Está en la página 1de 136

La doble vida del rey

Autor: MuFaSaVIVE

Introducción
Simba observaba un insecto caminarle por su pata delantera, pero no lo atacaba, prefería
observarlo por un tiempo y dejarlo creer que era seguro merodear por el cuerpo de un león, para
luego sorprenderlo y matarlo, así es como tenía planeado aprender a cazar, "desde lo pequeño, a
lo más grande" era la frase que solía repetir a su padre. Mufasa lo observaba de lejos, tendido, y
pensaba para sus adentros, si este cachorro comprendía la vida como él mismo lo hacía, y lograba
compenetrarse con cada alma en el reino, se extenderían los límites de la prosperidad que él
mismo ya había alcanzado.

Un lamido húmedo en su mejilla lo sacó de su ensimismamiento.

-"Mufasa, eres extremadamente lindo cuando piensas con la vista perdida..."- Dijo Sarabi
observando a su magnífico león pensar.

Mufasa la miró por un minuto... Sarabi era hermosa, aún recordaba cuando ella lo había lamido
por primera vez y él muy tímidamente corrió a esconderse entre las patas de su madre, las
hembras eran un misterio y lo seguían siendo a sus ojos. Era raro para Mufasa, que era un león
conocedor de las leyes de la naturaleza, y nombrado sabio por muchos por su capacidad de
analizarlo todo y tener control de las situaciones, sentirse débil en algo. Pero esto es lo que
sucedía con su pareja, Sarabi sabía cómo hacerlo sentir en desequilibrio, quizá porque habían
llegado a un nivel de cercanía donde ella conocía ya todos los recovecos que él tenía.

-¿Lo soy?- Preguntó Mufasa esbozando una pequeña sonrisa de costado.

Sarabi parecía aturdida con lo hermosa que podía resultar la cara de mufasa con esas muecas
burlonas que solo el rey podía efectuar.

-Ay Mufasa... Años y aún sabes exactamente que decir... Solo unas palabras y el reino es tuyo, y yo
también...

Mufasa agachó su cabeza y la apoyó suavemente en una de las patas de Sarabi, que comprendió al
instante que el rey quería algunos mimos.
A unos pasos de allí, Simba se levantaba y atacaba por fin a su insecto, que voló
instantáneamente, dejando una vez más a Simba creyendo ser un mal cazador.

Frustrado, el leoncito se acercó a sus padres.

-Papá...

Mufasa estaba tendido con sus ojos cerrados, disfrutando de los mimos de Sarabi. La voz de su hijo
lo hizo abrir sus ojos.

-Dime.- Contestó con su natural grandeza.

-Ya no sé si soy yo el único que lo nota, o este lugar está empezando a volverse aburrido...

Mufasa lo observó, ese pequeño siempre ansioso de aventura, era difícil mantenerlo complacido,
y él como padre debía encargarse del bienestar de su hijo... Si hay algo que Mufasa tenía, era la
obligación de hacer que todos en el reino se sintieran a gusto, no pensaba quebrar su propia ley...
Y menos con su propio hijo.

Simba volvió a hablar, ante la falta de respuesta de su padre...

-¡Papá! ¿Vamos a visitar algunos sectores que yo no conozca en el reino? ¡Por favor!

-¿Recuerdas aquello que sucedió cuando decidiste ir a hacer eso con Nala?- Preguntó Mufasa con
un gesto severo.

Simba parecía recordar perfectamente lo que había pasado en aquel cementerio de elefantes en
las afueras del reino, pues su cara denotó cierta tristeza al recordar.

-¡Por eso tú vendrás conmigo!- Dijo de repente levantando la cabeza y mostrando una gran
sonrisa.

-Mufasa, me encantaría que te quedes conmigo y poder seguir mimándote como te mereces, pero
creo que tu hijo te necesita.

Mufasa no tenía ganas de levantarse, y la verdad los mimos le gustaban demasiado, pero había
tres motivos por los cuáles hacerlo... Su hijo lo quería, Sarabi lo quería, y su propia regla de ayudar
a los otros lo impulsaba también...

-De acuerdo Simba... Vamos.- Dijo el rey, levantando lentamente su majestuoso cuerpo de león
macho del piso de la cueva. Tanto Sarabi como Simba lo observaron moverse por unos momentos,
lógicamente Mufasa marcaba soberanía y majestuosidad con cada paso.
El león rey y su hijo salieron de la cueva y el sol les pegó de lleno en sus caras, Simba entrecerró
los ojos. Mufasa siguió caminando, guiando a su hijo.

-He observado como tratabas de cazar...- Comenzó Mufasa.- ... Así que he pensado, que te
enseñaré como realmente un león debe hacerlo.

Simba lo observaba como si le acabaran de regalar diez mil gacelas frescas de postre, estaba feliz,
aprendería a cazar, y de la mano de su padre, el mismísimo rey.

-La realidad Simba...- Dijo Mufasa- Es que este es trabajo de las leonas, por lo general los reyes se
dedican a la organización del reino, y la toma de decisiones, pero lo cierto es que aún recuerdo mis
escapadas a cazar con mi padre, cuando tenía tu edad.

Simba no dejaba de observarlo alucinado, sin perder ni una sola palabra.

Continuará...

Lección de caza
Mufasa comenzó a caminar por la extensa sabana, seguido por su único hijo, hasta un territorio de
árboles y unos cuantos lagos.

-Aquí.- Dijo el majestuoso león, agachándose y ocultando su imponente cuerpo entre los yuyos y
hierbas.

Simba lo imitó sin decir ni una sola palabra, esperando obtener la mayor información de la lección
que su padre le daba...

De pronto se pudieron divisar dos parejas de gacelas y un númeroso grupo de cebras que venían
caminando hacia ellos para tomar un poco de agua de los lagos. Simba estaba maravillado, Mufasa
lo notaba en la cara del pequeño, ya en anteriores ocasiones su hijo le había dicho que no sabía
como hacer para ver a los animales del reino de cerca, ya que siempre que lo veían huían,
pensando que él quería cazarlos. Mufasa dejó de observar a Simba y centró su vista en la cebra
más grande del grupo, un macho alfa, el líder del grupo de cebras. Sin pensarlo dos veces empezó
a caminar agazapado al piso, evitando hacer cualquier pequeño sonido; su cuerpo se movía
majestuoso y coordinado entre los pastos, como una coreografía bien producida. Cuando estaba lo
suficientemente cerca, aceleró el paso, sus musculos respondían a la perfección, su cuerpo hacía
todo lo que él le pedía, y cuando lo necesitó pegó un salto de un metro y medio que lo ubicó justo
sobre la gran cebra, que comenzó instantaneamente a sacudirse para quitarse al gran león de
encima. Mufasa apretaba la mandíbula contra la parte superior del cuello de la cebra, hundiendo
sus dientes en el espeso pelaje y penetrando la carne del animal, haciéndolo sangrar y producir
desesperados sonidos. El rey empezó a sentir como la cebra se cansaba y perdía fuerzas, dándose
por vencida. Las garras de Mufasa se aferraban a los lados del animal, hiriéndolo. Una vez que la
cebra cayó tendida, Simba corrió al encuentro de su padre, que estaba aún sobre el animal,
imponiendo su peso para evitar que tratara de escapar.

-¡Oh wow! ¡Papá, eres increíble!- Gritó el pequeño Simba aún conmocionado por lo visto.

Mufasa dejó de morder a la cebra, que ya estaba muerta.

-No... no... no... no lo es tanto, no lo es tanto, es solo... solo... saber calcular...- Dijo Mufasa,
cansado y recuperando el aliento.

-¡Papá, eres único! ¡Quiero ser como tú! ¡Mira lo que has hecho, mirá las dimensiones de esta
cosa! ¡Es enorme!- Dijo Simba mirando a lo que para él, era una bestia.

Mufasa se sintió orgulloso de haber satisfecho a su hijo con su actuación, y de paso, de haber
conseguido la cena de esa noche y abundante comida para varios cachorros de la manada. Las
leonas no estarían tan apresuradas por cazar y podrían descansar al menos un día. De esa manera
el rey logró ayudar a varios con una sola acción, y eso le sentaba bien. Pero sus pensamientos se
vieron de pronto interrumpidos cuando, al girar la cabeza para ver a Simba, vio muy a lo lejos, un
árbol con una rama en forma de flecha. Era casi imposible de ver, pero Mufasa recordaría ese
árbol por siempre, pues ya lo había visto antes...

Sin pensarlo siquiera, y sin poder evitarlo, los pensamientos de Mufasa lo llevaron al pasado... Muy
al pasado, antes incluso de Simba, antes incluso de Sarabi... A su infancia, cuando él era tan solo
un cachorrito.

Continuará...

El flashback
Mufasa caminaba detrás de su padre, el rey Ahadi. Podía ver en el piso las grandes huellas, que no
coincidían con sus pequeñas "garritas". A diferencia de Simba, Mufasa cuando era chico era
educado, obediente, y respetuoso, y esto su padre lo sabía y le gustaba, porque así debía ser el
comportamiento de un futuro rey.

-Padre...- Comenzó Mufasa, con una voz dudosa.- Estamos alejándonos de las tierras del reino...

-Lo sé.- Dijo Ahadi cortante.


Mufasa no comprendía lo que sucedía, pero caminaba obediente, detrás de su padre, como éste
se lo ordenó. Ahadi era serio, muy serio, y sus ragos denotaban madurez.

-Estoy asustado.- Dijo Mufasa, honestamente, al ver que no reconocía el suelo, ni el lugar, ni los
alrededores, pero algo le decía que su padre nunca lo llevaría a nada peligroso.

-Lo sé hijo, lo sé.- Es todo lo que Ahadi dijo, y calló.

Caminaron por un buen tiempo y era ya la noche, cuando Mufasa se dio cuenta, llevaban horas
caminando.

-Padre, estoy temblando de frío.- Dijo Mufasa aterrorizado y preguntándose de qué se trataba
todo eso.

-Ya casi hijo.- Dijo el rey, sin voltear a ver al mayor de sus hijos a la cara.

Mufasa iba mirando el piso y las pequeñas rocas bajo sus patas, cuando en su distracción se
golpeó con el cuerpo de su padre, que había frenado delante de él. Enseguida Mufasa alzó la vista
y vio un enorme manantial, agua que corría por todos lados, leones jovenes correteando,
cachorros de león jugando con insectos y a pelearse entre ellos. Mufasa se quedó por un
momento con la boca abierta... 
Duro como una estatua, y no supo que pensar. JAMAS había visto a ninguno de esos leones, ni
siquiera sabía de la existencia de otros leones aparte de los de su propio reino.

Ahadi caminó lentamente hasta donde un león macho joven se encontraba. Este león le hizo una
reverencia y el rey caminó entre todos aquellos leones que vivían a muchísimas millas de el reino
de Ahadi y que Mufasa jamás había visto ni siquiera una vez. Los únicos leones machos que él
conocía eran Ahadi y su propio hermano Taka, el resto eran leonas. Pero en este lugar, había
hembras, machos, insectos, cebras, elefantes, gacelas, todos juntos y en total armonía.

-Papá... ¿Qué es esto?- Preguntó Mufasa, confuso, aún shockeado.

-Tu reino hijo.- Contestó seriamente Ahadi.

Mufasa meditó la situación por un momento, y cuando creia estar seguro de lo que escuchó,
observó a su padre de costado, tan solo siendo capaz de mirar la espesa melena oscura.

-¿No es acaso nuestro reino el que hemos dejado atrás, donde viven nuestras leonas?

-Ese, es el reino de tu hermano.

Mufasa sintió algo extraño en su corazón, no comprendía, pero de verdad no lo hacía.


-Observa ese árbol con una rama en forma de flecha hijo, ese árbol es el comienzo de tus tierras y
de tu soberanía, nunca lo olvides. De aquí en más hijo tu vivirás aquí, con tus súbditos y tu
manada, y tu hermano tendrá la otra pequeña manada, nunca he sido un mal padre, y siempre me
he preguntado como haría para repartir el reino en dos pedazos... tener dos hijos no es fácil. Así
que te he heredado la mayor parte de la manada. NADIE sabe de la existencia de este reino, yo le
llamo "El reino de al lado". Es TUYO hijo, eres el rey Mufasa ahora.

Mufasa levantó la cabeza y caminó rodeando a su padre, para enfrentarlo por primera vez en su
vida.

-¿Cómo pudiste?- Dijo firmemente, perdiendo todo miedo y mirando a los ojos a su padre.

Ahadi no le corrió la mirada, pero no contestó.

-¿Ya no volveré a ver a mamá? ¿Y a las leonas con las que me he criado?- Preguntó desolado, tenía
ganas de llorar, pero era demasiado orgulloso para hacerlo, así que se mantuvo firme.

-No. De ahora en adelante tu hermano reinará en el otro reino, él no lo sabe aún, pero al ver que
tú no vuelves, y que él es el único macho, deberá tomar el lugar.

-¿Qué pasará contigo?- Preguntó Mufasa.

-Me iré lejos, estoy débil y sufro de una enfermedad que me matará pronto, así que decidí que
este sería el momento indicado para decirte esto. No traiciones a tu padre, sé que esto es difícil,
pero como rey, he tenido que tomar esta difícil desición. Lo siento hijo.- Dijo el rey, y sus ojos se
nublaron y debió bajar la vista.

Sin más, Ahadi comenzó a correr como un rayo. Espantado y sin idea de qué hacer, Mufasa solo lo
siguió, corriendo a toda velocidad. Ahadi era grande y era veloz, sus patas lo llevaban lejos, pero
Mufasa siendo solo un cachorro no podía alcanzarlo, su pecho latía desesperado y su mente le
rogaba a sus patas que aguanten un poco más, y pensaba para sus adentros: "¡No dejes que lo
pierda!"

Corrieron por un tiempo más, Mufasa veía a su padre cada vez más lejos, probablemente Ahadi ni
siquiera sabía que su hijo lo estaba siguiendo. Mufasa jamás pensó en detenerse, inclusive cuando
sus patas empezaban a sangrar por las rocas debajo de ellas. Corrió y corrió hasta que a lo lejos su
padre era solo una sombra, y no se detuvo. Horas después, cuando ya no podía ver nada de su
padre, Mufasa aún seguía corriendo, pero tropezó con una rama y voló por el aire y comenzó a
rodar por un acantilado, a mitad del recorrido se golpeó con una gran roca y perdió el
conocimiento.
Al otro día Mufasa se levantó, estaba tendido en medio del desierto, pero vio elefantes a lo lejos y
corrió hacia ellos, cuando se dio cuenta estaba en su reino. Su madre se acercaba a él junto con su
hermano Taka, Mufasa les sonrió y dejó que su madre lo lamiera, no recordaba absolutamente
nada de lo que había sucedido.

Continuará...

Confusión
Mufasa pestañeó y con los ojos nublados vio como una garra de leoncito se agitaba frente a sus
ojos.

-¡Papá! ¿Estas ahí?- Decía Simba viendo la mirada ida de su padre.

Mufasa lo miró, pestañeó de nuevo, y una tercera vez, para comprobar que estaba vivo, que
estaba en la realidad, y que acababa de recordar algo que no había recordado en todos estos años.

"El reino de al lado" se repitió en su cabeza.

-¡PAPA!- Insistió Simba, esta vez apretando levemente las mejillas de la cara de su padre con sus
dos patitas.

-Sí, estoy bien.- Respondió Mufasa, aún aturdido. Lentamente se levantó, y junto con la ayuda de
su hijo empezaron a arrastrar a la cebra que cazaron hacia donde se encontraba la manada de
leonas y cachorros. En el camino, la figura de su hermano "Scar" apareció ante ellos.

-Vaya, vaya... ¿Pero qué tenemos aquí?- Preguntó el oscuro león, olfateando la presa que Mufasa
y Simba habían cazado. Mufasa puso cara de disgusto.

-Apártate Scar, estamos llevando algo pesado.- Dijo el rey con autoridad. Pero Mufasa sabía bien
qué tan impertinente su hermano podía ser.

-Oh Mufasa, por favor, ya sabes como son las cosas, el rey león, o sea tú mi querido hermano, es
quien debe encargarse de su manada, y por si no lo notaste...- Dijo Scar, acercándose al oído de su
hermano.- ... Soy parte de la manada... Así que, es tú responsabilidad mantenerme.- Terminó de
decirlo y tomó la cebra de una de las patas para llevársela. Simba reía.

-Tío, estás un poco loco.

Mufasa observó a Scar, no lo enfrentaría, no delante de Simba, y probablemente ese es el motivo


por el cual Scar había hecho eso frente a Simba, porque sabía muy bien que se saldría con la suya y
que Mufasa jamás mostraría una señal de agresión al tío de Simba delante del cachorro.

Mufasa y Simba siguieron caminando hasta la gran roca y Simba corrió a contarle a Nala lo
sucedido aquella tarde con su padre, el rey león. Mientras, Mufasa entró en la cueva donde Sarabi
dormía y se tendió junto a ella, pegando su gran cuerpo al de su compañera. Instantaneamente
Sarabi lamió su oreja.

-¿Cómo les ha ido?- preguntó ella, sonriendo, pues su Mufasa había vuelto.

-De maravilla.- Mintió Mufasa.

Sarabi lo miró, él yacía con los ojos cerrados a su lado.

-¿Está acaso el rey ocultando algo?

-Sarabi...- Dijo Mufasa levantando la cabeza y mirándola fijo.- ... ¿Me concederías la oportunidad
de dejar la manada por dos noches y volver al amanecer del tercer día sin hacerme ningún tipo de
pregunta si te lo pidiera?

Mufasa analizó los gestos de Sarabi, ella estaba confusa y eso era de esperarse. Mufasa no era de
ocultar cosas, mucho menos a ella, y las dudas que se veían en su mirada no eran propias del rey.

-¿Qué te altera amor?- Preguntó ella dulcemente, peinando con sus uñas la melena del rey.

Mufasa no contestó, apoyó la cabeza en el suelo, pensativo.

-Necesito, debo, sacarme una duda, algo que vino a mí, y no sé si lo pensé, si lo soñé o si lo
recordé y es real. Parece tan real, pero tan ficticio al mismo tiempo. Creo que si no lo veo por mí
mismo no lo creeré, o enloqueceré.

Mufasa esperó alguna respuesta, y ésta no tardó en llegar.

-Te lo confío todo Mufasa, eres un león digno de confianza y respeto, lo que tengas que hacer,
hazlo, yo siempre te acompañaré en tus decisiones.
Mufasa cerró sus ojos y rápidamente se durmió, había sido un día extenuante.

Continuará...

La travesía
Mufasa se había levantado muy temprano aquella mañana, apenas el sol mostraba sus primeros
rayos. Sus patas temblaban por algún extraño motivo; quizá por la sensación de saber que estaba
por encontrar algo raro, algo de su pasado, algo de su padre... Algo de su... REINO. Escuchar esta
palabra en su propia mente lo hizo sentirse extraño y sacudir la cabeza. Lo repitió para sí mismo
una vez más: "Reino"... "El reino de Mufasa", y una vez más se corrigió... "El VERDADERO reino de
Mufasa"... Lo cual lo hizo meditar un momento... ¿Estaría entonces fundamentada la ira de Scar?
¿Pertenecía ESTE reino en realidad al malvado de su hermano? O lo que era peor... ¿Era él mismo,
Mufasa, un intruso en un reinado que no le pertenecía? ¿Estaba robándole el reino heredado por
Ahadi a su propio hermano? ¿Estaba DESHONRANDO a la familia? La palabra deshonra lo hizo
pegar otro sacudón. Mufasa era un león de palabra y de ley, jamás se atrevería a robar el reino de
otro, o de tomar un lugar que no era suyo. La sola idea de haber estado todos estos años
gobernando en el lugar equivocado y manteniendo al verdadero rey Scar a un lado, lo hacía
sentirse radicalmente culpable, sucio, mentiroso. Es por eso que quería, que NECESITABA
comprobar, saber, conocer la VERDAD. Lo necesitaba desesperadamente, y eso le dio las últimas
fuerzas determinantes para encarar el viaje a la verdad... Y... Para qué negarlo, Mufasa tenía
miedo.

Su primer paso fue lento, observando el piso, sintiendo su pata firme en el suelo, el segundo fue
mirar atrás... Su manada, sus leonas... ¿Sus? Pensar lo estaba desquiciando, ya no se sentía dueño
de sus cosas, o de las de alguien más. Se sentía miserable y solo, un bandido. Cansado de pensar
se echó a correr, lo más rápido que pudo, el viento en su melena lo hacía sentirse mejor, y el
movimiento de sus patas fuertes lo hacía sentir joven y vital.

El rey corrió, corrió y llegó hasta donde el día anterior había cazado aquella gran cebra con su hijo.
Desde ahí miró a su alrededor hasta que vio aquel árbol, aquél árbol que había cambiado su vida.
Una gran rama se elevaba extrañamente hacia el cielo, con una forma de flecha muy reconocible,
incluso a la distancia. El león caminó unos pasos en dirección al árbol, que se encontraba
demasiado lejos, muchos kilómetros lo separaban del extraño árbol, él estaba dudoso, pero debía,
debía seguir, así que sin dudarlo más comenzó un lento trote que se convirtió rápidamente en una
ráfaga de velocidad.

El árbol se acercaba y con él las dudas en la mente del león rey, con cada paso Mufasa sentía más
presión en el pecho y tan lleno de sensaciones estaba que no se dio cuenta que tan cerca estaba
hasta que se encontraba al lado del árbol, un árbol enorme, muy parecido a aquel en el que Rafiki
solía columpiarse en su reino... O lo que él creía que era su reino.

Mufasa analizó el árbol detenidamente, cada detalle, sin dudas lo había visto antes. El olor de las
hojas al moverse con el viento le dio una sensación de infancia, y tuvo que cerrar los ojos por un
minuto para recuperarse de una conmoción que empezaba a afectarlo.

En cuanto abrió los ojos se quedó sin aire, a unos pasos de él, una cachorra de león lo miraba
intrigada.
-¿Mufasa, señor?- Dijo con una voz infantil.

Mufasa la miró atontado, como si una decena de mandriles lo hubieran apedreado.

-¿Ehh?- Dijo, sin tener idea de lo que pasaba.

-¡Rey Mufasa! ¡Rey Mufasa! Oh, ¡Tiene que venir, tiene que ver a mi padre!

Mufasa sentía una campanita en el cerebro que lo volvía loco, junto con unos ruidos extraños que
se juntaban con la voz de la pequeña, el rey se empezó a sentir mareado, demasiada información
junta.

-¡Mufasa!- Exclamó un enorme león de melena oscura, Mufasa se lo quedó mirando atónito, él ya
lo había visto antes.- Oh Dios mío, Mufasa, te conocí cuando eras solo un pequeño, tu padre te
trajo hasta nuestro reino, mi nombre es Renu.

Mufasa lo miraba fijo, Renu parecía alguna clase de león de circo, ya la primera vez que lo había
visto cuando era pequeño y Renu era un adolescente lo había pensado, pero ahora estaba
confirmado. El pelaje oscuro caía desordenado sobre sus hombros y un mechón de flequillo le
cubría el ojo izquierdo, apenas sería unos años más adulto que él mismo, llevaba un arito en una
oreja, con un extraño símbolo.

Renu invitó a Mufasa a conocer el lugar, era enorme. A un costado, un grupo de leonas
adolescentes lo miraban y susurraban:

-¿Es el rey Mufasa?

-Oh, es muy bonito, diría que está soltero...- Contestó una segunda, sonriente y sin sacarle los ojos
de encima al imponente león.

-Tú siempre tan loca... Ese león es inalcanzable para cualquiera de nosotras, los reyes no hablan
con súbditas cazadoras, él ocupa un lugar, y nosotras otro.- Corrigió una tercera leona, de pelaje
oscuro.

-Eso lo veremos.- Agregó de nuevo la interesada.

Continuará...

Maldita conciencia
Llevaba en el lugar al menos una hora y aún así, Mufasa seguía creyendo que era irreal e
imposible. Todos los leones e incluso otros animales se acercaban a darle regalos en forma de
comida o alabanzas, los cachorritos lo miraban encantados y susurraban entre ellos, Mufasa
escuchaba que tanto chicos, adolescentes y adultos hablaban en secreto y se escuchaba la palabra
"rey" entre sus murmullos. El rey león observó a Renu, que lo miraba sonriente.

-¿Se quedará, su majestad?- Preguntó Renu sacudiendo su cabeza, haciendo que el mechón que
cubría su ojo izquierdo se moviera.

Mufasa lo miró, la verdad es que no podía quedarse, fuera o no ese su reino, había gente que lo
necesitaba, su Sarabi, su Simba, sus leonas, sus animales, su reino. Pero, ¿Acaso no era este su
reino? ¿Acaso no eran estas sus leonas? Y ahora también había machos, por lo cual esos serían
también sus leones. ¿No eran entonces las otras leonas, las leonas de su hermano? Mufasa
meditaba qué debía hacer. ¿Debía renunciar a su trono en este lugar y volver al lugar que ya
ocupaba? ¿O debía acaso renunciar al trono que ya tenía y quedarse aquí? ¿Debía traer a su
familiar con él? ¿Debía preguntarles a Zazú y Rafiki qué querían hacer, si quedarse o venir? ¿Debía
acaso, decirle a alguien acerca de esto? NO. Esa fue la respuesta clave, no tenía por qué decirle a
nadie. La realidad es que este nuevo lugar necesitaba un rey, y por herencia Mufasa ERA ese rey.
Mufasa era incapaz de huír de sus responsabilidades, ¿Pero podría él manejar DOS reinos? ¿Podría
él mantener el secreto para sí mismo y venir de vez en cuando a este lugar? Claro que podía, podía
porque era un buen león, y no sería capaz de herir a su familia haciéndola venir a un nuevo lugar
que no conocen, alejarlos de las leonas con las que se criaron, separar a Simba de Nala, a Sarabi de
Sarafina, NO, no podía hacer eso. Así que Mufasa decidió no decir nada, y el único perjudicado
sería quizá Scar, quien fue apartado de su lugar como rey durante años, pero era víctima de algo
que no conocía, pues Scar no sabía que el reino era en verdad SUYO. Y Mufasa se consideraba a él
mismo una víctima también, él no era culpable de que su padre huyera, no era culpable de ser un
niño asustado que decidió perseguirlo en un acto de desesperación y caer y golpearse, y olvidar...
Olvidar por siempre que alguna vez había sido nombrado rey por su propio padre, frente a su
verdadero propio reino, y que su padre le había dado la responsabilidad de quedarse ahí y por
ende Scar se habría quedado en el otro reino, al no haber machos sucesores habría tomado el
trono, y las cosas habrían sido como en verdad tenían que ser. Mufasa jamás habría sido padre de
Simba y probablemente no habría elegido a Sarabi como pareja, pues ella no habría estado en este
reino. 

Mufasa pensaba la infinidad de posibilidades que se abrían en su mente.

-No permanentemente.- Contestó finalmente.

-¿Puedo preguntar por qué señor?- Dijo Renu.

Mufasa no podía decirles que tenía otro reino, no quería ni imaginar que pasaría si los reinos se
juntaran, la verdad es que fue un misterio para ambos reinos la existencia del otro, Mufasa y su
padre eran los únicos que lo sabían, y al morir Ahadi solo Mufasa debía cargar con ese secreto, un
secreto que había olvidado por años, y que ahora vino a él, trayendo demasiados problemas.

-No puedo contestar eso ahora.- Mufasa no era capaz de mentir, así que solo decidió no contestar.

Renu se retiró satisfecho sabiendo al menos que su rey estaba allí y que volvería eventualmente.
Mufasa caminó observando a su "nueva" manada. Por allí correteaba la leoncita que lo había
encontrado aquella tarde. Una leona joven, esbelta y muy hermosa se cruzó en su camino e hizo
una reverencia.

-Su... su... su... ma... majes... majestad.- Dijo con la voz temblorosa la leona.

Mufasa la miró, ella lo miraba cautivante, como si tratara de seducirlo.

-Dime.- Dijo él cortante.

-Es un... Es un... Ay disculpe, es que estoy tan nerviosa. Usted es un león imponente, estoy...
encantada de conocerlo su majestad.- Pudo decir al fin la hermosa joven.

Mufasa la miró de soslayo.

-El placer es mío.- Respondió firme.

La leona no podía quitarle los ojos de encima, el rey era demasiado perfecto, imponente,
cautivante. Mufasa lo notó y habló.

-¿Hay algo más que necesites?

La leona negó con la cabeza y salió corriendo ante los nervios que la dominaban.

Continuará...

¿Y ella quién es?

Mufasa se la pasó el día hablando con los distintos miembros de la manada que encontraba, la
mayoría solo lo miraba sin expresar nada, muchos tartamudeaban y otros huían despavoridos al
ver al rey cara a cara. Mufasa era imponente y era importante, las reacciones de admiración ya las
había percibido con su vieja manada pero esta nueva manada triplicaba o quizá cuadriplicaba en
número a la otra. Había todo tipo de leones, cachorritos, jovenes, adultos, ancianos, hembras y
machos y de todos los colores, mientras que en su otra manada predominaban las hembras de
pelaje claro, solo había tres machos, el propio mufasa, Simba y Scar, y éste último era el único león
de pelaje oscuro. Aquí había aproximadamente igual cantidad de hembras y machos, y eran
decenas, quizá cientos de leones; a donde sea que Mufasa miraba, los veía, lejos, cerca, sobre
árboles, en cuevas, durmiendo, corriendo, cazando, era un asunto multitudinario. Al haber
muchos más machos, había también mucha más reproducción y muchos más nacimientos de
cachorros, y al haber más leonas y más cacería, sobraba la comida y nadie debía quedarse sin
comer por escasez de alimento, como algunas veces había sucedido en su otra manada. La verdad
es que daba gusto la armonía, obediencia y respeto con la que se manejaban allí, Mufasa se sentía
admirado y no podía negarlo, le gustaba demasiado todo aquello.

Estaba anocheciendo y Mufasa se tiró sobre una hoja de palmera dentro de la cueva real a la que
Renu lo guió. La cachorrita de Renu, que era la primera leona que había visto de esta manada,
corría alegre alrededor de su padre mientras éste arrastraba una gacela muerta hacia Mufasa.

-La cazaron las leonas especialmente para su rey.- Dijo Renu sonriendo, orgulloso de ser nombrado
vocero real por parte de Mufasa, ya que era el único león al que reconocía de entre todos, bueno,
a él y a su hijita.

-Gracias Renu, no debieron molestarse.- Contestó Mufasa muy cortés.- La verdad es que el
comportamiento de tu manada es increíble Renu.- Agregó.

Renu lo miró boquiabierto.

-¿Mi... Manada? Jajaja, señor, esta es SU manada... ¿Tengo cara de rey? Jajaja.- Reía Renu sin
entender nada.

Mufasa lo miró y se corrigió.

-Sí, lo siento, mi manada, aún no me acostumbro, ha pasado mucho tiempo.- Dijo.

Renu hizo una reverencia y su hija lo imitó, ambos se retiraron y Mufasa se quedó mirando las
estrellas mientras mordía con fuerza un trozo del costado de la gacela. Podía sentir el sabor de la
carne fresca en su paladar, la gacela había sido recién cazada. Iba por el tercer bocado cuando la
bella leona con la que se había cruzado anteriormente apareció en escena e hizo una reverencia.

-Su... Majestad.- Dijo.

Mufasa la miró.

-¿En qué puedo ayudarte?

La leona dio un par de pasos y se quedó parada frente al rey, que estaba recostado cómodamente
con el cuerpo de la gacela frente a él.
-¿Usted... Se quedará?

Mufasa negó levemente con la cabeza.

-Mira... En este momento tengo unos asuntos de importancia, supongo que mañana emprenderé
mi viaje de regreso a donde debo ir y luego veré cuando puedo volver. Pero lo cierto es que no
deberías estar aquí, cualquier cosa que necesite comunicar, lo haré por medio de mi vocero, Renu.

La leona lo miró, no parecía conforme.

-¿Tiene pareja?

Mufasa arqueó una ceja, pero no contestó. La leona aguardó unos minutos y volvió a hablar.

-No creí que sería tan... tan...- Tartamudeó.

-¿Tan qué?- Preguntó Mufasa, perdiendo un poco la paciencia que lo caracterizaba y elevando la
voz, realmente no estaba acostumbrado a leonas adolescentes irrumpiendo en su cueva en la hora
de la comida. Nunca nadie habría entrado en su cueva en su otro reino, a excepción de Simba,
Sarabi, Zazú o Rafiki, gente de absoluta confianza por supuesto.

-Nada.- Dijo la leona asustada, y echó a correr.

Mufasa la miró irse y continuó comiendo, no quería ni saber de qué se trataba.

A unos cuantos metros de allí, en otra cueva, la leona que había irrumpido en la cueva del rey,
apareció frente a otras dos leonas, que habían estado conversando con ella el día que Mufasa
había llegado al reino.

-¿Y Triki? ¿Qué pasó?- Preguntó una leona color oscuro, que estaba lamiendo a una cachorrita
recién nacida.

-Sí sí, eso, ¿Qué pasó?- Preguntó una segunda, más clara, con un mechón de flequillo cayendo
subre su frente, algo un tanto raro en las hembras, que no solían tener muchos mechones largos.
Triki caminaba nerviosa en círculos y las leonas la miraban expectantes.

-Es hermoso, es hermoso, no puedo dejar de pensarlo.- Dijo, sin dejar de mirar el piso.

-Entonces, ¿Has hablado con él?- Preguntó la madre de la pequeñita que ahora jugaba con una
pequeña ramita.

-Sí, hablé con él, en realidad tenía ganas de sentarme junto a él y mimarlo un poco, pero cómo
reaccionaría, es un macho adulto, y no solo eso, es mi rey, es nuestro rey, y es tan serio y formal, y
no tengo la menor idea de si ya escogió a una hembra para él, no lo veo acompañado de nadie,
pero no quiso decirme nada.

Las leonas la miraron. Esta vez fue la más clara la que habló, agitando su flequillo.

-Mira, no te ilusiones mucho, ese león es inalcanzable, tienes muchos a tu alrededor y más de uno
te quiere, pero JUSTO ESE que tú quieres, no creo que puedas tenerlo, como tú dijiste bien, tu eres
una hembra joven, él es un macho adulto y es tu rey, buscará una leona con experiencia y una
leona que sea buena cazadora.

Triki la miró enojada.

-Ustedes hablan porque se conforman con sus parejas, tú -Dijo, señalando a la madre de la
bebita.- Tienes a Tore, que ya te ha dado una cachorra, y tú -Dijo, señalando a la otra leona, de
flequillo.- Estás empezando a conocer a Dalfo. Pero esos dos son solo dos jovenes con poca
melena y con poca experiencia y con poco recorrido; yo muchachas, aspiro a mucho más,
muchísimo más, a lo más alto de todo. Yo QUIERO a Mufasa.

Continuará...

¡Descaro!

Amanecía en la sabana y Triki se metía a hurtadillas en la cueva del rey, la leona prácticamente no
había dormido y lo único en lo que podía pensar es en el león que le gustaba, nada más y nada
menos que su rey, Mufasa. Caminó muy lentamente hacia donde el rey se hallaba, completamente
dormido, con una pata sobre su propia cara, cubriendo parte del hocico y de la mejilla. Triki solo lo
observó de cerca, era perfecto, la forma de su cara era perfecta, imponía respeto y lo hacía verse
como un real soberano, su melena, que caía muy prolija sobre su frente y cuello, se veía siempre
resplandeciente y de ese color rojizo que tanto le gustaba a la leona. Muy lentamente, Triki movió
con su pata la pata de Mufasa que cubría parte de su rostro, así pudo ver perfectamente la cara
del rey.

Mufasa emitió un bufido y se movió, pero no se despertó. Triki, temblando, acercó su cara aún
más a la del rey y lo miró intensamente, los deseos de besar su mejilla eran terribles, pero eso de
seguro lo despertaría, y Triki tenía terror de como podría reaccionar el rey de verla ahí cuando él
mismo le había dicho que ella no debería estar allí, y mucho más cómo reaccionaría de ver que lo
estaba besando. la realidad es que Triki estaba desesperada por ser la hembra que Mufasa
escogiera entre todas para ser su pareja, y ella se sentía lo suficientemente bonita y atrayente
como para conseguirlo, más allá de que sus amigas le tiraran el ánimo y las esperanzas abajo.

Cuando dejó de pensar un poco, Triki se dio cuenta no solo de que estaba demasiado cerca de
Mufasa, tanto que podía oler el dulce aroma de las hojas de los árboles que el rey había rozado
con su melena al caminar y recorrer el reino, pues ella se había acercado mucho a él mientras
pensaba sin darse cuenta, sino que también pudo ver con terror los ojos rojos del rey abiertos,
clavados en los ojos miel de ella. Un terrible temblor frío le recorrió la espina, y sin poder contener
el impulso que la invadió, cerró lo ojos y se acercó para lamer lentamente la mejilla del rey
repetidas veces.

Mufasa tenía la vista perdida, no se movía ni un centímetro del lugar en el que estaba, y su
cerebro se había desactivado momentáneamente. Todo lo que podía sentir eran los besos de
aquella leona de la cuál no conocía ni siquiera el nombre, que recorrían su mejilla y parte de su
melena. En medio del aturdimiento, todo lo que el rey pudo hacer es un pequeño sonido que le 
dio a entender a Triki que le gustaban sus besos.

Pasaron unos minutos y Triki abrió los ojos y se dio cuenta de lo que había hecho. Con una
verguenza repentina que la invadió y tiñó sus mejillas de rosa, huyó de la cueva lo más rápido que
pudo, como una lanza que atraviesa el bosque. Mufasa se quedó allí, inmóvil, envuelto en una
maraña de sensaciones, sin saber si correr, gritar, pedir ayuda, o enterrar la cabeza bajo la tierra
como un ñandú. Todo lo que sentía era su pelaje húmedo en su mejilla derecha y parte de su
melena, la piel bajo el pelaje de su cara latía ante la inesperada sensación, y su corazón se agitaba
en su pecho. Estaba simplemente anulado. No había lugar para ideas, solo para sensaciones,
estaba experimentando una sensación que lo alucinaba y aterraba al mismo tiempo, y cuando por
fin empezó a hilar algunos finos pensamientos, solo dos palabras lo asaltaron, dos palabras que
por una fracción de tiempo olvidó completamente, pero que eran la parte más fundamental de su
vida: "Simba" y "Sarabi".

Algo de media hora después del episodio, Mufasa se preparaba para dejar el reino, se movía
agresivamente por la cueva, estaba furioso, no solo con aquella leona, sino también consigo
mismo. No podía comprender como él había podido verse comprometido en una cosa así, él, el rey
Mufasa, el león más equilibrado y maduro de todos, el soberano, el ejemplo, pareja y padre. 

¿Qué dirían en su manada si lo supieran? El rey se fue, dejó sus responsabilidades, su pareja y su
hijo, para cambiar de reino y verse afectado por una joven leona inmadura. Le molestaba, le
molestaba a rabiar, no lo toleraba, no se toleraba a sí mismo, ni lo que había hecho, "¡Esa leona es
una tonta!" Pensaba para sus adentros, "Y yo lo soy aún más que ella", se dijo a sí mismo, pues ella
era tonta, joven, inmadura e inexperta, pero él no tenía excusas, él era el REY LEON, el era el
soberano de la sabana, de este reino y del otro, él impartía justicia entre todos, él NO PODIA, y se
lo volvió a repetir NO PODIA hacer lo que hizo.

Mufasa apoyó la frente contra la pared de la cueva, por ahora no diría nada de esto, de TODO esto
que venía ocurriendo, estos últimos dos días habían sido una locura. Sería mejor que esta manada
no supiera de la otra y viceversa. El sería el único que sabría, las consecuencias eran demoledoras
y Mufasa, a pesar de ser centrado como él solo era capaz de ser, no se sentía capaz mentalmente
de enfrentar una situación así, hacía mucho no sentía tanto miedo, dudas y vergüenza como desde
el día en que, temblando, dejó su antiguo reino. El rey tomó aire una vez más y abandonó la cueva;
Triki lo miró de lejos, pero Mufasa no volteó a ver a nadie, se fue sin más, sin decir ni una sola
palabra, con la frente en alto y el corazón acelerado, pero por suerte para él, lo único que todos
podían ver era la frente en alto, nadie sabía ni JAMAS sabría, lo vulnerable que se sentía el rey en
ese momento.

Continuará...

Esa batalla interna

El rey había emprendido el regreso a "casa", corriendo lo más veloz que podía, se dejó llevar por la
angustia que lo llenaba. Simba... Cómo había podido abandonarlo por tanto tiempo sin decirle
nada y pidiéndole incluso a Sarabi que no diga nada a nadie, para irse a hacerse el rey a un lugar
que ni conocía... Mufasa sacudió la cabeza, se sentía estúpido y engreído por las cosas que había
hecho, pero era hora de arreglar el error, de volver a su hogar, de reunirse con su familia. Echaba
demasiado de menos a su hijo, su voz, sus tonterías, su risita tonta, en fin, todas esas cosas que
hacían a Simba un cachorrito tan simpático y querible. Habían sido casi tres días en aquel
desconocido sitio, quizá Sarabi estuviera preocupada, eso el rey no lo sabía, pero sabía con certeza
que ella le confiaría la vida.

Minutos pasaron, horas, más de lo imaginado, ¿Por qué era el viaje tan largo, si cuando estaba
yendo no le pareció ni la mitad de largo de lo que le parecía ahora? "Quizá... -Pensó.- ... Es porque
estaba ansioso por llegar allá y saber si todo lo que recordé era cierto, yo quería saber la verdad, lo
necesitaba, y eso sumado al temblor en mis patas y el dolor en mi cabeza, me hizo perder el
control del tiempo." Era una posible teoría, había varias otras, quizá había tomado un camino
diferente, o quizá estaba perdido. Esa última fue descartada cuando vio aquel árbol, el árbol que
varios días atrás había vuelto a un rey maduro y seguro, en un león asustado y dudoso. Era difícil
discernir entre lo que era CORRECTO y lo que él en verdad QUERIA. "Un momento..." -Se dijo a sí
mismo. El rey no dejaba de correr pero sus pensamientos iban más rápido que sus patas. ¿Quería
él algo? ¿Por qué había venido esa frase a su cabeza? ¿Qué es lo que quería? Y si quería algo,
¿Cómo sabía que ese algo era lo incorrecto? Y esa leona... Mufasa se enojó consigo mismo y corrió
más rápido. Estaba pensando en ella... ¿¡Por qué!? Se gritó en sus pensamientos. ¿Por qué tenía
que ser tan tonto? "Vamos Mufasa, ¿¡Un par de besos y ya te tiene acorralado!?" Se preguntó a sí
mismo, a los gritos, y en su cabeza veía los ojos color miel de aquella joven leona que unas horas
atrás se llevaba con ella la seguridad propia del rey. Mufasa se sentía un cachorro dando sus
primeros pasos, se sentía débil, afectado, casi inválido. Su cabeza formulaba preguntas, teorías,
ideas, pero en medio de todas ellas aparecía la cara de ella... "Ella". Mufasa gruñó en voz alta,
frenó en seco y gritó en medio de la nada.

-¡LA UNICA "ELLA" ES SARABI! ¿¡Me has oído!?- Miró al suelo, y un par de segundos después volvió
a sentirse tonto. Estaba gritándole al cielo, a la tierra, a la naturaleza, a su padre, a la leona, a sí
mismo y a todos al mismo tiempo. Necesitaba reafirmarse, pero con dolor y sintiendo como una
puñalada, el rey se dio cuenta de que no podía, esta vez NO PODIA, su seguridad lo había
abandonado, ya no podía afirmar que sabía lo que hacía, porque no tenía la menor idea. Se tendió
en el piso, dejándose caer con brutalidad, sus fuerzas lo dejaron y sus patas ya no respondieron. El
rey estaba llorando.

Pasó casi un cuarto día completo hasta que Sarabi, demasiado asustada, pudo divisar la silueta de
su Mufasa a lo lejos, y alocada corrió a su encuentro. Se sorprendió al verlo llegar, parecía
transtornado, estaba despeinado, cosa muy rara en él, sus patas estaban sucias, cubiertas de una
fina capa de tierra, se veia cansado, pero además, había un extraño fuego en su mirada, algo que
Sarabi nunca había visto.

El rey se acercó y se paró frente a ella. Sarabi notó las ojeras y la cara de Mufasa estaba en general
cambiada, se veía más joven pero como si no hubiera dormido en mucho tiempo. No sabía muy
bien qué era lo que había en sus ojos... ¿Enojo? ¿Ira? ¿Duda? No era algo bueno. 

Mufasa se veía destruído y Sarabi sentía que necesitaba ayudarlo, y Mufasa no tuvo que decir una
palabra, porque una mirada lo fue todo, el rey se dejó caer en el piso, en los límites de la sabana
que pertenecía a un reino que ahora él sabía muy bien que no era suyo. Sarabi se acostó a su lado
y apoyó su cabeza sobre el cuello del rey.

-Todo está bien.- Dijo ella, sin siquiera preguntar a dónde había ido o qué había hecho. Sea lo que
fuere, Mufasa había pasado por mucho, ella sentía el cuerpo del rey temblar levemente, estaba
exhausto.

Mufasa no habló, se quedó allí tendido, ya ni pensar podía, le había costado casi la mitad de la
noche levantarse del medio de la nada cuando había caído, una brutal caída que lo había dejado
desolado, en cuerpo y alma, pues el rey sabía ahora, y era consciente, de que las cosas no estaban
bien, nada bien.

Había tratado de convencerse a sí mismo de que no estaba afectado, de que aquel encuentro con
la leona no había significado absolutamente nada para él, pero era una mentira. Y él no sabía
mentir, nunca lo había hecho, no estaba acostumbrado a mentir, y mucho menos, a mentirse a sí
mismo. Su mente trató pero su corazón venció y Mufasa se dio cuenta de que aquello que sucedió
lo había marcado, lo había marcado de una forma terrible, y cuando se dio cuenta de todo eso es
cuando repentinamente había caído al piso. Cuando su mente se abrió a entender lo que su
corazón le decía pero él se negaba rotundamente a escuchar. Había sido necio, y ahora lo pagaba
con creces. ¿Qué iba a hacer? No podía ni imaginarlo, no había pensado nada. Ni siquiera se
atrevía a mencionar lo que creía que pasaba con aquella leona, no podía decir la palabra, no podía
siquiera pensarla, NO QUERIA pensarla, pero esta vez sabía que estaba ahí, merodeando, esta vez
no podía negarlo ni ocultarlo, le había pegado fuerte en el pecho, como diciendo: "ACA ESTOY,
MIRAME, NO HUYAS DE MI" ese maldito sentimiento.
Sarabi lo miró y notó que su cara expresaba enojo. Trató de calmarlo mordiéndole levemente la
oreja, para sacarlo del ensimismamiento en el que estaba metido, pero la reacción de Mufasa no
fue ni parecida a lo que ella esperaba. El rey se levantó de un brusco movimiento, alejándose de
ella.

-No puedo.- Dijo, y echó a correr.

Continuará...

He vuelto, pero no soy el mismo

El rey había corrido demasiado esa última semana, sus patas le suplicaban descanso y su garganta,
un poco de agua. Mufasa se detuvo cerca de un pequeño estanque rodeado de árboles, el lugar
era parte de su reino, allí se solían juntar elefantes y cebras a tomar un poco de la fresca agua que
ahora Mufasa tragaba con desesperación. Estaba extenuado, sentía el agua helada bajar por su
garganta, y tuvo que dejar de tomar un segundo para respirar. Su hijo se acercó corriendo a toda
velocidad y se arrojó con fuerza contra el pecho de Mufasa, el rey tuvo que plantar sus patas
fuertemente al piso para no resbalar con el fango que rodeaba el estanque. Simba lloraba
desconsoladamente apretado a Mufasa, el rey sentía que accidentalmente Simba lastimaba su
pecho con sus garras, pero no dijo nada.

-¡Papá! ¿¡Dónde estabas papá!? ¡Creí que me habías abandonado!

Mufasa lo miró desde arriba, Simba permanecía aún pegado a él, y las lágrimas del cachorrito
humedecían el pelaje de su padre. El pequeño se veía frágil e inocente, y de pronto Mufasa
recobró momentáneamente su seguridad y su posición como león dominante; rodeó a Simba con
su pata y lo apretó.

-Jamás te abandonaría.- Dijo, y su frase resonó en la despoblada porción del reino en la que se
encontraban. A decir verdad, para Mufasa todo se veía bastante vacío, pues se había
acostumbrado a la multitud que vivía en su reino, SU reino.

Mientras Simba empezaba a tranquilizarse, pero seguía sin hablar, Mufasa vio como como su
hermano Scar se acercaba, y de pronto se le hizo un nudo en el pecho, al recordar que él era en
verdad el rey en ese lugar.

-Vaya, he aquí un padre responsable.- Dijo sarcástico Scar, caminando burlón alrededor de Mufasa
y su hijo.

-¿Qué necesitas?- Preguntó Mufasa, con una voz un tanto débil.


-¿Qué acaso no puedo preocuparme por mi pequeño sobrino?.- Dijo Scar, agarrando con su pata la
cola de Simba y arrastrándolo hasta su propio pecho, donde el pequeño se hizo una bolita y se
acurrucó. Mufasa observó la escena un tanto molesto.

-¿A qué se debe tu irrupción?- Preguntó Mufasa.

-Oh, tú siempre tan formal.- Respondió Scar.- Mi irrupción, querido hermanito mío, se debe a que
al no estar tú aquí, me obligaste a tomar posesión del trono por unos días, debiste avisarme por lo
menos... Hasta tuve que hacerle de padre a tu hijo, ¿Qué te parece?

Ahora Mufasa estaba molesto definitivamente, Scar tenía facilidad para provocar esa reacción en
él.

-Lárgate de mi vista.- Dijo Mufasa, serio.

Scar lo miró desafiante.

-¿Qué pasa si no lo hago? ¿Qué harás al respecto, jefecito?

Mufasa apenas se movió rápidamente, solo un pequeño paso con su pata delantera, para asustar a
Scar. Obviamente dio resultado, pues el león oscuro retrocedió rápido como la luz, casi haciéndole
daño a Simba, que estaba entre sus patas.

-Oh Mufasa, qué descortés eres con tu hermano.- Dijo Scar, riendo.- Casi creí que ibas a atacarme.

Mufasa revoleó los ojos. Scar rió maliciosamente.

-Vamos pequeño Simba, tu padre tiene mejores cosas que hacer, que pasar su tiempo contigo. Tu
tío te enseñará algunas lecciones.- Dijo Scar mirando al pequeño Simba, que apenas rotó la cabeza
para mirar a su padre, que a su vez miraba su propia cara en el agua del estanque.

Ambos se retiraron y Mufasa permaneció inmóvil. La idea de Scar haciéndole de padre a Simba no
le gustaba, pero honestamente no tenía la mente clara como para dedicar su tiempo a su hijo en
ese momento, y en eso Scar había tenido razón. El rey meditaba constantemente acerca del
siguiente paso que debía dar. Había un reino a lo lejos esperando un rey, leones y otros animales
que necesitaban alguien ocupando un trono, y ese trono estaba vacío ahora, así como lo estuvo
por muchos años. Pero, ¿Qué había de este lugar? ¿No necesitaban también un rey? La respuesta
era obvia, pero también era obvio que tenían un rey, y ese rey no era Mufasa. El león se dio
cuenta que su pequeña parte egoísta, porque todos tienen una, no lo dejaba simplemente decirle
a Scar que tome el reino que es suyo, para él marchar al que le pertenecía. El había sido siempre el
rey, y la idea de no serlo no le gustaba. Por un momento entendió a su hermano, Mufasa nunca
había sido como Scar, pero la verdad es que tampoco había sido "el hijo menor" que no recibiría el
reino, él había sido mayor, heredero, soberano, y por último REY, y mucho más, era ahora rey de
dos manadas. ¿Cómo se supone que pudiera con aquello? Y además... Aquella leona...

"Demonios..." Pensó para sí mismo. La estaba pensando de nuevo... Sí, a ella. Ella... Porque ni su
nombre sabía. Cómo lo había mirado, con esos ojos que eran... Eran... Eran, Mufasa sabía
perfectamente la palabra que buscaba, pero tenía miedo de pronunciarla. Se dio cuenta que era
estúpido negarlo y que pronunciarla en su mente no haría que nadie se entere. Los ojos de ella
eran "hermosos"... No había sonado tan mal, hasta se sentía bien admitirlo...

Por fin el rey dejaba a su mente seguir el mismo camino que su corazón.

Continuará...

Los hijos de Scar

Triki lloraba desconsoladamente. Sus dos amigas la abrazaban una de cada lado. La más clara, del
flequillo, le acariciaba la espalda, y la más oscura le daba palabras de ánimo mientras hamacaba a
su pequeña cachorrita en una cunita improvisada con ramas y unas cuantas hojas de palmera.

-No te precupes Triki, bonita.- Dijo la del flequillo, acariciándola.- El rey es el rey, te lo dije.
Triki la miró.

-¡Pero lo besé!

Las dos amigas de Triki se miraron entre ellas.

-¿¡QUE!?- Gritaron al unísono.

-¡Lo que oyeron!- Respondió, largándose a llorar de nuevo.

-¿Y cómo reaccionó?- Preguntó interesada la madre de la bebita.

-Pues... Pues solo se quedó ahí, no dijo nada. ¡Debió pensar que soy una tonta!- Dijo con los ojos
llenos de lágrimas.

Triki recordaba perfectamente el momento que había vivido con el rey, no lo olvidaría jamás.
Recordaba tenerlo justo donde lo quería, para ella, podía verlo, oler el aroma de la naturaleza, e
incluso besarlo, que es lo que hizo. Recordaba muy bien como se había sentido en ese momento,
tan única, tan especial, era su momento triunfal con el rey, el rey de todos. 

Mufasa era un león majestuoso, Triki se sentía hipnotizada al mirarlo y embobada cuando
caminaba cerca, pero besarlo fue demasiado, su pelaje era suave y cálido, y ella recordaba que no
podía detenerse, era demasiado atrayente y se sentía en las nubes. ¿Qué haría la próxima vez que
lo viera? Ella estaba segura de que no iba ni a poder mantenerle la mirada un segundo, la
vergüenza que sentía era exagerada, y no creía que pudiera superarlo.

La leona del flequillo la miró, era la más joven de las tres, Triki se situaba en medio y la madre de la
cachorrita era más adulta, quizá un poco más joven que Mufasa, pero por ahí andaba.

-¿Solo se quedó ahí dices?- Preguntó.- ¡Eso quiere decir que le gustó boba!

Triki se quedó pensativa, recordaba un sonido que Mufasa había hecho, era algo asi como
disfrutando de lo que ella hacía pero... ¿Cómo estar segura? A veces a Triki le parecía que Mufasa
era tan imponente, que parecía de otro planeta, y olvidaba que en verdad era un león de carne y
hueso, como ella, con sentimientos y con sensaciones.

Las tres leonas se quedaron calladas.

La madre de la bebita estaba acariciando a su pequeña.

-No sé de qué te quejas, tú besas al rey, y yo tengo problemas más graves que eso.

Las dos la miraron extrañadas.

-Debo decirles la verdad de algo que llevo como un secreto hace un tiempo. Esta pequeña no es mi
única hija, tiene dos hermanos, uno de su misma edad y otro más grande, pero no viven aquí.

Las dos leonas quedaron alucinadas.

-¿Es broma?- Preguntó Triki.

-No.- Dijo la leona oscura con una mirada malvada.- He estado escapando de aquí, todos los
leones aquí son estúpidos, he estado visitando un lugar que se llama "Cementerio de elefantes",
me gusta caminar por allí, todo es tenebroso y oscuro, un día me encontré con unas hienas... Las
oí decir "¡Miren" Otro león"... Me llamó la atención la palabra "OTRO". O sea yo no era la primera
leona que merodeaba ese lugar, así que me acerqué a ellas y me dijeron que conocían a otro león,
así que les pedí que me lleven a él...

Las dos amigas escuchaban atentamente, sin dar crédito a lo que oían.
-... Cuando lo ví, me enamoré instantáneamente. Tan oscuro, tan dominante, tan malvado e
irónico, el tipo de león que yo buscaba, no como los amables tontos de este lugar. Ese león sabía
lo que quería.

-Pero yo creí que estabas con un tal "Tore", al menos eso nos dijiste.- Dijo Triki.

-"Tore", amigas mías, no existe, es un invento mío para que nadie sepa su nombre. A ustedes se
los diré, su nombre, o al menos él me dijo que era su nombre, es Scar.

Las dos la miraron.

-¿Y qué de tus otros dos hijos?- Dijo la leona de flequillo.

-Viven en el cementerio con las hienas, su padre puede visitarlos allí. Nuka y Kovu son sus
nombres... Y me atreveré a decirles algo que no pueden decir, o Mufasa me desterraría de saberlo.

-HABLA.- Dijo Triki.

-Scar me hizo una prueba de iniciación, debía matar a una pareja joven de leones de este reino, y
robar su cría. Así lo hice, mi segundo hijo Kovu es esa cría, claro que nunca lo sabrá... Y si ustedes
abren la bocota... Ya saben.

Las dos tragaron.

-Solo bromeaba muchachas, no les haría daño, si es que no hablan con nadie sobre esto, claro...

Las dos leonas asintieron, pero estaban asustadas ahora de su amiga. La leona del flequillo
mencionó por primera vez el nombre de su amiga.

-Pero Zira, ¿No te parece que un cementerio de elefantes no es lugar para dos cachorritos?
Zira la miró, pensando que probablemente su amiga era un poco estúpida.

Su padre y sus aliados las hienas se encargan de eso.

Más tarde, en el cementerio de elefantes, Scar se acercaba a las hienas.

-Amigos, hoy me encuentro cansado, imagino que han cazado algo para mí, ¿No es cierto?
Banzhai arrojó un pedazo de gacela algo podrido hacia Scar. Scar perdió el hambre al instante, y se
distrajo jugando un rato con un ratoncito que correteaba entre unos huesos. Zira se acercó a él.

-Logré salir del reino sin que me detecten.- Dijo Zira.


Scar la miró.

-Vaya, pero si es mi más fiel súbdita. Los cachorros están jugando atrás a cazar hienas. Bueno, el
niño feo Nuka está jugando, el otro es demasiado pequeño aún para correr. Detesto a los niños, el
más grande debe tener la edad de mi sobrino Simba, y tan solo recordarlo me da arcadas.

-Bueno en ese caso tienes suerte de que mi rey no está casi nunca en el reino. Puedo venir a
ayudarte con los pequeños, ya que no te gusta darles mucha atención.

Scar la miró.

-Tu rey seguramente la pasa muy bien, tanto como el mío, miserables reales, creen que pueden ir
y venir a su antojo. Mi hermano ha estado saliendo del reino últimamente, parece que son
viajecitos de negocios.

-Oh, al menos tu rey aparece de vez en cuando... Mufasa nunca ha estado aquí por mucho tiempo.

Scar giró la cabeza y la miró fijo.

-¿Qué dijiste?- Preguntó.

-Que mi rey no está mucho aquí, no te enojes.

-¡EL NOMBRE! ¡DIME EL MALDITO NOMBRE DE TU REY!- Dijo Scar, casi avalanzándose sobre ella.

Zira lo miró asustada.

-Mufasa.

Scar se sentó.

-Miserable y mentiroso bastardo.- Dijo, y se recostó.

Continuará...

El dolor de una leona

Ya Zira se había ido luego de visitar a sus cachorros, y las hienas se habían ido de caza cerca de los
límites del reino de Mufasa. Scar se encontraba dentro del esqueleto de un elefante, recostado
sobre una montaña de pequeños huesos, boca arriba, con sus patas traseras colgando a los lados,
y observando el cielo oscurecer a través de las vértebras del esqueleto en el cuál se encontraba. Su
hermano era lo peor, luego las leonas lo acusaban a él de querer usurpar el trono... Pero su
hermano, su hermano tenía dos reinos, DOS REINOS. ¿Por qué habría un león de tener dos reinos?
Era una idea muy idiota, y para Scar lo era más, pues el no se conformaba con ser "el hermano del
rey", ese título era demasiado pobre y Scar era un temerario trepador, la idea de vivir toda su vida
viendo a "otro" reinar, no le gustaba pero ni un poquito, y NO IBA a pasar.

Scar rotó su cuerpo y quedó recostado sobre su costado, observado a través de las costillas de
nuevo, pero esta vez en vez de el cielo, veía unas hienas jovenes correr de un lado a otro. "Qué
animales tan tarados", se dijo a sí mismo. Menos mal que le obedecían, después vería como se
desharía de ellos, pero mientras estén bajo sus órdenes, era conveniente contar con ellos. Se
levantó lentamente y apoyó sus finas patas en el oscuro suelo, ya era prácticamente de noche.
Caminó abriéndose paso entre varias pilas de huesos hasta llegar a donde se encontraba Nuka
cazando una serpiente. La serpiente se arrastraba velozmente debajo de los huesos, y el pequeño
despeinado cachorro, que era una copia de Scar, la perseguía desesperado.

-¡Papá! Observa esto.- Dijo el pequeño entusiasmado al ver que por una vez su padre lo miraba.

-No me interesa lo que puedas hacer.- Dijo Scar, y volteó a ver al pequeño Kovu, que estaba
acostado sobre una pequeña calavera de un elefante bebé. El pequeño seguía con la vista los
movimientos de su hermano adoptivo. 

Scar lo tomó con una pata y lo metió en una especie de corralito fabricado con huesos filosos que
estaban clavados al piso.

-No queremos que te pierdas, ¿Verdad?- Preguntó Scar al pequeño, obviamente sabiendo que aún
no podía contestarle.

-¡NUKA!- Gritó Scar.- Hora de dormir.- Agregó.

El pequeño salió corriendo a toda velocidad para sentarse junto a su padre, poner una de sus
patas en su propia frente, a modo de soldado en el ejército.

-¡Sí, mi capitán!- Dijo sonriendo y volteando su cabeza para ver lo orgulloso que su padre estaba
con su obediencia, pero cuando miró a su lado, solo vio la espalda de Scar retirándose. Una vez
más, dejó caer la cola y las orejas con desilusión, y con cara de tristeza se tendió junto al corralito
de Kovu.

Lejos de allí, Mufasa se preparaba para un nuevo viaje, había muchas cosas que no sabía como
resolver, pero lo primero que necesitaba resolver era aquello que lo estaba destruyendo por
dentro... Aquella leona. Necesitaba verla y saber qué era lo que pasaba y cuál era la realidad
detrás de todas las veces que la cara de la misma aparecía en sus pensamientos.
Sarabi se acercó a él.

-Veo que marchas de nuevo.- Dijo con decepción. La última vez que había visto a Mufasa había
sido el día anterior cuando llegó y la rechazó rotundamente, después de eso, él nunca se había
acercado a ella de nuevo.

Mufasa sentía culpa excesiva cada vez que veía o pensaba en Sarabi. Pero ella merecía una
respuesta.

-Sí, debo irme de nuevo, y lo siento tanto... Tienes muchas preguntas y yo te aseguro que mereces
todas las respuestas. Soy yo quién está en falta al no poder dártelas.

Sarabi lo miró y se acercó a él. Mufasa dio dos pasos atrás. Sarabi sintió que Mufasa no era el
mismo.
-No iba a tocarte, no te preocupes.- Dijo ella, dándose cuenta que Mufasa evitaba cualquier tipo
de contacto físico.

-No es eso.- Dijo él, sintiéndose mal, muy mal, pero no podía sentir lo que solía sentir por Sarabi,
no lo encontraba en su interior, ya no se sentía a gusto recibiendo su cariño.

-Sí amor... Perdón... Mufasa, es eso. Tú lo sabes. Donde sea que hayas ido, algo cambió en tí, no
me quieres, ¿Verdad?- Preguntó Sarabi. Mufasa había temido esa pregunta, pero iba a llegar en
algún momento. Y sí, él lo sabía, todo lo que Sarabi decía era cierto, ella era muy inteligente, y por
sobre todo, lo conocía, lo conocía muy bien.

-Bueno... Me agarras con la defensa baja Sarabi.- Dijo él.- No tengo palabras para describir todo lo
que siento, todo lo que pasó en estos días, lo que pasé, y lo que les he hecho pasar a tí y a Simba.

Sarabi lloró, se dejó caer en el piso y lloró desconsoladamente, ella sabía que eso era lo que
pasaba, Mufasa ya no la amaba, y eso la destruía por dentro, ya no podía mostrarse fuerte. El rey
desesperó al ver esa escena y huyó despavorido, jamás había visto a Sarabi así de quebrada, no
podían soportarlo sus ojos, lo mataba tener que ver eso, desgarraba su alma y corrompía su
corazón, la quería demasiado. Sí, era la madre de su hijo, le tenía un infinito cariño, respeto y
agradecimiento, pero no, ya no la amaba, no podía ayudarla, y la impotencia combinada con el
espanto, le provocaron terror. Eso le pasaba, estaba aterrado, ATERRADO. El rey estaba hecho una
ráfaga de sentimientos nuevos, sensaciones y revolución. huyó, corrió lo más rápido que le
permitía su cuerpo, necesitaba alivio, necesitaba paz, la necesitaba... Sí, la necesitaba con
desesperación... A ELLA. La quería YA MISMO con él, la elegía como su hembra y la reclamaba
como suya, y no habría discusión al respecto. Mufasa ya no tenía dudas sobre esto último, ya no
había cortocircuito entre su mente y su corazón, y ya no sentía el cansancio, pues lo que lo hacía
ver el viaje más largo al regresar que al ir, era ella, la sensación de alejarse de ella, de dejarla atrás.
Ahora corría desesperado a su encuentro, hacia ella, a sus mimos y a sus besos y a su compañía, a
su calor, a su voz, y a esos ojos, esos ojos que lo habían vuelto loco por dentro mientras él no se
daba cuenta. Estaba enloquecido ante la sola idea de tenerla cerca y decirle la verdad, estaba
arrepentido de haberla tratado mal, haciéndola sentir triste e inferior, estaba cansado de tratar de
esconder sentimientos más fuertes que una decena de leonas cazadoras, estaba enamorado.

Continuará...

Reencuentro

Mufasa ya había pasado el lugar donde había cazado con Simba aquella cebra, el árbol con la rama
en forma de flecha, y una pared de árboles enorme que marcaba el área donde los leones del
nuevo reino se juntaban. Entusiasmado, corrió a su cueva, y mandó llamar a Renu. 

Este no tardó en llegar, con una sonrisa radiante.

-¡Señor! ¡Estoy tan feliz de que haya vuelto tan pronto! Espero que eso signifique que disfrutó de
su estadía la última vez.

Mufasa asintió.

-Tengo que pedirte un favor enorme, mi fiel Renu.- Dijo Mufasa impaciente.

-Dígame, su majestad.- Pidió Renu.

-Hay una leona, no sé su nombre... Joven, bonita, pelaje claro, estuvo aquí un par de veces el día
que me fui, pero no sé como ubicarla... ¿Tienes idea de quién podría ser?

Renu negó con la cabeza.

-No reconozco a todas las leonas de la manada, pero sí puedo convocar a reunirlas a todas las
jovenes y si tú la reconoces, pues entonces no habrá problema.- Dijo contento Renu, al poder ser
de utilidad.

Mufasa aceptó la propuesta y se puso a organizar su cueva, había muchas piedras por doquier, y el
rey empezó a deshacerse de ellas. También consiguió una nueva hoja de palmera para utilizar a
modo de cama, pues la anterior estaba ya un poco vieja.

Mientras tanto, fuera de la cueva, las leonas jovenes eran convocadas, entre ellas Triki y su amiga
del flequillo, Zira no entraba en la categoría que buscaban, así que quedó descartada.
-¿Por qué nos juntarán?- Preguntó Triki con curiosidad.
-Por orden del rey.- Dijo otra leona que las escuchaba hablar.

Triki tembló. "Por orden del rey", o sea que Mufasa había vuelto... De pronto una ola de vergüenza
rodeó a la leona. ¿Tendría que mirarlo a los ojos? ¿De qué se trataría la reunión? Las respuestas no
tardaron en llegar, el rey león se asomaba de su cueva y salía de la misma con un paso elegante.
Triki observó nuevamente las facciones de Mufasa, esta vez desde mucho más lejos de lo que lo
había podido hacer la vez anterior. Era perfecto, alucinante, provocador. Triki sentía sus mejillas
arder y su corazón acelerarse, y lo único que vio es que Mufasa observaba a las leonas una por
una. Ella no podría soportar mirarlo así que se dedicó a mirar el piso, con la vista baja.

Mufasa analizaba leona por leona, ¿Qué pasaría si no la podía reconocer? Estaba llegando al final
de la primera fila de cinco, pues eran muchas leonas, y aún no la había encontrado. A pesar de que
le faltaba mucho por ver, el rey sentía decepción, temía no encontrarla. No tuvo que ver mucho
más, al final de la segunda fila, una leona clarita, hermosa y joven, miraba el piso... Era ella... "Ella",
el nombre con el que él la reconocía, pues no sabía mucho más de esta leoncita. "Hermosa",
pensó, y le dijo a Renu al oído que la había encontrado.

Triki se sintió rara cuando Renu se acercó a ella.

-Tú conmigo, el rey solicita tu presencia en la cueva.- Dijo él, señalándole la entrada a la cueva
real.

Triki tembló, era el momento, sería desterrada, o lo que es peor... Asesinada. Ella pensaba lo peor,
no había muchas cosas buenas que pudieran pasar cuando ella jugó con fuego, se arriesgó y ahora
debía tomar las consecuencias. Con las patas temblándole se acercó a la entrada y, tomando aire,
entró al campo de fusilamiento, o al menos así lo veía ella en ese momento.

Mufasa estaba parado allí, impaciente, ya no podía esperar más, pero no actuaría como loco, se
comportaría como un rey que era.

Triki apenas podía hablar, entró mirando al piso.

-¿Si... Su majestad?- preguntó aterrada.

-Lo siento.- Dijo Mufasa.- Lamento la manera en que te traté ayer, o antes de ayer, perdí la noción
del tiempo.- Terminó de decir. Triki temblaba, pero levantó la cabeza ante la sorpresa, y allí
estaba, la cara de su rey, tan perfecta como la primera vez que la vio, tan imponente como
siempre. Mufasa lucía cansado y agobiado por muchas cosas que le pasaron al mismo tiempo. Triki
lo adoraba, lo idolatraba, lo amaba, lo quería YA, pero después de lo que sucedió cuando siguió
sus impulsos, no estaba lista para eso. Aunque estaba asustada, dio varios pasos hacia él, hasta
estar relativamente cerca, podía sentir el al aire que el rey respiraba.
Mufasa se sentía un poco intimidado ante la leona que avanzaba hacia él, pero no tenía ninguna
intención de echarse atrás, le gustaba tenerla cerca.

-Quería anunciarte...- Dijo él con un tono firme.- ... Que si tú estás de acuerdo, quiero escogerte
como mi pareja.- Agregó.

Triki temblo y sus patas casi se le doblan "¿QUE FUE LO QUE DIJO?" se preguntó a sí misma en su
cabeza. Sin dar crédito todavía a lo que escuchaba, se acercó más a él y lamió el costado de su
hocico y su mejilla. Mufasa se sintió en el cielo, se dejó caer en la hoja de palmera y ella
emocionada y enloquecida se arrojó a su lado sin dejar de lamerlo. Mufasa apoyó la cabeza entre
las patas delanteras de Triki y cerró los ojos, la necesitaba mucho, se sentía tan solo. Triki se dio
cuenta que el rey la había reclamado a ella, a ella y a nadie más, todos sus sueños se volvían ahora
realidad. Tenía tantas cosas que decirle, tantas cosas que preguntarle, pero no podía dejar de
besarlo, además veía que él estaba disfrutándolo y eso solo ya la hacía feliz.

Mufasa abrió los ojos un segundo y con su hocico sacó de debajo de la hoja de palmera, un
ramillete de pequeñas flores atadas con un pedazo de corteza de árbol, organizadas prolijamente.

-Para tí.- Dijo sonriendo.

Triki lo miró y sus ojos humedecieron. Era feliz, el rey, Mufasa, SU Mufasa, le estaba regalando
flores, ¿Podía ser más dulce? Ella nunca creyó que todo eso podría pasar, pero estaba pasando.
ERA REAL.

-Yo... Yo, no sé, no sé qué decir.- Dijo mirándolo a los ojos, sabiendo que esta vez, le pertenecía.

-No tienes que decir nada... Bueno, en realidad, me gustaría saber tu nombre.- Dijo Mufasa riendo.

-Soy Triki.- Respondió ella.

"TRIKI", Mufasa no podía creer que sabía su nombre, el nombre de la princesa que se había
llevado su corazón en segundos. Triki... Sonaba tan bien, era tan perfecto, tan original, tan único,
así como ella.

Ella lo miraba mientras él pensaba, la leona aún temblaba, no podía creer que allí lo tenía, para
ella, y que nadie se metería en medio. Se acercó y lo abrazó, apoyó su rostro en la melena del rey y
lamió muy despacio su oreja, para luego darle una mordidita pícara.

Mufasa se entregó a la sensación y se tumbo en el piso de la cueva, su olfato le permitía percibir


que Triki estaba excitada, y eso automáticamente hizo que el miembro del rey empezara a crecer,
hasta alcanzar grandes dimensiones. Al verlo, Triki se acercó a las patas traseras de Mufasa y
empezó a lamer su sexo, lamía con ganas todo el gran miembro, desde la base hasta la punta, pasó
su lengua por el paquete completo, incluídos los testículos. Mufasa no aguantaba más, esta vez él
se levantó del piso y caminó alrededor de Triki, olió su vulba húmeda desde atrás, Triki levantaba
su cola para deja expuesto su sector íntimo, y Mufasa empezó a lamerla desde fuera hasta el
interior, le fascinaba el sabor de todo lo que salía de allí, no podía detenerse, sus sentidos estaban
fuera de control.

No pasó mucho tiempo hasta que Triki empezara a impacientarse, justo en ese momento, Mufasa
levantó de un salto sus patas delanteras, colocándose sobre el lomo de la leona, tomando con su
dientes el pelaje de la nuca de Triki, para mantenerla en la posición deseada y colocando sus
garras a los costados del cuerpo de su hembra. Triki levantaba la parte trasera de su cuerpo,
tratando de ayudar al miembro de Mufasa a ingresar a su mojada vagina. Mufasa, por su parte,
logró con un movimiento rápido, insertar la punta de su gran miembro en la entrada de la parte
íntima de Triki.

-Métela, por favor...- Dijo Triki entre gruñidos, necesitaba aquella gran pieza en su interior, que el
rey la penetrara por primera vez, marcando su territorio y haciéndola, legalmente, su hembra.

Mufasa enloqueció con el comentario, oprimió sus caderas contra Triki, logrando que su miembro
se colase en el interior de Triki, haciéndola rugir y tirar hacia el lado contrario para quitársela, le
había dolido, pero Mufasa estaba demasiado fuera de control como para detenerse, así que con su
hocico, del cual aún tenía a la leona sumisa tomada de su nuca, tiró hacia él, evitando que ella se
moviera. Sin pensarlo mucho más, comenzó a moverse rápidamente, adentro y afuera, una y otra
vez, sin dejar de mantener a Triki allí con sus garras y mandíbula. La vagina de la leona estaba
hirviendo, y le recibía su miembro, abriéndose con cada embestida.

-¡Sí Mufasa, sí, por favor!- Le dijo ella, levantando aún más su parte trasera.

El se movia a un ritmo aceleradísimo.

-Te estoy abriendo toda Triki, toda toda, eres mía, eres mi hembra.- Dijo él jadeando. Era el rey, y
se sentía dominante, mucho más en aquella situación.

Triki no podía creerlo, tenía al rey en su interior, abriendo toda su vagina a su merced, ella era
suya, su súbdita, y por supuesto obedecía sus órdenes.

Mufasa estaba por acabar, llegaba el momento, empezó a bombear fuerte, las últimas embestidas
eran bestiales, era un animal impresionante, el macho alfa, como quién diría.

Un par de movimientos más y Mufasa cerró los ojos, aflojando también la mandíbula en el cuello
de Triki, pero aferrando los lados del cuerpo de ella con sus garras, pegándola más a él, dejándole
su miembro enterrado en ella, mientras la llenaba de su semen, estaba despidiendo una cantidad
enorme de líquido dentro de ella. Triki sintió el líquido caliente invadirla, y su cuerpo tembló con
un sacudón, estaba llena del rey.

A metros de ahí, Scar observaba desde detrás de una roca, con Zira a su lado.

-Vaya... Pero mira eso nada más. Así que esto es lo que andabas haciendo hermanito mío.- Dijo
Scar en voz baja.

Zira lo miró, no sabía que planeaba, pero la había hecho guiarlo hasta allí para comprobar que
Mufasa era el rey del que ella hablaba. Ella estaba un poco preocupada de que Scar le confiara a
las hienas el cuidado de los pequeños, pero se imaginaba que si lo hacía, era por algo.

-Vas a pagarlas hermanito. Vas a pagarlas caras.- Susurró Scar.

Continuará...

El dudoso rey

Mufasa abrió los ojos, se sentía radiante y su corazón latía tranquilo, por primera vez en mucho
tiempo. Pegadísima a él, estaba Triki, con los ojos bien abiertos, observándolo.

-¿En verdad me eliges como tu pareja, Mufasa?- Dijo ella sonriendo y frotando su cabeza contra la
enorme pata delantera del rey.

Mufasa le devolvió la sonrisa.

-Sí, Triki, en verdad.- Dijo con firmeza.

Triki sentía que estaba viviendo el mejor de los sueños, no quería que jamás terminara. Tenía
miles de preguntas acumuladas para hacer, pero no sabía por dónde empezar, así que fue a lo
básico.

-¿Eres feliz?

A Mufasa lo sorprendió la pregunta, Sarabi no se la había hecho nunca, y lo cierto es que ni él


mismo se lo había preguntado antes. Se sentía contento, sí... ¿Pero feliz? ¿Cómo responder a una
pregunta como esa? Mufasa comenzó un análisis interno. Tenía una familia escasa, que incluía
pareja, que sería Triki; un hijo, Simba; y un hermano, Scar. Tenía buenos amigos, como Zazú, Rafiki
o Sarafina; tenía dos reinos, un secreto horrible por cierto, que incluía haberle quitado el trono a
su hermano. Tenía muchas cosas, confianza, estilo, grandeza, soberanía, y generaba respeto en
todo aquel que se le cruzara. Pero... ¿Era feliz? No lo sabía, había cosas que se llevaban una
posible felicidad muy lejos. Punto uno, Sarabi estaba destruída, posiblemente la había matado
dándole a entender que la unión que los había poseído por años, se había esfumado de pronto.
¿Había sido de pronto? Con todo lo sucedido, Mufasa empezaba a preguntarse cosas que no
habrían venido a su mente antes, pero la realidad es que con Sarabi hacía un buen rato que él no
se sentía a gusto. Ella vivía mimándolo, y para qué negarlo, a él le gustaba, pero él no era nunca
quién se acercaba a ella, sino ella quién siempre acudía al rey y le brindaba cariño, tanto en forma
de palabras como de mimos. En cambio con triki él sentía que quería estar pegado a ella todo el
día, sin separarse. Ese disfrute no lo había sentido antes. Más allá de Sarabi, había otras cosas
inconclusas. ¿Qué iba a pasar con los reinos? Seguía habiendo dos, pero algo era definitivo, él no
se separaría de Triki. Quizá decirle la verdad a Scar y devolverle su reino no era tan mala idea...
Pero... A Mufasa se le nubló la vista... Simba. ¿Qué pasaría con su hijo? El rey lo quería con él,
pero... ¿Podía acaso separarlo de su madre? Simba también parecía estar teniendo lazos cercanos
con su tío, y tampoco quería arrebatarle eso, por más molesto que Scar pudiera resultar. ¿Querría
el pequeño mudarse lejos de sus amigos y familia solo para quedarse con su padre?, Y de no
funcionar aquello, ¿Podría Sarabi venir al nuevo reino con Simba y tener que ver a Mufasa
coqueteando con otra leona? NO, Sarabi había sufrido suficiente, esa no era una posibilidad... Por
lo tanto tampoco lo era llevar a Triki al otro reino, Sarabi y Triki juntas no parecía una buena
opción desde ningún punto de vista. Otra cosa que Mufasa recordó es que Triki no tenía idea de
dónde había estado Mufasa todo este tiempo que no había estado con ellos, no sabía de la
existencia de Scar, ni de Sarabi... NI DE SIMBA. El rey tenía un hijo, y su propia pareja no lo sabía.
Lo único que se le venía a la cabeza a Mufasa una y otra vez era... Era... Renunciar a Simba. El
cuerpo del rey dio un sacudón, Triki lo percibió y se asustó un poco, aún esperaba la respuesta de
Mufasa a la pregunta que ella había formulado. "NO, de ninguna manera." Se dijo Mufasa, NO ERA
UNA POSIBILIDAD, estaba muy lejos de serlo, Mufasa prefería dejar a Triki antes que a Simba, y
eso era un hecho. Su pequeño lo necesitaba y él le había prometido cuidarlo por siempre, así
como también siempre quererlo y acompañarlo, no permitiría que su cachorro tuviera que sufrir lo
que él mismo sufrió en su infancia, con Ahadi dejándolo, abandonándolo. No, no podía, Simba
merecía a su padre, él lo trajo al mundo y era SU responsabilidad.

-No puedo responder.- Dijo Mufasa de pronto. Todo lo bien que se sentía se esfumó al darse
cuenta todos los nuevos obstáculos que se presentaban, y le preocupaban demasiado. 

Habiendo dicho eso, se retiró de la cueva.

Scar caminaba impaciente en el cementerio de elefantes, de un lado al otro, sin parar de mirar al
piso y pensar. "Ese descarado", se dijo. "Maldito tacaño, dos reinos, dos leonas. El vive de
vacaciones, disfrutando de sus amoríos y sus reinados, mientras yo llevo una vida de miserable,
entre huesos y estúpidas hienas... Ya era suficiente cuando también tenía la atención de nuestro
padre, pero ¿Tanto? ¿¡Tan injusto ibas a ser padre!? ¿Dos reinos le dejaste al maldito ese?". Scar
estaba fuera de control. Si nadie había sido capaz de hacer justicia por él, tendría que hacerla por
mano propia. Pero iba a haber justicia, él mismo la iba a impartir, como sea, aunque le llevara la
vida, lo iba a hacer, él era un león inteligente, quizá Mufasa fuera poderoso o incluso llevara la
ventaja física, pero era bueno, era correcto, y eso siempre iba a ser una desventaja. Scar no tenía
problema en llevarse por delante lo que fuera necesario, pero iba a obtener lo que quería, de una
forma u otra. Zira interrumpió su caminata.

-Cariño...

-¡NO ME LLAMES ASI!- Gritó Scar, amenazante. "Cariño", lo único que le faltaba, podía llamarlo
Scar o rey, no había otras posibilidades.

Zira lo miró asustada, pero ya un poco molesta, ella tenía su carácter y Scar se la pasaba tratándola
como basura, está bien que a ella le fascinó el caracter de Scar desde el principio, pero estaba
siendo atropellada por los insultos.

-Mira, que tú tengas problemas, no me hace a mí la culpable.

Scar la miró, casi queriendo comérsela de un bocado.

-¿Qué cosa has hecho bien desde que te he conocido? ¡Por supuesto descontando el cachorrito
defectuoso que me has dado!.- Dijo irónicamente, señalando a Nuka, quién al oír eso bajó las
orejas y se acurrucó detrás de una roca. Kovu observaba sin entender.

Zira se ofendió y caminó hacia Nuka.

-Vámonos hijo, obviamente tu padre no nos quiere aquí.- Estaba harta de ser pisoteada, no lo iba a
escuchar ni un minuto más, si esa era la forma en que las cosas eran, entonces que se quede solo.
Nuka se trepó a la espalda de su madre con dificultad, y luego Zira volteó para agarrar con su boca
al pequeño Kovu. A Scar no le gustó lo que vio y trató de reparar la situación.

-¿Cómo está la pequeña?

Zira lo miró enojada.

-¿Recuerdas siquiera su nombre?- preguntó.

Scar hizo una mueca burlona.

-Llévatelos, ya vendrás pidiendo perdón.

Zira no contestó y emprendió su viaje.

Continuará...
Se agranda la familia

Mufasa había desaparecido. En el reino los animales no sabían qué pasaba, pero el rey no había
sido visto en mucho tiempo, meses quizá. La única que sabía algo, y ese algo era una dosis muy
pequeña de información, era Sarabi. Ella ya le había dicho a todos que el rey dijo que tenía que
emprender un viaje, pero que volvería en cuanto pudiera. Por supuesto, casi nadie sabía del
quiebre que ellos dos habían tenido, y Sarabi realmente no sabía si Mufasa la había dejado,
porque no volvió a verlo y el rey no le había dado ninguna palabra concisa o determinante.
Ciertamente la leona estaba confundida, así que trataba de contar poco y de decir lo básico, que el
rey se había marchado, pero que volvería.

Sarabi se hallaba tendida junto a su amiga Sarafina, la única leona con la que había compartido lo
que sucedió entre ella y el rey. Nala, la bellísima cachorrita de Sarafina, y la mejor amiga de Simba,
correteaba una mariposa a pocos metros de ellas.

-Sarabi, mi recomendación es que trates de no pensar... Cuando Mufasa vuelva seguramente será
el momento en que esté listo para enfrentar lo que sea que le esté pasando, no debes estar triste.
Si lo extrañas, solo debes pensar en positivo y saber que quizá todo haya sido un error.- Dijo
Sarafina, triste por lo que le pasaba a su amiga.

-No me importa lo que pase conmigo Sarafina, la verdad eso no me preocupa en lo absoluto, el
que me tiene ciertamente preocupada, es Simba.- Dijo Sarabi, con la vista perdida. El cachorrito se
la pasaba caminando solo por la sabana, no aceptaba compañía de nala ni de Zazú; su madre había
tratado de acompañarlo algunas veces, pero Simba insistía en que necesitaba estar solo. Comía
poco y dormía mucho, se lo veía desganado y sin energías, nada comparado a lo que solía ser.
Sarabi derramó una lágrima en la tierra seca, y Sarafina apoyó su pata sobre la de su amiga.

-Todo se resolverá.

-¡Me siento tan frágil sin Mufasa!- Dijo Sarabi, y lloró una vez más, ya había perdido la cuenta de la
cantidad de veces que el rey león había sido el motivo de su llanto.

Lejos de allí, Simba caminaba entre los altos pastizales color arena, con la cabeza baja, mirando el
piso o algún bichito que caminara bajo sus patas. Su paso era lento, el sol le pegaba con fuerza en
el lomo, y lo hacía sentir de alguna manera, vivo. Su padre lo había abandonado. Se había ido.
¿Cómo era posible? Para Simba el mundo era lo que podía aprender por medio de su padre, y cada
una de las cosas que quería ser, se relacionaban con él. Alguna vez había creído ser su orgullo,
pero eso fue hace mucho tiempo. Para el pequeño había cosas que eran inentendibles, la sabana
era gigante, si quería tranquilidad podría solo haber ido a algún rincón a dormir, y luego volver a
compartir tiempo con él, él no le diría a nadie donde se hallaba.

Scar se acercó al pequeño, que no levantó la cabeza al oírlo.


-Mi pequeño sobrino.- Dijo Scar.

Simba elevó la mirada unos segundos, su rostro expresaba enojo. Scar lo rodeó con la pata,
abrazándolo.

-¿Por qué habría de dejarme? ¡Esto es estúpido!- Exclamó Simba, presa de la frustración.

-Oh pequeño, tu padre tiene asuntos importantes.- Dijo Scar riendo ante las palabras del niño, y
recordando cuáles eran esos asuntos, pues los había visto con sus propios ojos.

-¡Yo soy el asunto más importante que tiene, tío!- Dijo Simba, mirándolo implorante, y esperando
que su tío concordara con él.

-Parece que no lo eres más, Simba. De hecho, creo que tu padre se ha olvidado de tí. Si aún le
importaras, no se habría ido, ¿No lo crees?- Preguntó, con la maldad brillando en sus ojos.

Simba lo miró aturdido.

-¡Estoy harto, voy por él!- Dijo Simba, y salió disparado hacia las afueras del reino. Scar comenzó a
trotar a su lado.

-Ni siquiera sabes en qué lugar está... ¿Cómo sabes que corres en la dirección correcta?- Preguntó.
Simba frenó en seco.

-¿Tú sabes dónde está, tío?- preguntó el pequeño, mirándolo como a un aliado.

-Mira, si tú me lo pides, yo haré que regrese... ¿Qué dices? Creo tener una idea de dónde puede
estar.- Los planes de Scar no eran buenos, pero le importaba poco, tenía ideas interesantes para
Mufasa.

-¡Oh sí, por favor!- Imploró el cachorro.

Scar no dijo nada más y se echó a correr. Conocía bien el camino, Zira se lo había mostrado, claro
que no sabía como llegar directamente, siempre debía dirigirse allí desde el cementerio de
elefantes, que era como su segundo hogar. Pasaba más tiempo allí que en ningún otro lugar,
aunque últimamente y sin Mufasa, se estaba dedicando a dar algunas ordenes como rey.

Scar había estado observando la vida de su hermano todo este tiempo, y le causaba gracia cuando
caminaba por la sabana del reino escuchando las versiones de los distintos animales acerca de qué
es lo que había sucedido con el rey. No había sido abducido, como decían los estúpidos monos, ni
tampoco asesinado por hienas, como contaban algunas aves. Su hermano se hallaba en el oasis,
disfrutando de su nueva familia, y olvidando la vieja. Todos en el reino creían que la única forma
de que Mufasa se haya ido era que algo lo hubiera obligado a hacerlo, como la muerte, o la
abducción... ¿Qué acaso nadie era capaz de creer que el rey cometía errores, y que estaba
dejándolos simplemente porque encontró algo mejor que ellos? Al parecer no.

El hermano del rey llegó a donde su éste se encontraba cuando era completamente de noche.
Caminó por el borde del reino de al lado, y se escondió detrás de sus matorrales favoritos, que le
daban primera fila para observar lo que sucedía alrededor de la cueva real, e incluso, adentro.
Sabía que Mufasa y Triki habían estado mucho tiempo juntos dentro de la cueva, y se animaba a
pensar que la leona estaba preñada del rey, pues pasaba mucho tiempo recostada, y otras leonas
le traían comida fresca y recién cazada. Mufasa había estado muy contento y sonriente los últimos
días, y Scar casi podía jurar que estaba por tener a su segundo sobrino.

El oscuro león estaba por quedarse dormido cuando oyó un sonido en la cueva. Mufasa y Triki
estaban hablando y él podía oír a la perfección aquella conversación.

-¿Y qué si es una hembrita?- Decía Triki emocionada, Scar abrió los ojos bien grandes, confirmando
su teoría y sonriendo. Podía ver la mitad delantera del cuerpo de la leona.

-Mmmh, pues en ese caso, será Copi.- Respondió la voz de su hermano, que era imposible de ver
desde la posición de Scar.

-No me gusta ese nombre, Mufasa.- Rió la leona, y se hizo un silencio momentáneo. Scar revoleó
los ojos, imaginaba que seguramente se estaban besando o algo parecido.

-¿Qué piensas de Kiara?- Preguntó Mufasa unos minutos después.

-Kiara... Lindo nombre. Estoy casi segura que será una hembrita. ¡Estoy tan feliz Mufasa!-
exclamaba Triki desde la cueva.- Creó que nacerá en dos semanas, ¡Ya no puedo esperar más!-
Agregaba con emoción.

Scar no necesitaba oír más, el rey volvería a ser padre, su hembra estaba preñada y él no había
hablado con nadie al respecto de todo esto. Scar estaba feliz de ser el único conocedor de uno de
los pocos errores que había visto cometer a su hermano, pero quería analizar muy bien como
utilizar todo esto para destruírlo.

Continuará...

Traidor a la sangre
Mufasa amaneció temprano aquel día, estaba solo en la cueva real, faltaban unos pocos días para
el nacimiento de su cachorro, se sentía de una forma extraña. Por empezar, iba a ser padre por
segunda vez, amaba a Triki intensamente y eso lo hacía sentir extasiado. Su verdadero reino, el
que estaba destinado a ser suyo, le agradecía cada día su presencia, con alabanzas, fiestas
organizadas en la sabana, animales recién cazados y otro tipo de tributos.

Renu había estado más que feliz últimamente, era el vocero real y tenía asignadas varias tareas,
que siempre realizaba con ayuda de su pequeña, pues eran inseparables. Mufasa recordaba una
conversación que había tenido con Renu, su vida era un tanto conmovedora. La madre de su
cachorrita murió al nacer ésta, y Renu había sido padre y madre para ella, incondicionalmente. En
ese momento Mufasa había entendido por qué era que la cachorra estaba siempre cón él, y jamás
lo dejaba. Ahora venía la parte mala, y la cara del rey se endureció. Su viejo reino, o mejor dicho,
el reino de su hermano. Mufasa no había notado lo distraído y embobado que estaba con Triki,
que perdió la noción del tiempo, y cuando se dio cuenta, había pasado demasiado desde la última
vez que había vuelto a su viejo hogar. Los días pasaban y el rey tenía miedo de volver, ¿Qué dirían
todos? ¿Qué pensaría Sarabi, o Sarafina, o Zazú, o Rafiki? ¿Qué pensaría Simba?... Mufasa estaba
aterrado. Más tiempo pasaba y más miedo sentía el rey en su interior, un miedo voraz, que lo
devoraba, dejándolo débil, frágil. El león no imaginaba volver ahora, no podía ni pensarlo. No tenía
idea de qué cara poner, o cómo excusarse, sentía vergüenza, una vergüenza que no era capaz de
enfrentar, una vergüenza de la que huía. Lo mejor había sido olvidar, no pensar, tratar de dejar
todo atrás. Y eso había hecho. Con los días Mufasa había empezado a conocer a cada animal de su
nuevo reino, había hecho amistades, y estaba por tener a su heredero para su nuevo reino.

Triki entró en la cueva, su vientre estaba hinchado, estaba en sus últimos días y daría a luz al hijo o
hija del rey. Sonrió hacia éste.

-Mufasa, ¿Qué piensas?

El rey salió de sus pensamientos bruscamente.

-Nada... Solo pensaba.

Triki lo observó. Tenía tantas incertidumbres relacionadas con su león, no sabía de dónde venía...
El pasado de Mufasa era para ella la oscuridad absoluta, él se había negado siempre a hablar, se
había negado rotundamente. Habían tenido discusiones por ello, ella había preguntado acerca de
eso, y él se había enojado ante su insistencia. Ella sabía que había cosas que no sabía, pero no
imaginaba la gravedad.

-¿Se puede saber en qué?- Preguntó, sabiendo la respuesta.

-No empieces.- Contestó el rey, levantándose. -¿Cómo te sientes?- Agregó, cambiando de tema.
Triki suspiró, no iba a obtener respuestas, ni hoy, ni nunca.
-Bien, un poco cansada ya del peso de mi propio cuerpo.

Mufasa sonrió y la abrazó, pero mientras tenía la cabeza sobre el hombro de ella su sonrisa se
borró, estaba preocupado por demasiadas cosas.

Ese mismo día a la tarde, Triki caminaba sola por los límites del reino de al lado. Se escondió en un
pastizal alto al ver una hiena merodeando el lugar.

"¿Pero qué rayos es eso?" Se preguntó a sí misma. La hiena olía los pastos cercanos a ella, como
buscando algo. De repente levantó la cabeza y miró hacia donde Triki se encontraba, la leona se
sobresaltó cuando vio a la hiena comenzar a correr en dirección a ella. Normalmente las hienas
huían de los leones, pero comprendió la respuesta cuando vio otras dos hienas, una a cada lado de
ella, rodeándola. Sin pensarlo dos veces y sin mirar atrás, Triki comenzó a correr, lo más rápido
que podía. Estaba por parir y el peso de su cuerpo le dificultaba la respiración y era costoso
moverse velozmente. Frenó de golpe, algo la sobresaltó. Delante de ella, un león oscuro, de
melena negra, se hallaba sentado plácidamente. Triki nunca lo había visto. Las tres hienas la
rodearon por detrás y Scar habló.

-Permíteme presentarme.

Triki lo miró, desconcertada y con el corazón latiendo cada vez más fuerte y desenfrenado. No
habría ayuda cerca, estaba en el límite del reino, casi en las afueras. ¿Qué hacía un león
desconocido allí? Y más que eso, ¿Desde cuándo las hienas y los leones eran aliados? ¿De dónde
venía aquel impostor?

Scar rió descontroladamente al detectar miedo y confusión en el rostro de la leona, su cuñada, por
decirlo de algún modo.

-Mi nombre es Scar, soy el hermano de Mufasa.

Triki abrió los ojos enormes, sus patas temblaron y tuvo que acordarse de respirar para no
desmayarse allí.

-¿Qué... Qué... Qué quieres?- Preguntó ella, con la voz hecha trizas.

Scar la observó con júbilo.

-No más herederos reales.- Dijo maliciosamente, e hizo una señal a las hienas, quienes saltaron
sobre ella.

Continuará...
Cuando el mal tiene un plan

Habían pasado horas y Mufasa estaba preocupado, no podía encontrar a Triki por ningún lado. 

La había mandado a buscar por todos los miembros de la manada a excepción de cachorros, bebés
y ancianos. Triki no era de desaparecer así, y menos últimamente, con un embarazo tan avanzado.
Mufasa no podía dejar de echarse la culpa... Triki tenía dudas y probablemente se había ido a
tomar una de esas caminatas que ella tenía para meditar sobre algunos asuntos y pensar acerca de
las cosas que la afligian.

-¡Señor!- Gritó Renu.- ¡No está en la zona de bosques! ¡Puse más leones a buscar en los pastizales!

-De acuerdo, gracias.- Contestó Mufasa, casi sin voz. Temía demasiado por su compañera y su
bebé, estaba aterrado y el miedo le hacía sentir algo extraño en el estómago, podía considerarse
pánico. ¿Quizá Triki había salido del reino para buscar el pasado de Mufasa? El rey no lo creía, ella
no se arriesgaría, estando tan cerca de dar a luz, a irse tan lejos. Una leona joven que Mufasa
reconocía, se acercó a él corriendo y preocupada.

-¡Señor!- Gritó Zira. Mufasa la miró. -He encontrado algo... ¡Sígame!

Mufasa no dudó un segundo y corrió detrás de la leona. Se alejaron rápidamente de donde se


hallaban todo el resto de leones buscando. Estaban unos metros fuera de las fronteras del reino.
El cuerpo de Triki se hallaba sin vida, tendido sobre los pastizales teñidos de rojo. A Mufasa se le
doblaron las patas y calló a su lado.

-Triki.- Dijo, pero la voz apenas se podía percibir.

-Los dejo a solas.- Dijo Zira fingiendo tristeza, y se fue corriendo.

Detrás de unos árboles, escondido, se hallaba Scar.

-Bien hecho, Zira.- Felicitó a la leona.

Zira lo miró de reojo.

-No creí que lo harías Scar, eres de lo peor.- Contestó sonriendo con malicia.

-Mira quién habla.- Remató él.- Traicionaste a tu propia amiga.

Mufasa temblaba descontroladamente, su respiración estaba enloquecida y apenas podía pensar.


Estaba muerta, se había ido, y junto con ella su bebé. Se había terminado. Mufasa esperó allí
tendido, pues su cuerpo no respondería, esperaba que algo lo matase, exterminando su dolor.
Pero nada ocurrió, y el rey dirigió su mirada a los cielos. Pensó en su padre, por alguna extraña
razón. Bajó la vista nuevamente, vio la cara de Triki, tan bonita, tan joven, iba a ser madre por
primera vez. El era tan cobarde que ni había sido capaz de decirle la verdad. La mantuvo engañada
todo ese tiempo, sin saber que él ya era padre, que había habido otra leona, que había otro reino,
que tenía un hermano. Había sido un estúpido, y su estupidez había conducido a las dudas, a los
interrogantes, a la confusión entre todos los miembros de ambas manadas, de ambos reinos.
Había hecho todo mal, había cometido demasiados errores. Y ahora era tarde. "ES TARDE" le
repitió una voz en su interior. Mufasa miró por tercera vez a Triki, tenía cortes y rasguños por todo
su cuerpo, manchas de sangre afloraban a la superficie de su pelaje. Era insoportable mantener la
vista, el corazón de Mufasa se retorcía, las lágrimas caían amontonadas sobre sus mejillas, su
imponente cuerpo era ahora la representación absoluta de la miseria. Devastado, sin fuerzas y sin
voluntad, el cuerpo del rey se endereció una vez más, y se paseó frente a Triki.

-Lo siento.- Dijo en voz alta. Solo se escucharon sonidos provocados por gacelas trotando a lo
lejos.- No sabes cuánto lo siento.- Agregó.- Soy un idiota, Triki... Te amo.- Dijo acariciando la cara
de la leona con la suya propia. Luego se acercó al vientre y tembló.- A tí también Kiara.

Debía irse, no podía quedarse allí, no volvería jamás, no tenía nada que le importara, y no iba a
perder un segundo más lejos de su hijo Simba. Era hora de enfrentar sus miedos y volver a ver las
caras de aquellos a los que había dejado meses atrás, para salvar lo que aún no se había perdido...
El rey miró atrás a Triki una vez más, y echó a correr.

-Se va.- Dijo Scar.- Perfecto.

Zira lo miró.

-¿Cuál es el plan? - Preguntó dudosa.

Scar no quitó sus ojos verdes del cuerpo de Triki, tendido a lo lejos.

-El rey es debil ahora, no creo que vuelva... Es demasiado bueno como para permanecer aquí a ver
el dolor de la familia y amigos de esta leona. Ahora viene tu gran actuación.

Zira esperó ordenes.

-Volverás, y les dirás, que Mufasa la asesinó.

Zira entreabrió sus ojos y observó a Scar sorprendida. ¿Había límites para la maldad?
-¿Cómo?- Preguntó, buscando detalles para su próxima misión, quería complacer a Scar como sea.

-El fue el último en tocarla y los leones detectarán su olor. Sembraremos el odio a Mufasa y a todo
su reino, apareceré yo, y les diré la verdad, sobre su antigua familia y su antiguo reino.

No lo perdonarán, se sentirán defraudados, cambiados, reemplazados y abandonados. El rey los


cambió por otro reino, otra leona, otro hijo. Les ocultó la verdad a todos por meses, luego asesinó
a su leona y a su cría y huyó, para volver a su antigua vida. Corrígeme si me equivoco, pero creo
que soy brillante.

Zira no habló, pero estaba en presencia de un ente diabólico.

Continuará...

Intento de superación

Mufasa era casi invisible en medio de las inmensas praderas, corría más veloz de lo que pensó que
su cuerpo era capaz, y prácticamente no sentía las extremidades. Volaba. El viento azotaba con
fuerza en su cara, moviendo el pelaje que la cubría y su gran melena. El rey era presa de odio,
remordimiento, rencor, ira, frustración, dolor. Estaba devastado y solo sentía como todo su
interior gritaba a lo loco, destrozándole la cabeza con su llanto. No podía detenerlo, su cabeza lo
apedreaba con frases que lo destruían una y otra vez, y se recomponía para volver a sentirse
miserable e infeliz. ¿Qué era lo que seguía? ¿Había algo? ¿Tenía sentido correr? ¿Por qué no
dejarse caer de un precipicio, o recostarse a dormir frente de una estampida de elefantes? ¿Por
qué no robar una presa de una manada extranjera para que se lo coman en pedazos? Sí,
cualquiera de todas esas era menos dolorosa que lo que Mufasa estaba sintiendo. Su Triki, su
preciosa leoncita, se había ido, sus besos y sus caricias no volverían jamás, su dulce voz llena de
emoción e intriga no volvería a susurrar en los oídos del rey. Y la pequeña Kiara, porque él estaba
seguro que sería una hembrita, ¿Cómo habría sido? Tan pequeña y no llegó a conocer el mundo
que la rodeaba. Nunca la vería crecer, dar sus primeros pasos, sonreír, molestarlo para llevarla a
cazar. Jamás le correría alrededor, sonriente, como la pequeña cachorra de Renu hacía con su
padre. Sus sueños, objetivos y más preciados anhelos se habían ido para siempre, nunca volverían.
Se sentía desterrado de su propio reino por sí mismo, no sabía qué hacer.
Una marea de dolor volvió a pinchar en su pecho y el rey cayó bruscamente en medio del trote,
golpeando y lastimando todo su cuerpo en la caída. Había golpeado muy duramente y no sentía la
mitad de su cuerpo. 
No le importó, se sintió bien. Levantó la mirada al cielo. Y allí estaban, las estrellas, los grandes
reyes del pasado, observándolo, tal como alguna vez le había dicho a Simba luego de haberlo
retado por arriesgarse en aquel cementerio.
-¿Qué demonios están mirando?- Les preguntó, con una voz apenas audible.
Nada sucedió, y el rey se levantó una vez más, cada vez era más difícil. Su alma en pedazos se
negaba a continuar, pero Mufasa lo había prometido. "Jamás te abandonaría" le había dicho a
Simba, y no iba a fracasar, no iba a romper esa promesa. El mismo ya había sido abandonado de
pequeño, no lo permitiría, NO SE LO PERMITIRIA a él mismo. Tomando aire y llenando sus
pulmones, comenzó a correr nuevamente.

En las tierras del viejo reino, Scar tomaba sol en la roca del rey, había corrido a toda prisa para
llegar antes que Mufasa y no levantar sospecha. Sarabi se acercó a él.
-No deberías acostumbrarte tanto a sentarte en esa roca, estoy segura que algún día, el rey
volverá.- Dijo, dura como una roca, con sus sentimientos heridos.
Scar la miró y rió.
-Por supuesto, por supuesto, Sarabi. El rey volverá, y yo le daré su lugar, como debe ser.- Contestó
con tono de burla.
Ambos levantaron la cabeza cuando oyeron a Zazú llegar volando.
-¡El rey... Ha vuelto!- Exclamó el pájaro, y voló hacia la dirección en la que había venido.
Ambos leones emprendieron el trote hacia donde Mufasa se hallaba tendido, en medio de unos
pastizales. Parecía destruído, tenía severos cortes y sangraba por diferentes heridas. Su pelaje
estaba sucio, tenía grandes manchas de tierra mojada en algunos sectores, estaba enflaquecido y
débil. Su cara denotaba agotamiento y sus ojos estaban cerrados. Sarabi se acercó a él y empezó a
lamer las peores heridas. Scar, fingiendo preocupación, ayudó a Zazú y Sarabi a tender a Scar
sobre su lomo, y arrastrarlo hasta el árbol de Rafiki, que era considerado el curandero del reino.
No tardaron en llegar. Rafiki bajó de un saltó y observó a Mufasa, negando con la cabeza. Entre
Scar, Sarabi, Zazú y Rafiki, lo subieron al árbol con ayuda de una liana atada alrededor del rey. Una
vez en el árbol, solo Rafiki se quedó en compañía de su soberano y amigo, Mufasa.
-Oh... ¿Qué ha pasado contigo?- Se preguntó el mono viendo el mal estado en el que se hallaba el
león.
Tomó uno de sus cocos y con el jugo en su interior empezó a preparar una mezcla que ayudaría a
sanar las heridas. Mufasa lanzó un quejido cuando el espeso líquido tocaba su piel, y abrió sus ojos
aún debilitados.
-¿Dónde estoy?- Preguntó sin real interés. Rafiki le sonrió.
-En casa.
Mufasa esbozó una sonrisa falsa y observó en medio de las ramas, el horizonte, a lo lejos. ¿Qué
sentido tenía todo ahora? ¿Qué se suponía que hiciera? ¿Por dónde debía comenzar?
Rafiki no tardó en notar que algo no estaba bien con el rey. Puso su mano sobre el pelaje en el
lomo de Mufasa y lo acarició despacio.
-¿Hay algo que quieras contarme, amigo? Sabes que no saldrá una palabra de este sabio mandril.
Mufasa cerró los ojos, se sentía morir cada vez que respiraba.
-Estoy acabado.- Es todo lo que dijo. Se sentía bien de alguna manera por fin decir algo de lo que
sentía. Se sentía acompañado por su amigo.
Rafiki lo miró y se sentó a su lado, sin dejar de masajearle la espalda. Sabía que los animales tenían
muchas preguntas para él y que vendrían muchos cuestionamientos, Rafiki no creía que en el
estado que se encontraba, Mufasa pudiera responder a ningún tipo de pregunta.
-Abre tu corazón, hermano. Sabré escuchar y entender.- Replicó el mono.
-Perdí a mi bebé.- Dijo, y las lágrimas empezaron a caer estrepitosamente por su cara, sin darle
descanso.
Rafiki se apretó contra él, abrazándolo, lo que oía lo sorprendía y casi dejaba atónito, pero con
solo oír las palabras entendió que había perdido un hijo, y ese no era Simba.
-Oh, perder a alguien que queremos puede dejarnos acabados... Mucho más, si es un hijo, Mufasa.
Pero no debes olvidar, que eres el rey, tienes otro hijo, que ha estado día y noche, durante meses,
esperando tu llegada... Está desesperado por verte, cree que lo has olvidado.
-No soy el rey.- Dijo Mufasa.
Rafiki se quedó con la boca abierta. ¿Estaba dejando su cargo por haber perdido un hijo, o estaba
diciendo que efectivamente no era el rey, por algún otro motivo?
-Scar es.- Agregó, diseminando las dudas del babuino.
-Veo que has encontrado respuestas que no tenías, Mufasa.- Dijo Rafiki.- Eso no te hace menos
rey.
Mufasa lo miró, un pequeño pedacito de serenidad lo envolvió, quería oír ya lo que el mono diría.

Continuará....

El reino de al lado, el reino de Scar

Mufasa observó al mono, el mandril expresaba seguridad por cada poro, y de pronto el rey se
sintió rendido.

-Te escucho.- Dijo, conteniendo nuevas lágrimas.

Rafiki habló en voz clara:


-Mufasa, siempre has demostrado lo que eres, y mucho más, lo que vales por quién eres. Fuiste y
has sido siempre emperador, soberano y rey de estas tierras que te han visto crecer. Has recorrido
cada milla de esta sabana, y de nuestro bosque. Has hablado con cada vida del reino, y nos has
transmitido sabiduría y grandeza. Cada segundo que pasaste aquí, te ha hecho ser un poco más
dueño de todo lo que aquí tenemos, te has ganado el amor de la manada, así como también del
resto de los animales, NADA, podrá quitarte el título de rey, pues ese no es uno que se otorgue
solamente, tú lo has ganado, estos animales te respetan y te aclaman como su guía. Has dado tu
vida luchando con cada intruso que ha querido atacar TUS tierras, has corrido para salvar a tus
súbditos, y por sobre todo Mufasa, amas a estas tierras y las has protegido y mantenido en un
estado maravilloso.

Mufasa suspiró, ciertamente se sentía mucho más él allí que en el otro reino, que le era
desconocido prácticamente en su mayoría.

-No es suficiente.- Aclaró.

Rafiki lo miró.
-Y nos diste a Simba, el futuro rey.- Agregó el mono.

-Simba no es el futuro rey.- Dijo determinantemente Mufasa.- Este reino no le pertenece.

Rafiki lo miró una vez más, pero esta vez con más intensidad.

-Reinarás, porque eres el rey, ¿O tienes pensado huír de tus responsabilidades Mufasa?- Preguntó
Rafiki, tocando la parte debil del rey. "Huír de las responsabilidades", definitivamente no algo que
Mufasa utilize como regla para vivir la vida, eso por seguro. Pero lo había hecho, había huído de
sus responsabilidades todo ese tiempo, se había ido sin más. Ahora ya no sabía qué hacer para
solucionar el error. Lo que estaba hecho estaba hecho, Kiara se había ido, Triki también, ¿Debía él
reinar como si nada después de todo eso?

-¿Debo reinar después de todo lo que me ha pasado?- Preguntó el rey con la voz entrecortada.

-Yo no veo otra salida mi fiel amigo.- Contestó Rafiki.- Pero podrías verlo como algo bueno, como
una distracción, como la oportunidad de resurgir y hacer todo bien Mufasa... A veces construír
sobre los cimientos caídos del pasado nos ayuda a seguir adelante. ¿Qué pasaría si tu Simba
perdiera un cachorrito? ¿Querrías que se tire a morir por ahí y que se dé por vencido en la vida?

Mufasa tembló.

-Eso nunca.- Dijo, seguro de lo que contestaba.

-Pues entonces no hagas eso tú.

El rey no necesitaba oír más. Se sobresaltó al oír desde abajo la voz de Simba.

-¿Papá?

Mufasa bajó de un salto y se lanzó sobre el pequeño, rodando juntos por los pastizales hasta caer
uno al lado del otro. ¡Cómo lo necesitaba! Su Simba estaba allí, riendo a lo loco, seguramente no
esperaba esa reacción de parte de su padre.

-¿¡Dónde estabas!?- Preguntó, a punto de llorar una vez más.

-Trabajando Simba, sabes que tu padre nunca te abandonaría, ¿O creíste que lo haría?- Dijo
Mufasa, tratando de sonreír, hacia su cara sentir rara, hacía un buen rato que todo lo que hacía
era sufrir y torturarse. Pero ese pequeño lo ayudaba a no pensar.

-Ni por un momento.- Dijo Simba. Mentía. Mufasa lo sabía bien, Sarabi se lo había dicho y aparte
era de esperarse, no era normal que el rey se ausentara durante un período de tiempo tan
prolongado. Las palabras del mono vinieron a su cabeza. "¿Qué pasaría si tu Simba perdiera un
cachorrito? ¿Querrías que se tire a morir por ahí y que se dé por vencido en la vida?"

-Simba.- Dijo Mufasa, repentinamente, haciendo al cachorro, quién jugaba con unos yuyos largos,
voltear hacia él.

-Sí, papá.- Contestó sonriendo.

-¿Puedo compartir un secreto contigo?- Preguntó, sin dejar de analizar los gesto de su hijo.

Simba asintió, un poco sorprendido.

-Alguna vez, ibas a tener una hermana.

-Woah.- Murmuró Simba con los ojos bien abiertos.- ¿Y qué pasó?- Preguntó.

-No llegó a nacer... Es un accidente horrible que a veces pasa. Pero... Sigo adelante.- Dijo Mufasa,
dudándolo, o preguntándose si realmente era posible seguir.

-Claro que lo haces, sino yo no tendría padre.- Dijo Simba consternado. Mufasa rió.- ¿Cómo se
llamaba?- Preguntó Simba.

-...Kiara.- Contestó Mufasa, y fingió que jugaba rozando su rostro contra el cuerpito de Simba, para
que no lo viera llorar.

-Nunca diré nada papá, lo prometo. Aunque mamá seguro sabe, ¿Pero la hace estar muy triste no?

Mufasa meditó un segundo... ¿Decirle a Simba que había otra leona, o qué había habido? Simba
no sabía si la hermana era menor o mayor que él, así que no sabía en qué momento estaban
situados, pero Mufasa hallaba decirle que había habido otra, un poco shockeante.

"No más mentiras" Le dijo su propia cabeza.

-No era hija de tu mamá, Simba.- Dijo Mufasa analizando la reacción del pequeño. Simba estaba
pensativo pro luego de un momento habló.

-No estés triste papá, ¿Vamos a cazar mañana?- Mufasa lo lamió y salió corriendo, con el pequeño
tratando de cazarlo detrás, jugaron por horas, y el rey al fin se sintió un poco en paz.

Lejos de allí, en el reino de al lado, Scar entraba en escena, frente a la manada confusa,
necesitaban explicaciones. Todos estaban allí reunidos gracias a Zira que los había convocado con
la excusa de que un león que conoció les daría todas las respuestas. Todos lo miraron con los ojos
bien abiertos, era un león extraño para ellos.

-Buen día, hermanos.- Dijo Scar, había ensayado exactamente lo que tenía que decir, y las
mentiras se le daban bien.

Los leones se limitaron a clavarle la mirada.

-Mi nombre es Scar, soy el hermano menor de Mufasa.- Dijo. Y ahora sí, no había alma que no lo
estuviera atravesando con los ojos. Nadie habló, pero su silencio lo invitaba a continuar. Scar
amaba el rol de estar en el medio de la fiesta, con todos mirándolo y escuchándolo, había nacido
para ser líder.

-Mi hermano ha sido siempre un bastardo... Yo vengo de un reino lejano, en donde Mufasa, ES el
REY.- Al terminar esa frase, Scar se deleitó con los murmullos exasperados de la mayoría. Se aclaró
la garganta y continuó.- Y no solo eso... Mufasa dejó allí a su pareja, la leona Sarabi, y a su hijo
primogénito, el pequeño Simba, heredero al trono.

Nadie daba crédito a lo que oía, las caras de los miembros de la manada empezaba a denotar
furia, enojo, ira, ansias de venganza, Scar casi sentía que eran sus clones. Hasta casi parecía que
odiaban a su hermano tanto como él, pero ya sabía que no era así porque no había alma capaz de
detestarlo más que él mismo.

-Mufasa era rey también aquí, tomó poder y se ganó su confianza hermanos, ¡Para luego
abandonarlos! ¡Conquistó y preñó a la bella y joven Triki, para luego asesinarla a ella y a su
cachorro, y dejarla tirada en los límites del reino!- cada palabra y tono de Scar, hacía a cada león
soltar insultos y frases llenas de odio.

-¡Los invito amigos, a tomar venganza sobre él, su reino, su familia y amigos! Pero esto hermanos,
deberá ser planeado cuidadosamente, puede tardar quizás años en efectuarse, sé que cuento con
ustedes... Ahora, como hermano del rey, y no habiendo herederos presentes, tomaré el trono.-
Dijo sonriendo, ante la mirada incrédula y sorprendida de muchos, aunque sus palabras ya habían
hecho a la mayoría seguirlo y respetarlo, simplemente por defenderlos de la "atrocidad de
Mufasa".

Zira lo miraba, Scar se alzaba como nuevo rey, y Mufasa no volvería, ella sabía como seguía todo,
los leones machos serían desterrados del reino, Scar no quería competencia de ningún tipo ni
nadie que osara arrebatarle el trono, y las hembras formarían una zecta oscura, donde Scar, Zira, y
sus hijos tendrían la voz cantante.

Continuará...

Convocando malos
Mufasa llevaba varios días durmiendo fuera de la cueva, no sentía que pudiera estar cerca de
sarabi pero no la haría dormir a ella afuera. El resto de las leonas, quienes dormían cerca de ellos,
no habían hecho muchos comentarios al rey sobre su ausencia, más bien parecía que el reino
entero hubiera simplemente pasado por alto los meses en los que el león había desaparecido,
como si jamás hubiera ocurrido.

El pequeño Simba corrió hacia la cabeza de su papá, chocando con fuerza y riendo.

-¿Por qué duermes afuera?- Preguntó.

-Calor.- Contestó Mufasa, es lo que había dicho todas las últimas veces que su pequeño le había
preguntado, aún no tenía pensando qué hacer respecto de cómo decirle a Simba que él y su
madre no estaban juntos.

-¡Vamos a explorar o algo por favor, me aburro!- Gritó Simba mordiendo la oreja de su padre.

Mufasa se levantó apesadumbrado. Estaba cansado y aún dolorido, todos aquellos viajes al reino
de al lado y las vueltas al viejo reino lo habían hecho usar grandes cantidades de energía. Aún así
se levantó y siguió a su hijo.

En el cementerio de elefantes, Scar se acercó al lugar donde las hienas más frecuentaban, se sentó
y las observó desde una alta roca, llegó a oír a Banzai y a Shenzy mencionando el nombre
"Mufasa", fingiendo temblar y riendo acerca de ello, siempre hacían el mismo chiste estúpido, ya
lo habían hecho antes, cuando él les había recriminado que no habían podido acabar con Nala y
Simba en el pasado. "No creo que se merezcan esto, les envolví para regalo a esos cachorros y no
pudieron eliminarlos" había dicho Scar mostrando un trozo de carne fresca, la contestación de
Shenzy retumbaba en la mente de Scar "Es que no vinieron que digamos solos, Scar". El hermano
del rey había estado pensando en eso demasiado, iba a ser complicado eliminar a Simba con
Mufasa cerca... Y ahora Scar se sentía idiota de no haberlo matado mientras el rey estaba en el
reino de al lado. Pero, si se ocupaba de Simba habría dejado vivir a Kiara, y habría habido sucesor
de una u otra forma, así que no se sintió del todo mal. Sus recuerdos se profundizaron aún más al
recordar la última frase de Banzai en contestación a la de Shenzy "Eso, ¿Qué vamos a hacer?
¿Matar a Mufasa?". Los ojos de Scar brillaron, él había contestado "Precisamente", pero no creía
que aquello fuera posible... Pero ahora... ¿No lo era? Mufasa estaba débil, había perdido ya un
bebé.

Al fallar con Simba la primera vez, Scar no se sentía lo suficientemente apto para matar a Mufasa,
entonces se había dedicado a seguirle el rastro para ver las debilidades de su hermano, como
hacer que NO PUDIERA rescatar NUEVAMENTE a su hijo, hasta que el encuentro con esa leona Zira
lo guió a la verdad. Desde ese momento se había dedicado a tratar de eliminar a Kiara, el nuevo
problema que se había entrometido entre él, y el trono. Y esta vez sí, tuvo un resultado
satisfactorio. Una vez logrado aquello, volvía a su primer objetivo: Simba.

Esta vez Mufasa no parecía tan imponente como al principio, estaba tan dolido por la pérdida de
un bebé que quizá la desesperación de perder el otro lo haría cometer errores. Teniendo eso en
mente, Scar se aclaró la garganta, para que las hienas notaran su presencia.

Shenzy volteó.

-¡Scar!

-Sí, el mismo.- Dijo él sonriendo.

Scar sabía que las hienas lo apoyaban, había hablado con ellas, les había dicho que lo apoyaran y
no sufrirían ya nunca más hambre, por supuesto las hienas habían accedido, pero ahora era el
momento de prepararlas para en verdad efectuar el plan, ELIMINAR a Mufasa, para luego
encargarse de Simba cuando NADIE pudiera salvarlo. El hermano del rey organizó a las hienas, les
dijo como sería todo en su reino, las hienas estaban encantadas, se juntaron cientos de ellas
alrededor de Scar, formadas como un ejército, el final de su hermano estaba cerca.

Mientras, en la roca del rey, Simba y Mufasa volvían de su exploración del reino, Simba jugaba a
cazar a Zazú, parecía divertido y Mufasa le daba lecciones de cómo obtener el mejor resultado. El
rey se sentía bien porque sabía que a pesar de no gustarle que los dos comploten en su contra
para atraparlo, Zazú siempre lo apoyaría, ahora sería más fácil atraparlo porque estaba distraído
hablando con alguien, que luego Mufasa pudo ver que era el topo encargado de vigilar los límites
del reino.

Ya la primera vez Simba lo había tumbado, aprovecharían que el topo estaba hablando con Zazú
para hacerlo nuevamente. Pero Mufasa se vio interrumpido en plena acción por el grito de Zazú.

-¡Hienas! ¡En las tierras del reino!

Mufasa le dio la orden a Zazú de guíar a Simba a la roca del rey, necesitaba ver qué sucedía. Simba
estaría enojado, porque quería ir, pero él no permitiría que su hijo se arriesgue, mucho menos
después de... Mufasa no quiso seguir pensando así que echó a correr.

Una vez en la roca del rey, Simba vio a Scar acercársele.

-Pequeño Simba.- Dijo.

Simba lo miró.
-Tío, estoy aburrido, mi papá no me deja formar parte de los asuntos importantes.

-Lo hará, a su tiempo, lo mejor por ahora es que lo hagas confiar en tí, lo primero será una
sorpresa, solo sígueme, te mostraré cómo vamos a comprar el corazón de tu padre.
Simba sonrió y siguió a su tío sin pensarlo dos veces.

Continuará...

Fin del reinado

Simba trotó emocionado, tratando de seguirle el paso a su tío. Durante el camino Scar le habló de
una sorpresa mutua, pero que no debía decir nada. Al parecer su padre no lo había dejado ir con él
porque tenía pensado darle una sorpresa a él… Su tío lo hizo esperar en una pequeña roca que se
hallaba al lado de un pequeño arbolito. Simba estaba un tanto triste de que no pudiera saber la
sorpresa, pero entendía las palabras de su tío. “Si te dijera ya no sería sorpresa, ¿Verdad?” El dijo
que podría fingir no saber y sorprenderse, pero su tío no había caído en aquella treta, así que el
leoncito se conformó con solo esperar. Cuando vio a su tío retirándose, tiró su última pregunta.

-¿Me va a gustar la sorpresa?- Preguntó emocionado, tratando de obtener información.

-Simba, es para morirse.- Contestó Scar volteando su cabeza hacia el cachorro, y se retiró.

Simba estaba contento, algo para morirse debía ser fenomenal… No se le ocurría qué tan bueno
podría ser algo como eso, pero si venía de parte de su padre, no podría ser malo. Entre algunas de
las cosas que le había dicho su tío, Simba recordaba que ahora todos sabían del incidente de las
hienas, no quería que se enteraran… Lo hacía sentir tonto y arriesgado, pero las voces en el reino
iban rápido… En cuanto la otra frase de su tío: “Te conviene ensayar ese pequeño rugido tuyo.”
¿Pequeño? Simba se sintió ofendido con eso, él podía rugir, solo necesitaba un poco de estímulo.
Este llegó de inmediato, una pequeña iguana caminaba por la roca, era su momento de gloria… O
ahora o nunca…

El pequeño saltó al lado de la iguana, rugiendo lo más fuerte que podía, NADA. Ni se inmutó.
“Vamos de nuevo”, pensó para sí mismo. Nada… Estaba comenzando a ser frustrante. “Otra vez”
se repitió. Tomó airé, juntó fuerzas, ensanchó el pecho, y ahí fue, rugió con todas sus fuerzas. El
rugido hizo volar de un salto a la iguana lejos de él, se había pegado un susto. El rugido retumbó
en todo el cañón, Simba se estiró para percibirlo, pero algo llamó su atención. Pequeñas rocas se
desprendían de lo alto del cañón, miles de animales corrían torpemente pero con una violencia
mortal hacia él. Sus patas se paralizaron y su corazón di un vuelco, quería correr, quería gritar,
quería llorar, ninguna de las tres le salió. Solo se quedó allí, observando. Los animales corrían
rápido, eran fuertes y estaban asustados, era una ESTAMPIDA. Simba había oído hablar de ellas,
eran provocadas por cacería de depredadores. No sabía que se verían tan peligrosas. Debía
moverse, DEBIA correr, iba a MORIR ahí. Simba se auto-obligó a girar la vista, eso le costó unos
cuantos minutos más, pero cuando al fin lo logró, sus patas respondieron, corrió como pudo, en
dirección opuesta a los animales. Venían a él, tenía que salir de allí.

A metros de allí, Mufasa volvía de revisar los sectores en donde las hienas habían sido divisadas
por el topo vigía, en el camino había encontrado a Zazú, quién le había dicho que había
acompañado a Simba hasta la roca del rey sano y salvo, como él le había ordenado.

-¿Puedo reposar en su espalda, su alteza?- preguntó Zazú, cansado de mantener el vuelo.

-Por supuesto.- Rió Mufasa, mientras el pájaro se acomodaba en su pelaje.

Caminaron unos metros, estaban por llegar al centro del reino, cuando Zazú miró atrás al ver
polvareda levantándose.

-Mire alteza, la manada se mueve.- Dijo Zazú, sorprendido.

-¿Qué?- Preguntó Mufasa, venía de allí, de ver que todo estuviera en orden, y no había nada más
que un montón de ñus alimentándose en los bordes del cañón.

Su conversación se vio repentinamente interrumpida por las palabras de Scar desesperado,


escalando una roca. Mufasa sintió un vuelco en el estómago al ver el miedo en los ojos de Scar,
¿Qué había pasado?

-¡Mufasa! ¡Rápido! ¡Estampida! ¡En el cañón!...- Scar hablaba con poco aire, agitado y tratando de
expresarse. Mufasa sabía que los ñus debían haber comenzado la estampida, probablemente
algún animal tratando de cazarlos.-…Simba está ahí.- Agregó Scar.

A Mufasa se le heló la sangre.

-¿Simba?- Su corazón latió desesperado, no tardó ni una milésima de segundo y comenzar a


correr. Su bebé, su bebé, lo necesitaba.
Sus patas temblaban, le costaba tragar, su mente acelerada le rogaba por favor ser lo
suficientemente rápido, TENÍA QUE SALVARLO, sus pensamientos le mostraron una imagen, Triki
yacía en el pasto, su vientre herido que contenía a su también fallecida cachorrita Kiara. ¡NO! Se
gritó Mufasa a sí mismo, no podía, TENIA que salvarlo, TENIA QUE SALVAR A SIMBA.

Zazú se le había adelantado, lo buscaría por el aire. Scar lo seguía de cerca, sentía sus pisadas en
su espalda. Llegaron al límite del cañón, los ñus corrían desaforados, Zazú no tardó en regresar.
-¡Allá está, en el árbol!- Los guió Zazú.

-¡Sujétate Simba!- gritó Mufasa desesperado, no resistiría, iba a morir allí, Mufasa trataba de
analizar las posibilidades, él mismo se sacrificaba lanzándose allí… Pero ¿Qué se suponía qué debía
hacer? ¿Dejarlo morir? ¿Cómo a Kiara? NO. Mufasa saltó al vacío sin importarle lo que sucediera
consigo mismo, los golpes de los ñus a sus costados se hicieron presentes, era el mismísimo
infierno, las punzadas de dolor lo cansaban rápidamente y acababan con sus fuerzas.

Mufasa corrió parejo con los ñus hasta que divisó el árbol, giró 180 grados para correr
contrariamente a los animales enloquecidos, hasta que uno lo golpeó tan fuerte que el rey golpeó
contra el piso. En su desesperación alzó la vista, un ñu rompía el árbol en el que Simba estaba
sujeto, haciéndolo volar por los aires. ¡No! Se gritó Mufasa, levantándose, se le moría su hijo, lo
perdía, se lo arrancaban. ¡NO DE NUEVO! ¡NO POR FAVOR! Se decía corriendo, sus patas iban a la
velocidad de la luz, posiblemente lo más rápido que había sido capaz de correr en su vida. Un salto
que jamás creyó que fuera capaz de dar, lo llevó directamente al punto de aterrizaje de su hijo, lo
atajó con su mandíbula, sosteniéndolo en su boca con sus dientes, y continuó corriendo como un
rayo.

Mufasa sintió un golpe fuerte en el costado, uno de esos estúpidos animales de nuevo, ¿Y SIMBA?
¿Dónde ESTABA? Lo había perdido, se le había caído, Oh NO, OH NO. Mufasa corría sin saber por
donde buscar. ¡Allí estaba! Justo en medio de los ñus, tratando de equivarlos, Mufasa aceleró el
paso, recogiendo a su pequeño por su lomo en medio del trote, y de un salto pudo sujetarse de
una roca el tiempo suficiente para apoyarlo a salvo, A SALVO. Mufasa respiró, un golpe en sus
costillas lo hizo caer, pero mientras los ñus lo alejaban de allí, pudo ver a Simba parado en ese
costado, ESTABA BIEN, ESTABA VIVO, Simba estaba a salvo.

-¡Papá!- Lo oyó gritar. No pudo contestar, cayó fuertemente al piso. Los golpes venían de todas
direcciones, trataba de correr y ver la luz por entre medio de los enormes animales, era imposible.
Tardó varios minutos en encontrar un agujero de vida, lo vio, y lo tomó, dio un salto enorme hasta
la roca, se sujetó como pudo, y comenzó a subir. Scar debía estar cerca, tenía que encontrarlo. Sus
garras dolían de la fuerza que ejercía sobre ellas. Su cuerpo agobiado apenas podía ayudarlo,
necesitaba a su hermano. Se resbalaba, y estaba perdiendo las esperanzas, pero lo vio, allí estaba,
parado frente a él, ya casi salía de allí.

-¡Scar! ¡Hermano!- Gritó Mufasa, observandolo. Era su única oportunidad, menos mal que estaba
allí.- ¡Ayúdame!- Agregó, patinando constantemente.

Un susto enorme lo atacó cuando Scar salió de entre las sombras, clavando sus garras en las del
rey. Se miraron por un instante. Scar mostraba ira en su mirada. Mufasa abrió grandes los ojos. Lo
sabía. Scar lo sabía. Sabía lo que pasaba, dónde había estado el rey, todo. Se lo dijo con tan solo
esa mirada. Por un momento se entendieron, y Mufasa tembló por dentro, mientras Scar se
acercaba a su oreja.

-Qué viva el rey.- Susurró a su oído. Mufasa no llegó a reaccionar para cuando sus patas eran
desprendidas de la roca, dejándolo caer de espaldas a la estampida. Dos segundos antes del golpe,
miles de imágenes corrieron en la mente de Mufasa como una ola de fuego que quema en el
interior. Simba de bebé corriendo por los pastizales, Sarabi, Sarafina, Nala, Triki, su pequeña Kiara,
su padre mirándolo orgulloso, luego él mismo corriendo tras su padre, las imágenes iban a
velocidad luz mientras la vida se le escapaba. Triki lamía su oreja, Mufasa sentía amor, sentía
felicidad. Simba correteaba junto con él. “¿Siempre estaremos juntos?" Las frases se mezclaban en
su cerebro, había una puesta de sol en su mente, era el sol poniéndose sobre su reino. Alcanzó a
mirar a Simba por última vez, lo amaba. Lo amaba intensamente, más allá de cualquier dolor, reino
o victoria. Lo amaba como solo un padre podía, y lo había salvado, estaba a salvo. Por primera vez
en mucho tiempo, el rey se sintió en paz, había saldado sus errores.
“Voy contigo pequeña Kiara.” Se dijo, y todo se sumió en la oscuridad.

Continuará…

Horror

Simba sintió su cuerpo temblar bruscamente, como cuando uno muere en una pesadilla.
Inconcientemente aún gritaba “Nooo” Mientras se escuchaba el rugido de su padre al caer. Se
quedó allí, parado, con el corazón desolado y un temblor irreparable en sus patas.
Con un dolor incansable en su pecho, el leoncito bajó de a saltitos las rocas, hasta llegar al piso,
ahora vacío, del cañón. Caminó entre el polvo que se había levantado, sin poder ver mucho más
que un par de metros a lo lejos. Tosió repetidas veces y llamó por su padre.

-¡Papá!- Gritó, mientras caminaba sin una dirección clara.

Un ñu atrasado corrió a su lado, asustándolo. Al pasar por allí, el animal dispersó un poco la
polvareda, dejando ver el cuerpo de un león grande que yacía bajo un árbol. El árbol que había
mantenido a Simba con vida, aún quebrado por aquel golpe propinado por el ñu. Simba se acercó,
bajando sus orejas en señal de desconcierto y desesperanza. Primero dio pasos pequeños, luego
aceleró, y sin poder esperar, trotó la distancia entre su padre y él. Allí estaba, indudablemente, era
su padre. No parecía en nada a lo que él recordaba de su padre. Fuerte, temperamental, ejemplar,
brillante, enorme, dominante. Este era un león herido… Quizá muert… Herido… Se obligó Simba a
pensar a sí mismo. Estaba tendido allí, sus bigotes doblados por la caída, su cuerpo inerte, su
pelaje sucio. Simba se acercó dudoso. Temblaba, el miedo lo llenaba.

-¿Papá?- Sonrió ante la idea imaginaria de obtener una respuesta. Su sonrisa se borró
rápidamente al solo encontrar silencio.- Papá por favor… Tienes que levantarte.- Agregó
suplicando una respuesta. Buscando cualquier cosa que no fuera esa conclusión final a la que
todos los caminos lo llevaban. Movió la cabeza de su padre con su pequeño cuerpo. Estaba
empezando a desesperarse, NO PODIA ESTAR PASANDO. Se lo había prometido, siempre estarían
juntos. Simba desesperó y sacudió la mejilla de su padre con ambas patitas.

-¡Hay que ir a casa!- Le dijo, incentivándolo a cumplir con las responsabilidades de un padre.
Mufasa no se movía, de haberlo oído le habría respondido, Simba estaba seguro. Corrió alrededor
de la cabeza de su padre, mordió su oreja y tiró de ella, quería una respuesta YA, ¿Por qué lo
ignoraba? ¿Estaba… Muer… MUERTO? No podía estar muerto. Necesitaba ayuda, estaba mal
herido, necesitaba ayuda urgente. Simba miró alrededor, no veía a nadie. Corrió unos metros.

-¡Auxilio! ¡Por favor!- Gritó a nadie en particular y a todos al mismo tiempo.- Ayúdenme.- Agregó
en voz más baja, sabiendo que nadie lo oía. Con la verdad que no trataba de ver azotándole en el
pecho, Simba finalmente se largó a llorar. Sintió las lágrimas cayendo por sus mejillas. Su papá
estaba muerto. ESTABA MUERTO. No podía creerlo. Lo había perdido ya dos veces en el pasado, y
cuando creyó que lo recuperaba, todo se le escapaba de las patas de nuevo. No podía ser. Volteó a
mirar a su padre, o a lo que quedaba de él, tratando de encontrar esperanza donde no había nada.
Caminó hacia el cuerpo sin vida de Mufasa. Ya sabía lo que pasaba, su padre estaba muerto. El rey
se había ido. 

El pequeño se refugió bajo la pata de su padre, no sabía qué seguía, él era el rey ahora. Pero, ¿Qué
podía hacer? No sabía siquiera qué se suponía que debía hacer ahora. Estaba solo en el mundo, se
sentía sin guía y sin fuerzas. Nadie querría un rey como él. Y pensar que en el pasado había
anhelado tanto serlo, no podía esperar. Claro que nunca creyó que esta sería la forma en que se
convertiría en el rey. Ya no quería, no lo quería, no quería ese lugar. No quería esa
responsabilidad, y no quería tomar el lugar de su padre, no quería que nadie supiera lo que
generó. Su padre había muerto… MUERTO… Para salvarlo a él. Su padre valía mil veces más que él.
Simba se sentía culpable de estar vivo, de haber sobrevivido. Todo era su culpa, él era el que tenía
que morir. Nadie querría recibir sus órdenes o seguirlo, ningún animal nunca lo aceptaría. Todos lo
mirarían como al asesino de Mufasa. Si tan solo supieran que él lo sentía mucho más que ellos.

Simba cerró sus ojos y pegó su nariz a la cara de su padre, tratando de prenderse de su olor.
Moriría allí, con el ser vivo al que más había amado, querido y admirado en el mundo. Aquel que
había demostrado su amor verdadero hacia él, dando su propia vida, por la suya. Ya nada
importaba, si se había ido antes o no. La realidad es que volvió a él para quedarse, volvió y lo
sacrificó todo por él. No había forma de amor más intensa. Pero… ¿Su padre había muerto en
vano? Si Simba moría… ¿Habría valido la pena el esfuerzo de Mufasa? ¿Podía simplemente tirarse
a morir allí?

La voz grave de Scar interrumpió sus pensamientos.

-Simba…- El pequeño volteó la cabeza sin moverse, y vio a su tío.- ¿Qué has hecho?- Preguntó
Scar. Simba se sintió atacado por la pregunta, ya se sentía culpable por sí solo. El no saber qué
decir y la desesperación, junto con el shock por lo ocurrido, lo hicieron prácticamente saltar de su
posición, salió de debajo de la pata de su padre y volteó hacia su tío, buscando las palabras.

-Una manada… Trató de salvarme… Fue un accidente, ¡No quería que le pasara nada!- Dijo
sacudiendo la cabeza negativamente, tratando de alguna forma de no sentir esa culpa abrasadora
que lo destrozaba por dentro. Sollozó volviendo a mirar a su padre, pidiéndole perdón en silencio.

-Por supuesto, por supuesto, eso ya lo sé.- Dijo Scar, haciendo sentir a Simba un poco mejor de
alguna manera. Era su tío, si él lo perdonaba, a lo mejor su padre lo hacía en alguna parte, quizá…
De alguna manera.

-Nadie…- Empezó Scar a hablar, arrastrando a Simba hacia él.-…Jamás quiere, que estas cosas
pasen…- Simba abrazó la pata de su tío, necesitaba refugio, y ahí se sentía más seguro. No era ni
nunca sería su padre, pero era un ser VIVO, se movía y le daba calor. Su padre ya no sería capaz de
brindarle eso. Su tío lo había acompañado todo ese tiempo que su padre se había ido, y Simba
había ganado confianza en él.-… Pero el rey ha muerto…- Siguió Scar. Simba abrió grandes los ojos.
Lo sabía, le pedirían que tomase el trono. No quería, no podía ser, no quería asumir lo que había
hecho. Aunque a lo mejor su tío podría ayudarlo, guiarlo, darle alguna idea de cómo enfrentar a
todos y contar lo sucedido.-…Y de no ser por ti todavía viviría.- Concluyó su tío, reprendiéndolo.
Simba tembló y lo miró abriendo aún más lo ojos. Su tío tenía razón, Simba lo sabía, sabía que era
culpable. No podía pedirle que le mienta a todos y limpie su nombre. No podía pedirle eso a su tío,
de por sí estaba allí y no odiándolo por haber matado a su hermano, eso ya era mucho, y Simba lo
agradecía en su interior. Lloró abrazando la pata de Scar.

-Uh, ¿Qué va a decir tu madre?- Preguntó Scar. Simba lloró y pensó por un segundo. Su madre…
Dios, su madre jamás se lo perdonaría… Siempre le decía que sea cuidadoso, que un día causaría
algo sin retorno. ¿Qué iba a hacer? No lo sabía, quizá su tío lo ayudaría.

-¿Qué voy a hacer?- le preguntó sin poder controlar las lágrimas que lo atacaban.

-Huye Simba…-Las palabras de Scar lo sobresaltaron, se alejó de su tío, mientras este se le


acercaba y lo miraba a los ojos, poniendo su cara a la altura de la del pequeño. Miró a su padre, su
padre le había dicho que debía seguir con el ciclo de la vida… Pero, pero esto lo cambiaba todo,
¿Debía considerar huir?-…Huye, huye lejos, y nunca regreses.- Le dijo Scar. Era su tío, llevaba la
razón y lo estaba ayudando, no conseguiría un mejor consejo ni nadie más que quisiera siquiera
acercársele. Simba echó a correr sin dudarlo, miró atrás por última vez, dejaba a su padre atrás.
“Adiós Papá, lo siento.” Pensó, pero siguió su camino.

Continuará…
El rey, exiliado

Simba estaba espantado, todo en él era miedo, horror, temblores que lo hacían resbalar cada dos
por tres en su acelerado trote., las rocas estaban patinosas bajo sus patas inseguras. Se sentía
mal… Tan mal. Lo único que le faltaba era… HIENAS. Pudo oír el sonido de las patas veloces de las
hienas, a metros de él ¿De dónde habrían salido? ¿Lo matarían? Su padre había muerto por él, él
no podía morir, no podía, o todo lo que Mufasa había hecho sería en vano. Debía honrar a su
padre, debía permanecer en aquel mundo, por más tirano que pareciera. Corrió, pero un enorme
mural le cerraba el paso, era empinado, demasiado alto, lleno de rocas por doquier. Miró atrás…
Ahí estaban, las mismas tres que ya había visto en el pasado, en aquel cementerio, con Nala. Su
padre los había salvado… ¿Quién lo haría ahora? No había tiempo que perder, infló el pecho y se
armó de valor, un valor que no le era propio, más bien era algo de su padre. Inició la escalada con
desesperación, su corazón parecía desbocarse de locura. Había un espacio pequeño por el que las
hienas no podrían pasar, pero si sintió una garra rápida que casi lastimaba unas de sus patas
traseras. Por suerte solo rasguñó la roca. Lo logró, estaba en la cima, aún lo seguían… “Vaya” se
dijo a sí mismo, al ver la caída tan alta como la escalada anterior. No importaba. Ya no, no había
espacio en el pequeño cuerpo del nuevo rey para miedos. Saltó, sin dudarlo. Un mal aterrizaje lo
llevó a caer rodando cuesta abajo, sentía el dolor en su espalda retorcida por las filosas rocas.
¿Importaba? No demasiado. Parecía que las hienas en cambio, podían bajar aquella colina
ágilmente. No tuvo tiempo de reaccionar, DOLOR, por todo su cuerpo, lo recorría. ESPINAS. Estaba
lleno de ellas. Cayó tan duramente sobre el suelo cubierto de espinas que creyó que moriría de
dolor, pero nada podía detener el poder que su mente había adquirido en aquel momento. Su
cuerpo reaccionaría y se movería, costase lo que costase. El miedo no era una opción, el rendirse,
menos. Sin ya sentir mucho de su cuerpo, se abrió paso entre las espinas, rogaba que no lo
siguieran, pero escuchó el sonido de otro ser golpear en las espinas, seguido de aullidos y risas.
Simba se alivió cuando por fin se encontró en un área libre de espinas, donde pudo continuar
corriendo libremente. Oyó un grito a la distancia.

-¡Si decides volver, TE MATAMOS!

No sabía quien era, no le importaba, pero había sido claro. ¿Pero qué demonios estaba
sucediendo? ¿Quién se creía esa hiena que era para decirle a quien sería el rey, que lo matarían si
volvía a SU PROPIO reino? ¿De dónde habían salido aquellas estúpidas habladoras? No estaban
donde pertenecían, estaban en el reino, en las tierras de su padre. A Simba se le apagaron las
ideas, literalmente. Su cuerpo se las hizo pagar por el esfuerzo que Simba le obligó a hacer. Sus
patas se doblaron y cayó tumbado en medio del desierto. Desde el suelo podía ver metros y
metros de seca tierra rojiza. Su vista comenzó a nublarse. En varios segundos, ya ningún
pensamiento lo invadía. Así es como el pequeño perdió el conocimiento.

Sueños. La imagen continuaba negra. Una voz. Lejana, como si Simba estuviera bajo el agua, y
alguien estuviera hablando en la superficie.
-¿Queda adoptado?

Simba no comprendía, ahora estaba volando. Volaba con pequeños saltitos. Parecía que su vuelo
no era muy bueno pues iba de una forma irregular. Se elevaba en el aire y volaba. Así estuvo por
un rato, no había viento, no había un poco de alivio, solo un extraño viaje en alfombra mágica. Se
oían sonidos lejanos, ¿Qué sería? ¿Aves? Eso parecía. Comenzó a sentirse el viento soplar. Ruidos
de copas de árboles. Este lugar era mucho mejor que el anterior. Su vuelo se detuvo, había
aterrizado en algún lugar. No veía nada, sus ojos pesados se negaban a abrirse. AGUA. ¿¡Agua!? Sí,
era agua. Agua en su cara, mojando su pelaje y sus ojos, que al fin se despegaron. Su cuerpo dolía,
dolía terriblemente. Pero allí estaba, adolorido, apesadumbrado, infeliz. Observó dudoso a los dos
sujetos que se hallaban frente a él. Todo a partir de ese momento parecía increíble. Esos dos lo
hicieron sentir bien. Timón y Pumba, un jabalí y una suricata, dos palabras, HAKUNA MATATA,
unos gusanos, y de pronto Simba recobraría la sonrisa ¿Quién diría?

No tardó mucho tiempo para que Simba se acostumbrara al nuevo lugar, era un paraíso… La
comida abundaba, aunque no era a la que él estaba más acostumbrado. Todo era muy extraño por
allí, pero era una forma de felicidad. Simba se negaba a recordar o hablar acerca de su pasado,
¿Para qué querría obligarse a sufrir? Estaba vivo, tenía una nueva familia, y ESO, era lo que
importaba.

Continuará.

La oscura proposición

Simba amaneció temprano aquella mañana. El tiempo había pasado, Simba era un león joven* y
fuerte. Vivía como quería, aquello era vida pura. Se desperezó y corrió al manantial más cercano
para zambullirse en él por completo. Desde cachorro le había perdido el miedo al agua, a
diferencia del resto de los leones que había conocido en su infancia. Nadó con sus cuatro patas
por el agua, refrescándose. Era un día muy caluroso.

-¿Qué haces ahí, Simba?- Preguntó Timón mientras caminaba junto al manantial, juntando
insectos en una hoja que utilizaba como plato.
-Me refresco, ¡El agua está genial! ¡Métete, Timón, vamos!- Alentó Simba a su pequeño amigo.

Timón apoyó sus manjares en una roca y luego de un extenso ritual de preparación para un gran
salto, se tiró de palito al agua. Simba no pudo evitar reír. Ambos nadaron por un tiempo, y luego
de sentirse cansados, salieron a disfrutar aquella comida que Timón había recolectado.

Pasaron unas horas hasta que empezaron a notar que Pumba no volvía de su caza matutina, a
pesar de abundar la comida, a Pumba le gustaban los desafíos, y siempre se dedicaba a cazar
aquellos insectos que eran buenos huyendo.

Simba comenzó a preocuparse, así que miró a Timón denotando inquietud.

-Timón… ¿Debería ir a por Pumba? Aún no ha vuelto.

-En momentos como este chico…- Dijo Timón masticando un bicho amarillo.-… Es cuando debes
demostrar que eres un buen amigo, yo propongo que vayas a por Pumba.
Simba sonrió, su pequeño amigo siempre tenía esas cosas de querer encabezar todas las ideas de
grupo, y a Simba no le molestaba, como tampoco a Pumba, así que sin decir palabra se retiró en
busca del jabalí. Timón se quedó buscando por los alrededores del manantial.

Mientras tanto, en la roca del rey, Scar se había erigido como rey. Era ahora dueño de dos
territorios, como lo había sido en algún momento Mufasa. La diferencia es que en este caso, su
reino oscuro, el que antes era el reino de al lado, sabía de este reino y sabía también que Scar
estaba manejando el poder allí. Estaban contentos con la muerte de Mufasa, era un traidor. A
nadie del reino de al lado nunca se le había ni ocurrido ir al otro reino simplemente porque sabían
que allí había hienas y poca comida, aunque en el de ellos empezaba a escasear la comida
también.

Scar observaba a lo lejos, sentado en la roca del rey, en el borde más alto. Podía ver a los elefantes
caminar en manada, así como también muchas cebras y antílopes. Aún así, la cantidad de animales
estaba disminuyendo cada día. ¿Pero qué demonios estaban haciendo las leonas? Se preguntó el
rey al ver a Sarabi Y Sarafina caminando por la sabana, secreteando.

Sin pensarlo mucho Scar mandó llamar a Zazú, quien se acercó un poco consternado.
-Si… ¿Su majestad?- Preguntó agachando la cabeza, tembloroso.

-Zazú, amigo mío… ¿Por qué no mandas a llamar a Sarabi?

Zazú batió las alas en señal de acatar la orden, y se alejó volando. Scar observó desde allí como el
pájaro se acercaba a ambas leonas y le hablaba a Sarabi. Esta levantó la mirada a lo alto, hacia la
roca del rey, donde se encontraba Scar. El rey hizo un gesto con una garra, indicándole que fuera
hacia donde él estaba.

Pasó un rato hasta que la leona volvió caminando desde su posición inicial hasta la parte donde la
roca se hallaba, para luego subir todo el trayecto hasta donde el hermano de Mufasa se hallaba.
Dio los últimos pasos, para luego sentarse a un costado de Scar.

-¿Sí señor?- Preguntó Sarabi, sin dejar de mirarlo fijo.

-Sabes Sarabi…- Comenzó Scar, sin dejar de mirar a lo lejos el reino.-… Cuando vi a Mufasa morir,
sentí que todo sería diferente, que Simba sería un rey fenomenal y que si bien estaríamos tristes,
las cosas serían mejores…
Sarabi levantó las cejas intrigada. Scar jamás había hablado del día en que Simba y su padre,
habían muerto.

… Pero cuando vi morir a Simba…- Continuó Scar, mientras Sarabi se estremecía de tan solo
escuchar esa frase.-… Creí que no me recuperaría… Era doloroso, mi sobrino, quién era tan solo un
pequeño....- Scar se aclaró la garganta.-… Pero, Sarabi… Tuve que ser fuerte… Alguien debía reinar.
Y yo sabía que eso recaería en mí. No es fácil mi querida.

Sarabi no le quitó la vista de encima.

-¿A dónde quieres llegar Scar?- Preguntó ella, fría.

Scar se levantó, para comenzar a caminar alrededor de Sarabi.


-Te sorprendería saber… Algunas cosas que Mufasa estaba haciendo, antes de morir.

Sarabi lo miraba rotando la cabeza mientras él seguía caminando en círculos alrededor. Esta vez
ella estaba con la boca abierta, sorprendida y rogando que él le dijera más. Scar sonrió al verla tan
expectante.

-Mufasa… Tenía otro reino.

-No.- Es lo único que salió automáticamente de la boca de Sarabi.

Sí. Tenía otro reino.- Repitió Scar, sin dejar de caminar. Eso estaba empezando a impacientar a
Sarabi.

-¿Dónde? ¿Cómo que otro reino?- Comenzaban a salir a borbotones las preguntas.
-Un reino, lejos, en la afueras… Más lejos incluso que el cementerio de elefantes y los manantiales.
Y no solo eso… El rey tenía una pareja allí, una leona preñada… De él.

Sarabi se estremeció, su cuerpo tembló. Habían pasado años de todo aquello, pero ella jamás supo
nada, Mufasa no le hablaba, solo desaparecía y volvía meses más tarde. Le dolía, dolía mucho.
Aunque la realidad es que Sarabi había aprendido a olvidar a Mufasa. El la había dejado, la había
abandonado, y luego a su hijo, y al reino. Y ahora ya no importaba, ella no iba a echar culpas a un
león muerto, que no podía defenderse. Sea lo que fuera que Mufasa había hecho, no había vuelta
atrás, y el rey ya no volvería. Pero la leona preñada… Si había en alguna parte un hijo de Mufasa,
entonces ese era el rey verdadero, de TODOS LOS REINOS DE MUFASA. Sarabi entreabrió los ojos.

-¿Dónde está el hijo de Mufasa?- Preguntó Sarabi.- Tú sabes que es ahora el verdadero rey.
Debemos buscarlo.

Scar frenó su caminata y se acercó a Sarabi, furioso.

-¡YO, SOY EL REY! El hijo está muerto, al igual que esa leona estúpida. Murieron años atrás… Un
lamentable accidente…
Sarabi retrocedió unos pasos ante el grito de Scar.

Pero… Todo esto te lo dijo porque confío en ti Sarabi… Porque sé lo que has sufrido. Porque vi con
mis propios ojos, como Mufasa, poseía a otra leona, que no eras tú.

Sarabi tembló, pero no dijo nada. Unas lágrimas empezaron a caer por sus mejillas. ¿Por qué otra
vez? Había pasado tanto tiempo, ella ya había olvidado, pero la sensación de lo que había sentido
en aquel momento, venía a ella como lluvia de espinas.

Y… Me preguntaba…- Comenzó Scar, acercándose lentamente a Sarabi, mientras ella lo miraba


como si acabara de enloquecer.-… Si tú…- Continuó, pegándose un poco a ella y acercándosele al
oído.-… Querrías ser mi hembra aquí… Y reinar conmigo, por supuesto.

Sarabi se quedó estática en el lugar, aún sentía el aliento de Scar en su oreja, él no se movía ni ella
tampoco. No podía creer todo lo que él había dicho del pasado, pero ESTO… ESTO mucho menos
lo creería. ¿Estaba Scar, el hermano de su ex pareja, diciéndole que entablaran una relación? Lo
cierto es que hace mucho tiempo Sarabi no se sentía halagada, ni querida, ni importante para
nadie, y esto la sorprendía mucho. Pero… ¿Scar? Ella no iba a negarlo, Scar era un león atractivo.
No tenía aquella cosa imponente que Mufasa llevaba consigo, pero era un león oscuro,
intrigante… Y sus ojos verdes tenían ese no sé qué, que le gustaba.
-¿Puedes darme un tiempo para pensarlo?- Preguntó ella, aún congelada en su sitio.

Scar sonrió.

-Todo el que quieras… Mi reina.- Dijo, y se retiró caminando hacia una cueva.

CONTINUARA…

*En la película hay una escena durante la canción “Hakuna Matata” en la que Timón, Pumba y
Simba (En ese orden), caminan por un tronco cruzando desde una superficie a la otra, en la que
muestran el proceso de crecimiento de Simba. Esta etapa en mi historia pertenece a la etapa
intermedia de Simba, entre cachorro y adulto, cuando solo posee un pequeño flequillo de melena,
y tiene un tamaño intermedio, apenas más grande que Pumba.

Ese lugar de sombras...


Sarabi tuvo pesadillas esa noche. Mufasa estaba corriendo, huyendo de algo. Ella trataba de
ayudarlo, de darle instrucciones. Corría hacia él tratando de guiarlo. Una vez que pudo alcanzarlo,
él volteó de repente, no era Mufasa, era Scar, mirándola intensamente.

-¿A dónde vas, mi reina?- Le preguntaba. De pronto todo se volvió nebulosa y Sarabi abrió los ojos.

Se hallaba en la cueva, tendida en una posición extraña. El aire fresco de la mañana le golpeaba en
la cara. Se sentía rara, todo era irreal. Pero… Se sentía emocionada. Desde que Scar le propusiera
aquella extraña cosa de ser pareja, la leona no había podido dejar de pensar en él. Caminó unos
metros por la cueva y lo vio, dormido, en una esquina. Normalmente allí se hallaba siempre, solo.
La mayoría de las leonas no quería tenerlo cerca.

Sarabi caminó hacia él y se tendió a su lado. Le temblaba su cuerpo entero de tan solo sentir el
tibio contacto del pelaje oscuro de Scar al costado de ella. No podía dejar de reconocerse que
aquel león tenía lo suyo.

Ella acercó su rostro un poco a la cabeza de Scar y empezó a lamer su negra melena muy
suavemente. Scar abrió los ojos, sorprendido, y giró la cabeza para mirarla.

-¿Sarabi?- Pregunto, clavando aquellos ojos verdes en los de ella.

Ella solo lo miró y empezó a lamer su hocico y mejillas. Le gustaba la sensación… Era tan raro todo,
pero era un nuevo mundo, no podía creer ni ella misma lo que estaba haciendo. ¿Qué dirían las
otras leonas? ¿Qué diría su amiga Sarafina? ¿O la hija de su amiga Sarafina, Nala, quien ya era una
adolescente?

Scar sonrió, cerró los ojos y siguió dormitando, pero esta vez pegando su cabeza a la cara de
Sarabi, para que ella siguiera haciendo lo que estaba haciendo. Y Sarabi temblaba, temblaba sin
parar, era como un movimiento que su cuerpo había comenzado y ella no sabía como detener.
Con cada lamida que le proporcionaba a Scar sentía una nueva sensación. Ahora al menos estaba
segura de que le gustaba.

Se pasaron la mañana juntos y el resto de las leonas comenzaban a susurrar cosas y a comentar
entre ellas. Entre todas aquellas, Nala observaba aterrada.

-No puedo creerlo.- Dijo a su madre.

Sarafina la observó.

-Déjala… A veces el amor se da de formas extrañas…

-¿Pero cómo pudo olvidar a Mufasa así como así?- Se preguntaba la inexperimentada adolescente.
-No lo ha hecho Nala, es una larga historia que algún día te contaré…- Sarafina suspiró.- Mufasa y
ella ya no estaban juntos mi amor… Parece que él tenía otros asuntos, que nosotros
desconocemos, pero ella ha llorado mucho por él… Y luego él murió… Y también Simba. La vida
para Sarabi había perdido sentido… Así que no voy a juzgarla por tratar de ser feliz.

Nala entendió el significado de aquello. Aunque le pareció mal que hayan ocultado los problemas
entre los reyes… Habría sido bueno para el reino comprender que estaba pasando… La mayoría
nunca supo que Sarabi y Mufasa tenían problemas.

-Bueno…- Dijo Nala, terminando su meditación sobre el asunto.- Me voy a buscar comida.
Ciertamente no hay mucho más aquí que comer… Algo está fallando en este reino, no creo que
Scar se dé cuenta.

-De acuerdo hija.- Dijo Sarafina.- Ten cuidado.- Agregó

Nala emprendió el viaje. Ya había ido a la mayoría de los lugares cercanos que conocía… Era hora
de desafiarse a sí misma y buscar más allá de los límites. Estaba asustada, pero sería la hora de
regresar a un lugar temido de la infancia: El Cementerio de Elefantes.

Había ido allí de pequeña con quien había sido su mejor amigo, Simba. Pero eso había sido años
atrás. Ese pequeño había muerto de niño, y ella nunca le había dicho que le gustaba. La realidad es
que le encantaba Simba y esa forma que tenía de hacer todo… Siempre aventurero, siempre así de
loco… A Nala le fascinaba, pero en ese entonces ella era chica también, y no sabía como decir ese
tipo de cosas. Para cuando quiso hacerlo, era tarde. Simba había muerto, y el corazón de Nala
junto con él.

Mientras corría hacia “El lugar de sombras” como Simba solía llamarle, recordó algunas de las
cosas que más guardaba en su corazón. El día en el cementerio, Nala corría cuesta arriba por una
colina… Y una hiena hembra casi la atrapaba… Eso habría pasado y quizá habría tenido un final
trágico, de no haber sido por Simba. El volvió sobre sus pasos, fue junto a Nala, hirió a la hiena, y
huyeron juntos. Nala jamás lo olvidaría. Recordar a Simba le hacía bien. Por más que él estuviera
muerto… La mejor manera de honrarlo sería jamás olvidarlo. Nala sabía que nunca podría amar a
nadie, su corazón estaba condenado a amarlo eternamente, aunque él fuera solo un fantasma, o
una pila de recuerdos. Su voz juguetona aún resonaba en los tímpanos de ella, la hacía sentir viva.

Se detuvo, estaba allí. Huesos por doquier, era el cementerio. Caminó varios metros y comenzó a
escuchar ruidos de hienas. No le asustaban, estaba acostumbrado a ellas, ahora vivían en el reino,
junto con las leonas y el resto de animales. Scar las había dejado invadir. Y Nala creía que en parte
ese era el motivo por el cual la comida escaseaba… Se había roto el equilibrio del reino.

-¿Qué haces aquí querida?- Preguntó Shenzy. Nala la reconoció, era esa hiena que había tratado
de lastimarla años atrás. Esta vez Nala podría aniquilarla de un zarpazo si quisiera, pero había otras
hienas, entonces ya no sonaba como una tan buena idea.

-Busco comida. Scar me envió.- Mintió.

-De acuerdo, de acuerdo.- Dijo la hiena, retirándose.

Nala se sorprendió al ver pequeños cachorritos corriendo. Cachorritos de LEON. Ella pensaba que
no había leones allí. Pero sí, eran dos pequeños leoncitos, no tenían ni la edad de Simba y ella
cuando habían ido al cementerio, eran más pequeños. Uno era oscuro, de ojos verdes, la otra era
clarita, con un flequillito simpático cayéndole por la frente. Nala sonrió al verlos corretearse
torpemente.

-Hola.- Dijo una voz a sus espaldas.

Nala volteó. Un león adolescente, más o menos como Nala, la miraba. Era oscuro, con pequeños
mechones de melena negra, aún no completamente crecida. Era desgarbado y desordenado, pero
era raro ver un león macho que no fuera Scar.

-Hola.- Respondió ella.

-Soy Nuka.- Dijo él, sonriendo torpemente.

-Yo soy Nala.- Dijo ella, sonrojándose. No estaba acostumbrada a leones machos, fin del tema.

-¿Qué haces por aquí?- Preguntó él, sorprendido.- Eres muy bonita.

Ahora sí, Nala estaba roja. La vergüenza la invadía.

-Gracias, tú… Tú también.- Dijo vergonzosa.- Y estoy aquí porque vine a buscar un poco de comida.

-Yo sé donde hay.- Dijo él.- Pero solo te la daré si paseas conmigo un rato, dí que sí, vamos, por
favor.- Agregó él rogándole con las patas.

Ella sonrió, ese león era simpático.

-De acuerdo.- Respondió ella.- Iré contigo Nuka.

CONTINUARA
Descubriendo

Nala y Nuka caminaron juntos por el cementerio, Nuka conocía cada pedacito de hueso del lugar…
Pues allí había crecido. A pesar de su apariencia un poco descuidada, el león había desarrollado
inmunidad a la suciedad, las enfermedades, el frío y cualquier cosa relacionada con lo lúgubre. El
le mostraba a Nala los lugares en los que solía jugar de pequeño.

Llegaron a una cabeza de elefante. Nala se congeló allí. Observó la calavera frente a ella, los
huesos curvos en la tierra, los ojos y la boca como tres agujeros negros, observándola. “Yo me río
del peligro”, la frase retumbó en su cabeza, un recuerdo de años atrás que ella había olvidado.
Simba caminando frente a esa calavera, cuando era un cachorrito. Un frío le corrió a Nala por la
espina.

Nuka la observaba. ¿Qué le estaría pasando por la cabeza a aquella linda leoncita? Nuka no podía
creer lo bonita que era y nunca había visto muchos leones. A pesar de que su madre, Zira, vivía en
un lugar lleno de ellos, no lo dejaba ir allí, ni a él, ni a Kovu. Solo Vitani podía ir, era la única de la
cual se sabía de la existencia en “El reino de al lado”. Nuka no le sacaba la vista de encima a Nala,
estaba embobado. Ella giró hacia él y sonrió.

-¿Estás bien?- Preguntó.

-¿Uh? Sí, sí.- Respondió él, reaccionando.- ¿Te he dicho ya que eres hermosa?- Preguntó él.
Aunque sabía bien que ya la había llamado “bonita” aquel día.
Nala sonrió.

-Jaja, sí, lo has hecho, aunque no precisamente con esa palabra.

Nuka la empujó dulcemente y salió corriendo disparado.

-¡Veamos qué tan en forma estás!- Gritó él provocándola. Nala lo miró interesada y comenzó la
persecución, hace rato no tenía diversión como aquella.

Mientras tanto, en el oasis lejano al reino, Simba hablaba con Pumba.

-Me asustaste ayer, recorrí todo el maldito lugar buscándote.


Pumba lo miró contrariado.

-Es que… Tengo algo que decirte, pero si se entera Timón estaré en problemas.

Simba lo miró y le acercó la oreja.

-Dime, dime.

-Encontré un lugar con nuevos insectos, son maravillosos… Pero es lejos, y a veces me doy una
escapada para ir a por ellos.

Simba lo miró.
-¿Qué lugar?

-Es un lugar peligroso. Timón sabe que existe, y hay leonas allí, por eso no me deja ir, dice que uno
de estos días una me va a comer.

Simba sintió curiosidad… Hacía años él no veía a nadie de su especie…

-¿Y dónde queda este lugar?- Preguntó Simba, pícaramente.

-Ah no Simba, te meterás en problemas, es mi deber protegerte, no te lo diré.

-De acuerdo, de acuerdo… Simplemente cuando quieras ir dime y yo te cubriré de Timón, ¿De
acuerdo?- Preguntó Simba, un poco enojado.
-¡Sí señor!- Afirmó Pumba.

-¿Qué se traen amigos?- Preguntó Timón, apareciendo entre unos arbustos con varios insectos.

Simba y Pumba se miraron.

-Nada.- Dijeron al unísono.

-Más les vale.- Dijo Timón.- ¿Quieren?- Preguntó mostrándoles sus gusanillos.

Simba no podía ni concentrarse, quería ver ese lugar del que Pumba le hablaba. Y tenía que
encontrar la forma de ir. Despacio, se acercó al oído del jabalí.
-¿Por qué no vas a por tus insectos exóticos y sorprendemos a Timón? Nunca esperará que
encuentres algo tan raro.

Pumba sonrió, cómplice.

-Claro, cúbreme, fíjate que no venga.

Simba asintió con la cabeza, pero en vez de quedarse a vigilar, siguió a Pumba sin hacer ruido. Lo
vio correr por entre los árboles y luego desaparecer bajo unas raíces en la tierra. Simba se metió
sin dudarlo. El jabalí corría por una parte desértica con pastizales altos y el león no perdió el
tiempo, se echó a correr detrás, estaba emocionado. No era realmente tan lejos, un par de horas
de trote controlado y Simba divisó una espesa jungla, en la cual al adentrarse, se abría un espacio
enorme, oasis. Había leonas por doquier. Simba se escondió. Leonas de todos colores desfilaban
por allí.

-¿Intruso?- Preguntó una leona oscura, al lado de Simba.

Simba se sobresaltó.
-¡Casi me matas de un susto!

-Shhh. ¿De dónde eres?- Preguntó ella.

-De muy lejos, no soy de aquí.

-Yo tampoco soy de aquí.

-¿Cómo te llamas?

-Galia.- Dijo ella, sonriendo.


-¿Y qué haces aquí si no eres de aquí?- Preguntó él, interesado.

-Solía pertenecer aquí. Pero cuando el nuevo rey tomó el poder, exilió a todos los leones machos,
y yo para ese entonces era una cachorrita, y no pensaba abandonar a mi padre… Así que me
marché con él.

-¿Aquí hay un rey?

-Como en todo reino, supongo.- Contestó ella, con cierto dejo de tristeza.

Simba la observó. Ella estaba pensativa.

-¿Te sucede algo?


-Esas solían ser mis amigas de la infancia.- Dijo ella señalando con una pata a un grupo de tres
leonas. Éramos las cuatro loquitas.

-¡Galia!- Se escuchó que gritaba alguien desde afuera de la jungla.

Simba y Galia giraron y se dirigieron hacia la voz. Un león oscuro, enorme, con gran melena
marrón oscura, y un gran flequillo cayendo sobre un ojo, los miraba. Tenía un arito en una de sus
orejas.

-¿Quién es él? ¿Acaso hay machos en el reino de nuevo?- Preguntó el león, majestuoso.

-No papá, él no es de aquí.

El león lo miró.
-Soy Renu, un gusto en conocerte.

CONTINUARA

La manada de machos

Simba miró a Renu.

-Ho… Hola.- Dijo, balbuceando ante la superioridad que aquel león marcaba. Era un león macho
adulto, enorme. Era más adulto de lo que Mufasa sería en ese momento, si estuviera vivo.

-¿Estás perdido? ¿Dónde vives?- Preguntó Renu.

-Ahmm…- Simba no sabía si sería bueno decirles… No confiaba en aquellos leones y no quería
poner a Timón y Pumba en peligro.-… Soy un león solitario.- Respondió.

-Puedes unirte a nosotros, somos solo cinco, cuatro machos desterrados y mi hija, Galia. Eramos
más pero muchos murieron por falta de comida, no tenemos un terreno abundante de comida y
no pertenecemos a ningún sitio, nos movemos permanentemente. Soy el guía del grupo, no
tenemos rey.

Simba sintió mucha tentación de unirse, pero él ya tenía a sus amigos, quienes le habían salvado la
vida. Aunque… No tenían por qué saber. Su espíritu aventurero golpeaba a la puerta, Y Simba no
podía negársele.

-¡Claro!- Respondió, entusiasmado.

Los tres leones caminaron por un rato, hasta un claro con un lago. Tres leones machos se lanzaron
hacia Simba, quien se escondió de un salto detrás de Renu.

-Tranquilos.- Dijo Renu.- El pertenece aquí ahora.

-Pero…- Comenzó uno de los leones.

-¡Silencio, Dalfo!- Gritó Renu.


-Con su permiso, Renu… Apenas logramos reunir comida para nosotros cinco.- Dijo otro de los
leones, en tono de queja.

-Somos machos, no nos dedicamos a la caza… Ese es el trabajo de Galia.- Dijo el tercero, un joven
león opaco.

-¿Y no lo hago bastante bien?- Dijo ella, frotándose contra el joven león. Simba intuyó que era la
pareja, pues Renu miró disgustado.

-No hagan eso frente a mí… Es mi hija.- Dijo.

-Papá… No seas así.- Le replicó ella.

Luego de las introducciones, Simba ya reconocía a los leones. Renu era el mayor y padre de Galia,
la única hembra. Era el líder y era súper imponente. A Simba le recordaba mucho a su padre la
actitud que adoptaba frente a muchas cosas. El segundo se llamaba Indio, era claro, más claro que
Simba, con mucha melena de un color marrón claro, más claro que el de Simba también. El tercero
era Dalfo, había estado con una hembra en su antiguo reino y aún la amaba, siempre se veía triste
y de mal humor. Y por último, Jared, el más joven, oscuro, muy oscuro, más que Renu. Y con una
melena del mismo color que su pelaje. Era el novio de Galia, el más bromista pero también el que
más marcaba territorio alrededor de la leona, al parecer y por lo que Simba escuchaba, Indio
quería ser pareja de Galia, y entre él y Jared ya había habido varias peleas fuertes. Delfo no estaba
interesado pues estaba enamorado de otra, y Renu era el padre, así que menos.

Simba reconocía que la leona era exótica, linda, traviesa, divertida. Sinceramente, lo tenía todo.
Pero había algo raro en ella. Cada vez que lo miraba, le hacía algún gesto. Simba no sabía que
significaban aquellos, pero no se le acercaba mucho, pues Jared siempre andaba vigilándola.

-¿Qué haces?- le preguntó Galia a Simba.

-Solo me maravillo con todo esto… Hace mucho no veo a ningún león.- Dijo él.

-¿Y te gusta lo que ves?- Le preguntó ella.

-Obvio, es maravilloso.- Respondió él, mirando el paisaje y a los leones corriendo, jugando entre
ellos.

-No tonto.- Dijo ella riendo y poniéndose a centímetros de la cara de Simba.- ¿Te gusta lo que ves?

Simba se puso colorado.


-Ehhh, uh… Sí, sí, claro.- Dijo, estupidizado.

Jared corrió hacia ellos.

-¿Qué hacen aquí solos?- Preguntó, mirando a Simba con desconfianza.

-Hablábamos de ti.- Dijo ella frotándose contra Jared, haciéndolo reír. Simba frunció el ceño. Por
algún motivo le había molestado que ella se mostrara cariñosa con Jared. Era el novio sí, pero le
había gustado el jueguito con el que venían hasta hacia unos minutos.

-Ok, me quedo tranquilo.- Dijo él, y corrió hacia Indio y Dalfo, para seguir con lo que hacían, algún
juego de perseguirse y morderse. Parecía entretenido.

-Hey, sígueme.- Le dijo ella a Simba, y se metió en el bosque. Simba se quedó confundido, pero la
siguió, ciertamente todo eso lo excitaba.

Caminó un rato sin poder encontrarla, el bosque era espeso y había demasiados árboles. De
repente, ella salió de entre dos árboles y se acercó a él, seductora. Simba se sintió invadido
cuando ella estaba demasiado cerca de él, y mucho más cuando empezó a lamerlo. El se dejó
llevar por lo que sentía, y comenzó a lamerla también. Cómo le gustaba la sensación. El pecho le
estaba por explotar. Ella lo empujó y los dos rodaron por una pequeña colina, y ella cayó sobre él.
Simba no pudo controlar sus pensamientos cuando sintió la lengua de Galia en su miembro. Este
creció rápidamente.

-¿Qué haces?- Preguntó él, mirándola atónito.

-¿Qué crees que hago?- Preguntó ella, observándolo con esa mirada.

-Me estás lamiendo mi…- Comenzó él, nervioso.

-Sí.- Lo interrumpió ella, riendo y continuando. Pasaba su lengua haciendo presión sobre el pene
de Simba.

Simba la miraba hacer, pero no decía nada, solo se sentía enloquecer. Sentía unas ganas
desmesuradas de aparearse, la quería debajo de él. Nunca había sentido nada así.

Ella se detuvo y se levantó, caminando cerca de él y poniendo su vulva húmeda cerca de la cara de
Simba. Ahora sí, él enloqueció, el aroma proveniente de allí lo hizo actuar sin pensar. Lamió con
ganas un par de veces la vagina de Galia y luego se paró, para saltar sobre ella.

Ella se acomodó debajo de él. Levantando la cola.


Simba estaba desesperado tratando de meter su miembro en ella, pero no lo lograba. Apretó sus
garras contra los costados de ella, acomodándola. Y cuando estaba en la desesperación absoluta,
lo logró. Sintió como la invadía. Se metió tan duramente en ella, que ella rugió.

-Despacio.- Se quejó ella.

-Tú te lo buscaste.- Le dijo él, sin frenar el movimiento. Estaba atontadísimo por lo que sentía. Se
metía una y otra vez en ella, yendo hacia delante y hacia atrás frenéticamente.

-Mmm, me gusta.- Decía ella entre pequeños rugidos.

Simba no daba crédito a lo que oía, ni mucho menos a lo que estaba sucediendo. Si había algo que
no había imaginado cuando hablaba con Pumba, era aquello.

Simba no quería parar, se negaba, la sensación era demasiado indescriptible. La tenía para él, le
encantaba invadirla y llenarla de él.

-Simba, qué fuerte eres.- Decía ella, haciendo movimientos para pegársele más y que Simba
pudiera hundirse más en ella.

-Tú eres mía. ¿Qué voy a hacer? ¡No voy a soportar que estés con Jared!

Ella rió. Simba se apretó contra ella, Dios, qué sensación.

-Jared ni siquiera me conoce, no tiene idea de lo que hago.- Respondió ella.

-¿Te gusta? ¿Me sientes?- Preguntaba Simba desesperado, embistiendo fuerte contra ella.

-Claro que te siento, por supuesto. Y me encanta Simba, me encanta.

Simba no pudo más, acabó en ella. Y saltó a un costado, aún confundido. Ella lo miró.

-No hace falta que te diga que esto es un secreto absoluto y no puedes decir ni una palabra al
respecto, ¿Verdad?

Simba la miró molesto.

-Pero…

Ella lo interrumpió.

-Si quieres repetir esto y que te bese y que puedas meterte en mí, tendrás que guardar el secreto,
o les diré a todos que trataste de violarme y te asesinarán.

Simba abrió la boca, consternado.

-¿Qué? Ah mira tú que inteligente… Eres una maldita. ¿Se supone que te vea besarte con el otro
bobo y me quede tan solo así? ¿Sin decir nada?

-Sí.- Contestó ella, riendo.- Exactamente eso es lo que harás.

Simba se dio media vuelta y salió corriendo. Era una embaucadora… A él le gustaba ella… Mucho,
pero ella lo estaba poniendo en una situación intolerable para él. ¿Qué pasaría con el tiempo, si se
enamoraban? ¿Aún así él tendría que verla con otros machos? Simba no quería ni pensarlo. Así
que solo se dedicó a recordar todo lo que sí le gustó de ese encuentro.

Mientras tanto, en el reino, Scar se acercaba a Sarabi por primera vez después de que habían
pasado la mañana juntos.

-Vaya… Vaya… Debo decir que me has sorprendido.- Dijo él, con malicia.

Ella tembló, él apareció por su espalda y ella jamás lo esperó. Volteó y allí estaba, parado frente a
ella.

-¿Ah sí?- Preguntó ella, aún temblando.

-¿Me extrañabas? ¿Es por eso que viniste a besarme?- Preguntó él, con una sonrisa imborrable.

Sarabi nos sabía qué contestar, así que no dijo nada. La presencia de Scar la hacía sentir débil. El se
acercó a ella y la miró frente a frente. Le mantuvo la mirada firme, ella temblaba, indudablemente,
mientras trataba también de hacerle frente a esos penetrantes ojos que la examinaban.

-Bésame ahora, a ver si puedes.

Sarabi tembló aún más.

-¿Aho… Ahor… Ahora?- Preguntó, apenas le salía la voz.

-Sí, ahora.- Contestó él sonriendo, sin quitarle la vista de encima.

Sarabi miró alrededor, varias leonas dejaron de charlar entre ellas solo para ver lo que ocurría.
Sarabi miró el piso cuando ya no pudo mantenerle la vista a Scar. Se acercó a él con la cabeza
gacha y lamió su mejilla y luego le apoyó la cabeza en el cuello mientras le hablaba al oído.
-No me hagas esto frente a todas ellas, por favor. Ya sabes que me gustas, no hay necesidad de
que me tortures.- Le dijo en secreto.

-¿Por qué no me dices en voz alta, Sarabi?- Preguntó Scar casi gritando, para que todas lo oyeran.-
¿Me estabas diciendo que te gusto? Discúlpame es que no te entendí bien.

Ella lo miró con los ojos bien abiertos, suplicante.

-Sí, me gustas.- Dijo ella, esta vez sin susurrar.

Scar miró a todas las leonas.

-Les presento a mi pareja, Sarabi, su reina.- Dijo, en voz alta.

Sarabi no se atrevió a darse la vuelta para ver la reacción de todas, solo se mantuvo allí, sintiendo
que se venían tiempos difíciles.

CONTINUARA

Heridas del pasado

Simba había caminado mucho rato aquel día, pensando en lo sucedido. Decidió que no volvería
aún con Timón y Pumba. Todo aquello de estar con leones estaba entretenido para él, extrañaba
lo que se sentía rodearse de los suyos.

Volvió unas horas más tarde y se tiró en los pastizales cercanos a donde los otros leones estaban,
para dormir una siesta. Sus ojos no tardaron en cerrarse, cansados. Durmió y soñó. Era un
cachorro, corría entre los ñus, un león enorme lo tomaba del pelaje de la espalda, su padre. Simba
había bloqueado prácticamente todo lo relacionado a su pasado. El dolor que había sentido lo
había hecho olvidar y cerrar aquella etapa. Jamás recordaba a su padre o nadie relacionado con su
antiguo reino.

En el sueño Mufasa ponía a Simba a salvo, y Simba al ver que los ñus arrojaban a su padre al suelo,
corría para ver mejor. Llegaba a la cima de la montaña y veía a Mufasa tratando de afirmarse en
tierra. El pequeño jalaba del pelaje de su padre, ayudándolo a subir. Estaban a salvo. Simba
sonreía y Mufasa lo abrazaba, mientras caía exhausto al pie de la roca. Dormían juntos y luego
regresaban a casa. “De todas formas, nos hubiéramos enterado de alguna otra forma.” ¿Qué era
eso? ¿Parte de su sueño? No… Simba estaba entre dormido y escuchaba voces.
-Sí, lo sé, ese tipo de secretos tan grandes no se pueden esconder por tanto tiempo… Y
sinceramente yo me la creí toda la historia…- Decía Renu, a unos metros de Simba.

-Yo también… La verdad no había mucha historia, apenas decía poco y nada sobre su pasado o
sobre su verdadero hogar, es decir, de dónde venía en realidad.- Conversaba Dalfo. Parecía que
estaban hablando de algún suceso del pasado.

-Qué maldito que fue… Yo era el vocero… Para ese momento éramos más jóvenes. Yo estoy
empezando a ponerme viejo.- Se lamentaba Renu.

-Gracias a él pasó todo lo que pasó, el hermano vino, nos echó, nos fuimos… Comemos poco,
sobrevivimos el día a día.- Se quejaba Dalfo.

-No, yo creo que el hermano más bien tomó la oportunidad que se le abría... Creo que la mayoría
de leones que conocí en mi vida habría hecho lo mismo.- Le decía Renu.

-¡Estúpido Mufasa!... Si hubiera sabido lo habría matado ahí mismo, cuando apareció.- Dijo
enojado Dalfo. Pero para ese momento Simba ya no prestaba atención a la conversación. Abrió los
ojos de golpe y se sentó, girando hacia ellos. Sus ojos estaban clavados en Dalfo.

-¿Qué dijiste?- Preguntó, fríamente.

-Nada… Algo sobre nuestro antiguo rey.- Contestó Dalfo.- Creí que estabas dormido, por cierto.

-¿Tu antiguo rey se llamaba Mufasa?- Preguntó Simba.

-Sí, ¿Por qué?- Preguntó Dalfo mirándolo. Renu también lo miraba.

-Mi padre se llamaba Mufasa.- Dijo Simba, mirándolos.

Renu y Dalfo se miraron.

-¿¡Qué!?- Dijeron, juntos, volviendo a mirar a Simba.

-¡Eres parecido!- Exclamó Renu caminándole alrededor.

-¡Sí! Y su hermano dijo que él tenía un hijo en su otro reino.- Agregó Dalfo.

-¿Tú tío es Scar?- Preguntó Renu.

-Sí.- Contestó Simba, mirándolos sin enteder.


Renu y Dalfo lo miraron una vez más, atónito.

-¡ERES EL REY!- Gritó Renu.- ¡No tu tío!

Simba lo miró y abrió la boca grande.

-¿Eh? ¿Rey de qué? No, yo no soy rey. Escapé, y no voy a volver.

-¡Eres rey de ambos reinos!- Exclamó Renu.

-¡Puedes hacernos volver al reino!- Agregó gritando Dalfo.

Simba los miró.

-Están locos. ¡Están locos! Yo no soy rey de nada. No tengo un reino, mucho menos dos. Y mi
padre tampoco los tenía. Solo tenía uno, y murió, por mi culpa. ¡Murió por mi culpa! ¿¡Y ustedes
quieren que vuelva y sea rey!? ¡Están locos!- Simba salió corriendo, alejándose de ellos.

Renu miró a Dalfo.

-Scar nos había dicho que él mismo se encargó de Mufasa… ¿Cómo es que de pronto es culpa del
chico?

Los dos se quedaron pensativos.

Galia vio a Simba salir del perímetro y comenzó a seguirlo.

-¡Simba! ¡Simba!

Simba no se detuvo, ni pensaba hacerlo. Se iría con sus amigos, a los que jamás tendría que haber
dejado. Todos eran iguales, todos querían lo mismo, solo pensaban en ellos. ¿Cómo demonios
conocían a su padre? No le importaba, su padre estaba muerto, no volvería. Nada de aquello
volvería. El era libre, y eso no cambiaría.

Galia lo alcanzó, y se le cruzó por delante.

-Soy rápida, cazo todos los días.- Dijo ella, sonriendo.

-¡APARTATE DE MI CAMINO!- Gritó Simba, con mirada amenazante.

Galia se asustó, pero no se movió.


-¿Qué sucede? ¿Vas a dejarme?- Preguntó, victimizándose.

-¿¡Te crees que soy estúpido!? ¡Tú ya tienes un novio! Yo no comparto con otros, ¡Deja de jugar
conmigo! ¡No te lo permito! Y si no quieres que vaya ahora mismo y le diga a tu amorcito lo que
has estado haciendo, córrete de mi camino ahora mismo y no vuelvas a hablarme JAMAS.

Galia lo miró, Simba expresaba odio en sus ojos. Ella se corrió del medio, y Simba corrió, sin mirar
atrás. Adiós estúpidos leones. ¿Quién los necesitaba?

Mientras, en el reino, Nala se preparaba para su cuarto viaje al cementerio. Ya había ido varias
veces, por lapsos cortos de tiempo, así nadie sospecharía. No encontraba mucha comida, solo un
poco, lo que Nuka la ayudaba a encontrar, ya que él conocía bien aquel lugar.

Scar se acercó a ella.

-¿A dónde vas, Nala?- Preguntó, haciéndose el tonto.

-A buscar alimento, su majestad.- Dijo ella sin mirarlo.

-Tráeme algo bueno, ¿De acuerdo?- preguntó él.

Ella revoleó los ojos.

-Sí señor.

Sin decir más, se largó. El camino le parecía cada vez más corto, quizá porque le había perdido el
miedo al lugar, y era como su escape de la prisión en la que el reino se había convertido. Nuka la
esperaba en la entrada, como las dos últimas veces.

-Buen día, preciosa.- Dijo él.

Nala se sonrojó, como siempre.

-Buen día, Nuka. ¿Qué cazaremos hoy?- Preguntó, entusiasmada.

-Bueno, pensaba que algunos peces. Hay un lago cerca de aquí… Te enseñaré, sígueme. Los dos
corrieron entre los huesos hasta llegar al lago, era oscuro y parecía que el agua estaba medio
podrida. Pero para sorpresa de Nala, había peces allí, ella los podía ver. Mientras ella trataba de
cazarlos torpemente, Nuka la miraba de costado, podía ver el perfil de la leona concentrada. Nuka
se estaba enamorando de ella, él lo sabía, pero ella no mostraba ninguna señal de interés en él. Y
para él estaba empezando a volverse vital pasar más tiempo con ella, mirarla, hablarle, verla…
Besarla… Aunque no lo había podido hacer nunca, a veces moría de deseos.
Nala lo miró, mostrándole un pez en sus patas y sonriendo. Nuka casi se derrite.

-¡Bien hecho Nalita!- Exclamó. Ella sonrió.

-Y lo hice yo sola. Sin tu ayuda, lalala.- Dijo ella, burlona.

Nuka se le acercó y la abrazó, frotando su cuello con el de ella. Nala se quedó quieta en el lugar.

-Uh… Nuka, ¿Qué haces?

-Solo quería decirte que te quiero.

Nala se corrió a un costado.

-Lo siento, Nuka, lo siento, no lo tomes a mal, pero yo estoy enamorada de alguien más.

Nuka sintió que se le caía el corazón al piso.

-¿De… Alguien… Más?- Preguntó.

Ella asintió, muy segura de lo que decía.

-¿De quién?- Preguntó él.

-Se llamaba Simba.- Dijo ella, sonriendo y recordando el rostro de su leoncito.

Nuka la miro, pensativo.

-¿Se llamaba?

-Sí, murió años atrás.- Dijo ella, aún sonriendo.

-Pero…- Comenzó él, tratando de entender.-… No me mal interpretes… pero si murió años atrás,
¿Cómo es que lo amas?

-Porque siempre lo amaré.- Dijo ella.- ¿Nunca has escuchado la frase “El amor es eterno”? Es algo
que yo aprendí. Cuando te enamoras por primera vez, ya no hay vuelta atrás… He visto y oído de
casos en los que no es así… Mi teoría para ellos es que entonces no era verdadero amor.- Explicó
ella, sonriendo.

Nuka la miró. Si las cosas eran como ella decía y el verdadero amor era el primero y único real,
entonces él estaba arruinado por el resto de la existencia. Amaba a una leona que a su vez amaba
a un león muerto. Qué suerte la suya. No sabía si reír o llorar.

Ella lo miró.

-¿Te he ofendido? No quise rechazarte, es que… Le pertenezco a él. Si bien él no lo sabe, porque
era un niño cuando murió, mis recuerdos de nosotros juntos son la única prueba que yo necesito
de nuestro verdadero amor. La forma en que jugábamos y nos divertíamos, sin problemas, sin
falsedades… ¿Hay acaso una forma más pura de amor?

Nuka la miraba, cada cosa que ella decía era una obra de arte. Y era definitivo, él estaba perdido
en sus ojos. No podría olvidarla jamás… Incluso si ella muriera… A lo mejor ella sí estaba en lo
cierto al decir eso. ¿Cómo podía estar pasándole a él?

CONTINUARA

Descendencia oculta

Simba estaba tan enfadado con todo el mundo, que no tardó demasiado en correr toda la
distancia que lo había separado de Timón y Pumba. Los halló a ambos dormidos bajo la sombra de
un árbol.

-Muchachos.- Dijo, ya más tranquilo.

Timón abrió un ojo, y al reconocer a su amigo, pegó un salto.

-¡Simba!- Exclamó, abrazándole la pata.- ¿¡Dónde habías estado!? ¿Es que acaso tú quieres
asesinar a tu amigo de un infarto?

Simba rió ante aquella exageración.

-Jaja, no. Yo solo, fui a investigar.

-Podrías avisarnos de tus investigaciones. ¿No es cierto?- Preguntó Timón, alterado.

Simba asintió.

-Tienes razón… Fue mi culpa. No debí irme así.- Contestó Simba, sintiéndose un poco mal de
pronto. Pero se acostó junto a Pumba, sintiendo que el cansancio le ganaba.
Timón pareció no querer torturarlo más con retos, y los tres dormitaron por el resto de la mañana.

Mientras en el reino, Nala llegaba de madrugada, y Sarabi la veía, estando un poco entre dormida,
se acercó a ella.

-¿No te parece que estás volviendo en horarios un poco raros?

Nala la miró molesta.

-¿A ti qué te incumbe?

Sarabi frunció el cejo.

-Es solo que veo que te vas mucho tiempo, vuelves tarde…

-Y traigo comida.- La interrumpió Nala enojada, mostrándole la pila de pescado que traía
arrastrando en una hoja de palmera.

Sarabi miró la montaña de comida, sorprendida.

-Veo que te perdiste esa parte porque estabas ocupada a los besos con el rey, ¿Cierto?- Preguntó
Nala, sin quitarle los ojos de encima.

Sarabi le dio la espalda y se retiró. Entró en la cueva y se acercó a Scar. Acto seguido se recostó a
su lado, acariciándole el costado del cuerpo rozándolo con su cabeza. Scar se dio la vuelta y
olfateó la vagina de Sarabi, esta se levantó y dio varios pasos atrás automáticamente. Scar la miró
con recelo.

-¿Qué haces?- Preguntó.

-No estoy lista para eso.- Respondió ella, a la defensiva.

-Tú eres mi hembra y YO, soy tu REY. Es tu deber satisfacerme.

Sarabi negó con la cabeza.

-No lo haré hasta que esté lista.

-Entonces sufrirás las consecuencias.- Respondió él, presa de la ira.

-¿Qué puedo perder? Ya no tengo nada.- Dijo ella, y en verdad estaba en lo cierto.
-Perfecto, entonces estás desterrada, vete a vivir a otro sitio.- Dijo él hecho una furia.- Yo soy el
rey, y tú, al igual que todo el resto, obedeces mis órdenes.

Sarabi lo miró aterrada, pero no se movió.

-¿Entonces te quedas?- Preguntó él.

Ella no se movió ni dijo nada. Scar se acercó a ella y comenzó a lamer su vagina. Sarabi lo dejaba
hacerlo, tratando de no sentir, pero era casi imposible.

-Vamos a hacer esto rápido.- Dijo él, saltando por la espalda de Sarabi y clavando sus garras a los
costados de ella, haciéndola rugir.

-¡Estás lastimándome Scar!- Gritó ella.

-No me importa.- Dijo él.- Se hace lo que yo digo. Tú me sentirás, voy a abrirte toda y tú dejarás a
tu rey poseerte.- Sarabi no dijo nada, sentía las garras filosas de Scar a los lados. Este se acomodó
para penetrarla.

-Ahí te va, disfrútalo.- Dijo él, presionando lentamente contra ella, haciendo entrar la cabeza de su
miembro en la vulva de Sarabi. Ella cerró los ojos, sintiendo el pene caliente y duro dentro de ella,
presionando.

El rey presionó más, metiendo lo que faltaba. Ella se estremeció y su cuerpo tembló. Tironeó para
el lado contrario, tratando de quitárselo. Scar apretó más los lados de Sarabi.

-Quietita Sarabi, deja que tu rey te abra, vamos.- Dijo él de la forma más desagradable que pudo.
Comenzó un movimiento de vaivén rápido y fuerte, golpeando contra ella en cada embestida,
haciéndola rugir. Sarabi empezó a sentir placer, inevitablemente, lo cierto era que le gustaba
mucho Scar, por más que fuera indomable. El siguió penetrándola por un buen rato, y ella
comenzó a ayudarlo más y moverse como a él le diera más placer.

Sarabi creyó que no volvería a sentir esa sensación de ser poseída por un macho después de que
se separara de Mufasa, ya que no había muchos machos allí, por no decir ninguno. Pero ahora que
volvía a sentir la sensación, se daba cuenta de cuanto la extrañaba y cuanto le gustaba. El pene
caliente de Scar la abría sin descanso, abriéndose paso por dentro de ella una y otra vez. Y ella lo
sentía, lo sentía durísimo, poseyéndola.

Al final, él se vino dentro de ella, haciéndola sentir caliente en su interior. Ella suspiró con placer,
mientras él se deslizaba fuera de ella, liberándola. A Sarabi le daba cada vez más miedo Scar, y lo
dominante que podía ser en todo sentido.
El la rodeó y la miró a la cara, ella sentía vergüenza.

-Parece que te ha gustado mucho.- Dijo él, sonriendo con malicia.

Ella asintió con la cabeza, sin hablar.

-No vuelvas a querer pasar por arriba de mis órdenes, Sarabi.- Dijo él, ahora serio.- Tú eres mi
hembra y tienes que asumir tu rol como tal.- Agregó.

Ella asintió por segunda vez y él se retiró, dejándola sola.

Mientras tanto en el oasis, Simba recolectaba insectos para esa noche, pero se sorprendió cuando
vio la cara de Galia frente a él.

-¿¡Qué demonios haces aquí!? ¿Cómo me encontraste?- Preguntó él, mirándola.

-Te he buscado por todos lados. ¿Cómo pudiste simplemente dejarme?

-Yo no te dejé, tú tienes un novio, yo no soy nada tuyo.

-Dejé a Jared, y de todas formas, de novio solo tenía el título. Pues yo no andaba solo con él.
Estaba siendo compartida por todos menos por mi padre, por supuesto. Jared, Indio, Dalfo y tú me
han poseído en diferentes ocasiones.

Simba sintió asco.

-¡Ya lárgate! No quiero verte.

La leona lo miró, era linda y su pelaje oscuro era raro de ver en una hembra.

-Dejé a mi padre y a los leones solo para buscarte a ti, Simba. Dame una oportunidad, no tendrás
que compartirme.

Simba meditó unos momentos.

-Lo pensaré, ahora quiero que te vayas.- Dijo, sin rodeos. Ella echó a correr, contenta de que al
menos quizá conseguiría una segunda oportunidad.

Nala llegaba al cementerio, Nuka no le esperaba como siempre, y ella se sintió triste, pero más
sorprendida que triste.
Caminó por el lugar hasta encontrar a los cachorritos jugando. Los observó. La miraron y siguieron
jugando, al parecer aún no hablaban. Nala se sentó junto a ellos para luego dejarse caer
respaldándose en una montaña de huesos. No sabía qué hacer sin Nuka, se había vuelto una parte
vital de su supervivencia. La hacía sentir bien con todos sus halagos y enseñanzas acerca de la
caza. Ahora que no estaba y que ella no tenía idea de dónde encontrarlo, se sentía un poco vacía.

Pasaron horas hasta que él apareció. Nala sonrió instintivamente y se acercó a él.

-Me abandonaste.- Dijo, sonriendo.

Nuka no la miró.

-No deberías venir más.- Dijo, seco, aún sin mirarla.

Nala lo analizó. El parecía cambiado, estaba completamente serio y no parecía ser el mismo león
que el día anterior. Ella sabía que rechazarlo no había sido bueno ¿Pero qué podía hacer? La
realidad es que ella pensaba en Simba casi todo el tiempo… También había otra realidad en aquel
asunto. Ella no podría vivir de sueños para siempre. Simba estaba muerto, y por más que ella lo
amara hasta la muerte, él no volvería. ¿Acaso ella nunca tendría descendencia? ¿Nunca podría
formar una familia? Estas preguntas empezaron a lastimarla en su interior. Y otra cosa era… Ahora
que ella no había tenido a Nuka por un instante, se había sentido realmente mal, no había forma
de describir aquel vacío en su pecho, que se había apoderado de ella durante esas largas horas.
Nala volvió a mirar a Nuka luego de pensar por un rato.

-¿De verdad quieres que me largue para siempre Nuka? Porque puedo hacerlo. No sé qué hice
para merecer este trato.- Explicó la leona.

Nuka la miró con desprecio, y a Nala le pareció reconocer esos gestos de alguna parte, el modo en
que movió sus cejas, sus rasgos, todo se junto en su cabeza como un rompecabezas y Nala abrió
los ojos grandes como dos bolas y su boca casi se cae de lo mucho que la abrió.

-¡Te pareces a Scar!- Gritó, sin darse cuenta.

Nuka la miró.

-Soy su hijo, sería raro si no me pareciera.- Dijo, algo sorprendido.

Nala lo miró y caminó alrededor del león, sin quitarle los ojos de encima.

-No puedo creerlo, ¿Por qué no dijiste nada?

-Nunca me lo preguntaste… Y además, creí que lo sabías, es decir, mi padre es tu rey. ¿Acaso no
sabes nada sobre tu propio rey?

-No mucho.- Se sinceró Nala.

Ahora Nala se preguntaba si Sarabi sabía todo aquello. Es decir, Scar tenía un hijo de otra leona y
al menos ella no lo sabía, por qué habría de saberlo la pareja de Scar… Nala se quedó dura por un
minuto. ¡Los cachorros! ¿De dónde provenían?

-¿¡Quiénes son los padres de los pequeños!?- Preguntó Nala, atolondrada.

Nuka miró a los bebés.

-Son mis hermanos, Kovu y Vitani. ¿Por qué?

Nala no podía creer lo que oía.

-Debo volver al reino, tengo algunas cosas que hacer.- Dijo Nala, y corrió lo más rápido que pudo,
dejando una vez más a Nuka en la total incertidumbre.

CONTINUARA.

Prisionera

Luego de una larga carrera al reino, Nala llegó a la cueva de la roca. Pasó en silencio entre las
leonas dormidas y se acercó a Sarabi. Acto seguido le murmuró al oído.

-Necesito hablar contigo.

Sarabi entre abrió los ojos y la siguió. Una vez fuera de la cueva Sarabi miró a Nala.

-Nala, te escucho.

-Mira, sé que no tenemos una buena relación, tú y yo pensamos muy distinto en algunas cosas y
comprendo eso, pero mi bondad interior me lleva a que te comunique esto… Scar tiene hijos,
mejor dicho, tiene tres hijos.
Sarabi abrió los ojos enormes.

-¿Qué me estás diciendo? ¿Es esto un chiste? No puedes odiarme tanto como para inventar
semejante cosa.

Nala abrió la boca, sorprendida.

-¡No es un maldito invento! Es la verdad, Scar tiene tres hijos, Nuka, Kovu y Vitani.

-¿Dónde están?- Preguntó Sarabi, sin creerle. Nala no pudo seguir hablando, ella había ido al
cementerio diciendo que iba a buscar comida… La verdad es que Sarabi le diría a Scar y
probablemente ella no sería capaz de dejar el reino nunca más.

-Uhm… No nada, eres una tonta si lo has creído, jaja.- Dijo Nala, y salió corriendo, sintiéndose
estúpida y confusa. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué abría de importarle si Scar le prohibía dejar el reino?
Acaso… ¿Nuka? Pues sí, esa era la respuesta que la invadía. Nuka, inconscientemente ella había
estado pensando en aquel león más de lo que habría querido. Ella estaba segura que amaba a
Simba, ¿Qué era lo que estaba pasando? No tenía la menor idea, pero tan solo pensar en no ver
más a Nuka, la ponía loca.

Sarabi, por su parte, se dirigía hecha una fiera a Scar.

-Estoy cansada de Nala.

Scar volteó y la miró.

-¿Qué hizo ahora?- Preguntó, queriendo saberlo todo, como era de esperarse.
-Vino a mí con este chiste estúpido de que tú tienes tres hijos, Nuka y no sé quienes más, y luego
dijo que era todo un invento. ¿No he sufrido suficiente como para que quieran arruinarme
también lo único que tengo ahora? ¡Tú sabes como fue perder a Mufasa y a Simba! ¡Tú bien lo
sabes! Eran tu hermano y sobrino, no merezco más de esto… Dijo, sollozando.

Scar la miró.

-Por supuesto, por supuesto… No me recuerdes a mi hermano y al pequeño Simba, no quiero


ponerme melancólico… Tú sabes, cosas de familia. En cuanto a Nala, tendré que ponerle algunos
límites porque tienes razón en que está yendo muy lejos.

Sin decir más, Scar se retiró de la cueva y dirigió a Nala.

-Mi querida…- Dijo rodeándola.

-¿Ahora qué Scar?- Dijo ella, ya harta del control que el rey ejercía sobre ella.

-¿Cómo es que te atreves a hablarme de esa manera?- Preguntó él, mirándola como si fuera una
carnada viva. Nala notó su error.

-Lo siento, su majestad.- Dijo, con voz baja.

-Así me gusta… Ahora, hay un tema que quería hablar contigo. ¿Quién es Nuka?

Nala lo miró.

-Tu hijo.
-Yo no tengo hijos Nala. Hay dos opciones dentro de esta ecuación… La primera es que has visto
leones que no pertenecen a este reino, y los has visto cerca… Por lo que tendré que mandarlos a
matar, y la segunda es que estás alucinando, por lo cual podrías quedar encerrada en el reino sin
permisos de salir ya más.

Nala pensó en su interior. Nuka le había mentido, no era hijo de Scar, ni siquiera pertenecía al
reino y quizá la estaba usando para meterse en el mismo. ¿Cómo había podido ser tan tonta? Pero
si decía que de verdad los había visto, esos dos cachorritos y Nuka serían asesinados… Por el otro
lado, aceptar que estaba alucinando, lo cual no era cierto, sería permanecer en el reino por
siempre, sin posibilidades de conocer machos, de formar una familia, de conocer el mundo, de
cazar ya más. Nala se hallaba frente a una difícil decisión.

-Creo que estoy alucinando…- Dijo.- No creo que esos leones en verdad existan.- Agregó con
tristeza.

-Bien… Ahora vete a la cueva y no vuelvas a acercarte a Sarabi.

Nala obedeció, casi al borde del llanto, no volvería a ver a Nuka.

Scar se acercó a un grupo de hienas.

-La vigilan, día y noche, todo el tiempo, todas las horas. Ella conoce a mis hijos y solo hay dos
maneras de que eso haya podido pasar. O ella salió de aquí y se acercó al cementerio, o esos
endemoniados críos han estado viniendo al reino.

Las hienas salieron trotando para vigilar a Nala de cerca, y Scar emprendió el trote al cementerio.
Una vez allí se acercó a Nuka.

-¿¡Qué demonios has estado haciendo con Nala, pedazo de inútil!?- Le gritó a su hijo.
Nuka se agachó tratando de explicar.

-Bueno, esteee, ella… Vino, vino aquí y yo, yo… Nada bueno, le enseñé el lugar. ¿Cómo la conoces?

-¡Era la amiga de Simba, no vuelvas a acercarte a ella!

-Sí, ella me dijo que era su amiga cuando eran pequeños y todo eso pero… Papá…

-¡SCAR!- Lo interrumpió Scar.- No puedes llamarme padre.

-… Scar, ¿Quién es este Simba? O mejor dicho, ¿Quién era?

-Era el hijo de Mufasa, mi hermano, Simba era mi sobrino, TU PRIMO.

Nuka abrió los ojos como dos bolas.

-Entiendo.- Dijo, y calló.

-Mejor que así sea.- Contestó Scar, dándole la espalda y retornando al reinado.

Mientras tanto, en el oasis, Simba tomaba agua en el manantial. De la nada apareció Galia.

-Buen día.- Dijo sonriente.

-Hola.- Dijo él, aún cortante.


-Oh vamos, no vas a decirme que aún estás enojado conmigo.

Simba la observó durante un rato. El color de ella era oscuro como el de Renu, algo así como
Simba solía recordar a su tío Scar. Sus ojos, brillantes, lo miraban seductores, como siempre.

-No sé qué decir.- Soltó él.

Ella se acercó a él, frotando su cuerpo con el del león, ronroneando y olfateándolo. Simba se
sentía afectado más rápido ahora que antes de haber vivido aquella experiencia con ella, sus
sentidos se habían activado de una forma extraña. Galia caminó hasta la orilla del manantial y se
recostó mientras tomaba agua. Simba se paró detrás de ella y caminó para que ella quedara
situada entre sus cuatro patas. Ella se paró, haciéndolo quedar sobre ella, en posición para
penetrarla. El se movió desesperado varias veces hasta poder encontrar la entrada, aún necesitaba
práctica con aquello, pero en momento en que lo logró había valido el intento. Se llenó de calor en
su miembro erecto como la primera vez.

-¿Le vas tomando el gustito, Simba?- Dijo ella, gruñendo.

-Ya se lo tomé por completo.- Dijo él, presionando. Movía sus patas traseras con fuerza para
generar el vaivén contra ella, y ella se levantaba para que la penetración sea más profunda.

Simba sentía que la vagina de Galia estaba completamente abierta para él, recibiendo su pene, y
eso lo desquiciaba. Saber que esa leona hermosa era ahora suya, su hembra a su merced. Le
gustaba esta sensación de ser el macho dominante. Más allá del cariño, en su especie había mucho
eso de dominación, y cada hembra sabía que al aceptar ser la hembra de un macho, debía
satisfacerlo cada vez que él lo requiriera. El nunca había hablado eso con su padre, y la verdad le
daba vergüenza imaginarse a su padre penetrando a su madre, como a cualquier hijo. Se sentía
bien de haberlo descubierto por sí solo. Galia era normalmente dominante de carácter con
respecto a Simba, pero cuando estaban en esta situación, era completamente sumisa y tomaba su
lugar como hembra, y eso a Simba lo volvía loco.

-¿Te gusta sentirlo Galia? Te estoy haciendo mucha presión en tu interior.- Le dijo él, dominante.
Ella rugió cuando él se hundió bruscamente en ella.

-¡Ah sí! Pero despacio Simba.- Se quejó ella.

Simba estaba enojado por lo que ella le había hecho, eso de haberlo hecho compartirla con los
otros machos y luego decirle que tendría que mantenerse en silencio. ¿Pero quién se creía que
era? El era el macho y ella debería acatar aquello si quería estar con él, Simba empezaba a sacar
sus propias conclusiones de las cosas.

Se hundió en ella con fiereza nuevamente, ella rugió más alto.

-¡Simba!- Le gritó.

-¿¡Quieres ser MI hembra o no!? ¿Los otros no te abrían así? Yo quiero explorarte toda. TODA,
bien allí dentro.

Galia no respondió y se limitó a rugir fuerte cada vez que Simba se metía en ella tan fuerte que ella
sentía un poco de dolor. Pero no podía negar que le encantaba ser penetrada así, había buscado
un macho dominante así por mucho tiempo, y los otros eran demasiado dulces con ella.

-Eso es leoncita, eso es.- Repetía Simba una y otra vez, en cada entrada. Ella solo se dedicaba a
sentir, sentir todo aquello que se le colaba en su interior con fuerza, dominándola.

Pasó mucho tiempo, meses.

Timón y Pumba toleraban las ausencias de Simba a menudo porque sabían que se iba a aparearse
con Galia. El ya se las había presentado y ellos así es como la habían conocido. Aún así, Simba les
había contado que no sentía amor real por ella. La quería, pero lo que ella le había hecho no había
podido ser olvidado por él nunca, y aún se sentía mal cuando lo recordaba. Más allá de eso Simba
era ahora un león fornido, desarrollado y enorme. Su melena era grande y su imponencia había
crecido junto con él. Galia en cambio no había crecido mucho más, lo que marcaba aún más la
diferencia de tamaño entre ellos y la facilidad para Simba al tener que dominarla por completo.
Ella iba y venía entre el oasis y el paraje en el cual se encontraba con su padre y los otros tres
leones. Así que no dormía con Simba, solo se encontraban de vez en cuando, más que nada para
aparearse. Ya un tiempo atrás Galia le había comunicado a Simba que estaba preñada, y él estaba
decepcionado, no sabía por qué razón, pero no se sentía listo para ser padre.

En el reino las cosas seguían iguales. Scar y Sarabi seguían juntos y ella obedecía perfectamente
cada orden. Nala no había dejado el reino en todo aquel tiempo, no podía, estaba vigilada
constantemente, y su vida se había vuelto un tanto monótona y aburrida. No culpaba a nadie más
que a ella misma, pero siempre se preguntaba qué había sido de Nuka y sus hermanitos.

Hasta que un día, ya no quiso preguntárselo más, y decidió inventar un plan para averiguarlo.

CONTINUARA.

Tengo dueño

El plan era simple, la leona aguardaría al momento en que las hienas debieran alimentarse,
siempre se distraían y hacían chistes por esos momentos. Y la realidad es que al principio las
hienas la seguían muy de cerca, pero al pasar los meses y ella no haber tenido ningún intento de
escape, los animalejos se habían confiado de que no lo intentaría, y le habían perdido un poco de
cuidado al asunto.

Ese anochecer sería el momento. No tardó en llegar, y con él la oportunidad de Nala de huír. Las
hienas estaban cerca de ella, no sabía como sacárselas de encima, hasta que sus ojos vieron la
veta. Un grupo de leonas caminaba por allí, pasaría entre medio de las hienas y el lugar donde
Nala se encontraba, ella simplemente debía caminar detrás de las leonas, fingiendo ser una más.
Lo hizo, antes de que se diera cuenta estaba fuera del alcance de las hienas. No lo dudó un
momento y se lanzó a la aventura, sus patas cansadas del aburrimiento de la cueva le pedían un
poco de brisa.

Corrió y corrió, nunca se detuvo, el cementerio era su objetivo, iba a llegar en medio de la noche,
pero no le importaba, debía llegar allí, debía entender la situación. El enojo con Nuka por haberle
mentido se le había pasado hacia mucho tiempo, ya que jamás había tenido la oportunidad de
recriminárselo. Ahora solo quería verlo, moría de deseos de verlo.

Pasaron un par de horas, pero Nala llegó sana y salva, sin ser vista por las hienas. Ahora había más
de esas, ya que este era su hogar nativo, pero estas del cementerio no estaban al tanto de la
vigilada Nala del reino, estas no tenían idea que ella no podía estar allí, por lo que la leona se
andaba sin cuidado.

No le costó encontrar a Nuka, dormitando entre huesos, estaba altísimo y más huesudo de lo que
Nala recordaba. Realmente su aspecto se había deteriorado notablemente. Su melena era corta y
estaba bastante corroída por las pulgas, el pobre león, ya adulto, estaba en los huesos, se notaba
que estaba pasando hambre. Nala se acercó a él, sintiendo mucha pena, y se tendió a su lado,
cobijándolo del frío con su piel. El abrió los ojos, somnoliento.

-¿Nala?- Preguntó, sin creer lo que veía.

Nala le sonrió y lamió su hocico. Nuka la miró y sonrió.

-¿Cómo volviste? Mi padre no te quiere aquí.

-Ya no tienes que mentir… Ya sé que Scar no es tu padre.

Nuka la miró extrañado.

-Sí, Scar es mi padre, no era mentira.

Nala lo miró.

-Mira, estás confundiéndome. El me dijo que no tiene hijos.

-El te mintió Nala, tienes que creerme.- Dijo él, en un susurro. Nala se frotó contra él, lo quería
mucho. Él la abrazó con su pata y los dos se durmieron juntos esa noche.

La mañana siguiente era helada, y Nuka y Nala estaban patinando sobre un lago congelado, donde
él le había enseñado a pescar. Los dos se divertían a lo loco allí.

-¡A qué no me alcanzas!- Le gritó él.

Ella usó sus afiladas uñas para doblar rápidamente en el hielo, dejando los surcos marcados, y
cambiando de dirección para agarrarlo rápidamente. Como buena cazadora, era veloz, astuta y
silenciosa. El no la vio venir, y ella se lanzó contra él, rodando ambos hasta casi estrellarse contra
un tronco. Los dos rieron a carcajadas cuando aterrizaron en una mata de hojas secas, quedando
cubiertos por ellas.

-¡Nala, sí que extrañaba tus locuras!


-Y yo las tuyas, loquillo.- Respondió ella golpeando con su nariz la mejilla de Nuka en un gesto
cariñoso.

Nuka la miró intensamente.

-¿Puedo besarte?- Le preguntó, a pesar de haber sido rechazado en el pasado.

Nala sonrió.

-Sí, puedes.- No iba a negárselo, tenía tantas ganas como él.

Nuka comenzó a lamer la mejilla de la leona entusiasmado, cerrando sus ojos y siendo muy dulce.
Ella cerró los suyos también y apoyó su cabeza sobre la pata de él.

El comenzaba a sentirse en la necesidad de sentirla, la quería tanto, hace tanto tiempo, la deseaba
tanto, y ahora estaba besándola, dejando su saliva húmeda en el pelaje del rostro de aquella leona
que hace mucho era la dueña de su corazón. Trató de hacérselo saber, frotando sus patas a los
costados de ella, queriendo hacerla pararse, pero ella no se movía.

El se acercó a su oído.

-Nala…

-Me da miedo.- Contestó ella, ya sabiendo lo que venía.

-No te voy a lastimar, lo prometo.- Dijo él, dulcemente. Ella lo miró.

-Nunca lo hice, nunca nunca nunca, jamás nunca, con nadie, lo juro por la manada.

Nuka rió.

-Eres única, jaja. No te preocupes, yo tampoco lo hice.- Dijo, sonrojándose.- Sé que parece raro
porque hay por todos lados siempre más hembras que machos y todo eso, pero la realidad es que
vivo escondido de mi reino y mi madre no me deja acercarme allí… Vivo solo aquí y no, la verdad
es que no he conocido leonas, y mucho menos creí que me enamoraría Nala… Porque la verdad, es
que te amo.

Nala lo miró sorprendida, no necesitaba escuchar más. Se levantó de su posición y se puso delante
de Nuka, para que el le hiciera el amor, aunque no sabía si estaba poniéndose bien o si tenía que
hacer algo antes, sentía mucho miedo.

Nuka pasó por su lado y le habló al oído.

-No tenemos que hacerlo si no te sientes lista, yo quiero que tú te sientas cómoda conmigo,
porque lo único que me importa es que tú lo disfrutes.

Nala le sonrió.
-Quiero hacerlo.- Respondió, sin dudas, aunque aún temerosa. El se dio la vuelta y se montó sobre
ella, con tantas dudas como Nala, pero sabiendo lo básico, aunque él era más tímido que ella,
sabía que ella estaba más asustada… Lógico.

Fue muy suave y muy dulce cuando por fin encontró aquel rincón deseado. Sí la sujetó fuerte de
los lados, porque la reacción natural de ella sería tirar para el lado contrario ante la presión, pero
procuró no lastimarla. Estaba ya enloquecido y su pene así lo demostraba, así que propinó el
primer pequeño empujón, abriendo aquel lugar por primera vez. Aunque solo insertó parte de su
miembro en ella, ella rugió y tiró en sentido contrario. El la sujetó.

-¿Quieres parar? ¿Quieres que te deje ir?- Preguntó él, haciendo un esfuerzo contrariador para
detenerse ahí y no penetrarla de un tirón. No quería lastimarla.

Nala tenía los ojos cerrados y trataba de acostumbrarse al intruso en su vulva, que le latía por
dentro. Sentía mucha presión y sabía que eso no era nada. Pero por otro lado, lo quería ya mismo
en su interior, era su Nuka.

-Sigue, por favor, despacio, te necesito sentir Nuka.- Dijo ella, en voz baja.

Nuka apretó un poco más, sentía cada milímetro de ella que se abría para él, que lo dejaba pasar y
lo cobijaba en su interior. Ella respiraba con dificultad, y él se mataba en esfuerzos para ir
despacio. Normalmente los leones aprendían la dominación de chicos y en esos momentos al
menos, no había mucha piedad. Pero Nuka era bueno, y se había criado solo y sin nadie, además
de que el amor que sentía por aquella leona no era terrenal, se iba más allá de los límites del
cosmos, o al menos así lo sentía él.

Así fue penetrándola de a poco, hasta que todo su miembro de hallaba en ella. Los jugos de ella
mezclados con los de él formaban un área muy caliente y confortable. Ella ya rugía con ganas, le
gustaba tenerlo dentro, estaba fascinada con las sensaciones. Y él pudo empezar a bombear con
más brusquedad. La tomó con más fuerza y ya sin miedo, y comenzó a pegarse fuertemente
contra la vagina de Nala, ya completamente abierta y dispuesta a recibirlo todo lo que él quisiera.

El vaivén se aceleró, y Nuka le repetía mil veces cuanto la amaba, mientras la inundaba de placer.
Nala no podía creer que estaba haciendo aquello, si su madre supiera la mataría.

-Nala…- Dijo él, jadeando.

-¿Mhm?- Preguntó ella, entregada a las sensaciones.

-¿Eres mía? ¿Quieres ser mi hembra, Nalita? Te amo mucho hermosa.- Decía él.

Nala abrió los ojos, miró hacia los huesos, vio a un pequeño leoncito caminar y reír.

“Yo me río del peligro” Nala sacudió la cabeza. Se veía a ella misma caminando con aquel mismo
lencito, con Zazú sobrevolándolos. Sentía el calor de su amigo a su lado, tan pequeño y tan
valiente. Luego su mente la llevó al cementerio nuevamente, el pequeño bajando la colina de
huesos, salvando la vida de Nala, enfrentando una HIENA hambrienta, que quería matarlos.
Recordó el baño que su madre le estaba dando cuando EL llegó, él, SIMBA. “Simba” la invitó al
cementerio, ella era “su mejor amiga”, él era “su mejor amigo”, SIMBA, Simba. S-I-M-B-A. El
nombre se repetía decenas de veces en su cabeza. Las lágrimas cayeron por el pelaje de Nala, que
de un tiró se soltó del agarre de Nuka.

-No.- Dijo, llena de lágrimas.

Nuka la vio y al instante cayeron lágrimas por sus mejillas también.

-¿Qué hice mal? ¡Lo siento! ¿Te lastimé?

Nala lo observó.

-¡Ya estoy enamorada de alguien! ¡Amo a Simba! ¡Lo amo! No puedo evitarlo, lo amo tanto que no
puedo seguir adelante con nada, Nuka. No puedo, porque él me lo ha dado todo, cuando yo
estaba sola, éramos el uno para el otro y me lo arrebataron, se lo llevaron de mí, ¡Y yo estoy
traicionándolo! Estoy traicionando su memoria, Nuka lo siento, no puedo, no puedo ser tu hembra
porque seré por siempre la suya, aunque jamás, nunca, pueda mostrármelo.

Nuka afirmó con la cabeza y se retiró corriendo de allí, perdiéndose de la visión de Nala. Ella, por
su lado, corrió en dirección contraria, sin saber a donde iba. Pero necesitaba ir a algún lado,
pensar, huír, buscar comida, todo junto.

Lejos de allí, en las afueras del oasis, Simba se acercaba escondido a donde Galia y los leones
machos solían estar, desde su primer encuentro con ellos meses atrás, nunca había vuelto. Pero
Galia había dejado de ir a buscarlo hace días, y Simba estaba preocupado, ya que ella estaba
preñada de él. Caminó por allí hasta ver algo que no esperaba. Galia y Jared estaban acurrucados
rodeando a un pequeño cachorro de león muy oscuro, incluso más que Galia, era de un marrón
tan oscuro que parecía casi negro. Se podía decir que era idéntico a Jared. Simba hizo una mueca
de odio. Galia y Jared se besaban y jugaban con el recién nacido. Y él como un estúpido
preocupándose por ella. ¡Maldita! Simba se echó a correr, de vuelta al oasis, hecho una furia.

No tardó en llegar, era ya la mañana y fue a buscar a sus amigos Timón y Pumba para contarles de
la traición, tenía tanta bronca adentro, quería destruir lo primero que viera. Traidora maldita. El
había confiado en ella, ella había casi rogado por una segunda oportunidad, él había sido un tonto.
Después de primera vez que ella le había hablado, él tendría que haber sabido que ella no era de
confiar. Pero él era así de idiota e inocente, que cayó dos veces en el truco de la misma leona
miserable. Tenía que descargarse de alguna manera, debía encontrar a sus amigos.

Cerca de allí, Nala llegaba hambrienta a un lugar extraño. “HAMBRE” pensaba, cada dos segundos,
y se distrajo cuando escuchó un canto extraño.

“En la jungla, tan imponente, el león rey duerme ya…” Nala se preguntaba de donde provenía
aquello, así que caminó en dirección al sonido, que continuaba. Cerca de un manantial, divisó un
jabalí, persiguiendo a un insecto azul. JABALI… “HAMBRE” le repitió su estómago. Sin pensarlo se
agazapó en los yuyos largos. El jabalí se daba vuelta preguntando por un tal “Timón” que Nala no
tenía idea de quién era. Pero allí estaba, ese jabalí exquisito, observando a un insecto azul caminar
por un tronco, era el momento. Nala estaba por atacar cuando el insecto voló y el jabalí la vio y dio
un enorme grito. ¡Demonios! Pensó Nala, y se lanzó al ataque. Ese jabalí era rápido. Nala dio un
salto tremendo que la dejó posicionada pasando el tronco y siguió corriendo a toda velocidad, era
una gran cazadora. Lo persiguió por metros y metros rodeando un tronco, saltando en él, el
maldito era ágil. Lo vio desaparecer entre unos arbustos, y escuchaba a alguien gritar “Pumba”
una y otra vez. No importaba nada, tenía hambre.

Mientras tanto Simba corría a toda velocidad, había escuchado los gritos de Timón diciendo
“Pumba” una y otra vez, y escuchaba correteadas cerca, allí estaban, Pumba atorado, Timón
tratando de ayudarlo, Simba corría a toda velocidad, no sabía que pasaba pero algo los
amenazaba, sin pensarlo y sin detenerse, saltó por sobre el tronco donde estaban sus amigos,
aterrizando sobre una leona que se detuvo en el segundo en que lo vio caer. La batalla comenzó
instantáneamente. Simba traía tanta frustración por dentro que la atacó como si quisiera
asesinarla, ella se libró de él fácilmente y lo atacaba por doquier, era mejor luchadora que él, y
muy aguerrida. Simba saltó sobre ella, pero rodaron juntos y ella lo aplastó contra el suelo. A
Simba la mente se le puso en negro, juegos en medio de la sabana. “Te vencí” la voz de una
leoncita le decía desde arriba. El y con su orgullo la atacaba de nuevo, rodaban cuesta abajo. “Te
vencí otra vez” Nala… NALA, NALA. ¡NALA!

-¿Nala?- Preguntó, volviendo en sí, abriendo los ojos y recordando a quien era su mejor amiga de
la infancia, borrada de su mente por mucho tiempo, a causa del trauma. La cara de la leona se
trasformaba a una sorpresa inesperada, sus dientes se guardaban y sus ojos se abrían como platos.
Ella se corrió de allí y se sentó.

-¿Eres tú, Nala?- Volvió a preguntar Simba, aún en la duda.

CONTINUARA

Bienvenido amor

Nala miró a aquel león sin comprender, algo en él le sonaba familiar.

-¿Quién eres tú?- Preguntó, perdida. No conocía ningún otro león, pero lo veía, y algo en los ojos
de ese sujeto le calaba los huesos. Sentía su pecho extraño y su respiración era inusualmente
agitada.

-Soy yo.- Contestó el león.- Simba.

-¿Simba?- Nala tuvo que repetirlo una segunda vez para armar la palabra en su cerebro, aún no
comprendiendo lo que acababa de escuchar, acercando su cara hacia él y entrecerrando los ojos.
Un túnel de colores invadió su mente. Caminaba entre animales locos, junto a ese leoncito,
trataban de sacarse a Zazú de encima para ir al cementerio. La escena pasó rápidamente a cuando
ya estaban en el cementerio, huyendo de esas hienas que los perseguían. Instantáneamente se
hallaban caminando por la sabana, siguiendo a Mufasa. El leoncito había hecho algo malo y sería
castigado, y Nala se sentía mal por él.

Miles de frases pasaron por la cabeza de Nala. “Mamá, me estás despeinando” “Ya estoy limpio,
¿Nos podemos ir?” “Es un lugar genial” “Cerca del manantial” “Cementerio de elefantes” “Yo me
río del peligro” “Es mi amiga”

Todas esas frases se juntaron, el rompecabezas se armó y un golpe sacudió a Nala en su corazón.
Instantáneamente la sonrisa del milagro se dibujó en su cara.

-¡Wow!- Gritaron simultáneamente. Ambos comenzaron a saltar y brincar en círculos, sin dejar de
mirarse embobados.

-¿Pero cómo?- Preguntaron al unísono.

-¿De dónde has venido?- Preguntó Nala, sin saber realmente por qué pregunta comenzar. Dios
santo, SIMBA estaba vivo, allí, justo en frente de ella. Apenas creía lo que veían sus ojos.

-¡Qué gusto me da verte!- Gritó Simba, ¡No había recordado a aquella leona en años! Pero allí
estaba, Nala, esa pequeña, su amiga de la infancia. Todos los recuerdos iban a él.

-¡Qué gusto!- Gritaba ella. Todo era júbilo y felicidad, apenas se podía haber esperado algo así
cuando solo pensaba en comer a aquel jabalí.

De pronto el suricato que había aparecido allí junto con el jabalí, habló.

-¡Oigan! ¿Qué está pasando aquí?- Preguntó, sin entender absolutamente nada.

Ninguno de los dos lo oyó realmente, no dejaban de mirarse extasiados.

-¿Qué haces aquí?- Preguntó Simba, mirándola, qué grande que estaba Nala.

-¿Cómo que qué hago? ¿¡Tú qué haces aquí!?- Preguntó ella, de verdad queriendo saber.

El suricato volvió a gritar, esta vez más fuerte.

-¡Oigan! ¿¡Qué es lo que sucede!?

Nala vio como Simba lo miraba, al parecer los conocía.

-Timón, ella es Nala, es mi mejor amiga.- Dijo al fin, y Nala no pudo evitar sonreír y sonrojarse un
poco. Después de tanto tiempo Simba seguía siendo igual, excepto porque era un enorme e
imponente león, y tenía una hermosa melena oscura. Nala temblaba.

-¿¡Amiga!?- Preguntó el sujetito.


-Sí. ¡Oye Pumba, ven acá!- Se dirigió Simba al jabalí. Nala estaba sorprendida de que Simba se haya
hecho amigo de las presas. El jabalí se acercó, confuso.

-Nala.- Se dirigió Simba a la leona.- El es Pumba.- Y luego Simba miró al jabalí.- Pumba, Nala.

-Es un placer conocerte.- Dijo Pumba, olvidando lo sucedido en la cacería.

-El placer es todo mío.- Dijo Nala, aceptando como suyo a cualquier amigo de su Simba.

Todos fueron interrumpidos por Timón enloquecido.

-¡Un momento! ¡Tiempo, tiempo! A ver si entendí… La conoces, te conoce… Pero ella se quiere
comer a Pumba… Díganme, ¿Les parece lógico esto? ¿¡ME HE PERDIDO DE ALGO!?

Simba le dijo a Timón que se calmara, el pequeñín estaba molesto.

Nala pensativa interrumpió el momento.

-Espera a que sepan todos que aquí has estado... Y tu madre... ¿Qué va a pensar?

El cambió la cara drásticamente.

-No lo tiene que saber. Nadie debe saberlo.- Fue su respuesta. A lo que Nala reaccionó.

-¡Claro que sí! ¡Todos creen que estás muerto!

-¿En serio?- Preguntó él, mirándola.

-Sí... Scar nos habló de la estampida.- Dijo ella un poco triste, tan solo recordar el momento en que
la noticia de la muerte de Mufasa y Simba había llegado a ella la hacía sentir enferma.

-¿Ah, sí?... ¿Y qué más les dijo?- Preguntó Simba, ciertamente estaba asustado de que su tío les
hubiera comentado lo que él hizo… Algo que él recordaba pero no quería realmente pensar. La
muerte de su padre… Mufasa. Oh, hacía tanto tiempo que no recordaba aquello. Todo había sido
su culpa, pero gracias a la filosofía de Hakuna Matata había logrado dejar el pasado, en el pasado,
ya que no lo podía cambiar.

-¡Eso qué importa, estás vivo! O sea que tú… Eres el Rey.- Dedujo ella con cara de sorpresa. Simba
la miró shockeado, otra más con esas ideas de reinados.

Timón la miró mientras se apoyaba en la pata delantera de Simba

-¿Rey? Pfff… Chica, creo que se te cruzaron los leones.

Nala lo miró enojada.


Pumba, por su lado, tuvo una reacción diferente.

-¿Rey? Me postre a tus pies…- Dijo, comenzando a besar las patas de Simba.

Simba sintió un remolino de odio e ira por dentro. Nala estaba generando un caos con sus
palabras.

-Basta.- Le dijo a Pumba, quitándole su pata.

Timón miró a Simba, igual de confundido que antes.

-No es postre, es postro.- Corrigió primero a Pumba.- Y espera… No es el rey.- Dijo mirando a
Nala.- ¿Lo eres?- Preguntó finalmente a Simba.

-¡No!- Respondió Simba enérgico, él no era rey de nada, por supuesto.

-¡Simba!- Gritó enojada Nala. Ella no podía creer lo que decía, ¿Estaba vivo y escondido en aquel
lugar sin importarle nada sobre todo el resto de la manada? ¿Qué había pasado en todo este
tiempo?

Por su lado, Simba no podía creer lo que ella decía, no tenía idea de todo lo que él había sufrido,
quién creía que era de aparecer y tan solo decirle qué hacer.

-¡No, no soy el rey!- Volvió a gritar Simba, caminando nervioso.- Tal vez iba a serlo…- Continuó,
recordando que su padre lo era, y al morir, sería su turno… Pero la realidad es que por su culpa su
padre murió, y él no podría tomar aquella responsabilidad, no podía mirar a nadie a la cara.-…
Pero fue hace mucho tiempo.- Terminó, seguro de lo que hacía.

Timón miró a Simba, tratando de aclarar sus ideas.

-A ver si lo entendí… Eres el rey, ¿Y no dijiste nada?

-¡Soy el mismo de siempre!- Exclamo Simba, sonriéndole a Timón para que lo reconociera como su
amigo de siempre.

-¡Pero con poder!- Agregó Timón, cerrando su puño.

Nala se armó de valor y habló, estaba harta y quería hablar con Simba. A SOLAS.

-Por favor, ¿Quieren disculparnos unos minutos?

Timón se apoyó en la pata de Simba nuevamente, no gustándole lo que pasaba y queriendo


mantener el control de la situación.

-¡Ja! Lo que quiera decir, que lo diga en frente de todos… ¿No Simba?- Buscó respaldo en su
amigo.
Nala quería ver qué diría Simbia, de verdad ella necesitaba hablar con él, además de que… Wow…
Estaba vivo, allí parado, tan grande e imponente. Su voz tan cambiada. Los pensamientos de Nala
se interrumpieron cuando él habló, sorprendiéndola.

-Mmm… Mejor déjennos solos.- Dijo.

Timón se enojó y se retiró con Pumba.

-Lógico… Con estos amigos, ¿Para qué queremos enemigos?

Simba no se preocupó, sabía que con el tiempo se les pasaría, para algo eran los amigos después
de todo, y él les acababa de salvar la vida.

-Timón y Pumba…- Se quedó pensando Simba en voz alta.-… Van a caerte bien.- Agregó, mirando a
Nala. Ella tenía el semblante serio y triste. Simba no comprendía.

-¿Qué? ¿Qué tienes?- Le preguntó.

Nala lo miró, allí estaba él, Simba. Era diferente de cuando era un pequeño, muy.

-Como que has resucitado. No sabes lo que significará para todos… Y para mí.- Agregó,
honestamente, no quería ocultar sus sentimientos, ya no lo consideraba un amigo, lo amaba,
intensamente, lo había empezado a amar cuando era tan solo una cachorrita.

Simba se sintió un tanto extraño al oír aquello.

-Hey tranquila.- Dijo él, realmente no tenía idea de qué esperaba oír ella, o qué es lo que ella
estaba tratando de darle a entender, ¿Acaso no era su mejor amiga?

Ella se le pegó al cuerpo, acariciando su cuello y cobijando su cabeza bajo la de él. El se sorprendió
cuando ella habló desde esa posición.

-Te extrañé mucho.- Dijo. A Simba le temblaron las patas, pero se quedó allí. Nala no podía dejar
de estar cerca de él, era su sueño, su amigo, su amor, su león, todo lo tenía.

-También yo a ti.- Dijo él. No era una mentira, si bien no la había recordado, ahora que la tenía
enfrente notaba toda la falta que le había hecho. Recordaba cuando ella estaba, y luego cuando
no. Se quedaron allí, acariciándose y frotándose, sin saber bien qué decir o hacer. Pero los dos
estaban embobados y extasiados.

Cuando empezaba a oscurecer caminaron por el manantial, Simba le mostraba el lugar, ninguno
de los dos decía una palabra. Simba la miraba y ella era hermosa. Pero él tenía miedo, consideraba
que quizá ella merecía saber la verdad… ¿Pero cómo decírsela? Podría alejarla de él para siempre,
podría perderla. Si ella supiera lo que él había hecho, si ella supiera por qué huyó, y el secreto que
tenía con su tío. Al parecer Scar lo había cubierto y había omitido decirles a todos lo malo que
Simba había hecho, quizá había dicho que todo había sido un accidente.
Simba no dejaba de mirarla, ella tomaba agua y él solo podía mirarla. De pronto ella lo miró, y se
conectaron por un segundo.

Para Nala todo era borroso… Ella no sabía exactamente qué palabras elegir para hacerlo volver,
tenía tantas preguntas. ¿Por qué estaba él tan negado con el trono? ¿Por qué quería huir de su
responsabilidad como rey? ¿Acaso su padre no le había enseñado siempre que ese sería su lugar
cuando él muriera? Estas y muchas otras preguntas mataban por dentro a Nala, pero por otro
lado… Ay Dios, qué lindo era ese león…

CONTINUARA

Más que amor

Nala se quedó extrañada con la Mirada de Simba, pero se dedicó a continuar bebiendo agua,
estaba sedienta, él le había estado mostrando algunos sectores del manantial. Cuando levantó la
vista nuevamente, su Simba no estaba ahí, no lo veía por ninguna parte. Un ruido de latigazo la
asustó, allí estaba, había aparecido corriendo de atrás con una… ¿Liana? Sí, una liana en la boca, y
saltó como loco al agua, colgando de ella. Nala lo miró espantada caer de la misma directo al agua.
¡Dios mío! ¿Estaría bien? Lo buscó preocupada, acercando su cara al agua, no podía ver nada.

De pronto, sintió el abrazo de Simba, salió de dentro del agua y volvió a caer, arrastrándola con él,
¡Estaba loco! Ella sintió el agua fría mojar todo su pelaje. ¡Cómo odiaba el agua! Nadó espantada a
la superficie con cara de espanto. Una vez en la superficie respiró agitada tratando de recobrar la
calma. El se acercó sonriendo con la melena tapándole la cara, empapada. Ahí ella comprendió
que todo fue su plan, y sonrió al mismo tiempo que lo empujaba por el hocico al agua nuevamente
y se retiraba de allí. Le gustaban esos jueguitos, eran jueguitos de romanticismo, y él los había
comenzado, la tentaba con todo aquello. Nala corrió por el pastizal verde, lleno de aves. Se sentía
plena, feliz, enérgica. Simba la seguía de cerca. ¡No podía creerlo! ¡Lo tenía con ella nuevamente!
Como cuando eran pequeños, las cosas no habían cambiado, allí estaba. Estaban juntos. La leona
respiraba el aire puro y se sentía más viva que nunca. Bajó corriendo por el bosque, entre los
árboles, y él la seguía, persiguiéndola. Jugaron con sus patas por un rato, enfrentados, una especie
de pelea de juegos, hasta que él cayó sobre ella, y ambos rodaron cuesta abajo en un abrazo. Era
divertido, todo giraba rápido y Nala estaba encantada sintiendo el pelaje tibio de Simba pegado a
ella. Estaba con Simba, nada podía ser mejor, estaba con él, con EL. Era dulce, era bonito, era
perfecto, era su sueño. Cayeron al fonde de la colina, él sobre ella, y ambos rieron. Ella se lo quedó
mirando reír, él carcajeaba y ella no podía entender cómo es que había vivido sin él todo ese
tiempo. La forma de su cara con esa sonrisa, sus perfectos gestos, todo lo que hacía era tan
armónico. Era el rey león, tenía la pose de un rey, tenía la fuerza, la voluntad y el coraje de uno, así
como el encanto. Nala lo admiraba desde lo más profundo de su alma, lo quería, lo necesitaba
pero por sobre todo, lo amaba con locura, ya no había duda de ello, y quería hacérselo saber,
porque obviamente él jugaba amistosamente, o quizá no… Pero no parecía ir tan en serio como
ella. Así es como sus impulsos la llevaron. Su pata se posó en la mejilla del rey y lo atrajo hacia ella,
cerró sus ojos con pasión y lamió con intensidad su otra mejilla, despacio y entregándose a las
sensaciones.

Simba cerró los ojos, ¿Pero qué demonios? ¿Había eso sido un beso? ¿Nala lo había besado?
¿Nala? ¿Su amiga? Sentía su mejilla latir húmeda, y su corazón saltaba extrañamente. Abrió los
ojos sorprendido y la miró. No lucía más como su amiga, lucía distinta. Lo miraba sensual, lo
miraba interesada… Lo miraba… ¿Con amor? Lo miraba como si… él… ¿Le gustara? Simba la
observó detalladamente, obviamente ella estaba resaltando sus bonitos rasgos faciales, y él lo
notaba, y le gustaba. El ablandó la cara, le había gustado lo ocurrido, y para qué negarlo… Le
gustaba Nala. Ambos se pusieron de pie y se miraron de diferente forma ahora… A los ojos, e
intensamente, estaban solo ellos ahí. Se acercaron, abrazaron y acariciaron. Simba no podía creer
las reacciones de su cuerpo ante el pelaje de Nala en todo su hocico, mejilla cuello y parte de su
torso. Nala enterró su cara en la melena de Simba, rodeándose del cabello de él. El la sentía cerca,
muy cerca, mucho más que a ningún otro animal que haya conocido en su vida.

Nala se sentía distinta, se sentía lista, preparada en todo sentido, esto no era como con Nuka. Aquí
no había dudas ni miedos, no había engaños ni mentiras. Solo Simba, el león que ella amaba, y ella
misma. Nala se sonrojó cuando vio el miembro de Simba crecer entre sus patas, y lo miró de reojo,
nerviosa. Simba la miró y se acercó a ella, agachándose por debajo de las patas de ella. Ella se
tendió el el suelo, para ayudarlo. El lamió la vulva de Nala con fuerza, ejerciendo presión. Ella
tembló sin dejar de mirarlo, boquiabierta. El se tendió al lado de ella y permaneció un buen rato
tan solo olfateando y lamiendo con los ojos cerrados la intimidad de su amiga. Nala tenía los sus
ojos cerrados también, solo quería concentrarse en las lamidas que sentía entre sus patas.

Luego abrió los ojos y observó con gusto el pene de Simba, sobresaliendo entre las patas de él. Ella
se paró rápidamente y lamió la punta del miembro. El levantó la pata que cubría la parte restante.
Ella lo lamió todo, de arriba abajo. El sabor era increíble, ella estaba segura de qué quería
entregarse al rey, lo amaba.

Simba la miró.

-¿Quieres… Nala? No sé… Cómo preguntarte esto…- Dijo él nervioso. Esa no era una leona
cualquiera, era la leoncita con la que jugueteaba de niños.

-Sí Simba, quiero sentirte, quiero ser tu hembra. ¿Me vas a hacer tuya? Por favor, te lo suplico.

-¿Quieres que te haga mi hembra ahora mismo, Nala?- Preguntó él excitado.

-Sí, Simba, cuánto antes.- Contestó ella incorporándose.

-¿Quieres que te haga mía, Nala?- Preguntó él al no poder creer mucho de lo que pasaba.

Nala amaba como él pronunciaba su nombre en cada pregunta, tratando de convencerse de que
sí, era Nala, su vieja amiga, la que estaba allí enfrente de él, rogándole que la penetrara.

-Sí Simba, quiero sentirte, todas las veces que quieras.- Contestó ella.
Simba se acercó a ella torpemente, embobado por el momento.

Ella le dio la espalda y tembló cuando sintió el pecho del león en su espalda y sus patas a sus
costados. Sentía ese abrazo encarcelador del momento de ser penetrada. Lo había sentido con
Nuka, la sensación era abrumadora pero tremendamente excitante. De cuando el macho
dominaba y la hembra lo sabía y se quedaba allí, lista para que alguien se adueñe de ella. En este
caso era mucho más intenso que con Nuka. Porque ella, QUERIA estar allí, quería ser de él, quería
que él sienta que ella era suya, porque lo era. Ciertamente lo era.

Nala adivinó rápido que no era la primera vez de Simba, sabía bien como moverse, como ubicarse,
cómo hacer que su miembro llegue al lugar correcto rápidamente. Nala sintió un poco de miedo
cuando sintió la primera presión en su vulva. Era Simba empezando a metérsele dentro, y ese solo
pensamiento la volvió loca. Ella apretó hacia atrás, contra Simba, quería más, necesitaba más. Era
exactamente el movimiento opuesto al que había hecho con Nuka. Con Nuka había tratado de
quitárselo de encima, con Simba quería sentirse más apresada. Simba notó su apuro y se metió en
ella de un golpe. Nala rugió de placer, lo tenía, lo tenía todo en su interior. Ahora le pertenecía,
era suya y nunca dejaría de serlo. Simba comenzó a moverse dentro de ella, con los ojos cerrados
y entregado al placer y la sensación de penetrar a Nala.

Sentía la caliente y mojada vulva de su amiga rodeándole su miembro, dándole placer, del grande.
Ella se le pegaba al cuerpo desesperada, lo quería todo todo.

-Ah Nala, me sorprende lo excitada que estás.- Dijo Simba, apretándose.

-Eres tú Simba, te amo, te amo, te amo.- Contestó ella, perdida.

Simba se quedó duro, las palabras retumbaban en su cabeza. “Te amo, te amo, te amo.” ¿Lo
amaba? ¿Era cierto?

Sea lo que sea le había gustado oír eso, junto con los constantes acercamientos de ella a él,
tratando de hacerlo hundirse en ella hasta el fondo. Simba se comenzó a mover más fuerte,
obviamente ella de verdad tenía necesidad de sentirlo. La apretó en los costados con sus garras y
se metió en ella más bruscamente. Ella rugía agradecida, la estaba abriendo bien, y le estaba
saciando el deseo desesperado que ella sentía por él.

-Ah sí, Simba, sí, me gusta, me gusta, me gusta tenerte dentro Simba.- Dijo ella entre rugidos. El la
embistió, ahora con furia. Ella rugió fuerte, en ese punto el ya estaba penetrándola fuertísimo,
haciéndola temblar con cada empujón. Su miembro estaba al borde del reviente y la vulva de ella
expandidísima.

-No puedo creer que te hago mi hembra, Nala.- Le dijo él.

-Yo sí, no podía esperar por esto desde que te vi. Eres hermoso Simba, eres perfecto.

Simba estaba estúpido de todos los cumplidos que ella le hacía, el se había acostumbrado a la
maldita de Galia, aunque algo le decía que él merecía algo mejor que aquella sucia leona, nunca
pensó que merecía algo tan bueno como Nala. Después de lo que había pasado con su padre, él se
consideraba “Malo”.

Simba la penetró por un tiempo más, luego acabó dentro de ella, marcándola por primera vez con
sus líquidos como suya. Ella volteó y le sonrió.

-Soy tu hembra, Simba.- Le dijo, y comenzó a lamerlo sin detenerse, en toda la cara y melena.

Simba se recostó y se quedó allí, con ella besándolo de todas las formas posibles, una y otra vez.
Pasaron así la noche, juntos, sin separarse por un minuto.

Mientras tanto, en la roca del rey, Scar se dirigía a la cueva de Nala. Sus intenciones no eran
buenas, a lo mejor podía divertirse un poco con aquella cachorra tonta. El le había dado tan mala
imagen frente a todas las otras leonas y animales del reino, que prácticamente nadie le creía nada
a Nala. Así que las cosas que ella contaran no serían problema para él.

Se acercó lentamente a la entrada de la cueva.

-Nala, querida…- Dijo, esperando la respuesta. Nunca llegó.

Scar se asomó y no vio nada. Se adentró un poco más y nada tampoco. Enseguida abrió los ojos
grandes, y miró hacia fuera. Tratando de vislumbrarla con la mirada. A lo lejos solo se veían otras
especies de animales. La mayoría de leonas estaba dormitando, y no era horario de cacería.

Hecho una fiera, se acercó a las hienas.

-¿¡Dónde está Nala, estúpidas!?- Preguntó, sin paciencia.

Una de las hienas se levantó y lo miró, y luego miró alrededor.

-Uhmm…

Otra hiena lo miró.

-Ehh… ¿No se supone que en la cueva?

-¡Pues no está ahí!- Respondió, acercando su cara a la segunda hiena.

Una tercera lo miró.

-Ciertamente hace un tiempo que no chequeo la cueva, su majestad.

Scar las miró a las tres.

-¿¡Hace cuánto tiempo que nadie tiene idea de dónde esta!? ¿¡Hace cuanto nadie la ve!?

Las tres hienas se encogieron de hombros, y Scar les tiró un zarpazo que plasmó heridas en las
caras de las tres.
-¡Desterradas, basuras!- Les gritó.

Las tres hienas corrieron lejos, y Scar se echó a correr al cementerio.

CONTINUARA

Hurgando en la herida

Una vez en el cementerio, Scar se acercó a Nuka. Se sorprendió al encontrar a Zira allí.

-¿Cuándo piensas pasar a ver a tus hijos, Scar?- Preguntó ella.

-Apártate, no tengo tiempo.

Zira se le cruzó en el medio del camino y Scar la miró de arriba abajo.

-Kovu Y Vitani comenzarán a hablar pronto, y cuando eso suceda preguntarán por ti, Scar. ¿Qué se
supone que deba decirles?

-No lo sé, inventa algo, ahora déjame pasar.- Dijo él, desinteresado. Zira era buena para los planes
malvados y para mantener su descendencia, pero él tenía a Sarabi en el otro reino, y era más
entretenido reinar allí que donde Zira estaba. Además, Zira molestaba demasiado, hablaba
demasiado, preguntaba demasiado y era más difícil de controlar que Sarabi.

-¡No irás a ninguna parte hasta que obtenga mis respuestas, Scar! ¡Teníamos un trato!

Scar bufó, molesto.

-Pasaré más tarde a ver a los mocosos… Ahora estoy ocupado.

Zira bufó también, pero pareció contentarse con la respuesta de Scar, y se retiró.

Scar caminó por el cementerio, le costó hallar a Nuka, que se hallaba tendido sobre una roca,
observando un lago congelado, rodeado de huesos.

-¿Dónde está Nala?

-No sé.- Contestó Nuka, sin interés.

Scar se sentó al lado de su hijo.

-No lo preguntaré dos veces.

-Se fue, ¿De acuerdo? Se fue.

-¿¡A dónde se fue, estúpido!?


-¡Deja de insultarme!- Gritó Nuka, mirándolo.

Scar apretó sus garras sobre la melena de Nuka, pegándole la cara a la roca.

-Vuelve a contestarme así y sufrirás las consecuencias, eres un mal agradecido. Se te da un hogar y
un lugar a pesar de tus precarias condiciones, ¿Y así lo agradeces?

-Lo siento, padre.- Contestó Nuka.

-¡No me llames padre, maldito idiota!

Nuka revoleó los ojos y miró a lo lejos, aún presionado por la pata de Scar.

-¿A dónde fue Nala? ¿Hablaste con ella? ¿Qué te dijo?

Nuka se debatía en la cabeza si decir o no la verdad… Estaba furioso con Nala, pero no quería
delatarla tampoco. Le dolía cada partícula de su cuerpo. Había estado tan cerca de Nala, y creyó
que era suya, pero no, nunca lo sería, esas habían sido sus palabras.

-Scar… Cuando ella llegó aquí le pregunté como lo había echo y solo me dijo algo de que tú
negaste que fuéramos tus hijos.

-¡Claro que lo negué, estúpido! Primero, ¿Quién querría tener un hijo como tú?...

Nuka giró la cabeza y lo miró, lo estaba destruyendo.

-…Y segundo…- Procedió Scar.- Tengo un plan con tu madre y lo estás arruinando diciéndole cosas
a Nala, pedazo de idiota.

-¿Por qué me tratas así? ¿Por qué me insultas?

-¡Porque te detesto!- Contestó Scar, fuera de sí, tan solo ver a ese patético león, le desagradaba.

-¿¡Por qué me detestas!? ¿¡Qué te he hecho!?- preguntó Nuka, al borde del llanto.

-¡Eres una vergüenza para la familia! ¡Mírate! ¡Luces horrible, no te comportas, no tienes el porte
de un rey, y ni siquiera deberías pertenecer a esta familia!

Nuka tragó despacio.

-¿Por eso es que no quieres que sea un rey?

-¡Kovu reinará! ¡Y tú le obedecerás!

Nuka cerró los ojos despacio y luego volvió a abrirlos.

-Sí… Como sea. Kovu reinará.


-Con Kovu nosotros tenemos un plan, del que no eres parte ni serás jamás.- Explicó Scar.- Hazte a
la idea porque no volveré a darte explicaciones sobre ninguna de mis formas de proceder. Ahora…
Dime… ¿Dónde está Nala?

-Nos besamos… Y ella… Dijo que siempre le pertenecería a Simba, así que dijo que no podía estar
conmigo… Huyó, en esa dirección.- Nuka señaló un sendero con su pata.

Scar observó el lugar.

-Ya volverá, o morirá de hambre… No hay nada en las lejanías.

Nuka miró afligido el sendero al escuchar las palabras de su padre, y cuando volteó para mirar a
Scar, él ya no estaba allí. Ni adiós le había dicho. Nuka se daba cuenta que su madre no lo quería
en el reino de al lado porque le daba vergüenza, y lo mismo pasaba con su padre en el otro reino.
Nadie lo quería cerca. Nala ya se lo había demostrado. Nuka volvió a recostarse en la roca,
tratando de hacerse a la idea. “Kovu reinará, y tú le obedecerás.”… “No es tan malo Nuka… Al
menos has sido bueno con Kovu, si tienes suerte él si te querrá.” Se dijo así mismo, antes de
quedarse dormido.

Mientras tanto, en el oasis, Simba despertaba cálido y confortable junto a Nala. Estaba
oscureciendo.

-Nala.- Dijo Simba, observándola y lamiendo su cara.

Ella sonrió, se sentía íntegra.

-Simba.- Respondió, mirándolo.

-Quiero mostrate el lugar antes de que oscurezca… ¡Vamos!

Los dos leones recorrieron el lugar, era hermoso, ciertamente lo era. Hacía mucho tiempo Nala no
veía un lugar tan lleno de vegetación y seres vivos como aquel. En el reino todo estaba semi
muerto.

¿No es un lugar genial?- Preguntó Simba, mirando a Nala.

Nala le devolvió la mirada pensativa.

-Es muy hermoso. Pero hay algo que no entiendo. Has estado vivo todo este tiempo. ¿Por qué no
regresaste a la roca del Rey?

Simba bufó… ¿Es que nunca se detendría con aquello? Caminó hasta unas lianas y se recostó sobre
ellas, tratando de ser positivo con la conversación, aunque no le gusta hacia dónde se encaminaba.

-Es que... Quería ser independiente... Vivir mi vida. Eso hice, y es hermoso.- Contestó, inhalando
profundamente el fresco aire que soplaba.
Nala lo miró confusa, tratando de hacerlo entrar en razón.

-Nos hacías falta en casa.- Le dijo, tratando de hacerlo sentir culpable, quizá de esa forma
entendería el martirio por el que Scar los estaba haciendo pasar.

-Ah, nadie me necesita.- Contestó, con aire de superioridad. Nala lo miró y abrió grandes los ojos,
obviamente aquel león no tenía idea de lo que había sido la vida de la leona hasta el momento en
que lo encontró. Había soñado con él día y noche, llorado en silencio, no tenía idea de lo que
decía, ¡Ella lo necesitaba! ¡Todos lo hacían! ¡El era el rey!

-¡Claro que sí! ¡Eres el rey!- Exclamó, molesta.

Simba se molestó, quería cortar con aquello.

-Nala, ya lo discutimos. No soy el rey, es Scar.

Nala tenía ganas de pegarle, pero se contuvo. Qué cabeza dura podía resultar. En eso sí se parecía
a cuando era cachorro… Estaba seguro de una idea, y no se lo podía convencer de lo contrario. Lo
irónico es que de pequeño él soñaba con ser rey, y ahora parecía que era su peor pesadilla. ¿De
qué se estaba perdiendo Nala? Debía haber algo que no supiera para semejante rechazo al trono.
¿Acaso no quería volver a ver a su madre?

-Simba… Scar dejó que las hienas invadieran el reino.- Le contó, aún molesta.

-¿¡Qué!?- Preguntó Simba. Sabía cuánto su padre había odiado a esos animales.

-Todo lo destruyeron; no hay comida, ni agua... ¡Simba, si no haces algo, morirán de hambre!

Simba la observó detenidamente, para comprobar que ella en verdad estaba diciendo aquello. Y
en ese momento le pareció que él debía tomar partido, pero un momento de meditación, lo echó
atrás nuevamente. El había matado a su padre, nadie lo sabía, no podía regresar. ¿Qué dirían
todos? Mufasa había muerto por él, por su estupidez.

-No puedo regresar.- Dijo, cortante.

-¿Por qué?- Preguntó Nala.

-No lo entenderías.- Contestó Simba, no era capaz de decirle la verdad, era el temor más grande
de su vida, aquello que había pasado en su infancia, aquello que siempre había tratado de olvidar.

-¿¡Qué no entendería!?- Preguntó ella ya harta. ¿Acaso Simba creía que ella era estúpida? Si le
explicaba las cosas bien, ella por supuesto que entendería.

Simba se bajó de las lianas y caminó.

-¡Ya, ya, ya, no importa! ¡Hakuna Matata!- Exclamó él.

-¿Qué?- Preguntó ella. ¿Estaba hablándole en otro idioma?


-Hakuna Matata.- Repitió él.- Es algo que aprendí aquí. Mira, a veces en la vida pasan cosas
malas…- Simba trataba de buscar la explicación menos terrible a lo ocurrido.

-Simba…- Comenzó ella.

-…Y si no puedes poner el remedio, ¿Por qué angustiarse?- Preguntó. Había sido su filosofía de
vida todos esos años, así había enterrado lo ocurrido.

-¡Porque es tu responsabilidad!- Gritó ella, ¿Acaso él quería desligarse de todo, así como así?

-¡Tú también te fuiste! ¿No?- Preguntó él, atacándola.

Nala no lo podía creer, qué cretino.

-¡Salí a buscar ayuda!... Y te encontré a ti, ¿¡No lo entiendes!? ¡Eres nuestra esperanza!

Nala quería, necesitaba hacerlo reaccionar.

-Lo siento.- Dijo él, ya no sabía cómo explicarle, y ella se negaba a comprender cómo se sentía. No
quería ahondar más en aquello, había tenido suficiente dolor en el pasado como para volver a
aquello. Su padre estaba muerto, no había nada más que pensar, los recuerdos estaban
enterrados, muertos junto con él. Scar era el rey, y él era un asesino, así que no volvería.

-¿Qué te ha pasado?- Preguntó ella, por fin se animó a preguntarle por qué pensaba tan distinto a
cuando era un pequeño cachorro.- Ya no eres el mismo de antes.

Simba sintió dolor. Tarde o temprano alguien lo notaría, él había cambiado, pues la culpa lo había
comido por dentro.

-No, no lo soy. ¿Estás satisfecha?- Preguntó, dolido.

-No, estoy decepcionada.- Dijo ella, con el corazón en pedazos.

A Simba se le nubló la mente, esas palabras… Se veía a sí mismo en el pastizal, luego de que
Mufasa los salvara de las hienas. Su padre lo había citado para hablar con él. Oh no, recuerdos,
venía a él tan rápido como la luz viajaba. Nunca había tenido recuerdos, hasta ahora.

“Mufasa era gigante, estaba sentado a su lado, imponente como siempre, Simba sentía su calor.

-Simba, estoy decepcionado de ti, te iban a matar, me desobedeciste deliberadamente, y


arriesgaste, la vida de Nala.

-Solo trataba de ser valiente como tú.- Había contestado él en su ingenuidad, llorando.

-Yo soy valiente cuando debo serlo. Simba, ser valiente no quiere decir que busques problemas.-
La sabiduría de su padre siempre había sido enorme.
-Pero tú no le tienes miedo a nada.-Dijo Simba, sintiéndose pequeño y mísero comparado con su
padre, el verdadero rey.

-Hoy si lo tuve, creí que te perdería.”

Con el corazón doblado y las lágrimas queriendo aparecer pero siendo contenidas, Simba habló.

-Ja, ya empiezas a hablar como mi padre.

Nala sabía que aquello dolería, pero no tenía más remedio.

-Ojalá fueras como él.

Simba frenó en seco, su corazón se sacudió y un temblor le recorrió las patas. ¿Lo estaba
comparando con Mufasa? ¿Qué demonios le ocurría? ¿Se había vuelto loca?

Se volvió hacia ella hecho una furia.

-¡Oye! ¿¡Crees que puedes aparecer en mi vida y decirme como vivirla!? ¡No tienes idea de lo que
he sufrido!

-¡La tendría si me lo dijeras!

-¡Olvídalo, Nala!- Gritó él, retirándose. No iba a decirle la verdad, NO.

-¡Está bien!

-¡Adiós!- Gritó él.

-¡Adiós!- Respondió ella, ambos estaban demasiado enojados como para importarles la reacción
del otro en ese momento.

CONTINUARA

Mi padre

Simba caminó a solas por la selva. Estaba fastidiado, lleno de bronca, de ira. ¿Cómo podía ser?
Nala no comprendía nada, absolutamente nada. Ella creía que todo era tan fácil, simplemente se
aparecía, y le decía que debía regresar... Pero él, él se había ido por un motivo muy justo. El era un
asesino, él había asesinado a Mufasa y nadie cambiaría eso. No era quién para tomar un lugar de
rey simplemente porque él había matado al antiguo rey. Además, él no podía controlar el reino, él
era un estúpido asustadizo que lo había arruinado todo. ¿Qué pensaría Sarabi? Era lo que Scar le
había preguntado aquel día que permanecía en la memoria de Simba por más que él había tratado
durante años de hacerlo desaparecer. El día de la muerte del rey, su padre, quién había dado su
vida para poner a Simba a salvo de su propia estupidez. Exacto, había hecho bien en irse, y en no
regresar. No podía cambiar ahora.

-Se equivoca.- Dijo en voz alta, refiriéndose a Nala, en verdad quería convencerse a sí mismo de
que ella no tenía razon.-No puedo regresar... ¿De qué iba a servir? No se puede cambiar el
pasado.- Simba repetía sus motivos una y otra vez, para marcarlos en su cerebro y recordarlos,
pero sobre todo, rememorar todo lo que había sufrido.

Era todo una mierda, eso es lo que le sucedía, se sentía presionado y forzado... ¿Por qué? Si él
vivía tranquilo allí, lejos del reino... Ignoraba todo lo que ocurría allá a lo lejos y no le interesaba
saber... Pero ahora Nala había vuelto... Y con ella las responsabilidades, la información de lo que
ocurría, los enojos y las peleas... Pero también... Su padre. De alguna manera su padre olvidado en
lo profundo de sus recuerdos, había resurgido, y de alguna u otra forma Simba sentía que él
estaba presente, ayudando a Nala a convencerlo. Enojado, observó el cielo, las estrellas estaban
allí, mirándolo. Simba recordó aquello que su padre le había dicho. Siempre lo cuidaría desde allí.
¿Esto era cuidarlo?

-¡Dijiste que siempre estarías cuidándome!- Gritó al silencio de la noche.- Pero no es cierto...

-Todo esto es mi culpa, todo es por mí, es por mí.

Simba levantó la cabeza al oír el susurró de una canción a lo lejos. Parecía algún cántico indio,
nada que él reconociera. Enfocó la vista y pudo divisar a lo lejos, de donde provenía aquella
música. Un simio se tambaleaba en las ramas haciendo extrañas piruetas y observándolo
fijamente. Simba se preguntaba si le cantaba a él o qué demonios era todo aquello.

Esperó un momento, pero el simio continuó con su canción.

-¡Ya corta con eso!- Le dijo Simba al mono, ya molesto del ruido.

-Si lo corto, vuelve a crecer.- Contestó el simio, riendo.

Simba lo miró molesto.

-Simio desquiciado...- Aspetó en voz baja, y el mono no se detenía.-... Ya ya... ¿Quién eres?-
Preguntó Simba, preguntándose por qué ese simio lo molestaba a él en particular... ¿Acaso no
tenía nada mejor que ir a hacer?

-La pregunta es... ¿Quién... Eres tú?

Simba se congeló en su sitio, pensando qué responder. Era un pregunta simple, él era Simba. Pero
había grandes cosas detrás de ser Simba. Y el mono no estaba preguntando su nombre, sino su
identidad. Era algo difícil pensar con claridad.

-Creí saberlo... Pero ahora no estoy muy seguro.- Respondió Simba, afligido.

-Ven.- Dijo el mono, acercándose a Simba.- yo te lo voy a decir.- Agregó, ahora poniéndose cerca
de la oreja del león.- ... Es secreto.

Simba se dispuso a oír con atención, ¿El tenía respuestas? ¿Qué sabía aquel mandril sobre él?

La canción estúpida vuelve a invadirlo, y ahora sí, Simba se sintió enojado, ese estúpido estaba
jugando con el y con las cosas que le importaban, no podía meterse con su padre ni con sus
valores, no lo permitiría.

-¿Qué quieres decir con todo eso?- Preguntó, harto.

-Que tú eres un simio... y yo no.- Respondió, burlándose de él una vez más. Simba no era un simio,
y ese simio era un estúpido.

-Creo que estás un poco confundido.- Dijo, dispuesto a terminar con todo ello de una vez y por
todas.

-No, el confundido eres tú, porque no sabes ni quién eres.- Respondió el mandril. Simba estaba
harto.

-Y supongo que tú sí.- Le dijo, burlándolo ahora él.

-Claro...- Dijo el mono, y Simba le dio la espalda dispuesto a marcharse de allí.- ... Eres el hijo de
Mufasa.- Agregó. Simba se congeló en su sitio y el nombre retumbó en su cabeza. Volteó como un
rayo y ambos conectaron la mirada por un segundo.

-Adiós.- Dijo el mono, y se fue corriendo. Simba lo persiguió por los patizales.

-¡Espera!- Gritó, y se acercó al mandril, quién se hallaba sentado en una especie de posición de
meditación, sobre una roca.- ¿Conociste a mi padre?- Le preguntó, ahora interesado en aquel
sujeto.

-Correción... Conozco a tu padre.- Contestó sin abrir los ojos el simio. Simba se sintió mal por el
sujero, al parecer no sabía que Mufasa estaba muerto...

-Lamento decírtelo... Pero él murió hace mucho tiempo.- Dijo, mirando el pasto.

-Te equivocas.- Dijo el madril, lo que despertó aún más el interés del león, que no dejaba de
observarlo como si cada palabra valiera la vida.-... El esta vivo, y te lo voy a mostrar.- Agregó.
Simba tembló. ¿Vería a su padre? ¿Estaba vivo? ¿Era un chiste?.- Sigue al viejo Rafiki, él conoce el
camino.- Terminó de decir, y se lanzó en una corrida por la jungla. Simba no lo dudó ni medio
segundo antes de seguirlo.

-Espera.- Decía Simba, adentrándose en el bosque junto con el mono. Aquel maldito era veloz y su
cuerpo era fácil de manejar. Para Simba en cambio, se complicaba mucho meterse entre los
pequeños hoyos entre los troncos de los árboles o bajo plantas con espinas. Pero si había un
motivo por el cual Simba haría todo aquello, era exactamente ese.

Luego de correr por mucho tiempo, Simba se encontró en un claro abierto, donde había una
laguna en medio, y el simio estaba allí, diciéndole que haga silencio. Se acercó despacio al agua, y
pudo verse reflejado.

-No es mi padre.- Dijo Simba queriendo llorar... Ya le parecía que todo eso era demasiado bueno
para ser verdad.- Es solo mi reflejo.

-No, míralo bien.- Dijo el mono tomando la cabeza de Simba y señalando al agua.- Allí está.- Simba
hizo un esfuerzo mayor para ver, y se acercó aún más al agua. Ese ya no era su reflejo, era la nítida
imágen de su padre. Simba sequedó duro. Y oyó la voz del mono.- ¿Lo ves? El vive en tí.

Simba no quería dejar de mirar a su padre allí mismo, pero la voz grave y firme de Mufasa retumbó
en cada recoveco del bosque. Las patas de Simba temblaron y su corazón vibró sintiendo vida en él
luego de mucho tiempo.

-Simba.- Se oyó en todas partes, pero Simba tendió a observar el cielo. Donde la imágen nítida y
clara del león del que Simba dependía, se dibujaba. Todo el cuerpo de Simba era una revolución,
sus sentidos estaban expandidos y sus ojos veían más allá.

-¡Padre!- Gritó, desesperado. Sus ojos abiertos como platos no querían perder un segundo de lo
que estaba sucedido, sentía el suelo bajo sus patas como si lo pisara por primera vez. Y un extraño
aire astral removía su melena.

-Simba.- Repitió Mufasa, ahora sí, observándolo con maestría.- Me has olvidado.

El corazón de Simba se retorció, NUNCA, JAMAS, ¿Cómo podía decirle eso? No había nada en el
mundo que pudiera hacer que Simba olvidara a su padre, no había nada capaz de lograrlo, él lo era
todo.

-¡No! ¡Eso nunca!- Le gritó, confirmándole sus sentimientos, desesperado por hacérselo saber.

-Olvidaste quién eres, y así, me olvidaste a mí.- Afirmó Mufasa con sabiduría. Simba ya no podía
hablar, su voz se había extinguido y su voluntad solo se centraba en tomar todo lo que viniera de
su padre en aquel milagroso momento en el tiempo.

-Vé en tu interior Simba. ERES MAS, de lo que eres AHORA.- Las palabras se grababan en Simba,
todo retumbaba, el viento lo recorría y un frío que no venía de ningún lado pero de todas partes al
mismo tiempo, se le colaba por cada poro.- TOMA TU LUGAR en el gran CICLO DE L A VIDA.

Simba solo podía abrir la boca y seguir observando. Es lo que Nala le había dicho y él había
discutido hasta hartar, pero este no era Nala, este era Mufasa, su padre. Simba no volvería a
desobedecer a su padre. Pero todos sus miedos lo acorralaron de pronto.

-¿¡Cómo puedo regresar!? ¡Ya no soy el mismo de antes!- Le dijo a su padre, necesitaba su ayuda,
su consejo, sus palabras y por sobre todo, su compañía y perdón.

-Recuerda QUIEN ERES.- Dijo Mufasa con seriedad.- TU ERES MI HIJO, el REY VERDADERO.- Simba
temblaba y solo miraba con sus ojos y boca abiertos.- Recuerda Simba, recuerda quién eres.-
Repetía su padre alejándose. Simba con escalofríos corrió tras él, no podía dejarlo irse, no podía
irse, lo necesitaba, su vida estaba allí.

-¡No padre! ¡No me dejes! ¡Padre!- Gritaba desesperado al revoltijo de nubes que se alejaba.

-RECUERDA.- Repitió Mufasa, antes de  disiparse en el infinito y enloquecer al clima.

CONTINUARA

Tiempo de enfrentar el pasado

A Simba aún le temblaban las patas cuando el clima se normalizó y el viento dejó de soplar con
fiereza en su rostro. Aún así, y sorprendiéndolo, su calma regresó a él rápidamente y su corazón
sintió una inesperada paz. Solo se limitó a observar el cielo, mientras el mono se acercaba a él con
aire de superioridad.

-¿Qué fue eso?- Preguntó creyendo tener razón en todo.- ¡Hajá! El clima… Muy peculiar- Agregó.-
¿No crees?

Simba no dejó de mirar el cielo, aún queriendo divisar algún rastro de su fantasmal padre.

-Sí… Parece que los tiempos cambian.

-Ah pues… El cambio es bueno.- Aseveró Rafiki.


-Sí, pero no es fácil.- Afirmó Simba, pensando en los siguientes pasos que debía realizar… No había
duda de una cosa… Su padre había querido darle este mensaje, el mensaje de que debía retornar…
Simba creyó que jamás nadie podría hacerlo volver… Pues el único ser vivo que lo podría haber
convencido estaba muerto. Pero… ¿Lo estaba? Simba acababa de verlo con sus propios ojos. Ese
ser que parecía muerto volvió de la muerte solo para decirle que regresara. Para Simba no había
duda alguna de que lo haría, eso era por seguro.

-Sé lo que tengo que hacer.- Le contó Simba a Rafiki.- Pero… Si regreso tendré que enfrentarme al
pasado… Y le he estado huyendo desde hace tanto…- Concluyó afligido.

El mono tomó su bastón y golpeó tan poderosamente a Simba en la cabeza que éste tuvo que
cerrar los ojos y tomarse con su pata, frotándose fuerte para dispersar el dolor. ¿Pero qué mierda
le pasaba a ese estúpido mandril?

-¡Aaay! ¿¡Por qué hiciste eso!?- Preguntó Simba presa del dolor.

-No importa… ¡Está en el pasado!- Respondió el mandril cómicamente, aunque Simba no le


encontraba la gracia. Definitivamente ese mono nunca podría ser padre… Si esa era la forma en
que repartía lecciones, sus hijos estarían muertos en un santiamén.

-Sí, pero me dolió.- Dijo Simba lamentándose.

Rafiki se pegó a él y le habló. Parecía triste ahora, qué loco bipolar.

-Oh sí… El pasado puede doler. Pero según veo, puedes huir de él… O, aprender.

Simba vio como el bastón se dirigía hacia él nuevamente. ¿Pero qué demonios? Se preguntó en su
cabeza mientras se agachaba rápidamente, no le pasaría de nuevo, NO DE NUEVO.

-¡Ah! ¿¡Ves!?- Preguntó el mandril incitándolo.- ¿Y qué es lo que vas a hacer?- Preguntó luego.

Simba comprendió el mensaje, pero ese simio ya lo tenía harto.

-Primero, te quito el bastón.- Dijo riendo, tomando el bastón con su mandíbula y dientes, y
arrojándolo lejos.

El simio corrió hacia donde el bastón había caído.

-¡No! ¡No mi bastón!- Gritó, pero Simba lo oyó de lejos, pues estaba alejándose de allí al galope.

-¡Oye!- Le gritó el mono volteando hacia él y viéndolo lejos.- ¿¡A dónde vas!?- Le preguntó a los
gritos.
-¡Voy a regresar!- Contestó Simba, esta vez sin miedo.

-¡Hazlo! ¡Anda! ¡Date prisa!- Oyó Simba que lo apremiaba el mandril. Era el momento, era ahora, o
nunca.

Mientras tanto, en la jungla, Nala caminaba buscando a Simba. Recorrió muchos kilómetros y
comenzó a no reconocer el lugar.

-Rayos… ¿Me he perdido o qué?- Se preguntó a sí misma en voz alta.

-Te pasa por alejarte tanto.- Se escuchó una voz sombría contestar entre los árboles. Nala observó
con atención hacia donde algunos arbustos se movían, y de donde salió Scar.

Nala lo miró aterrada. ¿Pero qué rayos? ¿Cómo llegaste aquí?

-Soy el rey, puedo ir a donde me plazca. ¿Recuerdas?- Pregunto acercándosele y caminando


alrededor de ella, acechándola.

Nala solo lo miraba sin acotar nada, esperaba que Scar no encontrara a Simba, aunque ni ella
podía encontrarlo.

Scar se acercó a ella, demasiado más cerca de lo que a ella le gustaba, por lo que ella dio varios
pasos atrás.

-¿Estás acaso huyendo de tu rey?

Ella tragó con miedo, no le gustaba para nada todo aquello y Scar se mostraba demasiado sombrío
y amenazante.

-Quédate donde estás.- Le ordenó él, acercándose nuevamente a ella y lamiendo su hocico. Ella
cerró los ojos e hizo una mueca de asco, pero él no le dio importancia, continuando las lamidas en
el pelaje de Nala. Ella echó a correr a toda velocidad y él la siguió velozmente. Ella casi choca con
un tronco y él la acorraló.

-¿A dónde crees que vas Nalita?- Preguntó él con gestos macabros.

-Basta Scar, déjame ir.

-Nala… Soy tu rey, y ahora mismo te quiero como mi hembra. Yo puedo tomar cualquier hembra
de la manada, ¿Recuerdas?
-¡Déjame!- Gritó ella huyendo nuevamente ante el miedo que le provocaron las palabras de Scar.
El león era mucho mayor que ella y le daba miedo, era el rey, no quería meterse en problemas con
él, pero todo tenía un límite.

Scar la siguió y de un saltó quedó colocado sobre ella. Ella tironeó con fuerza hacia delante para
zafarse, rugiendo.

-¡Déjame Scar!- Gritó desesperada, y girando la cabeza trató de morderlo. Scar tomó entre sus
dientes el pelaje de detrás del cuello de Nala, haciéndola permanecer en su posición y con su
cabeza recta.

-¡Ah no! ¡Basta por favor!- Gritó ella sintiéndose dominada y en una posición humillante.

El rey tomó los costados del cuerpo de Nala con sus patas, apretándola fuerte para que no se
zafara, de la manera en que la tenía ella ya no podía escapar de ninguna manera. El trató de
penetrarla apretándose contra ella, pero ella se sentó, no permitiéndole hacer nada.

-Nala, no me lo hagas más difícil o será peor para ti.- Dijo Scar perdiendo la paciencia. Sabes que si
quiero lo haré de todas maneras, sería mejor que cooperaras.- Agregó.

Ella no respondió, y él mordió con fuerza el pelaje de ella por donde la tenía sujeta. Ella se levantó
un poco ante el dolor.

-Nala, sabes como son las cosas, te criaste con estas reglas. Soy el rey, el rey puede tomar
cualquier hembra de la manada que se le antoje, ¿Sabes esto verdad?

-Sí.- Contestó ella.

-Pues te estoy ordenando levantarte ahora mismo, soy tu rey, y tú debes entregarte como mi
hembra ahora que te lo estoy exigiendo.

Nala sabía que por más que no le gustara la idea, él tenía razón. El era el rey, aunque no por
mucho tiempo, porque ella sabía que Simba haría algo, pero por ahora lo era. Y es cierto que ella
era una hembra de la manada. Resignándose y sabiendo que no podría evitarlo, se levantó.
Enseguida sintió presión en su vulva, y el miembro erecto de Scar comenzó a colarse en su interior.
Nala se estremeció al estar llena de él, la sensación era demasiado contradictoria, por un lado, lo
detestaba, y por el otro, era el rey y ella no podía evitar sentir respeto y ayudarlo a que disfrutara
penetrarla. Además de que inevitablemente se excitaba al sentir el roce entrando y saliendo del
miembro del rey.

Scar comenzó a penetrarla bruscamente, mientras clavaba sus garras a los costados del cuerpo de
Nala.
-Ah Nala, muy bien. Al fin te das cuenta de cómo debes comportarte.

Ella cerró los ojos y se dedicó a disfrutar la sensación que él le estaba provocando a su cuerpo. Su
vulva estaba abierta, llena del miembro de Scar.

Scar embistió fuerte, provocando que ella rugiera.

-¡Te gusta Nalita!- Gritó él.- ¡Ya sé que te encanta!- Repitió embistiendo aún más fuerte y
haciéndola rugir de nuevo.- ¡Entrégate a tu rey! Se siente rico, ¿Verdad?- Le preguntó.

Ella no podía negarlo, se sentía demasiado bien.

-Sí Scar, se siente bien, muy bien.

El no se detuvo, continuó metiéndosele sin piedad, no solo tenía demasiadas ganas de penetrarla,
sino que además quería hacerla entender quién mandaba, ella era una hembra más a su merced, y
él es quién le daría órdenes. Humillándola así ella comprendería al fin quién estaba por arriba y
quién por debajo. Incluso literalmente.

Los últimos empujones fueron demasiado fuertes y Nala no pudo evitar rugir escandalosamente.
En el último Scar liberó una cantidad considerable de líquido. El único motivo por el cual ella no se
preocupó, es porque sabía que ya estaba preñada de Simba, aunque no se lo había dicho aún.

El rey se desmontó de ella, dejándole una sensación calentita en su vulva al salirse.

Un sonido en el bosque distrajo a Scar, quién miró al costado, y eso es lo Nala aprovechó para huir
a toda prisa, no se detuvo para mirar atrás. Sabía que Scar era rápido y la seguiría, por lo que no
podía detenerse.

Llevaba corriendo un rato y empezó a reconocer el lugar. No había sonido detrás de ella, por lo
que se dio cuenta que nadie la seguía. No podía creer lo que acababa de pasar, Scar la había
penetrado, se le había metido completamente en su interior, y ella no había podido hacer nada al
respecto. Era lamentable que las reglas fueran así, pero lo eran.

Enseguida divisó a Pumba y Timón durmiendo al lado de un tronco y se acercó a ellos.

-¿Han visto a Simba?- Preguntó un tanto exaltada y preocupada.

-Creí que estaba contigo.- Contestó Timón al despertar.

-Sí, pero no lo encuentro.- Aclaro ella, ahora más preocupada que antes porque ni sus amigos
sabían de su paradero. ¿Y qué si Scar lo había encontrado y asesinado? Nala no podía pensar
claramente con tanta preocupación encima.

-No lo verás aquí.- Dijo Rafiki apareciendo entre las ramas de un árbol. Nala lo miró con atención.
¿Cómo que no lo vería por allí?- El rey… Ha regresado.- Adicionó él sonriendo, y Nala no pudo
evitar sonreír también, ahora sí estaba emocionada, y todo lo que era angustia y preocupación era
ahora felicidad y disfrute.

-No puedo creerlo, ¡Ha regresado!- Gritó.

-¿Regresado? ¿A dónde?- Preguntó Timón. ¿Qué está pasando aquí? ¿Y el simio quién es?

A Nala le costó explicar todo a Timón y Pumba, pero finalmente logró hacerles entender la
historia. Simba había regresado a retar a su tío Scar para tomar su lugar como rey. Era algo
bastante loco, pero eso era exactamente lo que estaba pasando en ese momento. Y ahora ellos
debían ir, al menos ella iría, Pumba y Timón podrían decidir qué querían hacer.

Mientras tanto, Simba corría a toda velocidad, sus patas marcaban la tierra firme y levantaban
polvareda. Era difícil dejar lo que conocía atrás, pero ahora era el momento de enfrentar a su
pasado, a sus errores, a su tío, y a la verdad. Era difícil creer que Scar maltratara a todos, él había
sido bueno con él de niño, lo había ayudado a encubrir todo su error, todo lo que él había hecho
para provocar la muerte de su padre. Y lo había hecho bien, pues Nala no sabía nada, por lo que
probablemente nadie sabía nada. Scar era un buen sujeto, a Simba se le hacía difícil pensar que
fuera tan terrible. Pero eso lo tenía que ver con sus propios ojos.

Sus patas estaban cansadas, pero mucho más lo estaba su corazón. El sentimiento latente en su
pecho era indescifrable, el león no sabía de dónde venía, tampoco sabía que necesitaba para que
desapareciera, pero en ese momento era fuertísimo, tanto que hacía vibrar su mundo y cada paso
sobre esa densa arena era un temblor distinto que le recorría el esqueleto. Ver a Scar, a su madre,
a las leonas, sus tierras, los animales, la roca del rey. Que todos supieran lo que había hecho, era la
hora de admitir la verdad, de mostrar qué tan basura era… Había matado a su padre.

Simba frenó en seco, una leona le cortaba el camino.

-¿A dónde vas?- Le preguntó. Simba la reconocía perfectamente.

-¿Qué demonios quieres y cómo te atreves a dirigirme la palabra?- Preguntó Simba en un


arranque de furia al encontrar nuevamente a Galia en su camino.

-¿Por qué huyes Simba? ¿Por qué te vas? Si bien no te he visitado, siempre he ido a ver que aún
estuvieras viviendo en la jungla.
-¡Ya no me verás más! ¡Maldita mentirosa!- Rugió él acercándose a ella.

Ella lo miró valientemente, no pensaba dar un paso atrás.

-Está bien lo admito, no debí mentirte sobre el hijo de Jared. Pero no es su culpa.

-Apártate de mi camino.- Ordenó él con fuego en los ojos.

Ella captó la idea, pues solo se movió a un costado, dejándolo pasar. Simba ni lo dudó y retomó su
largo viaje. Le pareció ver movimiento cerca, pues se levantó polvo, algún otro animal estaba
yendo al reino quizá, no lo sabía, pero él no debía perder más tiempo.

Al llegar, Simba oyó el silencio lamentable del caos. ¿Qué había ocurrido en ese lugar? El cielo era
grisáceo, había huesos por doquier, se levantaban polvaredas negras de ceniza y olía bastante mal.
¿Qué había pasado? Simba observó a lo lejos. No había animales, no había pasto, no había
árboles… El lugar estaba desolado, destruido. Apenas veía algunas leonas dormitando a lo lejos, y
eso era todo. No había nada más que ver.

Ese era su hogar… ¿Quién podía haber permitido que aquello sucediera? ¿Cómo había Scar dejado
que las cosas empeoraran tanto? Las cejas de Simba se doblaron hacia abajo, su expresión se
transformó a un rostro lleno de ira y odio. Nala tenía razón. Esto estaba ocurriendo y él le había
dado la espalda. ¿Cómo había podido? Todo aquello… “Todo lo que toca la luz” era su reino, y de
ver lo que había ocurrido con él, lo sacaba de las casillas.

Simba se sobresaltó cuando un movimiento repentino a su lado se detectó. El giró la mirada y se


encontró con Nala.

-Nala.- Dijo, aún con gesto sombrío.

-Es espantoso, ¿No?- Preguntó ella. Simba sabía que lo era, hacía mucho tiempo no había estado
en un lugar tan horrible. Y era detestable pensar que ese lugar tan horrible había sido su hogar en
la infancia, donde sus padres le habían enseñado todo lo que sabía y amaba.

Nala analizó el semblante de Simba y recordó lo ocurrido con Scar. Nunca se lo diría a Simba, no
tenía sentido y solo le generaría dolor.

-No quería creerte.- Le contestó él.

-¿Por qué regresaste?- Preguntó Nala, sorprendida, aunque agradecía por dentro a quien fuera
que tuviera que agradecerle por hacerlo tomar esa determinación.

-Porque me di cuenta que huir de los problemas no resolvería nada.- Comenzó a decir. Era en
parte verdad y en parte no. Sinceramente huir de los problemas SI había resuelto su vida desde
que era un niño hasta el presente, al menos le permitió crecer feliz y lejos de la culpa que se
anidaba en su corazón a causa del asesinato de su padre. Pero por otro lado, hablar con su padre y
todo lo que él le había dicho desde las nubes, lo habían hecho ver que su verdadero lugar no era
allí donde nadie sabía quién era o creían que estaba muerto. Su verdadero lugar era en SU REINO.
Su reino. Solo pensarlo le daba escalofríos.- Tal vez no cambie el pasado.- Continuó.- Pero puedo
hacer algo por esto.- Concluyó pensativo.

-Lo haremos juntos.- Agregó ella con una sonrisa que le decoraba su bellísima cara.

-Será muy peligroso.- Reconoció él.

-¿Peligroso?- Preguntó ella riendo.- ¡Ja! ¡Yo me río del peligro!- Afirmó largándose a reír a
carcajadas. Simba la miró y sonrió, recordaba perfectamente cuando él mismo había dicho eso,
cuando era tan solo un pequeño cachorro. Esos recuerdos, Nala realmente lo había querido como
para recordar todo aquello que hacían juntos.

-No le veo lo gracioso a esto.- Afirmó una vocecilla proveniente de detrás de sus espaldas.

Simba volteó sorprendido.

-¡Timón! ¡Pumba! ¿Qué es lo que hacen aquí?- Wow, todos habían ido con él hacia allí.

-Para servirte, majestad.- Dijo Pumba sonriente.

-Uhm.- Comenzó Timón observando alrededor.- Vamos a pelear con tu tío… ¿Por esto?

-Sí Timón.- Afirmó Simba convencido ahora sí, de lo que tenía que hacer.- Este es mi hogar.- Les
contó, pues nunca se los había mostrado antes.

-Pues tu hogar necesita muchos arreglos.- Aclaró ciertamente Timón, y luego encaró a Simba.-
Bueno, Simba, si es importante para ti… Estaremos contigo siempre.

CONTINUARA

El verdadero REY

Para Simba el lugar no era nada que reconociera, lo único que se le hacía familiar era la forma
siempre presente de la Roca del Rey, que se alzaba ante sus ojos, aunque destruida, grisácea y sin
vida, rodeada de nada, pero ya no había tiempo que perder, si quería reconocer ese lugar de
nuevo, debería volverlo a lo que era, su hogar.
Sin dudarlo más caminó a escondidas por entre las rocas del límite del lugar, hasta llegar a una
gran pared de piedras, en donde los cuatro se ocultaron a ver lo que sucedía. Las hienas
deambulaban por todos lados, dormían sobre la Roca del Rey, dentro de las cuevas de las leonas,
sobre el suelo muerto donde alguna vez crecía vegetación. A Simba se le quebraba el alma al
medio de tan solo ver la deprimente imagen, estaba seguro de que Scar tenía una buena
explicación para todo aquello.
Ahora era momento de pensar, ¿Cómo seguir avanzando sin que las hienas los hicieran pedazos?
-Hienas.- Oyó a Timón decir a su lado.- Odio a las hienas… ¿Cuál es el plan para engañar a esas
criaturas?- Preguntó. Simba observó al animalillo y la respuesta fue fácil.
-Car-na-da.- Respondió, remarcando cada sílaba.
-Buena idea.- Consintió Timón, para luego mirarlo entendiendo la idea.- ¡Oye!- Se quejó.
-Por favor Timón.- Suplicó Simba.- Hay que distraerlas de alguna forma.
-¿Qué quieres que me ponga falda y baile el hula-hula?- Preguntó resignado.
Simba sonrió, no era tan mala idea.
Un segundo más tarde Simba y Nala caminaban a hurtadillas detrás de las hienas que observaban
un extraño show que Timón y Pumba habían montado vestidos de hawaianos, en el que al parecer
Pumba sería devorado. Era su oportunidad, las hienas estaban distraídas con esos dos manjares,
se notaba que no comían hacía mucho tiempo.
Cuando llegaron a donde las leonas estaban, Simba le dio un comando a Nala.
-Nala, busca a mi madre y alerta a las leonas, yo buscaré a Scar.- Simba no quería que nadie
hablara con Scar antes que él, primero necesitaba saber qué sabían las leonas de él, qué les había
dicho del accidente de Mufasa, segundo, ¿Qué demonios había hecho con el reino? ¿Cómo es que
había permitido que las cosas llegaran a ese límite de destrucción?
Nala obedeció y Simba se quedó solo. No le costó encontrar a Scar, se hallaba parado en una roca,
mientras las hienas formaban debajo.
-¡Sarabi!- Lo escuchó gritar. No le gustaba la forma en la que su tío se dirigía a su madre. Simba
tembló cuando la vio, allí estaba, lucía tan igual a siempre. Tenía ganas de correr hacia ella, de
gritar MAMA desde dentro de su alma. Había quedado huérfano de cachorro, y ahora tenía a su
madre frente a sus ojos. Debía reconocer que el espectáculo no le era grato. Las hienas le
arrojaban mordiscos al aire mientras ella caminaba por entre la doble fila de aquellos animalejos.
Simba quería destruirlas por cada momento de malestar que le ocasionaban a su madre. ¿Pero
quién era él para juzgar? El había matado a Mufasa y huido.
-¿Sí, Scar?- Se escuchó que Sarabi le decía al tío de Simba.
Scar le dio la espalda y habló con bronca.
-¿Dónde están las cazadoras? ¡No cumplen con su deber!- Gritó. Simba no comprendía qué
sucedía, las cazadoras siempre habían sido increíbles, nunca había faltado comida, al menos
cuando él vivía allí.
-Es que no hay comida, las manadas se han ido.- Contestó Sarabi con voz firme, mirándolo como
esperando su aprobación. Simba se preguntaba qué sucedía allí, no llegaba a comprender el
asunto y costaba entender de qué iba la cosa.
-¡No! ¡No las están buscando bien!- Gritó Scar hecho una furia, mirándola mal.
-Se acabó, ya no nos queda nada.- Contestó Sarabi ahora enojada.- Solo una alternativa…- Agregó,
Simba esperó a ver qué sería.-… Irnos de este reino.- Terminó. Simba abrió sus ojos descolocados.
¿Dejar el reino? ¿Pero qué demonios…?
-¡No nos vamos a mover!- Decidió Scar, sentándose de espaldas a Sarabi.
-¡Entonces nos has sentenciado a muerte!- Gritó ella.
-Que así sea.- Sentenció el rey.
-¡No puedes hacerlo!- Se opuso ella mirándolo con furia.
-¡Yo soy el rey! ¡Y haré lo que me plazca!- Exclamó él poniéndose por sobre todos allí.
-Si fueras la mitad de rey que fue Mufa…- Comenzó a decir ella, pero un golpe fuerte la lanzó a
metros de allí. Simba abrió los ojos y la boca, su corazón latió desbocado, sus patas no pudieron
controlarse, saltando y dejando su escondite.
-¡SOY DIEZ VECES MEJOR QUE MUFASA!- Gritó Scar, mientras Simba aparecía de un salto rugiendo
y enfrentando a Scar. AH NO, pensó Simba, esto había ido más lejos de lo que podía creer, Scar
había golpeado a su madre, ahora era su enemigo.
-¡MUFASA!- Gritó Scar mirándolo preso de la sorpresa.- No… Tú estás muerto.- Simba no podía
creer que lo confundieran con su padre, pero era de esperarse, él era un león adulto ahora, y
Simba había sido recordado como un cachorro, no como un adulto. El único adulto era Mufasa, y
el parecido era evidente. Simba no contestó a Scar, se acercó a Sarabi y acarició su mejilla, era su
madre. El calor maternal lo hizo sentir tibio por dentro.
-¿Mufasa?- Preguntó ella abriendo los ojos. Sus ojos mostraban un pequeño brillo de esperanza
después de tanto sufrimiento.
-No.- Afirmó él, mirándola ahora.- Simba.- Pronunció su nombre con seguridad.
Sarabi volteó aún más y sonrió.
-Simba… Estás vivo. ¿Cómo puede ser?
Simba sintió pena por su madre, ¿Cómo había podido abandonarla así? ¿Cómo había sido tan
estúpido? Ahora veía y entendía lo que Nala le decía, lo que Scar los estaba humillando, lo que los
estaba haciendo pasar.
-No importa.- Contestó.- He vuelto.
Scar levantó la mirada al escuchar el nombre “Simba”, parecía menos asustado que ante la idea de
que aquel fuera Mufasa. Al parecer Mufasa le daba otras sensaciones.
-Simba… ¡Simba!- Dijo Scar.- Qué gusto me da verte…- Agregó.-…Vivo.- Dijo con enojo observando
a las hienas en una roca, quienes dieron varios pasos atrás. Simba no comprendió aquel gesto,
pero levantó la mirada y enfrentó a Scar.
-Dame un motivo para no hacerte pedazos.- Dijo claro y fuerte, caminando hacia su tío. No era
quién él había creído, no era bueno, había arruinado el reino, golpeaba a su madre, había llenado
todo de hienas, el reino era débil, no había alimentos, era patético.
-Oh, Simba.- Contestó Scar.- Tienes que entender… Las presiones de gobernar el reino.
-Ya no son tuyas.- Le dijo Simba, quitándole el cargo. Había comprendido que él era el rey, que ese
era su lugar, él era el hijo de Mufasa, el rey VERDADERO.- ¡Apártate Scar!- Gritó.
Scar rió.
-Lo haría, lo haría con gusto; es sólo que hay un pequeño problema: eh, ¿Ves a las hienas?- Le
preguntó señalándolas por doquier.- Ellas creen que yo soy el rey.
-¡Nosotras no!- Gritó Nala acercándose junto con el gran grupo de leonas.- ¡Simba es el verdadero
rey!
Simba se sintió ahora fuerte, correría a Scar de su reino a como de lugar, tenía apoyo de las leonas
y tenía la fortaleza de su padre. El era el rey, él, y nadie más.
-Tú decides Scar.- Le dijo Simba.- O dimites… O peleas.
-Cielos.- Dijo Scar, Simba no sabía qué diría ahora.- Todo tiene que terminar con violencia… No
quiero ser responsable de la muerte de un miembro de la familia. ¿No estás de acuerdo, Simba?
Simba sintió un puñal en la espalda, Scar estaba contando su verdad, pero él debía ser fuerte y
enfrentarlo.
-No va a funcionar, Scar.- Le dijo, tratando de convencerse a sí mismo.- Ya lo he olvidado.
-Ah sí… Pero y tus fieles súbditos…- Comenzó Scar.-… ¿También lo olvidarán?
Simba no sabía si salir corriendo o si desaparecer por arte de magia, la vergüenza que sentía era
indescriptible, Scar les diría a todos la verdad de lo que Simba había hecho, y él sería sentenciado,
ya nadie querría protegerlo, él sabía que eso sucedería en algún momento, él había matado a
Mufasa.
-Simba…- Interrumpió Nala.-… ¿De qué está hablando Scar?- Preguntó.
-Ah… ¿Con qué no les has dicho tu peor secreto?- Preguntó Scar. Simba solo lo observó, estaba
petrificado, había temido ese momento toda su vida, había huido de ello por años y años, y ahora
estaba allí, donde sabía que no quería estar.- Bien, Simba, es tú oportunidad de hacerlo. Diles.
¿Quién es el responsable de la muerte de Mufasa?
Las patas de Simba temblaron, su corazón sintió un latigazo fuerte y se congeló en su sitio, las
miradas de las leonas se posaron en él. Y Simba contestó con voz temblorosa y baja.
-Yo.
Simba sentía que se largaría a llorar en cualquier momento, no podía controlar la ola de
emociones que lo llenaba.
-No es cierto.- Afirmó Sarabi.- Diles que no es cierto.- Le ordenó.
Simba ya no podía mentir más.
-Es cierto.- Confirmó.
-¿¡Oyeron!?- Preguntó Scar a los gritos.- ¡Lo confiesa! ¡ASESINO!- Lo llamó frente a todos.
-¡No!- Gritó Simba, él no quería, él nunca habría querido…- ¡Fue un accidente!- Se explicó
desesperado.
-De no ser por ti… ¡Mufasa estaría vivo! ¡Es tu culpa que muriera!- Gritó Scar. Simba sabía todo
aquello, se acusaba a sí mismo, siempre lo había hecho, todas esas verdades no podían ser
negadas, no podía enfrentar a Scar.- ¿¡Acaso lo niegas!?- Preguntó Scar con maldad.
-No.- Contestó Simba humillándose a sí mismo. Lo merecía, merecía morir allí, ya no tenía sentido.
-¡Pues eres culpable!- Afirmó Scar.
-¡No! ¡No soy asesino!- Gritó Simba defendiéndose, eso era algo que él quería creer, él no había
intencionalmente asesinado a Mufasa, él no había querido, sería la última cosa que querría.
Scar comenzó a caminar hacia él, pero Simba no pudo enfrentarlo, comenzó a caminar hacia atrás,
se estaba quedando sin lugar.
-Oh Simba, estás en problemas… Pero esta vez papi no te podrá salvar…- Le explicó Scar a Simba
acorralándolo en lo alto de la Roca del Rey.-… Y ahora ya todos saben el ¡PORQUE!
Simba pisó mal, detrás ya no había superficie y resbaló, sintió la parte posterior de su cuerpo
pender de la nada, mientras sus patas superiores lo sostenían con desesperación del borde. “Voy a
morir aquí, patético y humillado como merezco” Se dijo Simba, había matado a su padre, había
huido, ocultado la verdad, dejado a todo el reino sin esperanzas, no merecía nada, nada. ¿Por qué
había decidido volver? No había nada que pudiera hacer, su padre estaba equivocado.
-¡Simba!- Se escuchó a Nala gritar desde arriba. Simba la escuchó como si estuviera debajo del
agua, como un ruido de fondo. Su mente hacía mucho más ruido y no lo dejaba pensar
claramente. Un rayo comenzó un incendio debajo de la Roca del Rey, justo donde Simba se
encontraba. Sentía el calor abrazador en sus patas posteriores. No quería mirar abajo, era el fin,
tendría una muerte horrible. Todo lo que había valido la pena se había ido, ¿Cómo es que había
hecho todo tan mal?
-Mm…- Hizo un ruido Scar, pensativo. O fingiendo que pensaba en algo.- ¿Dónde he visto esto
antes?- Preguntó, observando a Simba resbalando, tratando de sostenerse del borde.- ¿Dónde lo
he visto?- Repitió la pregunta el tío de Simba.- ¡Ah, sí! ¡Lo recuerdo muy bien! ¡Así se veía tu
padre, antes de morir!- Simba tenía mucho en su cabeza, pero de pronto prestó atención a las
palabras de Scar. ¿Qué sabía él?
Scar tomó las patas delanteras de Simba con las suyas, clavando sus garras en ellas. El dolor lo hizo
rugir fuerte.
-Y aquí está mi pequeño secreto…- Susurró Scar, acercándose al oído de Simba, que lo miraba
petrificado.
-Yo… Lo… Maté.
La mente de Simba dejó de pensar, sus ideas volaron lejos en un segundo, sus ojos de cachorro
veían a su padre caer moviendo sus patas en el aire y gritando, y un “NOOOO” con voz de niño
provenía de su hocico, desesperado al ver morir a su padre frente a sus ojos, y sentirse culpable.
Su corazón latió fuerte, sus pupilas se agrandaron, sus patas delanteras se clavaron firmes en la
tierra y su cuerpo recobró una fuerza magnífica que no sabía de donde provenía. SCAR LO HABIA
MATADO, Simba no era el culpable, era un niño, LO HABIA ENGAÑADO, su padre había muerto por
culpa de Scar. Los músculos de Simba contestaron a la perfección, cada movimiento calculadísimo,
y su grandeza lo impuso por sobre el cuerpo de Scar. De un salto lo derribó, apretándolo con sus
patas contra el suelo.
-¡ASESINO!- Gritó Simba, preso de la furia, la ira y el rencor. Le había arruinado la vida, la de su
padre, la de todos, con sus mentiras, con su egoísmo.
-¡Simba, por favor!- Suplicó Scar.
-¡DILES LA VERDAD!- Le ordenó Simba.
-La verdad es tan relativ…- Comenzó a decir, pero Simba apretó su cuello, dejándolo sin aire.- Está
bien, ¡Está bien!- Aceptó Scar al quedarse sin aire.- Yo… Lo… Maté.
-Que te oigan todos.- Sentenció Simba.
-¡YO MATE… A MUFASA!- Gritó Scar, con Simba sobre él y hienas y leonas observando con
atención.
Las hienas se lanzaron sobre Simba, sintió miles de garras y dientes en cuestión de segundos, no
podía distinguir nada entre tantos animales juntos atacándolo, y no podía levantarse. Sintió alivio
cuando el peso de las hienas comenzó a desaparecer y vislumbró a las leonas atacándolas y
quitándoselas de encima. Les agradeció en silencio y la batalla continuó. Eran menos que las
hienas, pero pronto Timón y Pumba se sumaron, haciendo de aquella batalla, algo más justo.
Simba no los pudo observar mucho tiempo antes de que una hiena le saltara al cuello. Sintió un
golpe seco, el simio loco lo había ayudado, golpeando a la hiena en la cabeza. Parecía ser un
excelente luchador, Simba lo pudo ver realizar algunos movimientos increíbles.
La batalla era intensa, era cosa seria, había leonas y hienas cayendo por los costados de la Roca del
Rey, animales correteando por doquier, era de locos, pero Simba se sentía libre de culpa ahora, su
vida había dado un vuelco.
Sin involucrarse mucho más en la batalla, Simba se dedicó a buscar a Scar entre la muchedumbre,
no quería que se le escapara, tenía que apartarlo de su reino. Buscó por unos minutos y sus ojos lo
vieron, estaba huyendo por una línea de roca que rodeaba el área. Automáticamente Simba lo
siguió. Corrió rápido por aquel borde, no tenía miedo de caer, no tenía miedo de nada, llevaba la
verdad consigo, el espíritu de su padre lo guiaba y su alma le decía que aquello era lo correcto.
Scar corrió al verlo. Lo persiguió hasta llegar a un precipicio que Scar saltó fácilmente. Simba se
timó su tiempo para saltar. Pudo vislumbrar a Scar buscándolo, no tardearía en encontrarlo. Se
armó de valor, corrió y saltó, su salto fue más poderoso de lo que esperaba.
-Asesino.- Dijo Simba, caminando hacia él una vez que lo divisó. Scar estaba acorralado en la punta
de un roca con un precipicio en llamas alrededor.
-Simba, por favor… ten piedad… Te lo suplico.- Rogó asustado su tío.
-No mereces vivir.- Acusó Simba con tono parco, estaba seguro de lo que decía.
-Pero… Simba… Soy… Parte de… La familia.- Explicó Scar agachándose.- Las hienas son las
verdaderas enemigas… La culpa es de ellas… ¡Fue su idea!- Acusó Scar, quería sacarse la culpa
como sea.
-¿Por qué he de creerte?- Preguntó Simba.- Todo lo que me has dicho, ha sido mentira.- Lo culpó
con fuego en los ojos. Simba se sentía vengativo, sentía odio visceral por su tío, había arruinado su
infancia, lo había arruinado todo. Simba había huido presa de la culpa, una culpa que no era suya,
que nunca había sido suya. Le habían arrebatado a su padre.
-Bueno… ¿Qué piensas hacer?... No matarías a tu propio tío.- Aseveró Scar.
Simba lo pensó… No, no lo haría.
-No, Scar.- Contestó, y dijo algo muy cierto.- No soy como tú.
-Oh Simba, gracias.- Respondió Scar.- Eres tan noble.- Lo halagó luego.- Seré tu fiel vasallo… Y
ahora… ¿En qué puedo servirte? Dime, lo que sea.
-HUYE.- Ordenó claramente Simba. Las palabras resonaban en su mente como ecos del pasado,
palabras que lo había hecho dejar su reino, su lugar y su gente. Palabras provenientes del mismo a
quien tenía en frente. –Huye lejos Scar… Y nunca regreses.
A Scar no le había gustado aquello, Simba lo notó. El también recordaba lo que le había dicho a su
sobrino años atrás, cuando era pequeño, indefenso y asustadizo.
-Sí… Entiendo. Como usted quiera, Su Majestad.- Dijo Scar, pisando sobre brasas hirviendo y
arrojándolas en la cara de Simba. Simba rugió del dolor, sacudiéndose la cara. El ataque fue
inminente. Simba sintió el ataque de Scar, que saltó en su cuello aprovechando que él no podía
ver. Ambos cayeron abrazados cerca de la punta de la roca. Simba sintió una mordida de Scar
cerca de su espalda, por su melena. Luego como lo llevaba más cerca del precipicio, sentía el peso
de su tío sobre él. El era fuerte, y se lo quitó de encima. Ambos saltaron el uno hacia el otro,
atacándose simultáneamente. Simba levantó su garra, aventando un zarpazo en la cara de Scar,
haciéndolo sangrar. Pero la de Scar no tardó en llegar. Minutos más tarde era él quien recibía un
golpe y sentía la sangre en su pelaje. Lo perdió de vista por un momento, hasta que apareció en
medio de las llamas, dispuesto a saltar sobre él. Sin poderse levantar a tiempo, lo catapultó hacia
atrás con las patas traseras, y volteó inmediatamente para ver el paradero de su tío.
Pudo verlo levantarse adolorido unas rocas más abajo, en una superficie segura. Las hienas lo
miraban mal, y Scar las miraba a ellas con una sonrisa. Simba se quedó allí observando, se sentía
bien de que Scar no había caído en las llamas o algo, no era su intención matarlo, a pesar de todo.
-Ah, amigos míos.- Oyó Simba que Scar les decía a las hienas.
-¿Amigos? ¿Qué no había dicho que éramos enemigos?- Preguntó una de las hienas a las otras.
Todas parecieron acordar en ello.
-Sí, eso dijo.- Contestó otra. Eran tres.- ¿Ed?- Le preguntaron las dos a la tercera hiena, parecía que
ese era su nombre. Esta última solo afirmó con la cabeza. El rostro de Scar se transformó a uno de
terror. Varias hienas y no solo esas tres, lo acorralaron y comenzaron a saltar sobre él.
-¡No! ¡No! ¡No! ¡No fue mi intenci… ¡NO!- Gritó, pero no pudo terminar, estaba rodeado de hienas
hiriéndolo. Simba no quiso mirar, se largó de allí. Vio como una repentina tormenta apagaba las
llamas que consumían la Roca del Rey. Caía muchísima agua en el reino, y en cuestión de minutos
no había más fuego. El lugar estaba destruído, el fuego había terminado de destruir lo poco que
quedaba. Timón y Pumba se acercaron. Zazú, el mayordomo de su padre, a quién Simba no había
visto en años pero a quién recordaba perfectamente, se acercó a hacer una reverencia hacia él. Y
pensar que en el pasado lo llamaba inmaduro. Simba bajó de entre las rocas y golpeó su cabeza
amistosamente con la de su mamá, quien se acercaba a él orgullosa, y detrás de ella, su hermosa
Nala, con la que se dedicaron algunos mimos mientras Sarabi los observaba sonriente. Simba,
Sarabi y Nala voltearon para ver al mandril, quien señalaba con su bastón la subida a la Roca del
Rey. Los tres leones abrieron sus bocas por la sorpresa. Simba sintió un temblor en todo su cuerpo,
el miedo de tomar ese lugar tan pesado, el lugar que su padre le había dejado. “TOMA TU LUGAR
EN EL GRAN CICLO DE LA VIDA” Las palabras de Mufasa habían sido claras. “Por supuesto padre.”
Contestó Simba en su interior. Había hecho todo esto por él, porque su padre se lo había
ordenado, y él no lo volvería a decepcionar a su padre, NUNCA.
Cuando Simba se acercó al mono, este hizo una reverencia, el león aún no terminaba de creer que
él era el rey, ese leoncito que alguna vez se había prometido no volver. Simba abrazó al mono,
cuánto lo había ayudado, no podía estar más agradecido.
-Llegó la hora.- Le dijo el mono con sus sabias palabras, tomándolo por los hombros. Simba miró
hacia la roca, y emprendió el corto pero largo viaje. Un corto viaje por esa roca hasta la punta, que
le había tomado el largo camino desde que había nacido hasta el presente. Con coraje y
levantando la cabeza, comenzó a dar los primeros pasos. El suelo era firme, su corazón latía
apresurado, sabía que cada paso que daba eran los mismos pasos que su padre había dado años
atrás. Sentía que esa superficie era de su familia, estaba haciendo lo correcto.
Sus pasos eran lentos, y varias veces aminoró la marcha, pudo ver las gotas cayendo en la roca, los
huesos de viejas batallas y animales. Su pueblo observándolo debajo, era el rey.
Llegó a la cima, observó abajo, sus patas al lado del precipicio, y luego hacia arriba, al cielo. Las
nubes se dispersaron, Simba observó el cielo por un rato, y supo lo que debía hacer. Tomó aire, y
rugió, pero no como cuando era un niño. Rugió de verdad, rugió desde el corazón y con ganas, con
esperanzas reales, aceptando quién era y tomando su lugar, avisándole a su padre, que su hijo,
había regresado. Todas las leonas respondieron a ese rugido, y esa ceremonia se extendió durante
la noche.

El tiempo pasó, el reino era pura felicidad. Los árboles y vegetación habían retomado su color
verde, los animales habían regresado, el lugar era pura prosperidad bajo el mandato del verdadero
rey. Había una ceremonia ese día. Había nacido el cachorro de Simba y Nala.
Pumba, Timón, Zazu y la parejita de leones se hallaban parados en la punta de la roca. Todos
mirándose y llenos de felicidad y júbilo.

Rafiki apareció entre Simba y Nala, cargando al bebé, quien recién abría sus ojos.

Nala se acercó al oído de Simba.


-¿Cuál será su nombre?- Preguntó en un susurro, mientras todos los animales aclamaban desde
abajo.
-Será… Kopa.- Respondió con una sonrisa.

FIN PARTE 1
(Esta historia tendrá una secuela en el futuro)

También podría gustarte