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Rosario Aguirre
1. Introducción
En los países latinoamericanos los debates políticos y académicos sobre el
cuidado social y familiar son incipientes. En los países anglosajones
fueron impulsados por las corrientes feministas en el campo de las ciencias
sociales los que se remontan a los años setenta. El concepto de cuidado se
fue construyendo progresivamente sobre la observación de las prácticas
cotidianas y mostrando la complejidad de los arreglos que permiten cubrir
las necesidades de cuidado y bienestar. El análisis de las actividades de
cuidado separadamente de otras actividades del trabajo doméstico ha
significado un avance porque define un campo de problemas de
investigación y de intervención social “con sus actores, sus instituciones,
sus formas relacionales, un campo que se sitúa en la intersección entre las
familias y las políticas sociales” (Letablier, 2001).
Las investigaciones realizadas principalmente en los países de la
Unión Europea, a partir de experiencias, en particular de los países
nórdicos y también de Italia y Francia, introdujeron una aproximación
de género en un campo que ignoraba esta dimensión: el de las políticas
sociales y los Estados de bienestar. Se ha mostrado que el carácter
doméstico de los cuidados ha sido la base para la exclusión de las
mujeres de los derechos ciudadanos propugnando un concepto de
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Socióloga e investigadora de la Universidad de la República de Uruguay.
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ciudadanía social que reconozca la importancia de los cuidados y las responsabilidades domésticas
para la sociedad. Se reformula el concepto de ciudadanía social para introducir la noción de
derecho a ser cuidado y el derecho a cuidar (véase, por ejemplo, Lewis, 1992; Orloff, 1993;
Sainsbury, 1996, 2000; Saraceno, 1995, 2004).
En términos generales, se concibe el cuidado como una actividad generalmente femenina y
no remunerada, sin reconocimiento ni valoración social. Comprende tanto el cuidado material como
el cuidado inmaterial que implica un vínculo afectivo, emotivo, sentimental. Supone un vínculo
entre el que brinda el cuidado y el que los recibe. Está basado en lo relacional y no solamente en
una obligación jurídica establecida por la ley sino que también involucra emociones que se
expresan en las relaciones familiares, al mismo tiempo que contribuye a construirlas y mantenerlas.
En este sentido Arlie Russell Hochschild (1990) precisa que: "El cuidado es el resultado de
muchos actos pequeños y sutiles, conscientes o inconscientes que no se pueden considerar que sean
completamente naturales o sin esfuerzo . Así nosotras ponemos en el cuidado mucho más que
naturaleza, ponemos sentimientos, acciones, conocimiento y tiempo".
Puede ser provisto de forma remunerada o no remunerada. Pero también fuera del marco
familiar, el trabajo de cuidado está marcado por la relación de servicio y de preocupación por los
otros. El cuidado puede ser pago o impago como consecuencia de elecciones políticas, valoraciones
culturales compartidas y el régimen de género imperante.
El cuidado puede ser clasificado en dos tipos principales: el cuidado proporcionado a niños,
niñas y adolescentes en el que junto a la obligación hay una fuerte fuente de gratificación y por otro
lado, el cuidado que se dedica a la atención para hacer frente a una enfermedad, crónica o aguda,
llamado cuidado asistencial (Murillo, 2003).
En el cuidado infantil hay una frontera difusa entre actividades de cuidado y las actividades
propias de la educación inicial, por lo cual la noción de cuidados presenta particular interés para
poner de manifiesto actividades que de otra forma permanecerían ocultas.
En el cuidado de las personas mayores dependientes existen también dificultades para que
las tareas que integran el cuidado sean reconocidas como tales cuando son prestadas de manera
informal. Una clave para entender esta situación la proporciona Soledad Murillo (2003) cuando
precisa que “el cuidado está inmerso en la lógica del sacrificio, un sacrificio que puede entrañar –
sin pretenderlo– un grado de reconocimiento social. A pesar de que la enfermedad se cronifique, y
ésta termine por saquear el tiempo a quien lo prodiga”.
La economía del cuidado ha eclosionado en los últimos años. Este campo estudia la
producción de bienes, servicios y actividades realizadas en los hogares indispensables para la
reproducción biológica y el bienestar de las personas y las familias. Incluye también la provisión de
cuidados que se realiza en la esfera pública y mercantil. Conceptualizada de esta forma por las
economistas feministas ha significado una ruptura epistemológica trascendente con la corriente
principal de la teoría económica. Se interesa por el valor económico del cuidado y por la relación
entre el sistema económico y la organización del cuidado. Pero el estudio del cuidado no se reduce
a lo económico sino que integra otras perspectivas disciplinarias (sociología, antropología,
psicología social, historia) en donde se han producido rupturas epistemológicas con sus respectivos
cuerpos teóricos. Si bien es legítimo producir conocimientos desde cualquiera de las Ciencias
Sociales y Humanas, trabajar con una visión amplia del cuidado requiere integrar conocimientos de
las diferentes disciplinas, sobre todo si se pretende realizar aportes para colocar el tema en la
agenda pública, proporcionar argumentos a las organizaciones sociales y estimular la acción
pública. Es por eso que preferimos referirnos a la organización social del cuidado para aludir a este
nuevo campo de investigación y de intervención social.
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pequeños sólo están dirigidos a los sectores más pobres de la población, en general con niveles
bajos de cobertura, al mismo tiempo que se va desarrollando una creciente mercantilización del
cuidado infantil para los sectores sociales que pueden pagarlos, situación que es similar en los
servicios destinados a los adultos dependientes (Aguirre, 2003).
Los cambios demográficos, particularmente el aumento de la proporción de las personas
mayores de 65 años en la población total, fenómeno mundial debido a la baja natalidad y al
aumento de la esperanza de vida plantean importantes dilemas de tipo económico, social y político.
Los datos para 2005 revelan que los países del cono sur son los que alcanzan la mayor proporción
de adultos mayores: el 9.8% en Argentina, el 7.2% en Chile y el 12.9% en Uruguay. Es objeto de
preocupación el incremento de los gastos sanitarios y asistenciales y el creciente peso de las
personas no incluidas en el sistema de seguridad social. Menos atención merece la presión sobre las
familias para la prestación de servicios. Esta presión está en aumento por el “envejecimiento dentro
del envejecimiento” que refiere al aumento de las personas mayores de 75 o de 80 años dentro de la
población mayor. Esta población cuenta cada vez con mayor número de población femenina
(feminización del envejecimiento) debido a las crecientes diferencias favorables a las mujeres en la
esperanza de vida. Así por ejemplo, el índice de feminidad de la población de 80 y más años era en
el año 2005 en los países del cono sur de 201 en Argentina, 181 en Chile y 199 en Uruguay
(CEPAL, 2005). Frente a las crecientes necesidades de cuidados y la ausencia de personas
disponibles para hacerse cargo gratuitamente de ellos, el sector mercantil de cuidados para niños
pequeños, adultos mayores dependientes y enfermos han adquirido en la última década un
importante desarrollo.
En América Latina, las enormes desigualdades sociales están estrechamente vinculadas con
la provisión desigual de cuidado familiar y social conformando un verdadero círculo vicioso.
Quienes tienen más recursos disponen de un mayor acceso a cuidados de calidad en situación de
tener menos miembros del hogar que cuidar. Aquellos que disponen de menores recursos para
acceder a los cuidados mercantiles y que tienen más cargas de cuidado acumulan desventajas por el
mayor peso del trabajo doméstico familiar, por las dificultades en el acceso a los escasos servicios
públicos y la necesidad de recurrir a cuidadoras “informales”.
Diversos autores llaman la atención sobre los cambios culturales y las disposiciones
personales por la propagación de una visión más individualista de las relaciones sociales.
Crecientemente las uniones de las parejas no implican responsabilidad de por vida y los hijos no
son la única fuente de realización personal, pero al mismo tiempo existe el mandato cultural hacia
la promoción del desarrollo de los niños en todas sus facetas, lo que trae consigo nuevos deberes lo
cual para algunas familias de sectores medios y altos se convierte en trabajo real de gestión de la
formación de sus hijos (Beck-Gernsheim, 2001). Aunque no se disponen de evidencias empíricas
para los países de nuestra región, es probable que el costo de tener un hijo para estos sectores sea
crecientemente alto.
Otra fuente de tensión con relación a la disposición hacia la autonomía y autorrealización de
los miembros de las familias es la dependencia familiar de los hijos adultos jóvenes que viven con
sus padres, con lo cual la inversión parental hacia los hijos tiende a mantenerse durante más
tiempo. En Uruguay se encontró que en la última década ha aumentado el número de hogares con
hijos de 25 a 30 años que continúan viviendo con sus padres. Ello puede implicar la necesidad de
cuidar simultáneamente de los hijos y de los padres y que el período de la vida en que hay que
cuidar de personas dependientes se extienda más.
En la vida privada, el déficit de cuidado es más notorio en familias donde las madres
trabajadoras –casadas o solteras– no reciben ayuda suficiente de sus parejas o familiares,
constituyendo una fuente de importantes tensiones, especialmente para las mujeres. En el ámbito
público, el déficit de cuidado se ve –entre otros indicadores– en la insuficiencia de atención que
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prestan las políticas sociales a la situación de las madres de niños pequeños, de los ancianos, de los
enfermos, de los impedidos. Debe destacarse la insuficiencia de información sobre la cobertura de
los servicios hacia estos sectores.
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CUADRO 1
MONTEVIDEO, 2003: ATENCIÓN DE NIÑOS PEQUEÑOS (0 A 3 AÑOS)
SEGÚN SEXO DEL ENCUESTADO
Las opiniones referidas a la protección y el cuidado de las personas mayores muestran que
más de un 40% de la población le atribuye al Estado un papel fundamental (en forma exclusiva,
principal o en paridad con la familia). Cerca de un tercio se inclina por responsabilizar a las
familias pero con la ayuda del Estado. En el otro extremo tenemos a un 28% de la población que le
atribuye la responsabilidad exclusiva a las familias. Vemos que en el caso de las personas mayores
se acentúa aún más que en el caso de los niños más pequeños, la responsabilidad social del Estado.
CUADRO 2
MONTEVIDEO, 2003: PROTECCIÓN Y CUIDADO DE PERSONAS MAYORES
SEGÚN SEXO DEL ENCUESTADO
Principalmente las familias con ayuda del Estado 25,4 32,6 29,6
Estos resultados nos muestran que se debe seguir trabajando en la construcción de los
cuidados como un problema público. Se requiere dar visibilidad y valor a los cuidados a través de
la producción de conocimientos, la discusión y difusión de argumentaciones y propuestas. En esta
dirección hay algunos ejemplos interesantes en la región en cuanto a esfuerzos originados desde la
sociedad civil.
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