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Trabajo final

Daniel Quiroz Ospina


Smn. Formación V
Profesora: Mónica Alarcón
Fecha:

La cuestión del cuerpo en José Ortega y Gasset

1. Introducción.

En lo que sigue, explicaré las breves consideraciones que José Ortega y Gasset hace sobre
el cuerpo. Si bien éstas suelen ser breves, revelan a su vez un papel importante y sui generis del
cuerpo en la vida humana como realidad radical y, por consiguiente, en su filosofía. Como bien
se sabe, el motivo general de la filosofía orteguiana es la vida humana y sus dos componentes
fundamentales e inseparables: el yo (en sentido biográfico y no cognoscitivo) y la circunstancia.
Bien dice en las Meditaciones del Quijote: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella
no me salvo yo” (OC, I, p. 322)1. A diferencia de lo que se puede suponer, el cuerpo no pertenece
al elemento “yo”, sino que es una circunstancia. En tanto circunstancia, juega un rol
indispensable en la configuración de la vida de cada cual, es decir, es una circunstancia sui
generis, tal como se acaba de mencionar. Por circunstancia hay que entender, como dice Ortega
en algunos ensayos como El hombre y la gente, toda la serie de facilidades y dificultades que en
la vida de cada cual se presentan, con las cuales se debe lidiar y las que configuran a cada quien.
¿En qué sentido el cuerpo configura mi yo y representa una facilidad o una dificultad para mi
vida? ¿Juega el cuerpo otros papeles? Estas serán las dos preguntas que guiarán este ensayo. En
primer lugar, explicaré en qué sentido el cuerpo es una circunstancia sui generis. Luego, mostraré
un ámbito en el que el cuerpo tiene un carácter imprescindible: la captación de la vida de los
otros.

2. El cuerpo: circunstancia sui generis.


1
Citaré a Ortega con base en dos ediciones de obras completas: la de 1964 y la nueva de 2010 donde aparecen
textos inéditos. Cuando cite la primera pondré sólo “OC”, cuando cite la segunda pondré “OC [N]”; pondré primero
el nombre de la obra en cursiva, la sigla ya explicada, el tomo y la página.
Así como la vida humana consiste en la coexistencia de un yo y una circunstancia, también
es definida por Ortega como algo que tenemos que hacer. Dicho quehacer no está sin embargo
determinado, sino que debe ser decidido por cada uno. Dice Ortega en Historia como sistema:
“Antes que hacer algo, tiene cada hombre que decidir, por su cuenta y riesgo, lo que va a hacer.”
(OC, VI, p. 13). El objeto de ese quehacer es todo lo que compone la circunstancia, es decir, todo
aquello con que me encuentro. ¿Con qué me encuentro? Se diría en primera instancia: “con
cosas”. Sin embargo, decir “cosas” supone una concepción sustancialista, es decir, que dichas
cosas existen y tienen su ser de forma independiente de mí. Sin embargo, lo que me aparece es
para Ortega algo que tiene que ver inmediatamente con mi vida; y tiene que ver con mi vida
porque me ocupo de ello. Las “cosas” son más bien “asuntos” de los que cada quien se ocupa
para resolver ese quehacer que es su vida: para lograr lo que desea, para resolver problemas, etc.2
Como se dijo más arriba, el cuerpo no es el “yo”, sino una parte de la circunstancia. En este
sentido, el cuerpo es un asunto con el que cada quien se ocupa, algo que no hemos elegido, una
facilidad o una dificultad para la vida. “Planteado de otra manera, que nuestro cuerpo sea el que
de hecho es se debe puramente a la contingencia; pero, una vez que hemos “caído” en él, no
podemos tener otro, y en tal medida nos es necesario.” (Gutiérrez, 2016, p. 231). Si algo no ha
sido elegido por nosotros y, además, tenemos que lidiar con él todo el tiempo y para siempre, es
circunstancia en el más extremo de los sentidos. Aquí aparece además el primer ámbito por el que
el cuerpo es visto como una circunstancia sui generis: mi cuerpo es mi circunstancia más
próxima. Yo puedo decidir, entre las cosas del mundo, apartarme de la que quiera: la habitación,
los muebles, la casa; hasta de los otros puedo apartarme si quiero. Pero es imposible apartarme de
mi propio cuerpo. No sólo no puedo apartarme de mi propio cuerpo, sino que es él quien recibe
todo el tiempo las presentaciones de todo lo demás que hay en la circunstancia; él es quien siente
el placer o el dolor por todo lo que se muestra en mi propia vida. No es gratuito que Ortega nos
recuerde el juego de palabras que, según él, hacían los pitagóricos para recordarnos con lamento
que el cuerpo es una cárcel: “Dado que en griego cuerpo es sôma y tumba sêma, repetían sôma
2
“[T]odo lo que compone, llena e integra el mundo donde al nacer el hombre se encuentra, no tiene por sí
condición independiente, no tiene un ser propio, no es nada en sí –sino que es sólo un algo para o un algo en
contra de nuestros fines.” […] “Las cosas no son originariamente “cosas”, sino algo que procuro aprovechar o evitar
a fin de vivir y vivir lo mejor posible –por tanto, aquello con que y de que me ocupo, con que actúo y opero, con
que logro o no logro hacer lo que deseo; en suma, son asuntos en que ando constantemente.” ( El hombre y la
gente, OC, VII, p. 110)
sêma- cuerpo tumba, cuerpo-cárcel.” (El hombre y la gente, OC, VII, p. 125). De esta forma, es la
circunstancia con la que más debo lidiar, y suele ser la que más se impone en mis proyectos y
deseos, sea como facilidad o como dificultad. 3 El mismo Ortega pone un maravilloso ejemplo de
cómo su cuerpo se ha interpuesto como circunstancia favorable o desfavorable a su vida 4.
Ejemplos como el de él puede haber muchos, pero lo importante es entender el carácter
circunstancial del cuerpo.
Ahora bien, otra característica que hace del cuerpo una circunstancia sui generis es su rol
como aquello a lo que se presenta el mundo; es decir, el cuerpo no es sólo una parte de la
circunstancia, sino que es la más cercana y la que “configura la realidad (física) en torno a
nosotros, cabría incluso decir para nosotros.” (Gutiérrez, 2016, p. 235). Una parte de la
circunstancia se encarga de configurar el resto de la misma, al menos en lo que concierne al
ámbito físico. El cuerpo es uno de los grandes responsables de que las cosas aparezcan a cada
cual de manera distinta aunque éstas sean abstractamente las mismas (Cf. La razón histórica, OC
[2010], IV, p. 536). El mundo no se presentará igual a un vidente que a un ciego o a un daltónico,
lo cual será fundamental en la configuración del perfil de toda una vida.
Aunque he puesto los ejemplos del ciego, el vidente y el daltónico, Ortega no privilegiará el
sentido de la vista a diferencia de la tradición occidental. Para él, la presentación fundamental del
mundo ante el cuerpo se dará a través del tacto, pues éste indica que yo soy un cuerpo distinto de
los otros y que no los puedo sobrepasar (una circunstancia en extremo primaria pero fundamental,
una creencia5 de las más primitivas). El tacto es el encargado de hacer saber que poseo un cuerpo
a través del contacto con los demás, pues como bien lo explica Ortega, a través del tacto se da
una relación primaria entre el cuerpo que tocamos y el cuerpo con que lo tocamos (OC, VII, p.
3
“Con ese cuerpo, en parte favorable en parte adverso, mi casi amigo, mi enemigo casi, tengo que vivir yo.
Innumerables veces, entre lo que necesito ser y mi yo mismo se interpone, tropiezo con él y caigo de bruces. ¡Y hay
quien pretende persuadirme de que yo soy ese mi cuerpo! ¡Vamos, hombre!” (La razón histórica, OC[N], IV, p. 533)
4
“Así, mi cuerpo me ha demostrado poseer un corazón de extraña energía, tanta que sorprendió al gran cirujano
de París, el doctor Gosset, cuando en pésimas condiciones se acercaba hace dos años a mi cuerpo [bisturí en
mano], para tajar el torso casi de arriba abajo, y dijo a la monja enfermera que iba con máxima probabilidad a
asesinarme pero que no tenía más remedio porque de otro modo era cierta mi muerte. Pero mi corazón supo
resistir. ¡Vaya cómo de facilidad que me ofrece mi compadre de cuerpo! Pero en cambio posee éste una calamidad
de hígado que desde hace veintitrés años me lleva a la rastra; y un sistema nervioso que la menor variación
climática perturba, de suerte que cuando cambia el tiempo en la selva del Alto Paraguay, en el mismo instante, mi
carne se estremece en Caballito. ¡Vaya ello como dificultad!” (La razón histórica, OC[N], IV, p. 533)
5
El concepto de “creencia” es fundamental en todo el desarrollo filosófico orteguiano. Es básicamente todo lo que
damos por sentado como “la realidad misma” a tal punto que ni siquiera se nos ocurre pensar en ello. Por ejemplo,
cuando salgo de mi casa ya doy por sentado que me voy a encontrar con la calle y no pienso en ello en absoluto.
Véanse textos como Ideas y creencias, En torno a Galileo, La idea de principio en Leibniz, entre otros para más
desarrollos.
124). De esta forma, el tacto posibilita que el mundo presentado ante mí se componga de cuerpos
que se presentan y me enfrentan, es decir, el tacto me pone ante la circunstancia en forma de
objetos físicos; el tacto de mi cuerpo hace que el mundo sea a su vez cuerpo 6. Ya que hemos
dicho que el cuerpo es el gran configurador del mundo y que el tacto es la forma primaria en que
éste se presenta, sólo cabe concluir con Ortega: “Desde nuestro punto de vista más radical es cosa
clara que la forma decisiva de nuestro trato con las cosas es, efectivamente, el tacto. Y si esto es
así, por fuerza tacto y contacto son el factor más perentorio en la estructuración de nuestro
mundo.” (El hombre y la gente, OC, VII, p. 124).
Otro papel importante que cumple el cuerpo como circunstancia es la de ubicarnos en un
punto fundamental desde el cual se nos presenta siempre todo lo demás. Mi cuerpo siempre me
pone en un “aquí” inseparable. Ese aquí va a permanecer presente en todo lo que se muestra en
mi vida, por lo cual, gracias a que mi cuerpo me pone en un “aquí”, el mundo se manifestará ante
mí siempre como una “perspectiva”7.
Vistas todas las formas por las que el cuerpo en tanto circunstancia juega un papel
fundamental en la configuración de la vida humana, resulta necesario concluir que para Ortega,
aunque sea posible pensar un concepto abstracto y general del cuerpo, éste se muestra siempre de
manera distinta según como se dé en cada vida humana la coexistencia entre el yo y la
circunstancia8. La cuestión de la perspectiva refuerza la necesidad de ver siempre las cuestiones
de la circunstancia, especialmente el cuerpo, según como éstas aparecen a cada vida. Para ello
siempre habrá que tener en cuenta, según su planteamiento, las convicciones y creencias
fundamentales que se dan en su tiempo y en su lugar, en otras palabras, para pensar el cuerpo hay
que pensar la historia configuradora de cada vida. No es gratuito que una de sus grandes
sentencias de Historia como sistema sea “El hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia”
6
“[E]l contorno o mundo patente se compone, ante todo y fundamentalmente, de presencias, de cosas que son
cuerpos. Y lo son porque ellas chocan con la cosa más próxima al hombre que existe, al yo que cada cual es –a
saber: su cuerpo. Nuestro cuerpo hace que sean cuerpos todos los demás y que lo sea el mundo.” (El hombre y la
gente, OC, VII, p. 125)
7
“Yo puedo cambiar de sitio, pero cualquiera que él sea, será mi “aquí”. Por lo visto, aquí y yo, yo y aquí, somos
inseparables de por vida. Y al tener el mundo, con todas las cosas dentro, que serme desde aquí, se convierte
automáticamente en una perspectiva.” (El hombre y la gente, OC, VII, p. 126). Por otra parte, el concepto de
“perspectiva” es igualmente una noción clave del pensamiento orteguiano, principalmente en su etapa temprana.
El ensayo de 1923 El tema de nuestro tiempo es el que mejor trata esta cuestión.
8
“El perfil de cada yo oprime la circunstancia para subsistir en ella o realizarse y la circunstancia responde de
diversa manera según cuáles sean las facciones, alabeos y gálibos del perfil o contorno de aspiraciones que es
nuestro yo. […] Podemos enunciar lo anterior más trivialmente aún, diciendo que las llamadas cosas de nuestro
derredor nos son distintas a cada uno de nosotros, aun siendo abstractamente las mismas.” (La razón histórica,
OC[N], IV, p. 536)
(OC, VI, p.). Sin embargo, aún no se han mencionado todos los papeles del cuerpo en la vida
humana. Hay otro de tal importancia que se le dedicará el apartado que sigue.

3. El cuerpo y el otro. Los gestos.

Además de la realidad radical, es decir mi propia vida, hay otras realidades que, si bien son
“secundarias”, aparecen de tal manera que siempre debo contar con ellas. Una de esas realidades
son “los otros”. Cada uno en su propia vida siempre tiene presentes a otras personas 9. La cuestión
aparece cuando nos preguntamos por la forma en que los otros nos aparecen. Lo único
indudablemente cierto que se puede decir es que me aparecen unos “cuerpos”; pero deducir que
en esos cuerpos hay unos “yo” aparte de mí, es decir, que en esos otros cuerpos hay otras vidas,
otras circunstancias, es algo que debe ser justificado, no es una realidad indudable.
Así pues, hay que hacerse la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que en los cuerpos de
otros, que son finalmente lo único que me aparece, yo vea otros yo, otras circunstancias, otra
vida? ¿Hay algún elemento que lo haga posible? La respuesta justifica este apartado: el propio
cuerpo. Gracias a éste puedo dar cuenta de la vida de los otros. Ahora bien, ¿cómo es posible que
mi propio cuerpo me dé cuenta de los otros?
Ortega explica que en principio se me presenta un cuerpo “carne” y que en él suponemos
una “interioridad” de la que derivamos un “yo” y una “circunstancia” que le son propias. ¿Qué
nos señala la interioridad de ese cuerpo que en principio es carne? La respuesta de Ortega es la
siguiente: los gestos, la expresividad.10
Son los gestos del cuerpo carne los que me hacen tener la “creencia” que en el otro hay una
interioridad, ya que la única interioridad que puedo experimentar directamente es la mía, la
propia y la de nadie más. La interioridad de los otros, la vida de los otros, es “com-presente”, es
decir, supuesta o creída a través de los gestos y la expresividad del cuerpo carne del otro. La
9
“El hombre está a nativitate abierto al otro que él, al ser extraño; o con otras palabras: antes de que cada uno de
nosotros cayese en la cuenta de sí mismo, había tenido ya la experiencia básica de que hay los que no son “yo”, los
otros.” (El hombre y la gente, OC, VII, p. 150)
10
“Precisémonos cuál es la situación a que hemos llegado: cuando entre minerales, vegetales y animales me
aparece un ser consistente en cierta forma corporal, la que llamo “humana”, aunque me es sólo presente ésta, se
me hace com-presente en ella algo que por sí es invisible y, más en general aún, insensible, a saber, una vida
humana, algo, pues, parejo a lo que yo soy, pues yo no soy sino “vida humana”. Esta com-presencia de algo que no
puede por sí ser presente se funda incuestionablemente en que aquel cuerpo que es carne me hace peculiares
señales hacia una intimidad, es un campo expresivo de “intimidades”.” (El hombre y la gente, OC, VII, p. 158)
coherencia de esta hipótesis orteguiana radica en su carácter fenomenológico: da cuenta precisa
de lo que aparece inmediatamente ante mí cuando se muestra el cuerpo de otro ser humano y
sustenta una creencia primaria de la vida humana: en los otros hay también un yo, por lo que hay
igualmente una circunstancia particular de cada cual. Con el otro, no sólo aparecen gestos, sino
que se muestra también una vida humana que yo puedo comprender, aunque no puedo penetrar
en ella y ser ella así como soy mi vida. Eso es lo que Ortega considera la gran paradoja de la
aparición del otro: se me muestra una realidad a la que no puedo acceder (al menos no como a mi
propia vida) o, como en sus maravillosas palabras: “Esta es la enorme paradoja: que en mi mundo
aparecen, con el ser de los otros, mundos ajenos al mío como tales, esto es, como ajenos, que se
me presentan como impresentables, que me son accesibles como inaccesibles, que se patentizan
como esencialmente latentes.” (El hombre y la gente, OC, VII, p. 160).
Al mismo tiempo que desarrolla su respuesta a la pregunta por cómo derivo un yo a partir
de un cuerpo ajeno, Ortega mostrará la respuesta del fundador de la fenomenología y procederá a
criticarlo. La crítica de Ortega a Husserl sólo se remonta a las consideraciones hechas por el
alemán en las Meditaciones cartesianas, ya que el español, como todos los que no eran parte de
su círculo de alumnos, no conoció los escritos inéditos husserlianos, en los cuales ya había
modificaciones de lo que había propuesto en esas conferencias dadas en París. Sólo por dar un
ejemplo, el segundo tomo de Ideas, en donde Husserl hace importantes reflexiones acerca del
papel del cuerpo como elemento fundamental de la constitución de la realidad, fue publicado en
1954; Ortega moriría al año siguiente. Una cuestión meramente circunstancial hizo que Ortega se
quedara solamente con la imagen “idealista” de Husserl.
Ahora bien, la crítica orteguiana parte de la siguiente hipótesis de Husserl: se deduce que en
el cuerpo del otro hay un yo gracias a una transposición analógica 11. El término común de esa
analogía, según la lectura que hace Ortega de Husserl, es mi propio cuerpo y el cuerpo del otro.
Ahora bien, ¿cuál es la justificación de esta analogía? Esa es la pregunta de Ortega. Según él,
Husserl afirma que, como mi cuerpo es la cosa más próxima, es la que me pone siempre en un
“aquí”. Ese “aquí” se desplaza tanto como mi cuerpo mismo lo hace. En ese proceso veo que hay
otro cuerpo “allí”, con algunas variantes, pero cuya diferencia fundamental del mío es la
distancia. El cuerpo que hay “allí” puede ver el mío con esas variantes. De ahí que, según Ortega,
11
“¿Cómo es entonces que yo creo tener delante, al ver un cuerpo humano, una identidad como la mía, un yo como
el mío –no digo idéntico pero, al menos, similar? La respuesta de Husserl es ésta: por transposición o proyección
analógica […] [S]i mi cuerpo es cuerpo –carne porque yo estoy en él- en el cuerpo del Otro debe estar también otro
Yo, un alter ego.” (El hombre y la gente, OC, VII, p. 162).
la conclusión de Husserl es que si yo pudiera estar al mismo tiempo “aquí” y “allí”, podría ver mi
cuerpo como el otro ve el mío (Cf. El hombre y la gente, OC, VII, p. 162-163). De esta manera,
la diferencia fundamental entre mi cuerpo y el del otro es cuestión de la perspectiva que adopta
cada uno. Esa misma perspectiva es la que llevaría a postular la existencia de un yo en el cuerpo
del otro.12
Ortega concentrará su crítica en un punto específico: que la diferencia entre mi cuerpo y el
del otro sea solamente la perspectiva. Según el español, y ello ya ha sido señalado en algunos
momentos de este trabajo, si bien mi cuerpo claramente me pone en un aquí y en una perspectiva,
lo cual es fundamental, esto no es lo único que lo hace “mío”. Mi cuerpo, como ya se ha
mencionado, es el receptor inmediato de todo lo que sucede en mi circunstancia, es aquello con
que debo contar primeramente para habérmelas con todas las demás cosas. Como es el receptor
inmediato de la circunstancia, mi cuerpo es de igual manera el que me comunica los dolores y
placeres, las facilidades y las dificultades que en mi propia vida aparecen y, gracias a ello, puedo
ser consciente de mi propia interioridad. Una de las metáforas preferidas de Ortega para explicar
el carácter intransferible de la propia vida es la del dolor de muelas. Sólo yo tengo realmente la
sensación del dolor de muelas, el otro sólo puede ver los gestos de mi dolor y hacerse a una idea
incompleta de lo que pasa conmigo. Lo importante es que mi propio cuerpo es algo mucho más
crucial que una mera perspectiva. Mi cuerpo me permite tener una interioridad en la medida en
que me pone en sintonía inmediata con mi circunstancia. Del cuerpo del otro no puedo ver su
interioridad, sólo me aparecen los gestos realizados por ese cuerpo-carne que, finalmente, es lo
único que puedo vivenciar estrictamente. Como ya se ha explicado más arriba, son los gestos lo
que me permite saber que en el cuerpo del otro habita un yo, y con él una circunstancia y, en
suma, una vida humana, una realidad radical que sólo él puede vivir. Todas las expresiones que
12
La nota al pie que pone Ortega al final de esta explicación despeja todas las dudas acerca de la respuesta
husserliana a la cuestión:

“Veamos si consigo que se entienda a Husserl y a mí.

Aquí, hic. Allí, illic.


x x
cuerpo A cuerpo B

Mi cuerpo es lo que siento aquí, y eso que me es lo llamo cuerpo A. El cuerpo del Otro es el que veo, allí, illic –de
donde viene ille, él. Es el cuerpo de Él, que llamo cuerpo B. Según Husserl, como puedo desplazarme y hacer de ese
allí un aquí, “me pongo imaginariamente en lugar del “otro cuerpo”” –esta expresión es literalmente de Husserl–, y
entonces el cuerpo B se convierte en cuerpo A. Como se ve, el cuerpo A o mío y el cuerpo B o de él serían iguales,
salvo la diferencia de lugar.” (El hombre y la gente, OC, VII, p. 163).
significan estados de ánimo, reacciones, en suma, todo lo que constituye lo humano en el hombre,
dice Ortega, han sido descubiertas primariamente en el otro y, gracias a ello, puedo ver que todo
eso está en mí y que mis reacciones, expresiones y gestos tienen rasgos similares.
Sirva como conclusión que el cuerpo en la filosofía de José Ortega y Gasset adquiere un
papel fundamental para el desarrollo de su pensamiento, en primer lugar, porque es la
circunstancia más importante de cada uno, lo cual moldea la vida de forma definitiva. Ese
carácter sui generis del cuerpo como circunstancia ha sido señalado en los siguientes elementos:
la cercanía, la configuración del mundo como cuerpos (principalmente a través del tacto), la
circunstancia de cada cual como perspectiva y la mostración del yo de los otros a través de los
gestos. Esto muestra que para Ortega el cuerpo es quizá la circunstancia más importante de la
vida humana, por encima del lenguaje, el tiempo y la situación política e histórica, ya que el
cuerpo es una circunstancia que sólo puede ser vivida por cada uno, por cada cuerpo. Esto, en
consonancia con sus postulados acerca de la “soledad radical de la vida humana” o el carácter
intransferible de la vida, hace de esta consideración sobre el cuerpo algo realmente coherente con
la filosofía orteguiana y, si lo vemos desde la perspectiva fenomenológica, algo que se apega a
“las cosas mismas”.

Bibliografía.

1. Gutiérrez, Rodolfo. (2016). “Dimensiones del cuerpo y conocimiento moral en Ortega y


Gasset”, Azafea. Revista de filosofía, N°18, pp. 227-244.
2. Ortega y Gasset, José. (1964). Obras completas. Tomos I, VI y VIII. Madrid: Revista de
Occidente.
3. __________________. (2010). Obras completas. Tomo IV. Madrid: Taurus-Fundación José
Ortega y Gasset.

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