvado. Su actitud y su porte eran los
propios de quien, como él, ha adquirido el hábito de sentir donde-
quiera y a toda hora la presencia de Dios. Su traje, si bien muy
aseado, era más que humilde y modesto, porque él no pensaba
jamás en su persona, porque hubiera mirado como acto de vani-
(htd el l1evar ropa nueva, y porque si alguna vez hubiera tenido
dinero con qué comprarla, no hubiera podido dejar de destinarlo
para los pobres. Una vez se le vio con manto nuevo. El Arzo-
bispo, a quien habían elevado sus quejas personas ofendidas por
el celo con que el doctor Margallo reprendía a las mujeres por
la falta de modestia. le había llamado para exhortarlo a que
moderase su celo. Del palacio arzobispal fue de donde salió es-
trenande) aquel manteo. "El señor Arzobispo -decía en una casa
a que entró luego- me echó mi peluca por lo que he predicado;
y después me regaló este manteo: ahora vaya predicar más, a
ver s; me re!!ala una sotana, porque ésta está qué vieja."
Tal era el tono de su conversación siempre que el celo por la
gloria de Dios o el cumnlimiento del deber no exiqbn que habla-
se con s:criedad. Nunca frívolo. pero siempre iovial. festivo y
am'"'no. hacía cornnrender con su trato que la virtud nada tiene
de áST'eroni desahrido.
Esta amenidad de trato, el inefable atractivo de su fisonomía,
la veneración que inspiraban sus virtudes, los rumores que ha-
bían corrido acerca de las mercedes singulares con que el cielo
le había favorecido, y su fama de sabio y grande orador, hacían
que en las casas a donde entraba se le recibiese con inexplicable
placer, así por los padres de familia y gente sesuda como por los
rapaces casquivanos y bulliciosos. No creemos incurrir en lige-
reza al afirmar que la presente generación, que no conoció al
doctor Margall0, no tiene ni aún remota idea de cómo un hombre
puede con sola su presencia alegrar una casa y hacer sentir que
con él viene algo como una bendición.

III

Tan popular era el doctor Margallo, que en todos los ánimos


había disposición a descubrir algo de maravilloso en cuanto le

97
concernía. Como sus exequias se hubiesen celebrado la víspera
de Corpus, 1 y a los dobles de las campanas hubiesen seguido ale-
gres repiques con que se anunciaba la próxima solemnidad, apenas
hubo quien no viera en ese hecho una circunstancia providen-
cial consideráronse los dobles como una formalidad de que por
respeto al uso no se podía prescindir; y los repiques como la
expresión del júbilo que resplandecía por entre nubes de lágrimas
y que era excitado en los corazones por la certidumbre de que
el que horas antes conversaba entre nosotros brillaba ya con
los resj)landores de la inmortalidad.
Su cuerpo había estado expuesto por algunos días a la pública
veneración. Los que entraban a contemplarlo y a procurarse
alguna reliquia suya, salían asegurando que exhalaba deliciosa
fragancia. Dado que esta fuera una piadosa ilusión, no sería
menos gloriosa que la realidad para el insigne difunto. Para que
hubiese quien la padeciera era forzoso que su virtud hubiera
hecho en los ánimos una impresión que en nuestra tierra no ha
causado jamás la de otro alguno.

IV

Detengámonos ahora a repasar las causas de tanto prestigIo


ejercido por su nombre y de la veneración singular de que en
vida y después de su muerte ha sido objeto.
Entre éstas, la primera fue la santidad de su vida.
He aquí las especies que el autor de la Oración fúnebre ~
recogió y reprodujo, acerca de la virtud del doctor MargaBo
en sus primeros años: "Dio ejemplo, en el Colegio de San Bar-
tolomé, donde cursó filosofía y facultades mayores, y practicaba
virtudes sublimes... Buscaba el retiro y huía de compañías.
Jamás se vieron en él risas inmoderadas, travesuras propias de
los pocos años ni pasatiempos frívolos. La prudencia, la mo-
destia. el juicio anticipado, le distinguieron desde entonces. Con-
sagraba parte de la noche al estudio. y gran parte del resto
a la contemnlación de las cosas divinas."
La humildad. que suele ser raíz o cimiento de las demás vir-
tudes evangélicas. fue para él la predilecta. Esta le hizo rehusar

1) El doctor Mar~allo murió el 23 de mayo de 1837.Había nacido en


Santllfé el 28 de enero de 1765.
2) Predicada por el doctor don Manuel Fernández Saavedra. en las
honras del doctor Margallo.

98
¡;on firmeza incontrastable las dignidades a que los prelados
quisieron elevarlo, singularmente una canonjía con que le instó
el Arzobispo. La humildad le hizo considerarse indigno del
sacerdocio, por más que una decidida vocación le llevase a él, y
resistirse a recibir las órdenes sagradas hasta que sus superiores
le obligaron a recibirlas. Siempre ocultó con tenaz empeño
cuanto podía granjearle alabanzas o estimaci6n. Buena prueba
de su humildad y mansedumbre, así como del poder que dan
estas virtudes para avasallar los ánimos más soberbios, ofrece
la siguiente anécdota: "Un tal Mr. Pinasse, reputado como
masón de mucha cuenta, había venido a Bogotá a desemueñar
imr>ortantes cargos de logias euroneas. Quiso oír predicar al
doctor Margallo. y acert6 a satisfacer su antoio cierta noche
en que éste se exnres6 contra los masones en los vehementes
términos que acostumbraba. En extremo enojado el francés. fue
a desahogarse en la casa de la familia E¡!Ui<.mren,y prorrumnió
allí en amenazas contra el predicador. iurando que había de
matarle. o a lo nwnos de darle de latigazos en la calle. Al si-
guiente día. imT'uesto el doctor Margallo de lo que había ocu-
rrido se encaminó a casa de Pinasse. quien le recibi6 con l!1'an
desahrimiento y le prelnlntó qué quería en su casa: 'He sabido,
le contestó el doctor Marl!aJJo. lo que usted ha dicho. Reconoz"'o
que no sé más Que cometer falfas. y que no merezco sino malos
tratamientos. He venido por tanto a ponerme a su disT'osici6n
para Que hal!3 de mí lo que Inlste. Me ha parecido mejor presen-
tármele en privado nara evitar escándalos'."
El francés, desarmado a vista de tanta humildad, dio al doctor
Marga1lo completa satisfacción.
En materia de uso de cilicios, de disciplinas, de rigurosos y
constantes ayunos y de maceraciones de todo género, se refería
de él cuanto se ha referido de los santos más penitentes. De
tanta austeridad daba su aspecto manifiestos indicios, y más
daros los dio su cuerpo después de su muerte.
El autor de la Oración fúnebre, después de hablar de la peni-
tencia del doctor Margallo, "era efecto -añade-, de un vigi-
lante cuidado para amortecer la funesta ley de los miembros,
y conservar aquella flor preciosa, aquel cándido lirio que sólo
se halla en los jardines del Esposo".
No sólo de la rara virtud a que en este pasaje se alude, sino
de amor a la pobreza, necesita nuestro siglo ejemplos señalados
para admitir siquiera la practicabilidad de esas dos virtudes.
Tales los dio el doctor Margallo, cuya habitación, cuyos muebles

99
y cuya mesa eran, del propio modo que su traje, los de quien
vive como viven los indigentes. Bien hubiera podido procurarse
comodidades, aceptando beneficios eclesiásticos lucrativos; pero
su desinterés y el bajo concepto que de sí mismo hacía le estor-
baban admitir otro destino que el muy humilde de sacristán
mayor de Las Nieves, y el de catedrático de Sagrada Escritura y
Teología en San Bartolomé. No sabemos que en su vida hubiera
gozado de otros emolumentos que los que pudo recibir por el
desempeño de estos dos cargos, y es constante que con ellos no
pudo vivir sino con suma estrechez, mayormente teniendo a su
cargo, como tuvo por gran parte de su vida, a su madre y a dos
hermanas. No obstante esto, se resistía a recibir su asignaci6n
como catedrático, y el Rector tenía que hacerle fuerza para
que la admitiese. Aun ya recibida, si no pasaba presto a manos
de su madre o de quien manejaba su casa, solía quedar en las
de los pobres.
Ninguno de éstos acudía en vano a su caridad. Como en
cierta ocasión uno que estaba muy desnudo le hubiese pedido
en la calle algo con qué cubrirse, el doctor Margallo se entr6
a un zaguán, se quitó la camisa y se la dio al pobre. No era
raro verle .cuando se hallaba sentado a su parca mesa rodeado
de mendigos, con quienes iba repartiendo lo que se le servía.
No es exageración afirmar que los moradores de Bogotá casi
diariamente le veían al doctor Margallo ejecutar actos de bene-
ficencia semejantes a éstos; pero no era en los que pueden
mirarse como efecto de una compasión puramente natural en los
que resplandecía su caridad. Teniendo ésta por principio el
amor de Dios, se manifestaba también a pesar de los senti-
mientos naturales. Así, jamás se le oyó una murmuración ni
una queja contra los que inicuamente le persiguieron, le ca-
lumniaron, le llenaron de injurias, le maltrataron y atentaron
contra su vida. Ni era menor indicio de su caridad el celo en que
se abrasaba por la salvación de las almas y la generosidad con
que se exponía a ultrajes, a enemistades, burlas y desprecios por
evitar escándalos. Impulsado por este celo, que no pocas veces
fue calificado de imprudente y desmedido, reconvenía con
energía y en lugares públicos a ciertas damas que salían ves-
tidas inmodestamente, y tronaba contra la poca honestidad desde
la tribuna sagrada.
Activo e infatigable en el ejercicio de su ministerio desde
que recibió las órdenes hasta que le postró la cruel y dilatada
enfermedad a que rindió la vida, llenó todos sus días con el

100
estudio. la enseñanza, la predicación, las obras de caridad, la
composición de escritos en defensa de la Iglesia y todo género
de tareas apostólicas y sacerdotales. Habíase impuesto la ley
de DO rehusar jamás sus servicios a los moribundos, cualesquiera
que fuesen las ocasiones y las circunstancias en que se le exi-
gieran. Personas que le eran adictas le advirtieron una vez que
se le iría a llamar en altas horas de la noche con pretexto de
que había un enfermo que reclamaba su asistencia espiritual,
pero que en realidad lo que se quería era sacarlo a lugares
excusados para extropearlo o quitarle la vida. Llamósele. en
efecto, y él, a pesar del siniestro anuncio y considerando que
sip:nnrc era posible que hubiese enfermo y que se le necesitase
pnra auxiliarlo. salió con los que lo buscaban. Decían Unos
que en esa oc:csión se le había llevado por la calle del Arco. que
allí e'taba apostado un individuo. quien le había hecho fuego
con dos pistolas. que ambas habían fallado. y que el agresor,
acohardado. le habí;>, pedido perdón al doctor Margall0. Otros
refprían la coca de div€'r<a manera. nero lo cierto era que no
h8h~a ;.11 enfermo, y que los que lo llamaron no abrigaban
buen8s inlenciones ...
Mu('ho de 10 que llevamos dicho muestra bien a las claras
que el doctor Marga110 era del mismo temnle que aquellos
gc',c,osos cristianos de las primeras edades de la Iglesia, que
estaban siempre dispuestos a arrostrarlo y padecerlo todo por
su fe. La santa libertad con que en el púlpito pintaba y con-
d~'1aba Jos vicios. y la entereza con que por medio de la palabra
y de la pluma pugnaba contra el poder que conculcaba los fueros
de la Iglesia, imponía enseñanzas opuestas a las del cristianismo
y se esforzabn por pervertir las ideas, le atrajeron persecuciones
y malos tratamientos que debían hacerle mirar como muy
posible que al cabo su celo le costase la vida, y sin embargo
jamás dio muestras de debilidad ni desmayó en su tarea. Una
noche, al acabar de predicar en Las Nieves salió al atrio y
allí se le hirió en la cabeza con un garrote; condújosele a una
casa en que vivían dos sacerdotes amigos suyos, y en ella
estuvo su vida en grave peligro a causa del copioso desangre.
Producirse con franqueza y con vehemencia contra los ma-
gistrados y condenar públicamente sus actos sin contar con el
anayo de un partido fuerte y apercibido para la lucha, es cosa
para que en los tiempos que corren no se necesite heroísmo ni
val ~'ntía. La autoridad está relajada; los mismos que la ejercen
ni la respetan ni creen en ella; el constante abuso de la prensa

101
y el hábito que hemos adquirido de mirar como natural la pugna
y el antagonismo entre gobernantes y gobernados, hacen que a
aquellos se les pueda decir todo, sin que los más atrevidos
desmanes contra aquellos aparejen de ordinario castigos ni
persecuciones. La misma frecuencia de estos desmanes y lo ha-
bitual de la destemplanza en cuantos hacen oposición a los
gobiernos, quitan a los discursos y a los escritos en que se
ataca a éstos y en que se zahiere a los que están constituidos en
dignidad toda su eficacia y toda su resonancia, de manera que
los que en nuestra sociedad actual pueden llamarse poderosos
miran con desdén a sus adversarios cuando solamente los ofen-
den con la lengua o con la pluma.3
Pero en los tiempos en que el doctor Margal1o, anciano exte-
nuado por los trabajos y las maceraciones como por los años.
cubierto con hábitos que más que hábitos parecían andrajos,
pobre y desechado del mundo y sin otros parciales que algunos
de los que éste llama beatos, saltaban resueltamente a la pales-
tra para habérselas con todo un general Santander. ¡Oh! entonces
era otra cosa, entonces estaban frescas las tradiciones del Go-
bierno español, que forzosamente hubo de servir aquí de original
y de tipo a los primeros que gobernaron a Colombia, y más
frescas aún las del régimen que, forzosamente también, se había
observado durante la guerra de la Independencia; entonces, para
declararse abiertamente antagonista de magistrados investidos
de una autoridad harto real y de un poder demasiado efectivo,
y por otra parte no exentos de pasiones, se necesitaba un alma
heroica, se necesitaba sentirse capaz de sufrir el martirio.
Acaso no faltará quien piense que incurrimos en contradic-
ción al asegurar que el doctor Margallo, como contendor de los
enemigos de la Iglesia, sólo se veía rodeado de pocos y no muy
aventajados parciales, cuando hemos dado a entender que gozaba
de gran fama y que era por sus virtudes querido y venerado.
Así era en efecto. Pero la gente piadosa, que era la que le
daba testimonio de veneración y de amor, no exhaltaba su en-
tusiasmo sino en conversaciones privadas. Fácil hubiera sido
promover asonadas como la que algunas sencillas gentes del
pueblo hicieron con motivo de la entrega que de la custodia
de los jesuitas se hizo al doctor Arganil; pero tales desahogos
hubieran sido reprimidos con la misma facilidad con que en
tiempo de Santander se ahogaron en sus principios serias cons-

"l Esto lo decia el sefíor Marroqu[n en 1880.- R. M. M. O.

102
piraciones. No estaba trazada, como ahora está, la línea divisoria
entre lo que hoy se l1ama liberalismo y el patriotismo, o sea
la adhesión a la causa de la Independencia y al sistema demo-
crático. De aquí el que casi todos los que influían y figuraban
en la política y en la administración de los negocios públicos,
por más que profesasen sanos principios, estuvieran muy lejos
de descubrir la funesta trascendencia de ciertas leyes y de
ciertas medidas que entonces parecían consecuencias inevita-
bles del nuevo régimen; de aquí el que los más de los católicos
ilustrados se alarmasen poco o nada a vista de tales medidas
y de tales leyes; de aquí el que el declamar contra el Bentham,
(como entonces se decía), contra las demás enseñanzas anti-
cristianas, y contra las logias masónicas, fuese mirado como
vulgaridad y como deplorable señal de atraso por casi todos
los que se preciaban de ilustrados y de republicanos. Admirábase
al doctor Margal10 por su virtud, pero sus vehementes discursos
contra las logias y contra Bentham eran atribuídos por muchos
de los que le admiraban a un celo laudable pero imprudente
y poco ilustrado.
Al doctor Margallo corresponde la gloria de haber sido el
único entre nosotros que con medio siglo de anticipación ha
previsto y anunciado los efectos de las maniobras a que se
empezó a ocurrir en Colombia cuando por primera vez se declaró
la guerra a la Iglesia Católica.

v
La fama de santo de que, ya en vida, gozó el doctor Margano,
era realzada por muchas especies que a menudo corrían acerca
de hechos milagrosos relacionados con él, y de inspiraciones
sobrenaturales que se le atribuían.
Nosotros vamos a referir algunas, no sin llamar la atención
de nuestros lectores hacia lo que en orden a tales cosas decla-
ramos al principio de este escrito. Nada afirmamos ni negamos;
no hacemos otra cosa que repetir lo que pasaba de boca en
boca en la época a que nos estamos refiriendo.
Teniendo Margallo cinco años de edad, falleció la señora
doña Josefa Peñalver, y en la noche siguiente al día de su
muerte, se le apareció mostrándole el brazo desnudo y en él un
insecto de repugnante aoariencia, y suplicándole mandase hacer
sufragios por el descanso de su alma. Contada la visión por

103
Margallo, se hicieron los sufragios, y la señora volvió a apa-
recersele mos,rándole el brazo libre de lo que en primera visión
lo aleaba tanto.
En una casa de las del costado septentrional de la plaza que
hoy lleva el nombre de Plaza de Bolívar, se hallaban cierto día
varios sujetos que, por la cuenta, habían estado o estaban en
francachela. Uno de ellos, extranjero, se había asomado al
balcón llevando en la mano una copa de vino; y como hubiera
visto al doctor Margallo, que pasaba, dijo: "Quisiera ver a
ese monigote como va a quedar esta copa." Y se la arrojó desde
el balcón. La copa vino a quedar sana, en pie y llena de vino
en el empedrado de la plaza.
Esta relación la hacía el mismo extranjero que figura en ella.
Dos clérigos, don León y don Mariano Latorre, entraron una
noche a casa de Margallo a rogarle que fuese a tratar de reducir
a penitencia a cierto agonizante, pecador obstinado. Entró a su
aposento como a tomar su manteo y su sombrero, y después
de haberse detenido allí un rato, salió sin dichas prendas y dijo
a los señores Latorre que ya era tarde, pues el moribundo de
qu'en se trataba acababa de expirar. Al punto se averiguó que
así había sucedido.
Erácapellán de la Escuela de Cristo, y, como tal. predicaba
todas las noches en la Capilla del Sagrario. Proianóse este
ternDJo con las exequias que en él se hicieron a un cónsul de
los Países Bajos, que había muerto en desafío. La noche si-
guiente declaró que no volvería a entrar a esa iglesia por
habérsela nrofanado, y nrediio las consecuencias de esa profa-
nación. Estas paredes, dijo, hablarán por mí. El suceso acreditó
presto la verdad de su pronóstico. pues sobrevino el temblor de
tierra de 1827 e hizo én la capilla el estrago de que todos en
Bogotá tenemos noticia, siendo de notarse la circunstancia de
que p~~ templo fue el único que padeció con motivo de los
temblores.
No menos imnresión que este anuncio causó en gran parte
de 10. habitante~ de e~ta c;ud;Jcl el aue hi70 pI dor.tor Maro;Jl10 de
la muerte re"entina de una sf'ñora de condición elev;Jna y de "oca
cristiana conducta, que murió, en efecto, como se había predicho.

VI
La segunda causa de la veneraclon con que se miraba al
doctor Margallo, era la alta y bien merecida reputación de que
gozaba como orador.

104
No habiéndose conservado sermón alguno de los que pro-
nunció, no se puede actualmente formar juicio cabal y exacto
sobre su mérito ni decir qué dotes brillaban más en sus discursos.
Pero sí nos atrevernos a asegurar que estaban llenos de aquella
unción divina que sólo el amor de Dios comunica. Todas sus
palabras eran dictadas por ese sublime sentimiento, y es bien
sabido que cuando él es que las inspira, no pueden dejar de
ser eficaces. Si a esto se atiende, y a que Margallo predicaba
también con el ejemplo, se sabrá sin extrañeza lo que sabían
muy bien sus coetáneos, esto es, que su predicación conver-
tía pecadores.
Bastaría decir esto para dar idea iusta de su elocuencia; pero
no queremos callar lo que nos consta acerca de lo que hacía
tan excelentes sus sermones.
El estudio de la Sagrada Escritura era el favorito del doctor
Margallo, y se eiercitó en él con suma constancia durante su
vida. De tal estudio sacó lo que forzosamente saca todo hombre
de talento que lo hace: elocución majestuosa, lenguaje adecuado
a los elevados asuntos que se tratan en la cátedra sagrada,
energía en la expresión y cierta elegancia y cierto modo de
decir figurado, que dan atractivo a los discursos.
Este mismo estudio. el de todos los ramos de la teología, y el
muy esnecial que hacía el doctor MargaBo de la teología mís-
tica, daban a sus doctrinas solidez y profundidad, al mismo
tiemno que, gracias a su vivísima imaginaci6n. en las formas
de que se valía abundaban el fuego y el vigor.
Prestáhase su voz a todas las modulacionl's que exige la
elocuencia. y tenía bastante fuerza y sonoridad. Notábasele al
dortor M'1fgallo cierto gangueo o asniraci6n gutural cuando
hacía pausa al terminar un período largo, defecto que nadie
miraba como tal. sin duda porque lo encubrían las prendas que
en él se admiraban.
Su acción era natural y muy expresiva. El efecto que su
venerable figura hacía en la cátedra sagrada. no era lo que
menos contribuía a dar eficacia a sus elocuentes palabras. Los
que le oímos no olvidaremosiamás la actitud en que se le vPÍa
cuando. desnués de un pasaie patético y vehemente, dejaba
col!!'ar fuera del núlnito la mano blanca y descarnada.
As,,!!'ur~ban alqunos haberle oído que nunca dOlaha de nn.,-
pararse l'ara cada sermón. pero que al subir al púlnito se turbaba
y olvidaba cuanto había pensado decir. Lo que es constflntl'
es Que no escribía sus sermones. y QlIl' su nreparación consistí'~
principalmente en la oración y la meditaci6n.

105
vn
Probaremos ahora a completar este imperfectísimo bosquejo,
dando alguna idea de la intervención que tuvo el doctor Mar-
gallo en las públicas disensiones y controversias concernienÍ';s
a asuntos eclesiásticos y religiosos que agitaron los ánimos en
nuestra tierra desde 1823.
En el año citado estalló la guerra contra la fracmasonería.
Habiéndose hecho una apología de esa institución en "El Patriota",
periódico del general Santander, Margallo compuso y dio a luz
un folleto, "El Gallo de San Pedro", en que expuso las doctrinas
contrarias a la francmasonería que se hallaban esparcidas en
diferentes obras escritas en Europa. "El Patriota" elogió esta
producción, asegurando que su contenido convencía y persua-
día, y que con razones como las suyas era como se debía com-
batir.
Al "Gallo de San Pedro" siguió "El Perro de Santo Domingo",
escrito contra los malos libros. Cuando, para combatir el cato-
licismo, se ocurrió al artificio, común entre los protestantes, de
hacer circular con profusión la Biblia en lengua vulgar, pu-
blicó "La Ballena". "En la serpiente de Moisés" impugnó los
escritos y discursos con que se había empezado a acreditar la
tolerancia de cultos; y en "El Arca" disertó contra la indiferencia
en materia de religión.
En la época en que escribía el doctor Margallo, la incredu-
lidad y la irreligión necesitaban conservar la máscara con que
la política y la prudencia las había obligado a cubrirse para
dar principio a la lucha con que habían de agitar y corromper
la sociedad. Negar los dogmas católicos o discutir la divinidad
de la Iglesia habría desacreditado y hecho sospechosos a los
adversarios de ésta. Veíanse éstos forzados a buscar en los
arsenales de la misma Iglesia las armas con que habían de
opugnarJa; y así vemos que en sus escritos citaban a menudo
pasajes de la Sagrada Escritura, de los concilios y de los santos
padres, y se esforzaban por fundar en ellos sus razonamientos
en contra de lo que ellos apellidaban desmanes y usurpaciones
de la autoridad eclesiástica, o en pro de instituciones, doctrinas
o nrincipios opuestos al espíritu y a las enseñanzas de la Iglesia.
De aquí el que los escritos del doctor Margallo y los de otros
polemistas contemnoráneos suyos estuvieran emoedrados de citas
y el que no fu~ran princinalmente filosóficos, como deben serlo
en la actualidad los de los defensores de la causa por la cual

106
él combatía. Mal pueden hoy citarse textos y cánones en tales
escritos, cuando aquellos con quienes se discute niegan la Re-
velación y la Providencia y a veces la existencia de Dios.
Al situarse, al escribir en el terreno teológico, el habérselas
con contendores que aparentaban respeto por los libros santos
y por las leyes eclesiásticas, el hábito de predicar y la natura-
leza de los modelos que MargaIlo tenía que seguir involuntaria-
mente al escribir, dieron a sus folletos apariencias de diserta-
ciones teológicas, cuando no de sermones. Vano sería y sería
necio al mismo tiempo buscar en ellos las dotes por las cuales
deben hoy distinl!Uirse las composiciones, sean opúsculos o ar-
tículos de periódico destinados a la polémica. Hoy han de
distinguirse éstas por su viveza y por la ligereza de su forma.
La ciencia y los conceptos profundos han de hallarse encubiertos
o disimulados. D~ben estar despejadas de toda erudición, de
citas y de autoridades. En suma, han de deber su valor. como
ciertas alhajas. más a las manos del artífice Que a la materia
de que se hayan hecho. ya sea ésta la más vil, ya sea la más
preriosa. De otra suerte no tendrán el mérito que debe ser1es
pronío. que es el de deiarse leer, y oue era aou~l de que en 10
general c;¡recían los on(\sculos y Tlf"ri6dicosreligiosos y políticos
del tielT'no a que nos estamos refiriendo.
En donde el doctor Margallo hacía brillar verdaderamente
sus talentos y ejercitaba de un modo eficaz el celo que le ani-
maba. era su predicación contra los errores que se propagaban
y contra las instituciones adversas al catolicismo. Tan reconocido
era por sus adversarios el poder de su palabra, que en 1824
ciertos miembros del Congreso que decían hallarse amenazados
por el fanatismo religioso, habiendo oído la especie, propalada
por una mujer del pueblo, de que el doctor Margano, predicando
en la iglesia de San Juan de Dios, se había expresado en términos
muy vehementes contra los impíos, se llenaron de cuidado y
pronusieron un proyecto de ley con el fin de que la capital de
la Renública se trasladase a Ocaña.
No les faltaba razón a aqueIlos a quienes impugnaba para
reputarIo como el más temible de sus adversarios: su elocuencia
hacía patente que aqueIlas instituciones y aquellos principios
que se trataba de hacer pasar como condiciones esenciales del
recién introducido sistema democrático, y como cosas compa-
tibles con el espíritu del Evangelio y con las doctrinas católicas,
no podían servir sino para viciar ese sistema, para despojar al
pueblo de sus creencias y para corromper las costumbres.

107
Pero los enemigos del doctor Margallo, en lugar de conten-
tarse con oponer Id palabra a la palabra y los argumentos a los
argumentos, como habnan debido hacerlo para guardar conse-
cuencia y para enseñar al pueblo de un modo práctico que el
régimen republicano no era una hermosa quimera, quisieron
oponer la fuerza material a la fuerza del raciocinio.
Así lo demuestra la acusación escrita contra Margallo por
el doctor Vicente Azuero y elevada por él al poder ejecutivo
en 1826. En ella se le imputaron a crimen todos los esfuerzos
que hasta entonces había hecho por medio de la palabra y de
la prensa para defender las sanas doctrinas, y se reclamaban
castigos y actos de represión cuales podrían haberse reclamado
contra un faccioso que con las armas en la mano estuviera acau-
dillando una rebelión contra las autoridades legítimas.4
Diremos de paso que Margallo, imitando a los cristianos de
las primeras edades, quiso dejar a Dios su defensa; pero para
satisfacer al doctor Azuero, tuvo con él una conferencia, en la
que le hizo ver que al mismo Azuero se le había engañado con
chismes ruines e indignos, que jamás había tenido intención de
ofenderlo a él personalmente, y que en realidad no le había
ofendido. Al mismo tiemoo, y no sin protestar con firmeza que
siemnre condmaba las doctrinas contra las cuales se había de-
clarado, le pidió perdón por la parte que hubiera podido tener
en que se le incomodase con esos chismes. Quien, leyendo la
acusación, vea de qué manera trató en ella Azuero al doctor
Mama110, y quien, estudiando los documentos que sobre aquel
incidente se conservan, se imTJonga de los hechos, podrá apre-
ciar debidgmpnte la humildad y la mans ••dumbre d" que el ve-
nerable sacerdote dio ejemplo al pedir aquel perdón.

VIII

Cuarenta años hace que se está echando menos una biografía


completa del doctor Margallo, y con razón se echa menos, porque
en los ánimos de los que le oonocimos y en los de los que han
oído hablar de él ha hecho indeleble impresión la noticia de lo
milagroso que hubo en su vida, o que al menos le atribuyó una

4) Quien quiera imponerse sobre lo tocante a esta acusación, puede


rpgistrar la Historia Ecle.iá-tica y Civil de Groot, tomo III, páginas
388 y 655; y las Cartas críticas de un patriota retirado. Estas se hallan
en la Biblioteca Nacional, colección Pineda.

108
piadosa credulidad a que dispusieron los ammos la admiración
que excitaron sus virtudes y el afecto que se granjeó con
su caridad.
Bien quisiéramos nosotros satisfacer a los que desean ver una
vida del doctor MargaIlo escrita por extenso; y si lográramos
hacerlo, tendríamos la satisfacción de pagar, siquiera en una
mínima parte, la deuda de gratitud de que nos reconocemos
cargados para con aquel insigne personaje, por haber recibido
de él en nuestros primeros años muestras señaladas de un afecto
que al presente miramos como la distinción más honrosa de
cuantas pudieran enorgullecernos.
Mas, como nuestra incaoacidad y la falta de dato nos impi-
den procurarnos tal satisfacción, nos contentaremos con dar,
por medio de este bosqueio, a la juventud de nuestros días. una
id~a del doctor Margallo, tal como la que nosotros mismos
tenemos.5

5) No conocemos otras obras que sobre la vida del doctor Margallo


puedan consultarse que las Cartas críticas de un patriota retirado; la
Oración fúnebre de Margallo, pronunciada por el doctor don Manuel
Fernández Saavedra, que corre impresa; y la Historia eclesiástica y civil
de la Nueva Granada, escrita por Groot, en la que el autor, al describir
ciertos sucesos, en que Mareallo tuvo parte, da sobre él algunas noticias.

109
"LA GRAN SEMANA"
EPISODIOS DE LA
REVOLUCION

DE NOVIEMBRE DE 184 '¡


Días y épocas memorables y solemnes han podido haber para
Bogotá, pero ninguno de ellos admite comparación con la
Gran Semana.
El 9 de enero de 1813, ellO de diciembre de 1814, el 3 y el 4
de diciembre de 1854 y el 18 de julio de 1861, se vio esta ciudad
asaltada por enemigos que la tomaron a viva fuerza; pero, en
esas ocasiones, los habitantes presenciaron los sucesos sin tomar
en ellos parte activa. En noviembre de 1841, próxima la ciudad
a verse acometida por un ejército, a lo que se creía, formidable
y sanguinario, su defensa vino a ser empresa de casi todos los
habitantes, cada uno de los cuales miraba como propio el de--
sastre si no se rechazaba al enemigo, y como propia la gloria
si se lograba hacer victoriosa resistencia.
No es posible que vuelva a mover a los bogotanos entusias-
mo semejante al que los animó en aquella coyuntura. Quedá-
banles todavía no pocos restos del ardor bélico y de la admira-
ción por las hazañas militares de que en la guerra de la
Independencia, pocos años antes terminada, se habían sentido
poseídos; la legitimidad del Gobierno era mirada como canon
sa&rado e inviolable, como fundamento necesario de todo orden
social; los partidarios de la revolución eran tan pocos y los
pocos que había se hallaban tan supeditados y tan retraídos,
que parecía estar toda la población unida en un solo espíritu
y lmimada de un mismo sentimiento. La inminencia y la gra-
vedad mismas del peligro, o si se quiere la idea que se tenía
de esa gravedad e inminencia, infundían actividad y denuedo
nunca vistos, hasta en los corazones menos templados paTa
arrostrar peligros.
Las fuerzas revolucionarias mandadas por el coronel Ma-
nuel González, o los facciosos. como se decía entonces, después
de haber sido derrotados en Buenavista y La Culebrera el 28
de octubre de 1840, por gente en su mayor parte allegadiza, pero
hecha invencible por el patriótico ardimiento que le inspiró
y de que le dio ejemplo su heroico caudillo, se habían retirado
hacia Sogamoso; en Bogotá se tenía por cierto que tarde o

115
nunca habían de poder rehacerse; y, en consecuencia, se vivía en
dulce sosiego, sin pensar más que en celebrar los triunfos ya
adquiridos.
Así estábamos, cuando en las primeras horas de la mañana
del lunes 23 de noviembre, esto es, a los 25 días de haber huido
el enemigo, nos sorprenden todas las campanas tocando a rebato,
y los tambores tocando generala. Todos salen atónitos y sobre·
saltados y oyen la noticia, que con rapidez eléctrica va cir-
culando, de que los facciosos están en Zipaquirá 1 y de que van
a caer inmediatamente sobre la canital. Los derrotados de Bue-
navista, después de haberse rehecho, y reforzados por un cuer-
po de jinetes llaneros. debían atacar la ciudad, y si lo hacían
con la ranidez con que habían vuelto desde el norte de la
provincia de Tunia. podían llegar a las puertas de la capital
antes que el sol se hubiese puesto.
Es lo más probable que muchos corazones estuviesen pghi-
lando de miedo. Ya desde 1814, cuando Bolívar vino a d~rrocar
el gobierno centralista de D. Manuel Bernardo Alvarez. se
temblaba al oír a los lanceros de los llanos de eaSanare. Ahora
se les pintaba como unos bárbaros sedientos de sanQre y de
pillaje, Anenas se hallarán en poemas y leyendas retratm de
jayanes desalmados y soberbios como el que se hacía del vene-
zolano Francisco Farfán, jefe de los temidos llaneros.
Gran terror debieron, en efecto, de sentir los que podian
prever e imaginarse los horrores a que habría dado lugar la
ocupación de la ciudad por las fuerzas enemigas; pero losióvenes
y los niños no sentimos sino 10 que habríamos sentido al oír
que iban a princiniar unas divertidísimas y solemnes fiestas; y
aun la gente adulta no parecía animada. nocas horas des'1ués
'de dado el alarma. sino de entusiasmo bélico y de seguras es-
peranzas de triunfo.
Por cierto que éstas eran bastante infundadas. Toda la tropa
veterana de que el gobierno podía disponer, había sido enviada
al sur; terminada allí la campaña, gran parte de la fuerza se
había puesto en marcha para la capital; pero era notorio que no
podría llegar a tiempo para defenderla si el enemigo que amena-
zaba por el norte aceleraba su movimiento. Las fuerzas vence-
doras en Buenavista se hallaban en Tunia, por lo cual los revo-
lucionarios, para dirigirse hacia acá, hubieron de desviarse de

1) No hablan llegado aún a tal población, pero eso fue lo que se


dijo aquella mafiana.

116
esa ciudad. Nunca se había visto Bogotá tan desguarnecida
como entonces.
Para acudir a su defensa no se contaba sino con el medio
batallón de Guardia Nacional, que se componía de la Hl Com-
pañía, de la Compañía de Cazadores, y de otra que estaba
compuesta de indios del vecino pueblo de Usme; había también
otras dos compañías sueltas de que hablaremos luego.
Estas compañías se habían formado algún tiempo antes para
atender a la seguridad de la capital, por haber sido forzoso
enviar al sur, en donde los enemigos del gobierno eran más pujan-
tes y porfiados, todas las tropas veteranas, y hasta el cuerpo de
milicias de Bogotá, cuyo natural destino era guarnecer esta po-
blación.
Comooníase la 1~ Compañía, en su mayor parte, de sujetos
acomodados, no pocos de ellos de edad provecta y de respeta-
bilidad, extraños hasta entonces a la milicia. Era su capitán D.
Francisco Vinagre, español de nacimiento y antiguo militar;
tenientes eran D. Cayetano Navarro, padre de familia y comer-
ciante. de austeras y patriarcales costumbres. Recordamos que
D. Juan Zaldúa y D. Antonio María Castro eran también oficia-
les. y que eran sargentos D. Félix Castro, D. César Rosillo y
D. Urbano PradiJIa.2
El uniforme de los soldados de la 1~ Compañía se componía
de casaca y nantalones de paño azul oscuro, con vivos de azul
claro. y morrión o más bien gorra de cuartel, de esos mismos
colores.
El cuartel de la 1~ Compañía, o más bien la tesorería general,
para cuya custodia se había creado principalmente el mismo
cuerpo. era la casa de los Suescunes, que ocupa la esquina nor-
oeste de las formadas por la carrera 7~ y la calle 13. El 23

<, He aquí los nombres que recordamos de soldados de la 1\' C'ompafila:


D. José María Saíz, D. Tomás Escallón, D. Joaquín Escobar, D. Felipe,
D. Andrés, D. Justo y D. Francisco Sandino, D. Juan Antonío Marro-
quin, D. Manuel Orozco, D. Pascual Sánchez, D. José María Alvarez
Bastida, D. Ignacio y D. Valentín Osorío, D. José María y D. Manuel
Caballero, D. José María Trujíllo, D. Enrique Sotomayor, D. José María
González, D. José María y D. Mariano Serrano, D. Pedro Silvestre, D.
José María Franco Pinzón, D. José Maria Sarmíento F., D. Vícente
Sampedro, D. Ambrosio Ponce, D. J. Antonio Cualla, D. Francisco
Guzmán, D. Francisco Vargas, D. Pedro Heredía, D. Vícente Naríño,
D. Raímundo Santamaría, D. Hilario CarboneIl, D. Gregorio Gutiérrez
V., D. Domingo C'arboneIl, D. Francisco Leal, D. Domingo Muelle, D.
Esteban Vargas, D. Marcelino Echeverría, D. Carlos, D. Joaquín y D.
Ramón Borda, D. G. C. Pereira, D. Saturníno Castíllo, D. José Groot,
D. Andrés Heredía, D. Ignacío Vergara y Santamaría, D. Eladio Vergara,
D. José María Dávila, D. Pío Sánchez y D. Fausto Orbegozo.

117
de noviembre se acuartelaron en el principal, que era la casa
de azotea fronteriza a la Capilla del Sagrario.
De gente más joven, pero también de lo que llaman buena
posición, se había formado la Compañía de cazadores; mandá·
bala, si no nos engañamos, D. José María Portocarrero, y el
uniforme de sus soldados se componía de blusa y pantalones de
bayeta azul celeste con vivos encarnados, y cachucha de plato
del mismo color y con los propios vivos.
De cachacos de buen tono y en gran parte muy distinguidos.
o por su talento, o por su elegancia, o por pertenecer a las
familias más notables, se había formado la compañía suelta de
La Unión. No recordamos haberla visto uniformada sino má,
tarde. cuando marchaba para la campaña del Norte. Llevaban
entonces sus soldados blusa y pantalones de bayeta, colorada
la de aquella, y amarilla la de éstos.3
Otra compañía suelta, como la de La Uni6n, fue la lIama-
ma de Los Paneleros, por pertenecer a ella muchos individuos
de los que tenían tiendas de comestibles, por el estilo de las que
ahora llamamos tiendas de granos. En ella estaban también in-
corporados algunos artesanos. A este Cuerpo sirvió de cuartel
la casa de D. Simón Herrera, que hoy está señalada con el nú-
mero 120 o 122, en la calle 11.
Si los artesanos no desempeñaron en aquella ocasión papel
mucho más notable, fue porque los más y lo más granado de
ellos se hallaban a la sazón formando parte del Ejército del Sur.
y no como milicianos sino como fuerzas de línea. De ellos se
componía el BataIl6n 1!' de Bogotá.

3) La lista de la compafUa de Dralones de la Un16n era la siguiente


en la fecha en que este cu~rpo marchó para el Norte: Enrique Urdaneta,
capitán; Lino Garcia, teniente; Francisco Leyva, alférez 29; Francisco
Barbería, alférez 19; José María Martínez, sargento de brigada; Diego
Caro, sargento 19; Antonio Narváez, sargento 29; José Maria Angel,
sargento 29; Vicente Daza, sargento 29; Pedro Nieto, sargento 29; Tomás
Pérez, Federico Uribe, Federico Rivas y Antonio Ponce, cabos prime-
ros; Angel Gavlria, Bernardo Pardo y Bernardino Hoyos, cabos se-
gundos; y los soldados Pablo Garcés, Antonio Vinagre, Ignacio Rovira.
Reyes Neira, Juan Merizalde, Juan Manuel Carrizosa, Francisco Leal.
Valentín Gálvez, Francisco Restrepo, Silvestre Ibáñez. J. Antonio Ariza,
Juan C. Uribe, José María Echeverri, Juan Pablo Morales, Flavio To-
rrente, Alejandro Merizalde, José Caicedo Rojas, Pedro Vallarino,
Martiniano Vargas, Mariano Alvarez, Manuel Alvarez, Eustorgio Alva-
rez, ,José María Chaves, Braulio Suescún, Domingo Suescún, Jerónimo
Hortúa, Leonardo Manrique, Domingo Maldonado, Domingo Lema, Fran-
cisco Lasprilla, Rafael Ponce, Francisco Pinzón, José Duque, José María
Rivas, Venancio Restrepo, Rafael Tobar, Carlos Bonis, Melitón Escobar,
José Castillo, Patricio Pardo, Sergio Gómez y Tomás Vallarino.

118
Para los colombianos que hayan nacido después de 1830 y
que no estén bastante versados en nuestra historia y en nuestra
legislación, no es fácil entender qué eran esos milicianos que
acabamos de mencionar.
Milicianos eran los individuos que pertenecían a las milicias;
y las milicias era una institución patriótica y utilísima que en
vano se ha tratado de restablecer en épocas más modernas.
En virtud de la ley que las había creado, todos los ciudadanos
debían alistarse, tener organizados sus cuerpos con sus corres-
pondientes Jefes y Oficiales, ejercitarse los domingos en la tác-
tica y en el manejo de las armas y servir de guarnición y hasta
salir a campaña siempre que el caso lo pidiese. Por sabido se
calla que los ciudadanos que cumplían con el deber de alistarse
y con los a él consiguientes eran los artesanos. En cualquiera de
éstos, el ser miliciano, era cosa que imprimía carácter: el arte-
sano que lo era no perdía ocasión de hacerlo saber, y como fuera
un po!'o entrado en años, no dejaba de referir sus proezas y sus
camnañas, ora hubiese hecho efectivamente alguna, Ora hubiese
pasado sosegadamente su vida en su zapatería o en otro pacífico
taller.
Tampoco se podía abstener un miliciano provecto de hablarle
sobre política al parroquiano que tenía adelante, con motivo de
cualquier menester concerniente a su oficio, como para tomarle
con el cartabón medidas para el calzado. o para tomárselas con la
tira de papel, que iba picando con las tijeras, si se trataba de ha-
cerle al!!'Unapieza del vestido.
Profesaba especial devoción a algún personaje vivo o difunto;
v. gr., al General Santander. o al doctor MargaBo, o a D. Joaquín
Mosquera. o al General Obando.
Vestía mejor que los demás de su esfera; no precisamente con
más elegancia ni con más limpieza, sino de un modo más aná-
logo al de la gente de mayor categoría. Llevaba chaleco y ruana
pastusa o de otra procedencia, pero siempre de listas que habían
sido de colores vivos. No era raro que usara capa ni mucho me-
nos que calzara botines amariIJos de su propia cosecha, o de los
que se cosechaban en el pueblo de Tausa.
Y, a propósito de milicianos, no podemos pasar en silencio
que uno de los hombres de la situación era el negro Simón Espejo,
fabricante de calzado, según lo rezaba la tabla que tenía coloca-
da encima de la puerta de su fábrica: era el Capitán de Milicias,
hombre honrado, patriota y realmente versado en las cosas de
la guerra.

119
" Ocupaba también puesto importante un Coronel Cancino, pero
no recordamos cuál de los Cancinos conocidos como militares
era éste; el Capitán Parada ocupaba el de Guarda-Parque, y el
Capitán Galarza, el de Guarda-Almacén.

* * *
Comandante general de la plaza fue nombrado el General D.
Francisco Urdaneta, militar en cuyo valor y cuyos conocimientos
no se tenía fe, y esto únicamente porque se le había visto por
mucho tiempo sin ejercer otras funciones que las de mandar la
gran parada, siempre que se quería solemnizar alguna fiesta; y
diremos de paso que, teniendo arrogante y marcial continente.
g¡¡stando magnífico uniforme y montando como consumado jine-
te. en un caballo de soberbia estampa, desempeñaba aquella fun-
ción con inimitable garbo y gallardía.
Pocos meses después, en la campaña del Norte, dio el General
Urdaneta hartas pruebas de intrepidez y bizarría.
No es fácil explicar la gran confianza que los habitantes po-
nían en los defensores de la ciudad; podía y debía suponérseles
capaces de dar heróicamente la vida en el combate; pero eran
pocos y les faltaba disciplina. Ni era natural que cada uno se
penetrase bien de que la flor de los jóvenes y de los demás caba-
lleros de la capital pudiera ir a servir de carne de cañón. ¡Cómo
habría, en efecto, quedado cubierta de luto toda esta ciudad si
hubiese llegado el caso de que sus defensores presentaran el
pecho a las balas y a las lanzas!
Pero volvamos a los preparativos de defensa. Las fuerzas con
que podía contarse eran demasiado escasas para defender con
ellas una línea extensa, y en atención a ello se resolvió dejar a
merced del invasor la mayor parte de la ciudad y atrincherarse
en el centro, haciendo fosos y levantando barricadas con costa-
les llenos de tierra, en cada una de las bocacalles que quedan a
una cuadra de distancia de la plaza que hoy llamamos de Bolívar.
No acababa de dictarse esta providencia cuando se vio a multitud
de personas de todas las edades, condiciones y sexo, clérigos,
religiosos, padres de familia resoetables, señoras y señoritas,
criadas y niñ,os, ocunados activamente en la tarea de traer a cada
una de dichas bocacalles costales y zurrones de cargar tierra;
y en se'!Uida nonerse a cavar y a llenar dichos costales y zurrones.
mostrando viva emulación y esfuerzo uronio de ganananes.
Otra tarea hubo en que pudieron emplear sus fuerzas las seño-
ras y todos los demás entusiasmados habitantes, que fue la de

120
trasladar todo el armamento que existía, del antiguo parque, si-
tuado en donde existe hoy la casa del señor D. Francisco Vargas, 4
al Colegio de San Bartolomé, edificio destinado para parque y
cuartel. Muchas eran las armas que desde luengos años reposaban
en aquel edificio, y juzgamos que tal vez hubieran podido dejarse
a merced del enemigo sin mayor detrimento para nosotros, pues
lo útil que de entre ellas se había podido sacar se hallaba en
manos de los cuerpos que estaban en campaña. Sea de ello lo que
fuere, desde las diez de la mañana hasta las dos de la tarde se vio
un cordón de gente, de todas las condiciones y .categorías que
arriba dei amos apuntadas. trasladando fusiles, carabinas y caño-
nes. ,gloriosas pero enmohecidas reliquias de la guerra de la Inde-
pendf'ncia.
En la inolvidable noche del 23 de noviembre, acabadas ya de
improvisar las fortificaciones y repartidas en sus cuarteles las no
menos improvisadas tropas, tenía la ciudad todas las apariencIas
de una poblacIón en l1t:Slas. Como las tamIi1as dIstmgulClas, y
mayormente las de los delensores del Gobierno, que no VIV1anen
mnguna de las ocho manzanas de la ciudad que Iban a ser deten-
dIdas, lo temian todo de las tropas revolUCiOnarias, muchas de
dichas lam¡]laS se trasladaron a las casas comprendidas en el
recmto fortificado, cuyos dueños, fueran o no amigos de los asi-
lados, les dispensaron tranca y liberal hospitalidad. Así, en cada
una de estas casas, hubo en esa noche y en las subsiguientes una
grande y bulliciosa reunión, en que la gente provecta se entrete-
nía en hacer conjeturas y comentarios sobre la situación, y la
gente moza en divertirse.
Las patrullas, que sin cesar estaban recorriendo las calles; las
criadas que llevaban de comer a los ciudadanos acuartelados; los
no acuartelados, que discurrían por dondequiera en busca de
noticias, y que por dondequiera formaban corrillos en que se
comuni<:aban las que habían, se inventaban las que no habían lle-
gado, se echaban fanfarronadas, se discutían y a menudo se cen-
suraban las providencias dictadas por el Gobierno y por los Je-
fes; los estudiantes y los muchachos de toda condición que, con
ruana y alpargatas, aprovechándonos de aquel amable desorden
y hallando a todas horas del día y de la noche francas y abiertas
las puertas de nuestras casas, estábamos a un mismo tiempo en
todas partes aumentando la bulla y la jarana y haciendo todo lo
que estaba en nuestra mano para caer en las de las partidas arma-

4) Carrera O•.••número 294.

121
das que andaban reclutando, todo esto y mucho más mantenía
la población, o el centro de ella, en una agitación, en una efer-
vescencia que nadie podría describir y que no llegarán a imagi-
narse los que no conocieron a Bogotá en la época en que pasaron
los sucesos que estamos refiriendo.
Bastante tiempo transcurrió sin que del enemigo se tuviesen
más noticias que las que aquí mismo se forjaban; pero no faltaban
otras harto capaces de mitigar la sed de noticias que a todos con-
sumía; éstas eran las que sucesivamente se iban divulgando de
las prisiones de los hombres más connotados del bando adverso
al Gobierno. Todos ellos se habían ocuItado lo mejor y lo más
pronto que les había sido dable; pero siendo minesterial casi la
totalidad de los habitantes, poca reserva se guardó respecto de
los escondites, por lo que no fue difícil descubrirlos. Cada prisión
se consideraba un triunfo. Casi siempre montaban guardia en el
edificio de Las Aulas personas decentes; por boca de ellas se sa-
bía todo lo que hacían y decían los presos políticos. y de ello
resultaba pábulo copioso e interesante para las conversaciones.
D. Urbano Pradilla. sargento de la 1l1- Comnañía. se distim!Uió
por su aétividad. inteligencia y energía para descubrir y aprehen-
der a los individuos mencionados.
Una noche hubo grande alarma y se creyó había llegado el
solemne momento de entrar en combate. Fue el caso que en el
Asaría, o almacén de la pólvora, estaban de guardia algunos
reclutas de los más inexpertos, los cuales, al ver acercarse un pi-
quete de soldados de la 1!1 Compañía. que rondaba por esos lados
creyéndose amenazados por alguna partida enemiga. hicieron fue-
go sobre él. El ruido de los disparos llegó a la parte meridional
de la ciudad. y Dor toda ella se esparció el que metieron los que
lo había alcanzado a percibir.
El gran Neira, ídolo del pueblo, yacía postrado por la herida
que el 28 de octubre había recibido al cubrirse de gloria en
Buenavista. Estaba alojado en una casa inmediata a la iglesia de
La Candelaria. Naturalmente se pensó en que a quien menos po-
día dejarse expuesto a los furores de los facciosos era a quien
pocos días antes los había vencido. Así, se determinó trasladarlo
a una casa en que provisionalmente se había establecido poco
antes el Seminario y que estaba situada en el ángulo Noroeste de
la plaza mayor, donde existe ahora el almacén del señor Yerles.5
Esa traslación, que se verificó el martes a las diez, fue un solemne

'l Calle n. número 92.

122
triunfo: toda la poblaci6n seagolp6 al espacio que media entre
las dos casas; la guarnición le hizo al héroe, a su paso por la pla-
za, los honores de Capitán general; las aclamaciones asordaban
el aire; dos señoritas colocaron una corona en las sienes de Nei-
ra, que para aquel acto tuvo que incorporarse entre la camilla
en que era conducido por distinguidos ciudadanos.
Hasta el miércoles a las doce, el estado de alarma y de inquie-
tud se mantuvo sin sensible alteraci6n. Pero a esa hora se tuvo
noticia de la pr6xima llegada del General Joaquín París con la
Columna de su mando, que había marchado hasta Tunja en per-
secución de los derrotados en Buenavista y que se componía de
los que allí habían triunfado, de algunos hombres de la Guardia
Nacional y de un Escuadr6n formado en Zipaquirá y mandado
por el Coronel José González.
Contándose ya con el auxilio de esta columna, debieron disi-
parse los temores que podían abrigar los menos confiados o los
más pusilánimes, y las efusiones del entusiasmo fueron desde
ese punto más alegres, si cabe, y más ruidosas.
No recordamos qué día, pero es muy probable que fuera el
miércoles, hubo solemne procesi6n en que se pase6 por las calles
la imagen de Jesús Nazareno que se venera en San Agustín. En
este acto, que fue pomposo, lució la guarnici6n de la ciudad,
equipada, uniformada y diestra, a lo que parecía, en los ejercicios
militares. Todos los defensores de la ciudad llevaron desde ese
día en los morriones y en las cachuchas un papelito en que esta-
+
ba impreso el monograma J H S. 6 Este mismo monograma se
puso entonces, ya impreso en papel, ya pintado en tablitas, en
las puertas de las casas. En algunas subsiste todavía.
Por de contado esa procesión no fue la única solemnidad
religiosa con que en aquellos días se trató de impetrar de Dios
la salvación de la ciudad.
La noticia, recibida el lunes, de que González había ocupado
a Zipaquirá era falsa; pero el miércoles sí entr6 en aquella pobla-
ción e inmediatamente se supo en Bogotá, a donde no se dudaba
que había de llegar el jueves. No habiendo llegado ese día, se
tuvo ya por seguro que el ataque a la ciudad empezaría el día
siguiente; pero eran tales la confianza en el triunfo y el alborozo
con que se quería celebrar la futura victoria, que las señoras fes-

6) Este monograma no significa simplemente Jesús, sino Jesus Homi-


num Salvator (Jesús Salva.dor de los Hombres).

123
tejaron ese día a la tropa con una gran comida cívica en un cam-
po inmediato a la Plaza de San Victorino .
González, sabedor de que el ejército del Sur estaba ya muy
próximo a la capital, dirigió al Gobierno una comunicación (que
fue recibida en la noche del viernes 27), en la que lo invitaba a
nombrar comisionados que, reunidos con otros que él nombraría,
y obrando sin restricción alguna, conferenciasen y propusiesen
los arbitrios conducentes para el restablecimiento de la paz. El
resto de la nota contenía fanfarronadas que prueban la audacia
de aquel cabecilla, o la seguridad que abrigaba de poder ponerse
a salvo. A lo que parece, González no creyó prudente aguardar la
contestación en Zipaquirá, pues el mismo día 27 emprendió su
marcha hacia el Norte.
En la misma noche del 27 llegó a Bogotá el General Herrán,
Jefe del Ejército del Sur, que quiso llegar solo y por la noche para
no dar lugar a que, a su entrada, se le vitorease y obsequiase.
El día 28 entró el Batallón 29. Los demás Cuerpos del Ejército
del Sur entraron en la capital el 5 de diciembre. La gloria que
este ejército había ganado en la dilatada, penosísima y sangrienta
camnaña del Sur, y el estado en que se hallaban los ánimos de to-
dos los habitantes de Bogotá, fueron parte para que todos éstos
recibiesen al ejército con ardientes y nunca vistas manifestaciones
de entusiasmo y de alborozo.
Las señoras, con sus propias manos, pusieron en los morrio-
nes de los soldados cintas encarnadas con leyendas alusivas al
mérito particular de cada Cuerpo. El Presidente dirigió en la
plaza mayor una alocución a las tronas. y le contestó al General
Mosquera. Entonces fue cuando éste profirió su célebre frase:
A vías de hecho, vías de hecho.
Mosquera, Jefe de la 1';\ Columna del Ejército, acompañado
de su Oficialidad, después de haberse presentado al Presidente,
se dirigió a la casa de Neira y lo felicitó calurosamente a nombre
de los Cuerpos de la 1';\División. "Desde hoy, le dijo, el Ejército
ve en Usía a uno de sus Generales, porque cree que debe orlar
su vestido con el laurel que ciñó su frente. Yo, por mi parte,
señor Coronel, quisiera poder colocar sobre sus hombros las es-
trellas con que me ha honrado la nación: allí estarían más dig-
namente."
Aquí pudiéramos poner punto a nuestro trabajo, pues el título
con que lo encabezamos no nos compromete sino a dar idea de
esa semana que mereció el nombre de grande, pero de la cual no
tiene noticia, o la tienen muy imperfecta, los bogotanos que

124
han nacido después de 1840 y los que en ese año no habían al-
canzado aún a la adolescencia.
Pero nos sería penoso dejar la pluma sin habe" referido dos
hechos que ocurrieron después de La Gran Semaf1D Los sucesos
que a ella siguieron y que vamos a narrar qued~·on grabados
indeleblemente en la memoria y en los corazones 'ie los que los
presenciamos, merced a aquella disposición de los ánimos que
dio su peculiar carácter a los acontecimientos que hemos tratado
de describir.
A consecuencia de su herida, Neira murió a la madrugada
del 7 de enero de 1841. A las siete de la mañana, habiendo ya
circulado la fatal nueva, muchos de los habitantes de Bogotá.
que andaban consternados con ella, apremiados por aquel vago
deseo que en casos semejantes se experimenta de pedir más noti-
cias y de comentar las que se han recibido, se habían agolpado
en el atrio de la Catedral y en la plaza mayor. Allí había ya
tropa formada, y el Comandante, D. Francisco de Paula Torres,
anudada la voz en la garganta, pronunció una breve alocución
que acabó con un ¡Viva el General Neira!, que fue unánime y
largamente repetido por todo el inmenso concurso.
Ya a esa hora se veía por todas partes el fúnebre cartelón:
¡Neira ha Muerto! Allí se hallaba ya el programa de los honores
que iban a hacérsele y de las exequias que debían celebrarse.
El cadáver del héroe estuvo expuesto varios días, siendo objeto
de los obsequios más expresivos con que un pueblo pueda glo-
rificar a un guerrero a quien mira como salvador suyo. Las exe-
quias se celebraron en la Catedral el día 14.
Hoy puede, en un entierro de personaje público y benemérito,
desplegarse más pompa que la que brilló en aquella función; pue-
de hacerse mayor ostentaci6n gastando más dinero; pero no pue-
den celebrarse solemnidades fúnebres como aquella: por desgra-
cia, nunca volverán los habitantes de esta ciudad a hallarse,
como en ese tiempo, perfectamente concordes; ni es fácil que en
época venidera haya un hombre que inspire tanta admiraci6n
y tanta gratitud como Neira. El luío de sus funerales no consistió
tanto en el imponente aparato de los honores que le hizo un eiér-
cito cubierto de frescos laureles; ni consisti6 en la música, ni en
la mofusi6n de las decoraciones con que se enlutaron el temnlo
y la ciudad; consisti6. sobre todo. en las exoresivas demostracio-
nes de sentimiento nor su muerte y le admiraci6n nor su h••roís-
mo que hizo unánime y espontáneamente el gentío que constante·

125
mente acompañó su cadáver, así mientras estuvo expuesto, como
en el acto de su traslación al cementerio y en el de su inhumación.
Si no nos engaña la memoria, aquel fue el primer entierro en
que sucedió que a la entrada del cementerio se pronunciaran elo-
gios del finado.
Oyéndolos estaba una inmensa muchedumbre llorosa y conmovi-
da, cuando se dIVUlgóentre ella la noticia, que llegó en esos mismos
momentos, de la victoria ganada por el General Herrán en Ara-
toca. Entonces cesaron los lamentos, y se prorrumpió en vítores
al vencedor y al Gobierno, sin que entre ellos dejase de resonar
muchas veces el nombre de Neira.
El 7 de febrero hubo en la iglesia Metropolitana solemne ben-
dición de una bandera que habían bordado algunas señoras para
la 1¡¡. Compañía del Medio Batallón de la Guardia Nacional lo-
cal. Fueron padrinos, y desempeñaron lucidamente su encargo,
D. Simón Herrera y D. Raimundo Santamaría. Ofició el señor
Gómez Plata, Obispo de Antíoquia, y predicó el P. Vásquez,
Obispo, años después, de la Diócesis de Panamá. A la salida y
en la plaza mayor, arengó a la tropa el Comandante del medio
Batallón, D. Francisco de P. Torres. En seguida se dirigió la
tropa a San Diego, en donde las señoras habían preparado una
comida cívica para la guarnición y para muchas famílías que
fueron invitadas.
Pero al dirigirse la tropa hacia aquel sitio, cunde la voz de que,
antes de llegar allá, se debe ir a saludar las cenizas de Neira.
Sigue la marcha al cementerio, y allí, formada la tropa en orden
de batalla delante de la tumba y después de oír otro breve y ve-
hemente discurso del Comandante del Medio Batallón, tienden
los Oficiales la espada y los soldados la mano derecha hacia la
tumba de Neira, y iuran no permitir que los enemigos de la pa-
tria insulten sus reliquias. Hácense a éstas los honores militares;
pronuncian luego discursos D. José María Galavis y el Coronel
D. Rafael Castíllo y Rada. y lee un himno D. José Joaquín Ortiz,
soldado de la 1¡¡. Compañía.
Servida en San Diego la comida para la tropa, se sirve otra
debajo de un toldo para las señoras, y cuando se levantan los
manteks, la tropa forma cuadro, dentro del cual se baila hasta
que viene la noche.
¡Con cuanto gusto nos extenderíamos más en nuestra relación
hasta llegar a la de la gran comida cívica que se dio en Fucha
a las tropas que vinieron del Norte! Recordamos la curiosidad y
el interés con que en esa función se miraba a los soldados de la

126
Compañía de La Unión, que, siendo jóvenes de familias distin-
guidas, habían hecho campaña en el Norte y hablan sutrido en
ella las mismas rigurosas privaciones y soportado las mismas
fatigas que los demás individuos del Ejército. Cuando éste iba
desfilando hacia Fucha, alguien que había visto en el Norte a la
Compañía, gritó: "¡La banda de la Compañía!" Entonces los sol-
dados de La Unión empezaron a cantar, al compás de la marcha
y con robustas voces, el himno que les había servido de música
militar en la campaña:

Valientes patriotas,
¡Volad a la lid!
Que sea nuestra enseña
Vencer o morir.

Fieles defensores
De la Constitución,
¡Mueran los ladrones!
¡Que viva La Unión!

Dejamos la patria,
Afectos y amores
Por ser vencedores
De la infiel traición.

No hay que extrañar que en aquella época pudieran hacerse


tantas cosas que hoy serían imposibles: arriba se habló de las co-
sas que excitaban el entusiasmo y avivaban el espíritu público.
Para que nada faltase, teníamos nuestro Demóstenes (José
María Galavis), que clamaba elocuentemente en la tribuna contra
nuestros Filipos; y nuestros Tirteos (J. Eusebio Caro. J. Joaquín
Ortiz. Rafael Alvarez Lozano y José Gregorio Piedrahita), que
con sus versos encendían el fuego en los corazones y celebraban
las hazañas de nuestros guerreros.
Tal importancia se dio a los sucesos que hemos narrado, que
la Cámara provincial de Bogotá, por decreto expedido en sep-
tiembre de 1842. estableció una fiesta en conmemoración de
La Gran Semana.
He aquí la parte conducente del decreto: "La Cámara provin-
cial de Bo!!otá. considerando ... que nada es más digno y honro-
so para celebrar el aniversario de Lfl Gran Semana de BOI!Dtá.
que presentar en público espectáculo los productos de la industria.

127
que son el fruto de la paz protectora del trabajo individual del
ciudadano que respeta y cumple las leyes. .. decreta: En el úl-
timo domingo de noviembre de cada año, y en los dos días si-
guientes, se hará en la capital de la República una fiesta provin-
cial consagrada a honrar las acciones virtuosas, y con especialidad
a conceder premios y recompensas a los habitantes de la Provin-
cia que manifiesten su laboriosidad y honradez por las obras que
presenten como producto de cualquier género de industria a que
estén dedicados ... "

128
APREHENSION DE

DON MARIANO Y DON

PASTOR OSPINA EN 1861


Después de la triste jornada del 13 de junio, D. Mariano y D.
Pastor Ospina, persuadidos de que el Gobierno no podía fincar
esperanzas en el ejército que estaba acampando en las inmedia-
ciones de Bogotá, determinaron dirigirse a Antioquia para ver de
allegar medios de resistencia y de preparar los que fueran posi-
bles para intentar el recobro de la capital, caso que fuera tomada
por Mosquera, como parecía inevitable que sucediese.
Para proveer a su seguridad durante la expedición, pidieron
al Gobernador, General Pedro Gutiérrez Lee, alguna tropa que
les sirviera de escolta.
Por entonces D. Manuel Umaña, dueño de la hacienda de
Tequendama, había armado un cuerpo de peones de la hacienda
y vecinos de Soacha, con el fin de evitar que una partida enemiga,
mandada por Pedro Escobar, que estaba situada en la orilla del
río Bogotá, ONH:sta a aquella en que se halla la mencionada ha-
cienda. entrase a cometer depredaciones en ésta.
El Gobernador, de acuerdo con el doctor Umaña, que ya no
tenía que temer a partida enemiga, por haberse ésta retirado,
dispuso que la gente recogida por D. Manuel Umaña acompañase
a los señores Ospinas.
Desempeñando una comisión se hallaban también en Tequen-
dama ocho individuos de la Compañía de La Unión, a saber:
Ricardo Santamaría, teniente; Cristóbal Ortega, sargento; Ma-
nuel Sáiz, sargento; Pedro Ortiz Durán, cabo; y los soldados
Wenceslao Urdaneta, Guillermo Urdaneta, José Manuel Umaña
y Teodosio Duque. Puestos estos jóvenes a las órdenes de D.
Mariano, él los invitó a que 10 acompañasen hasta La Mesa, y
ellos, que habían salido de Bogotá, seguros de poder regresar
dentro de muy breve término, emprendieron la marcha entera-
mente desapercibidos, sin ropa de repuesto, ni dinero, ni avío de
ninguna especie.
Atravesando el río en balsas de junco, se encaminaron a La
Mesa por entre las haciendas de Canoas y El Chorro, pasaron
por la Boca del Monte, donde se decía que había destacamento.
y. cerca ya de La Mesa, en las primeras horas de la mañana del

131
día siguiente al de la salida, avistaron una partida de gente arma-
da, la que, segun st: SU!'OOt:SpUc8,t:la mallual1a por t:l s••nor León
Lozano, alca1l1e de aquella ciudad. vespucs de ligera escaralllu-
za, olcha pafllda reUocedló y no se opuso a la elllrada de lOS
Ospinas.
Al llegar a la ciudad, uno de los soldados de La Unión cmró
a la casa de una laml1ia con qUien tema relaciones y se halló
consternada con la idea de que la gente que acababa de entrar
era la que debía llevar D. Mariano Ospina para saquear la po-
blación.
Desde entonces empezaron a echarse de ver las artimañas de
que los revolucionarios se estaban sirviendo para extravIar la
opinión y para concitar viles pasiones contra aquel benemérito
ciudadano.
Después de haber pasado una noche en La Mesa, siguió la
expedición camino de Anapoima; pero poco más abajo de El
Tigre, como se hubiese descubierto un cuerpo de tropa que venía
subiendo, D. Mariano ordenó la contramarcha.
En La Mesa se tomaron para cuartel dos casas altas conti-
guas, situadas en el costado de la plaza frontero a la iglesia, una
de las cuales hacía esquina y tenía puerta a una calle
Los más de los de La Unión habían recibido nombramiento
durante la marcha, pues se había tratado de dar alguna organi-
zación a la gente.
Antes de encerrarse en el cuartel, e ignorando que habían de
ser atacados inmediatamente, los Ospinas y los mencionados jó-
venes se propusieron comer en un hotel que había en el costado
occidental de la plaza. Discutióse entre ellos el plan de dividirse
para la defensa en caso de ataque, confiando a los de Soacha
la del cuartel, y quedándose algunos de los de La Unión en la
casa en que se hallaban, a fin de defenderla también y de evitar.
haciendo fuego desde su balcón, que el cuartel fuese acometido
por todos lados.
Pero, sorprendidos súbitamente por rumores que les hicieron
advertir que el enemigo estaba ya en la población y se prepara-
ba a embestir contra el cuartel, no pudieron acabar de concertar
su plan, en el que ni siquiera estaban impuestos los de Soacha;
y resultó que los Ospinas y cinco individuos de La Unión se tras-
ladaron al cuartel. no sin peligro, aunque ya había anochecido.
y que en la posada no quedaran más que Sáiz, Ortega y Gui-
llermo Urdaneta.

132
Los asaltantes eran el cuerpo organizado que había sido co-
lumbrado desde El Tigre y todos o casi todos los habitantes de
La Mesa.
Dieron principio al acometimiento agolpándose a una de las
puertas y tratando de derribarla.
Desde uno de los balcones, Pedro Ortiz, descubriendo el cuer-
po, hizo fuego sobre el pelolón de los acometedores, y debió de
ser con buena puntería, porque desde ese instante empezaron a
asordar el aire frenéticas vociferaciones contra D. Mariano Os-
pina, contra el Gobierno y contra una señora de la población.
conservadora muy conocida.
T oda la defensa del cuartel estaba a cargo de los cinco indi-
viduos de La Unión que en él se habían encerrado. Los indios de
Soacha, gente allegadiza, bisoña, incapaz de manejar las armas y
desprovista de aquel espíritu de disciplina que, en nuestros so:-
dados suple por el conocimiento de la causa que se les hace
sostener, estaban en un patio acobardados e inactivos.
Es cierto que cuando iba amaneciendo intentaron una salida;
pero, como los que la emprendieron notasen que no eran seguidos
por todos los demás, se acogieron inmediatamente al cuartel.
La noche pasó sin que cesase el fuego, y a la luz del día. que
era 2 de julio, se recrudeció la pelea.
Hacia el medio día, el enemigo penetra tumultuosamente en el
hojel, desahogando su raba en denuestos. y amenaza de muerte a
Sáiz, Ortega y Urdaneta, los que no se salvan de ser asesinados
sino merced a la intervención de un mozo sabanero llamado
Pedro Muñoz, que de tiempo atrás residía en La Mesa.
Al fin los prenden y los conducen a otra casa; de ésta a otra;
y últimamente al mismo hotel en que los habían aprehendido.
Desde la víspera tenían por compañero de prisión a D. Julián
Morales Quintero y, desde algunas horas antes, a un joven, hijo
del famoso Llanero Martínez.
A eso de las cuatro de la tarde, algunos de los más energúme-
nos proponen que se saque a los presos al balcón del hotel, para
que, sirviendo éstos de reparo, se haga fuego contra el cuartel
por sobre sus cabezas. Un sargento Crispín 10 pone por obra,
dispara cubriéndose con el cuerpo de Cristóbal Ortega y j cosa
rara! una descarga hiere al sargento en un codo, y Ortega queda
ileso. Los otros prisioneros, principalmente Morales, se resisten
enérgicamente y no dan lugar a que se siga cometiendo aquel
acto de inhumanidad y vileza.

133
Parece que sobre la fuerza organizada de los asaltadores ejer-
cía el mando superior un habitante de La Mesa, de apellido Co-
lina, a quien daban el tratamiento de Coronel, el cual mostró en
aquella aciaga ocasión tanto denuedo como cordura y hu-
manidad.
Este jefe resolvió, a eso de las cinco de la tarde, enviar a Sáiz,
en calidad de parlamentario, a proponer a los Ospinas que se en-
tregasen, asegurándoles que, por parte suya y de las fuerzas de
su mando, no correrían peligro sus personas, y que los oficiales
quedarían en libertad. Sáiz, considerando que se trataba de la
suya, rehusó llevar el mensaje de palabra, y recabó de Colina
que dirigiese sus proposiciones en pliego cerrado.
Sáiz no podía desempeñar su misión sin manifiesto peligroso,
pues si Colina podía (lo que era muy dudoso) obligar a sus solda-
dos a interrumpir el fuego en la plaza y en las calles, era poco
verosímil que su autoridad fuese acatada por los voluntarios y por
los individuos pertenecientes a guerrillas y partidas diversas de
gente armada que habían ido llegando de otros lugares y que
hacían ya subir como a seiscientos el número de los acometedores.
Por otra parte, era seguro que los defensores del cuartel dispa-
rasen sobre cualquier individuo a quien viesen en la plaza. Con
no poca dificultad se logró que en el cuartel oyeran las voces con
que se les advertía que debía suspenderse el fuego; Guillermo
Urda lleta salió al balcón, y por medio de él se enteraron sus com-
pañeros del asuntos de que se trataba.
Sáiz recorrió, sin avería, el espacio que lo separaba del cuartel;
si bien observó que un soldado apuntaba el arma en la dirección
que él iba siguiendo; y, como le hubiese gritado que si no sabía
que el fuego estaba suspendido, el soldado le contestó que lo que
se proponía era aprovechar el momento en que habrían de abrirle
la puerta. Pero ésta se abrió tan poco y tan de prisa, que no pudo
aprovecharlo.
Apenas entró el emisario, advirtieron los de Soacha que se les
presentaba coyuntura para entenderse con los sitiadores, y se
apresuraron a aprovecharla rogando a Sáiz dijese a los de afuera
que estaban dispuestos a entregar las armas. La justicia obliga a
no callar que hubo oficiales fieles e intrépidos que no quisieron
tomar parte en aquel acto.
Recibido el heraldo por sus camaradas con vivas demostracio-
nes de satisfacción. por haberlo creído muerto o muy mal trata-
do. se oresentó a los Ospinas. que estaban sentados en el corrpdor
alto de la casa, y entregó el pliego a D. Mariano. diciéndole

134
quién se lo enviaba. Ley610 D. Mariano, sin sorpresa ni alteraci6n
en su fisonomía, y de luego a luego alz6 la cabeza y dijo al par-
lamentario: "Dígales usted que si se rinden a discreción, interce-
deré con el Gobierno para que los indulte." Como entontecido
al oír un arranque tan inesperado, Sáiz no se atrevi6, por el mo-
mento, despegar los labios; pero, como hubiese vuelto a hablar
con la gente de Soacha, no pudo dejar de acercarse nuevamente
a D. Mariano con el fin de hacerle apreciar lo apretado del
caso; pero el señor Ospina no dio otra contestación.
Entre los individuos de La Unión se debatieron dos proyectos:
el de obligar a los indios, por medio de todo el rigor de la orde-
nanza, a que combatiesen, y el de salir y tomar el camino de
Bogotá llevando entre sus filas a los señores Ospinas, arrollar
cuanto se les opusiese, y buscar seguridad fuera de la población.
Para lo primero, habría sido necesario el concurso de muchos de
los mismos que debían ser sometidos violentamente; para 10 se-
gundo, no se contaba ni con media docena de hombres, una vez
que los de Soacha no habían de tomar narte en acción tan atrevida.
Sáiz no pudo recabar del señor Ospina que contestase a Colina
oor escrito; de suerte que tuvo que enterar a éste del resultado
de su comisión, verbalmente y en presencia de gran número de
individuos adictos a la revolución. que estaban reunidos con el
jefe. En ellos produjo viva irritación la resnuesta de D. Mariano
y emoezaron a des ahogarla proponieno todo género de med;das
violentas. La noticia no tardó en divulgarse por la ciudad, con lo
que la fermentación subió de punto.
El dueño de una de las casas que estaban sirviendo de cuartel
pronuso que a la suya se le pusiese fuego, y este partido fue
abrazado en se,guida. De este modo. a tantas tumultuosas y san-
grientas escenas. se añadieron los horrores de un incendio.
Parece que D. Pastor Ospina, tomando en consideración los
peligros que corría su hermano, se inclinó, cuando ya no había
modo de conjurar tales peligros, a entrar en arreglos con Colina.
Este jefe se dirigió a la puerta que por el lado de la calle daba
acceso a una de las casas asaltadas, penetró en ella y manifestó
a los Ospinas que ya no podría él, aunque quisiera, contener a
la gente, y que era forzoso que se entregaran.
Una v~z prendidos, son conducidos todos al hotel, no sin que
la turba enfurecida atruene el aire con su grita, denostando y ame-
nazando a los prisioneros. Estos permanecen allí hasta la media
noche, hora en que sacan a los Ospinas y les hacen emprende!
marcha a pie por el camino que conduce a Anapoima.

135
Sus compañeros quedan llenos de mortal espanto, persuadidos
como están de que no se ha podido sacar a tal hora fuera de la
población a D. Mariano y a D. Pastor sino para quitarles la vida.
Pero estos mártires no debían ver tan pronto el término de sus
tormentos, y fueron reconducidos a La Mesa al día siguiente,
precedidos de una pica en cuyo extremo traían el sombrero de
D. Mariano. Por de contado, a la entrada de los dos presos re-
novaron los siniestros clamores, el tumulto y las amenazas.
A poco de haber sido encerrados los Ospinas en su prisión,
empezó a rugirse en La Mesa que, noticioso el Gobierno de las
novedades que allí habían ocurrido, iba a enviar a rescatar a los
prisioneros un cuerpo numeroso, al mando de D. Pedro Dávila.
Al punto se declaró que, si tal sucedía, antes de que ]'legase la
fuerza se fusilaría a los Ospinas y a los demás presos.
D. Jesús María Gutiérrez, que con el fin de favorecer en
cuanto pudiese a uno de los individuos de La Unión, se había
trasladado de Bogotá a La Mesa, y otro caballero, liberal como
él, y como él interesado en favor de los prisioneros, redactaron
o hicieron redactar una representación al Gobierno, en que se
manifestaba que con aquel paso no se hacía otra cosa que ex-
ponerlos a todos a peligro más cierto, y que, en consecuencia,
debía abstenerse de darlo. Entre los de La Unión hubo por
fortuna quienes se opusieron a que se diese tal muestra de
debilidad.
D. Pedro Dávila estaba a la sazón en Funza, y disponía de
alguna gente. El tuvo la idea de ir a La Mesa a rescatar a D.
Mariano Ospina; pero consideró que su deber no le permitía
hacerlo sin orden superior.
Ignoro si en Bogotá se llegó a pensar en enviar alguna expe-
dición a La Mesa. Si en ello se pensó, fácil es que tam bién se
pensara en ponerla a órdenes de D. Pedro Dávila, de qu;en se
hablaba mucho entonces y a quien se reputaba muy justamente
como uno de los sostenedores del Gobierno más dignos de
confianza.
D. Pedro no era militar de profesión, ni su nombre había
figurado en el escalafón militar; pero era un patriota de con-
vicciones incontrastables, de inconmovible adhesión a la causa
de la legitimidad, de una energía casi desconocida entre nosotros
y de una intrepidez comparable únicamente con la de los
paladines de la edad media. No había estudiado el arte militar.
pero su capacidad era de aquellas que todo lo adivinan. La
opinión pública, o a lo menos la de muchos, lo señalaba. desde

136
aquella memorable batalla de Santa Bárbara (que fue perdida
para los que la ganaron y ganada para los que la perdieron), como
el jefe que debía ponerse a la cabeza de todo el ejército legitimista.
Pero vuelvo a mi asunto. De aquello de que los oficiales habían
de quedar en libertad no volvió a hablarse, no obstante que
Colina ratificó su promesa cuando entró al cuartel. Tengo por
cierto que no dejó de cumplirse por culpa suya, pues la autoridad
de que estaba investido no podía ser en aquellas críticas circuns-
tancias muy efectiva ni muy acatada.
Como es de suponerse, a los oficiales se les desarmó, y ha-
biéndose hallado que las cápsulas del rifle de Ricardo Santa-
maría estaban untadas de grasa, los maldicientes propalaron la
eSJ?ecie de que los defensores del cuartel habían hecho fuego
con proyectiles envenenados.
No tardó en llegar a La Mesa una partida enviada por
Mosquera para que se hiciese cargo de los prisioneros. Man-
dábala el general Joaquín Reyes Camacho; y no hay necesida<!
de decir que mientras aquellos estuvieron a la disposición y bajo
la custodia de ese jefe, no volvieron a ser objeto de indignidades.
Durante la marcha se les unió el general Evaristo de la Torre.
Sin embargo, los que proporcionaron a los Ospinas bestias y
arreos de montar para el penoso viaje de regreso, parecieron
habérselas proporcionado más para hacerlos objeto de befa y de
irrisión, que para procurarles comodidad: no era dable que el
General Reyes Camacho, en aquellas premiosas circunstancias,
atendiese a todos los pormenores de la marcha.
Los de La Unión hicieron el viaje a pie, montando alternati-
vamente en una mula que cierto amigo de alguno de ellos les
había conseguido.
Los mismos jóvenes (que ya no lo son) recuerdan con agrade-
cimiento y cariño el nombre de la señora Joaquina Roa de
Zornosa, que proponiéndose servir y aliviar a uno de ellos con
cuya familia tenía amistad, y acompañándolo en el viaje hasta
Chapinero, vino a ser para todos una especie de Providencia.
Pasando por Bojacá y por Buenavista y tomando el camino
de Cota, vino a dar la columna con sus prisioneros al campa-
mento de Chapinero. Tales eran las especies que malignamente
se habían esparcido entre la tropa de Mosquera y entre el vulgo
de sus parciales, que a la llegada de los Ospinas se creyó nece-
sario formar los cuerpos, con el fin de evitar que se promoviese
algún grave desorden y se asesinase a los presos. Los negros

137
caucanos preguntaban, señalando a D. Mariano Ospina, si ese
era el que quería venderlos.
Hoy, cuando ya están acalladas las pasiones políticas de
aquella época, cuando los adversarios de D. Mariano Ospina le
han hecho justicia, es cuando se pueden apreciar la perfidia y
el descaro con que se calumniaba a quien no pudo ser culpado
sino de haber hecho prueba, como magistrado y como escritor,
de lo profundo de sus convicciones y de exceso en su respeto
a la ley escrita. Pero él había herido en lo vivo a Mosquera
subiendo, por obedecer a sus conciudadanos, al solio que éste
había ambicionado con tanto ahínco, y refutando magistralmente
los escritos en que el vanidoso caudillo había tratado de jus-
tificar su rebelión.
Encerrados los Ospinas y los jóvenes de La Unión en la casa
de Chapinero que pertenecía a D. José María Grau, en la que
se alojaba también Mosquera, dichos jóvenes pudieron presenciar
algunas de las escenas a que dio lugar la resolución de Mosquera,
de fusilar a los Ospinas y a sus compañeros.
A media noche entró Joaquín Suárez a la pieza en que se
había encerrado a los de La Unión, y dijo a uno de ellos que
estaba despierto y con quien tenía amistad: "Como ayudante
mayor general, vengo a cumplir con el deber de notificarles a
ustedes que está expedida la orden de fusilarlos mañana a las
diez. No tengo valor para despertar a sus compañeros y hacerles
la notificación: hágame el favor de avisarles esto."
Es presumible que Mosquera no pensara seriamente en fusilar
a los Ospinas y a sus compañeros, y que se propusiese amedren-
tar al Gobierno y a los deudos de los jóvenes de La Unión,
por si así conseguía que se le tuviese por beligerante. Ademá"
en Bogotá había rehenes.
Los de La Unión vieron llegar al Ilmo. Señor Herrán y al
Barón Goury du Rosland, que fueron a interesarse por los con-
denados a muerte, y oyeron un violento altercado entre los
generales Herrán y Mosquera, cuando el primero fue a tratar de
disuadir al segundo de su inhumano designio.
Cuando Mosquera resolvió mover su campo y acercarse a
Bogotá, los presos fueron enviados a Zipaquirá y los condujo
Miguel Gutiérrez Nieto. Durante la marcha se les trató con las
debidas consideraciones, si bien tuvieron que hacerla a pie.
Pero cuando hubieron llegado a Zipaquirá hubo algarada se-
mejante a la de La Mesa. La chusma, que acompañó a los
presos hasta que se hallaron seguros en la cárcel pública, no se

138
contentó con dirigirles dicterios, sino que también les arrojaban
piedras, una de las cuales hirió a D. Mariano Ospina en la
cabeza. El tumulto y los denuestos no cesaron mientras los
presos permanecieron en aquella cárcel.
El día 18 de julio notan que la población se agita más que
en los anteriores y que doblan las guardias; se les comunica
que corre el rumor de que Zipaquirá va a ser acometida con 'el
fin de libertarlos, y que, si tal sucede, serán fusilados. Sin duda
se habían visto pasar por las cercanías algunas partidas de la
gente derrotada en Bogotá, y esto había dado motivo a la alarma.
Entra luego un oficial armado de lanza, les advierte que él es
hijo de Sarria; les repite la intimación que poco antes se' les
había hecho; agrega que, apenas se oigan los primeros disparos,
se cumplirá la orden de fusilarlos, y que no será esa la primera
vez que él cumpla las de esa especie, pues ya en Labranzagrande
había tenido ocasión de hacerlo.
Los prisioneros ignoraban, hacía muchos días, el curso que
habían tomado los acontecimientos, y podían admitir como
probable el que se procurase libertarlos. Así vinieron a tener
nuevo motivo para temer por su vida, tantas veces amenazada.
En la noche del mismo día 18 oyen repetidas detonaciones
y creen llegada su última hora; pero a poco perciben que con ese
ruido se mezcla el de alegres aclamaciones, y advierten que 10
que suena no son disparos sino estampidos de cohetes. Era
que los revolucionarios de Zipaquirá acababan de recibir la
noticia de la entrada de Mosquera en la capital.
Para celebrar el triunfo, las turbas exaltadas acudieron a la
puerta de la cárcel a baldonar a los presos y a hacerles sentir
con sus vítores a los que triunfaban, el oprobio del vencimiento.
Los v;drios de las piezas en que se hallaban los Ospinas fueron
despedazados a pedradas; y varios sujetos entraron a la prisión
a regodearse refiriéndoles a los presos los pormenores de la toma
de Bogotá. y enumerándoles las muertes de conservadores que
habían acaecido. La guazábara duró toda la noche.
Por una aberración que ciertamente no se puede atribuír a
motivos nobles, el día 19 se puso una barra de grillos a cada
par de presos, uniendo la pierna derecha de uno con la iz-
quierda de otro.
De Zipaquirá fueron trasladados a Bogotá, y también le tocó
conducirlos al general Reyes Camacho. Casi todos vinieron a
caballo; pero si materialmente se vieron bien tratados, su viaje
fue el más penoso, pues durante él supieron el fusilamiento de

139
Aguilar, Morales y Hernández, y estuvieron encontrando gente
que llevaba la noticia de que el de los aspinas se verificaría
apenas llegaran a Bogotá.
Al llegar a esta ciudad los rodea y los acompaña, como en
La Mesa y en Zipaquirá, una muchedumbre alborotada y se-
dienta de sangre, a la que el general Reyes Camacho habla con
energía, tratando de hacerle ver la vileza de su conducta.
Los aspinas y los de La Unión son encerrados en el edificio
de las Aulas. Es sabido que los primeros fueron conducidos al
Castillo de Bocachica. D. Pastor aspina escribió una relación.
que corre impresa, de su duro cautiverio.
A los jóvenes de la Compañía de La Unión se les puso en li·
bertad, mediante fianza, 'pocos días después de su llegada.

140
APREHENSION DE DON

IGNACIO GUTIERREZ

VERGARA EN 1862
Los detalles que, de un hecho político muy trascendental, me
propongo relenr, pueden parecer de poco interés histórico a
quien no tenga presente que los detalles y las cosas personales
e ímimas, son lo que puede dar idea más pertecta de una época.
La presente relación contribuirá sin duda a hacer conocer la
luctuosa y aciaga, al mismo tiempo que históricamente impor-
tante, en que el General Mosquera, como caudillo de un partido,
derrocó el Gobierno de la Confederación Granadina.
Además nada de lo que se relacione con la vida de D. Ignacio
Gutiérrez debe ser indiferente para quien mire con cariño la
memoria de los ciudadanos ejemplares y egregios.
D. Ignacio Gutiérrez y Vergara perteneció a un grupo de
hombres desinteresados y exentos de ambición que, desde el
declinar de la antigua Colombia hasta los albores de la nueva,
sirvieron al país enseñando patriotismo con su ejemplo; ilustrán-
dolo y mostrándole buenos caminos por medio de la pluma;
desempeñando empleos sin otra mira que la de procurarle el
mayor bien posible; mostrándose cristianamente modestos. y
permaneciendo afiliados a cierto partido, únicamente porque
juzgaban sus principios y sus aspiraciones en un todo conformes
con las creencias religiosas que profesaban.
...* ...
El general Mosquera tomó a Bogotá el 18 de julio de 1861,
e hizo prender, entre otros muchos empleados y particulares,
al señor D. Bartolomé Calvo, que, en su calidad de Procurador
General de la Nación, se había encargado del ejercicio del poder
ejecutivo al terminar el período para el cual había sido elegido
presidente D. Mariano Ospina.
Según el precepto constitucional, por falta del Procurador Gene-
ral de la Nación, debía ponerse al frente del Gobierno el sujeto que
fuese de más edad entre los que estuvieran desempeñando las se-
cretarías del despacho. D. Ignacio, que al fin de la administración
del señor Ospina y en toda la del señor Calvo había tenido a fiU
cargo la cartera de Hacienda, y que, al mismo tiempo era el de

145
más edad y el único entre todos los miembros del Ministerio que
no se hallaba en poder del vencedor, era llamado a hacer las veces
de Presidente de la Confederación.
Hízose cargo de que su deber y el bien de la patria exigían de
él que no declinase el peligroso y poco apetecible honor de
ponerse al frente del Gobierno y emprender una lucha en que,
según todas las probabilidades, debía sucumbir juntamente con
la legitimidad. Siendo los que eran los antecedentes del triunfo
de Mosquera y el carácter y disposiciones de este caudillo,
emprender aquella lucha era ofrecerse como víctima voluntaria
en el altar de la justicia.
Pero D. Ignacio Gutiérrez emprendió esta lucha. En cuales-
quiera otras circunstancias habna rehusado la dignidad qu~ la
ley le contería: en la presente, debia mostrarse buen cumpíidor
de la Sentencia que él mismo formuló más tarde: Los deberes
no se renuncian.
El 18 de julio y algunas horas después de la entrada de las
tropas revolucionarias en la capital, D. Ignacio se asiló en la
legación francesa, cuyo jefe era entonces el Barón Goury du
Rosland, amigo suyo. Hízolo sin haber podido averiguar qué
suerte había tocado en la sangrienta jornada a sus dos hijos
mayores, que habían tomado las armas en defensa del Gobierno.
Hasta aquel día, la casa de una legación se había mirado
como asilo inviolable y seguro; pero, como Mosquera hubiese
hecho sacar de la legación inglesa a D. Bartolomé Calvo y a
otros individuos que se habían refugiado en ella. D. Ignaó1
advirtió que debía buscar otro asilo; y se trasladó cautamente
a la casa situada en una de las esquinas inmediatas al puente
de Lesmes, que había sido la habitación de su venerable abuelo
D. Pantaleón Gutiérrez, y era entonces la de las señoras Cas-
tillos y Gutiérrez, primas suyas.
Las fuerzas con que se contaba después de la toma de la
capital para hacer frente a los ejércitos del que aún no se había
atrevido a tomar otro título que el de Supremo Director de la
Guerra, eran más morales que físicas.
La existencia de un gobierno constitucional despoiaba al ven-
cedor de mucha parte del ascendiente y de la autoridad que
necesita'ba para erigirse en árbitro de la nación. y era una
bandera que auedaba en manos de los que se pronus:esen con-
tinuar sosteniendo por medio de las armas 1:1 causa ele h
legitimidad.

146
De todo esto puede colegirse cual sería el ahínco con que
Mosquera deseaba apoderarse de la persona de D. Ignacio.
Sabido es que aquel hombre no era de los que se paran en
barras cuando se trata de satisfacer un deseo vehemente, y así
fue que no desechó medio de los que estaban en sus manos
(y entonces lo estaban todos), para descubrir el refugio en que
se había ocultado D. Ignacio Gutiérrez. Las desazones que le
proporcionaba la guerrilla de Guasca --en la que veía, ya el
núcleo de un ejército poderoso, ya el tábano que pica a ]a fiera
y, cuando ésta sacude la cola o levanta la garra, pasa a picarle
en otro sitio-, mantenían vivo el encono del voluntarioso jefe,
y de tiemno en tiemno producían en él explosiones de cólera. Así
':e exnlica el que hubiese mandado a buscar a D. Ignacio en una
bóveda de la canilla del Sagrario en que ya entonces renosaban
los restos de su esnosa y los de muchos de sus deudos: así
se exnlica el que hubiese mandado prender a sus hiios, 'Para
hacerle eSCOf1erf'ntre la libertad y tal vez la vida. de éstos y
su nronia salvación.
Mal conocía Mosquera a D. Ignacio si esneraba encontrar en
él menos varonil entereza que la que ha hecho inmortal a Guz-
mán el Bueno. Y lo conocía mal a pesar de que afectaba tener
mucho cierto parentesco que con él lo ligaba, y la amistad que
entre los dos había existido en meiores tiemoos.1
Durante seis meses fue cosa muy común ver en la ciudad
manzanas cercadas de tropa y piquetes de soldados que entraban
en las casas que a ellas pertenecían, a hacer minuciosas pes-
quisas con el fin de descubrir el asilo de D. Ignacb. Sucedía
también que a los habitantes de una casa sosnechosa se les
obligaba a dei aria desocunada y que en esa casa se estableciese
una p.uardia. Una vez se dispuso (y acaso no fue una sola) que
toOos los cuerpos del eiército que obraban en Cundinamarca se

1) CURndo en altcs horas de la noche del 24 de mnyo, D. I~nRcio fue


sacRdo renentil,Rme,.,te de su orlsión, para .er conrlucirlo 81' destierro,
su hijo mgyor. D. Pantoleón, solicitó y no ohtuvo nermiso para acom-
p?f'í?r a su podre. A mediados de junio ocurrió directamente al General
Moc:auera. 'ORra pedirle pasanorte.
"Hacl", mucho que no te vela, le dlio Mosquera al recibirlo en su
casa. ¡Con que no te hgn dado pasanortel ¡Si esos sccretarlos no sirven
de nada' Tu viaje viene muv a tiempo: como ya la convención no se
rpúne en CartogenR sino en Rionegro, yo no puedo ir a la Costa ni ser
p~rlrjno de mi nieto: y tú debes ser el padrino."
Diole en efecto poder para que lo fue"e en lugar suyo (le un hijo de
D. Anlbal Mosquera, que debla ser bautizado. Pero, como D. Ignacio
fue luego confinado a Santa Marta y como D. Pantaleón tuvo que
seguir para Europa. el padrino vino a ser D. Ignacio.

147
reuniesen y que a un tiempo mismo se cercasen todas las man-
zanas de la ciudad. Esta medida, como todas las que toma un
hombre impaciente en momentos de cólera, tuvo resultados
ridículos. Z
En otra ocasión, la manzana en que estaba comprendida la
casa que servía de asilo a D. Ignacio Gutiérrez, y otras dos
manzanas adyacentes estuvieron rodeadas de tropa. Diose orden
a los habitantes de dicha casa de abandonarla, y D. Ignacio
permaneció tres días encerrado en un desván, alimentándose
con manjares fríos, privado de fumar y forzado a no hacer el
menor ruido ni movimiento.
En su escondite, D. Ignacio dictó, como jefe del poder eje-
cutivo nacional, todas las medidas que su deber le dictaba. La
comunicación con personas de fuera de la casa en que se hallaba
hacía inminente el peligro de ser descubierto y aprehendido.
Además era de recelarse que sus perseguidores tuvieran alguna
noticia del paraje en que estaba oculto, pues no obstante lo
infructuoso de las pesquisas que en él se habían practicado,
insistían en vigilarlo y registrarlo.
D. Ignacio, no creyéndose ya seguro en la casa que por seis
meses le había servido de refugio, determinó pasar a otra. y todo
se dispuso para que en una noche de enero de 1862, pudiese tras-
ladarse a la casa de la señora Da. Magdalena Caicedo y Bastida,
casa situada hacia el sur del puente de Lesmes.
Para ejecutar su designio, D. Ignacio salió un poco antes de
las ocho de aquella noche, por una puerta que daba al malecón,
esto es, el espacio que mediaba entre la casa y el río de San
Agustín, espacio que posteriormente ha sido ocupado por una
casa. Había allí tiendas habitadas por mujeres pobres que, para
tender ropa, habían colocado cuerdas y las sostenían levantadas
por medio de horquetas. D. Ignacio, por alejarse de la luz que
salía de una de las tiendas, se enredó en uno de aquellos apa-
ratos y cayó en el barranco de 5 a 6 metros de profundidad,

2) He aquí Una que tampoco lo tuvo muy trágico. Cierto dia apareció
súbitamente rodeada por una numerosa columna de infantería la casa
de la hacienda de Yerbabuena. en la que habitaba yo con mi familia.
Allf estaba también uno de los hijos de D. Ignacio C.utiérrez. José
Gregorio. que sobre el pecado de tener tal padre tenía el de haber
militado en la reciente campafta. Algunos oficiales y soldados registra-
ron prolijamente la casa, en busca de los proscritos. IY José Gregorlo
fue uno de los que anduvieron acompaftando a los buscadores y
abriéndoles las puertas, sin que ninguno sospechase quién eral

148
por cuyo fondo, cubierto de grandes piedras, corre el riachuelo
de San Agustín.
Un individuo que a la sazón iba pasando por el malecón de
la izquierda del río, percibió el ruido de la caída, pregun,ó
qué era aquello y no oyó otra respuesta que un quejido. ;VIo-
vido a compasión, bajó al sitio del desastre, y, acercándose
a D. Ignacio le preguntó quién era y qué había menester. In-
formado de la cuita en que aquel se hallaba, subió a la calle
a buscar quién le ayudase a sacar a D. Ignacio, al cual se le
había roto una pierna. El individuo que había acudido en auxi-
lio suyo era el Negro Camilo, persona muy recomendable siem-
pre, y más en esa época, pues con desinterés y buena voluntad
había prestado servicios a los sostenedores del gobierno legítimo.
Camilo bajó acompañado del señor Gregorio Torres, que fue
la primera persona a quien encontró en la calle, y entre los
dos levantaron a D. Ignacio y lo subieron a la calle. Fácil es
imaginar cuáles serían los dolores del pobre estropeado cuando
la oierna, que se había doblado por el sitio de la fractura. vino
a quedar colgando.
Suplico les D. Ignacio a sus salvadores que lo entraran a
cualquier parte, y, como por hallarse más inmediata, les s;:ña1ó
la misma casa de donde esa noche había salido. Tocaron a la
puerta, y como de adentro preguntasen quién llamaba, D. Ig-
nacio, pretendiendo no dárseles a conocer a los que lo conducían
(precaución ociosa, pues ellos lo habían conocido, no obstante
que se había disfrazado con barbas postizas), resDondió que era
un pobre herido que pedía socorro. Introducido el enfermo,
tanto éste como las señoras que lo recibieron, lograron disimular
en presencia de los dos extraños las emociones que Je~ hacía
experimentar aquella vuelta tan pronta y tan infausta.
Tan apretado era el caso, que una de las señoras, atropellando
todo reparo y dominando el miedo que en aquellos días retraía
a todo el mundo de transitar de noche por las calles, corrió sin
tardanza a dar aviso del accidente a D. Manuel Ponce de
León, hermano político del señor Gutiérrez.
D. Manuel Ponce fue paño de lágrimas para D. Ignacio y
para su atribulada familia en las crudas emergencias de aquel1a
época, y ninguno era más apto para desempeñar tan honroso
y difícil papel. Se hallaba dispuesto a todo sacrificio en favor
de su cuñado, a quien miraba como segundo padre, y como
padre el más cariñoso y solícito; y el valor y el despego que
lo distinguen lo hacían capaz de conseguir ventajas en la lucha

149
que había que sostener contra un perseguidor sañudo y om·
nipotente.
Como a los que hayan podido formarse idea de lo difícil y
arriesgado que para un conservador era, en los días a que me
refiero, dejarse ver por la noche en las calles, les ha de parecer
inverosímil que D. Manuel Ponce hubiese podido dar varios de
los pasos que voy a referir, no será fuera de propósito eXY'licar
por qué gozaba de ciertas franquicias. D. Manuel había hecho
estudios, con el lucimiento que es notorio, en la Escuela Militar
que floreció durante la administración constitucional del General
Mosquera; éste se regodeaba asegurando que los alumnos de
aquel establecimiento, señaladamente los más aprovechados, eran
hechura suya; y no podía dejar de sentir o de afectar gran
simnatía nor ellos.
A esta circunstancia se agregó la de que el mismo General.
halagado sin duda por la idea de que luego se había de decir
que en su grande ánimo cabía todo y que las multiplicadas aten-
ciones de la nueva organización política y de la dirección de
la camnaña no embargaban la que solía prestar a las cosas
científicas y a todo nrogreso. había hecho llamar tres días
desDués del 18 de julio al señor Ponce y a D. Manuel María
Paz. con el fin de anurarlos para que terminasen la carta ,general
de la Nueva Granada Que estaban trabajando en virtud de
contrato celebrado con el Gobierno en tiempo de D. Mariano
Osnina. Y tan vivo era el anh~lo de que aquella obra se termi-
nara, que. no contento con poner a disoosición de los dos inge-
nieros todos los elementos de que podían necesitar. los proveyó
de salvoconducto y dictó renetidas órdenes con el fin de que no
se les molestase en lo mínimo.
Decía yo, antes de interrumpir mi relato, que una de hs
s,.,ñoras Castillos había salido en busca de D. Manuel. Pero quiso
la desgracia que él estuviese fuera, y no se pudo hacer otra
cosa que deiarle aviso de que en casa de las señoras Castillos
se le necesit?ba con Urgencia Y que allí se le estaría esperando
hasta cualquier hora de la noche.
A las diez y media de aquella, que era la del 18 de enero
de 1862, volvió el señor Ponce a su casa, fue recibido en ella
con la alarmante noticia que se le había dejado, y al punto se
dirigió al sitio en que se le aguardaba.
Habiendo llegado y habiéndose enterado con amarga sorpresa
de lo que había ocurrido, entró al aposento en que tenían a
D. Ignacio tendido en el suelo sobre un colchón, con la pierna

150
izquierda doblada por la rodilla y por el lugar de la fractura.
El paciente conoció la turbación de su cuñado, y, con la sere-
nidad y entereza que en él nunca flaquearon, le dijo: "Nada
de afán: busque un médico que me enderece la pierna para
que me saquen de aquí antes de que este suceso se divulgue,
pues si se divulga no faltará quien me denuncie." Como no se
debía perder un momento, salió al punto D. Manuel, y tomó
la calle discurriendo con angustiosa perplejidad sobre la elec-
ción que tenía que hacer de facultativo. Si busco un médico
conservador, se decía, éste puede excusarse por temor de ser
aprehendido y de incurrir en las penas con que se ha conminado
a los que auxilien a los escondidos; si busco uno liberal. éste
pensará. y con mucha razón. que cuando el paradero de Ignacio
sea descubierto (cosa que ya no puede tardar), se va a decir
que él fue el delator. Dado a estas cavilaciones, iba D. Manuel
inclinándose a dirigirse al Dr. D. Jorge Vargas. antiguo amigo
del señor Gutiérrez. y suieto sobre quien en ningún caso habían
de poder recaer sospechas; pero le era penoso mol"'starlo a hora
tan avanzada de la noche. y felizmente se acordó del doctor
Liborio Zerda. amigo también de D. Ignacio. Y. como más
iov"n que el doctor Vargas. menos exnuesto a las malas con-
secuencias de una laboriosa trasnochada. El doctor Zerda estaha
a<ilarlo en casa de su hermano polltico. el doctor D. Jacabo
S~nrhez: y. con nretexto de Que tenía enfermo en la snva ~l
señor Ponre se lo l1"'v6 consigo. y. de camino. fue exnlicánrIol,~
10 oue hah~a suc"dido.
D. Ignacio se llen6 de satisfacci6n al verse en manos de un
profpsor tan competente y de un amigo de tanta confianza como
el doctor Zerda.
Sirviéndose de los escasos elementos de que se podía disnoner
a hora tan poco competente para el caso como la de media
noche, se procedió a la reducci6n de los huesos rotos y a la
anlicación del anarato conveniente, sirviendo de auxiliar al señor
Ponce. Ejecutada la operaci6n, D. Ignacio insisti6 en que sin
más demora se le trasladase a cualquier otro sitio. y una de
las s"ñoras de la casa pas6 a la de doña Magdalena Caicedo y
Bas'ida. situada como llevo dicho. hacia el sur del puente de
Lesmes yana gran distancia de éste. y la señora. enterada del
surcso de esa noche. se disnuso a conceder la peligrosa hospi-
talidad que de ella se esneraba.
Pero conducir al púciente en una manta no era posible,
porque los huesos rotos volverían a desconcertarse; llevarlo

151
en una cama tampoco era practicable, porque la escalera de la
casa de la señora Caicedo era muy estrecha. Al fin se ocurrió
al expediente de arrancar una tabla de las del suelo y acomodar
en ella al enfermo atándolo muy bien para evitar el peligro
de una caída; pero aquella que D. Ignacio llamaba esa noche
su tabla de salvación, era muy corta; la cabeza le quedó al aire,
y tuvo que estársela sosteniendo con las manos mientras per-
maneció extendido en ella.
Cargaban la tabla dos de las señoras Castillos, el doctor
Zerda y D. Manuel Ponce, y con ella bajaron al zaguán. En
el mismo punto en que se iba a introducir la llave en la cerr8-
dura de la puerta, se sintió el acompasado andar de una pa-
trulla; si diez segundos antes se hubiera tratado de abrir, todo
se habría perdido desde esa noche.
Dando lugar a que pasaran los efectos de la sorpresa y a
que la patrulla se alejase, se dejó transcurrir algún tiempo y
se abrió sigilosamente la puerta; pero entonces se smtleron
todos sobrecogidos de mayor espanto viendo una persona si-
tuada enfrente de la casa, persona que, según lo imaginaban,
era seguramente un espía. Dos horas mortales pasaron en an-
gustiosa expectativa, y al cabo supieron, no sé cómo, que quien
acechaba allí era doña Magdalena Caicedo, que se había ve-
nido a ver cuando sacaban a D. Ignacio. para ir a abrir la puerta
de su casa.
A ésta fue por fin trasladado el enfermo, sin que en el camino
se hubiesen presentado nuevos tropiezos; pero nadie podría
pintar la ansiedad y el sobresalto que, durante el tránsito, ator-
mentó a los cuatro conductores. Como para que no faltase nin-
guna circunstancia de cuantas podían agravar el peligro, el
cielo estaba despejado y en él resplandecía la luna llena, a la
luz de la cual podía divisarse el misterioso grupo desde puntos
muy distantes.
Cuatro o cinco días después, tuvo lugar una de aquellas pes-
quisas generales de que hablé atrás. La señora Caicedo se
previno para la que en su casa podría hacerse, improvisando
un altar que ocultaba la puerta de la habitación en que estaba
D. Ignacio, la cual tenía salida al balcón. La pesquisa tuvo
efecto, pero los que la practicaron omitieron el registro de ]0
que quedaba detrás del altar, y no advirtieron, aunque salieron
al balcón, que en éste se veía la puerta de una pieza que no
habían registrado.

152
De este susto ya se había salido; pero era temeridad exponerse
a otro no mudando de asilo. Haciéndose estaban las prevenciones
para tal mudanza en la noche del 24 de enero, a eso de las diez,
cuando se oyeron fuertes golpes a la puerta de la casa. D. Ma-
nuel Ponce se asomó al balcón y vio agrupadas en la calle una
o dos compañías de soldados, y mucha más tropa que tenía
cercada la manzana.
Haciéndose cargo de que ya no se podía conjurar el peligro,
comunicó a D. Ignacio lo que estaba pasando y le pidió auto-
rización para obrar, pues ya había concebido un plan. El Ge-
neral Mosquera le había dicho repetidas veces: "Dígale usted
a Ignacio que ya todos los conservadores se han presentado,
que sólo él falta, que todo lo que está haciendo es una temeridad,
y que si no se presenta, lo fusilo el día que lo coja."
El señor Ponce se proponía ocurrir al general Mosquera antes
que éste supiese que el asilo de D. Ignacio había sido descu-
bierto. y decirle de parte suya que se ponía a su disposición.
Mediante este paso, esperaba alejar el peligro de que el
General, en un primer ímpetu, de aquelJos que en él eran tan
frecuentes, ordenase inmediatamente el fusilamiento.
Pero aquel proyecto no podía realizarse sino aprovechando
momentos, y D. Manuel tuvo que perder muchos batallando
congoiosamente con las señoras de la familia de D. Ignacio,
que se encontraban en la casa, las cuales, llenas de amargura y
sobrecogidas de espanto, se le asían a los vestidos y no con-
sentían en que se apartara de ellas sin decirles qué habían
de hacer en aquel trance.
Al cabo bajó a la puerta, que estaban tratando de echar
abajo a golpes, preguntó quién llamaba y oyó le contestaban
varias personas a la vez, que iban por D. Ignacio Gutiérrez,
que estaba en aquella casa; preguntó quién mandaba esa fuerza
y, abriendo la puerta, vio que se presentaba el mayor Pérez
Solano, a quien hizo entrar y a quien manifestó que el señor
Gutiérrez estaba allí, pero que se hallaba imposibilitado para
moverse por habérsele roto una pierna. En seguida le preguntó
si queríll que se le diese aviso al General Mosquera, a 10 que el
mayor le contestó que, si salía garante de que D. Ignacio no
había de escaparse, podría ir con él mismo a dar aquel aviso. Pérez
salió fuera y dijo a sus compañeros que el señor Gutiérrez estaba
allí y que D. Manuel Ponce respondía de él. "Nada tenemos
que ver con Ponce, gritaron muchos; a quien necesitamos es a
D. Ignacio Gutiérrez." Viendo que era forzoso evitar que toda

153
la tropa invadiera la casa, D. Manuel propuso al mayor, y
éste dispuso que se dejase a D. Ignacio bajo la custodia de un
oficial de confianza y que no se permitiese entrar al resto de
la gente.
Partieron luego para la casa del General, que era la que
actualmente ocupa el Banco de Bogotá, y el señor Ponce trató
de adelantársele a su compañero. Consiguió esto, merced a que
Pérez se detuvo en Santo Domingo, que estaba convertido en
cuartel, para dar allí noticia de la aprehensión de D. Ignacio. A
la puerta de la casa de Mosquera los centinelas quisieron dete-
ner al señor Ponce, pero éste les diio que iba a llevar al General
una noticia muy importante, siguió hacia adentro sin hacer caso
de las intimaciones de los centinelas, halló a Mosquera en el
comedor con varios otros sujetos, lo saludó y, acercándosek.
le dijo:
"Ignacio manda decir a usted que disponga de su persona."
M osquera se levantó y contestó, entre otras cosas: "Ya yo le
habia dicho a usted que sacaría la hormiga grande. Con llave de
oro todo se consigue." Ya en estos momentos llegó el mqyor
Pérez y quiso empezar a hablar para dar parte del cumplimiento
de su comisión, pero Mosquera le interrumpió diciéndole:
-·-"Ya sé. ya sé."
De.spués que los que estaban presentes hicieron sus comen-
tados y dirigieron sus enhorabuenas al General. el señor Ponce
le prc¡:runtó qué disponía:
---"Que me lo traigan aquí.
--Pero Ignacio tiene rota una pierna, y a esta hora (eran
las once de la noche). no es posible conseguir una camma
Dara traerlo en ella.
-"Pues entonces queda hasta mañana bajo la custodia de
usted y del mayor Pérez, que es un caballero."
El doctor D. Bernardo Espinosa, que estaba presente, pidió
permiso a Mosquera para llevar a D. Ignacio a su casa y para
alojarlo en ella hasta que se curara. "Eso, le contestó, lo vere-
mos después; pero ahora vaya usted a verlo y dígale que, sabiendo
yo que está enfermo, lo mando a usted para que 10 vea."
D. Manuel Ponce, que se sentía como sobre ascuas por la
consideración de lo que debía estar pasando en la casa de la
señora Caicedo, salió en volandas con el doctor Espinosa; llegó
a aquella casa y la encontró invadida por la tropa. Muchos de
los que la componían, que no debían de estar muy acostumbra-
dos a respetar consignas, tenían acosadas a las señoras preten-

154
diendo registrar sus personas con el fin, decían, de sacarles los
papeles y los documentos.
Raro es que el movimiento en que las pasiones y los errores
ponen a los hombres en toda coyuntura en que se procede
irreflexiva y desordenadamente, deje de dar lugar a que, con
las trágicas, se mezclen las más cómicas escenas.
El padre Bernal, agustino, tipo de los religiosos de su tiempo
y padre grave, según el lenguaje de que antaño se usaba, se
hallaba escondido en la misma casa de la señora Caicedo; pero
no tenía conocimiento ni sospecha de que D. Ignacio se en-
contraba allí mismo, y se había acostado a las primeras horas
de la noche del 24 de enero con la tranquilidad que podían
infundirle el creerse bien escondido y las simpatías con que
contaba entre los parciales de Mosquera. Varios de los que com-
ponían la chusma que se había derramado por todas las habita-
ciones, dieron en una de éstas con un individuo que estaba
durmiendo, y dieron por hecho que ese era D. Ignacio.
-"¡Señor Gutiérrez, señor Gutiérrez!, vociferaron dos o tres.
--¡Qué. qué. qué es? respondió el padre, entre soñoliento y
sobresa !tado.
-Levántese el godo.
--Tiene que entregarse, señor D. Ignacio.
-¡.Qué D. Ignacio? Yo soy el padre Bernal. y no me llamo
Ignacio.
-Si, se nos quiere hacer fraile.
-¿Acaso no son frailes todos los godos?
-Reverendo, quítese el gorro, a ver si tiene corona."
Quitáronle el gorro, pero esta diligencia ya era inútil, pues
el nadre había sido reconocido por uno de los que sucesivamente
habían ido entrando.
Al tumulto y a la vocería de aquellos momentos se agregaron
las reconvenciones del reli!!ioso a doña Magdalena por no ha-
berlo enterado de que se hallaba baio un mismo techo eon un
comnañero tan peligroso como D. Ignacio Gutiérrez.
El señor Ponee pudo poner a raya a la alborotada turba.
m"diantc la declaración que hizo enérgicamente de estar inves-
tido Dar el General Mosquera de facult8dcs na1'a disnoner del
¡m'so, declaración que fue confirmada por el doctor Esninosa.
Hizo en se!!uida retirar la trona al niso baio. colocó centinela
en la nU"rta de la calle y nuso en libertad al n~dre Bernal y al
doctor Zerda, que se había hallado en el conflicto.

155
Antes de salir, el doctor Espinosa invitó al doctor Zerda a
ver a D. Ignacio, por si las emociones recientes habían produ-
cido en él alguna novedad. Cuando lo hubieron visto, salieron
diciendo: "Más asustados estamos nosotros; parece que nada le
hubiera sucedido."
Entre las insignes prendas que adornaban a D. Ignacio Gu-
tiérrez, sobresalía el valor moral, que arrostra con serenidad el
peligro y las adversidades; valor infinitamente más caro y más
estimable que el coraje impetuoso del soldado que desafía la
muerte en los momentos en que la lucha exalta el ánimo y en-
ciende la sangre.
Restablecida la calma, llegó el mayor Pérez y tomó la cama
que se le hizo disponer, en la que durmió tranquilamente.
Poco después llegó el General Victoria armado hasta los
dientes. Conducido por el señor Ponce, entró a ver a D. Ignacio,
con quien entabló plática acerca del Valle del Cauca y de sus
maravillas. Una media hora duró la visita, al cabo de la cual
salió diciendo: "Vaya, yo creía que era un demonio, y es un
viejecito muy bueno y muy amable."
Para los que no asistieron al tremendo drama de 1861 y 1862,
nada significa una visita del General Victoria a un godo conspi-
cuo y perseguido. Para los que lo presenciamos, una visita se-
mejante significaba peligro de muerte, de muerte acompañada
de los terrores que podía infundir la presencia de un bravonel
de quien se referían terribles proezas.
El 25 de enero, en momentos en que D. Manuel Ponce no
estaba presente, el señor Gutiérrez escribió y envió al General
Mosquera una carta en que le decía que sus hijos no eran res-
ponsables de su conducta, y que esperaba que cesara toda per-
secución contra ellos. "Yo no he hecho otra cosa, concluía,
que imitar la conducta del que murió en Marsella: cumplir
con mi deber." 3
D. Manuel Ponce, habiendo vuelto a la casa, leyó el borrador
de la carta, y al punto manifestó a D. Ignacio que con ella
probablemente había dado al través con toda su maquinación.
-Esa carta, respondió, nada contiene que pueda ofender al
General Mosquera.
No sabemos qué impresión puede producir en su ánimo, re-
plicó D. Manuel; ya verá usted el resultado.

3) Aquí se refería D. Ignacio a su amigo, el grande Arzobispo Mos-


quera, hermano del que después recibió de un Congreso el sobrenom-
bre de Gran General.

156
Este no se hizo aguardar: en ese punto entró un oficial que
llevaba orden de privar de comunicación al señor Guliérrez, y
que hizo salir a las personas que lo acompañaban.
D. Manuel se dirigió entonces a la casa de Mosquera a in-
quirir la causa de aquella novedad.
El secretario privado de éste, D. Simón Arboleda, le dijo,
apenas lo hubo visto: "¿Qué fue lo que el tío Ignacio le escribió
a mi tío Tomás, que lo ha irritado tánto?" Apenas acabó de
leer la carta, dijo: "Ya no me traigan aquí a Ignacio, porque
en una misma casa no pueden vivir dos presidentes. Que inme-
diatamente lo priven de comunicación y 10 lleven a un cuartel."
El señor Arboleda aconsejó luego a D. Manuel que por en-
tonces no tratara de ver a su tío 10más, porque estaba de muy
mal humor.
El mismo día 25 de enero trasladaron a D. Ignacio de la casa
en que había sido aprehendido al antiguo cuartel de San Agus-
tín. Lleváronlo en un catre cargado por cuatro hombres, entre
dos filas de soldados. En el cuartel se le unieron sus hijos des-
pués de una dolorosa separación de más de seis meses; y allí
mismo hizo el doctor D. Jorge Vargas la última curación de la
pierna; pues desde la traslación al cuartel no se permitió a nin-
gún otro médico visitar a D. Ignacio. A éste 10 trasladaron más
tarde al convento de Santo Domingo; de éste al de San Agustín.
en seguida a San Bartolomé, por último y nuevamente al con-
vento de San Agustín, donde antes había estado.
Las multiplicadas y poco cuidadosas traslaciones hicieron la
curación mucho más larga y dolorosa de lo que debía haber sido,
y al cabo los huesos rotos se soldaron formando un ángulo, de
suerte que la pierna izquierda quedó bastante más corta que
la derecha.
La gallarda pluma de Quijano Otero hizo ya la narración de
los demás vejámenes, trabajos y peligros que probaron la he-
roica entereza de D. Ignacio hasta que salió desterrado. Por tanto,
aquí debo yo terminar esta relación, que he hecho siguiendo en
parte mis propios recuerdos y en parte sirviéndome de los datos
que he recogido entre varias personas que tuvieron parte en los
sucesos que refiero o que se enteraron de ellos en los mismos
días en que acaecieron.

157
CARACTER DEL DOCTOR
ALEJANDRO OSaRIO
Bogotá, mayo 25 de 1889

Señor D. José Manuel Marroquín

Muy estimado señor y amigo:


Con el fin de publicar, como complemento del estudio biográ-
fico del señor doctor D. Alejandro Osorio Uribe, escrito por el
señor D. Venancio Ortiz, me permito confiar a usted la parte
relativa al carácter del doctor Osorio, ya que usted, como alle-
gado suyo, tuvo ocasión de tratarlo íntimamente, y que con tanta
verdad y galanura ha dado a conocer a varios distinguidos
miembros de su familia.
No dudando se digne usted complacerme, me es grato suscri-
birme de usted muy atento servidor y amigo,

José T. Gaibrois 1

1) El señor José T. Galbrois, director de la revista "Colombia Ilus-


trada" publica en el mismo número en que aparece el "Carácter del
doctor Osorio", la noticia biográfica sobre éste, de que es autor don
Venanclo Ortiz. Fue el doctor Osorio eminente hombre público y cabeza
de una de las principales familias de Bogotá del siglo XIX. Nació el
26 de febrero de 1790. Se tituló de abogado en 1811. Auditor de Guerra
y compafiero de Narifio en la Campafia del Sur. En la época del Terrot
fue perseguido por Sámano, de quien logra evadirse. A su llegada a
Bogotá después de la Batalla de Boyacá, Bollvar lo nombra secretario
privado, cargo del que pasa a ocupar la importante posición de Secre-
tario de Guerra y de Hacienda. Se destaca en el Congreso de Cúcuta
como eminente orador y constitucionalista. Defiende a Narifio ardoro~
samente en el Congreso de 1823. Posteriormente ocupa los siguientes
cargos: Ministro de la C'orte Superior de Justicia en 1826; Ministro de
Hacienda y de Guerra del general Santander; Secretario de la Univer-
sidad Central; Senador en los afios de 1826, 1827, 1838 Y 1841; Ministro
Fiscal de la Alta Corte de Justicia; Ministro de lo Interior en 1830;
Consejero de Estado en 1832; Ministro de lo Interior y Relaciones Ex~
terlores en la Administración del General Domingo Calcedo; Mlnlstro
Plenipotenciario del Gobierno Granadino en 1843; Ministro de lo Inte-
rior y Relaciones Exteriores del General Mosquera en su primera admi-
nistración. de 1845 a 1849; Presidente de la Corte Suprema de Justicia
en 1861: murió en Bogotá, el 16 de marzo' de 1863. - Nota del E; ..

163
',. c.--- Mayo 25 de 1889

Señor J. T. Gaibrois.

Muy estimado amigo y señor;


Al pedirme usted un trabajo sobre el carácter de mi padre
político, el doctor D. Alejandro Osorio y Uribe, me hace acreedor
a mi reconocimiento por el interés que con ello manifiesta, como
de otra manera lo habrá manifestado antes, porque aquel emi-
nente colombiano sea conocido de esta generación y de las veni-
deras tan ventajosamente como lo fue por 'iUS contemporáneos.
Remito a usted un escrito sobre el asunto. Escrito que tenía
compuesto, no para que viese la luz pública, sino para que foro
mara parte de ciertos apuntamientos que he hecho a fin de que
mis descendientes tengan noticias y guarden memoria de sus m:J-
yores.
Doy a usted mil y mil gracias por las lisonieras expresiones
con que me favorece en la carta que me ha dirigido en ~sta mis-
ma fecha, y me suscribo de usted muy atento seguro servidor y
amigo.
1. Manuel Marroquín
No fue el doctor Osorio favorecido por la naturaleza con las
dotes físicas cuyo conjunto forma un buen mozo. Era de
poco aventajada estatura y no gallardo ni garboso en el Dorte
ni en el andar. Su color era moreno, y su cabello escaso y de-
masiado sedoso, tiraba a bermejo. Pero en fisonomía abundaba
aquel atractivo indefinible y más envidiable que las buenas fac-
ciones, que se llama gracia. Ello es que cuando era mozo, las da-
mas, si acaso echaban menos en él ciertas perfecciones, hallarían
harta compensación en otras, pues entre ellas era muy bien quisto
mientras permaneció soltero. En la edad madura y en la vejez
se haría notar por una expresión de circunspecta y decorosa jo-
vialidad.
Esta jovialidad circunsoecta era tal vez, entre sus prendas ex-
teriores naturales y adquiridas, una de las que más lo caracteri·
zaban. En el trato familiar y en el trato con las muieres y con
los jóvenes, se mostraba festivo. Cuando las circunstanc:ias lo
pedían era grave, pero tan distante estuvo siempre de una gra-
vedad afectada como de la destemnhda afición a los chistes que
distingue a las personas frívolas. Como muchos de los hombres

164
notables de su época, estaba habituado a conciliar con el respeto
a los oyentes aquella familiaridad sin la cual la conversación
c;:,rece de todo agrado. Y esta circunspección era tanto más nota-
ble, cuanto mayor era su intimidad con la persona con quien tra-
taba; jamás habría sido capaz de manifestar su amistad con
chanzonetas ni con llanezas vulgares, ni con cierto descomedi-
miento que, entre gente común, pasan por pruebas de intimidad y
confianza.
Otra de sus prendas características era la bondad: huyó siem-
pre de hacer sentir su superioridad o su autoridad a quien valía
menos que él y a quien le estaba subordinado, y si el puesto que
ocupaba en su casa o en su oficina lo obligaba a dar órdenes, lo
hacía de tal manera, que el que había de obedecerle se reconocía
deudor de una muestra de bondadosa deferencia.
Cosa harto común es que se confundan la bondad y la sere-
mdad habitual con la debilidad de carácter, iY qué engañados
están los que hacen tal confusión! Los hombres que para hacerse
obedecer cuando hallan resistencia, para sostener su opinión
cuando se les contradice o para desaprobar lo que no es de su
agrado, dan gritos destemplados y puñetazos sobre la mesa, y se
encienden en cólera, y se olvidan del respeto que se deben a sí
mismos, y se desmiden en palabras, lejos de dar muestras de en-
tereza y de carácter enérgico, dejan ver que están dominados por
una cosa extraña a ellos mismos, por una cosa que no es su alma
ni su voluntad. El hombre enérgico es el que se posee siempre a
sí mismo, y procede cuando tiene que dominar y que vencer
resistencias, lo mismo que procede cuando, hallándose en aoa-
cible reooso, medita y resuelve, o discurre con un amigo sobre
el asunto de menos entidad.
Esto vio en el doctor Osorio, y se vio así, tanto cuando se puso
en pugna con todo un Bolívar, tratándose de si debía o no de-
clararse la guerra a Venezuela, como cuando firmó el auto con-
tra Mosquera, oyendo las descargas de la acción de San Diego,
y como se vio cuantas veces se empeñaron con él, para que como
juez o como abogado se apartara de lo que le dictaba su con-
ciencia.
El doctor Osorio estaba dotado de singular facundia, al mis-
mo tiempo que de viva imaginación, con lo que era habilísimo
para entretener a los niños, refiriéndoles cuentos que improvisa-
ba y que prolongaba a placer, según los casos; y aunque su pro-
pósito, al dar principio a algunos de sus relatos, era divertir a los

165
mnos, en más de una ocasión sucedió que personas adultas que
por acaso se pusieron a escucharlos, no pudieron resistir a la ten-
tación de oírlos hasta el fin. Pero de esta habilidad no abusaba
(como abusan muchos de los que poseen el arte de n:2rrar) re;!·
riendo sucesos y aventuras en que él mismo hubiese figurado
De la Campaña del Sur no habió sino por rareza. y los que con
él vivieron en mayor intimidad no recuerdan haberle oído referir
anécdotas o sucesos de esa campaña más de dos o tres veces.
Poseía el don de la conversación y embelesaba con ella. sin
incurrir jamás en el defecto de la murmuración; ni hay que ma-
ravillarse de ello, pues era incapaz de odio y de envidia, así como
lo era del mal humor y de las desigualdades de carácter que ha-
cen a muchos más temibles para su familia y para los muy die-
gados que para los extraños.
La habilidad para improvisar relaciones entretenidas, la facili·
dad de su palabra y el mérito de muchos de sus escritos hacen
suponer que, si se hubiera dedicado a las Bellas Letras. habría
sobresalido en su cultivo, como sobresalió en el foro y en la
política. Por mera travesura escribió un dramita que, con mucho
aplauso de personas inteligentes, se representó en un teatro
casero.
El doctor Osorio se hacía notable en el Congreso como orador.
en época en que abundaban los buenos oradores parlamentario:;
No gustaba, como muchos de sus contemporáneos, de engalana;'
sus arengas con copia de flores retóricas ni con citas y remin;':-
cencias de las que sirven para hacer alarde de erudición; pero
sabía cautivar al auditorio y persuadirlo, mediante la naturalidad
y claridad de su estilo, y al propio tiempo le hacía sentir aquel
agrado de que goza quien oye a un orador de cuyos labios fluye
la palabra fácil y desembarazada.
Nació y se crió en tiempos en que aún los hijos de los más pu-
dientes se habituaban desde la niñez a una vida sobria, modesta
y un tanto dura, y en que nadie disfrutaba en los primeros año~
de otros desahogos y regalos que los que podía procurarse por sí
mismo. Y como en la casa de sus padres se hubiese vivido si,;n;-
pre en modesta medianía, el doctor Osorio, con mayor razón que
muchos de sus coetáneos, estuvo lejos de acostumbrarse a JOS
refinamientos del lujo. Así fue que cuando, gracias a su capa-
cidad y a su constancia, se vio dueño de un buen caudal, no hizo
vana ostentación de su riqueza, ni aspiró a sobresalir entre los
ricos por el lujo. ni buscó para sí más comodidades que las 0[-

166
dinarias. En su casa, en su traje, en sus muebles, nada se echa-
ba menos de cuanto exigían el decoro y la necesidad de honrar
los empleos a que lo elevó su mérito; pero en ninguna de aque-
llas cosas se podía notar un ápice de afectación, de presunción
o de vanidad.
No siendo sus padres personas acaudaladas, el doctor Osorio
tuvo que ingeniarse para hacer los gastos exigidos por sus estu-
dios; terminados éstos, para empezar a trabajar no contó con más
caflital que su talento, su instrucción y aquelIa varonil energía
que hubo de deber a la manera como se educó y que fue patri-
monio de muchos de los jóvenes de la privilegiada época en que
empezó a vivir. Su profesión de abogado, no obstante que en su
juventud la ejerció en competencia con varios iurisconsultos emi-
nentes, 10 hizo dueño de una fortuna considerable. No se aseme-
jó a muchos abogados y hombres de negocios que, mostrando gran
penetración y advertencia cuando se trata de intereses ajenos,
se mu~stran incapaces y descuidados en el manejo de los propios.
Por lo demás, en pocos hombres hemos visto reunirse tan bien,
como en el doctor Osario, el desprendimiento característico del
santafereño y del cabalIero cristiano y de generoso pecho, con
la seria atención a los negocios y con la prudente cautela
del que, no siendo un mentecato, sabe lo que vale el dinero y co-
noce la obligación de conservar, para los fines debidos, los bienes
con que la Providencia ha recompensado las fatigas y la honradez.
De laboriosidad, virtud rara entre los antiguos santafereñoB. y
poco común entre los modernos bogotanos, dio tam bién el doctor
Osario admirable ejemplo en toda su vida; nada diré de su aoli-
cación al trabajo en años en que, conservando las fuerzas y los
alientos juveniles, y estimulado por el patriotismo y por el amor
a su familia, desempeñaba destinos públicos al mismo tiempo
que sc ocupaba activa y fructuosamente en sus negocios propios.
Bastará que se sepa cual era su método de vida en los últimos
años, en los que, abatido ya por su enfermedad y por la viudez,
ocupaba una silla en la Corte Suprema de la República. En las
primeras horas de la noche tomaba la cama, junto a la cual co-
locaba todos los expedientes que, como Magistrado debía exami-
nar; los estudiaba hasta casi el rayar del día; dormía de cuatro a
seis horas, se levantaba, y, no mucho después, despachaba en su
escritorio los negocios de que se había enterado leyendo los ex-
pedientes. Acudía luego a la Corte Suprema, y no reservaba para
el descanso sino un breve rato después de comer.

167
Lo que acabo de decir me lleva a hablar de tres cosas: de su
enfermedad, de su memoria y de su afición a la lectura.
Estando en el Congreso de Cúcuta, el exceso del trabajo y un
atracón de frutas que se dio con motivo de haber sido convidado
a un banquete que tardó d;,:masiado en servirse, le causaron una
enfermedad de estómago que lo atormentó por toda su vida y
que fue su única y última enfermedad. Aquella dolencia lo obli-
gó siempre a observar un régimen alimenticio el más riguroso y
a acostarse muy temprano, sin que por esto disfrutara de buen
sueño. Las largas horas de insomnio las empleaba en leer, y leía
expedientes o documentos u obras de consul'a y de estudio cuan-
do tenía negocios qué desnachar, o libros de historia, o a falta
de éstos, libros de cualquiera otra clase.
Pero no le acaecía con la lectura lo que a casi todos los que
leen mucho y sólo por matar el tiempo, a los cuales de ordinario
nada les queda de lo leído; gracias a su gran memoria y al há-
bito de leer con atención, se aprovechaba de todo lo que leía y
de todo daba razón cuando era ooortuno, aunque se tratara de
cosas que hubiera leído muchos años antes.
Concluiré insertando aquí algunas líneas, que forman parte
de otro escrito, de la especie del presente, en las que traté de dar
idea de lo que era la casa del doctor Osorio en la época en que
su familia estaba ya formada.
Inútilmente me esforzaría por pintar el atractivo y el embele-
so del trato de la familia del doctor Osorio. En su casa reinaba
el decoro más perfecto, y todo en ella infundía el resoeto que
siempre inspiran las familias y las personas de distinción; pero
el respeto y el decoro reinaban de concierto con la franqueza y
la libertad que únicamente pueden hallar cabida entre personas
que, no habiéndose rozado sino con gente de educación, no admi-
ten siquiera el recelo de verse poco respetadas.
En aquella casa se seguían los usos modernos en cuanto a
costumbres, muebles y trajes, pero sólo hasta el punto indisnen-
sable para no incurrir en extravagancia. Ni las personas aferradas
a lo antiguo, ni las de la especie contraria extrañaban allí cosa
alguna. Ourante algunas largas épocas en que permaneció reuni-
da la familia y en que ningún acaecimiento funesto vino a enlu-
tarla, no faltaron en la casa funciones tales como bailes y reore-
sentaciones teatrales. En ella se cultivaba también la música.
pero eran desconocidas y se habrían calificado de ridículas las
conversaciones que se oyen actualmente entre las gentes del gran

168
mundo y que versan sobre "el arte", sobre las novelas, sobre tra-
jes y modas y sobre usos e incidentes de la vida parisiense que
se lleva en Bogotá o en París.
Muchas personas hacen todavía memoria de las últimas fun-
dones que hubo en casa del doctor Osorio, y tal memoria es para
ellas infinitamente más grata que la de otras funciones qUe; no
han dejado imnresión sino por la insensata prodigalidad con que
se ha dc;rramado dinero para dar testimonio durable y público de
la vanidad de los que las han dispuesto.

169
DON JOSE MANUEL

RESTREPO
Ayer 31 de diciembre de 1881 hizo 100 años que, en Envigado,
población de Antioquia, nació el ilustre prócer y distinguido
historiador de Colombia D. José Miguel Manuel Restrepo.1 As-
pirando los redactores del "Papel Periódico" a que el principal
blasón de éste se cifre en contribuír al enaltecimiento y la glo-
rificación de los hombres que han dado lustre a nuestra patria,
quieren consagrar a la memoria del señor Restrepo en su cen-
tenario el tributo que les es dado ofrecerle. Con tal fin se publican
en este número el retrato de aquel benemérito colombiano, y el
escrito que sobre su vida y sobre sus obras ha compuesto un
amigo nuestro para la presente ocasión.

La historia, para mostrarse agradecida, debería dedicar algu-


nas de sus páginas a la memoria de cada uno de los escritores
que le consagran sus desvelos; pero no raras veces se muestra
inl!rata y olvidadiza, como lo ha sido hasta el presente con el
insigne patricio y benemérito historiador D. José Manuel Res-
trepo, de cuya vida y de cuyos patrióticos servicios y relevantes
prendas no se han publicado noticias bastantes para que de la
posteridad sea su nombre tan venerado cuanto merece serlo.
Por muy dichosos nos tendríamos nosotros, si hallándonos pro-
vistos de datos y de conocimientos, fuésemos capaces de reparar
aquella omisión; pero ya que nuestra ineptitud no nos permite
aspirar a tanta honra, nos esforzaremos por llamar la atención

1) Rectificaremos aqul 10 que dicen los sefíores Scarpetta y Vergara


en su Diccionario Biográfico acerca de la fecha del nacimiento del
sefíor Restrepo. Nosotros tenemos a la vista una copia de su fe de
b~utismo en que consta que fue bautizado el 2 de enero de 1782. Para
creer que habla nacido tres dlas antes. nos fundamos en que su cum-
pleafíos era celebrado por la familia el 31 de diciembre de cada afio.
Rectificamos igualmente el Diccionario Biográfico de Cortez que 10
hace nacer en 1770.

175
de los que pueden ganarla, hacia el primer historiador de Co-
lombia, que íue también eminente repúblico y patflota."
Perteneció D. José Manuel .k.estrepo al dlSllllgUldo y nume-
roso grupo de colombianos a quienes halló la revolución de
1810 apercibidos para luchas y para empresas que demanddban
no sólo valor, entereza y levantado carácter, sino también el
cúmUlO de conocimientos necesarios para constituír una nación
nueva y para darle leyes, administración, impuiso y cultura en
el instante mismo de su nacimiento. Había hecho el señor Res-
trepo sus estudios en la capital del Nuevo Reino de Granada, en
el Colegio de San Bartolomé, y recibidose de abogado ante la
Real Audiencia, en 1808.
Sus aventajadas disposiciones y su temprana afición a estudios
serios le hicIeron compañero de Caldas en sus excursiones cien-
tíficas, y al lado de maestro tan eximio adquirió los vastos co-
nocimientos teóricos y prácticos que le hicieron capaz de escri-
bir, estando ya de vuelta en Antioquia, en 1809, su Ensayo sobre
la geografía, producciones, industria y población de la provin-
cia de Antioquia, en el Nuevo Reino de Granada, trabajo
que ilustró con un plano topográfico. Esta es la mejor descripción
de esa comarca que tenemos hoya pesar de lo que en los últimos
años se han extendido y facilitado los estudios que se necesitan
rara componer obras de esa especie. En ella trató el señor
Restrepo los puntos científicos que hubo de tocar, principalmente
al dar noticia de las producciones, con maestría y copia de
doctrina propias de quien, como él, fue digno colaborador de
Caldas.
Notorios son el valor moral, la incontrastable entereza y el
maravilloso don de adivinación con que el célebre dictador
Corral forzó a los antioqueños a declararse por la causa de la
Indenendencia; preparó la provincia para resistir la temida in-
vasión de fuerzas realistas, alistando una lucida y bien armada
columna; y organizó la provincia y le dio impulso y lustre con
medidas que hubieran parecido admirables aún en tiem"o de
plena tranquilidad. Sábese también que, acogiendo las f;lantrópi-
cas ideas de D. Félix Restrepo, dio glorioso princinio a la
abolición de la esclavitud. Para todas estas emnresas tuvo
Corral por eficaz coonerador a D. José Manue! Restrepo. que
fue secretario suyo mientras gobernó la provincia. como lo fue
también del último gobernador revolucionario de aquel período,

2) Fuf'ron SUS padres D. Miguel Restrepo y doi'la Leonor Vélez. Nació


en Envigado (provincia de Antioquia), el 31 de diciembre de 1781.

176
D. Dionisio Tejada. En ]811 vino a Santafé como diputado por
Antioquia al Congreso de las Provincias Unidas. Como tal y
como secretario, firmó el acta de la federación el 27 de nO-
viembre del mismo año.
En el año de 1814, fue elegido diputado al Congreso de las
Provincias Unidas de la Nueva Granada; y luego para ejercer
el poder ejecutivo general, juntamente con Torices y con García
Rovira. Ignoramos por qué razones dejó de aceptar este destino.
Evitó la suerte de los que, como Caldas, Camacho y Torres,
rindieron la vida gloriosa, pero inútilmente en los cadalsos, no
habiendo nacido destinados por la Providencia para manejar
otras armas que las del talento. Con todo, la reacción realista
le procuró la gloria de poder hoy ser contado entre los que por
causa de la Independencia padecieron incruento martirio.
En 1816, al comenzar la invasión de fuerzas realistas en An-
tioquia, emigró hacia Popayán; pero, después de haber hecho
muchas jornadas, atormentado por sobresaltos y contratiempos,
resolvió volverse a Rionegro, ciudad donde residía por entonces,
y presentarse, no sin vivos recelos, al jefe español Warleta,
quien por lo pronto le ordenó, sin infligirle vejamen, que si-
guiese desempeñando el empleo de juez de diezmos, que había
tenido a su cargo. Cosa de cuatro meses después le comunicó
el gobernador Lima la orden de que siguiera a Sansón a dirigir
el nuevo camino que se estaba abriendo de ahí a Mariquita, con
intimación de que no se separase de dicho camino por motivo
alguno. De mucho consuelo fue para el señor Restrepo, que
miró justamente aquella comisión como el castigo que se le
imponía, el ver que salía tan bien librado, cuando muchos pa-
triotas y compañeros suyos, menos comprometidos que él, habían
perecido en el cadalso; pero no pudo seguir gozando de tranqui-
lidad, ya porque a menudo llegaban a sus oídos alarmantes
especies, ya porque el gobernador Lima que hacía cuanto estaba
en su poder para mitigar los rigores con que Morillo y Enrile
le ordenaban que afligiese a los patriotas antioqueños, parecía
siempre expuesto, por su lenidad, a ser destituído. Acrecentá-
ron se los temores con la llegada a la provincia de D. Sebastián
Díaz, nuevo gobernador enviado por los jefes expedicionarios,
mucho más idóneo que Lima para realizar los crueles intentos
de aquellos. Resistióse Lima a entregar el mando; y mientras
Díaz ocurrió a Santafé para conseguir nuevas providencias con
el fin de que se le entre,:!ara el gobierno. el señor Restreoo. que
sabía la resolución que Díaz había formado de remitirlo preso

177
a Santafé apenas entrara en ejercicio de la autoridad, discurrió
solicitar del gobernador la comisión de levantar el plano de la
provincia de Popayán, conforme a cierto proyecto de que
el mismo Lima le había hablado. Este se la confirió, junto con
la de levantar el plano del Cauca y el del río Atrato. Con
esto quedó en libertad de salir de la provincia y de proveer
a su propia seguridad, para lo cual se propuso dirigirse a Car-
tagena y embarcarse allí para Jamaica; pero en el camino se le
informó de que, encaminándose a Santa Marta, podía ejecutar
su designio con menos peligro. Inauditas fueron las penalidades
y las zozobras que le acompañaron en aquel viaje, en el que
repetidas veces estuvo a pique de ser reconocido como insur-
gente y reducido a una prisión que él miraba como infalible
precursora de su fusilamiento. Poco faltó para que, estando ya
en Santa Marta, a punto de embarcarse, se efectuara lo que por
tanto tiempo le había traído inquieto. Las precauciones tomadas
por él mismo y por un amigo suyo, no le bastaron a evitar que
le viese un negro que le había conocido y cobrado mala vo-
luntad en Antioquia. Denunciado por el negro a las autoridades
realistas, fue buscado, aunque por fortuna inútilmente, para ser
aprehendido. Grande fue su ansiedad, pues comenzada ya esta
persecución, pasaron días sin que el buque inglés en que debía
partir pudiera hacerse a la vela. Tuvo que ir a bordo disfrazado
de marinero. y aun en la embarcación se hicieron pesquisas para
apoderarse de su persona.
Después de haber permanecido más de seis meses en Kingston
de Jamaica, en donde entretuvo sus ocios aprendiendo francés e
inglés, se embarcó para los Estados Unidos. Aún no había
llegado el día en que habían de terminar sus sobresaltos, pues
el buque en que navegaba fue detenido en alta mar por dos
de la marina de guerra española que cruzaban en busca de cor-
sarios insurgentes. Entre los oficiales que practicaron la visita
del que conducía al señor Restrepo, no faltó alguno que sospe-
chara que este era un americano insurgente; pero el jefe español,
que parecía hombre campechano, no paró mientes en ello.
Habiendo llegado a Nueva York en julio de 1817, descansó
hasta el mes siguiente, en el que dio principio a una excursión
dilatada para conocer muchas de las ciudades de la Unión. Du-
rante este viaje concibió el proyecto de aprender algo que pu-
diera serIe útil y en varios lugares trató de ponerlo por obra,
dedicándose a aprender, ya la química, ya la mecánica, ya la
tintorería, ya la fabricación de tafiletes, ya otras artes u oficios;

178
pero a nadie sorprenderá el saber que nada pudo aprender por
sus cabales, sabiendo que viajaba escaso de recursos, falto de
relaciones, sin conocimiento bastante de la lengua inglesa, y a
menudo con la salud muy quebrantada. Grande ejemplo de varonil
y enérgica actividad dio el señor Restrepo con su resolución de
dedicarse a estudios y aprendizajes, en circunstancias en que
cualquiera otro no habría pensado sino en saborear cobarde-
mente las amarguras del destierro. 3
Regresó a Jamaica al principiar el año de 1818. A mediados
del siguiente, hallándose ya en Antioquia, fue nombrado por el
comandante militar, General Córdova, gobernador político de la
provincia. Renunció el empleo fundando su renuncia (¡admírense
los hombres públicos de nuestros días!) en que carecía de capa-
cidad para el desempeño de aquel cargo. Apremiado por Cór-
dova, cedió algunos días después, y posesionado de la Goberna-
ción, se ocupó con actividad en los preparativos para rechazar
a Warleta, que marchaba a invadir la provincia.
En 1821 concurrió el señor Restrepo como diputado al Con-
greso general de Colombia que se reunió en la Villa del Rosario
de Cúcuta, y perteneció, junto con D. Vicente Azuero, D. Luis
Mendoza, D. Diego Fernando Gómez y D. José Cornelio Va-
lencia, a la comisión encargada de formar el proyecto de
Constitución para Colombia. Señalóse en aquella asamblea entre
los defensores de la libertad de los esclavos, por la que, según
queda dicho, ya había trabajado al principio de su carrera pú-
blica en la provincia de su nacimiento. Hasta tal punto era de
su devoción este negocio, que con haberse propuesto no hacer
mención de su persona en su Historia de la Revolución de
Colombia, sino cuando le fuera indispensable, puso muy adrede
una nota al capítulo 1g de la 3\l parte de esa obra, en que con
visible satisfacción da cuenta de que en 1824, como tmtasen los
comisionados ingleses de enviar al gobierno de su Majestad
Británica las leyes y decretos españoles y de la república que
trataran sobre la condición y libertad de los esclavos, él franqueó
los documentos pedidos. Complácese igualmente en referir que
él firmó como presidente del Congreso la ley que dio libertad
a los hijos de las esclavas, ley que había redactado por encargo
del mismo Congreso. Ni echa en olvido la circunstancia de que

3) Hemos oído, pero no nos consta, que durante su residencia en Ja-


maica o los Estados Unidos celebró una negociación para enviar a
Colombia un ~rmamento o tuvo a lo menos parte e·n que se celebrase
dicha negociación.

179
su tío D. Félix Restrepo había sido el principal promotor y de-
fensor elocueme de la libertad de los esclavos.
Cerradas las sesiones dd Congreso, Boüvar, que había sido
elegido por él presidt:nte de la Uran República que acababa de
constitulfse, le nombró secretario de lo Interior, y en calidad de
tal, siguió el señor Restrepo al vicepresidente, Ueneral Santander,
cuando, encargado del poder ejecutivo, pasó a Bogotá a orga-
nizar el gobierno. El señor Restrepo eslUVO encargado de la
secretaría de lo Interior hasta enero de 1830; y es de notarse
que en la reorganización del ministerio, hecha en 1828 por el
Libertador, éste, conservándolo en su empleo, aprobó implicita-
mente su conducta. Fue presidente del Consejo de Gobierno, y
perteneció al Consejo de Ministros a que el Libertador, al partir
para el Sur en diciembre de 1828, dejó confiado el mando de la
república. A este Consejo tocó poner en ejecución muchos e
importantes decretos que Bolívar había dictado para mejorar las
rentas públicas, el despacho de la justicia y la administración,
y para constituír la república.
Por muy severos que hayan de ser los juicios de la historia
sobre muchos de los actos de algunos de los miembros del Go-
bierno colombiano, actos diversamente apreciados según los prin-
cipios morales y políticos en que se han fundado los juicios acerca
de ellos, nadie revoca a duda que ese gobierno desempeñó glo-
riosamente la ardua tarea de consolidar la república, aclimatar
instituciones nuevas y arreglar todos los ramos de la adminis-
tración con inteligencia, entereza y habilidad dignas de todo
elogio. Al señor Restrepo, siempre moderado en sus opin;ones,
siempre circunspecto y previsor y siempre asiduamente ocupado
en lo que era de su obligación, corresponde en justicia no pe-
queña parte de la honra y de la gratitud nacional a que se
hicieron acreedores los ciudadanos que en aquella época rigie-
ron a Colombia.
En 1831, recibió el señor Restrepo juntamente con el ilus-
trísimo señor Estévez, obispo de Santa Marta, la comisión de ir
a arreglar con el Gobierno del Ecuador la cuestión del Cauca y
ver si podía evitarse la guerra. Sabido es que las negociaciones
no tuvieron el éxito apetecido, porque en el punto a que habían
llegado las cosas, toda conciliación era imposible; pero los co-
misionados, esforzándose por conseguirla, y agotando para ello
todos los medios que la buena voluntad, el talento y una con-
sumada experiencia pueden sugerir, hicieron un servicio cuya
imnortancia no se menoscaba por lo poco satisfactorio de su
resultado.

180
En 1833 rehusó el honorífico empleo de consejero de Estado,
para el que había recibido nombramiento.
En el mismo año fue nombrado por el Gobierno director de
la Academia Nacional, instituto creado para establecer, jomentar
y propagar en toda la Nueva Granada el conocimiento y per-
fección de las artes, de las letras, de las ciencias naturales y
exactas, y de la moral y la política. No tenemos noticia de los
trabajos en que se ocupara la Academia, y creemos que esa ins-
titución corrió la suerte que entre nosotros han corrido las más
de las de su especie.
Habiéndosele confiado la dirección de la renta de tabacos,
con el fin de que planteara un nuevo sistema que se quiso in-
troducir en el manejo del ramo, representó al Gobierno en marzo
de 1834 que, estando para terminarse la tarea que se le había
impuesto, y hallándose él enfermo, suplicaba se diese por con-
cluída su comisión. El Gobierno vino en ello, por la necesidad
(dice el secretario de Hacienda, doctor Soto), de que vuelva a
encargarse de la Casa de Moneda. Volvió en efecto a la superin-
tendencia o dirección de este establecimiento. que había estado
a cargo suyo desde 1825, Y que siguió están dolo hasta 1859, con
breves interrupciones. El destino de director o administrador de
la Casa de Moneda, no era por la cuenta incompatible con Jos
demás que, en el espacio comprendido entre las dos íI1timas
fechas, desempeñó el señor Restrepo, tajes como el de director
del Crédito Público. que ejerció en 1839 y en 1841. Aquel em-
pleo. exigiendo honradez .tan escrupulosa como la del señor
Restrepo, no imponía trabajo muy continuo, lo que le propor-
cionó. por fortuna para el país, desahogo para consa~rarse en
muchos de sus últimos años a su tarea favorita de escribir historia.

II

No fue el patriotismo del señor Restrepo, como suele serlo al


presente el de nuestros políticos, disfraz de la ambición. En la
época en que él se educó y en que se formó su carácter, aspirar
a empleos y dedicarse al servicio público exigía abnegación y
valor moral. No se tenía presente como ahora la remuneración
de cada servicio que hubiera de prestarse al país, ni se trabajaba
con otra mira que la de procurar el bien público, y la de hacer
prevalecer opiniones o principios profesados de buena fe. De
otra manera no hubiera podido llevarse a cabo la gigantesca
empresa que acometieron nuestros padres.

181
No era posible que un hombre de familia distinguida, de edu-
cación cristiana y de generosos sentimientos naturales hubiera
salido mal aprovechado de la escuela en que se formaron tantos
hombres cuyas virtudes cívicas son por sus descendientes tan
admiradas y tan poco imitadas.
El patriotismo del señor Restrepo no se manifestó únicamente
en los elevados puestos a que su mérito le hizo subir y en que
si amaba los honores podía hallar satisfacciones y halagos. Dio
también señaladas muestras de aquella rara virtud tomando parte
en benéficas empresas, como en la de la fundación de la Socie-
dad de Instrucción Primaria, a la que pertenece junto con el
grande Arzobispo Mosquera, D. Joaquín Mosquera, D. Lino de
Pombo, y otros eminentes e ilustrados patricios. Tal instituto
dio a la instrucción primaria un impulso que sólo podemos apre-
ciar los que recordamos cual era el estado en que anteriormente
se hallaba ese ramo. Promovió la enseñanza de la fabricación de
sombreros en Bogotá, haciendo venir de distintos puntos la paja
y los maestros, piadosa empresa en que invirtió sumas sacadas
de su propio caudal.
También a expensas propias hizo venir a Cundinamarca las
primeras semillas de las papas llamadas vulgarmente tuquerrefUIs,
las únicas que se han salvado de los estragos hechos en los
últimos años por la enfermedad que aquí conocemos con el nom-
bre de gota. Al señor Restrepo deben por tanto numerosas pobla-
ciones el inestimable bien de conservar el artículo alimenticio
que puede considerarse como más necesario, por serlo a un mis-
mo tiempo para las clases más acomodadas y para las más des-
validas.
Como hubiese sabido que en Venezuela existía el pasto llamado
pará, solicitó del General Soublette hiciese venir sus semillas, y
éste se prestó a ello con benevolencia y generosidad. A estos dos
eminentes personajes se debe, pues, la introducción en nuestras
tierras calientes de aquella planta, la única entre las alimenticias
que, en nuestros terrenos cálidos, ha podido competir ventajosa-
mente con el pasto de guinea.
Cuando se miraba como arriesgada y atrevida empresa impor-
tar del extranjero nuevas razas de animales, el señor Restrepo
hizo traer ovejas merinas, las que se propagaron en nuestros
campos y, cruzándose con la antigua raza, impidieron en parte
que ésta degenerase totalmente.
Siendo el señor Restrepo, como casi todos los hombres de cos-
tumbres puras y sencillas, aficionado a la horticultura y a la

182
jardinería, hizo venir al país varias plantas nuevas, fuera de las
que hemos mencionado, tales como la de cierta papa amarilla,
que se ha hecho ya rara y que es estimadísima, y ciertos rosales
que han venido a hacerse silvestres en la Sabana de Bogotá, que
sirven de cerca viva en muchas posesiones y que hermosean in-
numerables sitios.
Dio a conocer el señor Restrepo su afición a mejoras y útiles
adelantamientos en muchos de sus escritos. Sólo mencionaremos
aquí en prueba de nuestro aserto, uno que se publicó sobre el
sistema métrico y otro sobre el cultivo del café. Compuso este
último proyecto concerniente a la introducción en nuestro país
de industrias y cultivos nuevos. Tan lejos estaba el señor Res-
trepo de tal preocuvación, que fue uno de los fundadores y pri-
meros accionistas de la asociación que estableció la Ferrería de
Pacho.
La experiencia ha acreditado que él conocía antes que casi
todos. cuales eran las industrias, así como cuales eran las plantas.
cuya aclimatación en nuestro suelo debía procurarse.

III

Numerosos y bien fundados son los derechos adquiridos por


D. José Manuel Restrepo a la estimación y al respeto de sus
conciudadanos, como hombre de Estado y como empleado pú-
blico; pero nada hace su nombre tan esclarecido y su memoria
tan digna de veneración como sus trabajos históricos.
Como todos los hombres superiores, consagró su vida a un solo
fin principal y no lo perdió de vista aun en medio de las mayo-
res agitaciones y del cúmulo de atenciones varias e interesantes
que hubieran absorbido la atención de un hombre común y apar-
tándole de su propósito. La perseverancia del señor Restrepo en
el que había abrazado desde que entró en la carrera pública, o
quizá desde que los sucesos que empezaron a ocurrir en su pa-
tria le parecieron dignos de la Historia, fue parte para que apro-
vechase todas las coyunturas y facilidades que sus emvleos. sus
viajes. sus relaciones y las circunstancias de todo linaie le iban
ofreciendo para acopiar materiales, datos y documentos útiles
para la composición de la Historia de Colombia. Hubo también
de fiiar ahincadamente la atención en los hechos que presencia-
ba, como quien abrigaba el intento de consignarlos en sus obras.
A esta nunca desmentida fidelidad a su vocación de historiador

183
se debió que el señor Restrepo llevara, casi durante toda su
vida, un diario, que fue sin duda grande auxilio para él en sus
labores predilectas. A lo mismo se debe el que hubiera formado
un archivo particular de documentos históricos, que es un verda-
dero tesoro, y cuya existencia da testimonio de la verdad de las
relaciones aparecidas en las obras de quien le poseía.
Habiendo compuesto el señor Restrepo la primera parte de su
Historia de la Revolución, que contenía la de la revolución de
la Nueva Granada, casi a medida que iban verificándose los su-
cesos narrados en ella, fue publicada en París en 1827, con ma-
pas armados bajo la dirección del autor. Varios defectos ya sus-
tanciales, ya tipográficos, que él mismo noto en esa primera edi-
ción, le movieron a rehacer su trabajo y a darle la forma en que
apareció en la segunda, en la que, como hubiese compuesto ya
la historia de la revolución de Venezuela, presentó completa la
Historia de la Revolución de Colombia, que fue impresa en Be-
sanzon, en 1858.
Excusado es advertir que las fuentes de donde está tomada
esta historia, en cuanto trata de la Nueva Granada, son los do-
cumentos oficiales y de todo género que el autor, gracias a los
empleos que desempeñó y a sus numerosas relaciones, consiguió
allegar; sus propios recuerdos, y los datos suministrados de di-
versas maneras por muchísimas de las personas que habían pre-
senciado los hechos o tenido en ellos parte activa. Comprende
la historia los que ocurrieron desde principios del siglo XVIII
hasta los acaecidos cuando la disolución de Colombia; y refiere
aun otros en que tuvieron parte o interés todos los países que la
constituían y que fueron acaeciendo hasta 1838.
No pocas de las afirmaciones hechas por el señor Restrepo en
su Historia han sido contradichas e impugnadas, ora por deudos
y parciales de los individuos de quienes refiere acciones poco
honrosas, ora por escritores que se han juzgado mejor informados
que él, y que por amor a la verdad o por otros motivos han pre-
tendido poner las cosas en su verdadero punto. Decidir quién
haya tenido razón en cada una de las controversias así suscitadas
sobre diferentes asuntos históricos, sería cosa harto superior a
nuestras facultades, y totalmente extrañas a nuestro propósito. Lo
que podemos asegurar es que, aunque el señor Restrepo hubiera
errado en todos los puntos sobre que se le ha contradicho, esto
no menoscabaría el mérito de su obra, así porque nada ha referi-
do en ella que no tenga fundamento más o menos plausible en
algún documento o dato de bastante autoridad, como porque

184
hasta ahora no se ha escrito ni podrá componerse nunca historia
alguna g-:neral en que no se hailen errores y ralsos JUIcios. De
que no pu-:de dejar de suceder esto se convencerá todo el que
considere las düicultades con que siempre se tropieza cuando se
quieren averiguar las particulandades y circunstancias de un he-
cho de aquellos más ruidosos y públicos que pasan casi a vista
nuestra, de los cuales pocas veces o nmguna oimos dos relaciones
perlectameme acordes. Y si tal acontece con hechos aislados,
recientes y que nadie tiene interés en ocultar o desfigurar, ¿qlh;~
no sucederá con los que se hallan complicados y enlazados con
otros, y con los que las pasiones y los intereses se eslUerzan en
presentar alterados o en mantener ocultos? Cualquier fallo rigu-
ro,o que la crítica hiciera recaer sobre la obra de que tratamos,
com!enaría implícitamente todas las obras históricas de más
autoridad y fama.
COrtllll1 y no mal fundado es el parecer de que la historia,
Fara oer imparcial, ha de ser escrita mucho tiempo después de
halk, ocurrido los sucesos que ha de narrar. Este antiguo pre-
cepto de la Retórica no quiere decir, en concepto nuestro, sino
que, por lo que hace a imparcialidad, es probable que sean me-
jores las historias cuando son compuestas después que el tiempo
ha extinguido las pasiones que pudieran extraviar el juicio de los
autor~s, y después que han desaparecido las personas que puede
r¡;cClarse se den por ofendidas con ciertas revelaciones.
Pero sería insensatez pretender que, por respeto a aquel pre-
cepto, se privara al mundo de las luces históricas que solo pue-
den dar los que por sí mismos han conocido las cosas y pueden
contarlas porque las han visto.
y d~srués de todo, los documentos y escritos cuaksquiem de
que tiene que valerse y a que se ve forzado a ajustarse quien
refiere sucesos antiguos han de ser inevitablemente obra de quien
vivía cuando éstos p:lsaron; y así no es mucho lo que gana la
im;1arcialidad con la observancia del citado precepto.
Esta prenda esencialísima la tendrá la historia cuando su autor
sea hon~ado y veraz, pertenezcan o no a su tiempo los aconte-
cimientos que describa.
Por otra parte, el buen criterio hará siempre la distinción
debida entre el género histórico a que pertenecen las composi-
ciones llamadas memorias, y las obras históricas de otro género:
buscará y esperará encontrar en las primeras las cualidades que
han de deber a ser escritas por contemporáneos; y en las segun-
das, las que puede darles el ser escritas cuando los sucesos están
remotos.

185
Tratando de la veracidad e imparcialidad que el señor Res-
trepo haya mostrado en su Historia de la Revoluci6n de Colombia,
bástanos poder afirmar que, habiéndose distinguido en todos los
actos de su vida privada y pública por su probidad y por su
circunspección, sería extraño que sólo como historiador se hubie-
ra expuesto a pasar por mendaz o por apasionado.
El estilo del señor Restrepo en su Historia puede calificarse
de seco y frío. No brilla ni por el ornato que cabe en obras his-
tóricas ni por armonía de las cláusulas. Pasajes de su narración
que hubiera podido engalanar o con poéticas expresiones, o con
imágenes y con rasgos vehementes o patéticos, carecen del atrac-
tivo que el empleo de estos recursos hubiera podido darles. Pué-
dese atribuír desdén que por ellos mostró el señor Restrepo a
que profesando, según él mismo lo asegura, un culto religioso a
la verdad, receló acaso profanar los altares de esta diosa si los
adornaba con flores. Quizá también se debió a su deseo de mos-
trarse imparcial. Nosotros conjeturamos además que su constante
y dilatado estudio de documentos oficiales lo familiarizó con el
lenguaje que en ellos domina siempre. En cuanto a corrección.
sólo se ve un poco afeado el suyo por la sustitución frecuente de
las inflexiones verbales en ara y en era a otras formas indicativas.
Con gran satisfacción reproducimos aquí el juicio que, sobre
la Historia de que hablamos, expuso D. Andrés Bello en el Re-
pertorio Americano (T. l., pág. 253):
"Ha llegado, dice, manuscrita a nosotros la primera parte de
la Historia de la Revoluci6n de Colombia, por el señor José
Manuel Restrepo... La exactitud e individualidad de las noti-
cias; la imparcialidad y juicio del historiador; el tono de la na-
rración, que, animado y sencillo a un tiempo, se deja leer con
vivo interés; la fidelidad con que en nuestro sentir se han retra-
tado algunos de los más señalados personajes de la revolución:
y otras recomendables dotes históricas nos hacen desear con
ansia que llegue el día de ver completa y en manos del público
esta producción."
Expone luego Bello el plan seguido por el señor Restrepo, y
manifiesta que se ve obligado a limitar los extractos que se pro-
pone dar de esta excelente historia a un sólo capítulo, que es
aquel en que se trata de las causas que influyeron en la subyu-
gación de la Nueva Granada por las armas españolas en 1816, y
de los hechos que inmediatamente vinieron. Hecha la inserción.
concluye con las observaciones siguientes:

186
HAunque en la relación de los h~chos que procede, parezca a
algunos que el autor sale de los lírr.ites de aquella impasible neu-
tralidad que debe ser el carácter de la Historia, y aún por eso se
dijo que el historiador no debía tener religión, familia ni patria;
sin embargo de eso, estamos convencidos de que los sentimientos
patrióticos del señor Restrepo (¿y quién hubiera podido dejar
desahogar/os alguna vez, refiriendo tales hechos?) en nada han
perjudicado a la verdad. Lejos de eso, le vemos buscar como de
intento, las ocasiones de mostrarse, no sólo justo, sino generoso
con aquellos españoles en cuya conducta se columbraron algunas
sombras y lejos de moderación. Las cosas referidas en este capí-
tulo están comprobadas por documentos auténticos, o se apoyan
en declaraciones iuradas de gran número de testigos; y casi todas
son de una notoriedad que sólo Morillo y sus satélites podrían
quizá atreverse a disputar. Pero la generosidad con los enemigos
es menos rara en los historiadores que la severidad crítica, nece-
saria para despojar ciertos hechos de los ornamentos con que sue-
len hermosearlos la imaginación y la parcial credulidad del
pueblo cuando se trata de los vindicadores o mártires de su li-
bertad. Esta segunda prenda brilla también eminentemente en la
Historia de la Revoluci6n de Colombia, y puede ser que dismi-
nuya por lo pronto el número de sus admiradores; pero realzará
ciertamente su mérito en el concepto de los lectores sensatos,
que prefieren la verdad a toda otra consideración."
No "odremos ¡unto a nuestras noticias sobre la Historia del
señor Restrepo sin añadir, en alabanza de él mismo y de su obra,
que Bolívar, al permitirle que pusiese su nombre al frente de la
Historia de Colombia, le exigió que la dedicara, no al Libertador
Presidente de la República, sino a su amigo el General Bolívar.
Para los aficionados a estudios sobre nuestra historia y para
los apreciadores de la ya publicada por el señor Restrepo, sería
sensible que sólo ésta hubiera salido de sus manos. Por fortuna
puede esperarse que dentro de un término no demasiado largo
vea la luz pública gran parte de la Historia de la Nueva Granada,
que es continuaci6n de la de Colombia. Del testamento del mis-
mo señor Restrepo hemos tomado estas últimas palabras, y en él
hemos leído sus disposiciones para que este trabajo se imprima.
En el propio documento manifiesta que entre sus manuscritos
se halla en borrador un diario político y militar que ha llevado
desde 1819 hasta 19 de Agosto de 1858, y una colecci6n preciosa
de documentos para la historia desde 1809. Los más de éstos, tan-
to manuscritos como impresos, están encuadernados.

187
.Las otras obras del señor Restrepo que conocemos, fuera de
las hasta aquí mencionadas, son el Manifiesto que el Poder Eje-
cutivo de Colombia presenta a la República y al mundo sobre los
acontecimientos de Venezuela desde el 30 de abril del presente
4ño de 1826. Es esta una apología, a un tiempo moderada y ve-
hemente, de la conducta del Gobierno en las graves emergencias
de aquella época y la consiguiente condenación de los procede-
·res de la Municipalidad de Caracas, del General Páez y de todos
sus parciales.
L(l Memoria sobre amonedaci6n de oro y plata en la Nueva

Granada. que versa sobre lo que anuncia su título, y contiene


además curiosas noticias sobre las Casas de Moneda de Bogotá
y Popayán.
Un .opúsculo contra la federación, y sus memorias de la Secre-
taría de lo Interior, correspondientes a varios de los años en que
estuvo desempeñándola.
, Por último, existe una biografía de D. José María Cabal, com-
pllcsta por el señor Restrepo. 4

IV

Era el señor Restrepo de elevada estatura y enjuto de carnes.


Tenía sobre las cejas el pliegue prominente que forman el hábito
de la reflexión y las continuas tareas mentales. Este pliegue, la
nariz larga y perfilada, el cabello liso, cano, siempre un poco lar-
go y recogido detrás de las orejas, formaban lo característico de
su fisonomía, que imponía respeto y no convidaba a la familiari-
,dad. Era serio y grave, así en su aspecto como en sus maneras,
sin llegar nunca a mostrarse adusto. En pocos hombres de los que
hemos conocido hemos observado la perfecta armonía entre el
exterior y la parte moral como en el señor Restrepo. Sus raros
dichos festivos y chanzas, de que usaba con extrema sobriedad,
eran, como los de todos los hombres serios y reservados. recibidos
con particular gusto y aplauso por los que frecuentaban su trato.
Su conversación en momentos de desahogo tenía el atractivo y

4) Entre sus obras inéditas merecería muy bien figurar la parte de


su diario escrita desde la invasión española en Antioquia hasta la vuelta
del mismo señor Restrepo a Rionegro en 1818. Esta parte del diario
comprende interesantes descripciones de ciudades de los Estados Uni-
dos y curiosas relaciones de sus viajes y padecimientos.

188
la variedad que suelen dar a la suya todos los que, siendo muy
instruídos y muy cultos, saben aprovecharse de sus conocimientos
sin incurrir en pedantería.
En orden a sus opiniones políticas, conviene sepa la juventud
actual que aquel insigne patriota y amigo de la libertad de de-
sahogo en extremo a vista de las medidas de persecución contra
la religión y contra la Iglesia que empezaron a dictarse desde
1861. "Muy mal estamos en política, decía; pero en un país de
tan buena índole como el nuestro, esto tiene fácil remedio: no
sucede lo mismo con lo que mira a la religión."
CO:l referencia a las facultades dadas al Libertador por el Con-
greso en 1827 para reformar el plan de universidades y colegios,
dice que aquel dispuso que los principios de legislación no se
enseñaran por las obras de Bentham. "Accedió en esto, añade, a
los informes y a los deseos de una gran mayoría de los padres
de familia, que no querían se corrompiesen los tiernos corazones
de sus hiios con las ponzoñosas doctrinas que tienen por base la
utilidad. Los gobiernos y administraciones sucesivos se apartaron
de esta saludable disposición, y por desgracia han cogido amar-
gos frutos de inmoralidad y corrupción en la juventud" (Historia
de Colombia, T. IV, pág. 591).
Ocioso sería que nos detuviésemos a encarecer la laboriosidad
del señor Restrepo, cuando lo poco que dejamos apuntado acer-
ca de su vida y de sus escritos demuestra superabundantemente
que en su vida, aunque larga (murió de 82 años de edad, en abril
de 1863), estuvo llena, llena de servicios a la patria y de prove-
chosos trabajos.
Su honradez estuvo sometida a una prueba que no podemos
dejar de referir. Casi repugnante es elogiar el cumplimiento del
deber, pero vivimos en tiempos en que parece tan raro como en
otros mejores lo parecían las acciones heroicas. Hallándose el
señor Restrepo reducido a la estrechez por haber padecido que-
branto en sus intereses, estuvo por muchos años destinando la
mayor parte del sueldo que recibía como empleado, al pago de
una cuantiosa deuda de conciencia.
No hemos escrito ni pretendido escribir una biografía de D.
José Manuel Restrepo. Nos hemos propuesto hacer que se ad-
vierta cuan merecedor es de que se tribute veneración a su nom-
bre y a su memoria. Adrede y en obsequio de la brevedad, hemos
omitido la mención que podríamos haber hecho de varios de los
honoríficos e importantes destinos que desempeñó y de varios de
los servicios que con loable desinterés hizo a su tierra.

189
Cuando pueda abrirse y registrarse su rico archivo, podrá es-
cribirse su vida; y cuando se repase su copiosa correspondencia
con Humboldt y con Boussingault; con BelIo y con Olmedo; con
Páez, con Sucre y con García del Río, y con muchos otros sabios
o repúblicos de nota, europeos y americanos, se podrá dar ver·
dadera idea de su mérito y de su ciencia, y presentar a la juven-
tud colombiana, tan necesitada al presente de ejemplos de pa-
triotismo, un modelo de patriotas. 5

.5) En 1954 se publicó "Diario Polltico y Militar. Memorias sobre los


sucesos importantes de la época, para servir a la Historia de la Revo-
lución de Colombia y de la Nueva Granada, desde 1819 en adelante".
Bogotá. Imprenta Nacional. 1954, 4 tomos. - Nota del E.

190
LA JORNADA
DE "LA CALLEJA"
EPISODIOS DE LA REVOLUCION

DE AGOSTO DE 1876
¡Lástima que haya guerras! Pero ya que hemos de tenerlas,
una vez que "la guerra es el estado natural del hombre", es mejor
que originen honor y gloria que el que sean ocasión de ignominia.
Se me ha soltado una especie que será recibida con suma extra-
ñeza por muchos de mis lectores: La guerra es el estado natural
del hombre. Peregrina y hasta absurda les parecerá esta afirma-
ción a los que estén pensando que el estado natural es el estado
en que nos gustaría encontrarnos siempre. Pero no hay nada de
eso: estado natural es aquel en que nos hallamos sin esfuerzo.
¡Y qué de esfuerzos cuesta mantener la paz en los Estados!
Díganlo los afanes en que actualmente vemos a los políticos y
gobernantes europeos por conservar la paz en casi todo el antiguo
mundo; díganlo los sudores que cuesta aquel equilibrio europeo;
díganlo las historias de todas las revoluciones y de todas las
conquistas, de las caídas de tronos y de dinastías; de las restaura-
ciones y de las reacciones, ya monárquicas, ya democráticas. Es-
tas historias son toda la Historia. Ellas forman como el tejido
en que se han bordado algunas labores agradables, que son
aquellos sucesos que no son guerra.
Para que se evite la guerra permanente entre las naciones,
entre las familias y entre los individuos, se ha necesitado el Cris-
tianismo con todo su poder sobrenatural; se ha necesitado que la
civilización, obra y efecto del Cristianismo, modifique las indi-
caciones naturales sin que éstas dejen nunca de estar pugnando
por prevalecer; se ha necesitado que la experiencia adquirida en
cabeza ajena y en cabeza propia nos obligue a refrenar trabajo-
samente los ímpetus de las pasiones para evitarnos males ma-
yores que los que por medio de la guerra querríamos reparar.
Dejemos suelto a un individuo, y reñirá con otro. Dejemos
suelta a una nación, y romperá hostilidades.
Esta ley que hace de la guerra una necesidad, guarda armonía
con esta otra: toda gloria, todo honor, todo placer diferente de
aquellos que son comunes al hombre y al bruto, consisten en una
victoria. La bienaventuranza que esperamos los discípulos de
Cristo: la satisfacción ocasionada por el buen suceso que alcanzan

193
el sabio, el inventor. el escritor, el poeta, el artista, el negociante,
el cazador, el jugador, todo es fruto de una victoria. Pero el mun-
do admira y celebra más las que se alcanzan en la guerra, por-
que tiene más a la vista los esfuerzos que cuestan.
En nuestras infaustas guerras civiles se han visto siempre ejem-
plos de denuedo propios para patentizar que no se ha extinguido
del todo aquella raza de valientes a cuyas hazañas en la guerra
de la Independencia debe Colombia el que, en su Historia, haya
algo de que pueda ufanarse delante de las engreídas naciones
del antiguo mundo.
Me propongo referir uno de esos actos de valor a que han dado
lugar nuestras guerras intestinas, acto de que apenas se ha hecho
mención desnués que pasó la campaña en que fue llevado a cabo
y a que sirvió de principio.
Corría el mes de agosto de 1876 Y estaba ya preparada la
revolución en el Estado de Cundinamarca.
Pero, sin pasar adelante, advertiré que esa preparación consistía
en la disposición de los ánimos y en la resolución de desconocer
el Gobierno del Sr. Parra y de abrir una campaña. Casi no ha-
bían allegado armas, ni municiones, ni víveres en ninguna parte,
ni se contaba más que con promesas. Gente organizada y disci-
plinada no había tampoco, puesto que era mucha la que estaba
ansiosa de tomar las armas.
Varios de los jefes que habían de acaudillada estaban en el
Valle de Sopó, y tenían determinado no dar principio al movi-
miento revolucionario con un simple pronunciamiento, sino con
un golpe atrevido y ruidoso que infundiera aliento en los pechos
de los amigos y que aturdiera a los enemigos.
Hallándose en esta disposición, tuvieron noticia de que el
Gobierno había ordenado que unos mil reclutas de Boyacá y de
Santander, que estaban acuartelados en Zipaquirá, fuesen trasla-
dados a la capital bajo la custodia de uno de los batallones de la
Guardia Colombiana que allí se hallaban de guarnición, el que
al mismo tiempo debía traer el entero de la Salina.
Al Coronel Ramón Acosta, hoy General, le pareció ver lle-
gada la ocasión más oportuna para dar el golpe que se deseaba;
comunicó su idea a los demás jefes, los cuales la aprobaron; y,
con alguna gente que procuró allegar, acometió la empresa cier-
to día que no fue el escogido por las autoridades de Zipaquirá
para hacer marchar el batallón. Con esto se maltrató inútilmente
a los caballos con que se contaba.

194
A las ocho de la mafiana del 19 de agosto saben que ese día
ha salido de Zipaquirá la fuerza que conduce los reclutas y el
entero. Al punto se reunen en la hacienda de Zamora, que está
situada en el dicho Valle de Sopó, unos ciento cincuenta hombres
del mismo Valle, de Guasca y de Chía, de los cuales unos sesenta
o setenta iban a caballo, armados de lanza; y otros, en número
algo mayor, a pie y casi totalmente desarmados, pues unas pocas
escopetas ordinarias de caza y treinta y cinco carabinas viejas y
recién desenterradas podían servir para dar a los que las llevaban
marciales apariencias, pero no para atender al enemigo.
De Zamora parten y trasponen la serranía que separa el Valle
de Sopó del de Bogotá; pero por más que aceleran su marcha ha-
llan, al llegar al Común, que la columna que pretenden perseguir
ha pasado ya, y divisan un cuerpo de caballería que, después de
haber convoyado al de infantería hasta Torca, regresaba a Zipa-
quirá y había ya pasado el Puente del Común.
No obstante que la empresa se hacía tanto más aventurada
cuanto más cercano a Bogotá fuera el paraje en que se tratara
de darle cima; que se ignoraba si habría que combatir en punto
favorable al enemigo, y que los caballos, después de haber tras-
puesto la serranía, se hallaban fatigados, el Coronel Acosta re-
solvió seguir adelante en persecución de la columna.
Los guerrilleros (pues este nombre debe dárseles ya) encontra-
ron un coche que llevaba al General D. Eustorgio Salgar y unos
seminaristas. El General, advirtiendo el riesgo que corría de ser
detenido, se acogió a sagrado, ocultándose con los cuerpos de
sus compañeros, y escapó de aquel peligro.
Toparon también con el Dr. D. Francisco de Paula Mateus,
con D. Felipe y D. Alejandro Pérez, que iban acompañados de
señoras y con D. Jesús Jiménez.
Díjose que al primero le habían quitado o intentado quitarle
su caballo: no tengo averiguado si es cierta la especie.
Es gran verdad aquello de que de las cosas más pequeñas re·
sultan las más grandes: el haber corrido aquel rumor, fundado o
no fundado, fue cosa de gran trascendencia. El Dr. Mateu8 era
adversario del Gobierno y simpatizaba con los revolucionarios;
los parciales del Sr. Parra publicaron y repitieron que el Dr. Ma-
teus había sido objeto de una vejación, y de aquí tomaron asi-
dero para inculcar que la conducta de los conservadores para con
los liberales independientes no era sincera y que nada podían
esperar de ellos. Es muy probable que esto contribuyera a con-

195
vertir en sostenedores del Gobierno a los más de los liberales con
cuyo concurso contaban los caudillos de la revolución.
A lo propio pudo contribuír, y acaso más eficazmente, un
lamentable suceso que ocurrió con el Sr. liménez. Cuando se
encontró con los guerrilleros, un enemigo suyo que se hallaba
en el lugar del encuentro, le hizo una herida que se tuvo por gra-
ve. El agresor esperó sin duda que esta acción se atribuyera a los
guerrilleros y que sobre ellos recayese toda la responsabilidad.
El Sr. liménez ocupaba, en política, la misma posición que el
Dr. Mateus, y así su herida les hizo también el caldo gordo a
los amigos del Gobierno. El agresor de liménez se declaró ex
post jacto soldado de la guerrilla.
Los Sres. D. Felipe y D. Alejandro Pérez quedaron detenidos
en el Común bajo custodia; fueron enviados a Guasca, retenidos
allí algunos días y al fin puestos en libertad mediante algunas
gestiones hechas por conservadores distinguidos. Las señoras
que iban con ellos en el coche volvieron a Bogotá acompañadas
por el Dr. Mateus.
Los guerrilleros sorprendieron en el Hotel Santander al Ge-
neral D. Ricardo Acebedo, Comandante de la Fuerza que iban
persiguiendo. Este jefe y tres oficiales, ajenos totalmente de lo
que a eSDaldas suyas estaba sucediendo, y dejando que la tropa
y los reclutas continuaran su marcha. se habían detenido a almor-
zar en aquella posada. Allí se les deió encerrados en una pieza,
de la que, según se supo después, no tardaron en escaDarse.
A la hora en que esto estaba aconteciendo, la caballería, que
había regresado para Zipaquirá, estaba llegando a esa ciudad y
alarmando a los antirrevolucionarios con la noticia de que del
Común habían partido en dirección de Bogotá fuerzas muy nu-
merosas de infantería y caballería, y con la de que el entero
debía estar ya en poder de esas mismas.
Razón tuvieron para afirmar que había salido infantería, pues
la de la guerrilla marchó efectivamente en pos de la caballería,
si bien contramarchó desde Torca, visto que en ningún caso ha-
bía de poder dar alcance al enemigo ni auxiliar a los jinetes.
Obra de dos leguas y media de la capital y consiguientemente
de tres y media del Común, dista La Calleja, punto de aquella ca-
rretera del Norte que hoy se está transformando en vía férrea;
y desde ese sitio parte hacia el Oriente otro camino. En el ángulo
que, por el Sur, forma éste con la carretera, existe una casa; y
al Norte, a unos cien metros de ella, se encuentra un puente.

196
Después de breve detención en el Hotel Santander, el Coronel
Acosta siguió su precipitada marcha, en la que sólo podían se-
guirlo los que iban mejor montados. En el puente de La Calleja
se encontraba la retaguardia de la columna del Gobierno cuando
se le dio alcance; pero en ese momento no acompañaban a Acos-
ta sino trece jinetes. 1 Los otros, no tan bien montados, se habían
atrasado, unos más y otros menos.
Acosta dispuso que siete hombres penetrasen por entre la
fila y la zanja de una de las orillas del camino, mientras él, con
seis compañeros, entraba por el otro lado de la propia manera.
Esta atrevida maniobra pudo ejecutarse sin que el enemigo lo
advirtiera y sin que se apercibiese oportunamete a la defensa; los
oficiales y los soldados habrían oído las pisadas de los caballos,
creyendo sin duda que los que los alcanzaban eran caminantes
pacíficos; pero al verlos armados de lanzas y al oír una voz que
les dio el Coronel Acosta y que hizo venir a tierra a uno de los
oficiales, los soldados, despavoridos, rompieron filas en tumul-
tuosa confusión. El primer movimiento de muchos de ellos fue
arrojar las armas al suelo; saltar las zanjas, y ponerse a salvo
dispersándose por el llano. Mucho más, dirigidos probablemente
por los oficiales, saltaron también y comenzaron a disparar contra
los guerrilleros, y cruzaban sus fuegos sobre el camino sin re-
parar en el estrago que podrían causar entre sus compañeros. Los
que iban adelante ocuparon la casa de La Calleja y el camino que
desde ella parte hacia el Oriente, y de dondequiera llovía plomo
sobre los acometedores. Los reclutas se aprovecharon del des-
orden y se dieron a correr por esos campos después de deshacerse
de sus ligaduras. El entero de la Salina iba en un carro tirado
por un caballo; Clodomiro Acosta logra por dos veces apoderar-
se del cabestro y pugna por hacer que la bestia vuelva la cabeza,
proponiéndose aguijarla luego y hacerla correr hacia el Norte;
pero la misma confusión que favorece su intento le impide al cabo

1) Manuel Bricefio en su obra La Revoluclón de 1876 incluye la si-


guiente lista de compafieros de Acosta: Salustiano, C1odomiro y Francis-
co Javier Acosta; Luis González, Crispulo Melo, Le6n Cristancho,
Bernardino y Antonio Sánchez, Javier Castro, Ildefonso Rodriguez,
Saturnino Sarmiento, Rafael QUintero y Cruz Téllez.
En otra lista que ha venido a mis manos figuran otros dos nombres:
Alejandro Garcia y N. Cifuentes. No he podido esclarecer el punto. En
lo que están conformes todos los que hacen recuerdos de la jornada de
La Call••ja. es en que eran trece los compafieros de Acosta.
Sabemos t~mbién que D. Ignacio Ospina Escobar fue de los compa-
fieros del Coronel Acosta, y a éste le hemos oido decir que eran ellos
en número de diez y ocho. - Nota de la Direcci6n.

197
poner al caballo en la dirección apetecida. En otros carros iban
llevando elementos de guerra, y los que los custodiaban los arro-
jaban a las zanjas.
Durante algunos instantes el atropellamiento de la gente arre-
molinada, la vocería confusa, las detonaciones de las armas y las
nubes de humo y de polvo formaban un cuadro que nadie acertaría
a describir.
En medio de ese torbellino, cae muerto Críspulo Mela, que no
consigue hacer devolver oportunamente un potro poco diestro en
que va montado; muere el caballo de Javier Castro y quedan he-
ridos León Cristancho y Bernardino Sánchez.
El Coronel Acosta, viendo logrado el intento de libertar a los
reclutas y frustrado el de causar otro daño al enemigo, ordena la
retirada, la que se emprende abriéndose camino por entre la ma-
sa de hombres que se la cortaba. Castro, desmontado en medio
de los soldados, consigue milagrosamente pasar la zanja y reti-
rarse ileso, por el llano, del sitio de la refriega.
Al retirarse, los guerrilleros llevan armas quitadas al enemigo.
Tres rifles lleva el Coronel Acosta, que ha recogido apeándose
del caballo bajo la lluvia de balas.
Durante el conflicto, llegaron ocho de los guerrilleros que se
habían atrasado. Estos no pudieron ayudar a sus compañc:ros, pero
participaron de sus peligros, pues estuvieron expuestos a los fue-
gos del enemigo durante la retirada de aquellos. 2
El arrojo de esos valientes produjo el efecto que habían espe-
rado los que meditaron dar principio a la guerra con un golpe
tal como el que se consiguió dar. Ignoro qué impresión haría en
los ánimos de los miembros del Gobierno y de los jefes milita-
res que estaban a su servicio. Pero sé que en la parle vulgar de
sus parciales produjo indescriptible consternación y aturdimiento.
Merced a esta hazaña, se engrosaron las fuerzas de la revolu-
ción: todos los reclutas libertados, y muchos de los soldados dis-
persados en La Calleja, se fueron a tomar puesto en las filas
revolucionarias.
Allá en mis primeros años, me figuraba yo, como creo que se
figuran muchos, que un valiente no puede dejar de ser un hombre
fornido, de gentil y garbosa apostura, de movimientos resueltos.
de ceño torvo y mirada fulminante, de grueso y retorcido bigote
y de voz vibrante y atronadora. Si, conociendo a otros valientes,

2) Entre estos ocho se hallaban D. José Ignacio Castro y D. Evaristo


Sánchez. Ignoro los nombres de los demás.

198
no hubiera salido de mi error, de él me habría sacado el conocer
al héroe de la jornada que acabo de describir.
Ramón Acosta es un hombre delgado y de corta estatura, que,
si bien va sido ágil, esforzado y graniinete, tiene las apariencias
de una persona delicada. Su mirar blando es indicio de la bondad
de su alma. Su voz y su ademán son los de un hombre en todo
circunspecto y moderado. Si en el peligro se muestra impávido,
en él no hay durante la batalla ni asomos de aquel coraje que
impulsa al soldado a ofender al enemigo; y creo poder afirmar
que sus manos nunca se han visto teñidas de sangre, aunque él
se haya encontrado en muchos y reñidos combates.
No es militar de cuartel, ni ha llevado charreteras, ni creo que
podría mandar una gran parada; pero cuando llega la hora de
arriesgar la vida en defensa de la causa que cree justa, levanta
una enseña. en torno de la cual se agrupa mucha gente que tiene
fe en su valor y en su honradez.
En tiempo de paz vive modesto y retirado, sin acordarse de
que hay Gobierno qUt puede dispensar mercedes y decretar re-
compensas.

199
COMO SE DIO A

CONOCER JORGE ISAACS


Entre mis recuerdos ocupa lugar muy señalado el de un hecho
cuya relación, si fuera publicada por los que en él tuvimos parte,
nos granjearía la nota de presuntuosos. En ninguna parte puede
consignarse mejor que en este libro.
José María Vergara y Vergara, tan apasionado por la gloria
de los demás como por la literatura, estaba en el año de 1864
entregado a ciertos prosaicos negocios. Para tratar de uno de
eJ1os. le buscó un día del mes de mayo de 1864 un joven caucano
a quien no conocía. En la entrevista que tuvieron, desviada ca-
sualmente la conversación del asunto principal, hubo algo que
diera pie a Vergara para preguntar a su interlocutor si había
escrito versos. Nada menos que un libro neno de los que en
diferentes épocas de su vida había compuesto, prometió mos-
trarle; en la noche de ese mismo día se los estaba leyendo en su
casa, y en la de otro amigo nuestro se repitió la lectura la noche
si'!uiente. estando presentes el dueño de casa, que era Ricardo
Carrasquilla, Vergara y yo.
Tenían lugar entonces los inolvidables mosaicos, ágaoes lite-
rarios en que la común afición a las letras engendró una santa
fraternidad. El Mosaico era una sociedad sin lista de miembros,
sin presidente, sin reglamento, sin obieto ostensible, que no por
carecer de todo esto, dejó de ser fecunda. Ese carecer fue tener.
La noche de que últimamente he hecho mención quedó acor-
dado que el joven caucano sería presentado a El Mosaico en su
inmediata reunión, a la que debería ir con su libro de versos.
La reunión fue en casa de José María Samper. Trece éramos
los que habíamos concurrido. La presencia de nuestro nuevo
amigo, a quien recibimos como si lo hubiese sido de muy antiguo,
conjuraba todo siniestro agüero que un inglés hubiera podido
sacar de aquel número. Cuando rayó la aurora nos separamos.
Pero ya había rayado a esa hora la de la fama del poeta: cada
uno de nosotros nevaba admiración, entusiasmo, cariño por él,
bastantes para hacer rebosar esos sentimientos sobre todos los
colombianos.

205
El había ganado de un golpe trece amigos, y esa amistad se
hizo contagiosa: pronto lo eran suyos todos los que lo eran
nuestros. Aquella noche se había dictado un acuerdo (el único
que se dictó, el único que ocurrió dictar mientras duró El Mo-
saico). Este acuerdo decía en sustancia: "Los infrascritos publi-
carán inmediatamente, a costa suya. las poesías de Jorge Isaacs."
Las firmas que se pusieron esa noche fueron trece; pero uno de
los nuestros. que no había podido concurrir, estampó la suya
al día siguiente.
La colección de las poesías de Isaacs estaba impresa, y be-
llamente impresa, pocos días después. Isaacs había recibido una
revelación de sus propias fuerzas y se sentía estimulado a en-
sayarlas. Sin esto, el mundo literario no hubiera poseído nunca
la María.
Nosotros creímos quizá no hacer otra cosa que dejamos im-
pulsar del entusiasmo, desahogar un sentimiento noble (muy
opuesto ciertamente al de envidia, que se atribuye a los litera-
tos); pero estuvimos lejos de pensar en la importancia de lo que
hicimos. Siempre se ha dicho, y no sin razón, que aquí no pode-
mos cultivar las letras con esperanza de otra satisfacción que
la de poderle señalar a un amigo los frutos de nuestras tareas; y
aun hay casos en que los autores, a semejanza de aquellos
animales ovíparos que no encoban, ignoran qué suerte corren
en el mundo las producciones que se les deben.
Isaacs tuvo la satisfacción, no ya de leer sus poesías a
muchos amigos, sino la de convertir en amigos a muchos des-
conocidos leyéndoles sus versos.
No es fácil que en los países más cultos haya habido quien
gane su fama de un modo tan envidiable: él había ido escribiendo
para dar desahogo a sus sentimientos, y babía ido guardando sus
manuscritos; de un golpe, en una sola noche, pudo saborear el
placer de verse comprendido, aplaudido, estimado en lo que vale.
No había habido ocasión de que la crítica envidiosa ni la
indiferencia (más irritante todavía) le hicieran probar los sinsa-
bores que pasa quien va recogiendo sus laureles poco a poco.
La literatura no produce dinero en nuestra tierra; aun en
otras mejores se habla mucho de poetas que mueren en el hospi-
tal. Isaacs ganó dinero con la publicación de su novela. De esto
no se debería hablar, porque es indigno; pero hay que decirlo,
porque es muy signüicativo. El libro de ventas de quien expende

206
una obra, es un instrumento que señala los grados del mérito
del autor. A 10 que indica este instrumento no pueden oponer
nada ni la crítica docta ni la ignorancia del vulgo.
Isaacs ha sido el más afortunado de los colombianos que han
cultivado las bellas letras, y merecía serlo.
A los que formábamos El Mosaico nos cabe la satisfacción de
haber demostrado siquiera con un ejemplo que entre nosotros si
puede ser estimado el ingenio y recompensado el mérito.

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207
PARTE TERCERA

1900 - 1904
RELACION DEL
MOVIMIENTO DEL
31 DE JULIO DE 1900
"Escribo esta relación de 10 ocurrido el 31 de julio de 19001
con el fin de que, publicada en la forma y en la época que sean
más convenientes, sirva para que mis conciudadanos y en espe-
cial mis descendientes se penetren de que si en la fecha expresada
me encargué del mando supremo, no lo hice por ambición per-
sonal ni por ningún interés bastardo sino por la consideración
de que si no 10 hacía habían de seguirse males gravísimo s no
sólo para mi partido sino para toda la república.
"Para hacer la presente relación me valgo en parte de los
recuerdos que conservo de 10 que yo mismo hice o presencié y
en lo más de ella de los datos que me han suministrado algunos
individuos de los que más parte tuvieron en los sucesos que hi-
cieron memorable aquella fecha.
"Lejos de haber tenido yo antipatía o prevenciones contra el
doctor San clemente y su Gobierno, cuando al principio de la
guerra agitó los ánimos de los conservadores históricos y de los
que no se hallaban ligados por algún interés con aquel Gobierno,
la cuestión de si debía o no prestarse apoyo a este mismo Go-
bierno ya tomando las armas en defensa suya, ya de cualquiera
otra manera, muchos individuos me consultaron y yo les contesté
que prestar tal apoyo era deber ineludible y por medio de cartas
y de la prensa sostuve la misma opinión.
"El Gobierno del señor San clemente era la desesperación de
cuantos temían el triunfo de los revolucionarios. Nadie podía
ignorar que la cabeza de aquel anciano ya no estaba para desem-
peñar labores tales como las que hacían indispensables para el
Gobierno las extraordinarias circunstancias en que se hallaba
el país.
"Fue notorio en Bogotá que al hablarle algunas personas al
doctor San clemente acerca de los hechos del general Próspero

1) Este escrito fue publicado por primera vez en "El Debate", edición
del 12 de agosto de 1927, páiPnas 1 y 9. Debe tomarse nota -dice el
doctor Luis Martinez Delgado, al comentarlo- del estilo y de la manera
si se quiere familiar como el sefior Marroquln narra un acontecimiento
de tanta importancia y trascendencia. - Nota del B.

215
Pinzón, en la campaña del Norte, dicho doctor Sanclemente
exclamó:
"¡Ah! Sí: el general Franco Pinzón.
"El General José María Franco Pinzón, muerto en Zipaquirá
en la acción del 20 de mayo de 1854, era más recordado por el
doctor Sanclemente, que don Próspero Pinzón, personaje de in-
mediata actualidad.
"El General Próspero Pinzón poco después de haber venido
de la campaña del Norte, quiso cerciorarse de si el estado de
la cabeza del presidente era el que se le había pintado, y el que
justificaba el paso dado el 31 de julio. Regresó de VilIeta com-
pletamente satisfecho y convencido de la incapacidad mental de
aquel personaje.
"El triunfo de la revolución se consideraba corno inminente:
las victorias alcanzadas por las fuerzas del Gobierno antes lo
debilitaban que lo hacían fuerte y temible; de la famosa jornada
de PaJonegro y de toda la campaña del Norte había resultado
la desorganización del ejército que la había hecho. Me atrevo
a afirmar esto, porque el General Pinzón me dijo más de una
vez: 'yo no sirvo sino para desorganizar'. Ello fue que me trajo
a la capital un ejército de generales y muy pocos soldados.
"Habiéndose extendido la revolución por toda la república.
en muy pocas partes podía sentirse la acción del Gobierno; la
autoridad de sus agentes o no era acatada o se ejercía de tal
manera que no podía haber ni para la dirección de la guerra
ni para la administración de los demás negocios públicos la
unidad de acción indispensable.
"Se aseguraba públicamente y se afirmaba por la prensa
oficial que el plan de los que dirigían al doctor Sanclemente
consistía en formar una convención, en hacer que ésta declarara
suprimida la vicepresidencia y, en que, retirándose el señor
Sanclemente, tornara uno de los ministros el mando supremo.
Este ministro debía ser, aunque la prensa no lo dijera, don Ra-
fael María Palacio. El me había hecho saber que si yo le dejaba
su cartera de Gobierno, yo me haría cargo de éste. Más tarde
me dijo: 'La resolución de usted de no admitir mi propuesta
fue honrada pero no fue política.'
"Este nuevo jefe del poder ejecutivo entraría en composiciones
con los liberales para acabar con la guerra.
"Otro poderoso motivo de malestar había sido algún tiempo
antes la suma desconfianza con que se miraba a don José Santos
que desempeñaba el ministerio de guerra. Muchísimas personas

216
aseguran que estaba en connivencia con los liberales y que ellos
mismos podían probarlo de una manera inconcusa.
"Cuantas personas se dirigían a los pueblos de tierra caIiente
-Tena, Anapoima, Villeta- en que residió el doctor Sancle-
mente, observaban que ciertas personas de su familia lo man-
ten,an como secuestrado e incomunicado, pretextando para ello
que su salud estaba muy quebrantada. Si algunos pocos indivi-
duos pudieron verlo y tratar con él, fueron muy pocos los que
consiguieron estar con él a solas.
"Fue de toda notoriedad que, en todo el tiempo que el doctor
Sanclemente estuvo encargado de la presidencia, en lugar de
firmar él mismo los decrelOs, las leyes y todas las resoluciones,
providencias o documentos que debieran llevar su firma, hacía
uso él mismo, o hacían uso los que lo rodeaban, de un sello;
y hasta se creía, no sin fundamento, que había más de un sello;
y que por consiguiente el peligro de que se abusara de él, era
mucho más grave.
"En todos los sitios y ocasiones en que se hablaba del Go-
bierno, se comentaba cierto cargo que no afectaba en lo mínimo
a la persona ni al buen nombre del presidente, pero el que entre
todos los que se hacían a su Gobierno era más grave, el que
ofrecía prueba palmaria de que su Gobierno no era Gobierno.
El decoro y la caridad me impidieron exponer este cargo en el
mensaje que dirigí al congreso y en que justifiqué lo hecho el
31 de julio; pero podrían declarar sobre dicho cargo y sobre su
gravedad cuantos se acercaron o pretendieron acercarse al doctor
Sanclemente en todo tiempo que residió fuera de la capital.
"Estas cosas hicieron odioso el Gobierno del doctor Sancle-
mente e infundieron el deseo de ver derribado su Gobierno.
Abrigaban especialmente tales sentimientos los del partido lla-
mado histórico y era tanto más natural que lo abrigaran cuanto
el partido nacional tan aborrecido por ellos, era el que rodeaba
y sostenía al doctor Sanclemente.
"Algunos individuos del partido histórico habían empezado
a entenderse con don Aquilea Parra y otros liberales residentes
en la capital, haciéndoles esperar que una vez que ellos -los
históricos- se adueñaran del Gobierno, se podría por medio de
mutuas concesiones, hacer cesar la guerra.
"De suerte que aunque los que me rodeaban condenaban la
conducta de los que rodeaban a Sanclemente, algunos de ellos
también se inclinaban a que se entrara en composiciones con
los liberales y pretendían que se les ofreciera ventajas tales como

217
la de que los batallones no depondrían las armas sin que se les
hubiera cumplido la condición de entregarles uno o dos depar-
tamentos, y otras igualmente inaceptables. Yo declaraba siempre
que a los revolucionarios que rindieran las armas no se les per-
seguiría, ni se les despojaría de sus bienes, ni se les encausaría;
pero que no se les dejaría gozar próximamente de ventajas
políticas.
"Para resolver --como siempre lo tuve resuelto-- no ame-
nazar a los revolucionarios que fueran vencidos con castigos y
persecuciones, me sirvió la experiencia adquirida en cabeza de
don Mariano Ospina, quien en 1861 intimó repetidas veces al ge-
neral Mosquera y a sus compañeros que el ejército los perseguía
para aprehenderlos con el fin de que fueran sometidos a juicio
como cualesquiera otros infractores de artículos del Código Penal.
"i Medrados habríamos quedado conminando a doce o catorce
mil colombianos con un juicio y con meterlos a la cárcel!
"A no ofrecerles a los revolucionarios conveniencias políticas
se oponía en mi ánimo la consideración de que en el camino
de las concesiones era imposible que los liberales se detuvieran;
y la de que la primera concesión que se les hiciese era muy
probable que la aprovechasen para seguir haciendo la guerra
con facilidades y ventajas de que antes no estaban disfrutando:
y si sin tales ventajas y facilidades habían reducido al país a la
miserable condición en que ya se le veía y puesto al Gobierno
a Dunto de desplomarse ¿qué habría sucedido si se les hubiera
allanado en más el camino del triunfo?
"No formando junta sino visitándome como amigos, se reu-
nían muchas noches en mi casa varios de los individuos del par-
tido histórico, como el General Jaime Córdoba, Carlos y Luis
Martínez Silva, Agustín Uribe, Abadía y Pacho Gutiérrez.
"La conversación en estas reuniones versaba sobre los abusas
y las arbitrariedades que se estaban cometiendo y sobre la inep-
titud y los errores de los que trataban de debelar la revolución
y consiguientemente versaba también sobre la necesidad de de-
rrocar el Gobierno.
"Afirmábase en la tertulia aquella que el triunfo de la revo-
lución era muy preferible al de un Gobierno tal como el que
nos regía. Yo replicaba que esto no podía admitirse, estando de
por medio los intereses de la religión y de la Iglesia. Contra-
decíame Carlos Martínez Silva diciendo que hasta cuándo se
habían de tolerar gobiernos como el de Caro y el de Sancle-
mente sólo porque no hicieran guerra a la Iglesia.

218
"En una de las mismas reuniones se me preguntó si, llegado
el caso, yo quería encargarme del Gobierno. Contesté afirmati-
vamente, pero expresando que ese caso, que podía llegar, habría
de ser uno de los previstos por la Constitución. Todos los que
me trataban me conocían bien y debían estar persuadidos de
que yo no había de prestarme a maniobras que pudieran ser
tachadas de violentas o de ilegales.
"Hacia los días a que me voy refiriendo, vino a Bogotá don
Marcelino Vélez; me habló con calor en el mismo sentido en
que me hablaban los de la tertulia, me preguntó también si me
encargaría del mando cuando fuera necesario y me encareció
mucho lo grave de la obligación en que yo estaba. cuando lo
fuera, de asumir el mando.
"A pesar de que el directorio conservador que funcionó en
1899 había recomendado no intervenir en apoyo del Gobierno
nacionalista en caso de revolución, cierto grupo de históricos
resolvió aprovechar alguna coyuntura favorable para ofrecer
sus servicios. esperando que así se le facilitaría el cambiar el
personal del Gobierno. No todos los históricos abrigaban esta
intención. Los que no la abrigaban estaban completamente des-
ligados del Gobierno; y hasta tal punto lo estaban, que muchos
de ellos sostuvieron por la prensa la ilegalidad de la posición
tomada por el doctor Sanclemente.
"La ocasión deseada se presentó con motivo de que las
fuerzas del Gobierno sufrieron un descalabro en Sibaté, perdiendo
el Gobierno dos batallones y quedando herido el General Ospina
Chaparro. Ofrecieron sus servicios al ministro de guerra, General
Manuel Casabianca, los que lo tenían resuelto y entraron a pres-
tarlos los Generales Jorge Moya Vásquez, Mariano Tovar y Clí-
maco Silva. Es de suponerse que al ministro de guerra le
manifestaron dichos ¡efes que su apoyo no sería incondicionaL
es decir, lo prestarían en cuanto él pudiera servir al partido
conoervador.
"Moya Vásquez obtuvo el mando de una división con la cual
debía abrir operaciones sobre el Sur de Cundinamarca, llevando
como iefe de estado mayor al General Mariano Tovar; y Silva
organizó en la capital una columna de cívicos.
"Cuando al salir yo el 31 de julio, a eso de las once de la
mañana de la iglesia de San Carlos, donde había asistido a la
fiesta de San Ignacio, me encontré en la primera calle real con
el General Casabianca, ministro de guerra; él, tomándome del
brazo, me hizo seguir hasta el capitolio diciéndome:

219
-"Venga, que tengo que hablar con usted.
"A la entrada del edificio estaba un jefe caucano, a quien
dijo: Aguárdeme usted aquí.
(El general Córdoba me dice que él y C. Martínez Silva es-
tuvieron en casa esa mañana y me predicaron la necesidad de
que me encargara del Gobierno. No lo recuerdo.)
"Ya encerrados en la pieza del despacho dd ministro, éste
me hizo leer, no recuerdo si dos cartas o una sola con posdata,
en que Jorge Moya, que se hallaba en Tequendama con la di-
visión de su mando, le anunciaba a Casabianca que con dicha
fuerza iba a dirigirse a Villeta a apoderarse del doctor Sancle-
mente para derribar su Gobierno. En la segunda carta o en la
posdata de la primera, anunciaba que había cambiado de reso-
lución, que en lugar de dirigirse a VilIeta, se vendría para
Bogotá, proponiéndose siempre derrocar al Gobierno. Acabada
la lectura, Casabianca me dijo: '¡No ve usted las locuras de
Moya! ¡Me va a obligar a echarle encima los batallones ... !
"Hago reminiscencia de que Casabianca y yo hablamos de la
necesidad de enviarle comisionados a Moya para hacerlo desistir,
pero sin acordar nada definitivamente.
"Yo me dirigí a casa a almorzar y, previendo que habrían de
acosarme infinitas personas luego que se divulgara la venida de
Moya, unas para instarme que me hiciera cargo del Gobierno
y otras para disuadirme de ello, con lo cual me aturdirían, antes
de que yo supiera a punto fijo lo que pasaba, me retiré a casa
de un pariente.
"No recuerdo por boca de quien supe que Carlos Martínez
Silva, Francisco Gutiérrez y el General Córdoba iban a salir
en coche al encuentro de Moya, para disuadirlo del propósito
de entrar en la ciudad, con el fin que lo había movido a dejar
su campamento.
"Esto fue lo que se me dijo, así como aquello de que no se ha-
bía verificado la entrevista con Moya; pero todo salió falso.
"Córdoba, Martínez y Gutiérrez salieron efectivamente al
encuentro de Moya; pero lo encontraron ya casi dentro de la
ciudad, y vinieron a la cabeza de la tropa, que marchaba en
formación. Pero según me dice el General Córdoba, ya antes
habían partido Pacho Gutiérrez y Abadía a informar a Moya, y
lo haMan encontrado a bastante distancia.
"Alguna persona de confianza refirió que Moya se hallaba
ya en el puente Uribe, y un poco más tarde, que se le había
visto pasar por las calles centrales de la ciudad.

220
"Pasado bastante tiempo, una de las personas que me veían,
me refirió que acababa de ver en la calle a Tomás Brigard, que
venía a caballo, y que debía haberse unido. antes a Moya, y que
le había dicho que todo se había perdido. Yo permanecí toda
la tarde en la más penosa incertidumbre. No fue sino ya entrada
la noche, cuando Arturo Brigard, que había tomado parte en
el movimiento, logró descubrir mi paradero e introducirse en
él. con lo que yo pude tener noticias ciertas sobre lo que estaba
ocurriendo.
"El General Moya Vásquez, que estaba dispuesto a obrar
sobre el Sur, como lo dije más arriba, recibió la noticia de que
los revolucionarios habían sido destrozados en la jornada de
Tibacuy, por fuerzas mandadas por el General Nicolás Perdomo.
Así, ya no tenía enemigo que combatir, y quedando reducido
a la condición de un jefe de plaza al servicio del doctor Sancle-
mente. Entonces resolvió contramarchar sobre Bogotá, para de-
rrocar al Gobierno, contando con la cooperación del grupo de
amigos que estaban conspirando.
"Moya V ásquez, al entrar en la ciudad, que sin duda le pa-
reció sumida en un reposo y un silencio alaJ1mantes para él,
debió de creerse abandonado por sus amigos.
"Pero la verdad era que los otros conspiradores se habían tras-
ladado al cuartel de San Agustín, a ver de acabar de arreglar con
ciertos militares la manera de llevar a cabo el movimiento que
con ellos se había proyectado. Luis Martínez y Abadía estaban
en el cuartel; ellos habían empezado a tratar con el jefe.
"Moya Vásquez llegó a casa del general Casabianca, que
habia salido a caballo a su encuentro; juntos llegaron a dicha
casa, y allí Moya entregó su espada al ministro.
"Arturo Brigard me enteró de que muchísimos individuos,
tales como los Martínez Silva, el General Quintero Calderón,
José Vicente Concha, Miguel Abadía Méndez, Alejandro Oso-
rio, Gerardo Arrubla, Pedro Ignacio Barreta, se fueron de la
casita con armas, tras el coche en que iban Carlos, Quintero,
Gutiérrez con todos (sic); estaban reunidos Joaquín Pérez y
el General Córdoba; y que el General Casabianca se había pre-
sentado allí y se había hecho reconocer por el batallón, pero
que su presencia no obstaba para la ejecución del plan conce-
bido; que Carlos Martínez Silva y el General Quintero habían
perorado; que se me aclamaba con gran vehemencia y entusias-
mo; que la concurrencia era ya inmensa; que no había habido
resistencia de parte de ningún cuerpo; que se había visto al de

221
policía, con el General Fernández a su cabeza, en actitud pa-
cífica, y que todos los que habían encabezado el movimiento
me llamaban con las mayores instancias para que fuera a en-
cargarme del mando supremo."
Como era natural, averigüé si con la debida anticipación se
habían puesto de acuerdo los corifeos del movimiento con jefes
militares. Se me contestó que así se había hecho y que todos
estaban conformes, decididos a reconocerme y a derrocar al
Gobierno de Sanclemente.
Pero 10 cierto es que se estuvo tan lejos de haber comprome-
tido o siquiera avisado a los jefes militares, que Jorge Moya
dejó a su espalda, por allá en las cercanías de Soacha, una
numerosa fuerza caucana, mandada por el General Tenorio y
por el General Lindo, con los cuales nadie había contado y a
quienes el nuevo Gobierno tuvo después por desafectos durante
algím tiempo.
El General Moya Vásquez dejó al General Tovar encargado
de vigilar estas fuerzas caucanas. El Coronel Antía, jefe de un
cuartel inmediato al de la artillería, no tuvo conocimiento de
la evolución, sino después de que se había efectuado, no obs-
tante que dicho cuartel estaba comunicado por una puerta con
el de artillería. La única precaución que se tomó fue la de
colocar en esa puerta un cañón cargado. Si el arriesgadísimo
plan pudo salir bien, eso se debió únicamente a lo pujante y
uniforme de la opinión. Fueron muy señaladas las manifesta-
ciones de desaprobación. Hiciéronlas varios de aquellos na-
cionalistas a quienes interesaba más el triunfo de su parcialidad
que el de los principios conservadores; hízola don José Manuel
Goenaga, que rehusó seguir de gobernador de Bolívar bajo mi
autoridad. Entre los militares que estaban en servicio, no recuerdo
que hubiera habido otro adverso que Juan C. Ramírez. El Ge-
neral Perdomo fluctuó algo, pero ello fue que siguió combatiendo
la revolución, y que nunca desconoció mi autoridad. A estos dos
jefes les envié en comisión al doctor Juan Evangelista Trujillo.
quien movido por su patriotismo, hizo el doloroso sacrificio de
deiar su casa en la que su madre estaba expirando, para prestar
oportunamente un servicio, cuya importancia le había encare-
cido yo sobremanera.
En cambio de aquellas manifestaciones de desaprobación, la
noticia del movimiento del 31 de julio fue recibida en los cam-
pamentos del ejército del Norte y de otros campamentos con
frenético entusiasmo.

222
Entre los testimonios favorables, merece especial mención el
de don Carlos Calderón Reyes, ministro que habia sido del doctor
Sanclemente, en que pocos días después del 31 manifestó a uno
de los conspiradores que aquel golpe había sido necesario.
El que servía de mensajero en las primeras horas de la noche
del 31, para tenerme comunicado con los autores de la evolu-
ción era Arturo Brigard. Conservo una carta o nota, suscrita
por los mismos autores, en que se me instaba que admitiese
el cargo. Yo la contesté por escrito.
Con el mismo Brigard mandé a preguntar si, caso que yo no
quisiera asumir el mando, se desistiría de la empresa, y se me
contestó que eso no se haría de ninguna manera. El General
Córdoba dice que pensó que si yo no aceptaba, se encargaría
del mando Quintero Calderón.
Esto me hizo discurrir que si yo rehusaba encargarme del
Gobierno, no les quedaría a los ya comprometidos otro arbitrio
que el de declarar dictador a alguno de ellos, lo que no podría
menos de producir la anarquía y la prolongación de la guerra
y gran aumento de prestigio para la revolución, la que se con-
vertía en sostenedora de la legitimidad, arrimándose al doctor
Sanclemente, en la esperanza de que muchos de los jefes y
partidarios de dicho doctor, se unirían a los revolucionarios.
caso en el cual, una vez derrotadas las fuerzas conservadoras,
vendría, si no a ser dueño del Gobierno y del país, sí a compartir
con sus nuevos aliados los laureles y las ventajas positivas del
triunfo. Y esto sería lo menos malo para el país; otra cosa mucho
más grave había que temer, y era también la más probable: que
sorprendidos los jefes del ejército constitucional y los del bando
opuesto con el inesperado cambio e imposibilitados para tomar
consejo. para ponerse de acuerdo, y para obrar con reflexión,
cada uno se habría apresurado a tratar de aprovecharse de él.
ora en provecho de su parcialidad política, ora en beneficio
propio. De todo esto resultaría una confusión, un barullo en
que nadie se entendería con nadie, y en que cada uno de los
innumerables jefes del ejército, de divisiones. de batallones y
hasta de compañías, que tenían a su disposición gente y armas,
se empeñarían en sostener, por medio de éstas la oninión o el
plan patriótico o antipatriótico que hubiera concebido. En este
caso habrían seguido y se habrían multiplicado los san!!;fientos
combates, las denredaciones y horrores infinitos como los que
ya tf'nían postrada a Colombia.
Discurriendo todo esto, me persuadí de que para mí podría
ser obligación de conciencia hacerme cargo del Gobierno. Entre

223
asumirlo yo y dejárselo asumir a quien careciera de todo título,
habla una daerenCla muy su~tanclaL A mI se me habla eleg.do
vicepresideme, por una mayona de electores bastame supenor a
la que había tavorecido al doctor Sanclememe, y habla sido
elegIdo para que elec[Ívamente gobernara, mientras que aqud
ciudadano sólo había sido, según la intención de los que votaron
por él, sino únicamente para que no tuera elegido olro y para
que no dejara de cumplirse una formalidad legal.
Sanclemente tue un cero que se puso para que yo quedara
en segundo lugar. Todo el mundo estaba persuadido, al tiempo
de la elección, y hasta mucho más tarde, de que el doctor San-
clemente no había de gobernar. Esto mismo diJo Miguel Amonio
Caro, en dos conferencias que tuvimos en palacio, en las que él
trabajó por seducirme a aceptar la candidatura.
A pesar de todas las retIexiones que quedan apuntadas, mi
conciencia no estaba tranquila, y con el fin de tomar consejo,
hice llamar a don José María González Valencia, ciudadano
capaz y muy respetable, que con toda serenidad e imparcialidad
podría formar juicio acerca-de la situación y de lo que yo debía
resolver. Su opinión fue la de que yo debía aceptar el cargo que
se me estaba ofreciendo.
Presentóseme otro amigo, el doctor Miguel Abadía Méndez.
no supe si enviado por los del movimiento, o de "motu proprio".
Su parecer no era dudoso, una vez que él pertenecía al grupo
de los conspiradores.
Luego que tomé mi resolución y que ésta fue comunicada,
fui conducido a palacio en un coche, acompañado por dicho
doctor Abadía. En no sé qué punto del tránsito, había guardia,
y se nos quiso detener, pero no hicimos caso de ello. Al llegar
a la esquina inmediata a palacio, hallamos inmenso gentío, el
que me aclamaba y me vitoreaba desaforadamente.
En el palacio estaban ya una gran parte de los del movimiento,
y muchas personas más. üyéronse las salvas, para dar las
cuajes los cañones fueron sacados por el doctor Carlos Martínez
Silva y otros de sus compañeros, con sus propias manos. Lo
primero que se necesitó en palacio, fue recado de escribir
para extender nombramientos y poner telegramas. El edificio
habia estado ocupado hasta algún tiempo antes. por don Pene
Santos, y desde que él se retiró había estado como abandonado
y había sido menester ocurrir a la casa de Luis Pardo, a pedir
prestados útiles que se necesitaban.
Poco d"s'-'ués de mi llegada a palacio, se me presentó el
General Emiliano Caicedo, que venía enviado por el doctor

224
Arcadio Dulcey, gobernador de Cundinamarca, para pregun-
tarme si era cierto que yo me encargaba del mando, con el !in
de entregar el que él ejercía. Por de contado le contesté afir-
mativamente.
Según lo que supe después, nunca ha habido conspiración o
revolución tan barata como la del 31 de julío. Ni para ganarse
voluntades de militares o de empleados, ni para ninguna otra
cosa se había gastado un centavo. Mal hubiera podido hacerse
erogaciones, cuando lo rápido de la evolución no había per-
mitido colectar fondos, y los más de los comprometidos eran
pobres, casi de solemnidad.
Tampoco se hizo promesa alguna grande ni pequeña, a nin-
guno de cuantos debían tomar parte en el movimiento, ni de
los que hubieran podido oponerse a él.
Esta fue una prueba más de que el cambio de gobierno fue
obra de la opinión.
Los del movimiento, y más los liberales, estuvieron luego muy
descontentos porque, para la paz, no se había adelantado nada.
El 19 o el 2 de agosto se reunieron en casa muchos de los
del movimiento para increparme el nombramiento de Fernández
para gobernador. Yo entreví que alguno atribuía ese nombra-
miento a influencia de Marcelino Vargas. Yo me arrebaté: les
eché ajos, les declaré que si habían esperado, al eievarme, tener
en mí un instrumento, se habían equivocado.

225
LA SEGUNDA

ADMINISTRACION
ANTECEDENTES

A pesar de las complicaciones internacionales, que amarga-


ron el principio de mi administración, con la consiguiente agita-
ción intestina y la presencia amenazante de una escuadra italiana
en nuestras costas; a pesar de dificultades y graves cuestiones
pendientes cuando entré a ejercer el mando, aquella época pa-
recía ser el principio de días de paz y de prosperidad para Co-
lombia. Estaba yo lleno de esperanzas viéndome rodeado y apo-
yado, no sólo por la generalidad de los hombres públicos, sino
especialmente por todos los miembros de la legislatura; y cuando
más tarde, algunos de éstos parecieron oponerse a mi política,
presenté al Senado mi renuncia de la Vicepresidencia de la
República. Viniéronme entonces calurosas manifestaciones de
habitantes de la capital y de los departamentos, en que se me
instaba que retirara tal renuncia, y ésta no me fue admitida por
la misma honorable corporación a la cual la había presentado,
y de cuyo seno habían salido aquellas voces de desacuerdo que
me obligaron a presentarla.
Las mismas causas que me indujeron a dicha renuncia, fueron
parte también para que yo apoyase el llamamiento que se hizo
al Presidente titular, ausente entonces de la capital de la Repú-
blica, para que viniera a encargarse del Gobierno. Amigos polí-
ticos míos y enemigos de aquel alto magistrado, ya del seno de
las cámaras, ya de fuera de ellas, tomaron empeño en que no
se posesionara él de su cargo, y ocurrieron a mí con el fin de
que, por medios violentos, impidiera su posesión, y de que yo
continuara ejerciendo el poder: neguéme a esto constante y ro-
tundamente, y cuando el 3 de noviembre de 1898 se trató de
impedir aquel acto por medio de tumultos y motines, yo mismo.
valiéndome de mi autoridad oficial y de la fuerza pública, hice
que se consumara, y permanecí en la capital y en ejercicio de
mis funciones hasta que tuve conocimiento de que el doctor San-

231
clemente había entrado en posesión de la Presidencia de la Re-
pública y nombrado ministerio.1
Dejé entonces e,l mando con satisfacción tan grande cuanto gran-
de había sido mi repugnancia a tomarlo, esperando no tener que
volver al puesto en que había experimentado lo grave y amargo de
las fatigas. deJas penalidades, de los desengaños y de las zozobras
que no pueden dejar de torturar al que lo ejerce en este país.
Un año después sobrevino la revolución, estando el Gobierno en
manos de Sanclemente y halIándose éste ausente de la capital. 2
Durante veinte meses no tuve parte en la administración pú-
blica sino en mi calidad de Presidente del Consejo de Estado. ni
me incumbían otras funciones que las correspondientes al puesto
que ocupaba; y en la política sólo intervine dos veces: una cuando
dirigí a todos mis compatriotas la manifestación publicada el 11
de noviembre de 1899, sobre la obligación en que estaban de
prestar su aooyo al Gobierno,3 y otra cuando, accediendo a indi-
caciones del Arzobispo de Bogotá y del Ministro del Ecuador,
me dirigí. junto con elIos, a algunos cabalIeros liberales con el
fin de que fuesen en una misión de paz a entenderse con los

1) Al señor Marroquín le dejaron entrever alguna parte del proyecto


y él los desahució enérgicamente. Si hubiera sido preciso, él se habría
pre.p"tedo person"lme"te pI ejercicio para prestar el apoyo de que
necesitó ese día el señor Sanclemente.
En comisión del señor Marroquín fui yo a la casa del doctor San-
clemente, poco más o menos a la una de la tarde; regresé a )Joco tiempo
al Palacio de San Carlos a dar aviso al señor vicepresidente de la
resolución irrevocable del doctor Sanclemente de tomar posesión en
ese día de la Presidencia de la República.
La alarma crecía, la excitación fermentaba instante por instante, y
en ese momento se supo que la casa del señor doctor Aparicio Perea,
residencia del doctor Sanclemente, era amenazada por las turbas. El
señor Marroquín mídió la gravedad de la sítuación, y erguido, con tono
enérgico, me dío esta orden:
"Busque usted inmediatamente al señor Mínistro de Guerra y al Co-
mandante en Jefe del Ejército, y dígales que en el acto dispongan la
salida de los batallones a prestar garantías al doctor San clemente, y
poner en seguridad su persona y su casa ... "
El señor Marroquín me ordenó que fuera en su coche, que esperaba
en la puerta del Palacio Presidencial, a trasladar la Corte al lugar
convenido... Fue después de que los cañones en la plaza principal
proclamaron con sus retumbos el reconocimiento que hacía el ejército
del nuevo magistrado, cuando el señor Vicepresidente se retiró de la
ciudad.
(Relación del señor Luis María Terán, edecán del señor Marroquín.
"La Crónica", Bogotá, 21 de enero de 1899.)
2) Mensaje al Congreso de 1904.
3) Manifestación del Vicepresidente de la República. Consultado por
muchos individuos sobre si se debía en las presentes circunstancias
prestar apoyo al Gobierno, les he manifestado que están obligados a

232
principales jefes de su partido que en el Norte de la República
sostenían la lucha armada desde el mes de octubre del año
mencionado.
La guerra que había principiado en octubre de 1899, conti-
nuaba al año siguiente desolando la República, a pesar de
brillantes aunque costosísimos triunfos obtenidos por las fuerza's
del Gobierno, los cua,les no impedían que el espíritu revoluciO'llario
fuera extendiéndose por todas partes y cobrando cada día nuevo
vigor. La opinión pública atribuía esta desgracia a que el Gobierno,
atento más a la consecución de fines políticos que a la buena orga-
nización del ejército y a una sabia y activa dirección de las opera-
ciones militares, no adoptaba las medidas urgentes y necesarias
que la salvación de la patria y la pacificación del territorio hacían
indispensables en aquellos críticos momentos.
La continuada permanencia del doctor San clemente en un
lugar distante de la capital de la República y su separación de
algunos de los ministros del despacho, que sí residían con más
frecuencia en ésta, trajeron consigo, como era natural, de la
dis!oc'lc:ión del Gobierno, la falta de unidad en los planes admi-
nistrativos y militares, el desconcierto en las filas sostenedoras
de las instituciones, y la consiguiente preponderancia del ele-
mento rebelde.
La situación no podía ser más crítica, y el descontento que
con tal motivo reinaba entre las gentes sensatas conocedoras de
aqueoIlos planes y de la pujanza de la revolución, hizo ver como
indispensable un cambio político que produjera la anhelada uni-
dad en el Gobierno, la residencia de todos sus miembros en un
punto fijo de la República, la conveniente organización de los
aprestos bélicos para la defensa, y la confianza en los jefes
militares y civiles que, sin preocuparse de otro móvil político,
contrajeran toda su atención al desarme de los contrarios y a la
pronta pacificación del territorio.
Así fue como tuvo origen el cambio en el personal adminis-
trativo que tanto y de tan diversas maneras ha sido comentado.

hacerlo. Se me ha asegurado que, a pesar de esto, no falta quien afirme


que yo me he abstenido estudiadamente de exponer mi dictamen sobre
tan grave punto. Siendo conocidas mis opiniones y especialmente la
convicción, de que he dado pruebas, de que la legitimidad ha de ser
acatada y defendida en toda ocasión, nadie ha debido dudar de que yo
profeso, ahora como siempre, el principio de que a todo buen ciudadano
obliga a contribuir, según sus facultades y la posición que ocupe, al
sostenimiento del Gobierno legitimamente constituido, al de las institu-
ciones, y al restablecimiento del orden público cuando sea turbado.
Bogotá, 11 de noviembre de 1899. - José Manuel Marroquín.

233
quizás con sobra de apasionamiento, o más bien de ignorancia
de los hechos que lo motivaron. Un movimiento irresistible de
la opinión pública que desconoció al Presidente, dejándolo sin
medios efectivos para sostenerse, para gobernar y para mante-
ner y hacer eficaz su autoridad gubernativa, me obligó a asumir
el mando supremo el 31 de julio de 1900, no sin que yo lo
hubiera rehusado porfiadamente.
Aquella situación imprevistaJ excepcionalmente anormal y
sobre todo erizada de peligros, no sólo para la nación misma,
sino de manera muy especial para las instituciones y para el
partido que las sostenía. exigía un procedimiento rápido, que
aunque no hubiera sido ajustado rigurosamente a la letra del
canon fundamental, que mal podía prever un caso tan excep-
cional y peligroso, como no lo previene constitución alguna, sí
sería justificado por una necesidad suprema.
Para entrar en ejercicio del poder en la fecha mencionada
estaba facultado por el precepto constitucional que habla de
faltas accidentales o absolutas del Presidente de la República, y
establece el modo de llenarlas. Era notorio que existía la primera
desde hacía ya bastante tiempo, y que el mando supremo no se
hallaba efectivamente en sus manos sino en otras que autorizaban
de manera irregular los actos públicos de mayor gravedad y
trascendencia. De aquí que el absoluto desconocimiento de la
autoridad presidencial del señor San clemente llegara a ser un
hecho irrevocable. Los acontecimientos que se siguieron inme-
diatamente al movimiento político así lo comprobaron. En aque-
na emergencia, todo hubiera podido suceder, menos que el señor
doctor Sanclemente continuara en el mando; porque si yo hubiera
seguido rehusándolo, si hubiese declarado definitivamente que
no me encargaba de él, habría resultado infaliblemente la acefa-
lía completa de la nación, es decir, que ésta habría permanecido
sin Gobierno, hasta que, por ausencia del designado residente en
el extranjero, cualquier militar de los más prestigiosos hubiera
querido asumir la dictadura, o, lo que es más probable, que la
revolución, triunfante al fin sin seria resistencia, hubiera for-
mado su Gobierno.
Creo firmemente que mi resolución de encargarme del poder
ejecutivo preservó la nación de la anarquía, atajó el desastre
inevitable que amenazaba las instituciones y la sociedad. y.

234
por más que otra cosa se diga, salv6 el principio de autoridad
en Colombia.4
La Corte Suprema de Justicia expidió ha poco un acuerdo en
que, con lujo de argumentación hermenéutica, declaró regular y
válida mi vuelta al solio presidencial, como también válidos y
exequibles los decretos legislativos expedidos por mí en ejercicio
de las atribuciones constitucionales y legales que corresponden
al primer magistrado de la nación. 5

4) "Bogotá, 31 de julio, a las 7 p. m. Excelentisimo señor Vicepresidente


de la República. S. M. Todos los cuerpos del Ejército acantonad06 hoy
en esta plaza, todos los miembros del partido conservador, rebosantes
de entusiasmo, exigen del patriotismo de vuestra excelencia que os
encarguéis esta misma noche del poder ejecutivo, con el fin de hacer
cesar asi la situación profundamente perturbadora que atraviesa la
república de meses atrás.
Estamos resueltos a no deponer las armas por ningún motivo hasta
presentarlas a vuestra excelencia.
Salvad, excelentisimo señor, la causa por la cual se han hecho tan
cruentos sacrificios; afianzad la paz y devolved la confianza y el en-
tusiasmo a vuestros capartidarios y a todos los colombianos.
Somos de vuestra excelencia muy respetuosos y adictos servidores
y amigos.
GuilIermo QUintero Calderón, Carlos Martínez Silva, Jorge Moya V;\s-
quez, Jaime Córdoba, Francisco Antonio Gutiérrez, Luís Martinez Silva.
Emlliano lsaza, Francisco de P. Gaitán."
•••
"Bogotá, 31 de julio de 1900. Señores Guillermo Quintero Calderón,
Carlos Martinez Silva, Jorge Moya Vásquez, Jaime Córdoba, Francisco
Antonio Gutiérrez, Luis Martinez Silva, Emiliano Isaza y Francisco de
P. Gaitán. He recibido la apreciable comunicación de ustedes, en que
me part'cipan que todos los cuerpos del ejército y todos los miembros
del partido conservador exigen de mi patriotismo que me encargue
esta misma noche del poder ejecutivo, con el fin de hacer cesar la si-
tuación perturbadora que atraviesa la República de meses atrás.
Una vez que el movimiento que ha dado lugar a la resolución de
ustedes se ha verificado de una manera pacifica, y una vez que es
notorio que ha llegado el caso de dar cumplimiento al articulo 124 de
la Constitución, digo a ustedes que convengo en hacerme cargo del
Gobierno ejecutivo.
Mañana, cuando haya sido posible hacer uso de la imprenta, manifestaré a
la nación lo mismo que he tenido el honor de expresarles a ustedes.
Ustedes mismos me excusarán el que no me preste, por el momento,
a ser objeto de aclamaciones ruidosas, que me son repugnantes y que
en ningún caso son convenientes.
Suscríbome de ustedes muy atento, seguro servidor y compatriota.
José Manuel Marroquín,"

3) "La Corte Suprema de Justicia, única entidad que tenia facultad


legal en este caso para Interpretar la Constitución y las leyes, y decidir
el punto de acuerdo con ellas, dictó el siguiente acuerdo:
CONSIDERANDO:
12. Que no existiendo disposición ninguna en la Constitución que
permita al Presidente de la República ejercer indefinidamente el poder

235
Al día siguiente de posesionarme publiqué el siguiente Mani-
fiesto:
"Conciudadanos:
Aunque ajeno por mis antecedentes a toda ambición de mando,
y antes bien deseoso de rehuír la ponderosa carga del Gobier-
no, me he visto hoy en la imperiosa e ineludible necesidad de
no desatender la potente voz de la opinión pública que de tiempo
atrás viene clamando por el restablecimiento de un Gobierno
justiciero, probo y enérgico para el bien, que por medios rápidos
.y, adecuados procure la terminación de la pavorosa guerra que
hoy desangra y postra a la República.
, Incapacitado el primer mandatario para residir en la capital
'de la República y para dirigir los negocios públicos por sí mismo
y con la atención y consagración que demanda la acción ejecu-
tiva en todos los países, y señaladamente en los regidos por un
Gobierno netamente presidencial como el que nuestras institu-
ciones consagran, la opinión pública venía clamando de tiempo
.atrás por el restablecimiento de la normalidad legal. La situación
por extremo azarosa que ha atravesado Colombia en los últimos
meses, mi aversión al ejercicio del Poder y la persistente re-
nuencia con que hasta ahora había resistido a los clamores de la
opinión y a las exigencias de los amigos de las instituciones, han
sido parte a retardar este cambio, al cual me presto hoy cedien-
.do a una nueva manifestación encabezada por representantes de
lo más selecto y autorizado de diferentes clases, estados y condi-
ciones; y al hacerlo, imploro la protección del Altísimo para mi
patria, y para mí las luces, el acierto y el valor que he menester.
Entro a desempeñar la primera magistratura en circunstancias
<lifíciles, en las que no he de poder, a lo menos por algún tiem-

,ejecutivo fuera de la capital, sino en el caso citado del ordinal 99 del


artículo 120; y no habiendo ocurrido ese caso, la ausencia del Presi-
dente, de la capital, debe considerarse como falta que ha de llenarse
.por el Vicepresidente, de conformidad con lo dispuesto en el articulo
124 de la misma Constituci6n; y
13. Que a esta corporaci6n corresponde llamar al funcionario que
debe reemplazar, según la Constituci6n, al encargado del poder ejecu-
tivo, lo que implica forzosamente facultad para resolver y declarar
,cuando es el caso de hacerlo,
ACUERDA:
La Corte Suprema de la naci6n declara que el Vicepresidente de la
República, en virtud del título de que está investido, ha podido asumir,
por derecho propio, el poder ejecutivo para ejercer las atribuciones de
Presidente, y que en consecuencia, el Decreto número 46 de 24 de
agosto último es exequible. Comuníquese a quienes corresponda."

236
po, consagrarme, consultando siempre la opmIOn pública, a tra-
bajar por la prosperidad y el engrandecimiento de la patria, y
establecer el reinado de la ooncordia entre todos los colombianos.
U na guerra sangrienta los divide. Yo querría hacerla cesar
mediante la promesa que hago solemnemente de respetar y hacer
que se respeten los derechos civiles y políticos de todos. Espero
que se reconozca la sinceridad con que hago esta promesa, pues
he dado pruebas de no proponerme en el Gobierno otra mira
que la de labrar la felicidad de la patria, sin que en lo mínimo
me muevan intereses personales míos o ajenos.
Espero asimismo que en el ánimo de los que combaten el or-
den político establecido obre la consideración de que ya se ha de-
rramado bastante sangre de hermanos y de que la ruina y el
atraso en que se hallaba el país antes de comenzar la guerra,
lIegarán, si ésta se prolonga, a un extremo tal, que nuestros nie-
tos no alcanzarán a ver remediados los males que nos afligen.
Si tal promesa y tales consideraciones no fueren poderosas a
desarmar a aquelIos de mis conciudadanos que se han alzado en
armas contra un Gobierno que ya no existe, me veré en la peno-
sa, penosísima "lecesidad de continuar la guerra y de hacerla
con la energía que está obligado a mostrar todo el que se halla
en un puesto como el que yo ocupo y en defensa d~ los princi-
pios salvadores que encarna la actual Constitución. Pero en cuan-
to de mí dependa, y en cuanto lo permitan las leyes y exigen-
cias de la guerra, ésta seguirá haciéndose tal como se hace en
los países cristianos y cultos y con las consideraciones debidas
a quienes han visto la luz en un mismo suelo.
A colocarse bajo la bandera de la constitucionalidad y de la
legitimidad lIamo a todos los colombianos que, amando a su pa-
tria, estén penetrados de que para ella no puede haber bien
alguno mientras no impere el orden. b;¡sado en la justicia. y la paz.
Cuando Dios y la buena voluntad de mis compatriotas nos
restituyan estos bienes. yo haré cuanto en mi mano esté para me-
recer el dictado de gobernante justo, imparcial y desinteresado.
Bogotá, agosto 19 de 1900
José Manuel Marroquín'"
6) "~p comnrenderá fáf'ilmente cuan diflciles son las circunstanci~s en
que entré a ejercer el Poder. Atendiendo solamente a graves considpra-
cinnes ';~ conpipnci8 '1;1 ñp nat";ntismo. y 'Dor evitpr males trascenden.
tales que juzgué ineludibles, eché sohre mis hombros, tan ponderosa
car~a, confiando en que el auxilio divino, la pureza y rectitud de mis
intenciones y el apoyo de torios los buenos patriotas me proporcionen
los medios de salir con felicidad de tan ardu'l empresa."
(Fragmentn de un discurso del señor Marroquln pronunciado el 7 de
agosto de 1900.)

237
LA GUERRA CIVIL

Una vez encargado del poder ejecutivo, toda mi atención


hubo de dirigirse a poner término a la guerra. Esta tarea era
mucho más difícil que lo que han sido todas las de la misma
naturaleza que gobernantes de nuestro país, y aun de todos los
de la América, hayan tenido a su cargo. 1
Propúseme sin embargo, no sólo al principio de mi nueva ad-
ministración, sino durante largo tiempo, poner fin a la guerra
y restablecer el orden público echando mano, más que de la
violencia, de medidas conciliativas. Mi primer acto fue ofrecer
un indulto amplio y general para todos los revolucionarios que,
deponiendo las armas en determinado plazo, prometieran some-
terse al régimen legal. 8 Aunque estaba yo investido de todas las

1) "S6lo puedo alegrarme de lo que aqui ocurrl6 el 31 de julio por la


esperanza que puede abrigarse de que Dios, que suele valerse de instru-
mentos viles para realizar grandes y misericordiosos designios, haya pro-
cedido asi en este caso. Por 10 que hace a mi persona, no me ha dado
motivo sino para vivir en una penosisima lucha enteramente despropor-
cionada a mis fuerzas y contraria a mL~hábitos y a mis inclinaciones.
No sabrán nunca los colombianos, ni aun los que están aqui a mi
lado, cuál es el cúmulo de dificultades invencibles y de amarguras de
que está rodeado mi Gobierno."
(Carta al doctor Ignacio Gutlérrez Pon ce, mayo de 1901. Archivo del
sefíor Marroquin.)
8) "Yo no puedo ofrecer a los enemigos armados del Gobierno otras
cosas que las que ya les tengo ofrecidas: garantias completas para sus
personas y para sus intereses y retirada honrosa para los jefes. Tam-
bién les tengo hecha y les repetiré siempre a ellos, como a todos mis
conciudadanos, la de que mi Gobierno será justo, honrado y exacto
cumplidor de la Constituci6n y de las leyes; que apenas se restcblezca
la paz, dispondré que se efectúen hs elecciones, empleando cuantos me-
dios estén en mi mano para que ellas sean puras y legales; que reuniré
el Congreso y que acataré sus disposiciones.
El Gobierno cumplirá sus promesas; y yo quiero hacer ahora pre-
sente, para que se reconozca la fidelidad con que está cumpliendo las
relativas a garantlas, que por los lugares públicos de esta capital y de
otras poblaciones se ve andar con toda libertad a muchisimos individuos
que, habiendo pertenecido a guerrillas o a ejércitos revolucionarios,
han depuesto las armas y presentádose a las autoridades:'
(Contestaci6n dada a un memorial por el Vicepresidente de la Repú-
blica. 1902. Imprenta Nacional. Véase el decreto de indulto de 12 de
iunio del mismo afio.)

239
facultades que da el Derecho de Gentes y que confirma nuestra
Constitución para reprimir el alzamiento, esperaba poder darle
término sin adoptar los medios rigurosos que para ello se me
ofrecían, y por eso procuré muchas veces hacer penetrar en el
ánimo de los revolucionarios la segura esperanza de que, aco-
giéndose al indulto, nada tendrían que temer ni para sus personas
ni para sus propiedades. En este sentido· hice manifestaciones
oficiales y públicas, y me valí también de la intervención de in-
dividuos particulares, para conseguir la pacificación del país sin
·ocurrir a medios más violentos que a los ineludibles que consisten
'en combatir las fuerzas de los que desconocían la autoridad del
Gobierno. Pero habiéndose visto la ineficacia de tales medios y
viéndose crecer día en día el encarnizamiento de los combatientes,
la desohción en que iba quedando la República, la destrucción
de la riqueza, la paralización de las industrias agrícola y pecuaria
.y de todo comercio interior y exterior, con lo que la miseria
y el hambre amenazaban ya a todas las clases sociales; viéndose
propagar de manera pavorosa las epidemias engendradas por la
guerra y la desmoralización que hacían prever la ruina total de la
República, me vi forzado a ocurrir a medios rigurosos, hacien-
d.9ll1e a mí mismo violencia, no mucho menos dolorosa que la
que creí de mi deber emplear con algunos de los jefes de la re-
belión.
Como es sabido, las dichas medidas y la energía, la actividad
y buen acierto en las operaciones militares, dieron al fin el resul-
tado apetecido disponiendo a los revolucionarios a reconocer la
.autoridad del Gobierno y a deponer las armas, como en efecto
·10 hicieron por los arreglos celebrados en Panamá, Santander y
Magdalena a fines de 1902.
Ellos han tenido que reconocer la sinceridad y la buena fe con
que el Gobierno les había ofrecido todo género de garantías para
el día en que se sometiesen: ellos quedaron inmediatamente des-
pués de aquellos arreglos en condición igual a la de los ciudada-
:nos más pacíficos.
La fe que se tuvo en la disposición del Gobierno a cumplir su
promesa y en lo inviolable de la palabra oficial, hizo que muchos
de los principales jefes de la revolución se reunieran voluntaria-
mente en la capital de la República y muy poco después de haber
depuesto las armas, gozando en ella de la misma libertad y la mis-
ma seguridad de que gozaran los mejores defensores del Gobierno.
Los hechos se encargaron de demostrar que, al colocarlos en
aquella condición, suspendiendo amenazas y medidas represivas,

240
procedió el Gobierno con acierto, pues cesaron las hostilidades,
y la tranquilidad y el trabajo renacieron como por encanto.
Habíase conseguido el restablecimiento del orden y la completa
pacificación del territorio, merced al heroico denuedo de nuestros
so!dados, y más que todo a la visible protección de la Providen-
cia Divina, que permitió al fin, después de cruento y rudo bata-
llar y después de cuantas desgracias de todo género había traído
consigo la guerra, que volviera a reinar la tranquilidad y co-
menzaran en breve a sentirse los benéficos efectos de aquel bien
inestimable.
Mi primer acto, para volver a la vida republicana; para cum-
plir la palabra oficial solemnemente empeñada en más de un do-
cumento público; para ver de satisfacer las infinitas necesidades
creadas por la guerra; para buscar pronta solución a complicadí-
simos problemas de vital importancia y muy señaladamente para
tener yo a quién dar cuenta de mi conducta como Magistrado,
fue disponer lo necesario para que se verificasen las elecciones
de Senadores y Representantes conforme a las leyes vigentes, y
convocar en seguida el Congreso a sesiones extraordinarias.
Reunióse éste el 20 de julio de 1903.
Anhelaba porque mi administración fuese por lo menos tiempo
de tregua. El país sabe que mis actos en los primeros días en que
estuve encargado del Gobierno, en 1898, tendieron, como siempre,
a la satisfacción de esos anhelos, los que en parte empezaron a
verse realizados.
Dos años después mis esperanzas y mis ilusiones estaban ya
desvanecidas: cuando volví al poder en 1900, había estallado
la guerra entre el Gobierno y sus sostenedores con el partido
liberal; la división era ya demasiado profunda, y no se podía
pensar siquiera en un acuerdo entre los contendientes; ni yo po-
día hacer otra cosa que someter a los rebeldes, después de que
me hube convencido de la ineficacia de los medios pacíficos para
lograr aquel acuerdo.
Ya que no me era posible hacerme centro de todos los colom-
bianos, dirigí mi esfuerzo a unir las diferentes fracciones del an-
tiguo partido conservador, y declaré pública y solemnemente este
propósito.
Llamé a puestos civiles y militares a ciudadanos de aquellas
diversas fracciones, muchos de los cuales se habían declarado
enemigos políticos míos y de mi Gobierno. Ningún resentimiento,
así como ningún afecto personal, obraron en mi ánimo, como no
han obrado nunca, al hacer la elección de servidores públicos.

241
En tratándose del bien público, he dado al olvido ofensas, in-
gratitudes y negras deslealtades.
Para terminar lo tocante a mi política de conciliación y de
concordia, haré notar que he sido el único jefe del Estado, des-
pués de la implantación del régimen vigente, que ha llamado a
su Ministerio a distinguidos miembros del partido liberal, y esto
a raíz de la revuelta que había ahondado la división y apasionado
los ánimos.
Sin odiar a nadie entré al poder, y de él salgo sin odiar a
nadie. A hacer las precedentes observaciones no me mueve, pues,
en manera alguna, ningún resentimiento, ni mucho menos un
recelo de lo que de mi conducta como Magistrado pueda decir-
se en adelante: cuento con los fallos favorables de mi conciencia
y de la historia. Todo lo que pudiera inventarse contra mí, ha
sido dicho ya por la prensa, a la cual he dejado la libertad más
absoluta para juzgar mis actos como gobernante. Ni creo que
entre los colombianos pueda haber imitadores del déspota orien-
tal que osó violar las tumbas de los Faraones.

242
EL CONGRESO DE 1903

.•A mi Gobierno se le ha presentado este dilema: o deja que


nuestra soberanía padezca detrimento y renuncia a ciertas ven-
tajas pecuniarias a que, según la opinión de muchos tenemos
derecho, o mantiene rigurosamente nuestra soberanía y reclama
de un modo perentorio la indemnización pecuniaria a que nos
podamos considerar acreedores.
En el primer caso, esto es, en el de consentir en el menoscabo
de nuestra soberanía y en el de no poder aspirar a una cuantiosa
indemnización, si llega a abrirse el canal por Panamá, se satis-
farán los justos deseos de los habitantes de ese Departamento y
los de todos los colombianos, exponiéndose el Gobierno a que
luego se le haga el cargo de que no defendió debidamente nuestra
soberanía y el de que sacrificó intereses de la nación.
En el segundo caso, si el canal no se abre por Panamá, se
le increpará al Gobierno el no haber dejado que Colombia con-
siga ese bien, que es mirado como principio y condición de
nuestro engrandecimiento.
Ya he deiado entender mi deseo de que el canal interoceánico
se abra por territorio nuestro. Pienso que, aun a costa de sacrifi-
cios, debemos no oponer obstáculos a tan grandiosa empresa,
así porque esa es una gigantesca mejora material para nuestra
tierra, como P9rque, una vez abierto el canal por los americanos
del norte, estrecharemos y ensancharemos nuestras relaciones con
ellos, con lo que ganarán incalculablemente nuestra industria,
nuestro comercio y nuestra riqueza.
Felizmente para mí, la inmensa responsabilidad que ha de pe-
sar sobre quien decida esta cuestión, toca asumirla al Congreso,
que es quien, en definitiva, ha de aprobar o desaprobar el con-
venio propuesto por el Gobierno norteamericano." 9

9) Alocución del 1'1 de enero de 1903.

243
"Honorables Senadores:
La revolución más potente de cuantas han conmovido a nuestro
país ha sido debelada durante mi administración. De ello pu-
diera yo envanecerme; pero, atribuyendo a la Providencia Divi-
na el triunfo de nuestras armas, sólo tengo que gloriarme de
haber sido escogido por Ella, como humilde instrumento para la
realización de sus designios. La gloria que me pertenece, lo que
me da títulos al aprecio de mis conciudadanos, consiste en que
me haya tocado ejecutar, convocando al Congreso. el acto que
más p3lnablemente hace sentir el retorno a la normalidad legal.
que es la vida de la República.
Entre todos los congresos que se han reunido en esta ciudad
desde el 22 de diciembre de 1810 hasta el presente, ninguno ha
habido a quien la Providencia haya confiado una misión más
alta que la de este año; ninguno llamado a resolver cuestiones
más arduas; ninguno que de una manera más absoluta haya te-
nido en sus manos la suerte de la patria, que éste que, con inefa-
ble satisfacción, veo instalado en esta fecha, que, según es de
esperarse, vendrá a ser una de las más faustas y memorables de
cuantas ha de registrar nuestra historia.
Los primeros Congresos de la Gran Colombia y de la Nueva
Granada tuvieron que crearlo todo en materia de administración
pública; la tarea del presente es más ardua porque. como 10 en-
señan la experiencia y la historia, siempre es más difícil reformar
que fundar.
La reforma que más nos urge no es la de determinadas leyes:
con las que nos han regido hemos podido vivir y habríamos pros-
perado a la sombra de la paz. La reforma necesaria es la de
nuestras costumbres y prácticas políticas; y ésta consiste en que,
adoptándose un camino distinto del que hemos seguido por lar-
gos 2ños, nos propongamos todos los que hemos de intervenir
en la cosa pública no dejarnos guiar por sentimientos que no sean
los del más acendrado patriotismo. ¡Que ni intereses personales,
ni intereses de partido, ni intereses de determinada sección de
la República prevalezcan sobre el interés general! iQue ni la
ambición, ni los rencores, ni la memoria de pasados disturbios
agiten los ánimos de aquellos en cuyas manos han puesto su
suerte nuestros compatriotas! ¡Que queden desterradas de entre
nosotros las ruines intrigas, y que las ambiciones mezquinas dejen
lugar en nuestros pechos al anhelo por lo noble, por lo que da
gloria y fama! ¡Que reine aquí esa serenidad que, si es indispen-
sable para el estudio y el manejo de los negocios particulares de

244
un individuo, -lo es desmedidamente más para el estudio y el
manejo de los de una nación entera!
El primero de los bienes que hemos de proponemos alcanzar,
así para afianzar la paz como para entrar en el camino del pro-
greso, es la unión. La concordia y la tolerancia patriótica y cris-
tiana traerán consigo todos los bienes que nos faltan.
Espero que escuchéis con benévola deferencia la voz de un
compatriota vuéstro que ha estado en situación harto propicia
para observar y descubrir las causas de nuestras desventuras y de
nuestra decadencia, y que ya no espera gozar de otra satisfac-
ción que la de ver que para su Patria empiecen a lucir días
serenos, ni ambiciona más que un retiro en que pueda preparar la
cuenta que, acaso muy en breve, ha de rendir ante el Dominador
de los que dominan a las naciones.
Grandes son las esperanzas que en vuestro patriotismo finca
Colombia. Grandes serán vuestros merecimientos y muy señalado
será el lugar ocupado por vuestros nombres en la historia, si
dejáis colmadas aquellas esperanzas. Si ellas no quedan frustra-
das. este Congreso. con más razón que el de 1830, será apellidado
el Congreso admirable. 10
Una de las mayores necesidades era la de que la legislatura
nacional se formara y se reuniera; pero a esa necesidad no pudo
atenderse durante la guerra, porque muchos de los municipios
de la República estaban ocupados, unos de continuo y otros a
breves intervalos. por fuerzas rebeldes, sin que en ellos pudiesen
permanecer ni funcionar autoridades legítimas.
Facultado estaba yo para convocar un Congreso a sesiones
extraordinarias; pero ni había Diputados elegidos para la Cámara
de Representantes, ni el número de Senadores estaba completo.
Siendo tales las circunstancias, resolví, no bien cesaron o se hi-
cieron insignificantes los combates, disponer que se procediese
a verificar las elecciones para miembros de las asambleas de-
partamentales y para representantes, señalando para cada uno
de los actos prescritos por las leyes electorales, fecha diferente
de la fijada por ellas.
Al hacerlo me movió la consideración de que el Congreso que
debiera su existencia a aquella disposición, no podría dejar de
aprobarla, y la de que la cuestión relativa a la apertura de un
canal interoceánico por el istmo de Panamá exigía solución más
pronta que la que pudiera dársele en el Congreso que debe re-

10) Discurso del sefior Marroquín al instalar el Senado de 1903.

245
unirse el 20 de julio de 1904. Hasta era posible que el diferir
la resolución que el Gobierno de los Estados Umdos esperaba
del de Colombia equivahera a desechar detinitivamente el pro-
yecto de contrato.
Ni habna podido yo dejar convocar el Congreso, habiéndolo
ofrecido en varias ocasiones solemnes y en documentos importan-
tes, y habiéndose contraído el propio compromiso a nombre mío,
por agentes tan autorizados y respetables como los que firmaron
las capitulaciones al fin de la guerra.
Al mismo tiempo que he esperado que la Legislatura, en las
sesiones de este año, resuelva esa cuestión, he deseado y esperado
también que resuelva otras de suprema importancia, y que dicte
providencias que remedien los intinitos males ocasionados por la
última guerra y que preparen y abran para Colombia una era de
engrandecimiento, de bienestar y de sosiego.
El Ministro de Relaciones Exteriores os presentará el proyecto
de convenio propuesto por el Gobierno de los Estados Unidos
de América, os expondrá los antecedentes y dará las explicaciones
que, en orden al convenio sobre el Canal, puedan parecer inte-
resantes.
Creo inoficioso manifestaros que, una vez que he dejado recaer
sobre vosotros toda la responsabilidad que trae consigo la decisión
sobre este asunto, no pretendo hacer pesar mi opinión acerca de
él. Siempre que he dado instrucciones a nuestros representantes
en Washington, les he ordenado que expresen terminantemente
mi resolución de someter el estudio y la decisión de este graví-
simo asunto, en su esencia y en sus detalles, al Supremo Con-
greso." 11

11) Fragmento del Mensaje al Congreso. de 1903.


MANIFIESTO DEL GOBIERNO A LA NACION
EL 1Q DE NOVIEMBRE DE 1903, AL
CLAUSURARSE EL CONGRESO

"En medio de una guerra civil cuyos efectos se sienten todavía,


se inició la actual admillistración, con el cuantioso legado de ne-
cesidades que le dejaron las anteriores, aumentado por las natu-
rales exigencias de aquella honda perturbación del orden público.
En aquel crítico estado de descomposición, cuando los colom-
bianos esperaban de la acción del Gobierno el remedio para los
males que sobre ellos pesaban, el Jefe del Ejecutivo procuró sin
demora la cesación de todo procedimiento personal contra sus
enemigos del día anterior; hizo el llamamiento del pueblo a
elecciones; devolvió a la prensa la más completa libertad; resti-
tuyó a los colombianos el ejercicio de los derechos y garantías
que la Constitución y las leyes les otorgan; declaró inmediata-
mente que fue oportuno, el restablecimiento del orden público;
determinó la reunión del Congreso, y, en una palabra, puso
cuanto estaba de su parte, aun a riesgo de darles armas a los
conspiradores, porque imperaran en el país la Constitución y
las leyes y se hiciera efectiva la inviolabilidad del derecho.
La palabra oficial empeñada en ocasión solemne, el deseo
manifestado por la opinión pública de que se volviera a la nor-
malidad y se expidieran actos legislativos que procurasen algún
bienestar al país, las grandes necesidades creadas en todos los
ramos por la guerra civil, y el anhelo vehemente de procurarse
en la representación nacional un colaborador activo y eficaz,
tales fueron los móviles que obraron en el ánimo del Gobierno
para hacer la convocación del Congreso a las sesiones extraor-
dinarias que acaban de clausurarse.
Al hacer aquel llamamiento se abrigaban por parte del eje-
cutivo fundadas esperanzas de que tan sólo el sentimiento patrio
y el espíritu de concordia ante las necesidades generales, presi-
dirían a las deliberaciones del cuerpo legislativo, y que su iabor,
si no conseguía remediar todos los males y dar provechosa so-
lución a todos los problemas, sí traería consigo algún bien para
la nación y un poco de desahogo al Gobierno para el desempeño
de sus funciones. Aquellas esperanzas, vivamente manifestadas
en el acto de la instalación de las cámaras, y el llamamiento a
la unión de todos para la obra común de reparación, no eran la
expresión de las personales aspiraciones de un jefe de partido ni
del deseo de darle lustre a una administración cuyo período
constitucional estaba próximo a expirar: eran la manifestación
de los deseos de los colombianos que aspiraban a disfrutar en
medio de la paz del goce efectivo de todos sus derechos, bajo
el amparo de leyes protectoras y adecuadas a las necesidades
actuales.
Hoy el cuerpo legislativo, cuya reunión despertó tan vivo
interés en el ánimo de todos, acaba de dar por terminadas sus
labores.
El asunto de mayor importancia, el único si se quiere, entre
los que determinaron la reunión del Congreso era el tratado
para la apertura del canal interoceánico, que fue sometido a su
consideración en los primeros días de las sesiones. El Senado,
después de debates en que se hizo sentir demasiado el espíritu
de oposición al jefe del Gobierno, negó su aprobación al tratado,
y determinó que una comisión de tres de sus miembros, consul-
tando en lo posible la opinión de la otra cámara, estudiase la
manera de satisfacer el anhelo del pueblo colombiano tocante
a la excavación del canaL en armonía con los intereses nacionales
y el respeto a la legalidad.
Como la reunión de las dos comisiones no produjera resultado
alguno, la del Senado presentó un proyecto de ley 'por el cual
se ratifica una improbación y se dan autorizaciones al ejecutivo
para la apertura del canal interoceánico'. Aprobado este proyecto
en primer debate, pasó al estudio de una nueva comisión. y
ésta lo devolvió con un informe en que manifestaba que dicha
ley no era constitucionaL y que, además, era inconveniente. in-
necesaria y prematura. Observó que, como punto fundamentaL
debía decidir el Congreso previamente sobre la validez de la
prórroga concedida a la compañía nueva del canal en 1900.
Concluía el informe de la comisión pidiendo la suspensión in-
definida del proyecto de ley de autorizaciones y presentando
uno nupvo aprobatorio de la citada prórroga.
Acogió el Senado la resolución con que terminaba el informe,
y resolvió. en con~cuencia. susnender indefinidamente el meno
cionado proyecto de autorizaciones.

248
Quedó, pues, ampliamente discutido y definitivamente re-
suelto en el Congreso el asunto principal que motivó su convo-
cación, o sea lo relativo al tratado sobre construcción del canal
interoceánico.
Sin embargo, siendo de vital interés para la República, y
especialmente para el Departamento de Panamá, la apertura del
cana!, se comunicaron a nuestro encargado de negocios en
Washington las decisiones del Senado, con el fin de que las par-
ticipara al gobierno de los Estados Unidos. Se le instruyó para
manifestarle que el de Colombia, atendidos los conceptos del
Congreso que acaba de cerrar sus sesiones y la opinión nacional.
aiustarÍa nuevas negociaciones sobre bases que juzga serán acep-
tables por el próximo Congreso; de suerte que si el Gobierno
norteamericano persiste en el propósito de abrir el canal, lo
cual es de presumirse porque nada ha dicho ni ejecutado en
sentido contrario. es de esperarse que la magna obra sea al fin
llevada a cabo por territorio colombiano.
Es de lamentarse que el Senado de la República, posponiendo
los intereses generales a conveniencias políticas de carácter ac-
cidental y transitorio. haya tratado aquellos asuntos de mayor
importancia para el país, no ya en su fondo ni desde el punto
de vista de la conveniencia nacional, sino en sus relaciones con la
persona del Jefe del Ejecutivo, o la de sus agentes inmediatos:'

249
DOS CARTAS

HI5TORICA5
RENUNCIA DE DOS MINISTROS
y

CONTESTACION

DEL

VICEPRESIDENTE DE LA REPUBLICA 1

BOGOTA
Imprenta Nacional
1903

1) En estos días se ha hablado mucho de la presidencia del señor Marro-


quin. Reproducimos un curioso folleto, que es hoy auténtica curiosidad
bibliográfica. (Nota inserta en el "Boletín de Historia y Antigüedades".)
RENUNCIA DE DOS MINISTROS

Excelentísimo señor Vicepresidente de la República, encargado


del poder ejecutivo;
Señor doctor Luis Carlos Rico, Ministro de Relaciones Ex-
teriores;
Señor doctor David Pontón, Subsecretario encargado del des-
pacho de Hacienda;
Señor General D. Alfredo Vásquez Cobo, Ministro de Guerra;
Señor doctor D. Francisco Mendoza Pérez, Ministro del Te-
soro, encargado del despacho de Gobierno.
Presentes.
Al hacer la siguiente, honrada y leal exposición, creemos cum-
plir con un deber sagrado, que nos impone nuestro carácter de
ministros del despacho.
Juzgamos nosotros que la situación actual es de la más alar-
mante gravedad, y que ha llegado el momento de que el Go-
bierno adopte medidas supremas, de las cuales pende la suerte
de las instituciones y el porvenir de la República.
No bien terminada la más sangrienta, la más pertinaz y más
bárbara de cuantas revoluciones han azotado nación alguna del
continente americano; humeantes todavía las charcas de sangre,
y cuando blanquean insepultos en los campamentos los huesos
de cien mil colombianos; cuando no se han enjugado las lágri-
mas de tantos hogares sumidos en la orfandad y la miseria;
cuando el país apenas comienza a creer que la paz no es un
ensueño irrealizable; cuando el hambre y las epidemias, en sus
más variadas y horripilantes formas, diezman las poblaciones y
les recuerdan que no en vano pasó por ellas el carro de la
Restauración Liberal, asoma ya entre el tumulto una nueva re-
volución, más formidable, si cabe, y de peores caracteres que
esa otra cuyos resultados comenzaron a recoger.
No oarece sino que el eterno enemigo encuentra ya demasia-
do larga la tregua Que le olu!!ó concedernos, y quiere vengarse
de que hayamos osado aprovecharla.

255
Demasiado pronto pasan en estos pueblos las impresiones; y
cuando era tiempo de que, amaestrados por la desgracia, los
ciudadanos se aplicaran de consuno a extirpar las raíces de
tantas desventuras y a levantar diques contra la anarquía, han
ido rompiendo filas, oponiendo círculo a círculo, clamando por
no se qué libertades y garantías, acumulando combustibles para
el próximo incendio, y socavando los restos del combatido y ya
tambaleante edificio de la autoridad social.
Los vociferadores frenéticos son aplaudidos como apóstoles
del derecho; los verdugos de ayer, todavía teñidos con la sangre
de nuestros hermanos y cubiertos con los despojos del robo, se
hacen pasar por víctimas indefensas; los hombres que pugnan
por refrenar el desorden son maldecidos como tiranos y puestos
en el catálogo de los déspotas.
Empleados del ramo judicial, olvidados de que tienen a su
cargo el depósito de las leyes y la misión de hacer respetar y
cumplir las providencias emanadas de la autoridad legítima para
el bien común, han sido los primeros en lanzar el grito de
rebelión, desconociendo la fuerza obligatoria de los decretos
legislativos y de otras disposiciones encaminadas sólo a afianzar
el poder público y a dar a la sociedad las necesarias garantías.
Internretando la Constitución de manera judaica y servil, con
esníritu idólatra del texto muerto, se quiere estrechar más y
más la esfera de acción del Gobierno, como si éste fuera el ene-
mil!o a quien hay que combatir y maniatar a todo trance,
privándolo de aquellos recursos que el derecho natural y la
misma Constitución ponen en sus manos para que, reprimien-
do las pasiones turbulentas y sofocando todo conato de revuelta.
cumpla con su misión primordial, que consiste en dar seguridad
a los asociados.
Pretender que en una época de absoluta anormalidad. cuando
todo está desquiciado y confundido, cuando todo tiembla ante
la perspectiva de nuevas e inminentes catástrofes, se aplique
la ley normal, la regla ordinaria, es contrario a la razón y a
la justicia, y pretensión explicable sólo en quienes han vincu-
lado a los trastornos sociales sus esperanzas de medro y sus
ambiciones de poderío.
La revolución entiende de manera tal la división y el equilibrio
de los poderes públicos, y deriva de ese concepto consecuencias
tales, que el decantado equilibrio no viene a ser sino una pugna
permanente, una perturbación sistemática, un método sencillo
y eficaz para llegar al desideratum socialista: la menor suma

256
posible de poder y la mayor suma posible de libertades abso·
lutas, santas, inalienables e imprescriptibles.
Entendemos nosotros que, siendo los poderes públicos cuerpos
donde se encarna y medios por donde se manifiesta la autoridad,
y siendo ésta una en su principio y una en su fin, cual es la
armonía social, el equilibrio de tales poderes, lejos de consistir
en la oposición y de engendrar trastornos ha de estribar en el
orden y traducirse en apoyo recíproco, mayormente cuando
pasiones desaforadas sacuden los espíritus poniendo en peligro
la existencia misma de la sociedad.
Que la división de los poderes sea una necesidad y una ga-
rantía, es punto que no controvertimos; seguramente la inde-
pendencia de carácter es una de las más nobles prendas del
hombre, y la primera virtud de un magistrado; pero ampararse
con la inviolabilidad de la ley para soltar tempestades sobre el
mecanismo de las instituciones, no es señal de entereza de ánimo
ni es consecuente, ni patriótico; investir de autoridad a los que
acaban de rebelarse contra ella, a los que con la doctrina o con
las obras zapan los fundamentos de la autoridad y del Gobierno,
es repugnante contrasentido; someter a los pueblos a ser juzgados
por los que ayer no más los asolaban y enhambrecían, es some-
terlos a prueba excesiva, acaso temeraria, que presupone en
quienes hayan de soportar una educación exquisita, sentimientos
nada vulgares y virtudes muy sólidas, virtudes que, por desdicha,
no suelen ser comunes; convertir a los matadores, a los verdugos,
en jueces de las víctimas, es una iniquidad, es una infamia.
Mientras esto pasa en la esfera judicial, la prensa incendiaria
azuza a la lucha y arroja entre los poderes que ya juzga desa-
venidos, nuevos elementos de discordia, estimulando la soberbia
levantisca y todo linaje de pasiones inquietas, que en ánimos
juveniles arden por manifestarse en actos de sonora independen-
cia y melodramática altivez republicana.
Ha sido y sigue siendo imposible declarar restablecido el orden
público; semejante declaratoria sería una necia falsedad; entra·
ñaría la afirmación de un hecho que en realidad no existe; lejos
de hallarse restablecido, el orden público se halla hoy honda-
mente perturbado, a lo cual contribuyen intrincados problemas
de diverso género que ciertas ambiciones políticas y el espíritu
revolucionario procuran enmarañar hasta lo infinito. Y cuando
el orden público no se halla restablecido, la prensa, no ya libre,
sino licenciosa y atrevida, lanza toda suerte de denuestos y
provocaciones al Gobierno y se entrega con increíble audacia a

257
propagar las mismas doctrinas disociadoras que han llevado a
Colombia a tan deplorable situación de abatimiento. Hombres
cuyos sentimientos humanitarios son para muchos algo como un
problema, y que ejerciendo el poder salieron resueltamente del
carril de la legalidad estricta, y aun hollaron más de una vez
las leyes por móviles ni caritativos ni justicieros, alzan la bandera
de la más escrupulosa legalidad, así como en los días de mayor
consternación y peligro, cuando por una parte se robaba y ase-
sinaba y por otra se combatía contra el asesinato y el robo,
pusieron el grito en el cielo abogando por los criminales, sin
perjuicio de tocar la flauta, more neroniano, y de reír a carca-
jadas ante el incendio que contribuyeron a prender.
En plena revolución, y cuando el liberalismo afrentaba al país
con todas las traiciones y todas las felonías, hemos oído pro-
clamar en ciertas profesiones de fe las libertades absolutas, prin-
cipio y germen de todas nuestras desdichas; hemos oído predicar
que el poder apenas debe conservarse como símbolo y a manera
de incómoda antigualla.
Al propio tiempo, los cabecillas revolucionarios, los autores
de tantos males, jactándose de su impunidad y escudados con
aquella clemencia criminal, impasibles ante los sollozos de los
huérfanos y ante la justa indignación de nuestros héroes vence-
dores, se pasean osadamente por la capital, recorren de un ex-
tremo a otro la República, afanados en aumentar los caudales
atesorados en medio de la matanza, y, viendo cuán ilimitada es
la clemencia y cuán lucrativa aquella sangrienta granjería, se
perciben, no ya en la sombra ni en parajes desiertos, sino en
la capital y a la luz meridiana, para nuevas depredaciones que
serán ocasión de nuevas benignidades.
El crimen, el enorme crimen de la guerra, no sólo ha que-
dado impune, sino que ha puesto a sus autores en las más
apetecibles condiciones.
Espectáculo vergonzoso no puede menos de entristecer y cons-
ternar a los hombres honrados, ni de sumir en el más profundo
desconcierto al partido conservador, que no ha recogido en
forma ninguna el fruto de tantos esfuerzos y de tantos sacrificios,
y que al regresar del campo de sus victorias, halla al enemigo,
al vencido de ayer, impune, insolente y listo para la próxima
contienda.
Creemos que arrancar el país al abismo de escándalos y mise-
rias en que agoniza, es obra de extraordinaria energía. de
inquebrantable perseverancia, de solicitud infatigable, de abne-

258
gación que llegue hasta el sacrificio; solicitud y abnegación, per-
severancia y energía que no es potestativo de los gobernantes
emplear o no emplear, sino que constituyen deber esencialísimo,
obligación sagrada, de cuyo cumplimiento pedirán estrecha cuen-
ta Dios, la República y la historia.
El poder no es una alegoría, diga lo que quiera la revolución,
ni es tampoco una dádiva graciosa ni una investidura honorífica;
es una carga que impone Dios, interviniendo legítimamente la
comunidad, y que lleva consigo tremendas responsabilidades.
No en vano se ha establecido la autoridad entre los hombres; ni
en vano es el gobernante árbitro de los destinos de una nación;
no en vano ciñe el poder la espada. A grandes males es forzoso
aplicar grandes remedios; y la nación colombiana cansada de
utopías y de teorías ampulosas, empobrecida y desangrada,
cubierta de harapos y de afrentas, reducida a los extremos de
la desesperación, pide clamorosamente, pide con perfecto dere-
cho y espera por instantes, el remedio supremo; remedio que
consiste en el ejercicio de un poder. tan honrado como fuerte,
fuerte por la justicia, fuerte por la energía y por la inquebran-
table fe con que ha de hacer cumplir sus decisiones.
Si alguna enseñanza suministra la historia, que acostumbra
darlas tan elocuentes, aunque a veces y por dl'sdicha tan mal
aprovechadas, esa enseñanza es que la revolución nunca se ha
parado en el camino de las concesiones; la de que echando por
ese camino no hay poder que no se haya derrumbado, y la de
que ninguna nación llegó a consolidarse firmemente y a engran-
decerse sino mediante la disciplina de una educación severa,
vil!OTosa y renresiva.
El liberalismo (y no parece que forman en él no sólo quienes
se llaman liberales sino cuantos profesan las ideas constitutivas
de ese sistema, sea cual fuere el nombre con que se disfracen)
es por su esen6a revolucionario, es la revolución misma, es "mal
sustancial", según la expresión de una víctima ilustre. Si toda
su historia de atentados no fuera bastante a demostrar su índole
y sus tendencias. tres años y medio de lucha, la más encarnizada
y nertinaz. probarían hasta la saciedad que es imuosible repri-
mirlo de otra manera que por medio de la fuerza. Tales son,
exnuestas con la convicción más profunda. las ideas que profe-
samos acerca de la situarión actual de la Reuública y de los
medios necesarios para rpmediarla. ('omo consecuencia. y vi·
ni"ndo a con"lusiones prá"ticas. Tlrol"onemos con todo resueto
a V. E. y a VV. SS. h ado"'ción de las si!mientes medidas. que
nosotros estimamos indispensables y urgentes:

259
1\l. Aplicación inflexible de los decretos relativos al ramo ju-
dicial, y expedición de algunos otros que repriman las tenden-
cias subversivas de ciertos empleados de dicho ramo.
2\1 Inmediato, ejemplar castigo de todos aquellos individuos
que en cualquier torma aparezcan complicados en planes re-
volucionarios.
3\1 Suspensión inmediata de todas las hojas periódicas par-
ticulares.
4l;l Cumplimiento perseverante del plan fiscal adoptado.
5l;l Abstención completa de contratar en cualquier caso que
no tenga por mira el beneficio indudable del erario y del ser-
vicio público.
M Adopción de todas las medidas posibles contra el agio,
contra el estancamiento de los víveres, y, en general, contra
aquellos sistemas de especulación injusta que mantienen la so-
ciedad en excitación y penuria, y
7l;l Nombramientos de gobernadores en ciudades que se hallen
en esta corriente de ideas y estén dispuestos a secundarlas y
hacerlas prácticas.
Si el programa que acabamos de exponer y las medidas enun-
ciadas lograren aceptación, continuaremos prestando con el celo
de siempre nuestros modestos y desinteresados servicios como
miembros del Gobierno; si así no fuere, presentamos, Excmo.
Sr. Vicepresidente, formal e irrevocable renuncia de las carteras
que se nos han confiado, lo que no hacemos sin dar expresivos
agradecimientos por el honor que se nos ha dispensado, y al
cual hemos correspondido en la medida de nuestras fuerzas.
Somos de V. E. y de VV. SS. muy obsecuentes servidores y
compatriotas,
Aristides Fernández, Ministro de Gobierno, encargado del des-
pacho de Hacienda.
José Joaquín Casas, Ministro de Instrucción Pública.
Bogotá, 17 de mayo de 1903.

260
CONTESTACION DEL VICEPRESIDENTE
DE LA REPUBLICA

Bogotá, 17 de mayo de 1903


Señores General D. Aristides Fernández y doctor D. José
Joaquín Casas.

Muy estimados señores y amigos:


Los señores Ministros Mendoza Pérez, Rico y Vásquez Cobo,
el señor subsecretario de Hacienda, Pontón, y yo, recibimos la
importante carta de ustedes, fecha 10 del corriente.
Con el asentimiento y aprobación de dichos señores doy a
ustedes la presente contestación.
Refiriéndome en general al conjunto de las opiniones expuestas
por ustedes respecto de medidas que haya de dictar el Gobierno
en vista de la situación presente, diré a ustedes que la adopción
de las más de las medidas propuestas equivaldría a una decla-
ración de que el jefe del Gobierno asume la dictadura.
Aparte de que tal declaración entrañaría una violación del
juramento que presté al posesionarme de la Vicepresidencia, yo
me abstendría de hacerla, considerando que ella traería consigo
perturbaciones más hondas y resultados más duraderos que
todos los males que con ella se trataría de remediar.
Tres dictaduras son las que registra nuestra historia; alcancé
a observar algo de lo que resultó de la primera, y vi muy cerca
lo que fueron las otras dos. En la primera no pudo sostenerse
todo un Bolívar, y ella suministró a los primeros liberales de
nuestro país armas poderosas. Mosquera y Melo se declararon
dictadores, contando (como yo contaría ahora si me propusiera
imitarlos) con el apoyo de las bayonetas, y ambos sucumbieron.
Conozco mucho a mis paisanos, por haber vivido setenta años
observándolos con la serenidad propia de quien no se mezcla

263
en sus contiendas políticas; y abrigo la plena certidumbre de que
en ningún caso tolerarían una dictadura. La mía daria motivo
para un nuevo alzamiento; y sería una bandera alrededor de la
cual se reunirían muchas de las agrupaciones políticas que ahora
están desunidas. Y es inútil tratar de probar que una nueva guerra
intestina, cualquiera que fuese su resultado final, acabaría de
postrar y aniquilar a Colombia.
Si nuestras frecuentes revoluciones hacen formar de nuestro
pueblo y de nuestro Gobierno en los paises extranjeros un con-
cepto desfavorable, y nos privan en ellos del crédito que con
tanta urgencia necesitamos, una dictadura que ahora apareciera
nos acabaría de privar de él, y haría mirar a nuestro Gobierno
como el menos estable y el menos digno de tratar con los
gobiernos, con los establecimientos de crédito y con los capi-
talistas extranjeros.
Pasando ahora a tratar en particular de los puntos propuestos
por ustedes, les diré que la colisión entre el poder ejecutivo y
el judicial es ciertamente cosa tal vez la más grave y delicada
que se ha presentado en mi Gobierno; pero que el allanarla por
medios violentos sería desconocer el espíritu de nuestras institu-
ciones y traería inmediatamente, o a la larga, consecuencias
más funestas que las que vendrían del empleo de medidas de
naturaleza contraria. Habiendo sido ya reconocida en diferentes
actos por la Corte Suprema, y por otras autoridades del ramo
judicial, la validez de los decretos de carácter legislativo, espero
poder poner en armonía las aspiraciones de ciertos empleados
de dicho ramo con los derechos del poder ejecutivo y con la
necesidad, hoy tan imperiosa, de sostenerlos.
Proceder contra los que fueron rebeldes, sin tener pruebas
concluyentes de que conspiran, es quebrantar la solemne pro-
mesa hecha por el Gobierno, de conceder plenas garantías a los
que depusieron las armas. Yo preferiría ver otra vez encendida
la guerra a ver calificada de pérfida mi conducta. Yo pasaría
no sólo a los ojos de mis compatriotas, sino a los de las nacio-
nes extrañas, como un hombre sin fe ni conciencia. Además,
procediendo contra unos pocos de los que fueron cabecillas de
fuerzas rebeldes, se les daría a los demás plausible pretexto para
volver a alzarse. Por último, con la falta de cumplimiento de
las promesas hechas, quedaría ineludiblemente establecido que
una guerra intestina no podría determinarse entre nosotros sino

264
con el exterminio total de una de las partes contendientes. Si
un Gobierno que ha sido tan general y tan justamente reconocido
como honrado viólase sus más solemnes promesas, ¿qué partido
de los que pueden en lo futuro pelear por el poder depondría
las armas fiándose en ofrecimientos hechos por su contendor?
Si yo me creyese con derecho a quebrantar los que se hicieron
en nombre mío, no me atrevería aún a hacer quedar como
felones a los beneméritos servidores públicos que hicieron y
firmaron los convenios de paz.
. Tan convencido estoy, como lo están ustedes,. <le que las im-
presiones y los resultados que ha .dejado la guerra intestina
últim::lmente terminada, y la circunstancia de haber sus autores
hecho profanar nuestro suelo por enemigos . extr~njeros, hacen
indispensables las medidas más rigurosas .contra. los que preten-
dan encenderla de nuevo. A tomadas está resuelto mi Gobierno;
pero también está convencido de que hay procedimientos permi-
tidos por las leyes, bastantes para reprimir un nuevo alzamiento.
Respecto d,~ la prensa, el Gobierno no considera deber hacer
otra cosa que someter los periódicos a previa censura. Esto
equivale. en cuanto a los efectos, a la suspensión de todos ellos.
y no ofende tan gravemente a los que; con miras patrióticas,
pretenden manifestar al público sus opiniones. El Gobierno ne-
cesita defenderse de los cargos que se le hacen no sólo por la
prensa, sino en convers(l.ciones privad(l.s; necesita desmentir las
falsas noticias que se hacen circular acerca de sus actos; necesita
muchas veces explicar los motivos de sus procedimientos. Para
esto tiene que permitir que subsistan los periódicos amigos
suyos; y sería repugnante y poco noble reservarse el derecho de
hablar y negarles el de contestar a los que crean que pueden
hacerlo.
El plan fiscal se sostendrá en cuanto al aumento de contri-
buciones, y en cuanto a lo que se ha ordenado relativo a Jos
gastos que se han dejado a cargo de los departamentos. Si se
juzga conveniente o indispensable se crearán otros imouestos y
se introducirán reformas parciales en 10 que ya está decretado.
cuando sea manifiesta la necesidad de tales reformas.
A lo que ustedes exponen, relativo a contratos. nada hay
que objetar.
Contra los especuladores y agiotistas, nada puede hacer la
autoridad que no produzca efectos desastrosos. La experiencia

265
hecha por el Gobierno en estos últimos años lo patentiza bien.
Lo único que puede hacerse para evitar ciertos abusos, es hacer
cumplir las disposiciones legales dictadas para impedir monopo-
lios. Uno de ustedes ha ocupado por bastante tiempo puestos
importantes en el Gobierno; ha conocido las dificultades que
se presentan para impedir el agio y las especulaciones perjudi-
ciales al público y al Gobierno, y no ha propuesto las medidas
que ahora recomendaría.
La conducta de los actuales gobernadores de los departamen-
tos no los hace acreedores a una remoción. Yo no se la haría
sufrir sino a aquel a quien se acusase de graves faltas, siempre
que estas se probaran de manera inconcusa.
Siento en el alma que mis opiniones en cuanto a los más
de los puntos tratados difieran de las de ustedes. Ustedes han
visto siémpre cuanta ha sido mi deferencia por las suyas, y
que en mil ocasiones éstas han prevalecido sobre las mías.
Sólo el sentimiento del deber y la luz que me ha dado mi
larga experiencia, han podido obligarme ahora a apartarme de
su modo de pensar.
No olvidaré nunca, ni nunca dejaré de reconocer que la feliz
terminación de nuestra última guerra se debió casi exclusiva-
mente a la habilidad con que uno de ustedes, aprovechándose
del valor y la decisión de nuestros jefes militares y de nuestros
soldados, redujo a nuestros adversarios a solicitar la paz.
Tampoco olvidaré nunca ni dejarán de ser motivo de gratitud
para mí los servicios que en el Ministerio de Instrucción Pública
han sido prestados a mi Gobierno por el agente suyo que, lleno
del espíritu que ha animado siempre a mi partido, ha sostenido,
solícita y constantemente, sus principios y ha dado impulso al
ramo de la administración que le ha estado encomendado.
Las pruebas de adhesión a mi persona y a la causa en cuyo
sostenimiento hemos trabajado juntos, que ustedes me han dado
por mucho tiempo, me hacen confiar en que ustedes al dirigirme
su carta, no han sido movidos por otros sentimientos que el del
amor más entrañable a esa misma causa y por el vivo deseo de
que mi Gobierno y nuestras instituciones se afirmen más y más.
La parte perversa y murmuradora del público, y acaso algunos
individuos interesados en dividir los ánimos y sembrar la dis-
cordia, harán malignos comentarios acerca del paso que ustedes
han dado al dirigirme la carta a que me estoy refiriendo, y a
la exposición que yo les hago de opiniones diversas de las suyas

266
Por fortuna ustedes me conocen bien y vivirán convencidos de
que ni ocultas miras políticas ni deseos de privarme de sus
servicios han podido obrar en mi ánimo.
Cuento con que si ustedes se separan de los empleos que tan
a satisfacción mía han estado desempeñando, he de seguir te-
niéndolos a ustedes por amigos y cooperadores en la difícil tarea
que está a mi cargo.
Quedo de ustedes afectísimo amigo y estimador,
José Manuel Marroquín

267
HISTORIA DE LA

NEGOCIACION DEL CANAL

y DE LA INSURRECCION
SEPARATISTA DEL ISTMO l

1) Este escrito hace íntegramente parte del "Mensaje que el Vicepre-


sidente de la República, encargado del poder ejecutivo, dirige al Con-
¡reso Nacional en sus sesiones ordinarias de 1904". el cual contiene
mayores adiciones. - Nota del Jl:.
Propóngome no sólo dar cuenta de mis procedimientos como
supremo magistrado, sino también dejar consignados los antece-
dentes y los datos de que la historia y la posteridad habrán de
necesitar para juzgarme y para formar justa idea de los aconte-
cimientos que han afectado a mi Gobierno y en que él ha
tenido parte.
Me veo, pues, obligado, para cumplir mi propósito, a hacer
mención de no pocos hechos y circunstancias que los precedieron
y que explican mi conducta pública durante los seis últimos años.

Todo en este sexenio en Colombia ha sido anormal e impre-


visto; han dejado de reunirse dos legislaturas ordinarias; no sólo
no he podido llevar a cabo los patrióticos pensamientos que me
ocupaban cuando por primera vez me encargué del mando su-
premo, sino que tampoco me ha sido dable hacer más que
tratar de evitar males y desgracias, o escoger entre desgracias y
males inevitables, los menos graves y dolorosos.

273
MISION DEL DR. CARLOS MARTINEZ SILVA

Poco tiempo después de encargarme por segunda vez del poder


ejecutivo, en medio de las agitaciones y conflictos, y en tanto
que se esforzaba el Gobierno por sofocar la revolución, no pude
permanecer extraño a los ecos que venían del exterior y que
revelaban el anhelo del pueblo americano de que el Gobierno
de esa república llevase a término la construcción de un canal
entre los dos océanos. Al propio tiempo en Colombia, y espe·
cialmente en Panamá, todos los hombres que veían con interés
los asuntos internacionales, exigían que el Gobierno, en aquel
momento supremo, no permaneciese indiferente a un asunto en
que estaba directamente interesada nuestra patria. La abstención
de mi Gobierno habría sin duda levantado quejas por medio
de los habitantes del istmo, a quienes Colombia siempre miró
con particular deferencia, y que solicitaban ahincadamente el
que no se ahorrara esfuerzo por mi Gobierno para inclinar la
opinión de los Estados Unidos en favor de la vía de Panamá.
En tal virtud determiné que una persona de reconocida com-
petencia se trasladara a Washington con el carácter de represen-
tante de Colombia. Se escogió para este delicado cargo al
ilustrado y patriota doctor Carlos Martínez Silva, que desem·
peñaba por aquel entonces la cartera de Relaciones Exteriores.
Las instrucciones que se le dieron en enero de 1901 miraban
principalmente a los siguientes puntos: debía el comisionado
obtener y comunicar todos los informes necesarios para que mi
Gobierno y la opinión pública en Colombia pudieran considerar
el asunto en sus diversas fases y resolverlo con las m"yores
ventajas. Encarecíase igualmente al comisionado que no omitiese
esfuerzo para demostrar de una manera evidente las ventaias de
P8namá sobre cualquiera otra vía proyectada, y particularmente
sobre la vía de Nicaragua, que en aquellos momentos presentaba
una seria competencia a la vía colombiana.
Previne, sí. al enviado extraordinario, tanto de palabra como
por escrito, que dado el doble carácter de que iba investido y

275
lo delicado del asunto, se abstuviera de hacer promesas aun
cuando lUera ad re¡erendum y que en todo punto de alguna
gravedad dIera aviso al Gobierno, con el lin de que pudiera pro-
ceder en tales casos con especiales y previas autorizaciones.
No bien llegó nuestro Ministro a territorio norteamericano
comunicó que allí la opinión publica estaba decidida en favor de
Nicaragua; que el inlorme de la comisión ístmica optaba defi-
nitivamente en favor de aquella vía, a pesar de que reconocía
el hecho de ser ella más diüdl y costosa. Por último, nuestro
agente imormaba que en la prensa, y el Senado prevalecía la
opmión de que "el canal debía abrirse con caplLal amencano, en
terreno americano y con dirección americana".
Coincidió la llegada del doctor Martínez Silva con el grave
incio¡;nte diplOmático de los preliminares de la abrogación del
tratado, Clayton-Bulwer, lo cual tenia para nuestro país doble
importancIa: por una parte se permitía a los Estados Unidos
hacer un canal propio por Nicaragua, y en tal virtud la com-
petencia por aquella vía se hacía aún más seria y temible; por
otra parte, y esLO era aún más grave, se rompían ,los diques
puestos a lo que se ha llamado el imperialismo americano, y el
Gobierno de los Estados Unidos podría arrojarse a ejercitar su
soberanía sobre el campo centroamericano, contando con la
tolerancia o la aquiescencia de los gobiernos europeos. En este
caso todas las pruebas que se adujeran en favor de Panamá, si
por una, parte era motivo de esperanza, encerraban también, por
otra, serias amenazas y peligros. El engrandecimiento de aquella
república, sus ambiciones desmedidas, sus ímpetus de conquista,
y ya sin el freno del tratado que se abrogaba, hacían surgir
de pronto el peligro americano.
El doctor Martínez Silva, en sus informes posteriores, se ma-
nifestaba optimista y desechaba la idea de que Inglaterra pu-
diera consentir en la abrogación total del tratado Clayton-Bulwer.
que tantas ventajas presentaba para ella; pero aquellas esperan-
zas de nuestro Ministro quedaron desvanecidas cuando se rati-
ficó el tratado denominado Hay-Pauncefote, y aquel cambiaba
la faz de la cuestión y hacía la situación para el Gobierno en
extremo oscura, delicada y compleja: la acción y la inacción pre-
sentaban igualmente grandes problemas y motivos de zozobra.
El 28 de febrero informaba nuestro Ministro que la situación
mejoraba porque el Senado, que estuvo a punto de votar el
Bill Hepburn, había cerrado sus sesiones, sin votar esa ley, que
obligaba al Gobierno americano a optar definitivamente por la

276
vía de Nicaragua. Al propio tiempo el señor Martínez Silva re-
comendaba que se estudiara aquí la validez de la última pró-
rroga concedida a la nueva Compañía del Canal, pues en con-
cepto de nuestro Ministro el decreto legislativo que autorizó esa
prórroga no se apoyó en ninguna ley de autorizaciones, ni era
de los asuntos que, según la Constitución, pueden ser materia
de decretos legislativos; y confiaba él en que si esto se deter~
minaba, podría obtener extraordinarias ventajas.
Las esperanzas de nuestro Ministro iban en aumento, corrio
lo revela su nota de 22 de marzo, en que decía: "De todos
modos no queda en pie sino la ruta de Panamá, y como esta ha
sido declarada por la misma comisión americana, en el punto
de vista técnico, la más barata, la más corta y la que tenía
menos curvas y esclusas, la atención pública habrá de concretarse
a ella." Esas palabras sostenían mi confianza de que los sacri-
ficios y concesiones que hubiera de hacer Colombia para satis-
facer las aspiraciones de los Estados Unidos, habían de ser tanto
menores cuanto mayores eran las ventajas reconocidas que ofre-
cía la ruta por Panamá. Este hecho me confirmaba en la creen-
cia de que nuestra legislación no daría paso alguno que compro-
metiera a mi Gobierno. que revelara sus intenciones o que de
cualquier manera precipitara la negociación. Mi voluntad era
que ésta no se ultimara sino cuando la paz interior estuviera
asegurada, para. llevar adelante las gestiones con la serenidad
necesaria y cuando ya los peligros de la guerra no influyeran
en manera alguna sobre aquellas determinaciones.
La comunicación a que acabo de referirme concluía, sin em-
bargo. anunciando que a solicitud del Secretario de Estado
nuestro Ministro preparaba un Memorándum que serviría de
base a una negociación. "Estoy preparando -decía- este tra-
bajo que presentaré en la semana entrante, y que será mantenido
en la más absoluta reserva, para que apenas tengan conoci-
miento de él los dos Gobiernos."
En efecto, poco después presentó al Secretario de Estado las
bases a que había hecho referencia. Tales avances al Gobierno
americano y a la prensa se hacían por el Ministerio cuando,
por el contexto de nota inmediatamente posterior, se acentuaba
más la buena situación de Colombia, lo cual indicaba que el
acierto del negocio estribaba en la circunspección y la actitud
expectante, ya porque debía aguardarse segundo informe de
la comisión ístmica, ya porque la actitud de Inglaterra nos
colocaba en situación ventajosa.

277
Un mes después de haber presentado nuestro Ministro su
Memorándum a la comisión ístmica, se le dirigió un cablegrama
en el cual se le decía: "Sus declaraciones canal alarmantes. Omita
nuevas declaraciones mientras recibe carta. Relea instrucciones."
y en oficio de 14 de mayo se le observaba de nuevo, conti-
nuando siempre el plan general del Gobierno sobre la necesaria
prudencia en el negociado: "Usía queda investido de iniciativa
en este asunto, pero procurará no prometer nada que imponga
responsabilidades o serios compromisos al Gobierno, sin auto-
rización previa, que habrá de darse a Usía después de conocidos
y estudiados los informes de Usía."
Con todo, las negociaciones continuaron; los miembros de
la comisión del canal ístmico. al Almirante Walker y el senador
Pasco, enviaron a nuestro Ministro un Memorándum relativo a
los puntos que debían incluírse en un tratado entre las dos
naciones. En seguida el día 4 de julio de 1901, nuestro Ministro
contestó proponiendo "modificaciones" entre las cuales como
primordial, presentaba la siguiente: "Al tenor de esta concesión.
los Estados Unidos de América tendrán derecho exclusivo -du-
rante un lapso de noventa y nueve años contados desde la fecha
de ratificación de este tratado- de excavar, construír, conservar.
explotar, fiscalizar, inspeccionar (control) y proteger un canal
marítimo del Océano Atlántico al Pacífico, a través del territorio
de Colombia, con suficiente profundidad y capacidad para bu-
ques del mayor arqueo y del mayor calado que hoy se emplean
en el comercio. Los mismos derechos se extenderán a la cons-
trucción, conservación y explotación de las líneas de ferrocarril,
de telégrafo y de teléfono y a las demás obras auxiliares que
fueren necesarias y convenientes para la conservación y cxplo-
tación del canal. "
Por el tenor de este artículo se aceptaba en principio el
control de los Estados Unidos, o sea la jurisdicci6n civil y cri-
minal y el servicio de policía en la zona del canal. Y esta mo-
dificación propuesta por nuestro Ministro, en la parte funda-
mental de la soberanía, se insertó luego textualmente en el
tratado Herrán-Hay.
En nota de 22 de junio nuestro Ministerio le recalcaba a la
legación en Washington: "Usía debe estar tranquilo por lo que
toca a susceptibilidades locales injustificables, y sobre la doble
e imprescindible condición de que se garantice suficientemente
la soberanía de Colombia en su territorio y de la neutralidad
del canal, puede Usía adelantar las negociaciones ad referéndum
que se le han encomendado."

278
Al dar cuenta a nuestro Gobierno sobre el Memorándum y
las modificaciones propuestas, el doctor Martínez Silva mani-
festaba en 27 de julio: "Algo se resentirá con este arreglo -cuyos
detalles se fijarán a su tiempo- el principio de la soberanía;
pero ello es consecuencia inevitable de las circunstancias en que
Colombia está colocada."
Finalmente, nuestra legación en Washington redactó un "pro-
yecto de tratado presentado por el enviado extraordinario y
Ministro plenipotenciario de la República de Colombia sobre las
bases formuladas por la comisión del canal ístmico", proyecto
que era de desarrollo de las modificaciones propuestas en julio,
y si bien no fue presentado oficialmente, sí llegó a conocimiento
de la comisión y del Secretario de Estado. Este hecho, de que
dio cuenta luego el sucesor del señor Martínez Silva, trazó en
definitiva una línea infranqueable respecto de las concesiones
colombianas en los puntos fundamentales; comprometió la ac-
titud del Gobierno, que debía ser prudente y reservada, y por
añadidura hizo en extremo difíciles las gestiones del que le
sucediera en la legación.
Aquellos pasos de nuestro Ministro se daban a tiempo que
el tratado Hay-Pouncefote abrogaba el Clayton-Bulwer, y según
comunicaba la legación en seis de diciembre, "dejaba en liber-
tad a los Estados Unidos para construír y dirigir por su propia
cuenta cualquier canal ístmico".
Acaso no sea oportuno citar aquí las palabras que en aquella
misma fecha dirigí al señor Martínez Silva, dado que ellas re-
velan el estado de mi ánimo, mi resolución de no comprometer
la soberanía y los propósitos de donde emanaron las instrucciones
dadas a la legación. Si más tarde varió mi opinión fue en virtud
de la manera como en Washington se plantearon y adelantaron
las negociaciones, arrebatado por una fatalidad invencible, y
haciendo violencia a mi voluntad y a mis más vehementes deseos:

"Bogotá, diciembre 6 de 1901


"Señor doctor don Carlos Martínez Silva, Washington.
"Mi querido Carlos:
" . .. También tengo ansia de conocer lo que el Congreso
norteamericano haya tratado o trate con relación al canal.
"Respecto de este negocio, le repito que abrigo la incontras-
table resolución de no convenir en cosa alguna que menoscabe
nuestra soberanía: ni jurisdicción norteamericana sobre un palmo

279
de nuestro territorio, ni nada que el Gobierno de los Estados
Unidos hubiera de rechazarnos a nosotros si se cambiaran los
papeles ...
"Su siempre afectísimo amigo,

losé Manuel Marroquín"

Suspendiéronse las negociaciones iniciadas por nuestra lega-


ción desde el mes de julio hasta el de diciembre de aquel año,
tanto por las vacaciones de verano, cuanto por la ausencia de
nuestro Ministro que se había trasladado a México con el objeto
de representar a Colombia en la Conferencia Internacional Ame-
ricana~ Cuando él regresó a Washington vio disiparse muchas
de las antiguas ilusiones, pues Inglaterra no era ya un obstáculo
con el tratado Clayton-Bulwer. "Los términos del problema
-decía nuestro Ministro explicando la situación en aquellos
momentos- están, pues, hoy perfectamente simplificados y se
reducen a lo siguiente: el Gobierno de los Estados Unidos puede
y quiere, porque lo necesita. un canal interoceánico gobernado
por ellos; y teniendo dos vías para escoger, está en capacidad
de imponer hasta cierto punto sus condiciones."
. En posterior nota, fecha de 23 de diciembre, explicaba la
naturaleza de las exigencias de aquel Gobierno, en los siguien-
tes términos: "Cuáles son las condiciones exigidas por el Go-
bierno de los Estados Unidos, lo sabe ya muy bien vuestra
señoría por el proyecto de contrato o de tratado que me fue
sometido por el Almirante Walker, y que remití en copia con
mi despacho de 9 de julio del presente año."
Deseando el jefe de nuestra legación en Washington tener
instrucciones precisas sobre aquel grave asunto, determinó con-
ferirle al señor Bidlake el carácter de correo de gabinete y en-
cargarlo de la conducción a Bogotá del despacho de 8 de enero
de 1902, que se insertó en los documentos publicados para co-
nocimiento del Congreso en sus sesiones de 1903. En dicho ofi-
cio, según puede recordarse, la legación informaba que la Com-
pañía del Canal ofrecía al Gobierno de los Estados Unidos el
traspaso de la concesión por la suma de cuarenta millones de
dólares; y que de esta suerte, los términos del problema que-
daban absolutamente simplificados y se reducían "a saber si el
Gobierno de Colombia concedía al de los Estados Unidos el
derecho de abrir por su territorio el proyectado canal con el
control necesario y con la extensión de la faja hasta tres millas

280
a uno y otro lado de la vía marítima, o si se rechazaba toda
propuesta en este sentido".
Comprendía yo, como lo comprendían todos los miembros del
gabinete, la inmensa responsabilidad que la respuesta a aquellas
preguntas aparejaba; en tal virtud tomé el partido de consultar
la opinión pública tomando el parecer de personas autorizadas
y capaces de la capital. Los varios conceptos emitidos entonces
en una respetable junta que se efectuó en el Palacio Presidencial
el 13 de febrero de 1903, así como otras opiniones que expu-
sieron a solicitud mía, fueron cnviados a nuestra legación para
que pudieran servirle de guía e ilustrar su criterio en la pro-
secución del asunto que se debatía.
La situación en que mi Gobierno debía adoptar las graves
resoluciones que de él se solicitaban era la menos a propósito
para que pudieran tomarse en medio de la serenidad y libertad
de espíritu que la gravedad del asunto demandaba, y porque la
honda perturbación que en aquel momento agitaba la República
daba al Gobierno americano y a los enemigos de la vía de Pa-
namá superioridad manifiesta: la revolución hacía un esfuerzo
desesperado que mi Gobierno rechazaba desplegando todas sus
energías y agotando sus recursos. A tiempo que la capital misma
se encontraba asediada, se presentaban nuevas invasiones por el
Oriente de la República y en el mismo Departamento de Panamá.

281
MI8ION DEL DR. JOSE VICENTE CONCHA

Tanto por haber surgido divergencias políticas entre mi Go-


bierno y el Ministro en Washington, en el modo de apreciar los
sucesos relacionados con la revolución, como por la necesidad
de que un nuevo Ministro pudiera continuar la negociación sin
s~ntirse cohibido por compromisos personales anteriores, deter-
miné sustituír al doctor Martínez Silva por el doctor José Vicente
Concha, yal efecto se le dieron a éste, en lo sustancial, las si-
guientes instrucciones suscritas por el doctor Miguel Abadía
Méndez como encargado del despacho de Relaciones Exteriores:
"Usía está penetrado de la necesidad de procurar, por todos
los medios que estén a su alcance y dentro de las facultades del
Gobierno, que se adopte definitivamente el istmo de Panamá
para la apertura del canal interoceánico. Conseguir esto, en las
mejores condiciones para la República, sin menoscabo de inte-
gridad territorial y de la soberanía nacional, es el objeto principal
de la honrosa misión que el poder ejecutivo ha confiado a Usía.
"Es muy probable que el Gobierno americano haga a Usía
exigencias extraordinarias, de las cuales Usía naturalmente irá
dando oportuno aviso al Gobierno, usando del cable, con el fin
de que Usía pueda obrar en los casos más delicados con espe-
ciales autorizaciones previas del Gobierno, por lo grave que
sería una promesa, aun cuando fuera ad referéndum ...
"Llegado el caso y recabando las concesiones posibles, otor-
gará Usía en nombre del Gobierno el permiso para que la
Compañía Nueva del Canal de Panamá traspase la concesión
a otra comnañia. suietándose el trasnaso a las prescripciones
constitucionales y legales que Usía conoce perfectamente. En el
evento de que las exigencias para el traspaso salgan de la órbita
legal. Usía puede suscribir, si 10 cree conveniente, contratos ad
referéndum sujetos a la posterior aprobación del Congreso.
"Oueda Us'a aütoriz~do nara hacer gestiones con los renresen-
tantes en Washington de Francia, Inglaterra y demás. naciones,

283
en el sentido de obtener el control internacional del Canal de
Panamá y su neutralidad, garantizada por todos los países.
"Si se obtuviere este arreglo internacional, procederá Usía a
denunciar el Tratado de 1846 con los Estados Unidos.

"Bogotá, 22 de enero de 1902."


El 27 de enero se dieron al nuevo Ministro las siguientes ins-
trucciones adicionales:
"Para permitir el traspaso de la concesión que la Compañía
Nueva del mismo canal tiene para la apertura de éste, bien sea
pura y simplemente a una Compañía americana, o bien ad refe-
réndum al Gobierno de los Estados Unidos, hay que pedir como
indemnización para la República de Colombia no menos de
veinte millones de dólares."
Como complemento de estas instrucciones y encargado ya el
doctor Concha de la Legación en Washington, se le dirigió el
siguiente cable:

"Ministro Colombia-Washington
Reunión miembros Gobierno y particulares estudiando asunto
Canal de Panamá, vista nota Martínez Silva Carlos, 8 enero,
éstos unos favorables negociación con Estados Unidos, otros ad-
versos por contrato con la Compañía del Canal, cuyo cumpli-
miento podemos exigir, tenemos derecho indiscutible propiedades
canal, cosas que la Compañía del Canal, que no pude terminar
obra, ofrece dar por cuarenta millones que nos pertenecen en
parte, haciéndose indispensable, de acuerdo con artículos 21 y
22 contrato, arreglo previo entre el Gobierno y la Compañía
del Canal antes de entrar aquel tratar con el Gobierno de
los Estados Unidos de América. Usted puede decirlo así Re-
presentante de la Compañía del Canal para que ella indique
lugar celebración arreglo previo y comunicar nuestras instruccio-
nes. El Ministro de los Estados Unidos en Bogotá lleva privada-
mente bases arreglo con el Gobierno de los Estados Unidos. Re-
mítolos a usted el próximo correo. En negocio tanta importancia
no debemos dejarnos precipitar con amenazas, intrigas; Canal
de Panamá será hecho en todo caso, siendo vía Nicaragua más
difícil y costosa. Tenemos fundamento creer que Panamá pien-
san como el Poder Ejecutivo. Usted puede asegurar nosotros te-
nemos voluntad tratar con Estados Unidos condiciones equitativas.
Usted puede explicar términos satisfactorios nuestra actitud y

284
aun procurar posible apoyo Estados Unidos para arreglo previo
con 'la Compañía del Canal, si usted lo cree conveniente.
Marzo 17 de 1904."

En oficio de 24 de marzo de 1902 se le remitieron al doctor


Concha los diversos conceptos emitidos en la Junta a que hace
referencia el anterior cablegrama, y por añadidura el doctor
Paúl, Ministro de Relaciones Exteriores, envió un Memorándum
con las siguientes bases que abarcaban el conjunto de la nego-
ciación, ya con la Compañía del Canal, ya con el Gobierno de
los Estados Unidos:
"19 El Gobierno de Colombia no debe adelantar negociación
alguna con el de los Estados Unidos sino después de haberse en~
tendido con la actual Compañía del Canal sobre los diferentes
puntos que constituyen derechos y obligaciones entre ambos.
29 Una vez celebrado este acuerdo procedería a negociar con
los Estados Unidos sobre las siguientes bases principales:
a) Garantía de la conservación de la soberanía de Colombia
30bre todas y cada una de las partes del territorio del Istmo.
b) Garantía de la neutralidad del canal, el cual estaría siempre
abierto, en paz y en guerra, para todas las naciones.
c) Duración de la vigencia del contrato por noventa y nueve
años, transcurridos los cuales pasará el canal, con todas sus
anexidades, al poder de Colombia.
d) Cesión de una faja hasta de tres millas a cada lado del ca-
nal, con la salvedad establecida en el punto a).
e) Establecimiento de un Cuerpo de Policía, con personal co-
lombiano, para conservar el orden en la línea, pero costeado por
el concesionario.
f) Cooperación del Gobierno de Colombia en las expropiacio~
nes de terrenos que se crean necesarios para la Empresa, pero
el valor de ellos a cargo también del concesionario.
g) Concesión de los terrenos necesarios para establecer, du-
rante la vigencia del contrato, depósitos de carbón en las islas de
la bahía de Panamá, dejando siempre a salvo los derechos de
particulares, y en caso de tener que verificar expropiaciones, el
costo de ellas será como queda establecido en el punto anterior f).
h) Exigiría Colombia un aumento en la proporción del pro-
ducto bruto del canal respecto de 10 que está hoy establecido
con la Compañía Francesa.

285
i) Conservar la estipulación vigente hoy sobre ceslOn de qui-
nientas mil hectáreas de tierras baldías ubicadas en el Istmo,
adjudicables en lotes ahernados dc a 5 .000 hectáreas cada uno.
El valor de la concesión sería materia que se trataría después
de verificado el arreglo preliminar con la actual Compaüia
Francesa.
El contrato que se celebrará con el Gobierno de los Estados
Unidos tendría siempre que ser sometido a la aprobación del
Congreso de Colombia."
Estas bases precisas iban acompañadas de las siguientes obser-
vaciones que debían determinar la actitud de nuestro Represen-
tante en Washington:
"De acuerdo con lo que llevo expresado en esta nota, la acción
de Usía en el negocio del canal habrá de limitarse necesariamente,
por ahora, a la notificación al Representante de la Compañía re-
lativa a la necesidad del arreglo previo como resultado de sus
gestiones ante esa honorable Legación, y a ratificar al Gobierno
de los Estados Unidos la manifestación de los buenos deseos que
animan al de Colombia de entenderse con él en el importante
asunto del canal, siempre que tales notificaciones y ratificación
las crea Usía necesarias."
Los dolorosos acontecimientos que se han cumplido última-
mente me ponen en la necesidad de insertar in extenso algunos
documentos que patentizan, con suma claridad, la situación de
Colombia durante la época de la negociación y que a mi ver ex-
plicarán el curso de los acontecimientos sucesivos y señalarán la
parte de responsabilidad que en el encadenamiento de los hechos
toque a mi persona y a mi Gobierno.
No bien se hizo cargo el doctor Concha de la Legación y del
estado del asunto puesto a su cuidado, en nota oficial de 20 de
marzo de 1902 comunicó lo siguiente:
"Cuando llegué al país, el doctor Martínez Silva tenía prepa-
rado un proyecto de tratado, el cual viene a ser como un contra-
memorándum del presentado extraoficialmente por el Almirante
WaIker en nombre del Gobierno de los Estados Unidos. Tal
Memorándum se remitió en copia a ese Ministerio desde el mes
de enero próximo pasado.
Estudiando detenidamente el citado proyecto de tratado, he
hallado que disiente en varios puntos capitales de las instrucciones,
tanto vel,bales como escritas, de ese Ministerio, por lo cual me
veo en la necesidad de modificarlo en el sentido de tales ins-
trucciones, no sin prever que el Gobierno americano probable-

286
mente declinará tales modificaciones y podrá llegar hasta asumir
una actitud contraria a nuestros intereses. Pero ni me es dado
desatender las instrucciones recibidas, ni tendría objeto plausible
hacer ofrecimientos que de seguro no ratificaría el Congreso co-
10mbiano.
Las disposiciones del proyecto que he creído necesarias modi-
ficar, son las siguientes:
a) La relativa a la perpetuidad de la concesión de la zona.
b) La que trata del permiso para establecer un Cuerpo ameri-
cano de Policía en la misma región.
c) La que establece la jurisdicción civil y criminal de las au-
toridades americanas en la faja que se concede.
d) La que permite usar de fuerzas extranjeras para restable-
cer el orden o asegurarlo en las regiones adyacentes a la misma
zona.
e) La que señala una cantidad por indemnización para Ca-
lombia; y
f) La que permite al Gobierno americano adquirir todos los
baldíos de las Compañías del Canal y del Ferrocarril, conforme
a sus respectivas concesiones.
Para apreciar debidamente la propuesta que esta Legación pre-
sentará, deben tenerse en cuenta las circunstancias en que se
hace, que no son precisamente las conocidas en esa capital en las
regiones del Gobierno."
Después de manifestar el Ministro en Washington la imposi-
bilidad en que se hallaba la Compañía del Canal para terminar
la obra, la abstención de los Gobiernos europeos en este asunto, y
la inminencia de que se votara en la Cámara de los Estados
Unidos el Bill-Hepburn, en el cual se optaba por la vía de Ni-
caragua agregaba:
"A tiempo que aquí se presentan las cosas por tal aspecto, en
Panamá predomina entre la gente de mejor posición y notorie-
dad la idea de que ha de tratarse con el Gobierno de los Estados
Unidos a todo trance, y a costa de cualquier concesión. Esa ma-
nera de pensar predominante en el Istmo tiene mucha signifi-
cación, especialmente si se considera que los rebeldes han
cobrado allí mucha fuerza en los últimos días, y que el antiguo
germen de secesión renace y puede conducir a un estado de
cosas muy difícil. Bastaría un apoyo de no mucha consideración
a esa idea, para que en poco tiempo cobrase grande incremento
llevando así a toda la República a una pavorosa complicación,
cuyas funestas consecuencias son incalculables.

287
En mi sentir, pues, no es conveniente; oportuno ni de espíritu
práctico, asumir en este momento en el trascendental asunto en
que me ocupo, actitud de abierta resistencia a las pretensiones
de los Estados Unidos, so pena de llevar a la República a graví-
simo conflicto, en el cual no se salvaría, de cierto, su integridad,
ysí se expondría a males mayores de los que hoy se pueden
presumir.
Lo preferible sería aplazar la solución del asunto por los me-
dios posibles; pero ya hoy no está en nuestras manos hacerlo,
si los Estados Unidos por su parte no lo juzgan conveniente para
sus intereses.
En tales circunstancias la falta de respuesta a los telegramas
que he dirigido a ese Ministerio en todo el cUrso del presente
mes, ha venido a aumentar mis dudas y perplejidades; pero a
pesar de todo, me he visto en la necesidad, como dejo dicho, de
adoptar una resolución por los motivos expuestos."
Efectivamente, en virtud de tal resolución, el Ministro pre-
sentó el Memorándum anunciado, el cual, según lo indicó en
nota de 1 9 de abril, fue ~n su conjunto considerado por el Se-
cretario de Estado como aceptable para los Estados Unidos. En
el mismo oficio ratificaba la Legación sus conceptos relativos
a Panamá, en los términos siguientes que tienen hoy singular
importancia:
"Hay que averiguar en tesis general si Colombia tiene o no
interés en que los Estados Unidos realicen la obra del canal, o
mejor, si los perjuicios de diferente índole que emanarían para
aquella de su negativa a tal concesión, serían mayores o meno-
res que las ventajas que le resultarían de abstenerse en negociar.
Lo primero que viene a' la mente, a este respecto, y en esnecial
por la situación política actual del Istmo, es el peligro inminente
de que se produzca un movimiento de secesión en aquella región
de la República, ya espontáneamente, ya por sugestiones indirec-
tas de intereses extranjeros, lo cual sería para la República fuente
de males incalculables.
La opinión que prevalece en el Departamento de Panamá.
según aparece de publicaciones y correspondencias que constan-
temente recibe la Legación, es muy marcada y decidida en pro de
la concesión del canal a los Estados Unidos a cualquier costa;
cada día se marca más en todos los partidos políticos del Istmo
un sentimiento de desvío, por no decir de repulsión, por el Go-
b;erno central: la influencia americana, su lengua y sus costum-
bres. se extienden constantemente en aquella región y si se opu-

288
siera una resistencia abierta a la opini6n predominante en el
Departamento nombrado, se aceleraría un conflicto que, por
el contrario, se evitará desde que una potencia como los Estados
Unidos garantice la integridad de nuestro territorio, satisfaciendo
así además los deseos, en gran parte razonables, de aquellos
colombianos.
Cerradas las puertas del territorio nacional en son de hostilidad
a los Estados Unidos, ellos, en retaliaci6n denunciarían -como
ya la prensa lo ha propuesto-- el tratado de 1846, y una vez
rotos los compromisos de ese pacto, mirarían impasibles los su-
cesos que se desarrollasen en Panamá, para ocupar luego el te-
rritorio en la primera interrupci6n del servicio del ferrocarril, o
para acoger cualquier tendencia en el camino separatista, por
donde se llegaría a una lesi6n de la soberanía colombiana de
muchas mayores consecuencias que cualquier limitaci6n a que se
sujete la República en el uso de una determinada zona de su
territorio.
La cesación de los efectos del Tratado de 1846 con los Es-
tados Unidos traería, por otra parte, a Colombia resultados muy
funestos, dada la situaci6n de guerra en que se halla Panamá, y
en momentos en que varias potencias formulan reclamaciones
de diversas clases ante nuestro Gobierno. A la inversa, la cordia-
lidad de las relaciones con los Estados Unidos podría servir para
evitar o aminorar las dificultades que con naciones extranjeras
pudieran surgir en los momentos actuales.
Cualquiera que sea el juicio que merezca el Memorándum, se
imponía la necesidad de presentarlo -aún sin esperar las últi-
mas precisas instrucciones del Ministerio de Relaciones Exterio-
res ofrecidas desde algún tiempo atrás-, por la circunstancia de
estar señalado un día pr6ximo para debatir en el Semtdo ameri-
cano el proyecto de ley, aprobado antes en la Cámara de Re-
presentantes, por el cual se elige la vía de Nicaragua para la
aoertura del canal: sin nin!!Una pronosici6n por parte de Co-
lombia, se hubieran producido inmediatamente las consecuencias
antes apuntadas."

289
CONCEPTOS DE LOS DOCTORES MARTINEZ
SILVA Y JOSE VICENTE CONCHA

CARTA DEL DOCTOR MARTINEZ SILVA


Permítaseme que transcriba igualmente algunos conceptos de
una carta del doctor Martínez Silva, contestación a la mía de
6 de diciembre, de que antes hice mérito. La contestación del
doctor Martínez Silva refuerza la argumentación del doctor
Concha y manifiesta cómo las instrucciones dadas por mí y por
el Ministerio de Relaciones Exteriores a nuestro Representante
en Washington no se cumplían por razones que ellos mismos ex-
presan. Las apreciaciones de ambos Ministros respecto del peli-
gro de la separación del Istmo de Panamá si la negociación se
paralizaba, se entorpecía o se frustraba, han quedado corrobora-
das por la historia. La negociación del canal estaba por desgracia
enterameñte ligada con la integridad del territorio colombiano.
Dice así el doctor Martínez Silva:
"Washington, D. C., marzo 11 de 1902
Señor don José MaAuel Marroquín--Bogotá.
Mi muy querido y respetado don Manuel:
Los últimos seis meses han sido para mí de verdadera tortura:
obligado y acosado día por día en diferentes momentos críticos,
para expresar categóricamente los propósitos del Gobierno de
Colombia, tenía que apelar a todo género de dilatorias sin com-
prometer el éxito de las negociaciones. Mantener este equilibrio,
esta maroma, este procrastinamiento indefinido, no era ya po-
sible cuando la Cámara de Representantes votó casi por unanimi-
dad el hill en favor de Nicaragua; cuando la Compañía Francesa,
amenazada de muerte, hizo su propuesta de venta por 40 mi-
llones; cuando en vista de esa propuesta la Comisión del Canal
ístmico recomendó definitivamente la vía Panamá, y cuando la
Comisión del Senado se preparaba a rendir su informe, que de-

291
bía considerarse casi como decisivo. En estas circunstancias.
comprendiendo yo que no había momento que perder, resolví
preparar un proyecto completo del Tratado, afrontando todas las
cuestiones y asesorándome para ello con un comisionado especial
que pedí al Gobernador de Panamá, el doctor Facundo Mutis
Durán, y con don Enrique Cortés, que se encontraba aquí en
Washington y cuyo concurso como liberal caracterizado conside-
raba yo de mucha importancia para el éxito futuro del Tratado.
Todo estaba ya listo para ser sometido al Secretario de Estado.
haciéndome la consideración de que si el Tratado, en todo o en
parte, no convenía a Colombia según el criterio del Gobierno o
del Congreso, habría tiempo de enmendarlo o de negarlo, mien-
tras que la demora cn hablar y proponer algo podría traer un
daño irreparable.
Por dicha para mí, en el mismo día en que iba yo a llevar el
proyecto al Secretario de Estado, recibí el telegrama de usted en
que me ordenaba aguardar instrucciones antes de contraer com-
promiso ni opinar sobre las proposiciones que hiciera la Compa-
ñía Francesa del Canal al Gobierno de los Estados Unidos.
Dudo mucho que el proyecto preparado por mí quepa dentro
del margen de sus instrucciones, a juzgar por las ideas que me
emite usted en su carta de 6 de diciembre próximo pasado; y
como estoy perfectamente seguro de que no se podrá conseguir
nada de lo consignado en él, el señor Concha va a tener que dar
el doblemortllorio a la Empresa de Panamá. Ahora, si apartán-
dose él de sus instrucciones, en vista de la urgencia de las circuns-
tancias, que ya está palnando, resolviere aceptar mi proyecto,
quedaría yo plenamente justificado.
Todavía puede suceder otra cosa, sobre la cual llamé oportu-
namente la atención del Gobierno: si los hombres de influencia
política en este país llegan a convencerse, como es posible y aún
probable, de que la ruta de Panamá es la que conviene a los
Estados Unidos, y si Colombia no se allana en oportunidad a un
arreglo relativamente ventajoso, está en la lógica de los aconteci-
mientos que nosotros perdamos definitivamente el Istmo. Y no
digo esto al aire: tengo datos serios que justifican mi aserto; y
lo más grave en esta materia es que el Gobierno de los Estados
Unidos encontrará sin mucho trabajo un punto de apoyo en el
Istmo, tanto por la actual situación de guerra allí, como porque
los panameños de posición y de recursos pecuniarios no se resig-
narán nunca de buen grado a que el canal se abra por otra parte
que por el istmo. Ellos comprenden muy bien que la adopción de

292
la ruta de Nicaragua sería la ruina moral y material de Panamá;
y este sacrificio, que no encontraría compensación alguna, pue;.
de ser muy superior al concepto de un patriotismo platónico.
Esta cuestión la he visto yo también por otro aspecto: si nos-
otros no aseguramos ahora, sobre alguna negociación con el ca-
nal, una renta fija con qué atender a la amortización del papel
moneda, este pavoroso problema no tendrá solución posible. Con
quinientos o seiscientos millones en billetes en circulación, si es
que con esa suma alcanza a liquidarse la guerra, toda combina-
ción para valorizar el papel será baldía. La horrible depreciación
a que éste ha llegado obligará al Gobierno a subir enormemente
los sueldos de todos sus empleados, so pena de anular el servicio
público. Este aumento de gastos hará imposible la nivelación de
los presupuestos, base indispensable de toda reorganización fis-
cal. Hacer subir en la misma proporción el producto de las ren-
tas, ya estableciendo nuevos impuestos, ya reagravando los exis-
tentes, es excusado pensarlo, porque la miseria pública impone
un límite intraspasable. Esta miseria será causa de un pro-
fundo y permanente malestar; y así, aniquilado el país, es-
tancadas las rentas. cegadas las fuentes de futura prosperidad,
alejados los capitales extranjeros, el porvenir de Colombia es
verdaderamente pavoroso.
Hago votos muy sinceros por la felicidad de usted y de su fa-
milia. por el buen éxito de su Gobierno, y por la dicha de la
amada Patria, y me repito de usted, ahora como siempre, afec-
tísimo amigo.
Carlos Martínez Silva"

El 11 de abril decía nuestro Ministro en Washington, doctor


Concha, al Ministro de Relaciones Exteriores:
"Como lo habrá visto Su Señoría por mis comunicaciones
anteriores y por los cables que he dirigido tanto a ese despacho
como al Excelentísimo señor Vicepresidente de la República,
desde el día 31 de marzo había presentado la Legación a la Se-
cretaría de Estado el Memorándum de bases para la celebración
de un tratado o convención con los Estados Unidos para la aper-
tura del Canal de Panamá, mediante la transmisión al Gobierno
de dicha República de los derechos y acciones de la Compañía
del Canal."
Después de repetir las razones que lo había determinado a la
presentación del Memorándum que se apartaba de la instrucción
cablegráfica de 17 de marzo, agrega:

293
"No existiendo oferta del Gobierno americano a la Compañía
del Canal, mal puede pedirse a ésta una indemnización deter-
minada, ni puede celebrarse con ésta un arreglo previo, mientras
que no se tenga certeza de que aquel Gobierno haga la compra. Se
impone, pues, la necesidad de contratar previamente con los Es-
tados Unidos, sin lo cual no se llegaría a ningún resultado, y de
aquí también que la indemnización que haya de obtener Colombia
por ese concepto, debe demandarla del Gobierno americano, y
no de la Compañía, siendo claro que en definitiva la Compañía,
en realidad, será la que pague el monto de lo que Colombia ob-
tenga por razón de traspaso de la concesión actual, puesto que
el comprador deducirá esa suma del precio que pague por la cosa,
y para la República que recibe un valor, nada significa que él
vaya de las manos del comprador en vez de ir de las del ven-
dedor.
En vista de estas razones juzgó la Legación, antes de recibir
el cablegrama del Ministerio, de 17 de marzo, que no era nece-
sario, ni podía hacerse arreglo previo con la Compañía del Canal.
y procedió en consecuencia.
Además, debe tenerse presente que cuando el infrascrito se
encargó de la Legación, su predecesor había autorizado expresa-
mente y por escrito al representante de la Compañía del Canal
para hacer al Gobierno de los Estados Unidos la propuesta que
luego hizo aquel, y que no siendo dado, por motivos obvios, al
nuevo Ministro de Colombia dehacer lo hecho, éste ya tenía li-
mitado su campo de acción.
Creo dejar explicadas satisfactoriamente a Su Señoría las raro-
nes del procedimiento de la Legación, en cuanto a la fecha de la
presentación del Memorándum, y a su misma presentación, sin
haber verificado arreglo alguno previo con la Compañía del Ca-
nal, cosa que, por otra partel podría intentarse aún hoy, si el
Gobierno insistiere en ello, porque ni el Memorándum tiene
carácter definitivo, ni es probable que los Estados Unidos lo
acepten sin proponer reformas a las cuales de cierto no podrá
asentir la Legación. Fundo la presunción dicha en que el Mi-
nistro de. Colombia, señor Martínez Silva, dejó conocer las bases
de su proyecto de tratado que contenía concesiones a los Estados
Unidos mucho más amolias que las del Memorándum, por lo
cual este Gobierno concibió esperanzas de obtenerlas, de lo cual
no desistirá fácilmente."
Concluye. el dcsnacho incluyendo copia de cartas dirigidas al
mismo doctor Concha (que han visto la luz pública) de los se·

294
ñores Carlos Martínez Silva, Ricardo Becerra, Facundo Mutis
Durán y otros colombianos distinguidos, que patentizan la con-
veniencia de hacer concesiones de soberanía en vista de ciertas
necesidades y a trueque de las ventajas que, según ellos, obtendría
Colombia del Tratado, aun cuando en él se menoscabara nuestra
"oberanía en la Zona del Canal.
Dichas cartas, dice el doctor Concha, "deben figurar en todo
caso en el archivo de ese negociado".
Al recibir el Ministro en Washington las instrucciones precisas
comunicadas a la Legación por el señor doctor Paúl, antes trans-
critas e incompatibles con su Memorándum, puso el siguiente
cablegrama:
"Wa,hington, abril 29 (4:50; Buenaventura, 29; Honda, 1h
mayo 1902.
Exteriores-Bogotá
He recibido su nota de 24 de marzo hoy. Presentadas anterior-
mente al Gobierno de los Estados Unidos las bases de Colombia
para la concesión del Canal de Panamá, todo sometido a la apro-
bación de nuestro Congreso. Ya no es tiempo de negociar con la
Compañía del Canal, la que fue autorizada por mi predecesor
para iniciar la negociación con el Gobierno de los Estados Uni-
dos. He cumplido instrucción 22, 27 enero. El Ministro de Rela-
ciones Exteriores no habría podido romper la negociación inicia-
da el año último sin ofender a los Estados Unidos, precipitar la
situación del Istmo, hacer elegir el canal de Nicaragua. Yo no
puedo retirar proyecto sin producir complicaciones incalculables.
Charles Burdell Hart, Ministro de los Estados Unidos en Bogotá,
haría penosa mi posición ante el Departamento de Estado en
Washington al momento de retirarlo; el Gobierno de los Estados
Unidos me consideraría como persona no grata por haber dirigido
una petición de retiro al Ministro de Relaciones Exteriores. Creo
que debo retirarme. Sírvase informarme por cable.
Concha"

Luego en nota oficial del 2 de mayo, sobre el mismo punto


manifiesta:
"La nombrada nota de Su Señoría ha venido a poner en claro
la comunicación telegrá:fica de fecha 17 de marzo, recibida. aquí
el 2 de abril, cuando ya se había sometido al Secretario de Esta-
do de los Estados Unidos un Memorándum de las condiciones
que Colombia propondría, llegado el caso, para aprobar la ce-
sión de derechos de la Compañía del Canal al Gobierno de los
Estados Unidos. Ya he explicado a Su Señoría los motivos que
me llevaron a presentar ese Memorándum y las circunstancias
en que se dio tal paso, que acaso no son conocidas o no han po-
dido ser apreciadas debidamente por los distinguidos colombianos
que últimamente se han ocupado en este asunto para responder
a una consulta del Gobierno; pero en todo caso debo dejar cons-
tancia de que en todos mis procedimientos me he sometido a las
instrucciones escritas que recibí del Ministerio de Relaciones
Exteriores,2 a tiempo de partir para esta ciudad a encargarme de
la Legación, y por otra parte, que no siendo el negocio aludido
un asunto nuevo, sino iniciado ya por mi predecesor, con discu-
siones y redacción de proposiciones en que intervino el Presidente
de la Junta Istmica, como representante de los Estados Unidos,
no era moralmente posible, conforme a las prácticas diplomáticas,
romper esa negociación, sin resolverse a no reanudar nunca una
inteligencia en la materia con el Gobierno americano, puesto
que con aquel proceder no solo se hubiera desautorizado a un
individuo sino a la Legación de Colombia y hasta al Gobierno
en cuyo nombre había principiado a discutir la cesión el mismo
Ministro de Relaciones Exteriores de la República, carácter con
que vino investido a este país el doctor Carlos Martínez Silva. ,.

MEMORANDUM DEL DOCTOR CONCHA

Llamo de manera muy especial la atención hacia el concepto


siguiente, porque previene las objeciones que pudieran hacerse
a la celebración de un tratado con los Estados Unidos, que es-
tuviera o pudiera estar en pugna con nuestra Constitución o
con nuestras leyes:
"No me incumbe -continúa el doctor Concha-, como Mi-
nistro Diplomático, analizar los dictámenes emitidos por los
miembros de la Junta que tuvo a bien convocar el Excelentísimo
señor Vicepresidente para oír opiniones sobre el asunto del ca-
nal, y s6lo me limito a hacer presente que en ningún tiemuo ha
propuesto la Legación arreglo alguno que ten~a el carácter de
firme y definitivo, y que antes bien, siempre se ha hecho constar
de una manera expresa que cuanto pudiera hacerse en estas ma-
terias exige para su validez la aprobación del Cuerno Legislativo
colombiano; y si es verdad que en alguna de las bases o condi-

~) Las del doctor Miguel Abadla Méndez.

296
ciones del convenio se encuentran diferencias con las leyes vi-
gentes, precisamente se ha podido hacer eso porque el convenio
mismo en todas sus partes queda bajo la autoridad del legislador,
el cual puede modificar las leyes sin restricci6n.
El Memorándum presentado al Despacho de Estado por esta
Legación no tiene carácter definitivo, y estipula que el tratado
se hará, llegado el caso, ad referéndum.
Es indudable que el Senado de los Estados Unidos exigirá
mayores concesiones, y se iniciará una larga discusión; y aun
puede presumirse que en las actuales sesiones no alcance el Con-
greso a debatir totalmente el asunto. Hay pues, tiempo sobrado
para ilustrar la opinión pública en Colombia con datos no cono-
cidos allá hasta el presente."
A mediados de mayo se recibió en Bogotá el Memorándum
presentado por el doctor Concha, y mientras se conocían aquí y
se discutían las bases propuestas, se le ordenó que permaneciese
en Washington. En tanto el Gobierno, ya que era imposible, a
causa de la guerra, convocar el Congreso, como lo deseaba ar-
dientemente, constituyó una Junta de especialistas para el estu~
dio del asunto del canal, "en previsión -según se le comunicó
a la Legación oficialmente- de que llegue a ser necesario con-
tinuar las negociaciones antes de la reunión del Congreso, o bien
para presentar a éste el resultado del examen que se haga, por
corresponderle decidir en definitiva de las condiciones del arreglo".
El 22 del mismo mes de mayo tuvo conocimiento el Ministerio
de Relaciones Exteriores del texto completo del Memorándum
propuesto por el doctor Concha al Gobierno de los Estados
Unidos.
Pero cuando ésto sucedía ya el Gobierno americano. dcspl1sS
de estudiar desde el punto de vista de sus aspiraciones dicho do-
cumento, determinó darle su aquiescencia y aceptación de una
manera precisa, en los siguientes términos:
"Departamento de Estado - Washington, abril 21 de 1902.
Señor:
Tengo el honor de acusar recibo de la comunicación fechada
el 31 de marzo de 1902 y otra del 18 de abril que acompaña una
propuEsta de la República de Colombia sobre una convención
o tratado entre la República de Colombia y la de los Estados
Unidos de América, para excavar, construír, conservar, explotar,
vigilar (control) y proteger un canal interoceánico en el istmo
de Panamá.

297
Tengo autorización del Presidente para decir a usted que es-
taré pronto a firmar con usted la convención propuesta tan
pronto como:
Primero, el Congreso de los Estados Unidos autorice al Presi-
dente para entrar en tal arreglo, y
Segundo, tan pronto como los abogados (Law oflicers) de este
Gobierno decidan lo referente al título que la Compañía Nueva
de Panamá pueda presentar de todas las propiedades y derechos
que le pertenezcan relativos a un canal y comprendidos (covered)
en la propuesta pendiente.
Acepte usted, señor, las seguridades de mi más alta consi-
deración.
John Hay"
"Señor don José Vicente Concha, etc."
Llamo de manera especial la atención sobre este documento.
Según aparece de las comunicaciones relacionadas con el arduo
negociado, fue esta la primera vez que la legación en Washing-
ton presentó de una manera directa y oficial las bases de un
tratado con el Gobierno americano para la apertura del canal y
fue ésta, asimismo, la primera vez que el Presidente de aquella
nación, también de un modo directo y decisivo, dio su concepto
y aceptó la propuesta.
De tal propuesta y de tal aceptación, así como del proyecto
del señor Martínez Silva, conocido del Gobierno mismo de los
Estados Unidos, surgió la Ley Spooner.
En efecto, el doctor Martínez Silva, que conocía las preten-
siones de aquel Gobierno, le decía al doctor Concha en 1Q de
abril de 1902: "El punto de partida que no debe perderse de
vista es que el Gobierno de los Estados Unidos en ningún caso
emprenderá la obra del canal por Panamá si no tiene allí un
control efectivo y absoluto; y, por consiguiente, si ese control
no puede concedérsele, es inútil y baldío adelantar cualquier
negociación." De suerte que cuando el Presidente de los Estados
Unidos aceptó la propuesta, a reserva de obtener la ley consi·
guiente, tuvo entendido que se le concedía el control efectivo.
Se hace indispensable transcribir la fórmula primitiva que
consagró el susodicho control y que persistió a través de toda
la negociación, desde que la inició el doctor Martínez Silva hasta
su conclusión por el señor Tomás Herrán, que no introdujo
en ella variación alguna.

298
He aquí una comprobación gráfica:
Propuesta del doctor Martínez Silva al Almirante Walker
(julio de 1901):
"Los Estados Unidos de América tendrán el derecho exclu-
sivo de excavar, construir, conservar, fiscalizar, inspeccionar
(control) y proteger un canal marítimo."
Proyecto completo de tratado del doctor Martínez Silva. El
artículo 19 autoriza a la Compañía del Canal para traspasar sus
derechos de manera que "el Gobierno de los Estados Unidos
tenga un título claro y perfecto para abrir, administrar, manejar
y proteger el canal".
Memorándum del doctor Concha, artículo 29: "Los Estados
Unidos tendrán derecho exclusivo para excavar, construír, con-
servar, explotar, vigilar (control) y proteger un canal marítimo
del Atlántico al Pacífico."
Tratado Herrán-Hay, artículo 29: "Los Estados Unidos ten·
drán derecho exclusivo para excavar, construír, conservar, ex·
plotar, dirigir y proteger el cana!." Texto inglés: "To excavate,
construct, maintain, operate, control and protect the maritime
cana1."
Debemos ahora observar que el tratado Herrán·Hay se redactó
sobre la Ley Spooner, y en el punto fundamental del control la
fórmula precisa de ese tratado fue, como acabamos de verlo,
la misma exactamente propuesta por el doctor Concha.
Respecto de la perpetuidad de la concesión, otro punto esen-
cial de la Ley Spooner, la letra y el espíritu de ella está en
conformidad con el Memorándum del doctor Concha y con el
tratado Herrán-Hay.
Memorándum del doctor Concha, artículo 111: "Esta concesión
durará por el término de cien años prorrogables a la opción de
los Estados Unidos por períodos de la misma duración."
Tratado Herrán-Hay, artículo 111: "Hace la concesión por el
término de cien años prorrogables a la exclusiva y absoluta op-
ción de los Estados Unidos, períodos de igual duración."
Votado el Bill Spooncr, nuestro Ministro comunicó la urgencia
que había de resolver de una manera definitiva el asunto. En 27
de junio decía en nota oficial: "Hoy mismo pasa a la sanción
del Presidente de la República el proyecto, y mañana tendrá el
carácter de ley. Ha llegado, pues, el momento de que se resuelva
de una manera definitiva la ardua cuestión de tan magna tras·
cendencia para Colombia, sin que por parte de su Gobierno
pueda oponerse dilación de ningún género." Y en 11 de julio:
"Con fecha 21 de abril el Secretario de Estado manifestó a la
legación que estaba dispuesto a firmar en forma de tratado el
Memorándum presentado por ella, mediante el cumplimiento
previo de las condiciones expresadas en la misma nota, cuales
son la autorización del Congreso de los Estados Unidos y la
comprobación de la legalidad del título de la Compañía Nueva
del Canal de Panamá. La primera de esas condiciones se ha
cumplido, y respecto de la segunda, estudia actualmente el asun·
to el Procurador General."
Aunque surgieron algunas discusiones en desarrollo del M e-
morándum presentado al Secretario de Estado por nuestro Mi-
nistro, acaso juzgaba éste que pronto llegaría a un acuerdo.
puesto que en 25 de julio decía: "Aunque tengo credenciales
de ese Ministerio, suficientes para celebrar cualquier tratado, es
necesario· que se me remita a la mayor brevedad una credencial
especial para la celebración del tratado del canal llegado el caso,
conforme a la práctica establecida.. Dicho documento deberá ser
enviado a· la oficina postal de Barranquilla con un mensajero
especial, para evitar una demora que podría ocasionar graves
perjuicios. "
En el punto a que habían llegado las negociaciones entre la
legación de Colombia y el Departamento de Estado en Washing-
ton, no se podía retroceder sin engendrar acaso nuevos con·
flictos y complicaciones. Así las cosas, y procurando en lo po-
sible no tomar por sí mismo la resolución de aquel asunto,
dejando su consideración a la representación nacional que me
proponía convocar con ese determinado objeto en cuanto se
restableciera el orden público, se le comunicó al Ministro en
Washington lo siguiente, en 13 de agosto:
"Debiendo quedar éste (el tratado) sometido a la aprobación
del Congreso de Colombia, Usía procurará dejar en él claramente
establecido que no se trata aquí de una simple formalidad, y
que nuestra representación nacional tiene pleno derecho para
aceptar o no el pacto en el todo y en cada una de sus partes.
y que puede, en consecuencia, introducir en él cuantas modifi-
caciones estime convenientes.
"Tanto más necesaria es esta salvedad, cuanto que Usía no
podrá suscribir el tratado, ni se le autoriza para hacerlo, sino
ad re/erendum, con el fin de que no se entienda o pretenda más
tarde que al Congreso de los Estados Unidos se le da cuenta de

300
él en forma definitiva; y será preciso, además, que se acuerde
que podremos disponer del tiempo suficiente para la instalación
del Congreso colombiano, la cual no podrá verificarse sino des-
pués de la completa pacificación del país, y de las elecciones
para miembros de esa corporación."
En 9 de septiembre se le enviaron al Ministro instrucciones
especiales sobre varios puntos, y en lo relativo al control se le
dice lo siguiente:
"Concediéndose por el artículo IV a los Estados Unidos el
uso perpetuo de la zona del canal, parece que deberá suprimirse
la palabra dominio, que implica la enajenación del suelo y no se
aviene con los derechos de soberanía que se reserva Colombia."
Como además de las instrucciones del Ministerio se le envia-
ran a nuestro representante en Washington algunos conceptos
sobre la misma importante materia, de personas consultadas por
el Gobierno, manifestaba el doctor Concha la grave dificultad
en que ya se hallaba para retroceder en el compromiso, y se
expresaba en los siguientes términos, el 3 de octubre de aquel
año:
"Sin que el suscrito pretenda descargarse de las responsabili-
dades que legal y moralmente le incumban, debe repetir que su
labor se ha reducido a mitigar o retirar las condiciones del
proyecto de Memorándum del señor Martínez Silva, discutido
desde el año anterior con los comisionados del Gobierno de los
Estados Unidos, Memorándum, que aun sin haber sido presen-
tado oficialmente. se reputaba, por el citado Gobierno. como
terreno adquirido por él en la negociación."

301
EPISODIOS DE LA GUERRA CIVIL EN EL
ISTMO DE PANAMA

Debo ahora llamar la atención hacia un asunto relacionado


más con la guerra interior, generadora de toda clase de difi-
cultades y complicaciones, que con la gestión diplomática del
tratado.
Triunfante en Aguadulce el ejército revolucionario, se lan-
zaba sobre todo el territorio del istmo, invadía la línea del
ferrocarril y amenazaba de la manera más seria a Colón y Pa-
namá. Las fuerzas con que contaba el Gobierno para hacer
frente a la revolución estaban reducidísimas, particularmente
por causa de las enfermedades. Las negociaciones mismas que
se adelantaban, el funesto espectáculo que se estaba dando a la
faz del mundo, la necesidad suprema de terminar cuanto antes
la guerra, que ya desaparecía en el interior de la República,
obligaron a mi Gobierno a tomar una resolución extrema, cual
fue la de apelar al americano, por medio de su MinistiO en
Bogotá y de la legación en Washington, para que fuerzas ame-
ricanas restablecieran la libertad del tráfico del ferrocarril de
Panamá. No era nuevo este procedimiento, y aunque sobre-
manera penoso, no había producido hasta entonces los resul-
tados que podía temer el patriotismo colombiano.
Con esta resolución se aunaba el rápido envío del prudente
y valeroso General Perdomo, que, como Ministro de Gobierno,
con facultades presidenciales, marchó al istmo con un numeroso
ejército para combatir a la revolución y cubrir la línea del ferro-
carril, garantizar el tráfico y demostrar a las naciones, que
tenían los oíos fijos en Panamá, que Colombia era capaz de
volver al reinado de la normalidad y el orden.
Si en otras ocasiones había sido íustificada aquella medida.
en ésta lo estaba mucho más, porque la preponderancia o el
triunfo de la revolución en Panamá, además de poner al Go-
bierno en el más grave peligro y de alejar la hora de la anhelada

303
paz, engendraba amenazas para la integridad nacional y amen·
guaba las ventajas que la República pudiera obtener en la nego·
ciación sobre el Canal de Panamá.
Además de los conceptos a este respecto emitidos, tanto por
el doctor Martínez como por el doctor Concha, sobre las com-
plicaciones que presentaba la guerra en Panamá para el buen
éxito de las negociaciones, conceptos ya transcritos, inserto
ahora otro del doctor Concha referente al mismo asunto, que
me exponía en carta particular de 21 de mayo: "Es mi deber
hacerle presente a usted que aquí han trabajado los revolucio·
narios con grande empeño en inclinar a los Estados Unidos hacia
su causa, y que, si el Gobierno colombiano no procede hoy con
mucho tacto, se perderán en una hora los sacrificios de dos años."
Además, es sabido que jefes autorizados de la revolución
prometían tratar con el Gobierno americano la apertura del
Canal de Panamá, caso de triunfo, estableciendo de esta manera
ruinosa competencia para la nación misma.
El supremo director de la guerra, General G. Vargas Santos
y su Jefe de Estado Mayor, doctor Foción Soto, declaraban por
la prensa, en Washington: "Si el resultado final de la presente
guerra favorece las armas liberales, nosotros tomaremos, sin
duda, posesión de esas propiedades (las de la Compañía) en
1904, y las vendemos a los Estados Unidos."
El llamamiento de fuerzas americanas al istmo en cumpli-
miento del tratado de 1846 se había verificado ya durante la
revolución en circunstancias idénticas a las que me ocupan;
produjo los resultados que se deseaban, sin menoscabo de la
soberanía, y mereció la completa aorobación del antecesor del
doctor Concha en la legación de Washington.
Cito este concepto con preferencia a otros muchos, por
juzgarlo el más pertinente:
HA mi llegada a Washington --decía el doctor Mariínez Silva
en nota de 6 de diciembre de 1901- encontré ya muy desoejada
la situación del istmo con la derrota de los rebeldes y la ulterior
rendición de Colón. Todavía no conocemos bien los pormenores
de lo ocurrido allí; pero de lo publicado por los diarios de los
Estados Unidos y por los informes obtenidos en el Departamento
de Estado, se viene en conocimiento de que el Gobierno de
los Estados Unidos prestó un auxilio muy eficaz y oportuno
para restablecer el orden en la zona del ferrocarril y contribuír
a la capitulación de Colón.

304
"No estará por demás hacer saber a vuestra señoría que en
los momentos de mayor angustia y cuando la ciudad de Panamá
parecía en riesgo inminente de ser atacada y quizá tomada por
los rebeldes, el señor Aristides Arjona, quien obrara allí como
autoridad superior, en ausencia del Gobernador, se dirigió a
esta legación instando con urgencia para que se obtuviera del
Gobierno de los Estados Unidos el desembarque de tropas suyas
en el istmo para hacer efectiva la neutralidad de la vía y man-
tener el libre tráfico por el ferrocarril. El señor Tomás Rerrán,
encargado de negocios durante mi ausencia, hizo las gestiones
del caso y obtuvo 10 que con tanta urgencia se pedía por la
Gobernación de Panamá. Parece ser, sin embargo, que allí se
han despertado después susceptibilidades y recelos; pero el hecho
es quc tan pronto como el orden quedó restablecido, los marinos
americanos se han retirado a sus respectivos buques de guerra,
sin ha(;er exigencia alguna indebida ni comprometer en nada
la soh"ranía de Colombia."
Dados tales antecedentes, y como surgieran idénticos peligros
en 1902. se dirigió al doctor Concha el siguiente despacho
por cable:

"Bogotá. 20 de septiembre de 1902.


"Ministro Colombia, Washington.
"El Ministro de Gobierno Perdomo sigue rápidamente a Pa-
namá como General en Jefe. Remos enviado 5.000 hombres.
Enviaremos aun 10.000 si necesítanse. Interior país totalmente
tranquilo. momento exigir Gobierno Estados Unidos de Amé-
rica ejecución convención año 46 asegurar tránsito Panamá
Colón.
Marroquín, Paul."

El siguiente despacho cablegráfico precisaba el alcance del


anterior:

"Bogotá, 22 de noviembre de 1902.


"Ministro Colombia, Washington.
"Ignoramos la forma de intervenci6n del Gobierno de los
Estados Unidos de América. Exigimos solamente la ejecución
del artículo 35 del tratado de 1846, como se ha hecho ya en
circunstancias análogas.
Marroquín, Paul."

305 ,
Dos días después me dirigía el Gobernador de Panamá el
siguiente cable:
"Americanos desembarcaron tropa ciudad Panamá. Concha
díceme proteste, apele fuerza llegado caso impedirlo."
Al día siguiente dirigí en contestación el siguiente despacho
al Gobernador, firmado por mí y los Ministros de Relaciones
Exteriores y de Guerra:
"Pidióse hoy Ministro Hart reembarco tropa americana. El
cableó pidiéndolo a su Gobierno. Reiteramos orden evitar co-
lisiones."
En la misma fecha, para evitar las temidas colisiones y el
peligro incalculable que ellas encerraban y para unificar la
acción del Gobierno y radicar la dirección de este asunto en
Bogotá, se puso al doctor Concha el cable que a continuación
se inserta:
"Bogotá, 25 de septiembre.
"Ministro Colombia,Washington.
"Absténgase usted tratar negocio intervención americana en
Panamá. El Ministro de Relaciones Exteriores lo trata aquí."
No tengo para qué recordar que, en cuanto el General Per-
domo llegó a Panamá, hizo desaparecer la anarquía y ocupó
con sus fuerzas la línea del ferrocarril; las fuerzas americanas
evacuaron el·. territorio del istmo.
No obstante, nuestro Ministro en Washington juzgó que el
incidente del desembarco de fuerzas americanas en el istmo
falseaba el espíritu del artículo 35 del tratado de 1846 y le
daba un alcance imprevisto y peligrosísimoal servir esa cláusula
de base al proyecto del tratado. He aquí sus palabras en 3 de
octubre de 1902:
"Los últimos acontecimientos cumplidos en Panamá con la
intervención armada de los Estados Unidos modifican por su
base la negociación inidada. El jefe de las fuerzas americanas
ha asumido de hecho la autoridad superior en la región del
istmo que no está en poder de los rebeldes; las tropas colombia-
nas son desarmadas por las de los Estados Unidos; sus indivi-
duos viajan custodiados por éstas; al mismo Gobernador se da
escolta como a Jedive; el comandante americano notifica en
igual forma a los empleados del Gobierno y a los rebeldes, qué
permitirá y qué no permitirá hacer en la región que ocupa; y, por
último, al Ministro de la República en Washington, cuando anun-
cia que ha pedido los informes necesarios para formular la

306
protesta que el Derecho Internacional y la más elemental dig-
nidad nacional ordenan, se le impone perentoriamente silencio
por el Jefe del Poder Ejecutivo en Colombia y por su Ministerio
de Relaciones Exteriores."
Con el fin de hacer la debida distinción entre un incidente
de la guerra en Panamá, y las gestiones diplomáticas en Was-
hington, se le dirigió al Ministro el siguiente despacho:
"Continúe usted negociación Canal de Panamá. Esta es la
mejor ocasión para fijar la interpretación del tratado del 46
sobre ocupación temporal, como usted la ha propuesto en el
artículo 23 del Memorándum. Indicación de que usted se abs-
tenga no tiene ninguna relación con la negociación del canal.
Si usted se descorazona todo es perdido."
Se dirigió este cable el 30 de octubre, y el 31 de ese mismo
mes se le transmitió este otro:
"Ninguna discusión con el Ministro de los Estados Unidos
en Bogotá. Haga usted abstracción asunto Almirante. Continúe
usted negociación Canal de Panamá.
Marroquín, Paul."

El 14 de noviembre comunicaba el Ministro:


"Hoy tengo noticia extraoficial, pero de fuente digna de cré-
dito, que se harán retirar del istmo las fuerzas americanas, en
virtud de haberse modificado por completo la situación allí y
de no existir amenaza alguna sobre la línea, como tuve el
honor de informarlo por cable a su señoría hace algunos días."
Estaba pues cumplido lo estipulado en el artículo 35 del
tratado de t 846. a que se referían los cables de septiembre.

307
ULTIMAS GESTIONES DEL DOCTOR CONCHA

El Memorándum propuesto por la legación en Washington y


aceptado por el Departamento de Estado no podía servir de
texto completo de un pacto internacional, porque él requería
discriminaciones y aclaraciones; porque algunos principios ge-
nerales sentados necesitaban desarrollo, y porque había puntos
enunciados que habían quedado sin resolverse; entre los últimos
el más importante era la cuantía de la indemnización que había
de recibir Colombia por sus concesiones y el modo y forma en
que el pago debiera .efectuarse. .
Ya en conferencias entre MI. Hay y el doctor Concha, ya
en notas confidenciales, ya en proyectos y contraproyectos Pre:-
sentados por ambas partes, se adelantaba la negociación para que
se ultimara hasta llegar a la definitiva redacción del tratado.
El 11 de noviembre presentó nuestro Ministro en Washington
una minuta al Departamento de Estado, que versaba sobre los
puntos siguientes:
"Baldíos. Constitución de un apoderado de la Compañía del
Canal en Bogotá para tratar la transmisión de sus derechos al
Gobierno de los Estados Unidos. Sustitución del término a per;.
petuidad, por el que aparece en el respectivo Memorándum;
Navegación del río Chagres. Faros, indemnizaciones pecuniarias.
Artículo nuevo y adicional respecto del modo de resolver las
dudas que suscite la inteligencia del tratado."
El 18 de noviembre remitió el Departamento de Estado su
contraproyecto a la legación de Colombia, a que acompañ6 una
nota, cuya transcripción es necesaria:
"Departamento de Estado. Washington, noviembre 18 de 1902.
"Señor: tuve el honor de recibir el 11 del presente vuestra
atenta carta y ;'lfemorándum, en el cual están contenidas todas
las modificaciones ~:ropuestas por vuestro Gobierno al proyecto
de tratado que tuve el gusto de entregaros hace cuatro meses.
"Es tan urgente apresurar una finalizaci6n, que me permitir~
tratar inmediatamente· cada una de las modificaciones por pri-

309
mera vez presentadas por vuestra excelencia ahora, sin contestar
en esta ocasión las cuestiones referentes al tratado de 1846 (si
es que tales cuestiones existen). Confío que el conjunto del nuevo
tratado completará y establecerá todas las relaciones de nues-
tros dos países en esta gran empresa.
"El presidente ha considerado con mucha atención si puede
admitir la enmienda que consideráis tan importante para vuestro
P<iís (l¡l sustitución del primitivo artículo 23 al último artículo 23."
Deseoso de manifestar de una manera indudable la buena vo-
luntad de esta nación para con Colombia, el Presidente me
autoriza para decir que, si todas las demás estipulaciones se
aceptan a satisfacción de los Estados Unidos, consentirá él en la
sustitución del artículo 23 del primer instrumento al mismo
artículo del de 18 de junio de 1902; pero de otra manera esa
aquiescencia no tendrá lugar.
"Además os remito adjunto un Memorándum en que contesto
p<>rmenorizadamente a las diversas modificaciones que proponéis.
y también una copia en limpio del tratado que se redacta en
conformidad con dicho Memorándum y esta nota.
"Respetuosamente me permito sugerir que vuestro Gobierno
no demore más indicar cual de las alternativas del artículo 25
eHgepara incorporarla al tratado.
"Servíos aceptar, señor Ministro, de nuevo las seguridades de
mi alta consideración.
lohn Hay."

EI,19 de noviembre dirigió el señor Ministro Concha la co-


municación telegráfica que va en seguida, motivada por la nota
que antecede:
"Exteriores. Bogotá.
"El Departamento de Estado en Washington contestóme asunto
Canal de Panamá forma ultimátum. Artículo 23 primitivo Me-
morándum, Niega aumentar sumas indemnización, sostiene cam-
bio contra Memorándum 18 julio. No admite que la Compañía
del Canal celebre arreglo previo con el Gobierno de Colombia,
sino pretende tratado constituya permiso para cesión derechos
al Gobierno de los Estados Unidos sin otras condiciones. Niega

3) Empleo de fuerza annada por los Estados Unidos para la seguridad


o protección del canal. Asunto que habla cobrado importancia singular
por el incidente de Panamá, y en el cual el doctor Concha manifestaba
interéS decisivo.

310
devolución baldíos Colombia, no acepta señalar término con-
clusión. Puede no hacerse jamás sin que Colombia recupere
derechos. Yo creo que inadmisible tratado esa manera. Con tes-
tarélo así obedeciendo instrucciones recibidas antes. Comuni-
cación el Departamento de Estado en Washington no puede
admitir nueva objeción. Avíseme recibo de este cable."
El mismo día puso este otro:
"Me refiero a su calograma del 14 recibido hoy. Yo no
puedo en conciencia convenir en un tratado propuesto última-
mente por el Departamento de Estado en Washington, porque
sacrificaría a Colombia sin la excusa siquiera de una ventaja
pecuniaria; porque recibiría menos de 10 que recibe hoy sola-
mente por el ferrocarril. Tan pronto como regrese el Secretario
ausente, dentro de seis dlas, encargarélo de la legación. Mi
resolución inquebrantable."
Algunos días después esta resolución se había alterado en
el ánimo del señor Ministro y determinaba continuar en la le-
gación. a pesar del ultimátum del Secretario Hay.
El 12 de diciembre se me dirigió el siguiente cable:
"Nueva York, 12.
"Vicepresidente. Bogotá.
"Sigo con Concha: él conviene en reanudar negociación
Canal de Panamá.
González Valencia."

311
SE ENCARGA A DON TOMAS HERRAN

En esta fecha, habiendo llegado a Bogotá los dos del doctor


Concha que dejo transcritos, había recibido la legación el señor
Tomás Herrán, como encargado de negocios mi interim. En tal
carácter se dirigieron al señor Herrán las comunicaciones tele-
gráficas que van en seguida, fechas 11, 26 Y 31 de diciembre:
"Como encargado de negocios es usted Ministro Diplomá-
tico. El Gobierno de Colombia le confiere plenos poderes para
adelantar negociación Canal de Panamá. Haga lo posible por
obtener diez millones dólares de contado y seiscientos mil renta
anual, y todas las ventajas posibles de acuerdo con instrucciones
anteriores. Exija declaración por escrito de que el Gobierno de
los Estados Unidos no mejora propuesta si este fuere el caso, y
firme tratado con cláusula indispensable de que éste queda
sometido a lo que determine el Congreso de Colombia. El
próximo correo llevará ratificación poderes. Córdoba continúe
legación."
"Ininteligible su calograma de 19. Si usted no ha firmado,
continúe negociación de acuerdo, hasta donde sea posible, con
las observacioncs de Concha en su nota al Departamento de
Estado en Washington del 22 de noviembre. Insista sobre diez
millones de contado y seiscientos mil anualmente. Congreso
reuniráse después del mes de marzo."
"De acuerdo con sus últimos cables esperamos con impacicn-
cia ultimátum anunciado, para resolver si usted debe firmar."
Dado el estado en que ya se encontraban los asuntos, des-
pués de año y medio de negociaciones, las continuaba el señor
Herrán estrechado por grandes dificultades. En 8 de enero
de 1903 nuestro Ministro en Washington, después de manifestar
que había la posibilidad o el peligro de que aquel Gobierno
"en cumplimiento de lo dispuesto por la Ley Spooner proce-
diese a negociar con Nicaragua", decía lo siguiente: "El Presi-
dentc se manifiesta resuelto a dejar terminadas las negociaciones

313
sobre la construcción de un canal interoceánico, bien sea por
Panamá, o bien sea por Nicaragua, ames del 4 de marzo, fecha
en que el actual Congreso clausurará sus sesiones; es decidido
partidario de la vía de Panamá, pero no rechaza la de Nicaragua.
y probablemente la adoptará en el caso de no llegar a un adve-
nimiento que le satistaga con Colombia."
Ahora, con el objeto de poner de manifiesto que no se nego-
ciaba con la libertad requerida en tales casos, que este asunto
del canal había creado intereses, despertado codicias y levantado
en torno suyo como una ola invasora que nos estrechaba y en-
volvía, traeré a memoria el recuerdo de tales peligros presenta-
dos antes por quienes debían informar de ellos, y llamaré la
atención a las siguientes líneas:
"Otra alternativa que se nos presenta -continúa el señor
Herrán- es la adopción del alevoso proyecto del Senador Cu-
110m, la expropiación de la codiciada zona en Panamá invocando
para ello utilidad pública universal, y ofreciendo pagar a
Colombia el valor del territorio así usurpado, mediante avalúo
de peritos. Muy improbable me parece esta contingencia, pero
no me a.trevería a calificarla de absolutamente imposible.
"En la lucha desigual que trato de sostener, tengo embarazos
adicionales que mis predecesores no tenían... en semejantes
circunstancias. .. bien difícil es que obtenga yo lo que no
estuvo al alcance de mis distinguidos y bien equipados pre-
decesores.
"Hago, sin embargo, cuantos esfuerzos están a mi alcance
para satisfacer los deseos del Gobierno, y debo agregar mis pro-
pias vehementes aspiraciones; pero en medio de tantas y tan
graves dificultades como las que me rodean, muy problemático
me parece el éxito fina!."
De aquÍ se telegrafiaba ellO de enero:
"He recibido su calograma del 3. Suponemos que han sido
admitidas últimas condiciones de Concha José Vicente. Trabaje
usted por obtener mayores ventajas pecuniarias y por reducir
el tiempo de comenzar a percibir renta. Si esto no es posible,
y usted ve que se puede perder todo por el retardo, firme el
tratado.
Marroquín, Paul.'·

La disyuntiva para el Gobierno, como se ve, se presentaba


ya con siniestra nitidez: o se ordenaba firmar un tratado en que

314
se menoscababa la soberanía de la República, condici6n indis-
dispensable para la existencia de ese tratado, o se ordenaba la
suspensión de las negociaciones, o mejor dicho, que éstas se
rompieran, lo que podía aparejar para la nación menoscabo de
soberanía infinitamente mayor que el que encerraba el trata-
do mismo.
Había otro factor poderoso, otra fuerza subterránea no seña-
lada por nuestros Ministros y que habían de agitarse en la
sombra: la Compañía Nueva del Canal, que se había constituído
no para terminar la obra sino para especular con los despojos
de la empresa del Gran Francés. Esa compañía de especulado-
res no se resolvía fácilmente a dejar ir de entre las manos los
doscientos millones de francos que iban a recibir si se firmaba
y aprobaba el tratado. El silencio de la compañía, su resistencia
para dar instrucciones a su gente en Bogotá, la indiferencia con
que parecía ver el asunto, eran pruebas inequívocas de que
ellos no omitirían medio, aun cuando hubieran de gastar sumas
enormes, para que el Gobierno americano abriera el Canal de
Panamá:~
El Gobierno americano urgía y urgía; Mr. Hay decía al doctor
Herrán en 16 de enero, en nota confidencial: "Querido doctor
Herrán, pienso que debo decir a usted que he manifestado a
nuestro Ministro en Bogotá, por telegrama de hoy, que si el
Gobierno colombiano persiste en su presente actitud, hará im-
posibles ulteriores negociaciones."
El 22 de enero, en nota oficial, comunicaba nuestro Ministro:
"Me manifest6 el Secretario de Estado que el proyecto de
tratado que había presentado el 18 de noviembre era el resultado
de las discusiones que se habían sostenido durante año y medio,
que contenía cuantas concesiones podía hacer a Colombia el
Gobierno de los Estados Unidos, que tenía el carácter de ulti·
mátum, y que por eso se había abstenido de continuar la discu-
si6n provocada por el doctor Concha con su respuesta del 22
de noviembre.
"Fueron infructuosos los esfuerzos que hice para discutir de
nuevo algunas de las estipulaciones que contiene el proyecto

-4) La intervención de agentes de la Compafiia Nueva en Panamá


para atizar el sentimiento separatista ha quedado probada con publi-
caciones que se han hecho últimamente en Francia. El mismo instigador
se ufana de ello, y el Gobierno francés, que fue de los primeros en
reconocer la República de Panamá, le ha dado una condecoraci6nre-
cientemente.

315
de tratado; pero como las estipulaciones de carácter pecuniario
tienen en el proyecto forma de alternativa, pude introducir la
discusión sobre ellas, y esta discusión se sostuvo en varias con-
ferencias. " Me hizo el señor Hay la propuesta que comuniqué
a su señoría por cable de 3 de enero: pago inicial de diez millo-
nes y renta de cien mil dólares que ha de empezar nueve
años después.
"Como tampoco acepté estas condiciones, de nuevo se para-
lizaron las negociaciones, y la situación vino a ser en extremo
crítica, como lo demuestra la esquela del Secretario de Estado
que acompaño en copia con mi evasiva contestación.
"Entre tanto he estado gestionando esta cuestión con algunos
senadores y valiéndome de un buen conducto con el Presiden-
te mismo.
"He puesto en claro que de Bogotá se ha informado a este
Gobierno que tengo orden de firmar el ultimátum con las con-
diciones ofrecidas; pero he hecho saber al Presidente que aunque
para ello Se me autorice, no aceptaré la anualidad de cien mil
dólares.
"Entiendo que de hoy a mañana se me presentará formal
ultimátum con la anualidad duplicada o algo más. Si así suce-
diere la aceptaré en' cumplimiento de la orden contenida en el
calograma de su señoría del 10 de este mes. No aguardo una
propuesta que satisfaga; pero sí creo que la que se me haga
será la definitiva, y si la rechazo, irrevocablemente perderá
Colombia la oportunidad, que aún está a su alcance, de que se
excave un canal interoceánico por su territorio. Además, mi
aceptación se dará en conformidad con las órdenes e instruc-
ciones que su· señoría me ha comunicado. De todos modos, Jo
que yo haga no tendrá el carácter de definitivo, y en manos de
nU'2'stro Congreso estará aceptar o rechazar lo que yo haga."
Al siguiente día 23. y en consecuencia de lo manifestado por
el señor Herrán en la nota que acabo de transcribir, firmó el
tratado, según lo anuncia el siguiente despacho por cable:
"Washington. 23. Buenaventura, 24 enero de 1903.
"Exteriores: '
"Tratado firmado hoy aceptando ultimátum diez millones y
doscientos cincuenta mil dólares renta.
Herrán."
Así lo comunicaba nuestro Ministro en Washington en la
nota que íntegra inserto:

316
"En la tarde del día 22 del presente mes, después de haber
despachado la nota que con esa misma fecha dirigí a su señoría,
recibí el ultimátum que en copia acompaño.
"Esa misma tarde tuve una entrevista con el Secretario de
Estado, en su casa particular, y allí firmé el tratado aceptando
las últimas condiciones definitivas propuestas por él.
"Este asunto ya no admitía otro emplazamiento, y tuve que
tomar uno de los dos caminos que se me presentaban: ° aceptar
un tratado que no satisfacía, o abandonar toda esperanza de que
por territorio colombiano se abriera el canal interoceánico. Apo-
yándome en las órdenes categóricas que su señoría me ha comu-
nicado y reiterado sobre la aceptación del ultimátum en un
caso como en el que se presentó, me decidí por la primera
alternativa.
"Corresponde ahora al Congreso de Colombia dar resolución
definitiva a este grave asunto, pues sin su aceptación ningún
valor tiene el tratado celebrado, y en completa libertad queda
el Congreso para aprobarlo o para rechazarlo.
"A las muchas dificultades que me han rodeado en el curso
de estas arduas negociaciones, se agregaron embarazos adicio-
nales provenientes de recientes calogramas del Ministerio ame-
ricano en Bogotá y del agente de la Compañía del Canal. Ambos
aseguraban y reiteraban que me había ordenado el Gobierno de
Colombia que aceptara el ultimátum que se me presentara, aun·
que no se aumentara la anualidad de $ 100.000.
"Esto me comunicó el Secretario de Estado: le contesté que
no eran fidedignos los datos que le habían transmitido, y agregué
que persistiría en mi resolución de rechazar tan exigua anuali·
dad. Esta contestación dio por resultado el ultimátum que
acompaño, en el cual la anualidad se eleva a $ 250.000. Por
las razones que ya he apuntado, acepté esta final propuesta,
aunque no le di mi aprobación.
"Acompaño ejemplares originales de las versiones castellana
e inglesa del tratado, y una copia impresa de la inglesa.
"Tengo el honor de suscribirme de su señoría, atento y ob-
secuente servidor.
Tomás Herrán."

317
CONSIDERACIONES SOBRE EL TRATADO
HERRAN-HAY

Una vez que se ha hecho esta larga relación de los sucesos


y que se está en posesión de gran número de los documentos
necesarios para seguir paso a paso la historia de la negociación,
considero conveniente presentar todos los antecedentes del Tra-
tado Rerrán-Hay, y entrar a estudiar en éste los puntos fun-
damentales de derecho, por los cuales mereció la censura del
Senado en sus sesiones de 1903.5 A la luz de las observacio-
nes presentadas por la mayoría de la Comisión del Senado;· se
ve con claridad que tales bases fundamentales del Tratado están
en armonía con la labor de los antecesores del señor Herrán en
la Legación en Washington.
La primera objeción presentada por la Comisión del Senado
se funda en la necesidad de que al Tratado precediera un arreglo
entre el Gobierno de Colombia y las Compañías del Canal y del
Ferrocarril. Ahora bien: según el Memorándum del señor Mar-
tínez Silva, "el Gobierno declara que autorizará a la Compañía

5) Por motivo de la guerra civil de 1899 a 1902, en dicho perfodo no


se reunió el Congreso. Al instalarse éste el 20 de junio de 1903, el
Vicepresidente de la República encargado del poder ejecutivo envió
el siguiente mensaj e:
............................................................................
El Ministro de Relaciones Exteriores os presentará el proyecto de
convenio propuesto por el Gobierno de los Estados Unidos de América,
os expondrá los antecedentes y dará las explicaciones que, en orden
al convenio sobre el canal, puedan parecer interesantes.
Creo inoficioso manifestaros que, una vez que he dejado recaer sobre
vosotros toda la responsabilidad que trae consigo la decisión sobre este
asunto, no pretendo hacer pesar mi opinión acerca de él. Siempre. que
he dado instrucciones a nuestros representantes en Washington, les he
ordenado que expresen terminantemente mi resolución de someter el
estudio y la decisión de este gravísimo asunto, en su esencia y en sus
detalles, al supremo Congreso.
Por fortuna, para tratar con el Gobierno de la Unión Americana
sobre el negocio del canal, los días presentes son más propicios que
aquellos en que, viéndonos anegados en un piélago de dificultades y
de peligros, no podíamos trabajar por nuestros intereses con serenidad
y desembarazo. Por otra parte, después de largos afios en q.uec esa· ·CUe3-

319
Nueva del Canal de Panamá para vender y traspasar todos sus
derechos, franquicias, propiedades y concesiones al Gobierno
de los Estados Unidos". Según el Memorándum del señor Con-
cha, "el Gobierno de Colombia autoriza a la Compañía Nueva
del Canal de Panamá para vender y traspasar a los Estados
Unidos sus derechos, privilegios, propiedades y concesiones. co-
mo también el ferrocarril de Panamá y todas las acciones o parte
de ellas en dicha Compañía". Por último, según el Tratado
Herrán-Hay, "el Gobierno de Colombia autoriza a la Compañía
Nueva del Canal de Panamá, para vender y traspasar a los Esta-
dos Unidos sus derechos, privilegios, propiedades y concesiones.
como también el ferrocarril de Panamá y todas las acciones o
parte de ellas en dicha Compañía".
En otro punto objetó el Senado de Colombia la fórmula de la
duración del Tratado, por considerarla "elástica, pero en puridad
de verdad fatalmente inexorable".
Memorándum Martínez Silva:
"Por el término de cien años que puede prorrogarse a opción
absoluta de los Estados Unidos, por períodos iguales."
Memorándum Concha:
"Esta concesión durará por el término de cien años prorroga-
bles a la opción de los Estados Unidos por períodos de la misma
duración."
Tratado Herrán - Hay:
"Los Estados Unidos tendrán derecho exclusivo durante el
término de cien años prorrogables a la exclusiva y absoluta op-

tión se había estado tratando de un modo vago y sin precisar condi-


ciones, hoy se nos presenta de manera que la discusión sobre ella no
puede dejar de llevarnos a resultados y conclusiones prácticos y posi-
tivos. Ha sido indisputable triunfo diplomático nuestro el que el Senado
y el Gobierno norteamericanos declaren, no obstante los ingentes es-
fuerzos hechos en contrario, la superioridad de la via colombiana.
Corno 10 tengo expuesto a vosotros y a todos mis conciudadanos, atri-
buyO a la intervención de la Providencia Divina la feliz terminación
de la última guerra; a ella atribuyo igualmente el que hayan podido
empezar a remediarse los infinitos males de que esa misma guerra fue
origen; y de ella espero para vosotros el honor de que vuestros nom-
bres vengan a figurar en nuestra historia como los de los legisladores
que, en la época de mayor abatimiento y de mayor atraso, han acer-
tado a procurarle a Colombia, ya que no la inmediata posesión, si la
segura esperanza de los bienes que para ella sofiaran sus fundadores.
Honorables Senadores y Representantes.
,José Manuel Marroquín.
Bogotá, junio 20 de 1903.

320
clOn de los Estados Unidos, por períodos de igual duración,
mientras así lo deseen, para excavar, etc."
La Comisión del Senado objetó "la manera como está redac-
tado el artículo VII, porque en ella hay redundancia y vaguedad
inconvenientes, si no es que se ha querido formular esa parte con
una ambigüedad y amplitud excesivas que no suenan bien tra-
tándose de establecer las facilidades para la realización de una
obra bien determinada y precisa en sí misma".
Memorándum Martínez Silva:
"La República de Colombia incluye en la precedente conces\on
el derecho sin obstáculo, costo o impedimento alguno a la libre
navegación y uso de las aguas del río Chagres y otras corrientes,
lagos y lagunas, y de todas las vías fluviales naturales o artifi-
ciales dentro de la jurisdicción y dominio de la República en
el Departamento de Panamá que puedan ser necesarias o con-
venientes para la construcción, conservación y manejo del canal
y de sus obras auxiliares."
Memorándum Concha:
"La República de Colombia incluye en la precedente concesión
el derecho sin obstáculo, costo o impedimento alguno a la libre
navegación y uso de las aguas del río Chagres y otras corrientes,
lagos y lagunas, y de todas las vías fluviales naturales o artifi-
ciales dentro de la jurisdicción y dominio de la República en
el Departamento de Panamá, que puedan ser necesarias o con-
venientes para la construcción, conservación y manejo del canal
y de sus obras auxiliares."
Tratado Herrán-Hay:
"La República de Colombia incluye en la precedente conce-
sión el derecho sin obstáculo, costo o impedimento, a la direc-
ción, consumo y utilización general de las agulls del río Cha-
gres y otras corrientes, lagos y lagunas de todas las aguas no
navegables, ya sean naturales o artificiales, para aprovecharlas
de la manera que hallen necesario los Estados Unidos para el
disfrute de las concesiones y derechos que este tratado les con-
cede; como también a la navegación de todos los ríos, corrientes.
lagos y otras vías fluviales que, en el Departamento de Panamá,
bajo la jurisdicción y dentro del dominio de la República de
Colombia, situados dentro o fuera de la zona mencionada, pue-
dan ser necesarios o convenientes para la construcción, con-

321
servaClOn y explotación del canal principal y de sus auxiliares
u otras obras."
La restricción VI de la Comisión del Senado co!ombiano "se
refiere a puntos delicados por excelencia y que son los que más
detuvieron la consideración de la comisión", y pide la total
supresión del artículo por contrario al artículo X de la Consti-
tución y por imponer a nuestro país "un sacrificio de decoro
inaceptable para nosotros, dada la actual legislación d~ la Re-
pública".
Memorándum Martínez Silva (artículo XII):
"El Gobierno de los Estados Unidos tendrá el derecho de
mantener, en la referida Zona del Canal, la fuerza de policía
que sea necesaria para protegerlo y darle seguridad, así como
para conservar el orden y la disciplina entre los trabajadores y
las demás personas que afluyan a la mencionada localidad por
razón de los trabajos de la empresa, y para impedir qL:e de allí
se perturben la paz y el orden en el territorio adyacente. Los
dos Gobiernos de Colombia y de los Estados Unidos acordarán
Jos reglamentos necesarios y especiales, sanitarios y de policía.
que habrán de ponerse en vigencia en dicha zona para los fines
indicados, así como para la captura y entrega de los criminales
a las autoridades respectivas; y los empleados o agentes de
policía del Gobierno de los Estados Unidos conocerán, por de-
legación del Gobierno de Colombia, de las contravenciones a
dichos reglamentos, y harán eficaces las resoluciones que para
Jales casos se dicten, aplicando las penas correspondientes; pero
en todos aquellos casos en que sean parte ciudadanos colombia-
nos, éstos tendrán derecho de apelar ante la comisión mixta de
que trata el artículo In.
"Artículo XIII. De conformidad con la última parte del pre-
cedente artículo, y en los mismos términos, se dictarán regla-
mentos y procedimientos especiales y se nombrarán empleados
también especiales, por el Gobierno de los Estados Unidos, para
decidir sobre las controversias que se susciten respecto a los
contratos que se celebren, relativos a la construcción y manejo
del canal y de sus obras y dependencias, así como para el juz-
gamicnto y castigo de los delitos que se cometan dentro de la
dicha Zona del Canal; pero en todos aquellos casos que no se
refier:m a meras infracciones de policía. y en que se ventilen
intereses de personas o entidades colombianas, en causas civiles
o criminales, podrán interponerse por éstas el recurso de apela-
ción para ante el Tribunal Superior de Panamá. en la forma y

322
términos que se determinarán posteriormente por ambas partes
contratantes. "
Memorándum Concha (artículo XIII):
"El Gobierno de los Estados Unidos tendrá la autoridad ne-
cesaria en la referida Zona del Canal, para protegerlo y darle
seguridad, así como a los ferrocarriles y demás obras auxiliares,
y para conservar el orden y la disciplina entre los trabajadores
y personas que concurran a aquella región por motivo de los
trabajos de la empresa. Los dos Gobiernos, de Colombia y de
los Estados Unidos, acordarán los reglamentos necesarios para
los fines indicados, así como para la captura y entrega de los
criminales a las autoridades competentes.
"También se acordarán reglamentos especiales, en la forma
dicha, que establezcan las reglas y jurisdicción para decidir
sobre las controversias que se susciten respecto de los contratos
relativos a la construcción y manejo del canal y sus obras y
dependencias, así como para el juzgamiento y castigo de los
delitos que se cometan dentro de la dicha Zona del Canal."
Tratado Rerrán-Hay (artículo XIII):
"Los Estados Unidos tendrán autoridad para proteger y dar
seguridad del canal, así como a los ferrocarriles y demás obras
auxiliares y dependencias, y para conservar el orden y la disci-
plina entre los trabajadores y otras personas que concurran a
aquella región y dictar y hacer cumplir los reglamentos de po-
licía y de sanidad que se juzguen necesarios para la conservación
del orden y de la salud pública, así como para proteger de
interrupción o daños la navegación y el tráfico del canal, de
los ferrocarriles o de otras obras y dependencias.
"1. La República de Colombia podrá establecer tribunales
judiciales dentro de dicha zona, para decidir en conformidad
con sus leyes y procedimientos judiciales, las controversias que
en adelante se especificarán.
"Los tribunales así establecidos por la República de Colombia
tendrán exclusiva jurisdicción, dentro de dicha zona, de todas
las controversias que se susciten entre ciudadanos de la Re-
pública de Colombia y extranjeros que no sean ciudadanos de
los Estados Unidos.
"II. Salvo la soberanía general que ejerce Colombia en dicha
zona, los Estados Unidos podrán establecer en ella tribunales
judiciales que tendrán jurisdicción en ciertas controversias, que

323
en adelante se especificarán, y las cuales se determinarán de
acuerdo con las leyes y procedimientos judiciales de los Esta-
dos Unidos.
"El tribunal o los tribunales así establecidos por los Estados
Unidos, tendrán exclusiva jurisdicción en dicha zona de todas
las controversias que se susciten entre los ciudadanos de los
Estados Unidos y entre ciudadanos de éstos y los de otros
países, con excepción de los de la República de Colombia; así
como de toda controversia que de cualquier manera provenga
de la construcción, sostenimiento y explotación del canal, del
ferrocarril o de otras propiedades y obras.
"III. Colombia y los Estados Unidos, de común acuerdo.
establecerán y conservarán en dicha zona tribunales judiciales
que tengan jurisdicción civil, criminal y de almirantazgo, y que
se compondrán de juristas nombrados por los Gobiernos de
Colombia y de los Estados Unidos, de la manera que más tarde
acuerden los dos Gobiernos, y estos tribunales tendrániurisdic-
ción en las controverSias que en adelante se especificarán, y de
todos los delitos, crímenes y faltas que se cometan dentro de
la zona, y de todas las cuestiones de almirantazgo. en confor-
midad con las leyes y procedimientos que más tarde se acor-
darán y fijarán por los dos Gobiernos.
"Este tribunal judicial mixto tendrá exclusiva jurisdicción.
dentro de la dicha zona. de todas las controversias que se sus-
citen entre ciud'ldanos de Colombia y de los Estados Unidos. y
entre otros ciudadanos que no sean de Colombia ni de los Es-
tados Unidos; como también de los delitos, crímenes y faltas
que se cometan dentro de la dicha zona, y de todas las cuestio-
nes de almirantazgo que en ella se susciten.
"IV. En lo futuro, y de tiempo en tiempo, según lo exijan
las circunstancias, los dos Gobiernos acordarán y fijarán las
leyes y procedimientos que deben regir a dicho tribunal judicial
mixto, y que han de ser aplicables a todas las personas y cues-
tiones, baio la jurisdicción de este tribunal, y también crearán
los funcionarios y emnleados que en dicho tribunal se requieran.
y determinarán su autoridad y deberes; y además dictarán me-
didas adecuadas, de común acuerdo, para la persecución, cap-
tun, prisión, detención y entrega, dentro de la mencionada
zona. de las personas acusadas de la comisión de d•.•litos, críme-
nes o faltas fuera de la zona; y para la persecución, cantura.
Nisi6n. detención y entrega. fuera de la dicha zona, de las
pl"rwnas acusadas de la comisión de delitos, crímenes y faltas
dentro de la zona."

324
Este artículo, en armonía con los Memorándums anteriores.
desarrolló y completó en la práctica el principio sentado en ellos.
Graves objeciones se hicieron por el Senado respecto de la
autoridad y dominio (control) de los Estados Unidos en la zona
del istmo, punto de donde emanaban todas las restricciones a
la soberanía de Colombia.
La comisión observó que se debía "expresar claramente que
Colombia otorga a los Estados Unidos el derecho de servirse
de la Zona del Canal y parte del territorio adyacente, exclu-
yendo toda idea de traspaso de dominio". En un proyecto de
ley que abarcaba toda la cuestión, se declaraba "que siendo
materia de la convención Herrán-Hay la ejecución de obras
públicas en grande escala, y la ocupación a perpetuidad de una
porción del territorio colombiano por el concesionario, y que
no siendo éste una persona jurídica cuyos actos hayan de regirse
por el Derecho Civil y por las leyes colombianas, sino un
cuerpo político soberano, si la convención hubiese de llevarse
a efecto quedaría establecida la coexistencia de dos poderes pú-
blicos, uno nacional y otro extranjero, expuestos permanente-
mente a colisiones y forzosamente limitada a la jurisdicción de
la nación colombiana dentro de su propio territorio, situación
incompatible con las leyes constitucionales y la tradicional orga-
nización de la República".
Quisiera no fatigar poniendo de manifiesto no ya la armonía,
como en pasajes anteriores, sino la perfecta similitud de térmi-
nos en el tratado Herrán-Hay, y todos los documentos que he
venido citando, porque esta confrontación está ya hecha en otro
lugar. Pero debo repetirla, porque el asunto control es el todo
de la cuestión, y porque esta confrontación se relaciona directa-
mente con la impugnación al tratado Herrán-Hay y contenida
en el proyecto de ley que acaba de transcribirse.
ll4emorándum Concha:
"Los Estados Unidos tendrán derecho exclusivo para excavar,
construír, conservar, explotar, vigilar,· y proteger un canal ma-
rítimo. etc."
Tratado Herrán-Hay:
"Los Estados Unidos tendrán derecho exclusivo, durante el
término de cien años prorrogables a la exclusiva y absoluta op-

6) El vocablo control se ha traducido Indistintamente en las diversas


redacciones por inspeccionar, vigilar, dirigir, manejar.

325
Clon de los Estados Unidos por períodos de igual duración
mientras así lo deseen, para excavar, construír, conservar, ex-
plotar, dirigir y proteger el canal marítimo, etc."
El tratado Harán-Hay fue para unos un pacto inconveniente
y ruinoso para la República; para otros un arreglo que no tan
s6lo apartaba peligros, sino que encerraba ventajas positivas;
ventajas que excedían el menoscabo de soberanía en una parte
del territorio colombiano donde el Gobierno no la tuvo nunca
completa desde que se firm6 el tratado del 46 con los Estados
Unidos. La cláusula 35, que encerraba para ellos un tratado
de protecci6n, la garantía misma de soberanía en el istmo, prue-
ban que Colombia no la ejercía allí de manera absoluta. Juzgo
que la opini6n que entonces fue adversa al tratado, le es hoy
ciertamente favorable. Un plebiscito nacional le daría hoy su
sanci6n, a no dudarlo.
Sea como fuere, cuantos intervJnlmos en el negociado, cuan-
tos tuvimos parte directa en las gestiones y actos para la con-
clusión y firma de ese pacto, fuimos siempre movidos por el
más puro patriotismo, por el vehemente anhelo de conseguir
prosperidad a la República, por el deseo ardiente de traer feli-
cidad para los hijos de Colombia. Los Ministros diplomáticos
a quienes tocó gestionar el asunto en Washington son colombia-
nos de honradez intachable y de patriotismo indiscutible.

326
EL TRATADO Y LA OPINION PANAMERA

La repugnancia con que autorizaba yo gestiones y actos para


la conclusión de un' tratado en que se menoscabara la soberanía,
repugnancia de que se ha dejado prueba en una carta al doctor
Martínez Silva, y en la mayor parte de las instrucciones que
se comunicaron a la legación en Washington, la completa pa-
cificación de la República, mi deseo de que se obtuvieran las
mayores ventajas, mi aspiración· de no ser yo sino el Congreso
próximo a reunirse quien resolviera en definitiva la cuestión,
la esperanza de que un corto retardo no habría de causar graves
perjuicios ni comprometer definitivamente el éxito del asunto,
me movieron a poner al señor Herrán un cable en que le decía,
ignorando yo que el convenio estuviera firmado:
"Bogotá, 24 de enero
"No firme tratado canal sin recibir instrucciones que irán
por carta hoy.
Marroquín, Paul."
La carta decía así:

"Bogotá, enero 24 de 1903


"Señor doctor Tomás Herrán. Washington.
"Muy estimado amigo:
"El señor Paul y yo hemos dirigido a usted un cable en esta
misma fecha, en que le hemos dicho que no firme el tratado re-
lativo al Canal de Panamá sin recibir nuevas instrucciones.
"Nuestras circunstancias han cambiado mucho: el triunfo so--
bre la revolución ha dado al Gobierno el poder y el prestigio
que antes podían faltarle por la duda que se abrigaría en los
Estados Unidos y en todas partes sobre cual había de ser por
fin la entidad política dueña del istmo. Hoy tiene que reconocer

327
el Gobierno de los Estados Unidos que, de tratar con alguno,
ha ser con el mío. Otras circunstancias me hacen pensar que
nuestra posición es hoy mucho mejor que en la época en que
se principiaron las negociaciones.
"Por otra parte, la aprobación del tratado por parte del Go-
bierno tendría demasiada importancia, por más que para darle
validez se aguarda el asentimiento del Congreso colombiano. El
poder ejecutivo es colegislador, y con una resolución suya fa-
vorable, el Gobierno americano tendría andada la mitad del
camino para salirse con sus pretensiones, y el Congreso colom-
biano tropezaría con un embarazo que le quitaría en mucha
parte la libertad que debe dejársele para decidir la gravísima
cuestión del modo que juzgue más conveniente.
"La opinión general en Colombia, o por lo menos la más
digna de ser atendida, es la que no se apruebe el tratado en
las condiciones propuestas por el Gobierno de los Estados Uni-
dos. Se quiete menor menoscabo para nuestra soberanía y se
desean ventajas pecuniarias mucho mayores que las ofrecidas.
"Lo que quiero ahora es no manifestar mi opinión sin con-
sultar la del Congreso, el cual, por fortuna, se reunirá dentro
de unos dos meses. Creo que el Gobierno americano no necesita
con urgencia conocer aquella opinión.
"Espero que usted, sin ponerle de manifiesto al Gobierno
americano lo que le expongo en esta carta, procure mantener en
expectativa a dicho gobierno, valiéndose discretamente de los
medios que usted como diplomático conoce mejor que yo.
"Quedo de usted afectísimo amigo y estimador,
lCMé Manuel Marroquín."

Según ya dije, el cablegrama y la carta llegaron tarde. Y


como habrá de notarse, por el contexto de aquel último cable
y de los inmediatamente anteriores, vacilación, incongruencia y
desconcierto, permítaseme que presente dos cartas más de ca-
rácter íntimo que manifiestan las torturas de mi espíritu, el
conflicto en que me encontraba ante la tremenda alternativa,
sacrificio que hube de imponerme para ordenar la firma de un
tratado en que se menoscababa la soberanía. Sí, vacilé, no tuve
un rato de sosiego y de calma desde que nuestros Ministros di-
plomáticos me pusieron al tanto de la situación y del conjunto
de dificultades que la rodeaban hasta el día de su fatal desen-
lace. Veréis allí también cómo se enredaban en mi ánimo an-

328
gustiado el convenio del canal con la separación del istmo. A
la idea de que estas dos cuestiones no eran sino una sola, había
llegado por las reiteradas manifestaciones de nuestros agentes en
Washington. Sensible es que el Senado colombiano no hubiera
tenido en cuenta esos pronósticos en sus deliberaciones.
"Bogotá, 24 de octubre de 1902
"Señor doctor don Benjamín Aguilera. Panamá.

"A nadie se escapa, y menos al Gobierno, que de la suerte


de Panamá depende la de toda la República, y que es ésta una
cuestión de vida o muerte para Colombia; de aquí que todos
debamos mirarla como la más importante de cuantas se hayan
presentado hasta ahora, y tratar de resolverla del mejor modo
posible. He llegado a convencerme de que el único modo de
contentar a los panameños y evitar los desastres que se nos
e3peran, es hacer firmar el tratado a pesar de la oposición
que se le hace.
"Desde el día en que murió el General Albán, hasta hoy, no
he tenido uno solo que no sea de intranquilidad y de zozobra,
con motivo de los sucesos ocurridos en ese departamento. Créa-
me usted que por ninguno otro me preocupo tanto, ni he hecho
en favor suyo ahorro alguno de esfuerzos y de sacrificios de toda
especie; y sin embargo, los panameños y algunos no panameños
siguen creyendo que el Gobierno Nacional se preocupa muy
poco de la suerte de Panamá, cuando precisamente ha colmado
la medida de aquellos esfuerzos para remover los obstáculos que
embarazan la acción pronta y eficaz encaminada a acabar allá
con la guerra.
"Me repito su afectísimo amigo y estimador,
losé Manuel Marroquín."

Sensible es igualmente que el Senado, en sus deliberaciones,


no hubiera tomado en consideración y dado la importancia que
tenían a manifestaciones como la siguiente, que no eran las
únicas de esa especie ni estaban aisladas. Acaso lo guió el op-
timismo, acaso se dejó desviar por manifestaciones hechas dentro
de su mismo recinto, de que las amenazas anunciadas eran
quiméricas y carecían de fundamento:

329
"Panamá, 19; Buenaventura, 19 de junio de 1903.
"Vicepresidente República Colombia. Bogotá.
"Colombianos residentes y nacidos istmo, sin distinción colo-
res políticos, consideramos vital importancia aprobación tratado
Herrán-Hay, que consulta intereses y aspiraciones actuales y
futuras. Improbar tratado, cuando trabájase hacer adoptar vía
Nicaragua, equivaldría decretar ruina del istmo, causando mal
sin reparación y sin medida, y daría origen sentimientos antipa-
trióticos. Suplicamos comuníquelo Congreso. Correo lleva ori-
ginales.·
"Panamá, junio 19 de 1903.
"Nicanor A. de Obarrio, Eusebio A. Morales, José Agustín
Arango, Federico Boyd, Manuel Amador Guerrero, Inocencio
Galindo, Ricardo Arias, Oscar Miller, Rafael Aizpuru, Ricardo
Pizarro, Domingo Díaz A., Eduardo Isaza, Demetrio H. Britd,
Samuel Lavis, Manuel J. Cucalón P., Ismael G. de Paredes,
Manuel Espinosa, Nicanor Vallalaz, E. de la Guardia, José
María Chiari R., Ramón Valdés, Antonio Papía Aizpuru, Julio
Ardila, Félix A. Vélez M., Nicolás Remón, Paulo Emilio Mo-
rales, Manuel M. Méndez, J. Arjana, Francisco de la Espriella.
Siguen dos mil firmas de colombianos en Colón; interior del
departamento levántanse numerosas adhesiones entusiastas."
Hoy, a la luz de los hechos, cuando las conjeturas antiguas se
convierten en dolorosas certidumbres, cuando el movimiento
separatista del istmo de Panamá arroja lumbraradas siniestras,
puede verse de manera evidente que la dilación habría sido inú-
til y no hubiera apartado de mí responsabilidades e impugnaciones.
Los hechos que se cumplieron en noviembre se hubieran cum-
plido antes si el Congreso americano hubiera intentado optar
por Nicaragua en vista de las dilaciones de Colombia; o des-
pués, si al, presentar al Congreso colombiano las únicas bases
sobre que trataba el Gobierno de los Estados Unidos, aquel
cuerpo las hubiera declarado inaceptables, como declaró inacep-
tableel tratado Herrán-Hay.
Qúiero suponer también que mi Gobierno, en lo relativo al
Canal de Panamá, se hubiera mantenido dentro de la abstención
absoluta; que no hubiera enviado al doctor Martínez Silva a
Washington, que hubiéra esperado tranquilamente a que ter-
minara la prórroga concedida a la Compañía del Canal: tam-
poco se hubiera evitado la catástrofe.

330
Si la negociación no se hubiera iniciado, si se hubiera frustrado
o siquiera interrumpido, entonces el heroico y pundonoroso
General Albán, en lugar de encontrar ignota tumba en las os.;
curidades del océano, se hubiera hecho matar sobre las murallas
de Panamá, encontrando así la más bella ocasión para un soldado
de Colombia de ofrendar su vida por ella. ¡Hubiera sido el mártir
de la integridad nacional! Faltó la sangre, nimbo y sello de los
grandes sacrificios, tizne de los grandes crímenes. .
Porque las fuerzas que obraban en contra nuestra, porque
los elementos que se conjuraron para arrebatarnos el istmo,
estaban entonces vivos aunque latentes, poderosos y fuertes; tales
eran: la Compañía Nueva del Canal, que removía todo obstáculo
para alejar su ruina y obtener pingüe ganancia; el imperialismo
americano, que rompió las ligaduras del tratado que atajaba su
conquista; la revolución, que relajaba los vínculos nacionales;
la ávida impaciencia del istmo, que consideraba la apertura del
canal como única fuente de riqueza y. de paz en medio del
trastorno y miseria colombiana.
El tratado Herrán-Hay era el hilo que unía el istmo de Pa-
namá con el resto de la nación, y el Senado lo rompió. El Senado
colombiano rompió ese vínculo el 12 de agosto de 1903; al
votar la no consideración del tratado votó la separación del
istmo de Panamá del territorio patrio.
Pero la historia le será benigna, porque el acto de su negativa
no fue otra cosa que la interpretación del sentimiento nacionttl;
porque el representante de los Estados Unidos, al dirigir una
amenaza contra Colombia. de parte d~ su Gobierno, al declararle
que la representación nacional no podía deliberar, al declarar
en nombre de su nación que el tratado era irreformable, hacía
imposible toda modificación que lo hubiera hecho viable, y pre~
tendía arrancar a este cuerpo su soberanía con el mismo desen~
fado con que nos arrancó luego la de· Panamá.
Será favorable el fallo de la historia para él, porque no pudo
prever, como no lo preví yo, como no lo previó ningún colombiano,
que el Gobierno. de los· Estados Unidos uniera la astucia de la
zorra a la fuerza del elefante para despojar a la débil, inerme.
y desgraciada Colombia.
Algunos de nuestros agentes diplomáticos, al anunciar 'los trd~
piezos que encontraría el tratado Herrán-Hay, señalaban entre
ellos los esfuerzos de ·lá compañía americana, de los pilrtidatio.s
de la vía de Nicaragua para influír sobre el Senado de Colombia

331
con el fin de que, dándole su improbación, se debilitara la
construcción del canal o se adoptara, según la Ley Spooner,
la vla rival.
No; no hubo influencias sobre el Senado en este sentido; no
hubieran sido escuchadas; él deliberó según su conciencia y las
conveniencias públicas. Pero parece que el agente de esas como
pañías, el interesado en retardar la negociación o en hacerla
imposible, hubiera sido el mismo representante del Gobierno
allÍericano, que consiguió con sus declaraciones la negativa uná·
nime, rotunda y definitiva del convenio.
Debe recordarse, y siempre debe tenerlo presente en particu-
lar el Gobierno de los Estados Unidos, que la mayoría de la
comisión del Senado presentó un informe aprobatorio, y sólo
con reformas que habrían dado base a negociaciones ulteriores.
En armonía con ei mismo sentimiento se aceptaron luego en
el Senado proposiciones que son bien conocidas y que se comu-
nicaron inmediatamente por telégrafo al Gobierno de los Es-
tados Unidos.
y esta actitud del mismo Gobierno era tanto más inesperada
e injustificable, cuanto que mi Gobierno había instruído a la
legación en Washington, y ésta había cumplido la instrucción,
siempre que fue pertinente, en el sentido de que la aprobación
del Congreso no era una vana. fórmula, y que éste quedaba en
libertad absoluta para deliberar, discutir, reformar, proponer,
aprobar o negar, sin que esto implicara mala voluntad o burla
para el Gobierno americano.
Con el propósito de dejar constancia de los móviles que ha-
bía tenido el Senado y de la intención que abrigaban tanto
éste como el Gobierno sobre la construcción del canal, dejando
la puerta abierta a nuevas negociaciones, se transmitieron los
siguientes cables:
"Ministro Colombia. Washington.
"Senado por unanimidad desaprobó tratado canal, entre otras
razones emitidas, por menoscabo soberanía y no arreglo previo
compañías con este Gobierno, para traspaso privilegios: con-
tribuyeron desaprobación total, notas Ministro americano contra
introducción reformas al Memorándum del mismo sobre posible
rechazo tratado y demora canje. Considérase probable Congreso
dé bases reanudar negociaciones.

332,
"Comunique Usía por cable legaciones Europa.
"Agosto 13. Rico."
y en septiembre 8 del mismo, al señor Herrán:
"Diga usted al Departamento de Estado en Washington que.
adóptese o no proyecto presentado Senado sobre nuevas auto-
rizaciones .tratado Canal de Panamá, el Gobierno de Colombia
propondrá al americano reanudar negociación sobre bases juzgue
aceptables Congreso del próximo agosto, atendidos conceptos
del presente y opinión nacional. "
El mismo día 13 de agosto se dirigió. este otro cable:
"Gobernador. Panamá.
"Pida copia de mi cable de hoya Ministro Washington rela-
tivo tratado canal; publíquelo.
R·lCO. ,.

Los pronósticos tantas veces formulados por los señores Mar-


tínez Silva, Concha y Herrán sobre el resultado de la negatiVa
del tratado o suspensión de negociaciones tocantes a movimien-
tos separatistas en el istmo, parecían quiméricos. Las apren'-
siones y zozobras que se abrigaron por otros muchos sobre el
particular, parecían desvanecidas; el Departamento de Panamá
parecía tranquilo, el silencio apartaba la alarma, las noticias que
llegaban de fuera inspiraban confianza.
Comunicaba nuestro Ministro en Washington, en nota de
16 de octubre:
"La negativa dada por nuestro Senado al tratado del canal
produjo en este país, como ya se ha informado a su señoría,
gran sorpresa; despertó un sentimiento muy general de resenti-
miento, y muchas publicaciones agresivas se hicieron. Sin em-
bargo, pronto se verificó una reacción favorable, y algunos pe-
riódicos influyentes hicieron en sus secciones editoriales hábiles
defensas de Colombia. El telegrama de su señoría del 14 de
agosto fue recibido muy oportunamente, y su publicación con-
tribuyó mucho a acabar de desvanecer la mala impresión pro-
ducida por la unánime desaprobación que nuestro Senado dio
al tratado. Este asunto ya no se discute, y creo que en las
actuales circunstancias sería perjudicial provocar la renovación
de la discusión con la publicación del interesante discurso pro-

333
nunciado por sus señoría ante el Senado en defensa del convenio,
en la sesión del 12 de agosto.
"El presidente Roosevelt, partidario decidido de la vía de
Panamá, no manifiesta inclinación de declarar que haya expirado
el tiempo razonable que la Ley Spooner le concede para tratar
con Colombia, y probablemente dejará que el próximo Congreso
asuma la responsabilidad de resolver este asunto.
"Se aguarda la nueva propuesta que su señoría ha anunciado;
entre tanto la actitud de este Gobierno es de paciente expecta-
tiva y la del público es parecida."
¿Qué más? Todo esto auguraba bonanza; los antiguos temo-
res se desvanecían por completo, renacía la tranquilidad: era
la calma, era el silencio que suele preceder a las grandes ca-
tástrofes.
Había cumplido yo mi deber, satisfecho mis promesas y mi
deseo vehemente de que fuera el Congreso colombiano quien,
impuesto en la negociación y penetrando la cuestión por todas
sus fases, considerara el pacto resultado de aquellas negocia-
ciones, diera remate al asunto y dictara sobre él el fallo defi-
nitivo. Pudo caberme a mí responsabilidad en ordenar la con-
clusión del tratado; responsabilidad que no rehuyo ni declino:
el juez más severo no ·echaría sobre mí ninguna, por las con-
secuencias de la negativa de aquel tratado.

334
LA NEGATIVA DEL TRATADO Y LA
INTERVENCION DE LOS ESTADOS UNIDOS

Permítaseme que recuerde mis palabras al clausurarse las se-


siones extraordinarias del Congreso de 1903, convocado y reu-
nido puedo decir, con el exclusivo objeto de resolver el asunto
de un tratado internacional para la apertura del Canal de
Panamá.'

"Al hacer aquel llamamiento se abrigaban por parte del eje-


cutivo fundadas esperanzas de que tan s610 el sentimiento patrio
y el espíritu de concordia ante las necesidades generales, presi-
dirían las deliberaciones del cuerpo legislativo, y que su labor,
si no conseguía remediar todos los males y dar provechosa solu-
ci6n a todos los problemas, sí traería consigo algún bien para la
naci6n y un poco de desahogo al Gobierno para el desempeño
de sus funciones. Aquellas esperanzas, vivamente manifestadas
en el acto de la instalaci6n de las cámaras, y el llamamiento
a la uni6n de todos para la obra común de reparación, no eran
la expresi6n de las personales aspiraciones de un jefe de partido
ni del deseo de darle lustre a una administraci6n cuyo período
constitucional estaba pr6ximo a expirar: eran la manifestación
de los deseos de· los colombianos que aspiraban a disfrutar en
medio de la paz del goce efectivo de todos sus derechos, bajo
el amnaro de leyes protectoras y adecuadas a las necesidades
actuales.
"Hoy el cuerpo legislativo, cuya reuni6n despert6 tan vivo
interés en el ánimo de todos,. acaba de dar por terminadas sus
labores. El país las juzgará serena e imparcialmente, así como
juzgará los esfuerzos hechos por el ejecutivo dentro de la esfera
de sus obligaciones y de sus facultades, para mantener la bitena
armonía que debe reinar entre ·los dos poderes.

7) ManJfiesto del Gobierno a la nación; 19 de noviembre.

335
"De nadie son desconocidas hoy las causas que hicieron poco
fructuosa la tarea del Congreso en las pasadas sesiones. Los
elementos disidentes de las cámaras, empeñados en no dar paso
alguno que facilitase la labor del poder ejecutivo, dificultaron
la expedición de muchos actos; y en tanto que la mayoría de la
Cámara de Representantes, con celo y actividad que la enaltecen,
se esforzaba por despachar los múltiples asuntos sometidos a
su estudio, la mayoría de la otra se ocupaba, durante días y
semanas, en deliberaciones que sólo producían el efecto de difi·
cuItar la solución de graves problemas. Ha sido siempre funesto
para los intereses generales de la administraci6n el antagonismo
político .entre las cámaras legislativas; y en esta ocasión .ese
resultado se ha puesto en evidencia.
"El asunto de mayor importancia, el único si se quiere, entre
'os que determinaron la reunión del Congreso, era el del tratado
para la apertura del canal interoceánico, que fue sometido a su
consideración en los primeros días de las sesiones. El Senado,
después de debates en que se hizo sentir demasiado el espíritu
de oposición al Jefe del Gobierno, neg6 su aprobación al tratado,
y determinó que una comisión de tres de sus miembros, con-
sultando en lo posible la opini6n de la otra cámara, estudiase
la manera de satisfacer el anhelo del pueblo colombiano tocante
a la excavación del canal, en armonía con los intereses nacio-
nales y el respeto a la legalidad.
"Como la reunión de las dos comisiones no produjera resultado
alguno, la del Senado presentó un proyecto de ley 'por el cual
se ratifica una improbación y se dan autorizaciones al ejecutivo
para la apertura del canal interoceánico'. Aprobado este pro-
yecto en .primer debate, pas6 al estudio de una nueva comisión,
y ésta lo devolvió con un informe en que manifestaba que
dicha ley no era constitucional y que además, era inconveniente,
innecesaria y prematura. Observó que, como punto fundamental,
debía decidir el Congreso previamente sobre la validez de la
pr6rroga concedida a la Compañía Nueva del Canal en 1900.
Concluía el informe de la comisión pidiendo la suspensión in-
definida del proyecto de ley de autorizaciones y presentando uno
nuevo aprobatorio de la citada pr6rroga.
"Acogió el Sénado la resolución con que terminaba aquel
informe y resolvió, en consecuencia, suspender indefinidamente
el mencionado proyecto. de autorizaciones.
"Quedó pues ampliamente discutido y definitivamente re-
suelto en el Congreso el asunto principal que motivó su con·

836
vocación, o sea lo relativo al tratado sobre construcción del
canal interoceánico. '
"Sin embargo, siendo de vital interés para la República, y
especialmente para el Departamento de Panamá, la apertura
del canal, se comunicaron a nuestro encargado de negocios en
Washington las decisiones del Senado, con el fin de que las
participara al Gobierno de los Estados Unidos. Se le instruyó
para manifestarle que el de Colombia, atendidos los conceptos
del Congreso que acaba de cerrar sus sesiones y la opinión na-
cional, ajustaría nuevas negociaciones sobre bases que juzga
serán aceptables por el próximo Congreso; de suerte que si el
Gobierno norteamericano persiste en el propósito de abrir el
canal, lo cual es de presumirse porque nada ha dicho en sentido
contrario, es de esperarse que la magna obra sea al fin llevada
a cabo por territorio colombiano."
A fines de octubre llegaron .noticias alarmantes de Panamá;
pero éstas no -se referían al temido movimiento sepáratista: pa-
recían referirse a unas postreras convulsiones de la revolución
que acababa de ser ,debelada. Movimientos de esta naturaleza
no presentaban en manera alguna ,motivos de grande alarma,
porque como se vio antés repetidas veces, el Gobierno estaba
en capacidad de sofocarlos inmediatamente. Además, los cable-
gramas que, dando informaciones sobre este punto me llegaron,
tendían a tranquilizarme. Sin embargo, si el objeto que se pro-
pusieron quienes los dirigían fue paralizar la acción del Go-
bierno. no lo consiguieron; antes de que seeerrara el Congreso
y sin haber recibido noticia especial que despertara desconfian-
zas. se enviaron a Panamá tropas y recursos suficientes y a un
militar prudente y prestigioso provisto de cuantas facultades se
creyeron oportunas para dar a sU acción la apetecible eficacia.
Los despachos cablegráficos deCían así:
"Panamá, 21; Buenaventura, 21 de septiembre de 1903.
"Vicepresidente Marroquín. Bogotá.
"Posesionéme ayer presencia numerosísima honrosa concu-
rrencia. Calmado espíritu separatista; •aguárdase solución favo-
rable. Partidos, directorios, cuerpos, etc., ofrécenme cooperación;
Julio Fábrega, Manuel E. Amador, Nicolás Victoria, Secretarios
Gobierno, Hacienda, Instrucción Pública. Nombramientos satis-
facen ampliamente. Confío secundar vuestros sanos propósitos
conservar tranquilidad istmo; prensa modérase; envío discurso.
Salúdolo respetuosamente.
Obaldía."
337
"Panamá, 10; Buenaventura, 10 de octubre de 1903.
"Vicepresidente República. Bogotá.
"Noticias transmitidas Cauca alarmantes. Vigilo. Espero ór-
denes. Comunicaré llegada revolucionarios Toro. Aquí tranquilo.
Castro impuesto.
Obaldía."

"Panamá, 17; Buenaventura, 17 de octubre de 1903.


"Vicepresidente. Bogotá.
"Todo tranquilo. Cauca noticias alarmantes; pueblo ofréceme
demostración neutralidad medidas prudentes. Gran demostración
anoche nombramiento Prefecto Obarrio. Nada temo.
GobernmJor. ,.

"Panamá, 23; Buenaventura, 23 de octubre de 1903.


"Vicepresidente. Bogotá.
"Tobar demora Costa; istmeños desean Pablo Arosemena
Ministro Washington; nuevos refuerzos canal. Calma absoluta.
Gobernador .••

"Panamá, 25; Buenaventura, 25 de octubre de 1903.


"Ministro Guerra. Bogotá.
"Norte Veraguas desembarcó invasión nicaragüense mando Fe-
derico Barrera, constante setenta; dirígense Penonomé. Envío
veintiuno fuerzas mando Comandante Tascón. Conceptúo mo-
vimiento .guerrillero sin apoyo liberales istmeños importantes.

"Panamá, 27; Buenaventura, 27 de octubre de 1903.


"Ministro Guerra. Bogotá.
"Recibí cable. Colombia llegó Penonomé ayer noche. Vernaza
levanta fuerza Santafé. Envío recurSos Veraguas. Invasión será
debelada. Zelaya niega ayuda. Tres comunicaré Tobar espere
ir para enviar fuerzas. Tenemos elementos. Juzgo plan fracasado.
Liberales aquí condenan invasión prensa. Gran actividad pre-
fectos; telégrafo bastante bien; Veintiuno, regresó anoche; Bo-
gotá salió madrugada importante comisión. Tengo absoluta con-
fianza sostener Gobierno. G b nad ,.
o er oro
338
"Panamá, 31; Buenaventura, 31 de octubre de 1903.
"Vicepresidente, Ministro. Bogotá.
"Provincias noticias satisfactorias. Si hubo invasión carece
importancia. Ignórase paradero; presos puestos libertad, fianzas.
Pueblos favorecen Gobierno. Pedido carb6n veinticuatro. Sahuer
díjome ayer no entregar carb6n sin ser pagado totalmente;
ofrecíle contado dóscientas cincuenta toneladas, neg6se; pedí
negativa escrita; cable San Francisco conseguir carb6n Pacific
Mail; espero respuestas. Veintiuno listo salir Buenaventura. Com-
pañías tienen contratos, impiden vender carbón. Trasladé ésta
parque Co16n. Ansío llegada Tobar. Preparo cuartel tropas Cauca.
Gobernador."

"Panamá, 31; Buenaventura, octubre 31 de 1903.


"Ministro de Guerra. Bogotá.
"Fuerzas están Penonomé; traerélas. Noticias invasi6n no se
confirman; pocos hombres desconocidos causaron alarma PIe--
fectos; jefes liberales aquí; telégrafo bien, todo tranquilo.
Gobernador:'

El 30 de octubre, sí, el 30 de octubre, tres días antes de que,


en connivencia con el Gobierno· americano se diera el grito de
independencia en el istmo, se dirigi6 el siguiente cable:
"Washington, 30; Buenaventura, octubre 30 de 1903.
"Exteriores. Bogotá.
"El Gobierno de los Estados Unidos de América ignora ca-
rácter invasión istmo. El Departamento de Estado de Washington
declar6me hoy que el Gobierno de los Estados Unidos de Amé-
rica solamente intervendrá por preservar tráfico.
Herrán."

Esta seguridad, la confianza de que el Gobierno americano


no solamente no tenía parte en el movimiento subversivo, sino
que antes bien estaba dispuesto siempre a cumplir el tratado
de 1846 empleando su autoridad y su fuerza para mantener la
obediencia al Gobierno colombiano. conservando de esta ma-
nera la integridad nacional, daban todo aspecto de verdad a las

339
informaciones anteriores. Por algo dije antes que el Gobierno
del Presidente Roosevelt empleaba todo su poderío y toda su
astucia para arrebatarnos el istmo, para usufructuar en provecho
de su naCIón el mIsmo territorio, la misma codiciada taja de
tierra contiada a su honor y a su rectitud.
¿Cómo admitir a pesar de pronósticos y fatales augurios, que
el Gobierno americano iba a romper la integridad, a arrebatar
la soberanía que él mismo garantizaba?
Por más que debiera tomarse en cuenta la política tradicio-
nal de los Estados Unidos, por más que vinieran a las mientes
los recuerdos de Tejas y de Cuba, no podían ellos aplicarse a
nuestras circunstancias, ni podría esta política de conquista ser
una amenaza para Panamá, puesto que el Gobierno americano
no había garantizado por medio de un tratado solemne en vigor
hacía medio siglo, tal como el que existía entre Colombia y los
Estados Unidos, ni la soberanía de México sobre Tejas, ni la
soberanía de España sobre la Perla de las Antillas. Justamente
en previsión del despojo de que hemos sido víctimas, justamente
para resguardar a Panamá de la codicia europea, idearon los
próceres colombianos confiar, a falta de fuerza propia, la llave
de los mares de Occidente al Gobierno de los Estados Unidos.
y esa confianza semisecular, la Certidumbre del honor de un
Gobierno, la confianza en la palabra empeñada por éste, fue la
que vino a perdernos. Si alguna censura merezco por haber
obrado de acuerdo con esa seguridad, debo compartirla con el
doctor Manuel María Mallarino, con el General Pedro Alcán-
tara Rerrán, con el doctor Manuel Ancízar, con todos los di~
plomáticos colombianos, con todos los Gobiernos anteriores al
mío que iniciaron ese pacto, que lo aplaudieron, que lo con-
servaron.
Pero ese sagrado depósito, esa palabra solemne fue violada:
mientras aquí se confiaba en ella, el Gobierno americano se
entendía con los jefes separatistas, preparaba el tratado que
había de firmar con ellos; por medio de sus legaciones sugería
o imponía el reconocimiento de la nueva República a todos los
países del mundo; alistaba las naves de guerra que en ambos
mares habían de detener el paso de nuestras tropas.
La línea del cable quedó interrumpida inmediatamente des-
pués de recibidos los desoachos de fines de octubre, y por con-
siguiente la incomunicación con el istmo se hizo absoluta.

340
EL MOVIMIENTO SEPARATISTA

El día 5 de noviembre se recibi6 el siguiente telegrama de


nuestro Ministro en el Ecuador:
"República de Colombia. Telégrafos Nacionales. Urgentísimo.
Penitud, Quito, 4 de noviembre de 1903.
"Señor Ministro de Relaciones Exteriores. Bogotá.
"Comunican de Panamá que ayer a las 6 p. m. efectu6se alli
movimiento separatista proclamando independencia del istmo;
que Gobernador y Generales Tobar y Amaya están presos; que
se han apoderado de buques del Pacífico, y esperan ocupar hoy
a Colón y tomar el vapor Cartagena. Suplícase a autoridades
de tránsito enviar por posta este telegrama donde el telégra-
fo está interrumpido.
ISlI%a"

Vinieron después los dos siguientes de la misma procedencia:


"Quito, 5; Ipiales, 5 de noviembre de 1903
"Señor Ministro de Relaciones Exteriores--Bogotá
"Anteayer tres, hubo en Panamá levantamiento separatista. El
Gobernador y los Generales Tobar y Amaya están presos. No
ha sido tomado vapor Bogotá qUe está en Panamá, ni la flotilla
del Atlántico, y el Jefe Torres sostiene en Co16n. Es indispensa-
ble mantener expedita línea telegráfica.
I.raU'''
"Quito, 8 de noviembre de 1903
"Señor Ministro de Relaciones Exteriores--Bogotá
"Gobierno provisional de Panamá ha sido reconocido por el
Gobierno de los Estados Unidos. Presidente Roosevelt ha dado

341
al público su proclama sobre nueva situación; impedirá que Co-
lombia someta por la fuerza a los istmeños; para lo cual ha dado
orden de mandar refuerzos a los buques de guerra americanos.
lsazd'

Súpose luego por telegramas de Popayán y Buenaventura,


que el movimiento separatista de Panamá era un hecho. En la
tarde del 3 de noviembre habíase dado el grito de independencia
en aquel Departamento con el apoyo de parte de la fuerza ar-
mada y de algunos Jefes del Ejército y Comandantes de buques
que hacían el servicio en aquella plaza. Presos los Oficiales de
alta graduación que habían llegado recientemente y algunos em-
pleados del Gobierno Nacional, bien se comprende que el movi-
miento tuvo que efectuarse sin mayor resistencia.
Con motivo de los temores de nuevos trastornos en la Costa
comunicados de Panamá, como queda dicho, pocos días antes del
suceso, habíanse despachado tropas para sofocarlos en caso de
llegar a realizarse. Un Cuerpo del Ejército fue reducido a la
impotencia en Colón por fuerzas americanas desembarcadas del
buque' de guerra Nashville y obligado a retirarse a Cartagena.
Suficientes. eran estos datos para que el Gobierno Nacional
asumiera las facultades extraordinarias ~onferidas por la Consti-
tución para el caso de guerra exterior o de 'conmoción interior,
y así lo hizo por Decreto del mismo día 6, declarado turbado el
orden público en los Departamentos de Panamá y Cauca; en el
prime[o, por ,el movimiento revolucio~ar.io- ejecutado, cuyo al-
cance aún no podía preverse; y' en 'el segundo, porque acaso,
contagiado por las subversiones vecinas, pudiera no ser ajeno a
ellas, particularmente en las",costas del Pacífico. Además" para
las operaciones militares' que iban a emptenderse' sobre el Istmo
era preciso que en Departamento limítrofe pudiera el Gobierno
obrar con suma prontitud y energía, disponiendo de todos' los
recursos que la situación reclamaba.
Dictáronsetambién varios Decretos sobre alistamiento general
y sobre suscripción de un' empréstito voluntario para los gastos
de' lá guerra.
No es posible describir el espontáneo brote de indignación que
la traición panameña produjo en la . República entera. ¡Tras
una guerra civil. la más larga y desastrosa que ha azotado a Co-
lombia. dejándola sembrada de cadáveres, de desolación y de
miseria; cuando apenas empezábamos a convalecer de tan pro-
longada y. violenta crisis·, el fantasma .de ·la revolución volvía
otra vez a tocar a nuestras puertas con todo su cortejo de crí-
menes y de desgracias de todo género! Y la intervención de
manos extranjeras en la contienda, que ya se había hecho indu-
dable por las pocas noticias recibidas, puso el colmo al senti-
miento unánime de reprobación que repercutió en todos los árn~
bitos del país con una elocuencia, con una igualdad, .con una
energía sólo vistas en los homéricos tiempos de la Independencia.
Un prestigioso militar, el General Rafael Reyes, púsose a la
cabeza de aquella noble manifestación nacional. A él se le
confió el cargo de Jefe Generalísimo de los Ejércitos del Atlánti-
co y del Pacífico, llevando corno primeros ayudantes a los con-
notados Generales Pedro Nel Ospina, Jorge Holguín y Lucas
Caballero, quienes iban, además, investidos con el carácter de
consejeros y adjuntos de la Legación en Washington, a cargo
del mismo General Reyes, a quien se acreditó Enviado Extra-
ordinario y Ministro Plenipotenciario de la República, con ple-
nos poderes para gestionar diplomáticamente el asunto en caso
necesario.
Correspondía al Gobierno Nacional encauzar aquellas corrientes
impetuosas para llevarlas al fin apetecido, y su primer paso fue
dar la siguiente proclama:

"¡COLOMBIANOS!

A tiempo que el Gobierno creía asegurada por muchos días la


paz de la República, y cuando se consagraba a reparar los es-
tragos causados en el país por la última rebelión armada, ha
venido a sorprenderlo dolorosamente la noticia de haber estalla-
do en el Istmo de Panamá un movimiento revolucionario sin
bandera política alguna, cuyo único objeto· es el de desmembrar
el territorio colombiano, haciendo de aquel Departamento un
Estado independiente y autónomo.
La nueva de tan incalificable suceso ha llegado precisamente
en los momentos en que personas autorizadas del Istmo se esfor-
zaban por tranqulilizar al Gobierno respecto a los temor:esque
pudiera abrigar de ocultos planes de separación por parte de los
enemigos de la integridad nacional en aquella región .. Mas a
pe~ar de tales informes y para abundar en precauciones, el Go:
bierno continuó persistente e~. sus aprestos de defensa, conven-
cido de que no hay esfuerzo que resulte inútil; ni sacrificio que
no se justifique ante la necesidad de mantener intacta la soberanía
nacional·· en todo ·el territorio.

343
Como resultado de aquellas precauciones y de la activa vigi-
lancia desplegada por el Gobierno para frustrar los siniestros
planes separatistas, por r~motos que pudieron parecer, en los
instantes en que tenía lugar aquel antipatri6tico movimiento,
pisaba territorio istmeño un lucido Cuerpo del Ejército Nacional
y emprendía con calor y decisi6n la defensa de nuestra soberanía
en aquel Departamento; y hoy, a virtud de 6rdenes dictadas por
el Gobierno se dirigen allá por distintas vías, con no menos en-
tusiasmo, otros Cuerpos de ese mismo Ejército, quienes, bajo el
mando y direcci6n del ilustre General Reyes, sabrán cumplir su
deber como buenos hijos de Colombia.
Es de esperarse que el insensato levantamiento no haya echado
hondas raíces en la opinión de los hombres probos de aquel De·
partamento; y que, por el contrario, habrá recibido la reprobaci6n
y la protesta de todos aquellos, y debe confiarse en que secunda·
rán eficazmente la labor de defensa nacional que el Poder Eje-
cutivo ha emprendido, para que sin demora quede pacificada
aquella regi6n y sometida nuevamente a la autoridad del Go-
bierno. Mas si así no fuere, y si la magnitud del movimiento y
la indolencia o complicidad de muchos trajeren por resultado la
prolOligaci6n de aquel estado de desconocimiento a la autoridad
nacional, el Gobierno cree hacer una interpretaci6n correcta del
sentimiento de los colombianos, declarando, como declara, que
no habrá esfuerzo que no haga ni sacrificio que rehuse para mano
tener la soberanía e integridad del territorio patrio.
Siendo ésta una obra de conservaci6n nacional que a todos nos
interesa, el Gobierno tiene derecho a esperar que los colombia·
nos dignos de tal nombre, depuestas las antiguas disensiones y sin
tener en mira otra cosa que la salvación del país, rodearán en
esta grave emergencia la bandera de la patria y pondrán su es·
fuerzo unánime y entusiasta al servicio del honor nacional ame·
nazado.
¡Colombianosl El Gobierno Nacional, olvidando en este día
solemne para el país que hay opiniones políticas que os dividen,
os llama a todos a colaborar en la obra común de mantener la
soberanía e impedir la desmembraci6n de la patria. Si no que-
remos mostrarnos indignos sucesores de quienes la conquistaron
para nosotros a fuerza de sacrificios sin cuento, debemos con-
fundir nuestro esfuerzo en favor suyo para mantenerla unida y
por consiguiente poderosa y grande.
Bogotá, noviembre 6 de 1903.
l(Mé Manuel Marroquín

344·
El Ministro de Gobierno, Esteban Jaramillo; el Ministro de
Relaciones Exteriores, Luis Carlos Rico; el Ministro de Hacien-
da, Ruperto Ferreira; el Ministro de Guerra, Alfredo Vásquez
Cobo; el Ministro de Instrucción Pública, Antonio José Uribe; el
Subsecretario del Ministerio del Tesoro, encargado del despacho,
José M. Cordovez Moure."
Puede decirse sin temor de errar que ni uno solo de nuestros
compatriotas dejó de corresponder a la excitación del Gobierno
para coadyuvar en la empresa noble y grandiosa de impedir la
desmembración del territorio. Viéronse entonces reunidos en el
Palacio de San Carlos los Jefes más prestigiosos de la última con-
tienda al lado de sus adversarios del día anterior en el campo de
batalla, todos listos a defender el honor nacional. Por varios días
el vestíbulo y las antesalas de la mansión presidencial estuvieron
colmados, aun en altas horas de la noche, por gentes de todas
las clases sociales y de todos los colores políticos, deseosos de
que se les señalara puesto en las filas, o misión qué llenar de ma-
nera gratuita. Las corporaciones públicas; las empresas mercanti-
les; las asociaciones religiosas; los planteles de educación; los
clubes respetables; los centros científicos, y en fin, cuantas agru-
paciones oficiales o privadas funcionaban en la capital, sentaron
en sus actas respectivas la manifestación de enérgica protesta
contra aquel atentado. Todo el virtuoso y patriota clero colom-
biano levantó a una voz de indignación, y nuestro ilustre Arzo-
bispo Primado, hizo llegar la suya a uno de los más célebres pre-
lados de la Iglesia Católica de los Estados Unidos. El telégrafo
funcionó sin cesar trayéndome idénticas manifestaciones, en que
cada Municipio, aÚÍl de los más retirados, y cada ciudadano, aun
de los más oscuros, se apresuraban a ofrecer, no sólo sus servi-
cios personales, sino sus intereses, sus haciendas, sus vidas, para
concurrir a la obra de la reintegración nacional.
Bellísima página de nuestra historia podría formarse con sólo
recopilar todas aquellas manifestaciones patrióticas, que pudieran
llenar volúmenes y perpetuar la memoria del valor y las virtudes
cívicas que han distinguido siempre el carácter colombiano. Por
un momento parecía haberse realizado el último anhelo del
Libertador: la cesación de los partidos y el afianzamiento de la
concordia en el suelo que le admiró glorioso y le veneró mori-
bundo.
En busca del apoyo de los pueblos hermanos de la América
Latina, se envió por cable la siguiente circular a los Presidentes
de las Repúblicas de Venezuela, México, Guatemala, San Salva-

345
dor, Honduras, Costa Rica, Nicaragua, Ecuador, Brasil, Perú,
Bolivia, Chile, Argentina, Paraguay, Uruguay, Haití, Santo Do-
mingo y Cuba:
"Excelentísimo señor Presidente de .
Sabe Vuecencia que en el Departamento de Panamá se ha da·
do el grito de separación, no ya por razones de orden superiOl
que han motivado siempre laS guerras de independencia, sino
por un sentimiento de impaciente codicia, que no ha tenido obs-
táculo en valerse de medios tan reprobables como el de sobornar
la guarnición del Istmo, induciéndola a traicionar la patria. Como
la causa de la soberanía e integridad de los países de la América
Latina es solidaria, pues todo lo que tienda a desmembrarlos
labra su debilidad y los expone a ser víctimas de los más fuertes,
haciendo así infructuosa la magna obra de los que les dieron
autonomía e independencia, mi Gobierno espera fundadamente
que los pueblos hermanos de la América Española cooperarán
con sus muestras de simpatía a la labor patriótica que he em-
prendido de mantener la unidad de Colombia, y darán su impro-
bación elocuente a los actos de lesa patria que se están cum-
pliendo en el Istmo de Panamá. Si éstos negan a consumarse,
constituirán el· más peligroso antecedente para el porvenir de
estos países.
Mi Gobierno y la N ación que me acompaña en esta hora su-
prema tienen el inquebrantable propósito de mantener la integri-
dad sin ahorrar en la contienda ni los recursos del país ni la
sangre de sus hijos. Grande y buen amigo.
José Manuel Marroquín"

Con alguna excepción, todos los presidentes de aquellas Re-


públicas contestaron sólo acusando recibo de la comunicación
anterior; pero la verdad es que en sus respuestas no podía ha-
llarse una prenda tangible de cooperación y ayuda al Gobierno
de Colombia para lavar la ofensa de que éramos víctimas iner-
mes. Bien se veía que en todas las naciones del mundo, mejor
informadas que nosotros del movimiento político universal, se
conocía perfectamente el punto donde radicaba el verdadero gér-
men de la insurrección, y apenas se atrevían algunas a protestar
contra la injusticia cometida. Si a muchos de esos pueblos les
importaba sobremanera la apertura del canal interoceánico, y si
en la separación de Panamá veían vinculado el principio de
aquella magna empresa, lo natural era que permanecieran ca-
llados, si no se afiliaban francamente en el partido separatista.

346
Nuevas comunicaciones telegráficas, llegadas de los puertos
del Pacífico el día 10, anunciaban la constitución del "Gobierno
provisorio de Panamá"; la formación de un ejército propio y el
envío a Washington del señor Buneau Varilla,8 el más fuerte
accionista de la Compañía Nueva del Canal, como Enviado Ex-
traordinario y Ministro Plenipotenciario de la naciente República.
Aprovechábase la defección de la fuerza colombiana para
formar un ejército propio con elementos del personal mejor
equipado y disciplinado de tropa que tenía la nación en el punto
más visible de su territorio.
Un nuevo telegrama de Don Bmiliano Isaza vino a despejar la
incógnita en este gravísimo asunto, haciendo palmaria la inter-
vención americana en él, que ya empezaba a dejar de ser un
misterio. Decía así:
"Quito, 8 de noviembre de 1903
Señor Ministro de Relaciones Exteriores-Bogotá
Gobierno provisional de Panamá ha sido reconocido por el
Gobierno de los Estados Unidos. Presidente Roosevelt ha dado
al público su proclama sobre una situación; impedirá que Colom-
bia someta por la fuerza··a los istmeños, para lo cual ha dado
orden de mandar refuerzos a los buques de guerra americanos.
lsaza"

El mismo día 10 se recibió un cable de don Tomás Herrán,


Encargado de Negocios, en que anunciaba haber anticipado su
protesta contra la notificación del reconocimiento del Gobierno
del Istmo, enviada por el Departamento de Estado de Washington
por conducto del Ministro de los Estados Unidos en Bogotá.
Al señor Rerrán se le contestó lo siguiente:
"Ministro Colombia-Washington
Retírese presentando protesta ante Gobierno americano.
Marroquín"

Bastaban estos hechos, prescindiendo del cúmulo de antece-


dentes que había en la materia, para formar un conjunto de in-

8) El condecorado ahora por el Gobierno francés.

347
dicios gravísimos que probaban la complicidad de los Estados
Unidos en el movimiento separatista de Panamá.
Vino a confirmarla de manera indudable la nota que con fecha
11 de noviembre presentó el Enviado Extraordinario y Ministro
Plenipotenciario de los Estados· Unidos, señor A. M. Beaupré,
personalmente al Consejo de Ministros, después de que el de
Relaciones Exteriores lo había interrogado repetidas veces sobre
el particular; decía así:
"Legación de los Estados Unidos-Bogotá, noviembre 11 de 1903
Señor: Tengo el honor de informar a Vuestra Excelencia que
esta tarde, a las tres y media, recibí un telegrama de mi Gobier-
no en el sentido de que, habiendo el pueblo de Panamá por un
movimiento aparentemente unánime, disuelto sus lazos políticos
con Colombia y reasumido su independencia, adoptando un Go-
bierno propio, de forma republicana, con el cual ha entrado en
relaciones el Gobierno de los Estados U nidos de América, el
Presidente de este país, de acuerdo con los vínculos de amistad
que por tan largo tiempo y tan felizmente han existido entre las
respectivas naciones, recomienda muy encarecidamente a los Go-
biernos de Colombia y de Panamá el pacífico y equitativo arre-
glo de todas las cuestiones entre ellos.
Declara, además, que está obligado no sólo por los Tratados
existentes, sino también por los intereses de la civilización, a
procurar que el pacífico tráfico del mundo por el Istmo de Pa-
namá no sea interrumpido ya más por una sucesión constante
de innecesarias y asoladoras guerras civiles.
Acojo esta oportunidad para reiterar a Vuestra Excelencia las
protestas de mi más distinguida consideración.
A. M. Beaupré"

"A su Excelencia doctor Luis Carlos Rico, Ministro de Rela-


ciones Exteriores de la República de Colombia."
Son conocidas y corren publicadas en diferentes lugares las no-
tas que nuestra Cancillería dirigió al Ministro americano sobre lo
insólito del procedimiento de su Gobierno y sobre la manera rá-
pida e inesperada con que reconoció a raíz del movimiento se-
paratista la independencia y soberanía de una fracción del terri-
torio desmembrada violentamente de la metrópoli, sin esperar
a que se cumplieran los hechos que deben preceder siempre al
reconocimiento de una nueva nacionalidad. Como semejante pro-
ceder hacía ya indudable la oposición resuelta de los Estados

348
Unidos al uso de nuestro derecho de reconquista por la fuerza.
el Ministro de Relaciones Exteriores terminó una de aquellas
notas interrogando categ6ricamente al de los Estados Unidos so-
bre las intenciones de su Gobierno a este respecto, después de
protestar de manera solemne y enérgica contra aquel reconoci-
miento inmediato, que implicaba flagrante violación de un Tra·
tado público.
El Ministro señor Beaupré se limitó a decir lo siguiente:
"Legaci6n de los Estados Unidos-Bogotá, noviembre 14 de 1904
Señor: Tengo el honor de acusar recibo de la carta nota de
Vuestra Excelencia, fechada el 12 de los corrientes, relativa a
los sucesos de Panamá, y de manifestarle que he transmitido hoy
por cable los puntos contenidos en el último párrafo de la ex-
presada nota a mi Gobierno, para que los tome en consideraci6n
y proceda como estime conveniente.
Cúmpleme asimismo informar a Vuestra Excelencia que acabo
de recibir instrucciones telegráficas de mi Gobierno en el sentido
de que no se juzga deseable (desirable) permitir que desembarquen
tropas colombianas en el Istmo, por cuando ello precipitaría la
guerra civil e interrumpiría por tiempo indefinido el libre tránsito
que mi Gobierno está obligado a proteger.
Teniendo mi Gobierno vehementes deseos de que se arreglen
de manera amigable los asuntos pendientes entre Colombia y Pa·
namá, ha dado instrucciones a nuestro Cónsul General en Pa-
namá, al efecto de que interponga sus buenos oficios para con-
seguir que al General Reyes se le haga un recibimiento cortés
y se le preste la atención debida.
Válgome de esta oportunidad para reiterar a Vuestra Exce-
lencia las protestas de mi más distinguida consideración.
A. M. Beaupré'"

349
LA PROTESTA DE COLOMBIA

Después de esta declaración, brusca en el fondo, cortés y diplo-


mática en la forma, no cabían ni podían caber dudas ni esperanzas.
Era ella, en el momento en que se hizo, la prueba irrefutable de la
connivencia, mejor dicho, de la participación del Gobierno ameri~
cano en la separación del Istmo. Ese Gobierno cubría con la ban-
dera de su país aquel acto y lo garantizaba con sus soldados y sus
escuadras. La garantía de soberanía de Colombia se tornaba en ga-
rantía de independencia para la República de Panamá. Y como toda
aquella maniobra preparada en la sombra, de larga mano, y efec-
tuada con audacia singular, tendía tan sólo a hacer territorio
americano la zona más barata para un canal, ese Gobierno venía a
las claras a borrar de nuestro escudo el Istmo para agregar esa
estrella al pabellón americano.
Inútil era pues pensar en la reconquista del Istmo por las armas:
todos los esfuerzos tendientes a aquel noble objeto tendrían que
convertirse fatalmente en mayor ruina y desastre de la nación. Nos
quedaba un recurso, el recurso del débil oprimido y atropellado:
nos quedaba el derecho de protesta; y yo la levanté en nombre
de mi nación ante todos los pueblos civilizados del mundo; yo la
hice llegar al seno mismo de la nación cuyo Gobierno nos
despojaba.
Los vagos augurios de nuestra Legación en Washington empeza·
ban a cumolirse de manera concreta. Esos tres elementos formi-
dables de que hablé atrás se habían ¡untado, obraban de consuno
y triunfaban. La codicia les había dado cita en el Istmo.
Los periódicos venidos en esos días de los Estados Unidos
hablaban ya con bastante claridad sobre la actitud que asumiría
ese Gobierno en caso de no ser aprobado el Convenio Rerrán-
Hay, y aun contenían fuertes expresiones de amenaza contra Co-
lombia, proferidas en las regiones oficiales de ese país. Los
órganos de la prensa que así lo declaraban llegaron a la capital
varios días después de verificado el movimiento separatista, cuan,.

351
do ya no era tiempo de prevenirlo; pero sí dieron luz en el asunto
haciendo ver esa actitud amenazante, a la cual había de sernos
de todo punto imposible oponer alguna resistencia.
Bien comprendió entonces el Gobierno que todo lo ocurrido en
Panamá y el apoyo prestado a ese Departamento para su insu-
rrección sólo obedecía a combinaciones políticas mercantiles, no
de la colectividad, sino de un Gobierno más celoso del interés
pecuniario que de los fueros de la justicia.
Recordóse la conducta del pueblo americano para con nos-
otros en cierta emergencia que la hizo noble y generosa. Por lo
cual, haciendo un llamamiento a la opinión pública de ese país,
acaso no contaminada todavía por las perniciosas influencias que
vinieran de las altas esferas, dirigí por cable a los Estados Unidos
el siguiente manifiesto:

"EL PRESIDENTE DE COLOMBIA


Al Pueblo Americano

La nación colombiana acaba de ser víctima de inesperada agre-


sión, y está amenazada de perder la mejor parte de su territorio.
Un movimiento de cuartel, y no un sentimiento popular, ha
dado origen a la proclamación de la independencia del Istmo; y
el Gobierno americano, que siempre se había contado entre los
mejores amigos de Colombia, ha impedido con sus marinos y sus
buques que el Ejército leal someta a los traidores y ahogue en su
origen aquel levantamiento.
Un Tratado solemñe entre los dos Gobiernos, reconocido hasta
el presente por el de Washington, obliga a los Estados Unidos,
no sólo a respetar la soberanía y propiedad de Colombia en el
Istmo de Panamá, sino a prestar· brazo fuerte al Gobierno de
Colombia para mantener esa soberanía y esa propiedad. Los pro-
cedimientos del Ejército y Marina americanos en el Istmo, y las
declaraciones del Ministro en Bogotá, son escandalosamente vio-
latorios de ese Tratado.
El Istmo de Panamá, la más codiciada porción del globo, el
más preciado jirón del territorio patrio, respetado siempre por
todas las naciones, es un depósito sagrado confiado por Colombi:}
al honor y poderío del pueblo de los Estados Unidos.
Además. las tradiciones de ese gran pueblo, celoso defensor
del derecho y adalid de la civilización ante el mundo. han sido

352
siempre contrarias al reconocimiento de la secesión de territorios
continuos desprendidos de la madre común. El no reconocimiento
de los Estados confederados durante la guerra separatista, con-
firma elocuentemente esta verdad, cuya aplicación es decisiva en
los presentes solemnísimos momentos.
El pueblo americano no permitirá la violación de Tratados y
el desconocimiento de tradiciones gloriosas, para obtener violen-
tamente lo que el pueblo de Colombia está resuelto a conceder
de buen grado por medios leales, pacíficos y equitativos.
Colombia entera desea estrechar cada vez más sus relaciones
de amistad y de comercio con el pueblo americano, segura de
que esa amistad será vigoroso impulso a comunes intereses, a su
propio adelanto y al mayor poderío y gloria de su hermana ma-
yor, la Gran República de los Estados Unidos. Los procedimientos
del Ejecutivo de Washington vienen a interponerse entre la
amistad de ambos pueblos, y a ser una valla a más altas empre-
sas para uno y otro país y para la humanidad entera.
El pueblo de Colombia, tranquilo en la fuerza de su derecho
y seguro en los sentimientos de equidad y de justicia del gran
pueblo americano, apela a la conciencia nacional de los Estados
Unidos, la cual constituye una fuerza más grande que los acora-
zados y los ejércitos para la salvaguardia de su honor y la in-
tegridad de su territorio.
La bandera estrellada, cara siempre a todos los republicanos
de América, no recibirá en tierra colombiana afrenta ni mancilla
cualesquiera que sean los procedimientos del Ejecutivo de Wash-
ington, y las personas y bienes de los ciudadanos americanos
quedan bajo la alta garantía del honor tradicional del Gobierno
y del pueblo colombianos.
Bogotá, noviembre de 1903
Marroquin"

Pero no bastaba esto sólo; era preciso subir un poco más:


levantar más alto la voz de protesta; llevar la queja al trono de
los Soberanos europeos, como se hizo sin dilación; y aun en el
seno mismo de la Unión Americana buscar la corporación más
respetable y darle parte de lo ocurrido en demanda de justicia.
El Congreso se había reunido el 9 en Washington. Al Senado.
y también por el cable, dirigí a un tiempo con el manifiesto al
pueblo americano, la siguiente apelación:

353
"Bogotá, noviembre 13 de 1903.
Señor Presidente del Senado--Washington
5xcelencia:
El Gobierno y el pueblo de Colombia han sido dolorosamente
seorprendidos con la notificación hecha por el señor Ministro
de los Estados Unidos de América, de que el Gobierno de
Washington se apresuró a reconocer el Gobierno surgido de UD
golpe de cuartel en el Departamento de Panamá.
Los vínculos dea,mistad sincera y nunca interrumpida entre
los dos Gobiernos y los dos pueblos; el compro~iso solemne con-
traído por la Unión Americana en Tratado público, de garan-
tizar la propiedad y la soberanía de Colombia en el Istmo de
Panamá; la protección de que han gozado y ,seguirán gozando
entre nosotros los ciudadanos de ese país; las tradicionales doc"
trinas del Gobierno americano en contra de movimientos sepa.
ratistas; la buena fe ql,le ha caracterizado a ese gran pueblo en
sus relaciones internacionales; la manera como se ha efectuado
la rebelión, y lo festinado del reconocimiento, hacen esperar
al Gobierno y al pueblo de Colombia que el Senado y pueblo
de los Estados Unidos reconocerán el derecho que nos asiste
para mantener la integridad del territorio y reprimir aquella
insurrección, que no es siquiera resultado de' un sentimiento
popUlar.
'~Colombia apela en demanda de justicia a la dignidad y
honradez del Senado y del pueplo americanos.

Marroquín."

En busca de apoyo de otras potencias dirigí entre otros, los


siguientes cables:
"Ministro Colombia .. Madrid.
. "Comunique Ministros colombianos en Europa que protesten
enérgica y formalmente ante Gobiernos respectivos contra vio-
lación por Estados Unidos tratado 46, por haber fomentado
abiertamente rebelión istmo, haber amparado la titulada nueva
República e impedir Gobierno soberano someter sublevados,
que cuenta con medios y' recursos sobrados para ello.· Nación

354
entera sin distinción colores políticos apoya y rodea al Gobierno
con entusiasmo patriótico. Haga propaganda prensa europea esta
protesta, levantando opinión por país ultrajado. Encabece este
movimiento.
Marroquín."

"Bogotá, noviembre 12 de 1903.


Ministro Colombia. Londres.
"Gobierno americano, principal responsable separación Pana-
má, fomentando espíritu separatista, reconociendo Gobierno,
impidiendo acción nuestra para someter rebelión. Haga conocer
protesta Colombia y violación tratado 46. Levante opinión eu-
ropea. Comunique Ministros.
Marroquín."

"Bogotá, noviembre 12 de 1903.


"Ministro Colombia. Quito.
"Gobierno americano, principal responsable separación Pa-
namá, fomentando espíritu separatista, reconociendo Gobierno,
impidiendo acción nuestra para someter rebelión. Haga conocer
protesta Colombia y violación tratado 46. Levante opinión lati-
noamericana. Comunique todos nuestros Ministros de Europa
y América.
Marroquín."

355
MISION AL GENERAL REYES Y ULTIMOS
ESFUERZOS DEL GOBIERNO

Prontamente llegó el General Reyes con su comitiva a Bao-


rranquilla, y después de dictar allí importantes medidas prepa-
ratorias de un movimiento militar bien combinado, para el caso
de que no fuera imposible obrar sobre el istmo, hizo rumbo a
Colón. Entre tanto en el Ministerio de Guerra y en las comandan-
cias militares de distintos puntos de la República se formabl:\
un alistamiento general y se hacían aprestos bélicos con la pron-
titud que el caso requería.
Seis acorazados en el Atlántico y otros tantos en el Pacífico
impidieron el desembarco de la comisión colombiana, y patenti~
zaron la imposibilidad de emprender campaña sobre el istmo,
como lo declaró allí el Almirante Coglhan. La conferencia ce~
lebrada a bordo de un vapor mercante con los comisionados
panameños, hizo ver asimismo la inutilidad de los esfuerzos
pacíficos.
Siguió, pues, el General Reyes con sus compañeros para los
Estados Unidos, en ejercicio de los cargos diplomáticos que se
les habían confiado, para procurar un arreglo del asunto en
otra forma.
A su llegada a Washington, nuevos y trascendentales sucesos
habían tenido lugar: no sólo los Estados Unidos sino casi todas
las potencias europeas, y aun algunas del continente americano,
habían reconocido la nueva República de Panamá, y entre el
Secretario Hay y el enviado panameño Buneau Varilla acababa
de firmarse un tratado en toda forma para la excavación de un
canal interoceánico y sobre garantía de la independencia de
aquella porción de nuestro territorio. '
El General Reyes, movido por los más altos y generosos sen-
timientos, emprendió aquella marcha con el fin de hacer una
campaña desesperada, y si esto no era posible, una campaña
diplomática, que ofrecía, a no dudarlo, dificultades asimismo.

357
insuperables. Tuvo noticia durante su marcha de aquel rápido
reconocimiento de la independencia de Panamá por los Estados
Unidos, y a pesar de que este hecho alejaba la esperanza de un
éxito favorable en toda gestión diplomática, no vaciló en intentar
este último esfuerzo en favor de su desventurada patria.
El doble aspecto que tomaba entonces la cuestión de revolu-
ción intestina y desafuero internacional, hacían necesario que
se unificara la acción, y que ésta quedara en manos de un solo
individuo. Por ese motivo se confió al General Reyes, como
queda dicho, la doble misión de .jefe de las operaciones militares
sobre el istmo y de Ministro Diplomático en Washington. Si-
guiendo este plan, el único cuerdo y posible en aquel momento
supremo, lleno de complicaciones y peligros, el ejecutivo de
Bogotá no debía obrar sino de conformidad con las disposiciones
e informes del jefe de la misión: él, que iba a estar en posesión
de todos los datos necesarios para resolver en cada caso, se ha-
llaba en meior situaci6n que el Gobierno para acordar lo que
debía hacerse u ordenarse.
Por ese motivo, en virtud de sus informes, hubieron de sus-
penderse las .operaciones militares confiadas exclusivamente <:
su cuidado.
A pesar de todo, el Gobierno, con el fin de no manifestarse
porfiadamente opuesto a la opini6n de los muchos que clamaban
por la guerra, dict6 medidas para que en la Costa Atlántica se
preparasen las fuerzas para hacer campaña en el istmo, envió
algunas más desde la capital y desde Santander y trat6 de pro-
veer de recursos a todas ellas.
Ordenó igualmente que en el. Departamento del Cauca se hi-
ciesen aprestos bélicos, invistiendo a las autoridadescaucanas
de las facultades necesarias para que se pudiese obrar con la
misma actividad y la misma energía de que en nuestro país se
ha usado siempre en tiempo de guerra.
No en todas partes se empezó a usar de tal energía y tal
actividad, y el verlo le patentizaba más al Gobierno la dificultad
de reducir por entonces a Panamá por medio del Ejército.
Si yo no temiese ofender a algunos ciudadanos que antes de
la revolución del istmo habían prestado a la patria y al Gobierno
insignes servicios, diría cómo el temor de que sobreviniesen en
otras secciones de la República acontecimientos iguales al que
estábamos deplorando, embarazaba la acción del Gobierno, y
me explicaría más claramente acerca de los motivos que hacían
imposible la guerra en Panamá.

358
No queriendo contrariar a los que predicaban la guerra y
pretendían que era cosa hacedera invadir el istmo y luchar con
el coloso del norte, consentí en que se organizasen en esta ca-
pital expediciones de voluntarios, y facilité su marcha hasta la
Costa Atlántica. Este nuevo esfuerzo estaba desde un principio
condenado a la impotencia.
Se sabía que en Colón había habido antes del 3 de noviembre
fuerzas marítimas y terrestres extranjeras; el representante deJ
Gobierno de los Estados Unidos nos había anunciado la actitud
hostil que tomaría su Gobierno, como se ha visto, y la prensa
europea _anunciaba el atentado con todos sus caracteres; pero
como no era posible hacer absoluta renuncia de un esfuerzo
titánico, y aun podía abrigarse esperanza de que fuera dable
emprender campaña solamente contra Panamá, continuaron ha-
ciéndose los aprestos bélicos y enviándose fuerzas a nuestras
costas. Alguna vez la comisión colombiana residente en Washing-
ton nos hizo revivir aquella esperanza dando como factibles las
operaciones sobre el istmo, y entonces se despacharon las ex-
pediciones; per~ nuevas comunicaciones de la comisión mencio-
nada, la presencia de poderosas escuadras y la imposibilidad de
penetrar por tierra en aquella región, hicieron ver una vez más
que la lucha era imposible.
Lo único razonable y provechoso que pudo hacerse fue guar;'
necer las costas del Golfo de Urabá y la región del Atrato, con
el fin de que 'los rebeldes no pretendiesen extender hasta: ellas
su dominación.
Imposible era,' repito, la guerra en Panamá: 'fuera de 'las
causas que he expresado, existía la causa suprema que hoy nadie
puede desconocer, la de' que tal guerra no habría ido a hacérsele
a una sección de la República, cuyas fuerzas hubieran podido
ser cien veces arrolladas por cualquiera de los cuerpos denueSi-
tro bizarro Ejército: aquella gUerra se habrfa intentado contra
una de las naciones más poderosas del mundo, contra uná dé
las que poseen más poderosos elementos y escuadras invencibles,
contra la que, aunque hubiésemos sido capaces de hacer algún
lucido esfuerzo, habría podido disponer de inagotables recursos
para reoarar las pérdidas que el valor colombiano hubiera al-
canzado a causarle.
Mucho se habló' entonces, mucho se dijo en discursos y en
impresos sobre la humillación nuestra al abstenernos de entrar
en operaciones militares; pero infinitamente mayor humillación
habríamos padecido arrojándonos temerariamente al peligro de

359
aquella contienda monstruosamente desigual. Basta pensarlo si-
quiera para comprender sin exceso de perspicacia que el enemigo,
ofendido y victorioso, nos habría impuesto para dejarnos existir
condiciones tan vergonzosas, que quien ame un poco a Colombia
no se atreve ni aun a imaginárselas.
Hablaron también nuestros oradores y nuestros publicistas
de heroicos y gloriosos sacrificios que era preciso hacer por la
patria; glorioso y heroico hubiera sido en efecto el del colom-
biano que a ojos abiertos hubiera ido a hacerse quitar la vida
én el territorio defendido por extranjeros; pero sacrificios como
el de Eleázar Macabeo, el de Marco Curcio y el de Antonio
'Ricaurte, no se imponen: un hombre puede hacerlos; un go-
bernante no puede exigirlos.
Más, si el Gobierno tenía convencimiento de que "guerra con
Panamá quería decir guerra con los Estados Unidos", si ya de
ello se le había hecho anuncio oficial en términos bastante
claros, y si nuestros representantes en el exterior y muchos co-
lombianos residentes en los Estados Unidos y en Europa se lo
habían advertido así, ¿por qué facilit6 la marcha de las expedi-
ciones? ¡.Por qué continu6 por algunos días los aprestos bélicos?
La oscuridad casi comoleta en que nos hallábamos al principio,
y la esperanza de que el Gobierno americano hiciera alguna vez
justicia a nuestra causa y cesara en sus inauditos atrooellos,
dieron motivo a la preparación de una defensa heroica que s610
más tarde vino a considerarse como humanamente imposible.

En mí no había más que lo que siempre ha habido: amor a mi


patria y a mis conciudadanos, y vivos deseos de evitarles males
y de procurarles todos los bienes posibles.
Creo suficientes los datos anteriores y la somera exposici6n
que he venido haciendo, para que se pueda iuzl!ar con sereno
criterio de los actos de la administraci6n que dentro de poco
:expira.
He dado 6rdenes para que en un volumen especial se publi-
'CIuentodos los documentos relativos a la negociaci6n del canal,
durante mi administración, & pues aunque desde el año pasado
el Ministro de Relaciones Exteriores, con autorizaci6n mía, puso
a disposición del Senado todo el archivo diplomático, juzgo
conveniente que la naci6n entera tenga pleno conocimiento de

11) En el mismo mes de julio de 1904 se public6 el "Libro Azul" con


los documentos sobre el canal y la rebeli6n del istmo d. PaDamA. Do-
írotA. Imprenta Nacional. - Nota del B.

360
tan importante materia, hasta en sus menores incidentes. Esa
publicación, que permitirá seguir día por día los varios sucesos
de aquel asunto, pondrá de manifiesto, ante las potencias ex-
tranjeras, la franqueza, la sinceridad, la absoluta lealtad con que
Colombia se ha conducido, permaneciendo fiel a sus tradiciones
do;::rectitud en las negociaciones internacionales.
De la lectura de este mensaje, en el cual he querido resumir
los actos de mi administración, se deduce que nunca un Go-
bierno tuvo que resolver más grandes problemas ni vencer ma-
yores dificultades con menores recursos. Creo que en la tormen-
tosa vida colombiana jamás se habrá presentado una época tan
ardua, tan llena de peligros y complicaciones de todo género, ya
interiores, ya internacionales, como ésta en que me ha tocado
regir los destinos de la República. Cada día, cada hora, he
tenido que concretar toda mi atención a conjurar peligros, a
evitar escollos, reducido a escoger entre males, y consagrado a
restablecer el orden, base de la sociedad y fuente de todo dere-
cho. ¡Cuánto más hubiera estado en armonía con mi naturaleza
y con mi programa de Gobierno, el haber podido consagrarme
a fomentar en medio de la paz, en una época serena, la cons-
trucción de los ferrocarriles, el desarrollo de la industria y la
riqueza, en suma, el progreso material, que tanto requiere nues-
tra patria!
Pór la exposición que me he detenido a hacer, se podrá ver
que en todo asunto he procedido con probidad, con rectitud,
con absoluta ¡ealtad a mis principios, sin más móvil que el
amor a la prosperidad, al honor y el buen nombre de Colombia.
Abrigo la esperanza de que así lo veréis, Inliados únicamente
por un esníritu imoarcial y justo: y del pronio modo confío en
qu~ me ha de ser favorable el fallo de la Historia.

Bogotá. julio 20 de 1904.


José Manuel Marroquín

361
NOTA
BIBLIOGRAFICA
Los escritos reproducidos en este libro han sido fielmente
transcritos de las siguientes fuentes bibliográficas:
Una Historia que Debería Escribirse. "El Mosaico". Tomo 111,
número 37. Bogotá, 24 de septiembre de 1864, págs. 289-294.
El Fiscal Francisco Antonio Moreno y Escand6n. "Papel Pe-
riódico Ilustrado". Tomo IV, número 89. Bogotá, 15 de abril
de 1885, págs. 266-272.
El Puente del Común y sus Inmediaciones. "Papel Periódico
Ilustrado". Tomo 11. número 44. Bogotá, 15 de julio de 1883,
págs. 316-320.
Noticias sobre el Camino que va de la Capital al Común.
"Pape! Periódico Ilustrado". Tomo 11, número 44. Bogotá, 15
de julio de 1883, pág. 332.
Los Cristos de La Veracruz. "Papel Periódico Ilustrado". Tomo
IV, número 88. Bogotá, 19 de abril de 1885, págs. 250-251.
El doctor Francisco Margal/o. "Repertorio Colombiano".
Tomo VJII, número 46. Abril de 1882, págs. 304-318.
La Gran Semana. Episodios de la Revoluci6n de Noviembre
de 1841. "Revista Literaria". Tomo 111, año 111, entrega N9 27.
Julio de 1892, págs. 153-167.
Aprehensi6n de don Mariano y don Pastor Ospina en 1861.
Nada nuevo. Historias, cuentos y otros escritos viejos de don
José Manuel Marroquín. 1908. Bogotá, Librería Americana,
págs. 97-110.
Aprehensi6n de don Ignacio Gutiérrez Vergara en 1862. Nada
nuevo. Historias, cuentos y otros escritos viejos de don José
Manuel Marroquín. 1908. Bogotá, Librería Americana, págs.
247-265.
Carácter del doctor Alejandro Osario. "Colombia Ilustrada".
Números 4 y 5. Bogotá, 30 de junio de 1889, págs. 62, 63 Y 66.
Don losé Manuel Restrepo. "Papel Periódico Ilustrado". Tomo
l, número 7. Bogotá, 19 de enero de 1882, págs. 102-107.

365
La Jornada de La Calleja. Nada nuevo. Historias, cuentos y
otros escritos viejos de don José Manuel Marroquín. 1908. Bo·
gotá, Librería Americana, págs. 189-198.
Cómo se dio a conocer Jorge Isaacs. "Revista Literaria". Tomo
I, año I, entrega 3l.l Bogotá, julio 20 de 1890, págs. 158-169.
Relación del Movimiento del 31 de julio de 1900. "El Debate".
Bogotá, 12 de agosto de 1927, págs. 1 y 9.
Dos Cartas Histórica$. "Boletín de Historia y Antigüedades
de la Academia de Historia". Volumen LVIII, págs. 709-720.
La Segunda Administración. "Don José Manuel Marroquín
Intimo", por José Manuel Marroquín, Pbro. MCMXV. Arboleda
y Valencia. Bogotá, págs. 402-452.
Historia de la Negociación del Canal y de la Insurrección
Separatista del Istmo. Folleto "Mensaje del Vicepresidente de la
República encargado del poder ejecutiyo al Congreso de 1904".
Bogotá, Imprenta Nacional, 1904.

366
INDICEDE

ILUSTRACIONES .
'" .'
Página

Don José Manuel Marroquín en su época de estudiante.


Fotografía perteneciente al -Instituto Caro y Cuervo .. 17
2 Calle de Santafé. Perteneció a la Academia de Historia
y hoy al Museo del 20 de Julio 31
3 Puente del Común. Fotografía de Anita Vargas de
Garcés 41
4 Doctor Francisco Margallo. Dibujo por don José Ma-
nuel Groot 93
5 San Diego en 1857. Dibujo y grabado por M. D. Car-
vajal. Pertenece a don Alberto Cervantes García .... 113
6 Don Ignacio Gutiérrez Vergara. Litografía. Chevalier.
París 143
7 Doctor Alejandro Osorio. Fotografía perteneciente a
don Felipe Osorio Racines 161
8 Don José Manuel Restrepo. Oleo por Ricardo Acevedo
Berna!. Pinacoteca de la Academia de Historia.. . .. 173
9 Don José Manuel Marroquín en la época de "El Mo-
saico". Fotografía perteneciente al Instituto Caro y
Cuervo 203
10 "Yerbabuena" hacia 1900. Fotografía perteneciente al
Instituto Caro y Cuervo 211
11 Palacio de San Carlos hacia 1900. Dibujo por don En-
rique Ortega Ricaurte 229
12 Doctor José Joaquín Casas. Oleo por Ricardo Acevedo
Bernal (detalle). Pinacoteca de la Academia de Historia. 261
13 Don José Manuel Marroquín en la Presidencia de la
República. Oleo por Ricardo Acevedo Berna!. Pinaco-
teca de la Academia de Historia 271

369
INDICE GENERAL
Página

Prólogo, por Guillermo Hernández de Alba 7


Introducción, por Jaime de Narváez Vargas 11
PARTE PRIMERA. La Colonia 15
Una Historia que debería escribirse. El Virrey Solís .. . . . . 19
El Puente del Común y sus inmediaciones 39
Noticias sobre el camino que va de la capital al Común . . 53
Los Cristos de La Vera cruz 59
El Fiscal don Francisco Antonio Moreno y Escandón 65
PARTE SEGUNDA. La República en el siglo XIX. . .. . 89
El doctor Francisco Margallo 91
"La Gran Semana": Episodios de la revolución de noviem-
bre de 1841 111
Aprehensión de don Mariano y don Pastor Ospina en 1861. 129
Aprehensión de don Ignacio Gutiérrez Vergara en 1862 . .. 141
Carácter del doctor Alejandro Osorio 159
Don José Manuel Restrepo 171
La jornada de "La Calleja": Episodios de la revolución de
agosto de 1876 191
Cómo se dio a conocer Jorge Isaacs 201
PARTE TERCERA. 1900 - 1904 209
Relación del movimiento del 31 de julio de 1900 213
La segunda administración 227
Antecedentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. 231
La guerra civil 239
El Congreso de 1903 243
Mensaje a la nación el 19 de noviembre de 1903 247
Dos cartas históricas 251

373
Página

Renuncia de dos ministros , 255


Contestación del Vicepresidente de la República 263
Historia de la negociación del canal y de la insurrección
separatista del istmo 269
Misión del doctor Carlos Martínez Silva 275
Misión del doctor José Vicente Concha 283
Conceptos de los doctores Martínez Silva y José Vi·
cente Conoha 291
Carta del doctor Martínez Silva 291
Memorándum del doctor Conoha , 296
Episodios de la guerra civil en el Istmo de Panamá .. , 303
Ultimas gestiones del doctor Concha 309
Se encarga a don Tomás Herrán 313
Consideraciones sobre el Tratado Herrán-Hay 319
El Tratado y la opinión panameña 327
La negativa del Tratado y la intervención de los Es-
tados Unidos 335
El movimiento separatista 341
La protesta de Colombia 351
Misión al General Reyes y últimos esfuerzos del Go-
bierno 357
Nota Bibliográfica 363
Indice de Ilustraciones 367

374
OBRAS PUBLICADAS

1 Hermógenes Maza. A. M1ramón.


2 y a. - J! r"ncis(;o Antonio .l.ea. Roberto Botero Saldarriaga.
4 La Civl1Izac,on ChIbcha. ¡Vl.TrIana.
5 y 6. - Comentos Cr.t .•cóS sobre la Fundación de CartaJena de India¡¡,
Enrique otero D·Costa. . . .
7 Y 9. - .PeregrmacIon ae Alpha. Manuel Ancízar.
8 El JerogluIco Chibcha. M: Triana.
10 a 13.- Maravillas de la Naturaleza. Fray Juan de Santa Gertrudis.
OFM.
14 Romancero Bolivariano.
15 MemOrIas de un Abánderado. José Maria Espinosa.
16 a 18.- LeccIones de Historia de Colombia. Arcadio Quintero Peña.
19 y 20. - Manuel José CastrIllón. Diego Castrillón Arboleda.
21 Congreso de Cúcuta de 1821.
22. Poesía. Diego de J. Fallón.
23 La Conjuración Septembrina y otros Ensayos. Roberto LiévalU).
24 MemorIas sobre las Antigüedades Neo-Granadinas. E. Uricoechea.
25 Los Trabajadores de Tierra Caliente. Medardo Rivas.
26 Los Chibchas antes de la Conquista Española. Vicente Restrepo.
27 y 28.- Orientación Republicana. Carlos E. Restrepo.
29 La Melancolia de la Raza Indígená y Glosario Sencillo. Armand<>
Solano.
30 La República en la América Española. Sergio Arboleda.
31 Articulos Escogidos. Emiro Kastos.
32 Los Amigos del Poeta. E.Carranza.
33 Reminiscencias Tudescas y Cuentos a Sonny. Santiago Pérez Triana.
34 Colombia en la Guerra de IndeDendencia. Cornelio Hispano.
35 El Rejo de Enlazar. Eu~enio Diaz.
36 Historia de la Revolucion del 17 de Abril de 1854.Venancio Ortiz.
37 Croniquillas de mi Ciudad. Luis Maria Mora.
38 y 39.- El Dorado. Liborlo Zerda.
40 Colombia. Germán Arciniegas.
41 a 43.- Capitulos de HIstoria Política de Colombia. Carlos Martfnez
Silva.
44 Escenas de la Gleba. Fermin de Pimentel y Vargas.
45 Articulos de Costumbres. R. Silva.
46 a 49.- Museo de Cuadros de Costumbres. Variedades y Viajes. Bi-
blioteca de "El Mosaico", 1866.
50 Memorias del General Santander.
51 Monteñas de Santander. Enrique Otero D'Costa.
52 El Almirante Padilla.
53 y 54.- Obras de Alberto Angel Montoya.
55 Summa de Geografia. Martin Fernández de Enciso.
56 Memorias de un Oficial de la Legión Británica. Richard Vawell.
57 Imagen Poética. G. Pardo García.
58 y 59.- Derecho Público Interno de Colombia. José Maria Samper.
SO Las Culturas Andinas de Colombia. Jacinto Jijón y Caamafio.
61 A¡mst!n Agualongo y su Tiemno. Sergio Elia~ Ortiz.
62 Los Ultimos Dias de Lónez v otros escritos. Alfonso Lónez Michels~.
63 v 64.- Hiotorh de la Literatura en Nueva Granada. José Maria Ver-
gara y Vergara.
65 a 67.- Conversaciones con mis Hijos. Francisco ele Paula Borda.
68 L'! Verdadpra v 1'1 Falsa Democracia. Rafael Rocha Gutiérrez.
6'1 Biografia d•• Córdoh,!. E. Posad'!.
70 J.,,,,,,, r1p Are",e. Artm'" Cam,,~ho Ramirez.
71 Di"rio de la Indenendencia. José Maria Caballero.
72 Del Antiguo CÍlcuta. Luis Febres-Cordero F.
73 El Terremoto de Cúcuta. Luis Febres-Cordero F.
74 Floresta de la Santa Iglesia Catedral de la Ciudad y ProVincia de
Santa Marta. Jose N. de la Rosa.
75 a 711. - Obras de Joaquin Tamayo.
79 Fl'ancisco Jo:;é de Caldas. Alfredo D. Bateman.
80 La Familia de Santander. Luis E. Pacheco y Leonardo Molina L.
81 Temas de Diplomacia y de Historia. Diego Uribe Vargas.
82 Constante de la HistorIa de Latinoamérica en García Márquez. Gus-
tavo Alfaro.
83 Don Juan del Corral - Libertador de los Esclavos. Rob"rto Tisnés J.
84 Y 85.- Obra Literaria de AlfonsC' Bonilla-Naar.
86 El Sapo Burlón. G. Páez Escobar.
87 Aquellos Afios Turbulentos. Helena de la Espriella de ESCODar.
88 La Gruta SImbólica y Reminiscencias del Ingenio y la Bohemía en
Bogotá. José V. Ortega Ricaurte y Antonio Ferro.
119 a 96. - Fuentes Documentales para la Historia del Nuevo Reino de
Granada. Juan Fride.
97 Aguja de Marear. otto Morales Benftez.
98 a 100. - Libros Colombianos Raros y Curiosos. Ignacio Rodríguez
Guerrero.
101 y 102. - La Convención de Ocafia. José Joaquín Guerra.
103 .a 108. - Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las
Indias Occidentales. Fray Pedro Simón.
109 Escritos Históricos. .rosé Manuel Marroquín.

FUERA DE SERIE
-Informe Musgrave (Bases para una Reforma Tributaria en Colombia).
-Hacía el Pleno Empleo (Estudio de la OIT sobre Colombia).
-Desarrollo Económico de Colombia (Informe del Banco Mundial).
-La Reforma Tributaría Colombiana de 1974. M. Gillis y Charles McLure.
--Situación Económica, Principales Problemas y Perspectivas de Desa-
rrollo de Colombia (Estudio de la Cepcies).
-Tres Puertos de Colombia. 'l'heodore E. Nichols.
-Las Cooperativas Agropecuarias en Colombia. Wolfgang Frank.
-La Cibernetización - Una ConQuista Silenciosa. Alberto León Be-
tancourt.
-Historia Económica de Colombia: Un Debate en Marcha. Instituto de
Estudios Colombianos.
-Recursos para el Futuro. Colombia: 1950-2000. Instituto de Estudios
Colombianos.
-Panamá y su Separación de Colombia. Eduardo Lemaitre.
-América de Norte a Sur. ¿Corsarios o Libertadores? Jaime Duarte
French.
-Bolívar en el Tiempo. Francisco Cuevas Cancino.
-Así se Hizo la Indepenáencia. Alberto Lozano Cleves.
-Violencia. Conflicto y Politica en Colombia. Paul OQuist.
-Contribuciones al Conocimiento de la Estratigrafia Cerámica de San
Agustín. Gerardo Reichel-Dolmatoff.
-Cerámica y Ceramistas de Ráauira. Yolanda Mora de .raramlllo.
-Arqueología de Sutamarchán, Boyacá. Ana M.•ría Falchetti.
~Investigaciones Araueológicas en los Abrigos Rocosos del Tequendama.
Gonzalo Correal Urre~o y Thomas Van der Hammen.
-Alhmn Dibujos de Alberto Urdaneta.
-CatáloRo rlE'lMuseo Arqueológico del Banco Popular, Casa del Marqués
de San .ror~e.
-Cntálo~o,; de Arqueología Colombiana. Culturas Tumaco, Quimbaya
y Chlbcha.
-C~tálo~o del Museo de Arte de Medellin "Francisco Antonio Zea". J
Cárdenas y Tulla R. de Cárdenas.

TEXTOS UNIVERSITARIOS
-Evaluación Económica de Proyectos de Inversión. A. Infante Villarreal.
-Prest1cioncs Sociales del Sector Privado. Guillermo González Charry.
-Elementos de Auscult9.ción. Fonocardiografla y Apicocardiografía CH-
nices . .ruan Consue~ra Zulalca.
-Derecho A(hninistrativo. Jaime Vlthl Perdomo.
-Nuevn Est••tuto P"nal Arluanero. Roberto Merlina L6pez.
-lA Flora Ornamental Tropical y el Espacio Urbano. Lyda caldas de
Borrero.
-Intl"oducc!ón a las Aves de Colombia. Humberto Alvarez Lóoez.
-'Pnllt'ca E~onómica v Sector Extorno . .r. Alherto Navas Sierr't.
-Moneda, Banca y Teoría Monetaria. Fernando GaVina Cadavid.
Se terminó la impresión de esta
obra, en los Talleres Gráficos
del Banco Popular, en Bogotá,
siendo Presidente de la Institu-
ción el Dr. Iván Duque Escobar,
el día 19 de febrero de 1983.
6533
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