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EL MISTERIO DE LA NAVIDAD

Selección de textos:
MATILDE EUGENIA PÉREZ TAMAYO
Al llegar la plenitud
de los tiempos,
envió Dios a su Hijo,
nacido de mujer,
nacido bajo la ley,
para rescatar
a los que se hallaban bajo la ley,
y para que recibiéramos
la filiación adoptiva.

(Gálatas 4, 4-5)
INTRODUCCIÓN

La Navidad remueve fibras muy sensibles en


nuestro corazón. Nos trae recuerdos de
tiempos vividos, de momentos de gozo y
alegría profundos, que dejaron en nuestra
alma una huella imborrable. Recuerdos de
infancia y juventud; recuerdos de familia,
de amigos, de compañeros, de vecinos;
recuerdos de fiestas y celebraciones, de
regalos dados y recibidos, de deseos
cumplidos, de proyectos realizados.

Pero los cristianos no podemos quedarnos a


vivir en los recuerdos y de los recuerdos,
añorando con nostalgia lo que antes fuimos,
lo que tuvimos, lo que hicimos, las alegrías
que experimentamos alguna vez. El
presente y el futuro nos invitan a caminar, a
seguir adelante, a avanzar, a crecer, a
construir, a proyectar, a vivir de una manera
cada vez más consciente y responsable, esta
vida que Dios nos ha dado, y con la que Él
mismo se ha comprometido.
En este sentido, la Navidad es para cada uno
de nosotros, cada año de nuestra vida, un
nuevo presente, una nueva oportunidad,
para profundizar con amor, alegría y
esperanza, en el Misterio que fundamenta
nuestra fe: el Misterio de la Encarnación de
Dios, en la persona adorable de Jesús,
porque cada Navidad, este maravilloso
Misterio se “actualiza”, se hace de nuevo
presente y actuante en medio de nosotros,
para la humanidad entera, con todo lo que
es y significa.

Jesús niño, nacido de María, recostado en el


pesebre, es Dios-en-medio-de-nosotros;
Dios-con-nosotros, Dios-para-nosotros, Dios-
como-nosotros.

Dios infinitamente grande en su pequeñez y


su debilidad.
Dios infinitamente amoroso en su gran
humildad.
Dios que se agacha y se hace servidor de sus
criaturas.
Dios que nos ama con todo su corazón,
Dios que viene a liberarnos del pecado y de
la muerte.
Dios que nos salva y nos comunica la vida
eterna que Él posee, la Vida que Él mismo
es.

¡Cómo no vamos a alegrarnos por ello!…


¡Cómo no vamos a celebrarlo con gozo y
entusiasmo desbordantes!…
¡Cómo no vamos a pensar en ello una y otra
vez para tratar de comprender mejor todo
lo que significa, para entender su alcance y
su profundidad!…
¡Cómo no vamos a orar más y mejor para
dar gracias por esta bendición inmensa!…

Los textos que encontrarás en las siguientes


páginas, querido lector, han sido
seleccionados para que su lectura te ayude
a avanzar en la comprensión del verdadero
y más profundo significado de los
acontecimientos que recordamos cada
Navidad, y de lo que ellos implican en tu
vida de fe, y en la vida de todos los hombres
y mujeres de la tierra – creyentes y no
creyentes -, de todos los tiempos y todos
lugares. Solo es necesario que abras tu
corazón y te dejes guiar por la luz del
Espíritu Santo que habita en ti y te
conducirá en este proceso.

Espero, de todo corazón, que llenen tu alma


de paz, de amor y de esperanza.

Matilde Eugenia Pérez Tamayo


Del Evangelio según san Lucas
(2, 1-20)

Sucedió que por aquellos días salió un


edicto de César Augusto ordenando que se
empadronara todo el mundo. Este primer
empadronamiento tuvo lugar siendo Cirino
gobernador de Siria. Iban todos a
empadronarse, cada uno a su ciudad.

Subió también José desde Galilea, de la


ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de
David, que se llama Belén, por ser él de la
casa y familia de David, para empadronarse
con María, su esposa, que estaba encinta.

Y sucedió que, mientras ellos estaban allí,


se le cumplieron los días del
alumbramiento, y dio a luz a su hijo
primogénito, le envolvió en pañales y lo
acostó en un pesebre, porque no tenían
sitio en el alojamiento.

Había en la misma comarca unos pastores,


que dormían al raso y vigilaban por turno
durante la noche su rebaño.
Se les presentó el Ángel del Señor, y la
gloria del Señor los envolvió en su luz; y se
llenaron de temor.

El ángel les dijo: “No teman, pues les


anuncio una gran alegría, que lo será para
todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la
ciudad de David, un salvador, que es el
Cristo Señor; y esto les servirá de señal:
encontrarán un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre”.

Y de pronto se juntó con el ángel una


multitud del ejército celestial, que alababa
a Dios, diciendo: “Gloria a Dios en las
alturas y en la tierra paz a los hombres en
quienes Él se complace”.

Y sucedió que cuando los ángeles,


dejándoles, se fueron al cielo, los pastores
se decían unos a otros: “Vayamos, pues,
hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y
el Señor nos ha manifestado”.
Y fueron a toda prisa, y encontraron a
María y a José, y al niño acostado en el
pesebre.

Al verlo, dieron a conocer lo que les habían


dicho acerca de aquel niño; y todos los que
lo oyeron se maravillaban de lo que los
pastores les decían.

María, por su parte, guardaba todas estas


cosas, y las meditaba en su corazón.

Los pastores se volvieron glorificando y


alabando a Dios por todo lo que habían oído
y visto, conforme a lo que se les había
dicho.
1. PREGÓN DE NAVIDAD

José María Rodríguez Olaizola


Sacerdote Jesuíta, español

Hermanos:
Hace muchos siglos, Dios miró al mundo,
y sus entrañas se conmovieron,
al ver al hermano
enfrentado con el hermano,
al ver el dolor del inocente
injustamente golpeado,
al ver los muros que se levantaban
entre las personas…
al escuchar los lamentos,
las plegarias, las llamadas
de quienes se preguntaban:”¿Por qué?”,
y le preguntaban: “¿Dónde estás?”…

Y Dios quiso dar respuesta a las preguntas.


Y Dios quiso dar alivio a las heridas,
y quiso dar horizonte a las historias,
derribar los muros,
y devolver a la gente
una humanidad perdida.
Y quiso acariciarnos con sus manos,
y hablarnos con su misma Palabra,
amarnos con un corazón de carne,
hacerse uno de nosotros,
para abrazarnos en él.

Y lo hizo, en Belén de Judá,


a las afueras del pueblo,
porque no tenían sitio en la posada;
de María Virgen, esposa de José,
nació Jesús,
y sus padres lo envolvieron en pañales
y lo acostaron en un pesebre.

Él es la palabra que susurra nuestro nombre,


canto de Dios que puebla nuestro silencio,
brillo que enciende las noches,
justicia que repara lo injusto
con Verdad eterna.

Y hoy celebramos su presencia


Dios-con-nosotros.
Dios bueno.
Dios nuestro...
2. LA NOCHE DE NAVIDAD

Leonardo Boff
Teólogo brasileño

Un joven de unos 20 a 22 años, de nombre


José - viejo solo para los apócrifos, escritos
300 años después de los evangelios -, que
vivía en Nazaret, en el norte de Palestina,
tuvo que desplazarse al sur, a Belén, a fin
de registrarse en un censo.

Llevaba a su esposa María, ya embarazada


de nueve meses. Llegando al lugar, María
entró en dolores de parto. José buscó en las
posadas de los alrededores y explicó su
urgencia. Pero todos decían: “no hay sitio”.
No tuvo otra alternativa que buscar un
rincón que fuera mínimamente seguro.

Encontró una gruta en la que los animales se


protegían contra el frío de aquella época
del año. Allí, en una gruta, María dio a luz a
un niño, llamado primero Emmanuel y más
tarde Jesús. Y he ahí que ocurrió algo
sorprendente, algo realmente lleno de
magia, un factor que siempre da encanto a
la historia, que no se rige por los cánones
fríos de la racionalidad, sino por lo
imprevisto y lo imponderable. Por eso la
historia tiene sabor...

He aquí que irrumpió una claridad inmensa,


algo así como una estrella que planeó sobre
aquella gruta. La vaquita que mugía bajito y
el asno que rebuznaba se quedaron
inmóviles. Fuera, las hojas que arrastraba el
viento, se paralizaron. Las aguas del río,
que corrían, se estancaron. Las ovejas que
bebían, quedaron inertes. El pastor que
había levantado el cayado hacia lo alto,
quedó como petrificado. Un profundo
silencio y una paz serenísima se apoderaron
de toda la naturaleza.

Fue en ese exacto momento en que vino a


este mundo el divino Niño. Inmediatamente
después, se oyeron voces del cielo,
captadas por los que estaban atentos:
“Gloria a Dios en las alturas, y paz en la
tierra a todas las personas de buena
voluntad”.
El impacto de este acontecimiento fue tan
grande que nunca más ha podido ser
olvidado. Dos mil años después todavía es
recordado y celebrado, de una u otra forma,
en todo el mundo. Es la magia de la
Navidad.

Ha sido secularizada por el Papá Noel, y ha


entrado en el mercado con los regalos de
Santa Claus. Pero nadie ha conseguido
todavía destruir el espíritu de la Navidad. Se
trata de un aura bienhechora que es preciso
conservar, pues nos hace más humanos.
3. ENCARNACIÓN

Ignacio Iglesias
Sacerdote Jesuíta, español

A mi medida.
¡Tan débil como yo,
tan pobre y solo!
Tan cansado, Señor, y tan dolido
del dolor de los hombres!
Tan hambriento del querer de tu Padre
(Jn 4,34)
y tan sediento, Señor, de que te beban…
(Jn 7,37)

Tú, que eres la fuerza y la verdad,


la vida y el camino;
y hablas el lenguaje de todo lo que existe,
de todo lo que somos.

Sacias la sed, la nuestra y la del campo,


sentado junto al pozo de los hombres.
Arrimas tu hombro cansado a mi cansancio
y me alargas la mano cuando la fe vacila
y siento que me hundo.
Tú, que aprendes lo que sabes,
y aprendes a llorar y a reír como nosotros

Tú, Dios, Tú, hombre,


Tú, mujer, Tú, anciano,
Tú, niño y joven,
Tú, siervo voluntario,
siervo último
siervo de todos...
Tú, nuestro.
¡Tú, nosotros!
4. LÓGICA DE DIOS

Benjamín González Buelta


Sacerdote Jesuíta, español

Donde acaba la ciudad


y empieza el miedo;
donde terminan los caminos
y empiezan las preguntas,
cerca de los pastores
y lejos de los dueños;
en el calor de María
y el frío del invierno,
viniendo de la eternidad
y gastándose en el tiempo.

Salvación poderosa para todos


en una fragilidad recién nacida,
liberado de todos los yugos,
atado a un edicto del imperio;
rebajado hasta un pesebre de animales,
el que a todos nos sube hasta los cielos;
nació el Hijo del Padre,
Jesús, el hijo de María.

Sólo abajo está el Señor del mundo


que nosotros soñamos en lo alto.
Aquí se ve la grandeza de Dios,
contemplando la humanidad
de este pequeño.
Aquí está la lógica de Dios,
rompiendo el discurso de los sabios.
Aquí ya está toda la salvación de Dios
con que llenará todos los pueblos
y los siglos.
5. SALMO
A LA ENCARNACIÓN DE DIOS

José María Mardones


Doctor en Teología y Sociología

Suenen las trompetas


en todos los rincones del cosmos.
Proclamen la gran noticia:
Dios ha venido al mundo.
Resuenen hasta temblar
las entrañas del universo:
Dios se ha hecho hombre,
pobre ser humano.

El Dios grande, terrible,


creador y juzgador,
deje paso que ya entra
el Dios humanado,
hecho debilidad, carne,
acogida y compasión.
Un Dios-hombre conocedor de sudores,
cansancio y desconcierto,
angustias, penas y alegrías.

Te adoramos Dios humanado,


Jesús de nuestras vidas.

Entonen cantos celestiales


los coros angélicos,
suenen todas las cuerdas
de los violines del mundo,
porque tenemos un Dios cercano
que camina con nosotros
y ama con corazón humano,
capacidad infinita
y perdón de madre tierna.

Nos gozamos de tener


este Dios cercano y amoroso.

Brinque gozosa y feliz la realidad entera,


hasta la subpartícula atómica
más elemental,
porque todo lo existente
ha sido transfigurado.
La materia aspira hacia lo divino
porque Dios ha visitado a la humanidad
y la ha asumido dentro de su Misterio.
Todo tiene ya la marca de lo divino.
Hermanos, nada es profano;
todo es sagrado,
y lo más sagrado de la tierra
es el ser humano.

En ti, Jesús,
somos hermanos de todos
y lo asumimos todo

Bailen las mozas


en una danza universal y gozosa,
fraterna y solidaria,
porque Dios ya recorre la realidad toda
con su dinamismo secreto y profundo,
como el motor impulsor de todos los seres,
igual que el Viento del Espíritu
que nos hincha las velas
de todos los sueños.

Contigo Señor, soñamos


y deseamos hoy un mundo nuevo

Alégrense los pobres y sufrientes,


los oprimidos y las víctimas,
los abandonados y miserables,
porque ya no están solos,
porque Dios se bajó hasta ellos
y puso su morada predilecta
en medio de su miseria.
Nos mira a los ojos
desde los rostros implorantes
y nos llama benditos
cuando la compasión nos mueve
a entregar algo de nosotros mismos.

Danos, Señor, compasión solidaria


esta Navidad
y todos los días de nuestra vida.

Alabado seas mi Señor,


cercano, tierno, amoroso.
Uno mi voz al universo,
la materia y la antimateria,
lo viviente y lo consciente,
para cantarte el Hosanna más universal.

Te adoro desde lo más íntimo del corazón


donde tú anidas y me hablas,
quedito a veces, tonante, otras,
de los dolores de este mundo bello
y de los hombres, tus hijos muy queridos
No me pides nada,
imploras mi ayuda a la tarea de tu Espíritu
de llevar a plenitud tu Encarnación
solidaria.

Aquí estamos, Jesús amado,


ábrenos el corazón
para darte lo mejor de nosotros.

Gracias mil, Señor del Pesebre,


por tu venida continua a nuestras vidas
en los rostros y vicisitudes del mundo,
por tu encarnación diaria y universal,
Navidad perpetua,
regalo impagable
de tu búsqueda sin término,
persecución divina
del pequeño corazón humano.

Danos sensibilidad
para percibir tu presencia
misteriosa y real
y abrirte nuestras vidas.

Te adoramos, Niño divino,


secreto máximo del cosmos,
clave velada de su existencia,
canción divina del universo,
comunicación al mundo del Dios Trino.
Ahora eres nuestro hermano,
primicia de la creación plena
y futuro de nuestro destino.

Te alabamos, te adoramos
y te entregamos nuestras vidas.
6. HOMILÍA DE NAVIDAD

Karl Rahner
Teólogo Jesuíta, alemán

Hoy, mejor que una explicación de los


textos litúrgicos de la noche de Navidad,
mejor también que una homilía de la
Navidad, os propongo hacer una reflexión
serena, una pequeña, pero profunda,
meditación de la Navidad.

Ponte en silencio, recógete. Aíslate del


mundo exterior que te rodea. La vivencia
teológica de la Navidad no está en las
fiestas, en el árbol, en los regalos, en el
nacimiento o belenes, ni en los alegres
brindis hogareños de unas copas. Todo eso
es Navidad, pero es lo puramente
periférico de la Navidad. La vivencia
espiritual profunda de este misterio solo
puede vivirse en el silencio del corazón.

Por favor, acéptate a ti mismo como eres.


No te evadas, no huyas acusándote de tus
infidelidades con Dios, ni supravalorándote
por tus virtudes. Ni la infravaloración ni la
soberbia son más que un intento de evasión.

Toma con paz, sin amargura, tu pasado, con


realismo tu presente, y tu futuro
condicionado por ese pasado y presentes
tuyos. Acéptate tal cual eres, pobre,
limitado, imperfecto. Acéptate a ti mismo
como eres en realidad ante Dios.

Sentirás dentro de ti un vacío grande. Te lo


producen tu pasado y tu presente,
condicionando ambos tu futuro. Ese vacío
de tu corazón, el único que lo puede llenar
es ese Niño, que es Dios. Deja que el
silencio de tu retiro te hable de Dios. Que
hable sólo Él. Tú, escucha en silencio.

La dicha de la Navidad no es para oírla de


un hombre, sino para vivirla personalmente.
La dicha y el gozo de la Navidad no se
pueden decir desde un púlpito. Mis palabras
son incapaces de darte a vivir la Navidad.
Deja que te hable la luz navideña que viene
a visitar las tinieblas de este mundo, tú
también estás en oscuridad y no hay más luz
que la que viene a traer este Niño.

Él vino al mundo cuando todo el mundo


estaba en paz y en el alto silencio de la
medianoche. Tú también tienes que esperar
esa paz y esa oscuridad de medianoche
para que venga a ti.

Tu silencio y el mensaje sin palabras que


trae el Verbo, es lo único que puede darte
la realidad navideña. Dios viene a tu
corazón. Quiere acunarse en él. En ese
corazón tuyo distinto de todos los demás e
irrepetible. Él, que hizo tu corazón personal
e irrepetible, quiere venir a él como lo hizo
en el pesebre.

El Niño que nace es la Palabra, el Verbo de


Dios, y sin embargo no habla. Los recién
nacidos no hablan. Pero el silencio de este
recién nacido vale tanto como el Sermón de
la Montaña.

Dios se ha hecho hombre. No es que se ha


revestido de hombre, ni es un hombre
endiosado. Es tan hombre como tú y tan
Dios como el Padre. Es el Niño-Dios. Ese va a
venir a tu corazón. No importa que tu
corazón sea pobre. Él también era pobre y
vino buscando especialmente a los pobres.
Tu corazón es tan pobre como el pesebre, y
las pajas tienen tan poco valor como tu
pasado, presente y futuro previsible.

El Niño calla, pero ¡dice tanto!. También


cuando todos los días nace en el Altar,
guarda silencio de recién nacido.

Si quieres conocerte, fíjate en el Niño. La


antropología nace del conocimiento de Dios,
más que del conocimiento directo del
mismo hombre. Conociendo al Niño
empezarás a conocerte a ti mismo y a los
demás hombres. El hombre es el «yecto» y
el Dios-hombre es el «ante-proyecto». Pudo
no ser así. Adán pudo ser el proyecto del
Niño-Dios. Pero no lo quiso Dios. Ese Niño
que debes recibir en tu corazón es tu
«anteproyecto». Tú eres una copia inspirada
en él.
Si es así, lo más cerca de Dios es la carne, la
naturaleza humana, el hombre, tú. Él y tú
debéis formar un «nosotros» de amor.

También puede haber equidistancias, si en


tu silencio, en tu corazón vives
profundamente la teología de la Navidad. Lo
más cercano a ti puede ser Dios. Si
entiendes a ese Niño, Dios puede hacerse
más cercano, más próximo.

El mundo sería otro sin Navidad.

¿Qué seria de ti sin este nacer de Jesús?…


¿Qué sería el mundo sin la Navidad?...
Otro mundo, otra cosa mucho más fría y sin
sentido.

¡Cómo andaríamos los hombres!

Por el contrario, si vivimos hoy, esta noche,


la experiencia íntima de la Navidad, nos
será más fácil encontrar a Cristo en la
Iglesia, en la Eucaristía y en nuestros
hermanos, en el mismo Cosmos sobre todo
en el pobre pesebre de nuestro corazón.
7. NAVIDAD PARA CREER

Anselm Grün
Monje Benedictino, alemán

En Navidad celebramos el nacimiento de


Jesucristo en Belén. Sin embargo, la fiesta
no se conforma con el recuerdo de algo
pasado, sino que celebra nuestra propia
vida.

El nacimiento de Cristo tiene un efecto


sobre nosotros, nos ha divinizado, y, de esta
manera, en Navidad celebramos la fiesta de
nuestro propio comienzo.

En Navidad celebramos el logro de todos


nuestros anhelos.

Celebramos el nacimiento de Cristo en


Belén para poder creer que en nosotros hay
vida divina; para admitir en nosotros nuevas
posibilidades: amor, ternura, sentimiento;
para poder asombrarnos y emocionarnos...
Sin embargo, el hombre debe saber siempre
que él solamente es un establo en el que
Dios quiere nacer.

No somos un palacio que está preparado


para recibirle. No merecemos que Dios
venga a nosotros, ni tampoco podemos
merecerlo ni conseguirlo por la oración, la
ascesis o la meditación.

No necesitamos ocultar nuestra suciedad.


Seremos dignificados por Dios, quien, a
pesar de todo, quiere habitar en nosotros.

Necesitamos celebrar la Navidad para poder


creer, ya que por nosotros mismos no
podríamos creer en ello.

A menudo nos sentimos lejos de Dios. Por


eso tiene que haber una fiesta que nos
muestre claramente cómo Dios ha nacido
en un establo, rodeado de un buey y una
mula, y que precisamente los pobres tienen
que venir a adorar a este Niño, para poder
creer que el nacimiento de Dios en nosotros
puede hacer vibrar cuerdas nuevas, puede
engendrar en nosotros nuevas fuerzas.
8. DEBILIDAD DE DIOS

Miguel Ángel Mesa Bouza


Escritor católico, español

Queremos tener fuerza, poder, influencia,


para acabar con tanto dolor,
tanta injusticia, tanta muerte;
pero somos abatidos
por los vientos y las brisas
por la noche y sus tinieblas,
por el miedo y la distancia.

Queremos alumbrar esperanza,


soñamos con un mundo mejor,
deseamos abatir a los poderosos,
derrotar nuestro egoísmo,
y no tenemos fuerza
para alzar la voz,
para ser y compartir,
para no consumirnos,
para derramarnos.

¡Nos hace falta la fuerza de tu debilidad,


buen Dios nuestro!
La fuerza de un Niño necesitado,
que se deja alumbrar,
querer, abrazar,
alimentar, moldear.

La debilidad de tu Palabra
para hacerla verdad en nuestra vida.
Fuerza y debilidad.
Fragilidad y profecía.
Noche, y sin embargo
cada día vuelve a amanecer.

La Palabra se hizo carne…


Tú en carne, en debilidad,
como uno cualquiera.
La transcendencia condensada
hasta asumir con gozo la inmanencia,
transmitiendo a todo el universo
la definitiva luz de su transparencia.

Misterio diáfano
y oculto de la Encarnación.
El ser humano no se deifica:
Dios es el que se funde
con la materia, con lo humano,
se revela en la más profunda,
en la más plena e intensa humanidad.
Seremos más divinos
cuanto más nos humanicemos.
9. ¿POR QUÉ DESCIENDES TANTO,
SEÑOR?

Javier Leoz
Sacerdote español

¿Por qué bajas tanto, Señor?


Tienes el cielo como casa
y te aventuras a dejarlo
para caminar junto a nosotros.
¿No ves, Señor, como estamos?
El hombre mata al hombre.
Tu mundo ya no es aquel que Tú creaste.
La vida ya no es vida.

¿Por qué bajas tanto, Señor?


Una corte de ángeles te rodea,
y prefieres nacer
en medio de la indiferencia de los hombres
sin más homenaje
que el ruido de las guerras,
y las contiendas o indiferencias
de las naciones.

Posees el calor celestiales


y te adentras en el ruido de la tierra.
Destellas la grandeza de tu divinidad
y te revistes de nuestra pobreza.

¿Por qué bajas tanto, Señor?


Eres Dios y quieres ser hombre.
Vives en la ciudad eterna
y deseas caminar a pie en la tierra.
Hablaste durante siglos sin dejarte ver,
y ahora te descubrimos en un Niño.

¿Es necesario tanto, Señor?


Eras intocable y te dejas acariciar.
Eras invisible y te podemos adorar.
Estabas más allá de las nubes,
y te contemplamos en un pobre pesebre.

¿Es necesario tanto, Señor?


Déjanos por lo menos, Señor,
conquistarte con la fuerza de nuestro amor.
Calentarte con la hondura de nuestra fe.
Abrigarte con la esperanza que nos traes.
Responderte con la humildad de nuestros
corazones.

No sé si es necesario tanto, Señor.


Solo sé que el mundo, hoy más que nunca,
te necesita como salvador.

Solo sé, Señor, que tu llegada


es motivo para la alegría
en medio de la tormenta de tristeza
que sacude a nuestro mundo.

¡Gracias por hacer tanto, Señor!


¡Gracias por salir a nuestro paso!
Amén.
10. ORACIÓN
A LA VIRGEN DE LA NOCHEBUENA

Eduardo Pironio
Cardenal argentino

Señora de la Nochebuena,
Señora del silencio y de la espera;
esta noche nos darás otra vez al Niño.
Velaremos contigo hasta que nazca
en la pobreza plena,
en la oración profunda,
en el deseo ardiente.

Cuando los ángeles canten:


“Gloria a Dios en lo más alto de los cielos,
y paz en la tierra a los hombres
amados por Él”,
se habrá prendido una luz nueva
en nuestras almas,
se habrá encendido una paz inmutable
en nuestros corazones,
y se habrá pintado una alegría contagiosa
en nuestros rostros.
Y volveremos a casa en silencio:
iluminando las tinieblas de la noche,
pacificando la ansiedad de los hombres,
y alegrando las tristezas más profundas.

Después, en casa,
celebraremos la Fiesta de la Familia.
Alrededor de la mesa nos sentaremos
los chicos y los grandes;
rezaremos para agradecer,
conversaremos para recordar,
cantaremos para comunicar,
comeremos el pan que nos une.

Afuera, el mundo seguirá tal como siempre.


Tinieblas que apenas quiebran
la palidez de las estrellas.
Angustias que apenas cubren
el silencio vacío de la noche.
Tristezas que apenas disimulan
la lejana melodía de las serenatas.

En algún pueblo no habrá Nochebuena


porque están en guerra.
En algún hogar no habrá Nochebuena
porque están divididos.
En algún corazón no habrá Nochebuena
porque está en pecado.
Señora de la Nochebuena,
Madre de la luz,
Reina de la paz,
Causa de nuestra alegría,
que en mi corazón nazca esta noche
otra vez Jesús.
Pero para todos:
para mi casa,
para mi pueblo,
para mi patria,
para el mundo entero.
Y sobre todo, fundamentalmente,
que nazca otra vez Jesús
para gloria del Padre.
Amén.
11. SENCILLEZ DE LA NAVIDAD

Carlo María Martini


Cardenal de Milán
Jesuíta

El pesebre es algo muy sencillo que todos


los niños entienden. A veces está compuesto
de muchas figuras distintas, de diferente
grandeza y talla: pero lo esencial es que de
algún modo todos tienden y miran hacia el
mismo punto, la cabaña donde María y José,
con el buey y el burro, esperan el
nacimiento de Jesús o lo adoran en los
primeros momentos después de su
nacimiento

Como el pesebre, todo el misterio de la


Navidad, del nacimiento de Jesús en Belén,
es muy sencillo, y por eso está acompañado
por la pobreza y la alegría. No es fácil
explicar racionalmente cómo están juntas
las tres cosas. Pero lo intentaremos.

El misterio de la Navidad es ciertamente un


misterio de pobreza y de empobrecimiento:
Cristo, que era rico, se hizo pobre por
nosotros, para hacerse semejante a
nosotros, por amor nuestro y sobre todo por
amor de los más pobres.

Aquí todo es pobre, sencillo y humilde, y


por eso no es difícil comprenderlo para
quien tiene el ojo de la fe: la fe del niño, al
que pertenece el Reino de los cielos. Como
dijo Jesús: «Si tu ojo es sencillo, todo tu
cuerpo estará iluminado» (Mateo 6, 22).

La sencillez de la fe ilumina toda la vida y


nos hace aceptar con docilidad las grandes
cosas de Dios. La fe nace del amor, es la
nueva capacidad de mirar que tenemos
porque nos sentimos muy queridos por Dios.

El fruto de todo esto está en la palabra del


evangelista Juan en su primera carta,
cuando describe la experiencia de María y
de José en el pesebre: “Lo que hemos visto
con nuestros ojos, lo que contemplamos y
tocaron nuestras manos acerca de la
Palabra de vida, pues la Vida se manifestó”.
Y todo esto sucedió para que nuestro gozo
sea completo. Así pues todo es para nuestro
gozo, para un gozo pleno (cf. 1 Juan 1, 1-
3).

Este gozo no era sólo de los contemporáneos


de Jesús, sino que también es nuestro: hoy
también este Verbo de la vida se hace
visible y tangible en nuestra vida diaria, en
el prójimo al que amar, en el camino de la
cruz, en la oración y en la Eucaristía,
especialmente en la Eucaristía de Navidad,
y nos llena de gozo.

Pobreza, sencillez, alegría: son palabras


sencillísimas, elementales, pero tenemos
miedo de ellas y sentimos casi vergüenza.
Nos parece que la alegría completa no está
bien porque siempre hay muchas cosas de
las que hay que preocuparse, hay muchas
situaciones desacertadas, injustas. ¿Cómo
podemos gozar de verdadera alegría ante
todo esto?
Pero tampoco la sencillez está bien, porque
hay muchas cosas de las que desconfiar,
cosas complicadas, difíciles de entender, los
enigmas de la vida son muchos: ¿Cómo
podemos gozar del don de la sencillez ante
todo esto? ¿Y acaso no es la pobreza una
condición que hay que combatir y extirpar
de la tierra?

Pero alegría profunda no quiere decir no


compartir el dolor frente a la injusticia,
frente al hambre del mundo, ante los
muchos sufrimientos de las personas. Quiere
decir simplemente confiar en Dios, saber
que Dios sabe todo esto, que se preocupa
por nosotros y que suscitará en nosotros y
en los demás esos dones que la historia
requiere. Y así nace el espíritu de pobreza:
confiando plenamente en Dios. En Él
podemos gozar de la alegría plena, porque
hemos tocado el Verbo de la vida que cura
toda enfermedad, pobreza, injusticia,
muerte.

Si de alguna manera todo es tan sencillo,


también debe ser sencillo creer. A menudo
oímos decir hoy que en un mundo así, creer
es difícil, que la fe corre el peligro de
naufragar en el mar de la indiferencia y del
relativismo actual o de ser marginada por
los grandes discursos científicos sobre el
hombre y el cosmos. No cabe duda de que
en un mundo así hoy puede costar más
trabajo mostrar con argumentos racionales
la posibilidad de creer.

Pero no debemos olvidar la palabra de san


Pablo: para creer bastan el corazón y la
boca. Cuando el corazón, movido por el
toque del Espíritu que nos ha sido dado en
abundancia (cf. Romanos 5, 5; Juan 3, 34),
cree que Dios resucitó a Jesús de entre los
muertos y la boca lo proclama, estamos
salvados (cf. Romanos 10, 8-12).

Todas las complicaciones, todas las


profundizaciones que a veces nos
confunden, todo lo que ha sido superpuesto
mediante el pensamiento oriental y
occidental, mediante la teología y la
filosofía, son reflexiones buenas, pero no
deben hacernos olvidar que en el fondo,
creer es un gesto sencillo, un gesto del
corazón que se lanza y una palabra que
proclama: ¡Jesús ha resucitado, Jesús es el
Señor!

Es un acto tan sencillo que no distingue


entre doctos e ignorantes, entre personas
que han realizado un camino de purificación
o que aún deben realizarlo. El Señor es de
todos, es rico de amor para todos los que le
invocan.

Justamente nosotros tratamos de


profundizar en el misterio de la fe, tratamos
de leerlo en todas las páginas de la
Escritura, lo hemos declinado por caminos a
veces tortuosos. Pero la fe, repito, es
sencilla, es un acto de abandono, de
confianza, y debemos hallar de nuevo esa
sencillez. Ella ilumina todas las cosas y
permite afrontar la complejidad de la vida
sin demasiadas preocupaciones o miedos.

Para creer no se requiere mucho. Es preciso


el don del Espíritu Santo que él concede
siempre a nuestros corazones y de parte
nuestra poner atención en las pocas señales
bien colocadas.
Fijémonos en lo que sucedió a lado del
sepulcro vacío de Jesús: María Magdalena
decía con inquietud y lágrimas: “Se han
llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos
dónde le han puesto”. Pedro entra en el
sepulcro, ve las vendas y el sudario plegado
en un lugar aparte y todavía no lo entiende.
Pero lo entiende el otro discípulo, más
intuitivo y sencillo, el que Jesús amaba. Él
“vio y creyó”, refiere el Evangelio, porque
las pequeñas señales presentes en el
sepulcro le dieron la certeza de que el
Señor había resucitado. No necesitó un
tratado de teología, no escribió miles de
páginas sobre el acontecimiento. Vio
pequeñas señales, pequeñas como las del
pesebre, pero fue suficiente porque su
corazón estaba ya preparado para
comprender el misterio del amor infinito de
Dios.

A veces buscamos señales complicadas, y


está bien. Pero puede bastar poco para
creer si el corazón está disponible y si se
escucha al Espíritu que infunde confianza y
alegría en el creer, sentimiento de
satisfacción y de plenitud. Si somos tan
sencillos y disponibles a la gracia, entramos
en el número de aquellos a los que les es
dado proclamar esas verdades esenciales
que iluminan la existencia y nos permiten
tocar con la mano el misterio manifestado
por el Verbo encarnado.

Experimentamos que también la alegría


perfecta es posible en este mundo, a pesar
de los sufrimientos y dolores de todos los
días.
12. PONER EL BELÉN

Pablo D’Ors
Sacerdote y escritor español

Dios nace en Belén, donde menos se


esperaría: en la población más pequeña y
olvidada.

Dios sigue naciendo donde nadie lo


imaginaría, pero no solo socialmente, sino
también donde menos lo esperaríamos en
nuestro corazón.

Esa zona oscura de la que nos avergonzamos


es probablemente donde Dios está
queriendo nacer en ti.

Meditar es entrar en esa zona.

Nuestra noche interior, personal y colectiva,


es el escenario en que quiere nacer la Luz.

La gente de Belén no recibe a la Sagrada


Familia. ¿Y tú?...
El mundo se resiste al nacimiento de lo
nuevo.

Meditar es tener el coraje de abrirse a lo


naciente.

Nace un Niño, un ser pequeño e indefenso.


Pero ese Niño será el Salvador del mundo.

Pero si un niño que nace puede ser la


alegría de la casa, una luz que se enciende
en la conciencia puede ser la alegría del
corazón.

La Virgen y San José están estupefactos. No


solo maravillados de lo guapo que es su
pequeño - eso sería un placer estético - ; ni
meramente ilusionados con él - una emoción
afectiva -; sino estupefactos ante el milagro
que les ha sobrevenido.

Su actitud es contemplativa: miran atenta y


amorosamente al que ha venido.

Mientras esto sucede, en el cielo empieza a


brillar una estrella.
No hay movimiento del alma, por pequeño
que sea, que no tenga una resonancia en el
universo.

Si un corazón empieza a colocarse en su


sitio, el mundo se beneficia por ello.

¿Cuánta luz hay en mi vida?... es una buena


pregunta para estas navidades.

Los primeros que se enteran de este


acontecimiento son la mula y el buey.

¿Cómo te imaginas el cielo?, me han


preguntado en alguna ocasión. Y yo: como
cuando Láska, mi perro, me recibe cada vez
que llego a casa. Nunca nadie me ha hecho
una fiesta más afectuosa. La mula y el buey
fueron para Jesús algo así como Láska para
mí.

Pero los primeros que ven la estrella son los


pastores, que en aquella sociedad judía no
eran considerados solo pobres e incultos,
sino impuros.
La noticia del nacimiento de un Salvador
solo pueden entenderla los que necesitan un
salvador; si lo tenemos todo solucionado,
difícilmente entenderemos de qué va todo
esto.

Por último, los magos, que no son solo los


sabios, sino los paganos. Cristo nace en el
pueblo judío, pero quienes primero le
reconocen no son sus compatriotas, sino los
extranjeros.

Porque Cristo no nace solo para los


cristianos, sino para todos los hombres y
mujeres de buena voluntad.

Navidad es una invitación:


- A que Jesús nazca no solo en la cuna de
Belén, sino en la de nuestro corazón.
- A entrar en nuestro portal, en nuestra
noche oscura.
- A no agarrarnos a nuestras seguridades,
sino a apostar por lo que quiere ir
abriéndose camino.
- A atender a todo lo pequeño que despunta
en nosotros, por insignificante que pueda
parecer.
- Una invitación también a tener la actitud
contemplativa, de estupor ante la
maravilla, de María y de José.
- A reconocer las muchas estrellas que lucen
en nuestra sociedad: personas que nos
iluminan y hacen que el mundo sea mejor.
- A no combatir contra nuestra impureza o
imperfección, sino a encender la luz.
- Una invitación, en fin, a acoger al
forastero, al distinto, al que piensa
diferente, al que es de otro partido, de otra
clase social, de otra religión.
13. CREO EN LAS ESTRELLAS
DE LA NAVIDAD

Miguel Ángel Mesa Bouzas


Escritor católico, español

Creo en la paz del corazón y en el esfuerzo


por llevar esa paz al mundo en que vivimos.

Creo que Belén es la Casa del Pan, un pan


partido, repartido, compartido, para que no
haya más hambre en nuestro barrio, en
nuestra ciudad, en nuestro mundo.

Creo en los pastores que escuchan la buena


noticia y dónde se encuentra el “Dios con
nosotros”, que salen a su encuentro y, por lo
tanto, comparten lo que son y tienen con
los marginados y excluidos de nuestra
sociedad.

Creo en las estrellas que ya murieron, pero


que nos han dado vida y conducido a donde
nos encontramos hoy, a lo que somos, a lo
que anhelamos ser.
Creo en las estrellas que continúan naciendo
y nos siguen abriendo nuevos caminos,
inéditas sendas a recorrer, ilusiones que
prender en nuestro ojal, destellos llenos de
fulgor para nuestros ojos apagados.

Creo en la buena noticia de Jesús de


Nazaret, la más profunda humanización del
misterio del amor de Dios, en la alegría y la
esperanza que nos infunde y, a través de
nosotros, en los demás.

Creo en ese otro mundo posible que nos


animó a construir, por la dignidad y la
felicidad de los seres humanos, para
eliminar la injusticia, el odio, el llanto, la
desilusión.

Creo que la Navidad acontece cada día del


año, cuando trabajamos por la paz y la
justicia, por el amor encarnado, por una
nueva humanidad más fraterna, libre, en
paz. Junto a la naturaleza y el universo que
nos rodean, nuestro verdadero hogar, en el
que nacimos y al que volveremos, para ser
de nuevo polvo de estrellas luminosas,
ardientes.
14. NOCHE DE PAZ

José María Rodríguez Olaizola


Sacerdote Jesuíta, español

Canto paz por quienes enmudecen


porque sienten su ausencia y su tardanza,
los que sufren, perdida la paciencia,
quienes hallan, cautiva la esperanza.

Pido paz, que muchos no la alcanzan


sin faltar de sus mesas el sustento,
si olvidaron sus cuerpos los abrazos,
si pueblan sus hogares los silencios.

Digo paz, y anunciarla ya es canto


de niño, Verbo, carne, y Dios eterno,
que incendia con ternuras lo apagado,
que da lumbre y abrigo a tanto invierno.

Hablo paz, villancico y misterio,


que convierte una noche en Noche Santa.
Rezo paz, miro al mundo y prometo
cantar la paz para quien no la canta.
15. ORACIÓN FRENTE AL PESEBRE

Henri Nouwen
Sacerdote holandés

Oh, Señor, ¡qué difícil es aceptar tu camino!


Vienes a mí como un niño pequeño e
impotente que ha nacido lejos de su hogar.
Vienes para mí, como un extraño en tu
propia tierra.
Mueres por mí, como un criminal fuera de
las murallas de tu ciudad, rechazado por tu
propio pueblo, incomprendido por tus
amigos, y sintiéndote abandonado por tu
Dios.

Mientras me preparo para celebrar tu


nacimiento, trato de sentirme amado,
aceptado y en casa en este mundo, y trato
de superar los sentimientos de alienación y
separación que continúan asaltándome.
Pero ahora me pregunto si mi profundo
sentimiento de falta de hogar no me acerca
más a ti que mi ocasional sensación de
pertenencia.
¿Dónde celebro verdaderamente tu
nacimiento: en un hogar confortable, o en
una casa que no me es familiar, entre
amigos que me dan la bienvenida o entre
extraños desconocidos, con sentimientos de
bienestar o sentimientos de soledad?

No tengo que escapar de aquellas


experiencias que sean más cercanas a las
tuyas.
De la misma forma en que Tú no perteneces
a este mundo, yo tampoco pertenezco a
este mundo.
Cada vez que me siento así, tengo la
oportunidad de estar agradecido y de
abrazarte mejor, y saborear, más
plenamente, tu alegría y tu paz.

Ven, Señor Jesús, y quédate conmigo donde


me siento más pobre.
Confío en que éste es el lugar donde
encontrarás tu pesebre y traerás tu luz.

Ven, Señor Jesús, ven.


16. SIN LUGAR EN LA POSADA

Gustavo Vélez Vásquez – Calixto.


Sacerdote Misionero, colombiano

“Mientras estaban allí, le llegó a María el


tiempo del parto y dio a luz a su
primogénito… porque no tenían sitio en la
posada”. (Lucas 2, 6-7)

Apenas un adverbio: “Mientras estaban allí,


a María le llegó el tiempo del parto”. El
evangelista indica así a Belén. Y en Belén
una gruta, donde los pastores del contorno
se guarecían con algunos ganados.

Después nosotros hemos embellecido todos


los pesebres del mundo, revistiendolos de
coloridos adornos.

“Porque no tenían sitio en la posada”,


continúa san Lucas.

José Luis Martín Descalzo describe el “khan”


oriental de ayer y aún de hoy, como un
patio cuadrado, rodeado de altos muros. En
el centro solía haber una cisterna, en torno
a la cual se amontonaban camellos, asnos y
ovejas. Los viajeros, acostumbrados a la
intemperie en muchas circunstancias,
dormían en cobertizos, o bien a campo raso.

Es de suponer que José tenía en Belén


amigos y parientes. Pero con motivo del
censo, las casas de familia y aún los
albergues estarían al tope.

Espacio siempre había en las posadas


orientales para uno o más huéspedes. Sitio
físico sí, pero María y José buscaban ante
todo privacidad y silencio.

Entonces allí, sobre un reducido espacio


geográfico, se cruzaron el paralelo de
nuestra pequeñez y el meridiano de la
infnita bondad de Dios.

Diversas tradiciones adornaron este


episodio, señalando que la pareja
nazaretana, mendigaba hospedaje de puerta
en puerta y era rechazada con insultos. Que
los tomaron por maleantes entre tantos
forasteros que atiborraban el poblado. De
allí nació la piadosa práctica de “Las
Posadas”, donde se ora y se consideran las
incomodidades de José y María en aquel
trance. Comparando a la vez, la actitud de
los habitantes de Belén con nuestras fallas
ante el amor de Cristo.

Pero en relación al misterio de la Natividad,


es preferible otra lectura, más simple y por
lo tanto más teológica: Dios se hizo hombre
en unas circunstancias comunes y
corrientes.

Que ese Niño era el Mesías, anunciado por


los profetas, la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad, consustancial con el
Padre… es un lenguaje posterior, tomado de
la reflexión comunitaria.

Al comienzo de toda esta maravilla hubo


únicamente una pareja joven, buscando
sitio para pasar la noche, luego de varias
jornadas de camino.
Belén era entonces un pequeño poblado de
unas doscientas casas, apiñadas sobre un
cerro. En las colinas próximas los bancales
de olivos se abrían paso entre las rocas.
Aquí y allá, higueras, y más lejos, viñedos,
trigales y rebaños.

Pero Belén, “capullo de rosa, prendida


sobre la airosa capul de la madrugada,
capital de la alegría, esquina do la hidalguía
de Dios desposó mi nada”, existe en el
corazón de cada creyente.

De niños edificamos allí esa aldea de modo


indestructible, con trozos de inocencia y
jirones de ilusión, que una fe elemental ató
a nuestra historia. Y allí regresamos cada
Navidad, aunque harapientos, desde parajes
muy distantes, donde hemos padecido
hambre y sed.

La fiesta de hoy nos invita a abrir el corazón


para hospedar a Dios. Más tarde Jesús les
dirá a sus discípulos: “Si alguno me ama,
guardará mi palabra y mi Padre le amará y
haremos morada en él” (Juan 14, 23).
Y abrir el corazón quiere decir mantener
presente al Señor, cultivar con él una
amistad irrompible. Significa vivir al estilo
de Jesús, haciendo siempre el bien, como él
nos enseñó.
17. NAVIDAD

José Luis Martín Descalzo


Sacerdote y escritor español

Creo que, si tuviera que definir la Navidad


con sólo dos palabras, elegiría sin dudar
estas: ALEGRÍA y ASOMBRO. Y si tuviera que
hacerlo con una sola, me quedaría con la
segunda de las dos: ASOMBRO.

Asombro, porque lo que en ese día ocurre es


algo tan desconcertante – eso de que Dios
baje a ser uno de nosotros -, que sólo
porque Él mismo lo ha revelado prodemos
creerlo. De otro modo lo juzgaríamos una
fábula hermosa, pero imposible.

Y, sin embargo, esta “fábula” es cierta: Dios


prendido y prendado por su amor a la
criatura, se hizo igual a ella; se hizo no sólo
hombre, sino bebé, inerme, indefenso. Nada
más hermoso, nada más grande podía
ocurrirle a la humanidad. Y, para celebrar
ese prodigio insólito, los hombres han
volcado sobre la Navidad todo cuanto
conocían de ternura y belleza. Tal vez
ningún otro tema haya recogido en torno
suyo tantas maravillas pictóricas, musicales,
poéticas.

*****

Y si yo tuviera que elegir uno solo entre los


recuerdos de la ciudad de Belén, que he
tenido la fortuna de visitar dos veces, sé
que me quedaría, sin vacilar, con el de
aquella puertecilla de entrada a la Basílica
de la Natividad, aquella puerta de sólo un
metro veinte de altura por la que sólo los
niños podían entrar sin agacharse.

Recuerdo que, a mi lado, el guía franciscano


explicaba que esa entrada se hizo así en la
Edad Media para evitar que los jenízaros
pudieran penetrar en el templo a caballo,
aterrando y descabezando a los fieles en
oración. Pero yo no le oía. Estaba
descubriendo en mi interior otra razón más
alta: que a Dios sólo se puede llegar de dos
maneras: o siendo niño o agachándose
mucho. No empinándose, sino inclinándose.
No estirándose, sino empequeñeciéndose.
No subiéndose en escaleras o escabeles de
ciencia, de poder o de grandeza, sino
retornando a los primeros años de nuestra
vida.

Porque Dios no es más grande que nosotros,


sino mucho más joven, o, para ser exacto,
porque Dios es mucho más grande que
nosotros, por la simple razón de que es más
verdadero, más misericordioso, mucho más
loco y niño que nosotros.

Pero este descubrimiento venía a abrir en


mí otro problema: si Dios no pudo acercarse
a los hombres sino por el camino de hacerse
pequeño, ¿podrán los hombres acercarse a
Dios por distinto sendero?...
18. EN MEDIO DE LA NOCHE

Javier Leoz
Sacerdote español

En medio de la noche,
escuchando el gemir del mundo,
sales a nuestro encuentro, oh Dios,
sin más anuncio ni cortejo
que el silencio de la noche estrellada.

Naces, para que renazca nuestra vida,


y nuestros ojos distraídos por las luces,
se fijen en el “Lucero Divino”
de un pesebre.

Déjame, Señor,
en la oscuridad de esta noche,
ser ángel pregonero de tu misterio;
que el hombre se entere
de una vez para siempre,
que vienes a divinizarle,
a infundirle calor, frente al frío del mundo.

Déjame, Señor,
ser fuego alrededor de tu cuna,
para que el mundo comprenda
que cuanto más lejos estamos de Ti,
más riesgo corre el corazón del hombre
de quedarse sin amor
y romperse para siempre.

Déjame, Señor,
ser estrella de tu Nacimiento
y reyes y plebeyos, ricos y pobres,
puedan escuchar
que algo nuevo ha acontecido.

Déjame, Señor,
ser cuna de tu frágil cuerpo,
y el mensaje de paz
que tu rostro irradia,
pueda yo acogerlo y llevarlo
hasta los rincones más oscuros.

En medio de la noche, Señor,


naces silencioso pero lleno de amor,
humilde,
pero envuelto en la grandeza de Dios,
pequeño,
pero inalcanzable en tu esplendor.
En medio de la noche, naces, Señor,
apareces sin imponerte a nadie.
Solo el amor habla.
Solo el amor aguarda.
Solo el amor canta.
Solo el amor nace.
Solo el amor… de Dios en Belén.

¡Gracias, Jesús!
19. ROMANCE DEL DIOS DESNUDO

Alfonso Francia
Sacerdote Salesiano, español

Los ángeles hacen fiesta,


una fiesta de disfraces,
porque el Niño Dios se marcha
a vivir con los mortales.

Se han disfrazado de niños


para ser a Dios iguales.
Quieren marchar con Jesús
y compartir avatares.

Unos visten de europeos,


bien nutridos y elegantes.
Otros visten de mendigos,
vagabundos o inmigrantes.
Otros no visten de nada.
Desnudos van por la calle,
que el desnudo de los pobres
ya no escandaliza a nadie.

Se perdieron de Jesús,
y pululan por las calles.
Y no hay nadie que los busque.
¡Es que no interesa a nadie!

Jesús marchó desnudito


como un niño de la calle.
Al verlo, algunos dudaron
si debían ayudarle.
¡Era el mismo del pesebre,
Dios nacido entre animales!

Otros pensaron que Dios


era rey y era honorable,
vivía en familia unida,
respetado y respetable.
Su padre era el buen José,
María su santa Madre.
El Niño Dios del pesebre
no era el de la pura calle.

Hicieron una cunita


para este niño adorable.
Era el retrato de Dios,
puesto allí… para rezarle.

“¡Qué encanto tiene este niño!,


decían mañana y tarde;
fíjate qué ojitos tiene,
los mismitos que su madre.
Es Dios que viene a servirnos.
¡Es Dios que viene a salvarme!”

Así se pasan las horas


y todas las navidades,
entre rezos y piropos,
regalos y mazapanes,
pastores, reyes y estrellas,
doce uvas y champanes.

Jesús se muere de frío


deambulando por las calles,
frío en el cuerpo y el alma
y en el alma y cuerpo… ¡hambre!

“Limpiemos esta basura,


dicen ediles y alcaldes,
que los niños que andan sueltos
son amenaza constante.”

Gloria a Dios en las alturas…


y en la tierra a cada ángel,
que disfrazado de niño,
merodea por la calle.
Gloria a Dios en las alturas,
gloria a quien sus puertas abre,
al Dios que llama a su puerta,
con disfraz de impresentable.

El mendigo que me pide


es el que puede salvarme,
librarme de las riquezas
que me hacen tan miserable.

Gloria a Dios en las alturas.


Gloria a Dios que Niño se hace.
Gloria al Dios de las basuras
de los niños de la calle.
20. ORACIÓN AL NIÑO DE BELÉN

San Juan XXIII

Oh, dulce niño de Belén,


danos la comunión con toda nuestra alma
con el profundo misterio de la Navidad.

Pon esta paz en el corazón de los hombres


que a veces buscan tanto,
y que solo Tú puedes darles.

Ayúdalos a conocerse mejor,


y vivir fraternalmente
como hijos del mismo Padre.

Descubre tu belleza para ellos,


tu santidad,
tu pureza.

Despierta en sus corazones amor y gratitud


por tu infinita bondad.

Únenos a todos en tu caridad


y danos tu paz celestial. Amén.
21. HOMILÍA DE NAVIDAD

José Antonio Pagola


Sacerdote español

El cuarto evangelio comienza con un prólogo


muy especial. Es una especie de himno que,
desde los primeros siglos, ayudó
decisivamente a los cristianos a ahondar en
el misterio encerrado en Jesús. Si lo
escuchamos con fe sencilla, también hoy
nos puede ayudar a creer en Jesús de
manera más profunda. Sólo nos detenemos
en algunas afirmaciones centrales.

“La Palabra de Dios se ha hecho carne”.

Dios no es mudo. No ha permanecido


callado, encerrado para siempre en su
Misterio. Dios se nos ha querido comunicar.
Ha querido hablarnos, decirnos su amor,
explicarnos su proyecto. Jesús es
sencillamente el Proyecto de Dios hecho
carne.
Dios no se nos ha comunicado por medio de
conceptos y doctrinas sublimes que solo
pueden entender los doctos. Su Palabra se
ha encarnado en la vida entrañable de
Jesús, para que lo puedan entender hasta
los más sencillos, los que saben conmoverse
ante la bondad, el amor y la verdad que se
encierra en su vida.

Esta Palabra de Dios “ha acampado entre


nosotros”.

Han desaparecido las distancias. Dios se ha


hecho “carne”. Habita entre nosotros. Para
encontrarnos con Él, no tenemos que salir
fuera del mundo, sino acercarnos a Jesús.
Para conocerlo, no hay que estudiar
teología, sino sintonizar con Jesús, comulgar
con él.

“A Dios nadie lo ha visto jamás”.

Los profetas, los sacerdotes, los maestros


de la ley hablaban mucho de Dios, pero
ninguno había visto su rostro. Lo mismo
sucede hoy entre nosotros: en la Iglesia
hablamos mucho de Dios, pero nadie lo ha
visto. Solo Jesús, “el Hijo de Dios, que está
en el seno del Padre es quien lo ha dado a
conocer”.

No lo hemos de olvidar. Solo Jesús nos ha


contado cómo es Dios. Solo él es la fuente
para acercarnos a su Misterio. Cuántas ideas
raquíticas y poco humanas de Dios hemos de
desaprender y olvidar para dejarnos atraer y
seducir por ese Dios que se nos revela en
Jesús.

Cómo cambia todo cuando uno capta por fin


que Jesús es el rostro humano de Dios.

Todo se hace más simple y más claro.

Ahora sabemos cómo nos mira Dios cuando


sufrimos, cómo nos busca cuando nos
perdemos, cómo nos entiende y perdona
cuando lo negamos. En él se nos revela “la
gracia y la verdad” de Dios.
22. NAVIDAD AFRICANA
AFRICANA

Carlos G. Vallés
Sacerdote Jesuíta, español

En una iglesia de Tubalange, en los


suburbios de Lusaka, Zambia, en la
Eucaristía de Navidad, el sacerdote, después
de explicar en la homilía cómo la dignidad
humana quedaba elevada por el hecho de
que Dios se hiciera un niño, tomó en sus
manos una niña recién nacida en la
comunidad, cuyo nombre, Tandike,
significaba "deseada y amada".

Había unas ochenta personas en la iglesia.


El sacerdote invitó a todos a que se
acercasen al presbiterio y admiraran a la
niña.

Les llevó un cuarto de hora, a jóvenes y


ancianos, acercarse al altar y dirigir unas
palabras de cariño y bienvenida a la recién
nacida.
Los regalos que los Reyes Magos ofrecieron
al Niño Jesús, oro, incienso y mirra, eran
símbolos de riqueza y adoración en la
cultura del Oriente Medio. Pero ¿qué
símbolos escogerían los pueblos de África?
¿Cuáles serían los "equivalentes dinámico-
culturales" en idioma africano?

En el Sudán, según explica un catequista de


la diócesis de Torit, los regalos hubieran
sido una cabra como símbolo de riqueza y
realeza, una lanza como símbolo de defensa
y salud, y una fusta flexible como símbolo
de poder.

En la etnia Ganda de Uganda le darían al


Niño un tambor, que es símbolo de realeza y
autoridad, una lanza, que es símbolo de la
protección y la defensa del pueblo, y un
vestido de corteza de árbol, que es el que
se usa en la investidura del rey.

La etnia Kuria en Tanzania y Kenia le daría


una cabra para su Madre, harina para
alimentar al bebé y aceite para ungirlo.
En la tradición africana es muy importante
hacerle regalos a la Madre de Jesús.

En algún sitio leí el siguiente brevísimo


cuento, y no puedo citar al autor porque no
lo recuerdo.

El cuento no era más que la siguiente frase:


"Los pastores tampoco supieron qué hacer
con el oro, incienso y mirra que san José les
dio."

Se ve que los africanos son más prácticos.


Aunque tampoco sé si a san José le haría
mucha gracia que le regalaran un tambor al
Niño, porque les iba a volver locos a todos
con él.

¿Qué regalos se nos ocurrirían a nosotros?...


23. LA VIRGEN
QUE ESPERA LA NAVIDAD

José Luis Martín Descalzo


Sacerdote y escritor español

iY qué cortos y qué largos


se hicieron los nueve meses!
Cortos para mi cabeza,
para el corazón, muy breves.

Estaba dentro de mí
y aunque a él no le sentía,
sentía cómo mi sangre
al rozarle sonreía.

Nadie notó en Nazaret


lo que estaba sucediendo:
que teníamos dos cielos,
uno arriba, otro creciendo.

¿Dios está en el cielo?


¿El cielo está en Dios?
y yo por los montes
llevando a los dos.
Si estaba hecho de carne
¿era carne de cristal?...
y yo pisaba con miedo,
no se me fuera a quebrar.

Cuando yo respiraba, respiraba él;


cuando yo bebía,
bebía también el autor del aire,
del agua y la sed.

¿Y cómo podría ser


Dios tan sencillo
si dentro de mí pesaba
poco más que un cantarillo?

Yo acariciaba mi seno
para tocarle,
porque él estaba allí
al tiempo que en todas partes.

¡Qué envidia me tuvo el cielo


durante los nueve meses!
Él albergó al Dios eterno.
Yo tenía al Dios creciente.

¡Qué fácil le fue todo


al buen Gabriel!
Vino, dio su mensaje
y se fue.

Se fue sin aclararme


nada de nada,
y dejó mil preguntas
en mis entrañas.

¿Y quién me las responde


si miro al cielo?
¿Este Dios sordomudo
que llevo dentro?

¡Qué fácil le fue todo


al buen Gabriel!
Dijo que es Dios y es hombre,
dijo que es hijo y rey...
“y en lo demás, Señora,
use la fe”.

Las jugarretas de Dios


no hay nadie que las iguale:
Él es mi Padre y mi Hijo,
yo soy su hija y su madre.
Todos en la sinagoga
clamaban por el Mesías
y a mí me crecía dentro
y solo yo lo sabía.

Si yo no hubiera podido
engendrar sin ser mujer,
¿por qué los hombres desprecian
lo más que se puede ser?

Los niños de Nazaret


corren y saltan conmigo:
son como abejas que buscan
miel en el rosal florido.

Cuando yo me alimento,
Dios de mi vida,
¿sostengo yo tu sangre
o tú sostienes la mía?

Cuando miro en la fuente


el agua clara,
pienso que son tus ojos
que se adelantan.

No sé qué dijo el ángel


de un dolor y una cruz.
Sé que en la noche sangro
temiendo que seas tú.

Si yo he sido pobre,
yú lo serás más.
Porque Dios es pobre
si es Dios de verdad.

Las mujeres con envidia


contemplan mi gravidez
y no saben que soy madre
más que de carne, de fe.

Cada noche miro al cielo


y recuento las estrellas.
Falta una y yo lo sé.
¡Pero qué ganas de verla!

José me mira y me dice:


¿Cómo estás? ¿Cómo está él?
Le respondo: yo esperando
y él ardiendo a todo arder.

Antes de que tú vinieras,


yo vivía en oración.
Ahora ya ¿para qué,
si somos uno los dos?

Cuando llevo hasta mi boca


el tierno pan recién hecho,
me parece que comulgo
la carne que llevo dentro.

Esclava soy,
esclava fui,
pero mis cadenas
yo no las rompí:
me las dieron rotas
cuando nací.

Cuando escucho cómo saltas


de gozo dentro de mí,
pienso: ¿En un mundo tan triste
le dejarán ser feliz?

¿Y tú, pequeño mío,


cómo vas a poder
liberar a este mundo
que esclavo quiere ser?

Temo que no será fácil,


mi amor,
que no será fácil ser
salvador.

Con mi “sí” se abrió Dios mismo,


y con su “sí”, mis entrañas,
y con un “sí” de los dos
se abrió el reino de las almas.

Lo creo y no me lo creo,
no me lo puedo creer,
pues sé que él es más que hombre
siendo yo solo mujer.

Si dicen que fe es no ver


las cosas con la mirada,
yo sé que no he visto a nadie
cuando él llegó a mis entrañas.
24. DICEN QUE SE VE DISTINTO

José María Rodríguez Olaizola


Sacerdote Jesuíta, español

Dicen por ahí


que si hay Dios está lejos,
que el amor no funciona,
que la paz es un sueño,
que la guerra es eterna,
y que el fuerte es el dueño,
que silencia al cobarde
y domina al pequeño

Pero un ángel ha dicho


que está cerca de mí
quien cambia todo esto,
tan frágil y tan grande,
tan débil y tan nuestro.

Dicen que está en las calles,


que hay que reconocerlo
en esta misma carne,
desnudo como un verso,
que quien llega a encontrarlo
ve desvanecerse el miedo,
ve que se secan las lágrimas,
ve nueva vida en lo yermo.

Dicen por ahí


que si hay Dios está lejos,
pero tú y yo sabemos,
que está cerca, en tu hermano,
… y está en ti muy adentro.
25.
25. VEN JESÚS, ACOMPÁÑANOS

Miguel Ángel Mesa Bouzas


Escritor español

Ven Jesús, acompáñanos,


enséñanos a vivir y a mostrar
manantiales de esperanza
en un mundo anhelante de agua viva,
para poder derramarla a raudales
sobre tanta tierra árida,
sobre tantas ilusiones vanas,
sobre tantas flores marchitas,

Porque la esperanza
no es un espejismo, un ensueño,
sino la visión de lo que está aguardando
más allá de lo que abarca la vista,
para adentrarnos por los pasadizos
del corazón conmovido,
y que puede llegar a realizarse
uniendo tu mano, la de ella y la mía.

La esperanza es la huella, el eco,


el suave susurro de una voz
que nos llama, nos espolea
para que no nos quedemos dormidos,
sordos, en los sillones de la indiferencia,
para lanzarnos hacia la aventura
siempre sorprendente de la ternura
y de la humana solidaridad.

Jesús solo llega, plenifica y llena


cuando se abren las fronteras,
cuando se eliminan las diferencias,
cuando te sientes gay, mujer maltratada,
anciano abandonado, enfermo de sida,
niño soldado, niña prostituida,
emigrante odiado por nuestra sociedad...
Y sales a la calle
y das la cara por ellas y ellos,
y solo resuenan en ti latidos de fraternidad.
26. HOMILÍA DE NAVIDAD

Papa Francisco

«El pueblo que caminaba en tinieblas vio


una luz grande» (Isaías 9,1). Esta profecía
de la primera lectura se realizó en el
Evangelio. De hecho, mientras los pastores
velaban de noche en sus campos, “la gloria
del Señor los envolvió de claridad” (Lucas
2,9). En la noche de la tierra apareció una
luz del cielo. ¿Qué significa esta luz surgida
en la oscuridad? Nos lo sugiere el apóstol
Pablo, que nos dijo: “Se ha manifestado la
gracia de Dios”. La gracia de Dios, “que
trae la salvación para todos los hombres”
(Tito 2,11), ha envuelto al mundo esta
noche.

Pero, ¿qué es esta gracia? Es el amor divino,


el amor que transforma la vida, renueva la
historia, libera del mal, infunde paz y
alegría. En esta noche, el amor de Dios se
ha mostrado a nosotros: es Jesús.
En Jesús, el Altísimo se hizo pequeño para
ser amado por nosotros. En Jesús, Dios se
hizo Niño, para dejarse abrazar por
nosotros.

Pero, podemos todavía preguntarnos, ¿por


qué san Pablo llama “gracia” a la venida de
Dios al mundo? Para decirnos que es
completamente gratuita. Mientras que aquí
en la tierra todo parece responder a la
lógica de dar para tener, Dios llega gratis.
Su amor no es negociable: no hemos hecho
nada para merecerlo y nunca podremos
recompensarlo.

Se ha manifestado la gracia de Dios. En esta


noche nos damos cuenta de que, aunque no
estábamos a la altura, Él se hizo pequeñez
para nosotros; mientras andábamos
ocupados en nuestros asuntos, Él vino entre
nosotros.

La Navidad nos recuerda que Dios sigue


amando a cada hombre, incluso al peor. A
mí, a ti, a cada uno de nosotros, Él nos dice
hoy: “Te amo y siempre te amaré, eres
precioso a mis ojos”.

Dios no te ama porque piensas


correctamente y te comportas bien; Él te
ama y basta. Su amor es incondicional, no
depende de ti. Puede que tengas ideas
equivocadas, que hayas hecho de las tuyas;
sin embargo, el Señor no deja de amarte.

¡Cuántas veces pensamos que Dios es bueno


si nosotros somos buenos, y que nos castiga
si somos malos! Pero no es así. Aún en
nuestros pecados continúa amándonos. Su
amor no cambia, no es quisquilloso; es fiel,
es paciente. Este es el regalo que
encontramos en Navidad: descubrimos con
asombro que el Señor es toda la gratuidad
posible, toda la ternura posible. Su gloria no
nos deslumbra, su presencia no nos asusta.
Nació pobre de todo, para conquistarnos
con la riqueza de su amor.

Se ha manifestado la gracia de Dios. Gracia


es sinónimo de belleza. En esta noche,
redescubrimos en la belleza del amor de
Dios, también nuestra belleza, porque
somos los amados de Dios. En el bien y en el
mal, en la salud y en la enfermedad, felices
o tristes, a sus ojos nos vemos hermosos: no
por lo que hacemos sino por lo que somos.

Hay en nosotros una belleza indeleble,


intangible; una belleza irreprimible que es
el núcleo de nuestro ser. Dios nos lo
recuerda hoy, tomando con amor nuestra
humanidad y haciéndola suya,
“desposándose con ella” para siempre.

De hecho, la “gran alegría” anunciada a los


pastores esta noche es “para todo el
pueblo”. En aquellos pastores, que
ciertamente no eran santos, también
estamos nosotros, con nuestras flaquezas y
debilidades. Así como los llamó a ellos, Dios
también nos llama a nosotros, porque nos
ama. Y, en las noches de la vida, a nosotros
como a ellos nos dice: “No temáis” (Lucas
2,10).

¡Ánimo, no hay que perder la confianza, no


hay que perder la esperanza, no hay que
pensar que amar es tiempo perdido! En esta
noche, el amor venció al miedo, apareció
una nueva esperanza, la luz amable de Dios
venció la oscuridad de la arrogancia
humana.

¡Humanidad, Dios te ama, se hizo hombre


por ti, ya no estás sola!

Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué hacer


ante esta gracia? Una sola cosa: acoger el
don. Antes de ir en busca de Dios,
dejémonos buscar por él. No partamos de
nuestras capacidades, sino de su gracia,
porque él es Jesús, el Salvador. Pongamos
nuestra mirada en el Niño y dejémonos
envolver por su ternura. Ya no tendremos
más excusas para no dejarnos amar por él.
Lo que sale mal en la vida, lo que no
funciona en la Iglesia, lo que no va bien en
el mundo ya no será una justificación.
Pasará a un segundo plano, porque frente al
amor excesivo de Jesús, que es todo
mansedumbre y cercanía, no hay excusas.
La pregunta que surge en Navidad es: ¿Me
dejo amar por Dios?... ¿Me abandono a su
amor que viene a salvarme?…

Un regalo así, tan grande, merece mucha


gratitud. Acoger la gracia es saber
agradecer. Pero nuestras vidas a menudo
transcurren lejos de la gratitud. Hoy es el
día adecuado para acercarse al sagrario, al
belén, al pesebre, para agradecer.

Acojamos el don que es Jesús, para luego


transformarnos en don como Jesús.

Convertirse en don es dar sentido a la vida y


es la mejor manera de cambiar el mundo:
cambiamos nosotros, cambia la Iglesia,
cambia la historia cuando comenzamos a no
querer cambiar a los otros, sino a nosotros
mismos, haciendo de nuestra vida un don.

Jesús nos lo manifiesta esta noche. No


cambió la historia constriñendo a alguien o
a fuerza de palabras, sino con el don de su
vida. No esperó a que fuéramos buenos para
amarnos, sino que se dio a nosotros
gratuitamente. Tampoco nosotros podemos
esperar que el prójimo cambie para hacerle
el bien, que la Iglesia sea perfecta para
amarla, que los demás nos tengan
consideración para servirlos. Empecemos
nosotros. Así es como se acoge el don de la
gracia. Y la santidad no es sino custodiar
esta gratuidad.

Una hermosa leyenda cuenta que, cuando


Jesús nació, los pastores corrían hacia la
gruta llevando muchos regalos. Cada uno
llevaba lo que tenía: unos, el fruto de su
trabajo, otros, algo de valor. Pero mientras
todos los pastores se esforzaban, con
generosidad, en llevar lo mejor, había uno
que no tenía nada. Era muy pobre, no tenía
nada que ofrecer. Y mientras los demás
competían en presentar sus regalos, él se
mantenía apartado, con vergüenza.

En un determinado momento, san José y la


Virgen se vieron en dificultad para recibir
todos los regalos, sobre todo María, que
debía tener en brazos al Niño. Entonces,
viendo a aquel pastor con las manos vacías,
le pidió que se acercara. Y le puso a Jesús
en sus manos. El pastor, tomándolo, se dio
cuenta de que había recibido lo que no se
merecía, que tenía entre sus brazos el
regalo más grande de la historia. Se miró las
manos, y esas manos que le parecían
siempre vacías se habían convertido en la
cuna de Dios. Se sintió amado y, superando
la vergüenza, comenzó a mostrar a Jesús a
los otros, porque no podía quedarse solo
para él, el regalo de los regalos.

Querido hermano, querida hermana: Si tus


manos te parecen vacías, si ves tu corazón
pobre en amor, esta noche es para ti. Se ha
manifestado la gracia de Dios para
resplandecer en tu vida. Acógela y brillará
en ti la luz de la Navidad.
27. DOS BEBÉS EN EL PESEBRE

Tomado de la Web católica de Javier

En 1994, dos norteamericanos respondieron


una invitación que les hiciera llegar el
Departamento de Educación de Rusia, para
enseñar moral y ética en las escuelas
públicas, basada en principios bíblicos.

Debían enseñar en prisiones, negocios, el


departamento de bomberos, de la policía y
en un gran orfanato.

En el orfanato había casi 100 niños y niñas


que habían sido abandonados, y dejados en
manos del Estado. De allí surgió esta
historia relatada por los mismos visitantes:

Se acercaba la época de las fiestas de


Navidad de 1994, los niños del orfanato iban
a escuchar por primera vez la historia
tradicional de la Navidad. Les contamos
acerca de María y José llegando a Belén, de
cómo no encontraron lugar en las posadas,
por lo que debieron ir a un establo, donde
finalmente el niño Jesús nació y fue puesto
en un pesebre.

A lo largo de la historia, los chicos y los


empleados del orfanato no podían contener
su asombro. Algunos estaban sentados al
borde de la silla tratando de captar cada
palabra.

Una vez terminada la historia, les dimos a


los chicos tres pequeños trozos de cartón
para que hicieran un tosco pesebre. A cada
chico se le dio un cuadradito de papel
cortado de unas servilletas amarillas que yo
había llevado conmigo. En la ciudad no se
podía encontrar un solo pedazo de papel de
colores.

Siguiendo las instrucciones, los chicos


cortaron y doblaron el papel
cuidadosamente colocando las tiras como
paja. Unos pequeños cuadraditos de
franela, cortados de un viejo camisón que
una señora norteamericana se olvidó al
partir de Rusia, fueron usados para hacerle
la manta al bebé. De un fieltro marrón que
trajimos de los Estados Unidos, cortaron la
figura de un bebé.

Mientras los huérfanos estaban atareados


armando sus pesebres, yo caminaba entre
ellos para ver si necesitaban alguna ayuda.

Todo fue bien hasta que llegué donde el


pequeño Misha. Estaba sentado. Parecía
tener unos seis años y había terminado su
trabajo. Cuando miré el pesebre quedé
sorprendido al no ver un solo niño dentro de
él, sino dos. Llamé rápidamente al
traductor para que le preguntara por qué
había dos bebés en el pesebre. Misha cruzó
sus brazos y observando la escena del
pesebre comenzó a repetir la historia muy
seriamente.

Para ser el relato de un niño que había


escuchado la historia de Navidad una sola
vez estaba muy bien, hasta que llegó la
parte donde María pone al bebé en el
pesebre. Allí Misha empezó a inventar su
propio final para la historia, dijo:
"Y cuando María dejó al bebé en el pesebre,
Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un
lugar para estar. Yo le dije que no tenía
mamá ni papá y que no tenía un lugar para
estar. Entonces Jesús me dijo que yo podía
estar allí con él. Le dije que no podía,
porque no tenía un regalo para darle. Pero
yo quería quedarme con Jesús, por eso
pensé qué cosa tenía que pudiese darle
como regalo. Se me ocurrió que un buen
regalo podría ser darle calor. Por eso le
pregunté a Jesús: Si te doy calor, ¿sería ése
un buen regalo para ti? Y Jesús me dijo: Si
me das calor, ése sería el mejor regalo que
jamás haya recibido. Por eso me metí
dentro del pesebre y Jesús me miró y me
dijo que podía quedarme allí para siempre."

Cuando el pequeño Misha terminó su


historia, sus ojitos brillaban llenos de
lágrimas empapando sus mejillas; se tapó la
cara, agachó la cabeza sobre la mesa y sus
hombros comenzaron a sacudirse en un
llanto profundo. El pequeño huérfano había
encontrado a alguien que jamás lo
abandonaría ni abusaría de él. ¡Alguien que
estaría con él para siempre!.

Y yo aprendí que no son las cosas que tienes


en tu vida lo que cuenta, sino a quién
tienes, lo que verdaderamente importa.
28. PROFESIÓN DE FE

José Enrique Galarreta


Sacerdote Jesuita, español

Yo creo en un niño pobre


que nació de noche en una cuadra,
arropado solo por el amor de sus padres
y la bondad de la gente más sencilla.

Yo creo en un hombre sin importancia


austero, fiel, compasivo y valiente,
que hablaba con Dios como con su madre,
que hablaba de Dios como de su madre,
contando, llanamente, cuentos sencillos,
y por eso molestó a tanta gente
que al final lo mataron,
lo mataron los poderosos,
los santos, los sagrados.

Yo creo que está vivo, más que nadie,


y que en él, más que en nadie,
podemos conocer a Dios
y sabemos vivir mejor.

Y doy gracias al Padre


porque Él nos regaló este Niño
que nos ha cambiado la vida,
y nos ha dado sentido y esperanza.

Yo creo en ese niño pobre,


y me gustaría parecerme a él.
29. SEÑOR DE LA CERCANÍA

José María Rodríguez Olaizola


Sacerdote Jesuita, español

Acercarte, salvando el abismo entre lo finito


y lo limitado.

Salir de la eternidad para adentrarte en el


tiempo.

Hacerte uno de los nuestros para hacernos


uno contigo.

Y así, de carne y hueso, empezar a


mostrarnos en qué consiste la humanidad.

Eres el Dios de la cercanía, de los incluidos,


de los encontrados, pues para ti nadie se
pierde.

De los reconciliados, de los equivocados, de


los avergonzados, de los heridos, de los
sanados.
Eres el Señor de los desahuciados, de los
agobiados, de los visitados, de los
intimidados, de los desconsolados, de los
recordados, pues para ti nadie se olvida.

Tan cerca ya, tan con nosotros, Dios.


30. EL ÁNGEL DE NAVIDAD

José Luis Martín Descalzo


Sacerdote y Escritor español

Me sucedió en Roma hace ya algunos meses.


Una tarde de noviembre, cuando asistía
como periodista a una de las sesiones del
último sínodo de obispos, iba yo, con mi
crónica en el bolsillo, camino de la central
del télex para transmitir mis noticias al
periódico. Y he aquí que, en una de las
paradas del autobús, que iba casi desierto,
una barahúnda de chiquillas, con sus vivos
gritos y sus trajes de colores chillones, se
coló dentro, como si de un hato de
cabritillas se tratase. “Diecinueve billetes”,
pidió la monja que las acompañaba.

Y de pronto el autobús se convirtió en una


ensaladera de bullicio. Fue entonces cuando
la pequeña se acercó a mí con su bloc en la
mano. Aún la estoy viendo: su abriguillo
rojo, el pelo castaño, recogido al fondo de
la nuca, unos vivarachos ojos negros.
-¿Qué es para usted la Navidad? -me
preguntó.

La miré por un momento desconcertado, sin


entender a qué venia aquello.

-Es que nos han mandado en el cole que


hagamos una encuesta.

Entendí. Las dieciocho chiquillas


enarbolaban sus terribles bolígrafos y sus
cuadernillos, dispuestas a asaetearnos a
todos los viajeros del autobús y a todos los
peatones de Roma si fuera necesario.

-¿Qué es para usted la Navidad? - insistía la


chiquilla.

Me era difícil contestar de prisa a esta


pregunta. Decir simplemente: “Navidad son
los días más bellos del año”, hubiera sido
cómodo. Y tal vez la cría se hubiese alejado
satisfecha, pues ella no buscaba tanto
recibir respuestas interesantes cuanto el
poder decir a la monja que había
entrevistado a trece en lugar de doce.
Podía también contestar que “Navidad son
los días de vivir en familia”. Pero entonces
tendría que añadir muchas explicaciones.
Pensaba en mi madre muerta años antes.
Recordé qué distintas eran las Navidades
“con ella” y “sin ella”. ¿Debería entonces
explicar a la niña que no hay una Navidad,
sino muchas, y que cada Navidad es
irrepetible dentro de nosotros?

¿O tal vez ... ? ¿No decepcionaría yo a esta


niña si no le daba una respuesta religiosa,
yo, sacerdote? ¿Debía entonces contestarle
que cada Navidad era como una vuelta de
Jesús a nosotros? Pero pensé que en este
caso debería añadirle que para mí,
sacerdote, Navidad lo era cada mañana, en
mis manos, a la hora exacta de la
consagración.

Miré a la pequeña que me esperaba aún con


sus grandes ojos abiertos y su bolígrafo
posado ya sobre su blanco bloc. Sí, pensé:
tal vez debería explicarle yo ahora mi
definición personal de la Navidad: “Son los
días en que cada hombre debe resucitar
dentro de si lo mejor de sí mismo: su
infancia”. Pero ¿entendería la pequeña mi
respuesta, ella que, con toda seguridad,
estaba ya deseando convertirse en
“señorita”, dejar lejos su infancia y su
colegio, peinarse con una hermosa melenita
y abandonar los calcetines rojos?

Estaba allí con sus grandes ojos, como un


pequeño juez, expectante, ansiosa de mi
respuesta. Fui vulgar. Dije: “Navidad son los
días más hermosos del año”. Y vi cómo la
cría copiaba mi frase, feliz, simplemente
porque, buena o mala, allí tenía una
respuesta más para transcribirla mañana en
su ejercicio.

-¿Qué quiere usted decir cuando dice


“felices pascuas”?

La pequeña seguía mirándome, inquisitiva,


como si tuviera perfecto derecho a mis
respuestas. Y otra vez me encontré
encajonado en aquella segunda pregunta
que debía contestar a boca- jarro.
¿Qué es lo que yo quería decir cuando digo
felices pascuas? Nunca me lo había
preguntado a mi mismo. Son frases que se
dicen y escriben a derecha e izquierda sin
pensarlas. Pero ¿qué es lo que
verdaderamente deseo cuando hago ese
augurio? ¿Deseo felicidad, salud, dinero,
paz, bienestar, hondura cristiana, serenidad
de espíritu?

Tal vez debía responder que deseo una cosa


distinta cada vez que lo digo: que al pobre
le deseo un poco de segura tranquilidad;
que al joven gamberro le deseo algo de la
serenidad que tiene su padre y a su padre le
deseo la vitalidad que tiene su hijo; que a la
monja le deseo la potencia apostólica que
tiene mi amigo el jocista y que a mi amigo
el jocista le deseo la visión sobrenatural que
tiene la monja. Pero todo esto era
demasiado difícil de explicárselo a la
pequeña periodistilla que esperaba allí,
bolígrafo en ristre, mientras nuestro
autobús trotaba por las calles de Roma.
-Paz -le dije-, cuando digo “felices pascuas”
deseo ante todo paz.

La pequeña copió de nuevo mis palabras. Me


dio las gracias. Y se marchó corriendo hacia
el fondo del autobús, donde la esperaban
sus compañeras.

-¿Qué te ha respondido, qué te ha


respondido? - oí que le preguntaban. Y luego
seguí escuchando sus comentarios infantiles,
gritados a dieciocho voces:

-Yo ya tengo once.


-Yo sólo dos. En mi casa son todos unos
sosos.
-Es que yo pregunté a los vecinos del piso de
arriba...
-Hombre, así...

El autobús había llegado ya a mi destino y


bajé de él. Las periodistillas siguieron viaje
y vi cómo estudiaban los rostros de los
nuevos viajeros que entraban, cavilando
sobre a quiénes podrían hacer víctimas de
su inocente atraco.
Cuando me alejé, las calles me parecieron
distintas. Faltaban aún casi dos meses para
la Navidad, pero, de pronto, alguien me
había chapuzado en ella. Y la niña del
abriguito rojo me pareció un ángel
anticipado para anunciarme el gozo que
llegaba.

¿Qué es para ti la Navidad?, me pregunté.


Ahora ya no debla contestar con prisa,
puesto que nadie esperaba mi respuesta
bloc en ristre. Ahora habla que contestar de
veras. Ahora era necesario descubrir si
después de cincuenta y tantas Navidades
vividas en este mundo seguía yo aún sin
saber qué era aquello.

Deambulé por las calles como un


sonámbulo. Y desde entonces me ha
ocurrido muchas veces: estoy reunido con
mis amigos y, de repente, me quedo como
transpuesto. Alguien estalla entonces,
riéndose de mí, y dice que estoy en las
batuecas. Y no es verdad: es que sigo, sigo
tratando de encontrar la respuesta a las dos
preguntas de la chiquilla. Porque son
importantes.

¿Y la he encontrado? Todavía no. Habrá que


darle aún muchas vueltas en la cabeza. Pero
estoy completamente seguro de que si este
año entiendo la Navidad un poco mejor y si
saludo a mis amigos con un felices pascuas
menos frívolo..., la culpa, la deliciosa
culpa, será de aquella chavalilla del abrigo
rojo, mi ángel del autobús romano que me
anunció la Navidad anticipadamente.
Divino Infante:
¡Realiza en nosotros
este destino!:
¡No dejes que muera en nosotros
la esperanza!
¡No olvides que fuiste,
como nosotros,
un niño!
¡Nace de nuevo en nosotros
como una Criatura!
Leonardo Boff
Teólogo Brasileño
¿QUE NO HABRÁ NAVIDAD?...
Javier Leoz
Sacerdote español

¡Claro que sí!


Más silenciosa y con más profundidad
Más parecida a la primera
en la que Jesús nació en soledad.

Sin muchas luces en la tierra


pero con la de la estrella de Belén
destellando rutas de vida en su inmensidad

Sin cortejos reales colosales


pero con la humildad de sentirnos
pastores y zagales buscando la Verdad.

Sin grandes mesas y con amargas ausencias


pero con la presencia de un Dios
que todo lo llenará

¿QUE NO HABRÁ NAVIDAD?


¡Claro que sí!
Sin las calles a rebosar
pero con el corazón enardecido
por el que está por llegar

Sin ruidos ni verbenas,


reclamos ni estampidas...
pero viviendo el Misterio
sin miedo al "covid-herodes"
que pretende quitarnos
hasta el sueño de esperar.

Habrá Navidad
porque DIOS está de nuestro lado
y comparte, como Cristo lo hizo
en un pesebre,
nuestra pobreza, prueba, llanto,
angustia y orfandad.

Habrá Navidad porque necesitamos


una luz divina en medio de tanta oscuridad.
Covid19 nunca podrá llegar
al corazón ni al alma
de los que en el cielo ponen su esperanza
y su alto ideal.
!HABRÁ NAVIDAD!
¡CANTAREMOS VILLANCICOS!
!DIOS NACERÁ Y NOS TRAERÁ LIBERTAD!
ANEXO

CARTA APOSTÓLICA
“Admirabile signum”
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
SOBRE EL SIGNIFICADO
Y EL VALOR DEL BELÉN

1. El hermoso signo del pesebre, tan


estimado por el pueblo cristiano, causa
siempre asombro y admiración. La
representación del acontecimiento del
nacimiento de Jesús equivale a anunciar el
misterio de la encarnación del Hijo de Dios
con sencillez y alegría. El belén, en efecto,
es como un Evangelio vivo, que surge de las
páginas de la Sagrada Escritura. La
contemplación de la escena de la Navidad,
nos invita a ponernos espiritualmente en
camino, atraídos por la humildad de Aquel
que se ha hecho hombre para encontrar a
cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama
hasta el punto de unirse a nosotros, para
que también nosotros podamos unirnos a Él.

Con esta Carta quisiera alentar la hermosa


tradición de nuestras familias que en los
días previos a la Navidad preparan el belén,
como también la costumbre de ponerlo en
los lugares de trabajo, en las escuelas, en
los hospitales, en las cárceles, en las
plazas... Es realmente un ejercicio de
fantasía creativa, que utiliza los materiales
más dispares para crear pequeñas obras
maestras llenas de belleza. Se aprende
desde niños: cuando papá y mamá, junto a
los abuelos, transmiten esta alegre
tradición, que contiene en sí una rica
espiritualidad popular. Espero que esta
práctica nunca se debilite; es más, confío
en que, allí donde hubiera caído en desuso,
sea descubierta de nuevo y revitalizada.

2. El origen del pesebre encuentra


confirmación ante todo en algunos detalles
evangélicos del nacimiento de Jesús en
Belén. El evangelista Lucas dice
sencillamente que María «dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo
recostó en un pesebre, porque no había sitio
para ellos en la posada» (2,7). Jesús fue
colocado en un pesebre; palabra que
procede del latín: praesepium.

El Hijo de Dios, viniendo a este mundo,


encuentra sitio donde los animales van a
comer. El heno se convierte en el primer
lecho para Aquel que se revelará como «el
pan bajado del cielo» (Jn 6,41). Un
simbolismo que ya san Agustín, junto con
otros Padres, había captado cuando
escribía: «Puesto en el pesebre, se convirtió
en alimento para nosotros» (Serm. 189,4).
En realidad, el belén contiene diversos
misterios de la vida de Jesús y nos los hace
sentir cercanos a nuestra vida cotidiana.

Pero volvamos de nuevo al origen del belén


tal como nosotros lo entendemos. Nos
trasladamos con la mente a Greccio, en el
valle Reatino; allí san Francisco se detuvo
viniendo probablemente de Roma, donde el
29 de noviembre de 1223 había recibido del
Papa Honorio III la confirmación de su Regla.
Después de su viaje a Tierra Santa, aquellas
grutas le recordaban de manera especial el
paisaje de Belén. Y es posible que el
Poverello quedase impresionado en Roma,
por los mosaicos de la Basílica de Santa
María la Mayor que representan el
nacimiento de Jesús, justo al lado del lugar
donde se conservaban, según una antigua
tradición, las tablas del pesebre.

Las Fuentes Franciscanas narran en detalle


lo que sucedió en Greccio. Quince días
antes de la Navidad, Francisco llamó a un
hombre del lugar, de nombre Juan, y le
pidió que lo ayudara a cumplir un deseo:
«Deseo celebrar la memoria del Niño que
nació en Belén y quiero contemplar de
alguna manera con mis ojos lo que sufrió en
su invalidez de niño, cómo fue reclinado en
el pesebre y cómo fue colocado sobre heno
entre el buey y el asno». Tan pronto como lo
escuchó, ese hombre bueno y fiel fue
rápidamente y preparó en el lugar señalado
lo que el santo le había indicado. El 25 de
diciembre, llegaron a Greccio muchos
frailes de distintos lugares, como también
hombres y mujeres de las granjas de la
comarca, trayendo flores y antorchas para
iluminar aquella noche santa. Cuando llegó
Francisco, encontró el pesebre con el heno,
el buey y el asno. Las personas que llegaron
mostraron frente a la escena de la Navidad
una alegría indescriptible, como nunca
antes habían experimentado. Después el
sacerdote, ante el Nacimiento, celebró
solemnemente la Eucaristía, mostrando el
vínculo entre la encarnación del Hijo de
Dios y la Eucaristía. En aquella ocasión, en
Greccio, no había figuras: el belén fue
realizado y vivido por todos los presentes.
Así nace nuestra tradición: todos alrededor
de la gruta y llenos de alegría, sin distancia
alguna entre el acontecimiento que se
cumple y cuantos participan en el misterio.

El primer biógrafo de san Francisco, Tomás


de Celano, recuerda que esa noche, se
añadió a la escena simple y conmovedora el
don de una visión maravillosa: uno de los
presentes vio acostado en el pesebre al
mismo Niño Jesús. De aquel belén de la
Navidad de 1223, «todos regresaron a sus
casas colmados de alegría».

3. San Francisco realizó una gran obra de


evangelización con la simplicidad de aquel
signo. Su enseñanza ha penetrado en los
corazones de los cristianos y permanece
hasta nuestros días como un modo genuino
de representar con sencillez la belleza de
nuestra fe. Por otro lado, el mismo lugar
donde se realizó el primer belén expresa y
evoca estos sentimientos. Greccio se ha
convertido en un refugio para el alma que
se esconde en la roca para dejarse envolver
en el silencio.
¿Por qué el belén suscita tanto asombro y
nos conmueve? En primer lugar, porque
manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador
del universo, se abaja a nuestra pequeñez.
El don de la vida, siempre misterioso para
nosotros, nos cautiva aún más viendo que
Aquel que nació de María es la fuente y
protección de cada vida. En Jesús, el Padre
nos ha dado un hermano que viene a
buscarnos cuando estamos desorientados y
perdemos el rumbo; un amigo fiel que
siempre está cerca de nosotros; nos ha dado
a su Hijo que nos perdona y nos levanta del
pecado.

La preparación del pesebre en nuestras


casas nos ayuda a revivir la historia que
ocurrió en Belén. Naturalmente, los
evangelios son siempre la fuente que
permite conocer y meditar aquel
acontecimiento; sin embargo, su
representación en el belén nos ayuda a
imaginar las escenas, estimula los afectos,
invita a sentirnos implicados en la historia
de la salvación, contemporáneos del
acontecimiento que se hace vivo y actual en
los más diversos contextos históricos y
culturales.

De modo particular, el pesebre es desde su


origen franciscano una invitación a “sentir”,
a “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios
eligió para sí mismo en su encarnación. Y
así, es implícitamente una llamada a
seguirlo en el camino de la humildad, de la
pobreza, del despojo, que desde la gruta de
Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada
a encontrarlo y servirlo con misericordia en
los hermanos y hermanas más necesitados
(cf. Mt 25,31-46).

4. Me gustaría ahora repasar los diversos


signos del belén para comprender el
significado que llevan consigo. En primer
lugar, representamos el contexto del cielo
estrellado en la oscuridad y el silencio de la
noche. Lo hacemos así, no sólo por fidelidad
a los relatos evangélicos, sino también por
el significado que tiene. Pensemos en
cuántas veces la noche envuelve nuestras
vidas. Pues bien, incluso en esos instantes,
Dios no nos deja solos, sino que se hace
presente para responder a las preguntas
decisivas sobre el sentido de nuestra
existencia: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo?
¿Por qué nací en este momento? ¿Por qué
amo? ¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré?

Para responder a estas preguntas, Dios se


hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay
oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las
tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1,79).

Merecen también alguna mención los


paisajes que forman parte del belén y que a
menudo representan las ruinas de casas y
palacios antiguos, que en algunos casos
sustituyen a la gruta de Belén y se
convierten en la estancia de la Sagrada
Familia. Estas ruinas parecen estar
inspiradas en la Leyenda Áurea del dominico
Jacopo da Varazze (siglo XIII), donde se
narra una creencia pagana según la cual el
templo de la Paz en Roma se derrumbaría
cuando una Virgen diera a luz. Esas ruinas
son sobre todo el signo visible de la
humanidad caída, de todo lo que está en
ruinas, que está corrompido y deprimido.
Este escenario dice que Jesús es la novedad
en medio de un mundo viejo, y que ha
venido a sanar y reconstruir, a devolverle a
nuestra vida y al mundo su esplendor
original.

5. ¡Cuánta emoción debería acompañarnos


mientras colocamos en el belén las
montañas, los riachuelos, las ovejas y los
pastores! De esta manera recordamos, como
lo habían anunciado los profetas, que toda
la creación participa en la fiesta de la
venida del Mesías. Los ángeles y la estrella
son la señal de que también nosotros
estamos llamados a ponernos en camino
para llegar a la gruta y adorar al Señor.
«Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que
ha sucedido y que el Señor nos ha
comunicado» (Lc 2,15), así dicen los
pastores después del anuncio hecho por los
ángeles. Es una enseñanza muy hermosa que
se muestra en la sencillez de la descripción.
A diferencia de tanta gente que pretende
hacer otras mil cosas, los pastores se
convierten en los primeros testigos de lo
esencial, es decir, de la salvación que se les
ofrece. Son los más humildes y los más
pobres quienes saben acoger el
acontecimiento de la encarnación.

A Dios que viene a nuestro encuentro en el


Niño Jesús, los pastores responden
poniéndose en camino hacia Él, para un
encuentro de amor y de agradable asombro.
Este encuentro entre Dios y sus hijos,
gracias a Jesús, es el que da vida
precisamente a nuestra religión y constituye
su singular belleza, y resplandece de una
manera particular en el pesebre.

6. Tenemos la costumbre de poner en


nuestros belenes muchas figuras simbólicas,
sobre todo, las de mendigos y de gente que
no conocen otra abundancia que la del
corazón. Ellos también están cerca del Niño
Jesús por derecho propio, sin que nadie
pueda echarlos o alejarlos de una cuna tan
improvisada que los pobres a su alrededor
no desentonan en absoluto. De hecho, los
pobres son los privilegiados de este misterio
y, a menudo, aquellos que son más capaces
de reconocer la presencia de Dios en medio
de nosotros.

Los pobres y los sencillos en el Nacimiento


recuerdan que Dios se hace hombre para
aquellos que más sienten la necesidad de su
amor y piden su cercanía. Jesús, «manso y
humilde de corazón» (Mt 11,29), nació
pobre, llevó una vida sencilla para
enseñarnos a comprender lo esencial y a
vivir de ello. Desde el belén emerge
claramente el mensaje de que no podemos
dejarnos engañar por la riqueza y por tantas
propuestas efímeras de felicidad. El palacio
de Herodes está al fondo, cerrado, sordo al
anuncio de alegría. Al nacer en el pesebre,
Dios mismo inicia la única revolución
verdadera que da esperanza y dignidad a los
desheredados, a los marginados: la
revolución del amor, la revolución de la
ternura. Desde el belén, Jesús proclama,
con manso poder, la llamada a compartir
con los últimos el camino hacia un mundo
más humano y fraterno, donde nadie sea
excluido ni marginado.
Con frecuencia a los niños —¡pero también a
los adultos!— les encanta añadir otras
figuras al belén que parecen no tener
relación alguna con los relatos evangélicos.
Y, sin embargo, esta imaginación pretende
expresar que en este nuevo mundo
inaugurado por Jesús hay espacio para todo
lo que es humano y para toda criatura. Del
pastor al herrero, del panadero a los
músicos, de las mujeres que llevan jarras de
agua a los niños que juegan..., todo esto
representa la santidad cotidiana, la alegría
de hacer de manera extraordinaria las cosas
de todos los días, cuando Jesús comparte
con nosotros su vida divina.

7. Poco a poco, el belén nos lleva a la gruta,


donde encontramos las figuras de María y de
José. María es una madre que contempla a
su hijo y lo muestra a cuantos vienen a
visitarlo. Su imagen hace pensar en el gran
misterio que ha envuelto a esta joven
cuando Dios ha llamado a la puerta de su
corazón inmaculado. Ante el anuncio del
ángel, que le pedía que fuera la madre de
Dios, María respondió con obediencia plena
y total. Sus palabras: «He aquí la esclava
del Señor; hágase en mí según tu palabra»
(Lc 1,38), son para todos nosotros el
testimonio del abandono en la fe a la
voluntad de Dios.

Con aquel “sí”, María se convertía en la


madre del Hijo de Dios sin perder su
virginidad, antes bien consagrándola gracias
a Él. Vemos en ella a la Madre de Dios que
no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino
que pide a todos que obedezcan a su
palabra y la pongan en práctica (cf. Jn 2,5).
Junto a María, en una actitud de protección
del Niño y de su madre, está san José. Por
lo general, se representa con el bastón en la
mano y, a veces, también sosteniendo una
lámpara. San José juega un papel muy
importante en la vida de Jesús y de María.
Él es el custodio que nunca se cansa de
proteger a su familia. Cuando Dios le
advirtió de la amenaza de Herodes, no dudó
en ponerse en camino y emigrar a Egipto
(cf. Mt 2,13-15). Y una vez pasado el
peligro, trajo a la familia de vuelta a
Nazaret, donde fue el primer educador de
Jesús niño y adolescente. José llevaba en su
corazón el gran misterio que envolvía a
Jesús y a María su esposa, y como hombre
justo confió siempre en la voluntad de Dios
y la puso en práctica.

8. El corazón del pesebre comienza a


palpitar cuando, en Navidad, colocamos la
imagen del Niño Jesús. Dios se presenta así,
en un niño, para ser recibido en nuestros
brazos. En la debilidad y en la fragilidad
esconde su poder que todo lo crea y
transforma. Parece imposible, pero es así:
en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta
condición ha querido revelar la grandeza de
su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en
el tender sus manos hacia todos.

El nacimiento de un niño suscita alegría y


asombro, porque nos pone ante el gran
misterio de la vida. Viendo brillar los ojos
de los jóvenes esposos ante su hijo recién
nacido, entendemos los sentimientos de
María y José que, mirando al niño Jesús,
percibían la presencia de Dios en sus vidas.
«La Vida se hizo visible» (1Jn 1,2); así el
apóstol Juan resume el misterio de la
encarnación. El belén nos hace ver, nos hace
tocar este acontecimiento único y
extraordinario que ha cambiado el curso de
la historia, y a partir del cual también se
ordena la numeración de los años, antes y
después del nacimiento de Cristo.

El modo de actuar de Dios casi aturde,


porque parece imposible que Él renuncie a
su gloria para hacerse hombre como
nosotros. Qué sorpresa ver a Dios que asume
nuestros propios comportamientos: duerme,
toma la leche de su madre, llora y juega
como todos los niños. Como siempre, Dios
desconcierta, es impredecible,
continuamente va más allá de nuestros
esquemas.

Así, pues, el pesebre, mientras nos muestra


a Dios tal y como ha venido al mundo, nos
invita a pensar en nuestra vida injertada en
la de Dios; nos invita a ser discípulos suyos
si queremos alcanzar el sentido último de la
vida.
9. Cuando se acerca la fiesta de la Epifanía,
se colocan en el Nacimiento las tres figuras
de los Reyes Magos. Observando la estrella,
aquellos sabios y ricos señores de Oriente se
habían puesto en camino hacia Belén para
conocer a Jesús y ofrecerle dones: oro,
incienso y mirra. También estos regalos
tienen un significado alegórico: el oro honra
la realeza de Jesús; el incienso su divinidad;
la mirra su santa humanidad que conocerá
la muerte y la sepultura.

Contemplando esta escena en el belén,


estamos llamados a reflexionar sobre la
responsabilidad que cada cristiano tiene de
ser evangelizador. Cada uno de nosotros se
hace portador de la Buena Noticia con los
que encuentra, testimoniando con acciones
concretas de misericordia la alegría de
haber encontrado a Jesús y su amor.

Los Magos enseñan que se puede comenzar


desde muy lejos para llegar a Cristo. Son
hombres ricos, sabios extranjeros, sedientos
de lo infinito, que parten para un largo y
peligroso viaje que los lleva hasta Belén (cf.
Mt 2,1-12). Una gran alegría los invade ante
el Niño Rey. No se dejan escandalizar por la
pobreza del ambiente; no dudan en ponerse
de rodillas y adorarlo. Ante Él comprenden
que Dios, igual que regula con soberana
sabiduría el curso de las estrellas, guía el
curso de la historia, abajando a los
poderosos y exaltando a los humildes. Y
ciertamente, llegados a su país, habrán
contado este encuentro sorprendente con el
Mesías, inaugurando el viaje del Evangelio
entre las gentes.
10. Ante el belén, la mente va
espontáneamente a cuando uno era niño y
se esperaba con impaciencia el tiempo para
empezar a construirlo. Estos recuerdos nos
llevan a tomar nuevamente conciencia del
gran don que se nos ha dado al transmitirnos
la fe; y al mismo tiempo nos hacen sentir el
deber y la alegría de transmitir a los hijos y
a los nietos la misma experiencia. No es
importante cómo se prepara el pesebre,
puede ser siempre igual o modificarse cada
año; lo que cuenta es que este hable a
nuestra vida. En cualquier lugar y de
cualquier manera, el belén habla del amor
de Dios, el Dios que se ha hecho niño para
decirnos lo cerca que está de todo ser
humano, cualquiera que sea su condición.

Queridos hermanos y hermanas: El belén


forma parte del dulce y exigente proceso de
transmisión de la fe. Comenzando desde la
infancia y luego en cada etapa de la vida,
nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el
amor de Dios por nosotros, a sentir y creer
que Dios está con nosotros y que nosotros
estamos con Él, todos hijos y hermanos
gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la
Virgen María. Y a sentir que en esto está la
felicidad. Que en la escuela de san
Francisco abramos el corazón a esta gracia
sencilla, dejemos que del asombro nazca
una oración humilde: nuestro “gracias” a
Dios, que ha querido compartir todo con
nosotros para no dejarnos nunca solos.

Dado en Greccio, en el Santuario del


pesebre, 1 de diciembre de 2019.

AMDG

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