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II SEMINARIO “CHILOÉ: HISTORIA DEL CONTACTO”

16, 17, y 18 de junio de 2010

PROCESO A LOS “BRUJOS DE CHILOÉ”


PRIMER ACERCAMIENTO: EL PROCESO
JUDICIAL

Jannette González Pulgar


Lic. en Lengua y Literatura Hispánica,
Universidad de Chile
jgonzalezpulgar@yahoo.es

Cohabitan el imaginario latinoamericano diosas y dioses precolombinos,


vírgenes y brujas, oralidad, escritura y otras grafías;
voces indígenas, mestizas y europeas;
retazos de máquinas sociales, rituales, semifeudales o burguesas (…)”
Kemy Oyarzún

“El cuerpo está también directamente inmerso en un campo político;


las relaciones de poder operan sobre él una presa inmediata;
lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas
ceremonias, exigen de él unos signos.
Michel Foucault

INTRODUCCIÓN

Dos problemáticas presenta una investigación sobre este proceso.


La primera tiene relación con las fuentes, debido a la supuesta inexistencia de los
textos originales del proceso judicial, de los documentos emitidos por la Mayoría y los
dirigidos a la misma. No obstante dicha situación, hoy podemos acceder a través del portal
de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile (DIBAM), Memoria Chilena
(www.memoriachilena.cl), a una selección de las confesiones y sentencias denominada

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Proceso de los brujos de Chiloé, realizada por Ramón Espech1, con la finalidad de que Benjamin
Vicuña Mackenna lo investigara, lo cual, al parecer, nunca se llevó a cabo.
En cuanto a la recepción periodística no ocurre lo mismo, ya que algunos de dichos
periódicos se encuentran microfilmados en la Biblioteca Nacional. Aun así, debo confesar
que todavía no me he remitido a ellos, sino que me sostengo en las reproducciones
presentadas por Mauricio Marino y Cipriano Osorio en Chiloé, cultura de la madera. Proceso a
los brujos de Chiloé (1983).
El segundo problema es la actualidad y vigencia del tema en Chiloé, pero no del
proceso en sí, sino de la existencia de supuestos “brujos”, más allá de si están organizados
o no. Problemática indirecta, ya que mis intereses trascienden dicho punto, teniendo que
ver más bien con el proceso mismo, su contexto e implicancias históricas, políticas y
socioculturales.
Planteado lo anterior, vamos entonces al tema en cuestión: este primer
acercamiento, este primer intento por contextualización del proceso judicial en la
“evolución” del sistema judicial chileno durante el siglo XIX.

En marzo de 1880 se dio inicio en Ancud al “notable”, “curioso” y “singular”


proceso judicial –caracterizado así por el periódico El Chilote el 8 de abril de 1880 (Marino
& Osorio 1883: 236)-, iniciado por el entonces Intendente de Chiloé, Luis Martiniano
Rodríguez.
Los motivos que movieron a dicha autoridad a efectuarlo no son tan claros. Según
la introducción de la selección publicada en el portal de Memoria Chilena, cuyo autor no
aparece, éstos se basaron en ciertos excesos cometidos por los “brujos de Chiloé”, cuyas
prácticas

1Según la introducción de la selección, cuyo autor no aparece, Ramón Espech “desempeñó en el país los más
diversos cargos públicos y actividades: funcionario del ferrocarril de Copiapó a Caldera, explorador de minas
en Bolivia y en el Desierto de Atacama, director de la fábrica de paños para el Ejercito, inspector de Correos y
Telégrafos y Ferrocarriles del Estado, inspector de Aduanas, profesor de Contabilidad en la Universidad de
Chile, etc.” (Proceso de los brujos de Chiloé. Pp. 124)
A tales antecedentes podemos agregar su participación en la Guerra del Pacífico como “Ayudante de campo”
del Coronel Emilio Sotomayor.

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“en el último cuarto del siglo XIX (…) no se limitaron a simples actos de
hechicería sino que decididamente se dedicaron a asesinar por cuenta propia y
ajena, extendiéndose el terror, en todas las islas y comarcas del Archipiélago de
Chiloé. Semejante situación movió en 1880 al lntendente de la Provincia don
Luis Martiniano Rodríguez, funcionario relevante por su inteligencia, capacidad
y energía, a tomar las medidas necesarias para ponerle termino.” (Proceso (…):
124)

Por su parte, Ramón Espech señala motivos similares, pero no es tan enérgico en
sus opiniones: “En 1880, siendo intendente don Luis Martiniano Rodríguez, fueron tantas
y tan repetidas las quejas y declaraciones que tuvo del abuso que los tales brujos cometían
que al fin se decidió extirparlas.” (Proceso (…): 125)
Sea como fuere, me parece que lo que lo motivó a llevar estos casos al sistema
judicial chileno, efectivamente tuvo que ver con las quejas y/o denuncias de los habitantes
del Archipiélago. Sin embargo, y aquí comparto la opinión de Gonzalo Rojas Flores, autor
de Reyes sobre la tierra. Brujería y chamanismo en una cultura insular. Chiloé entre los siglos XVIII y
XX, (2002), quien, a mi juicio, hasta el momento ha llevado a cabo la investigación más
enriquecedora y acabada sobre la Mayoría, a pesar de que no concuerdo con la base de su
marco teórico: el concepto de aculturación, en tanto, me parece que lo que se produjo en
nuestro Archipiélago más bien fue un proceso de transculturación, pero esta discusión la
dejaremos para otra oportunidad…
Volviendo, entonces, a la concordancia con Rojas, paso a citar lo trascendente:

“Nuestra impresión, por tanto, es que el proceso judicial iniciado en 1880 no


tuvo relación con un supuesto aumento de la actividad delictual vinculada a la
brujería o a un eventual quiebre interno, sino más bien con la creciente
consolidación del aparato administrativo y judicial en Chiloé y su voluntad
política de “civilizar” en forma definitiva a su población” (2002: 170)

No obstante, debo agregar algo: se trata no sólo de “la creciente consolidación del
aparato administrativo y judicial en Chiloé”, sino, y primero que todo, en Chile, en la
República de Chile.
Una de las aristas de esta situación puede ser evidenciada en la “evolución” del
sistema judicial y penal chileno, el que, en términos de Marco Antonio León (1998), habría
ejecutado desde sus inicios una serie de “ensayos penales”.
El primer ensayo habría sido la utilización de la isla Juan Fernández como “colonia
penal”, la misma que ya habría cumplido el rol de presidio realista en el periodo de
Reconquista. Sin embargo, dada su lejanía e incomunicación, en la década de 1830 se
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produjeron una serie de levantamientos que llevaron a las autoridades a pensar y crear otro
sistema.
Es así como se llevó a cabo entre 1836 y 1847 lo que para este autor constituye un
segundo ensayo penal: el “Presidio ambulante” o “Presidio Jeneral de carros”, sistema
ideado por el entonces Ministro del Interior del Presidente Joaquín Prieto, Diego Portales,
y consistente en “jaulas rodantes” en las que los prisioneros –supuestamente los más
peligrosos- permanecían encadenados. En las mismas, los reclusos eran transportados a los
lugares de trabajo forzado. Por lo tanto, no es difícil dilucidar que uno de los objetivos de
este sistema era generar la humillación pública y colectiva del reo, por lo que nos
encontramos, entonces, ante un ensayo penal basado en el presidio, el trabajo forzado y la
humillación, en tanto, para Portales, el objeto principal de la legislación penal debía ser el
“escarmiento”, mientras que su concepción de la cárcel -al igual que para el Antiguo
Régimen- consistía en “un lugar de tránsito donde se esperaban condenas mayores, como
la ejecución pública, la expropiación de bienes o el destierro.” (1998: 185)
Las críticas al presidio ambulante fueron múltiples, principalmente por las
condiciones deplorables en las que se encontraban los prisioneros, siendo el principal
“espectáculo” ofrecido a los transeúntes, su casi desnudez y suciedad, en un escenario
pletórico de excrementos y fetidez.
Otro punto clave fue la fuga de quienes debían vigilarlos y resguardar su
permanencia en los carros, posiblemente debido a la falta de recursos y la inexistencia de un
reglamento “que definiera las normas a las que debían someterse tanto los reos como los
encargados de la guardia del presidio.” (1998: 189)
Ya ante la ineficacia del presidio en la isla Juan Fernández, comenzó a ser planteada
la necesidad de una reforma en el sistema carcelario, e incluso en 1842 Manuel Montt (en
ese momento Ministro de Justicia) planteaba la posibilidad de crear nuevas colonias penales
en la isla Mocha o el Archipiélago de Chiloé. No obstante, tales ideas fueron descartadas ya
que posibilitaban los mismos problemas que hicieron del primero un intento fallido: la
lejanía e incomunicación.
El 19 de julio de 1843 es aprobado el proyecto de ley “que inauguraba el régimen
penitenciario en Chile y que disponía la creación de una Penitenciaría en Santiago” (1998:
192). De esta manera, se pone fin al presidio ambulante, un sistema que, no olvidemos,
“respondió a un conjunto de ideas que la clase dirigente chilena fue elaborando a lo largo

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de los años respecto de los sujetos populares y su forma de control social para evitar las
transgresiones al “orden” republicano” (1998: 196).
En 1847 comienzan a ser trasladados los prisioneros desde las “jaulas rodantes” a la
nueva Penitenciaría, aún cuando esta todavía estaba inconclusa, pero no fue sino hasta 1874
que se promulgó el nuevo Código Penal, código bajo el cual fue llevado a cabo el proceso
judicial que aquí nos convoca, expandiéndose hasta nuestro Archipiélago el empeño de la
naciente República por constituir un nuevo orden social.

II

Fue así como comenzó una persecución a “machis”, “curanderos” y “brujos”,


principalmente indígenas2, llegando, de acuerdo al diario El Chilote del 8 de abril de 1880
“a no menos de treinta individuos” los sumariados, el 13 de mayo “a ochenta, poco más o
menos”, y, finalmente, a “cerca de cien individuos”, según la “Vista fiscal” del Juzgado de
Ancud, emitida por José N. González. De acuerdo al mismo documento, entre estas cien
personas se encontraban “unos miembros de la asociación y otros sabedores de su
existencia.” (154)
El despliegue se efectuó en diversas subdelegaciones por orden del Intendente. Y
los inculpados, hombres y mujeres de entre 26 y 98 años3, de acuerdo a la selección de
Ramón Espech, fueron llevados a Ancud, donde se les encerró y obligó a declarar.
El procedimiento, de acuerdo a la introducción de Proceso de los brujos de Chiloé fue el
siguiente: Martiniano Rodríguez “Ordenó una redada de todos los individuos señalados
como brujos; concentrolos en Ancud y aquellos que parecieron culpables de delitos
comunes fueron entregados a la acción de la justicia.” (124) Por su parte, Espech presenta
la siguiente versión: el Intendente

“(…) impartió a las autoridades subalternas del archipiélago la orden de que en


un día dado hiciesen una recogida de todos los brujos y se los remitiesen a
Ancud, con todos sus trebejos, yerbas, que debían servir de cuerpo del delito.

2 De acuerdo a la selección de confesiones, la mayoría de los inculpados eran indígenas, identificándose los
siguientes apellidos: Coñuecar, Quinchén, Agüil, Carimonei, Chieni, Chiguay, Rain, Raicahuin, Güichapane y
Colipichun. Los otros apellidos eran: Calisto, Aro y Uribe.
3 Juan Esteban Carimonei Chieni, tenía 26 años. Los más ancianos mencionados en esta selección del Proceso,

son Santiago Rain Andrade, de 98 años, y José María Chihuai, de 90, quienes, al ser emitida la “Vista Fiscal”
(ver Proceso a los brujos de Chiloé, en www.memoriachilena.cl) se encuentran en el Hospital de Ancud.

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Llegados que fueron se encerró con ellos y, uno a uno, fueron


convencidos breve y sumariamente de la impotencia de su institución.” (125)

Sobre las condiciones del traslado a Ancud, y el trato dado en el transcurso del
proceso, sobre todo antes y durante las declaraciones, no tenemos noticias, sin embargo,
sospecho que no fueron las mejores.
Mis sospechas surgen tanto de las declaraciones del propio Martiniano Rodríguez,
como de algunos testimonios sobre el funcionamiento del sistema administrativo y judicial
chileno.
Paso a citar la Circular Nº 437 del día 10 de mayo de 1880, en la que el Intendente
de Chiloé señala:

“Con la persecución que se ha hecho y que se hace a dichos criminales, y con


el miedo manifestado por éstos a las medidas tomadas por la autoridad, el
pueblo se ha desengañado en parte que no tenían por qué temer a los
hechiceros e impostores, y que basta tratarlos de la manera que merecen
para que huyan de la provincia o vayan a esconder en medio de los bosques
la vergüenza producida por su vida criminal.” (Marino & Osorio 1883: 239)

Surgen aquí al menos tres preguntas: ¿Cuáles habrán sido las medidas tomadas por la
autoridad? ¿Cuál es la manera en que merecían ser tratados? ¿Se habrán regido dichas
medidas y tratos al Código Penal de 1874? Puede que El azote, el tormento y las incomunicaciones
como medios de descubrir los delitos de Robustiano Vera (1891) –pseudónimo del abogado
Ricardo Varela, quien tuvo, entre otros, el cargo de Subsecretario del Juzgado del Crimen
de Santiago –, nos entregue algunas luces para responderlas.
Fundamentalmente, lo que hace Vera es criticar la administración judicial chilena,
caracterizándola como una institución de poca honorabilidad y fiabilidad, debido a la
existencia de una serie de abusos cometidos contra los procesados. Principalmente, el
abogado denuncia la existencia de irregularidades por parte de los jueces a la hora de
redactar las declaraciones, pero, por sobre todo, la existencia de diversos tormentos y
maltratos a los que habrían sido sometidos los prisioneros principalmente antes de emitir
las declaraciones, los que de acuerdo al Código Penal no podían ser ejercidos. Estos
tormentos, según el autor, “se llevan a efecto sin testigos extraños, en altas horas de la
noche, o bien en lugares apartados donde no es posible que se oiga el lamento de la víctima
(…)” (1891: 587)

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Los castigos más frecuentes habrían sido: Azotes con vara de membrillo, Amarrar
los brazos del procesado por detrás de la espalda y después suspenderlo en el aire, Darle
bofetadas, Colgarlo de los brazos, Privarle del alimento o tenerlo a pan y agua y
Mantenerlos incomunicados. (1891: 587)
Ante tales abusos, Vera propone la creación de un “Código de Enjuiciamiento
Penal”:

“porque es un adefesio tener leyes penales y estar aplicándolas bajo


disposiciones de una tramitación establecida siglos há, cuando se confundía el
delito con el pecado y cuando se creía que la sociedad era todo y el individuo
nada, y cuando para encontrar criminales todo medio era permitido” (1891:
591)

Otro testimonio corresponde a irregularidades cometidas a fines el siglo XIX, pero


ya no en Santiago, sino más al sur, en el territorio mapuche.
Tomás Guevara (1904) en Costumbres judiciales I Enseñanza de los araucanos, cita
extensamente las Memorias (1901) del “Protector de indígenas” Eulogio Robles, quien
denuncia las constantes y diversas estrategias de usurpación de tierras al pueblo mapuche, y
a “los malos jueces i la inservible constitución policial i carcelaria.” (1904: 57)

“Es conveniente que se sepa que las prisiones arbitrarias decretadas contra ellos
por funcionarios administrativos de inferior jerarquía son frecuentes, como
también las flagelaciones para hacerlos confesar delitos en que se suponen
tengan participación i otras torturas a que se les somete, en que la nota salvaje
de refinamiento de crueldad no falta jamás.” (1904: 58)

III

Salvajes y crueles son los administradores de justicia de la República de Chile para el


protector de indígenas Eulogio Robles; cohecho, perjuicio, engaño, falsía y crimen existe en dicha
institución, según Robustiano Vera. Criminales e impostores, rateros y asesinos cobardes son los
integrantes de la Mayoría para el Intendente Martiniano Rodríguez. Salvajes, brujos,
“bandoleros y fítidos” que “avergüenzan a nuestra raza indígena”, son algunos habitantes del
Archipiélago para Domingo Coñuecar, presidente del Juzgado de Salamanca de indígenas o
caballeros blancos y mestizos.

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Tipos de delito, motivos suficientes para ejercer justicia y aplicar castigos que van desde
la cancelación de multas a la reclusión y la muerte, de acuerdo a los artículos del Código Penal
chileno, o desde la enfermedad a la muerte, de acuerdo a las leyes “de nuestra raza”, según
Coñuecar.
Tipos de delito, tipos de castigo, tipos de sistemas e instituciones judiciales…

BIBLIOGRAFÍA

Guevara. Tomás (1904). Costumbres judiciales I Enseñanza de los araucanos. Santiago de


Chile: Imprenta Cervantes.

León, Marco Antonio (1998). “Entre el espectáculo y el escarmiento: el presidio


ambulante en Chile (1836-1847).” En Mapocho. Revista de Humanidades y Ciencias
Sociales. Nº 43, primer semestre. Pp. 183 – 209. En
http://www.memoriachilena.cl//temas/documento_detalle.asp?id=MC0018576

Marino, Mauricio & Osorio, Cipriano (1983). Chiloé cultura de la madera. Proceso a los
brujos de Chiloé. Ancud: Imprenta Cóndor.

Proceso a los brujos de Chiloé. En:


http://www.memoriachilena.cl//temas/documento_detalle.asp?id=MC0008651

Rojas Flores, Gonzalo (2002). Reyes sobre la tierra. Brujería y chamanismo en una cultura
insular. Chiloé entre los siglos XVIII y XX. Santiago: Editorial Biblioteca Americana,
Universidad Andrés Bello.

Vera, Robustiano (1891). “El azote, el tormento y las incomunicaciones como


medios de descubrir los delitos.” En Revista forense chilena. 1885-1902. Santiago:
Imp. Cervantes. 16 v., tomo 7, nº 8. P. 586 – 591. En
http://www.memoriachilena.cl//temas/documento_detalle.asp?id=MC0018570

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