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Rev. Soc. Col.

Psicoanálisis (2012) 37:325-350


Artículos de revisión teórica

Patologías límite de la infancia1

Margarita Acevedo Schwabe1

Objetivo: Realizar un trabajo teórico sobre las patologías límite de la infancia. Método:
describir el abordaje sobre las patologías límite desde algunos aspectos de la historia del
término, motivos de consulta, evolución y pronóstico, tratamiento y técnica. Resultados
y Conclusiones: existen aspectos psicoanalíticos que ayudan a determinar y abordar las
patologías límite de la infancia; por su parte la patología límite en niños trata de un
movimiento vertical y horizontal, simultáneamente.

Palabras Clave: patología límite, psicoanálisis de niños, psicopatología.

Introducción
En el presente trabajo se hará un recuento teórico, en el cual se revisarán los
criterios diagnósticos, clínicos y la psicopatología dinámica, correspondientes a
los niños con patologías limite. Del mismo modo, se busca establecer el origen y
desarrollo de los indicadores clínicos (criterios de inclusión) de dicha patología.
Se examinarán algunos puntos de vista de autores psicoanalíticos respecto del
tema tratado, y se buscará establecer si existen coincidencias y diferencias entre
ellos, para posteriormente tomar una posición personal al respecto. Finalmente,
se realizará un debate, y se comunicarán resultados y conclusiones.

Historia del término límite


Al abordar las patologías límite de la infancia, hay que precisar que, según
Misès y Rojas (2002), el término fue introducido por la psiquiatría, disciplina que
las clasificó como una categoría ubicada entre la neurosis y psicosis. Posterior-
mente, se pasó del diagnóstico psiquiátrico, a una comprensión psicoanalítica del

1. Trabajo presentado como uno de los requisitos para ser promovida a miembro Titular de la
Sociedad Colombiana de Psicoanálisis.
2. Psicóloga-Psicoanalista, Miembro Titular, Sociedad Colombiana de Psicoanálisis.

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fenómeno, describiendo sus características límite en términos de funcionamien-


tos psicoanalíticos (Misès, 1992). También es importante considerar el hecho de
que en el terreno emocional, primero fueron descritos los cuadros en el adulto
(Aarkrog, 1981; Kestenbaum, 1983; Kernberg, 1984) y en la adolescencia (Mas-
terson, 1986), para posteriormente describir el de la infancia (Kernberg, 1989,
Misès, 1992).
Chouchena (2002), afirma que el término límite viene del inglés “borderline”,
el cual a finales del siglo XIX era utilizado en Estados Unidos para designar ca-
sos que colindaban con la locura; por ejemplo, “borderline cases, borderline insanity”.
En 1884, Hughes describió un estado borderline con la locura. En 1938, Stern
definió un “borderline group of neurosis”. En 1949, Eisenstein consolidó el término
con sus trabajos.
Continúa planteando Chouchena (2002) que para la psiquiatría, la patología
límite significa una categoría entre las neurosis y las psicosis esquizofrénicas, así
como tener un marco específico en el que se puedan aprehender pacientes con
sospecha de evolución hacia la psicosis. El psicoanálisis en Estados Unidos, en-
tre 1940-1945, utilizó el término para pacientes que en principio aparentaban ser
neuróticos pero que durante el análisis desarrollaban una transferencia psicótica.
En Francia, hacia 1969, Diatkine habló de las pre-psicosis, como una categoría
preventiva que se dividía en niños con características psicóticas que bien evo-
lucionaban hacia la psicosis, o hacia la patología límite; y posteriormente Lang
introdujo las para-psicosis, un cuadro psicopatológico muy parecido al de las
patologías límite.
Para Green (1972), el término hace alusión a que en estos niños fallan los tres
límites principales del aparato psíquico, a saber: a) la barrera soma-topsíquica; b)
la barrera protectora, que delimita el psiquismo del mudo exterior; y c) el pre-
consciente como límite intrapsíquico entre inconsciente y consciente, encargado
de censurar las pulsiones excesivas del ello.
Para Ajuriaguerra (1993), lo límite es un funcionamiento psíquico y hay que
verlo como algo que ocurre en el momento, puede ser una patología que más
adelante cambie. No debe verse como un estado porque los síntomas varían:
por ejemplo, el niño inicialmente inhibido después puede ser agresivo, y el niño
ansioso y agitado puede replegarse.
Misès y Rojas (2002) definen la patología límite en niños como organizacio-
nes que ocupan un lugar original entre las neurosis y psicosis. Es una psicopato-
logía más móvil y de mejor pronóstico que las patologías fronterizas del adulto,
siempre y cuando se intervenga a tiempo y adecuadamente. Alude al diagnóstico
de síndromes clínicos reunidos en trastornos que en el pasado habían sido de-

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Patologías límite de la infancia

nominados diferente, por ejemplo: patologías narcisistas, patologías anaclíticas,


disarmonías evolutivas, personalidades “falso self” ó personalidades esquizoides,
detrás de síndromes depresivos, actuaciones y disarmonías cognitivas.

Teorías en relación a las patologías límite


Hasta el momento, es poco lo que se ha escrito sobre las patologías límite
de la infancia en el terreno psicoanalítico. Primero voy a citar autores que plan-
tearon algunas ideas acerca de lo que se encuentra en el complejo terreno de
las patologías límites infantiles, para luego describir detalladamente los mayores
aportes al tema.
Chouchena (2002), relata que primero se consideró hereditario el origen de
las patologías límite, y posteriormente se planteó que se debe a trastornos en la
vida temprana del niño. Dentro de esta última posición, Klein (1945) y su escuela
afirman que el niño con patología límite esta limitado para acceder a la ambiva-
lencia, no elabora la posición depresiva y acude a mecanismos primarios como la
escisión para defenderse del dolor depresivo.
Winnicott (1960, 1962) se refiere al proceso maduracional innato de los ni-
ños, y plantea que éste sólo es posible a través de una relación saludable entre
los padres y el hijo. Se pregunta qué pasa cuando el proceso de maduración falla.
El bebé siente una angustia intolerable y se defiende frente a ella primariamente.
Puede haber: derrumbe psíquico, aniquilación, herida narcisista, angustia – páni-
co – regresión, y omnipotencia, en el que prima un mundo narcisista.
Son los padres buenos, día a día, a través del healing, handling y holding, los que
evitan el funcionamiento borderline de sus hijos.
Para Mahler (1984), la patología límite en los niños se origina en la problemá-
tica presentada durante el proceso de separación-individuación entre la edad de
uno a tres años.
Según Bergeret (1974), “el traumatismo único o la suma acumulativa de múltiples
micro-traumatismos que padece el futuro sujeto fronterizo, se presentarían durante la fase anal
del desarrollo, que es seguida por una pseudo-latencia precoz, con la consecuente relación objetal
de tipo anaclítico” (p. 286). Así, todo lo que se vive como amenaza de pérdida pue-
de generar una descompensación depresiva o psicosomática, o de tipo perverso.
El autor plantea que las patologías límite son una “a-estructura”. Esto te-
niendo en cuenta que el niño con patología límite no se ajusta dentro de ninguna
de las tres estructuras que él considera que existen (neurótica, psicótica, y perver-
sa), sino que por el contrario tiene características importantes de todas.
Bergeret (1974), aclara las diferencias entre estado y estructura de la perso-
nalidad, para la psicopatología. Afirma que el estado pertenece a los elementos

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metapsicológicos esenciales del psiquismo que están en un ajuste móvil y cam-


biante; y estructura a lo que constituye elementos metapsicológicos profundos y
fundamentales de la personalidad, fijado en un ensamble estático y definitivo. La
patología va de la mano del estado, y el trastorno va de la mano de la estructura.
También menciona que en los niños y adolescentes hay una pre-estructura, y en
los adultos una estructura de personalidad.
Para Masterson (1986), las patologías fronterizas tienen una relación con el
hecho de que el desarrollo del yo se detiene en la primera fase de separación-
individuación descrito por Mahler. Introdujo el concepto de la triada borderline,
el cual es aplicable solo a la adolescencia.
Steiner (1997) formuló que los pacientes con estados límite están ubicados
en una etapa intermedia entre la posición esquizo-paranoide, y la posición de-
presiva.
Chouchena (2002), afirma que actualmente, la mayoría de los autores mo-
dernos consideran que en la patología límite infantil se encuentra una dificultad
para regular las pulsiones agresivas y explosivas, a raíz de los maltratos sufridos
por su entorno.
Puntualmente, han sido dos los autores que se han dedicado a describir am-
pliamente el territorio de las patologías límite infantiles. Ellos son Kernberg
(1989), y Misès (1992).
Describiré a continuación sus mayores aportes, similitudes, y diferencias.
Kernberg (1989) plantea que en los niños existe el trastorno limítrofe de
personalidad, denominado por la presencia de síntomas neuróticos y conduc-
tuales, que deberían haberse superado. Considera que los niños limítrofes se ca-
racterizan por: angustia de aniquilación, proceso de pensamiento primario, fun-
cionamiento yoico inestable, alteraciones de identidad, mecanismos defensivos
primarios, estados micropsicóticos, funcionamiento superyóico ineficaz, torpeza
motora, actividad fantasiosa significativa, y discrepancia entre las habilidades y
funcionamiento real.
Plantea Kernberg (1989), que hay una fluctuación típica de los síntomas en
los niños limítrofes. Del mismo modo, ellos se presentan con síntomas que al
principio son considerados alteraciones leves o moderadas, y solo después de
una evaluación diagnóstica prolongada o a lo largo del proceso psicoterapéutico
se evidencia la patología limítrofe.
En cuanto a la psicopatología del desarrollo, ha observado Kernberg (1989),
que los niños limítrofes no toleran la separación materna, son incapaces para
expresar sentimientos, muestran un retraso en sus logros del desarrollo, tienen
un pobre control de impulsos y tienen dificultades para resolver el complejo de

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Edipo. Refiriéndose el autor a los elementos estructurales, afirma que tienen


alteraciones de identidad e inestabilidad en los niveles de organización yoica,
operaciones defensivas primitivas con predominancia de la escisión, y deterioro
en la integración del superyó caracterizado por representaciones primitivas de
los objetos, sádicas e idealizadas, la prueba de realidad esta preservada.
Menciona Kernberg (1989), que los niños limítrofes no pueden jugar con lo
esperado para su edad, son compulsivos, disfrutan poco, y priman la actuación
y la fantasía. Los impulsos agresivos y sexuales se infiltran en el juego de tal
manera que surgen angustias intensas y pierden la capacidad de simbolizar. Las
funciones yoicas se caracterizan por patrones deficientes, incluyendo hábitos
erráticos de educación y limpieza.
Kernberg (1989), dice que sus defensas tienen una cualidad rígida y tenue,
y que los niños limítrofes sufren de baja tolerancia a la angustia, frustración y
depresión. Existen evidencias de alteraciones neurológicas, probablemente de-
bido a la alta incidencia de abusos (sexual, físico, verbal), y no considera posible
heredar rasgos de personalidad.
Afirma Kernberg (1989), que la familia de estos niños tiende a funcionar
de manera limítrofe; son padres ansiosos frente a la idea de tener un hijo autó-
nomo y a la vez niegan su dependencia. “Los padres pueden utilizar al niño de
modo narcisista y predominan las relaciones diádicas entre el niño y cada padre”
(p.140). La relación del niño con su madre se caracteriza por la idealización pri-
mitiva del objeto, la madre tiende a ser controladora e invasiva, y a ambos padres
se los introyecta como objetos parciales, siendo completamente buenos o malos.
No se pueden relacionar con ambos padres como pareja, y son incapaces de ma-
nejar rivalidades fraternas. En la medida en que para ellos no existen los objetos
transicionales, se apegan excesivamente a la madre. “(…) Si un niño limítrofe
adopta un objeto transicional, podría retratar una parte de sí mismo (p. ej., un
sombrero), en vez de reflejar la totalidad de la experiencia con la madre (p. ej.,
por medio de la textura o del olfato)”.
Las relaciones objetales de los niños limítrofes, continúa Kernberg (1989), se
perciben en su utilización de los otros como objetos parciales o francos objetos
del sí mismo. Las características de los demás se pierden por completo, son in-
discriminados y posesivos. Los afectos se tornan abruptos y toman una cualidad
de todo o nada, con descargas directas o con ninguna manifestación de descarga.
Se manifiestan inmadurez y fluctuaciones en el ánimo, ausencia de culpa, sen-
saciones persecutorias, y dificultad para asumir la responsabilidad de sus actos.
Afirma Misès (1992), que en la patología límite de la infancia se encuentran
cuatro características principales respecto a la psicopatología dinámica, y cuatro
en relación a los aspectos clínicos presentados.
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En cuanto a la psicopatología dinámica, están:


1. Fallas de apuntalamiento (Misès, 1992): son precoces, y se acentúan en el curso
de la fase depresiva. Se observa con la disociación familiar, las situaciones de
acogida institucional, las hospitalizaciones, y a través de lo que captamos de la
personalidad de los padres, sus interrelaciones, del lugar que le confieren al niño,
momentos en que han jugado un papel patógeno innegable y que pueden no
ser mencionados al principio (por ejemplo, depresión materna, discontinuidad
de cuidados maternos, graves enfermedades o accidentes del niño, conflictos
familiares). Por parte de los padres, hay insuficiencia de aportes libidinales y una
falta de ajuste que aparece en los periodos que les exigen una mayor adaptación
a las necesidades del niño
El niño se apoya en ciertas modalidades de funcionamiento y de relación
primitiva, pero que le ayudan a defenderse de sentirse invadido por las angustias
primarias y de los riesgos de desbordamiento. Sin embargo, son medidas de
protección forzadas, desarrolladas rápido y con urgencia, operan en el sentido
del taponamiento y obstaculizan los movimientos integrativos. Aquí surgen in-
suficiencias en la apropiación de mecanismos que aseguran la individualidad, el
dominio del simbolismo, y el acceso a la fantasía. A pesar de las influencias ne-
gativas del niño en el entorno, éste es capaz de desarrollar capacidades en ciertos
campos, así sea de manera disarmónica.
Mises y Rojas (2002) lo denominan, fallas tempranas de sostén por parte del medio
familiar: a) fallas del entorno: familia disociada, institucionalización, hospitali-
zaciones, influencia de parámetros socioeconómicos, en fin todo aquello que
apunte a la ruptura repetitiva de vínculos; b) seguimiento a largo plazo permite
descubrir depresión materna temprana, o presencia de traumatismos acumulati-
vos ocurridos los primeros años de vida.
Ambas posibilidades incluyen una insuficiencia grave en la investidura
libidinal y narcisista del niño, que traen como consecuencia fallas y distorsiones
en la organización de la vida mental, y en la evolución de sus relaciones objetales,
sin que haya ruptura psicótica. Tiene capacidades de adaptación y de recupera-
ción, incluso si sus aptitudes son de falso self.
2. Misès (1992) lo cataloga como fallas en la elaboración de la función de continencia:
como la madre no asume plenamente su rol para-excitador, el niño fracasa par-
cialmente en los intentos de interiorización de esta función, quedando expuesto
a los riesgos de desbordamiento por exceso de tensión interna que alterarán
los esbozos de organización de su vida mental. Genera una disfunción del pre-
consciente en las expresiones a través del cuerpo y del comportamiento. Hay
defectos en la regulación de las relaciones entre el proceso primario y secundario,

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Patologías límite de la infancia

especialmente por el esfuerzo de la función defensiva de los procesos secunda-


rios orientados a controlar los objetos externos en detrimento de su función de
ligazón.
Misès y Rojas (2002) se refieren a daños ocasionados en la función continen-
te: la madre no asume plenamente la función de barrera protectora, y el niño
fracasa en sus intentos por construirla. Está sometido a la irrupción de fuerzas
pulsionales desorganizadoras, se defiende escindiendo el yo, utilizando mecanis-
mos defensivos arcaicos, en un movimiento duradero hacia la personalidad falso
self. Su sistema pre-consciente no liga afectos ni representaciones, fracasa en el
intento por mentalizar, y se expresa predominantemente a través del cuerpo y
del acto.
3. Misès (1992) se refiere al fracaso en el registro de la transicionalidad: El niño
construye sus primeras relaciones omnipotentes en el área de la ilusión. Des-
pués, la obligación a reconocer que el objeto ya esta ahí, y que no representa
ninguna creación de él mismo nacida de su omnipotencia, lo lleva a la desilusión.
Reúne entonces objetos subjetivos, que le permiten escapar de un doble peligro:
la intrusión de objetos del mundo real, y el de su negación. Quedan sometidos
a angustias de intrusión o de vaciado que permanecen mientras persiste la om-
nipotencia primaria. Las manifestaciones clínicas pueden ser: -falta de objetos
transicionales. Si aparecen, lo hacen tardíamente, con objetos menos investidos,
cambiantes y cuya posesión ya no es imperiosa; –el entorno ya no es sensible a
su función; –la madre no le deja un espacio personal suficiente, apartándolo de
la construcción de objetos transicionales y lo reafirma, por el contrario, en su ilu-
sión persistente, de un poder omnipotente sobre sus primeros objetos; y –falta la
aptitud para jugar solo, en presencia de la madre.
Las respuestas del entorno no han aportado la sucesión de experiencias de
satisfacción y de frustración capaces de organizar secuencias controlables por el
niño. Así: -no puede introyectar objetos duraderos; -no se realza el mantenimien-
to de oposiciones diferenciadas en el registro simbólico y del lenguaje; y -no tie-
ne una vida de fantasía que posibilite el placer autónomo-. Las distorsiones en el
acceso a la transicionalidad traducen las dificultades del niño a hacer evolucionar
de forma decisiva su dependencia anaclítica y fusional. Hay fracasos precoces en
el juego, repercutiendo en la capacidad para asimilar la ausencia y de controlarla
psíquicamente, asegurando la disponibilidad de un espacio intermedio entre el
mundo interno y externo.
Para Misès y Rojas (2002), la transicionalidad: están ausentes, o surgen con poca
investidura o cambiantes. La madre no les da la importancia que se merecen.
No puede, plenamente, jugar solo en presencia ni ausencia de la madre. Con

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la madre hay una relación mutua de dominio, donde el niño es a la vez depen-
diente y controlador. Se alteran las bases de la vida psíquica, donde no se puede
sostener el ejercicio de pensar ni el placer derivado del funcionamiento mental.
Tienen comprometida la capacidad de reverie, representación y construcción de
la novela familiar. No aprehenden adecuadamente la realidad bruta, no elaboran
el contenido de las fuerzas pulsionales arcaicas sino que las suprimen, refuer-
zan las escisiones y alimentan la desligazón. Las habilidades adaptativas se ven
desbordadas a veces, donde se sienten desposeídos de su espacio psíquico, y se
confrontan al vacío del pensamiento.
4. Para Misès (1992), hay fallas de elaboración de la posición depresiva. El niño orga-
niza los rudimentos de su vida mental a través de los mecanismos de proyección-
introyección: escisiones en objeto bueno y malo. Para la economía narcisista de
la madre, el acceso del niño a una autonomía propia es una amenaza. Existe una
vulnerabilidad por la pérdida del objeto. El niño no llega a integrar las angus-
tias depresivas y de separación, ni a separar el conflicto de la ambivalencia. La
realidad psíquica y externa queda fluctuante: se establece por sectores a través
de escisiones. Se hacen necesarias medidas de represión pulsional, que no están
relacionadas con el acceso a la inquietud depresiva ni a los sentimientos de culpa.
Aunque fracasan en la elaboración de la posición depresiva, adquieren el re-
conocimiento de la madre como objeto total, la diferenciación del si mismo-no
si mismo, y el acceso al sentimiento de sí mismo. Se manifiesta en el predominio
de: angustias depresivas y de separación, angustias de fragmentación, y angustias
de aniquilación.
Las manifestaciones de sufrimiento depresivo se expresan con: los afectos
desagradables, el malestar corporal, ausencia de interés y de ideas, sensaciones
de vacío, falla de las investiduras libidinales, y de los modos de abastecimiento
narcisista, para desembocar en un gran enlentecimiento en el que se manifiesta
la incapacidad de continencia y de elaboración.
Misès y Rojas (2002) utilizan el término fallas en la elaboración de la posición de-
presiva: abordan esta posición pero no logran afrontar sus conflictos internos ni
tienen la capacidad para integrar las ansiedades depresivas ni de separación. Pero
si logran reconocer a la madre como objeto total, lo que les permite acceder al
sentimiento de sí mismo, y diferenciar el yo del no yo. Esto los aleja de la psicosis.

En cuanto a la clínica, se catalogan estos cuatro aspectos:


1. Según Misès (1992), componentes depresivos: encierra al niño en repeticiones
monótonas. Intenta rellenar el vacío a través de la desafectivación objetal, la fija-
ción a los aspectos del ambiente, del repliegue en una relación desvitalizada, de la

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Patologías límite de la infancia

persistencia de actividades y de rumiaciones estereotipadas. Genera sentimientos


de sufrimiento, inutilidad y desvalorización, los cuales conllevan a reacciones
agresivas. Niegan su dependencia y vulnerabilidad, deslizándose como conse-
cuencia a la psicopatía.
Para Misès y Rojas (2002), sufrimiento depresivo: su expresión puede ser ba-
nal (afectos dolorosos, ausencia de ideas y de interés, malestar corporal); un
retraimiento depresivo como consecuencia de las fallas narcisistas e insuficiencia
en investiduras libidinales; un cuadro mayor con enlentecimiento extremo, solo
aprehende los aspectos fácticos del ambiente, y se encierra en actividades este-
reotipadas y carentes de vida. La confrontación al niño por su depresión lo lleva
a expresar sentimientos de injusticia, y reacciona con rebeldía enfrentándose con
el medio. Niega la impotencia dolorosa que subyace a los trastornos de conduc-
ta, y acude a defensas maniacas que le permiten controlar sus afectos y dominar
a sus objetos omnipotentemente. En términos de Klein (1945), no entran a la
posición depresiva y se quedan en la posición esquizo-paranoide.
2. Afirma Misès (1992), que hay patología narcisista: los apoyos narcisistas están
alterados por la incapacidad de la madre de investir al niño como objeto real,
diferente de ella misma. Se mantiene un narcisismo sustentado por escisiones,
lo que impide al niño el acceso a una identidad propia y aspiraciones personales
que lo desligan de los padres. Aquí se origina la falta de amor a sí mismo: falla al
interiorizar buenos objetos capaces de aportar las señales de amor y seguridad,
lo que compensa las decepciones sufridas al relacionarse con la realidad. La in-
capacidad en la que se encuentra el niño para reparar los daños causados en su
fantasía, a la imagen materna, sellan de forma duradera la fragilidad narcisista de
fondo y las representaciones a sí mismo. Hay un “sí mismo blanco”: ausencia de
identidad propia, sentimiento de espacio psíquico vacío, incapacidad de acceso
a una auténtica empatía.
Rechazan someterse a lo que impone la realidad: al relacionarse con ella, cons-
truye una fuente repetitiva de heridas para el narcisismo. Llega el advenimiento
del sí mismo grandioso (Kohut, 1974), donde mantiene una relación especular
en la que el otro es delegado a aportar la omnipotencia exigida para el sí mismo,
a cambio de la sumisión a su dominio.
El yo ideal configura el ideal primario de omnipotencia, porque permanece
duradero al servicio del mantenimiento de la omnipotencia infantil: es en fun-
ción de los objetos así designados que el niño formula juicios de valor en los que
se somete él mismo –en espejo- a una crítica sin resquicios: no tolera ninguna
debilidad, ni en lo que concierne al ejercicio de su poder ni en lo que revele las
delegaciones concedidas a sus objetos narcisistas.

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El ideal del yo, comúnmente, toma forma en el terreno intermediario, lo que


le confiere a su vez una función transicional. En las patologías límite, por las
presiones impuestas por el yo ideal, los ideales no consiguen la función transi-
cional, ni la temporalización, ni el juego de la ilusión. No permiten establecer un
puente entre el principio de placer y de realidad. No le da acceso a los modos de
pensamiento en los que se forman las ilusiones creativas, quedando al servicio
de la ilusión alienante (Gressot, 1975, Misès, 1975). Los ideales megalomaníacos
sustentados por la imitación, la construcción fáctica y el mimetismo expresan
la denegación del niño de su propia identidad. Las proyecciones dominantes
quedan vinculadas a los objetos parentales. Los vínculos especulares aportan al
niño un reflejo narcisista, instantáneo, adecuado a su demanda aparente, que no
soporta ni la ausencia ni la temporalización (Rosolato, 1975).
Hay emergencia de un ideal del yo desnaturalizado, lejos de librar al niño
del yo ideal. El registro que permanece es el de relación dual, los conflictos
se expresan en la confrontación entre el yo y el yo ideal y no en referencia a la
culpabilidad o a la amenaza de pérdida de amor, y el superyó se disuelve en esta
situación ideal del yo.
El niño sólo se interesa por lo otros para idealizarlos temporalmente, durante
el tiempo que le sirven para gratificar su narcisismo, pero sólo obtiene de ellos
una satisfacción efímera. El éxito alcanzado no desencadena una investidura du-
radera de la actividad que merecía ser continuada por ella misma: solo le interesa
la captación repetitiva del interés del otro destinada a alimentar una pseudo iden-
tidad que reposa sobre una ilusión (Kernberg, 1989).
La repetición inevitable de fracasos lleva el refuerzo de los componentes ma-
soquistas, con agravamiento de los enfrentamientos estériles o la acentuación de
los retraimientos de investidura presentes en una sintomatología de tipo esqui-
zoide.
El niño busca denegar cualquier poder que no venga de él mismo, lo que lo
lleva a una confrontación constante a situaciones dolorosas en las que el sado-
masoquismo se liga estrechamente a las expresiones del narcisismo negativo. El
no acceso a los conflictos más evolucionados constituye uno de los rasgos más
característicos.
Dentro de la personalidad de falso self que crean, la conexión con lo real
se mantiene, pero se desarrolla bajo una forma defensiva a través de relaciones
marcadas por la sumisión y el mimetismo. Las amenazas de pérdida de objeto
llevan a la amenaza de pérdida de amor. Prevalecen modalidades defensivas limi-
tadoras, tales como la negación, denegación y prescripción.
Según Misès y Rojas (2002), hay componentes narcisistas: se organizan temprana-

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Patologías límite de la infancia

mente, en interacciones donde el niño no es investido como tal, ni es sostenido


en sus intentos por acceder a la autonomía. La falla en la imago materna le causa
inseguridad e intranquilidad. Así como no pudo ser amado tal cual es y por ser
quien es, tampoco puede amarse tal como se vivencia. La regulación de la au-
toestima está comprometida en su base. Las fallas narcisistas se viven como una
representación inaceptable de sí mismo, o con una omnipotencia que enmascara
tal representación y la depresión que de ello se deriva. No pueden construir
ideales que les den un margen de libertad, y sus fracasos les ocasionan nuevas
heridas narcisistas.
3. Dice Misès (1992), que hay aperturas a una relación triangular edípica: aunque
existe la ilusión de una evolución sana, permanece en sectores y de forma par-
cial. Según Green (1974, 1983), el niño se apoya sobre la oposición entre bueno
y malo, inexistencia y existencia dominante: lo bueno es inaccesible o nunca
esta de forma duradera, lo malo siempre es invasivo y desaparece por breves
momentos. Se confronta a dos modelos parentales que constituyen solo uno: es
la bi-triangulación, donde el triángulo tiene dos partes cerradas y la tercera esta
abierta. El niño puede representar la relación madre-padre, madre-hijo, padre-
hijo, pero no a los tres personajes vinculados. Aunque existen tres objetos, solo
pueden estar juntos dos. No contiene, puesto que todos los contenidos se es-
capan por el tercer punto del triangulo que esta abierto. Utilizan al padre como
modalidad defensiva, contra una relación materna que reactiva las amenazas de
absorción, vaciado e intrusión. Es el padre quien tiene que rescatar a la madre e
hijo de la relación simbiótica establecida.
En el campo del pensamiento, es imposible construir la ausencia en la me-
dida en que el objeto no puede ser conservado en el espacio personal de forma
duradera, y porque el objeto penetra en el espacio personal de forma intrusiva.
Y como es en la ausencia del pensamiento que se forma la representación del
mismo, al fallar no puede ser pensado como presencia imaginaria sino como en
sectores, a través de escisiones duraderas.
Misès y Rojas (2002), le dan el término de heterogeneidad estructural: Las aper-
turas de tipo neurótico están esbozadas, la relación triangular se organiza par-
cialmente, hay una bi-triangulación. La figura paterna se sitúa en una posición
defensiva frente a una relación con la madre caracterizada por representaciones
y ansiedades arcaicas. Es precaria la emergencia del superyo genital: no sienten
culpa, y esperan la prohibición del entorno. Las escisiones aseguran un funciona-
miento en falso self, por el medio del cual algunas posiciones inconciliables entre
sí se mantienen, sin causar conflicto interno. Se desarrollan aptitudes de confor-
mismo y sobre adaptación, que garantizan el poder vincularse con los objetos,

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Margarita Acevedo Schwabe

mientras al mismo tiempo predominan modalidades arcaicas de simbolización,


funcionamiento psíquico y relación.
El equilibrio establecido entre las dos vertientes es rígido y frágil: cuando se
rompe tiene fenómenos de desposeimiento de la vida psíquica (pánico, vacío,
intrusión). Para protegerse de lo anterior, el niño controla sus compromisos rela-
cionales mientras refuerza progresivamente los mecanismos de desligazón. Esto
agrava las fallas existentes de los soportes del pensamiento y la representación.
4. Misès (1992), afirma la existencia de una heterogeneidad en los modos de pensa-
miento y de razonamiento: Para él, la disarmonía evolutiva está en la base de toda
patología límite de la infancia, y se refiere a las fallas de articulación entre los
aspectos diferenciados y no diferenciados del funcionamiento mental, que con-
llevan el riesgo de una pérdida siempre progresiva de movilidad: esto puede
implicar fenómenos de desbordamiento, acompañados de sentimientos doloro-
sos de pérdida del vínculo o imposibilidad para pensar. En ocasiones se da una
insuficiencia súbita del control ejercido sobre sí mismo y los objetos: aquí surgen
angustias de intrusión y abandono. Las restricciones de las capacidades cogniti-
vas desembocan en un proceso de estructuración deficitaria.
Las limitaciones dependientes de la heterogeneidad estructural se unen a otras
insuficiencias que afectan la libertad del juego simbólico y el desplegamiento de
la fantasía: por esto no pueden limitar lo imaginario de lo real. Los niños siempre
mezclan lo real con la fantasía, especialmente en el juego, pero se sospecha de
esta actitud cuando existe una fijación duradera de las heterogeneidades, donde
se plantean los riesgos de instauración de una bi-lógica, donde al mismo tiempo,
el niño se adhiere a su discurso y no cree en él. Cimentados en la incapacidad de
mentalización, estos niños actúan porque no pueden ligar.
Misès y Rojas (2002), se refieren a trastornos del desarrollo y disarmonías: compro-
meten las funciones instrumentales y cognitivas. Trastornos del lenguaje, apren-
dizaje de lectura y escritura, e inestabilidad psicomotora. Estos trastornos son
muy variables en cada niño. Estas perturbaciones se asocian con fallas en el con-
trol del pensamiento, la identificación depresiva, el comportamiento narcisista e
incapacidad para investir los objetos en un proyecto a largo plazo.
Rojas (2002), en su artículo sobre psicosis infantiles, afirma que, desde el
punto de vista psicopatológico, en las disarmonías evolutivas coexisten mecanis-
mos de niveles variados: se hallan en un mismo sujeto mecanismos psicóticos,
neuróticos, psicopáticos, etc. Por ende, es difícil clarificar el tipo de estructura
correspondiente. “Los mecanismos de distintos registros se hallan mezclados y
simultáneamente presentes” (p.210).

336
Patologías límite de la infancia

Diagnóstico de patologías límite de la infancia


Para Misès (1992), las patologías límite abordadas en la primera y segunda
infancia tienen un pronóstico más favorable. Son niños que utilizan mecanismos
defensivos arcaicos, lo cual se relaciona con las insuficiencias de interiorización
y de representación, y cierran el acceso a las posibilidades de desplazamiento,
condición necesaria para la organización eficaz de defensas más evolucionadas.
El niño se encuentra confrontado a angustias depresivas, inseguridad interior,
y amenazas de intrusión-abandono. Permanece perceptible el deseo de comuni-
carse, y las capacidades adaptativas están aseguradas (aunque a veces funciona en
sectores y discontinuamente).
Existe una gran variedad de síntomas dominantes con le edad: es por eso
que el énfasis debe ponerse en los aspectos psicopatológicos. Sea cual fuera su
origen, las incapacidades nacidas de las disarmonías instrumentales y cognitivas
reavivan las heridas narcisistas, mientras que las medidas reeducativas activan re-
presentaciones que hacen circular entre el niño y su entorno, fantasías del objeto
incompleto, estropeado, para reparar, favoreciéndose así un desconocimiento
activo de la complejidad de la problemática subyacente. Es fundamental incluir
al entorno, ya que el niño depende de él para tomar la decisión de consultar un
especialista, y para organizar acciones curativas.
Al llegar a consulta, el analista debe estar alerta si los padres minimizan la gra-
vedad de los trastornos, básicamente porque ellos tienden a dominar los modos
de control, de plenitud, de reducción al silencio, a quitarles toda significación y a
eludir la intervención de terceros.
Otro peligro a tener en cuenta es la rápida asimilación que se hace de las
patologías límite del niño a las patologías límite del adulto, olvidando el dina-
mismo propio del niño, el lugar que ocupan en estas edades las aperturas de las
fuerzas de desligazón, las disociaciones, y la precariedad de las investiduras. La
valoración de estas zonas de apertura exige una participación del entorno. Es
muy probable que los papás se quedan atrapados en la escisión: ven las cosas a
pedacitos, no pueden entender la situación completa. Todo el tiempo hay algo
excluido por la bi-triangulación.
Misès y Rojas (2002) afirman que lo clínico y psicopatológico son mutua-
mente interdependientes en un proceso organizador que impone aprehender
desde un vértice dinámico. Son varios los autores que desconocen este tipo de
diagnóstico en los niños.
De las clasificaciones internacionales principales en nuestro medio, CIE 10,
DSM IV - R, solamente la Clasificación francesa de los trastornos mentales del niño y el
adolescente (CFTMNA-R-2000), reconoce específicamente este tipo de trastornos

337
Margarita Acevedo Schwabe

mentales en niños y adolescentes en una categoría específica.


Para la CFTMNA-R-2000, las patologías límite son trastornos de la persona-
lidad. Las manifestaciones son diversas, varían de un caso a otro, y se pueden
modificar en el curso de una evolución. “Muchas se presentan con el aspecto
dominante de trastornos de la personalidad que ocupan un lugar original entre el
de los trastornos neuróticos y la organización psicótica” (p. 60).

La clínica y psicopatología se caracterizan por:


-Fallas precoces en la anaclisis que producen faltas y distorsiones en la orga-
nización de la vida mental.
-Fallas en el abordaje del campo transicional y en los soportes del pensamiento.
-Daños en el trabajo de separación y de elaboración de la posición depresiva
-Fallas narcisísticas constantes
-Aperturas de tipo neurótico, heterogeneidad estructural sostenida por clivajes.

Agrupamientos en síndromes más frecuentes:


-Disarmonías evolutivas
-Patologías límite con preponderancia de los trastornos de personalidad
-Patologías límite con preponderancia esquizotípica
-Patologías límite con preponderancia comportamental
-Depresiones ligadas a una Patología límite
-Otras Patologías límite
-Patologías límite no especificadas
Existen otras clasificaciones internacionales que si abordan las patologías
límites de la infancia, pero solo describen síntomas y le dan el valor de diagnós-
tico. Por ejemplo, para estas clasificaciones, la alteración del comportamiento
es un diagnóstico, y no un agrupamiento sindrómico dentro de las patologías
límite de la infancia. Así, se observan muchos diagnósticos (alteraciones en la
motricidad y en el lenguaje), y remiten a varias consultas (terapia ocupacional,
fonoaudiología). Dejan de lado la visión compleja y detallada de un sujeto, y se
corre el riesgo de hacer comprensiones, diagnósticos, y remisiones erradas. Los
franceses, al hacer correlaciones clínico-psicopatológicas, recuperan al sujeto en
su totalidad y establecen un solo diagnóstico (patología límite con intervención
multidisciplinaria). A manera de ejemplo, aquí el fin no es recuperar la motrici-
dad del niño, sino su yo corporal. Esta mirada está más próxima a que haya más
afinidad entre la psiquiatría y el psicoanálisis.

338
Patologías límite de la infancia

Dificultades para definir un niño con patología límite


Según Misès (1992), hay varias dificultades: -Los criterios clínicos y psicopa-
tológicos han sido precisados en la psicopatología del adolescente y el adulto-.
Se describe fácilmente que se sitúan más allá de un proceso de tipo neurótico
pero falta claridad en las organizaciones psicóticas (por lo tanto, el interés va
más a encontrar los aspectos que los unen o separan de la psicosis); -Existen
similitudes en la clínica de los estados límites con ciertos trastornos de la primera
y segunda infancia; Las potencialidades evolutivas están más diversificadas, son
casos atípicos, pero no por sentirlos así se encasillan en las patologías límite (esto
solo después de un examen minucioso). Se descubren mecanismos de registro
psicótico, neurótico y psicopático: ninguno aparece de forma preponderante,
aparecen mezclados con otros elementos psicopatológicos, su curso evolutivo
aparece en mosaico.3

Motivos de consulta
De acuerdo a Misès (1992), trastornos de alimentación, sueño, control de
esfínteres; retrasos disarmónicos, en particular el lenguaje; manifestaciones or-
gánicas; más tardíamente, tendencia al aislamiento e inhibición, y/o persistencia
de una inmadurez afectiva donde se aprecia la depresión; ansiedad; fenómenos
de desbordamiento; fobias, obsesiones, conductas ritualizadas; trastornos de la
conducta: fracaso escolar. El peligro que se puede correr es que las actitudes
son tomadas como manifestaciones superficiales, sin reconocer la gravedad del
proceso y del rol jugado por el entorno.
Agrega Misès (1992), que es probable que estos niños, antes de ser diagnosti-
cados, hayan acudido varias veces a los profesionales de la salud, pero sin haber-
les entendido la gravedad del proceso subyacente a sus quejas, ni al rol jugado
por su entorno.
Posteriormente, Misès y Rojas (2002) plantean que en la clínica se observa,
con frecuencia, que los familiares del niño con patología límite, acuden primero
al pediatra por trastornos de alimentación, esfínteres y sueño, así como retardos
disarmónicos. Si hay manifestaciones orgánicas, son vulnerables a fallas en la in-
tegración psicosomática. Después aparecen componentes depresivos y ansiosos,
síntomas fóbicos y obsesivos, y manifestaciones de inestabilidad asociadas con
hiper-quinesia. En la escolaridad se observan dificultades del aprendizaje asocia-
3. En biología se llama mosaiquismo al hecho de que un grupo de células que deberían tener ho-
mogeneidad y una misma marca cromosómica, tienen mínimo más de una. Un mosaico también
alude al arte decorativo que utiliza madera, piedrecillas, terracota o vidrios de varios colores para
crear imágenes o dibujos.

339
Margarita Acevedo Schwabe

das con trastornos de conducta.


Teniendo en cuenta los motivos de consulta variados, según Misès y Rojas
(2002), también es posible captar, que el entorno familiar esta atrapado en com-
ponentes transgeneracionales del mismo orden, desconocen o subestiman el
sufrimiento del niño, y acuden a consulta por un tercero: escolarización, por lo
general. Puede que las formas de los síntomas sean pobres, desconociéndolos
hasta que viene una descompensación, por ejemplo, transformaciones de entra-
da a la adolescencia.

Evolución y pronóstico
Plantean Misès y Rojas (2002), que en medios precarios o de exclusión, es
frecuente que su evolución apunte a un proceso deficitario. Algunos se adaptan
adecuadamente a la escolarización y sacan beneficios narcisistas. En gran parte,
sus logros resultan de las sobre-investiduras adaptativas del falso self, sostenidas
por el apoyo del entorno. El niño se encuentra en un sistema homeostático ce-
rrado, que no permite las revisiones ni cuestionamientos inherentes a la fase de
latencia. Al entrar a la adolescencia, corre el riego de tener graves dificultades,
por ejemplo de tipo deficiencia mental, evolución hacia patologías fronterizas y
narcisistas del adulto, hacia trastornos adictivos y compulsivos, o hacia la psico-
patía.
Chouchena (2002), afirma que la evolución más adecuada es la de un tras-
torno neurótico, logrado a través de un tratamiento prolongado e intensivo. La
personalidad sería más flexible y pueden acudir a mecanismos defensivos menos
rígidos. Los factores de buen pronóstico incluyen: inteligencia superior, capa-
cidad de seducción superior al promedio, y talentos artísticos, que le permitan
al niño canalizar sus tendencias a la actuación, así como favorecer la adecuada
inclusión social y profesional.

Tratamiento
Kernberg (1989), manifiesta que se debe buscar una mejoría sintomática, re-
tomar el desarrollo, e integrar la personalidad. Para ello, son varios los aspectos
a considerar: hay que frenar la detención del desarrollo, buscarle estabilidad a la
organización yóica, y tener presente que las alteraciones limítrofes se mezclan
a veces con las alteraciones psicóticas. El tratamiento psicofarmacológico debe
estudiarse en cada caso, analizando el riesgo-beneficio de tomar o no medica-
mento psiquiátrico.
En cuanto a las consideraciones técnicas, formula Kernberg (1989), que el
tratamiento debe ser multimodal, atendiendo al niño y ambiente. Hay que traba-

340
Patologías límite de la infancia

jar directamente con la familia y corregir interacciones intrafamiliares patógenas.

“Si el niño es un paciente externo, lo indicado es el contacto continuo con sus


padres, sesiones con éstos o familiares conjuntas, para evaluar y modificar las interac-
ciones no verbales… Si el paciente está hospitalizado, el terapeuta trabaja junto con el
equipo interdisciplinario, el cual también recibe las impresiones de los varios mecanis-
mos de escisión” (p. 151).

Como metas, se deben apoyar la integración del superyó, las relaciones con
los compañeros, las percepciones objetivas de los padres y aumento de la ca-
pacidad autorreflexiva, la resolución de conflictos edípicos, atenuar la angustia
catastrófica, y la somatización e impulsividad.
Misès (1992) plantea que si el psicoterapeuta trabaja solo, con los niños con
patología límite, hay una amenaza constante de que el encuadre se rompa de ma-
nera abrupta y definitiva. Agrega el autor que la psicoterapia individual requiere
de la posibilidad de avanzar mediante el acceso a la mentalización, y al análisis
de los procesos defensivos más arcaicos, mientras la compleja situación familiar
agrava la incapacidad del niño de mantener una elaboración secundaria.
Dicen Misès y Rojas (2002) que la etiología es multifactorial, por lo que debe
hacerse un tratamiento multidimensional. Los profesionales no pueden apoyarse
solamente sobre criterios sintomáticos, y es importante la comprensión psicoa-
nalítica para aprehender e integrar las diferentes modalidades de intervención.
Estos niños se pueden tratar en intervenciones reunidas en instituciones de
tiempo parcial (Hospital Día), donde hay la dimensión educativa, pedagógica,
reeducativa, médica y psicoterapéutica. En este caso, se habla de cura institucio-
nal, donde se orienta a una modificación estructural, en términos psicoanalíticos.
Se ha visto que las intervenciones clásicas del psicoanalista en el consultorio
fracasan: hay que trabajar con la familia, cooperarle a los maestros antes, durante
y después del ingreso del niño a la institución. En la medida en que los niños y
sus padres funcionan con escisiones, los profesionales reciben diferentes comen-
tarios, ven otras caras del mismo niño, y el niño a su vez mira diferentes caras de
los profesionales y padres; por ejemplo, un niño puede desprenderse de la madre
en el colegio, y asistir a análisis únicamente en presencia de la madre.
Los tratamientos farmacológicos son excepcionales. Chouchena
(2002) reitera que el tratamiento satisfactorio debe ser intensivo y a largo plazo.

El niño con patología límite en análisis


En cuanto a la transferencia, es posible que la diferencia entre el funciona-

341
Margarita Acevedo Schwabe

miento mental del niño y el del analista reavive en el niño las heridas narcisistas
y movilice las resistencias. El analista es mantenido a distancia y atacado. No
hay un intercambio mutuo: no mantiene una posición de escucha. El encuadre
falla en sus componentes principales: él quiere ejercer el control, siempre repite
lo mismo y no quiere salir de ahí, son silenciosos o desinteresados y no tienen
historias, ni amigos, ni sueños, ni ensoñaciones. No sienten miedo de sentirse
juzgados, castigados o amenazados. Los ataques al encuadre van hasta rechazar
la existencia del objeto-analista. Bion (1959) evoca un rechazo del saber, una
negación-reconocimiento como alteración de los mecanismos del pensamiento.
Contra-transferencialmente, el analista al sentirse atacado, se siente invadido y
se reduce su trabajo asociativo (dificultad para darle sentido a lo que sucede) no
puede actuar como lo hace habitualmente (parálisis del pensamiento), y duda de
sus capacidades. Frente a los ataques por parte del niño, se corre el riesgo de que
el analista responda en espejo: se aleje igual, lo abandone o haga un gran esfuer-
zo para atenderlo. Aparecen somatizaciones, como el ahogo, dolor de estómago,
y sueño: en la medida en que el paciente no puede mentalizar (no piensa), con-
duce al analista al entrampamiento de tipo inmovilidad psíquica.

Técnica
Misès (1992) observa que los niños con patología límite comparten, por lo
general, una historia de fracaso escolar y terapéutico, lo cual los lleva a experi-
mentar varias rupturas. En estos procesos, no se involucra a la familia. El autor
propone instalar un Hospital Día con el fin de centrar en un lugar el manejo ins-
titucional que requieren estos niños. Se trata de un marco, continente, encuadre
ampliado, donde hay adultos especializados que los atienden según necesidad. Se
citan regularmente a los padres para involucrarlos en el proceso, y las actuaciones
y escisiones del niño son enmarcadas. En dicho Hospital Día se incluyen citas
de análisis, en un sitio dentro de la misma fundación pero en espacios diferentes
para evitar que el niño que asista al Hospital Día se encuentre con su analista.
En Francia, los miércoles se les da la tarde libre a los niños escolarizados,
oportunidad que encontró Misès (1992) para instalar la “Sección Pequeña” den-
tro del Hospital Día, que consiste en invitar a los niños con patologías límite,
escolarizados, entre otros, a asistir esas tardes para hacer tareas. Se aprovecha el
hecho de que la madre los lleva para gradualmente establecer un contacto con
ellas y el padre, así como cautivarlos al tratamiento.
Cervoni y Chabrit (1986), desarrollaron minuciosamente el funcionamiento
escolar, dentro del Hospital Día sugerido por Misès (1992): “El trabajo escolar parte
de crear el deseo y la necesidad de compartir, y luego de organizarse sin salir lesionado” (p.3).

342
Patologías límite de la infancia

Se dictan clases con grupos pequeños, se reconocen y respetan las patologías de


todos los niños, se contemplan actividades escolares para buscar el equilibrio
entre las colectivas (socialización), y las individualidades (necesidades particu-
lares de cada niño), y se busca defender el rol amplio que tiene el colegio en el
desarrollo del niño para que no se restrinjan tanto las posibilidades de aprender,
compartir, disfrutar, y crear, en los niños que ya han sido víctimas del fracaso
escolar.
Se genera un clima de seguridad y confianza mediante un marco preciso y
fiable, protegido del exterior sin estar del todo al margen. El grupo es mediador
y dinamizador, en la clase se accede a las nociones de ley, socialización y objeti-
vidad, y los logros de cada uno estimulan a los demás (muestran cómo vuelven
suyo algo que antes era ajeno, y corroboran la posibilidad de acceder a conoci-
mientos previamente inexistentes).
Teniendo en cuenta que en Colombia no existen programas de Hospital
Día como los descritos previamente, se ha hecho necesario elaborar lo hasta el
momento denominado “Institución entre consultorios”, un modelo apropiado
de intervención para cada niño. Según Casas y Jordán (2003), un modelo de
Hospital Día “a la carta”, el cual supone una comprensión psicopatológica del
individuo en desarrollo. Asistir al colegio es la referencia a la normalidad, a la
sociedad, y cumple una función de puente entre el mundo cerrado del niño y el
mundo abierto de las posibilidades de existencia dentro de una institución. Para
los padres, es la esperanza de una evolución posible.
En principio, se parte de una construcción de la relación a través del aprender
y no para aprender. Aprender supone interactuar, sentir, elaborar, replegarse,
esperar. Hay que entender el conocimiento como un ejercicio del crecimiento
del aparato psíquico que debe ser particular en lo individual, y grupal en lo co-
lectivo. Para dichos autores, se ofrece la posibilidad de construir un dispositivo
que se ajuste a cada individuo sin privarlo del entorno. Por tanto, es importante
que el niño con patología límite asista al colegio regular, se le ofrezcan materias
básicas del pensum, y se articulen estrategias adaptadas a cada nivel de capacidad,
sabiendo de antemano que éstas trascienden su nivel intelectual e instrumental.
Se busca estimular a los niños en una habilidad particular.
Afirman Casas y Jordán (2003), que el desarrollo de los niños con patología
límite no se da de manera uniforme, por el contrario, tienen un desarrollo disar-
mónico, el cual supone que cuenta con áreas limitadas y con otras preservadas,
las cuales deben jalonarlo a adquirir nuevas competencias. Hay que reconocer
que en la diferencia existe un potencial de evolución, y apoyar las fortalezas para
ayudarle al niño con su confianza. Al limitarse a nivelar por la deficiencia, se re-

343
Margarita Acevedo Schwabe

fuerza la diferencia y el sentimiento de incapacidad conlleva al fracaso:

“Encontramos que las verdaderas competencias están en las capacidades de adap-


tación de los dispositivos de enseñanza de los maestros y la posibilidad de los mismos
para articularlas a las realidades psicopatológicas de los niños. Para tal fin, una
voluntad de entendimiento y una flexibilidad en la institución escolar se hace necesaria
(…)” (Casas y Jordán, 2003, p. 5).

Así, la educación puede convertirse en herramienta terapéutica, articulando lo


pedagógico y lo terapéutico. Los principios pedagógicos se inscriben dentro de
los principios terapéuticos. La voluntad y capacidad del maestro no son suficien-
tes si la estructura educativa no se constituye a su vez en continente terapéutico
a la luz de la Cura Institucional de Misès (1992). Se necesita contar con la for-
mación adecuada de los maestros, y con el compromiso de la institución escolar.
El fin no es suplir a los maestros sino apoyar el proceso de aprendizaje: el
desempeño académico es un pretexto para acercarse a las dificultades del niño,
en un ambiente diferente al de la consulta individual.
De acuerdo a Jordán (2008), es necesario el abordaje desde varios ejes. Hay
que hacer ajustes para responder a las singularidades provenientes de la edad,
nivel de desarrollo y funcionamiento particular, reflejo de una estructura. La
psicoterapia individual permite avanzar mediante el acceso a la mentalización,
pues analiza los procesos defensivos más arcaicos, y remite a la compleja familia,
para evitar agravar la incapacidad del niño a realizar y mantener una elaboración
secundaria.

Debate, Resultados y Conclusiones


Han sido varios los psicoanalistas que a lo largo de la historia han encontrado
aspectos que determinan una patología límite en la infancia. Entre los mencio-
nados en este trabajo están: Klein (1945), Winnicott (1960, 1962), Mahler (1965),
Masterson (1986), Bergeret (1992), Green (1990), Ajuriaguerra (1993), Misès y
Rojas (2002), Kernberg (2000), Chouchena (2002).
Considero que la patología límite en niños trata de un movimiento vertical y
horizontal, simultáneamente. Vertical en tanto es un estado que ocupa un lugar
original entre las neurosis y psicosis. Es un concepto extraído de la psiquiatría, y
apunta al hecho de que la psicopatología es más móvil y de mejor pronóstico que
las patologías fronterizas del adulto, siempre y cuando se intervenga a tiempo y
adecuadamente. También es un marco específico en el que se puedan aprehen-
der pacientes con sospecha de evolución hacia la psicosis. Horizontal, puesto
que coexisten varios tipos de funcionamiento mental: alude a fallas en los tres
344
Patologías límite de la infancia

límites principales del aparato psíquico, a saber: a) la barrera somatopsíquica; b)


la barrera protectora, que delimita el psiquismo del mudo exterior; y el c) pre-
consciente como límite intrapsíquico entre inconsciente y consciente, encargado
de censurar las pulsiones excesivas del ello.
La psicopatología de los niños y adolescentes se caracteriza por: a) estados,
los cuales comprenden una organización; b) pre-estructuras; c) patologías, pues
aluden a lo móvil que con seguridad cambia a medida que el niño crece. En el
caso de las patologías límite, además, se utiliza el término de a-estructura, según
Bergeret (1974), al considerar que no se ubican dentro de ninguna de las estruc-
turas neurótica, psicótica, ni perversa. La psicopatología de los adultos se carac-
teriza por estructuras, las cuales comprenden funcionamientos.
Como lo afirman Barón y Rojas (2009), la CFTMEA-R-2000 recolecta los
síntomas, los organiza en síndromes y cuadros clínicos, y le intenta dar respuesta
al lugar ocupado por dichos trastornos en la organización de la personalidad glo-
bal del niño, con una referencia obligatoria al nivel de desarrollo de ellos. Es una
reflexión clínico - patológica que no se detiene en la etiología como causa aislada,
sino que se articulan los datos provenientes de los distintos planos para aprehen-
der la organización psicopatológica en toda su complejidad. No son posibles la
causalidad lineal ni la dirección unívoca, lo cual es propio del psicoanálisis. Se le
da valor al modelo dinámico y estructural.
Es distinto diagnosticar que clasificar: Diagnosticar implica el conocimiento
de un sujeto, lo que en él va bien y lo que no, emite un panorama general. Es
necesario hacerlo para preguntarse si el niño es analizable o no, y si lo es, ¿seré yo
la persona indicada? Por lo general, interviene el aspecto institucional, y hay que
pensar si los padres colaboran con el tratamiento. Clasificar tiene fines investiga-
tivos, para poder hacer estudios multicéntricos, y se aleja del sujeto.
La CFTMEA-R-2000, utiliza los términos “clasificación” y “trastorno”. En
francés también se denomina “clasificación”, como si de un fin investigativo y
estudio multicéntrico de las patologías límite, hayan pasado posteriormente, a
establecer diagnósticos teniendo en cuenta al sujeto. La palabra “trastorno” es la
traducción del término francés “troubles”, lo cual alude más a “tipos de proble-
mas” que a “trastornos”. Sería un contra-sentido tener un manual de la infancia
y la adolescencia, de orientación psicoanalítica, cuyo título utilice las palabras
clasificación y trastorno, puesto que en realidad lo que hace es diagnósticos so-
bre patologías.
Para mi entender, actualmente es la concepción de Misès (1992) la que ha
logrado abordar las patologías límite de la infancia de manera más completa,
dentro de la complejidad del cuadro. Tal vez esto se deba al hecho de que ha

345
Margarita Acevedo Schwabe

rastreado la patología desde sus orígenes, abarcando y articulando lo que han


planteado los diferentes autores mencionados anteriormente (Lang, Kernberg,
etc.), y guiado por su propia experiencia clínica, incluyendo la transferencia y
contra transferencia. No traspasa estructuras a estados, y le da al niño una po-
sición propia dentro del desarrollo, descartando la posibilidad de asemejarlo al
adulto o al adolescente. Me distancio de él en cuanto creo que en estos niños
no puede haber instaurada una diferenciación entre yo – no yo, ni entre objetos
totales - objetos frágiles. En la medida en que no haya una continuidad del self
en el niño, no hay permanencia del objeto, ni se asegura la identidad como medio
para reconocerse a sí mismo y a los otros sin confundirse; en este sentido, me
inclino más por las formulaciones de Kernberg (1989).
Kernberg (1989), por su lado, se refirió a los niños borderline, como algo está-
tico. Parecería que construyó su teoría basada en el trastorno borderline de los
adultos, probablemente viciada por teorías previamente formuladas por Ker-
nberg (1978), quien describió esta organización en los adultos. Menciona que
estos niños utilizan mecanismos defensivos primarios, que tienen alterada la ima-
gen del sí mismo, y que conservan la prueba de realidad. Agrega que ellos han
experimentado frustraciones tempranas y extremas, y cuentan con la presencia
de pulsiones agresivas en gran cantidad.
Es importante considerar que con frecuencia se habla de psicoanálisis de
niños y adolescentes, separado del análisis de adultos. Si bien ambos grupos
acarrean diferencias, como por ejemplo en la técnica, en el caso de la patología
límite se debe estudiar inclusive distintamente la de los niños de la de los ado-
lescentes. Puede haber variaciones importantes entre los orígenes, el pronóstico
y el tipo de tratamiento. Lo límite no cursa un desarrollo lineal, por lo que no
necesariamente se observa el mismo diagnóstico en el mismo sujeto a lo largo
de su vida, indistintamente de si fue atendido o no por la psiquiatría, psicología
clínica, o el psicoanálisis. En el desarrollo, se pasa de patología a estructura, y
de mosaico a lo más estático; además puede haber situaciones a lo largo de la
vida que ejerzan el “efecto gatillo”, generando alteraciones en el funcionamiento
mental, las cuales no necesariamente cursan dentro de lo fronterizo.
Al recibir un niño con patología límite, es indispensable tener claro el diagnós-
tico detallado, diferente a la posición que como analistas podemos tener frente a
otro tipo de pacientes. Como la patología es un mosaico, cambia el diagnóstico.
Esto es comprensible para el analista, pero para los profesionales de otras áreas
afines no necesariamente, corriendo el riesgo de que se aborde al niño constan-
temente con un rótulo estático. Es de vital importancia que al grupo de trabajo
interdisciplinario se le explique lo anterior, e invitar a los participantes de la or-

346
Patologías límite de la infancia

questa a entender las variaciones en la música del niño.


Respecto a la técnica utilizada con los niños con patología límite, estamos
confrontados con una serie de dificultades centradas en su psicopatología y en
el funcionamiento particular de la familia. En la medida en que la disarmonía
evolutiva esta en la base de dicha patología, habrá siempre líneas del desarrollo
no uniformes, para lo cual hay que tratar el afecto, lo cognitivo y el pensamiento.
Al fallarles la barrera protectora, el continente, todos los conceptos se esfuman.
Al hacer un trabajo en equipo se construye una barrea protectora externa, un
continente donde se pueden dar, percibir y entender los contenidos. Se ayuda a
estructurar un aparato mental que privilegie el pensamiento sobre la acción.
Debe llevarse a cabo un trabajo interdisciplinario, y no uno multidisciplinario.
Si trabajamos en equipo, considerando al niño como un todo, inmerso en un
contexto, y cada disciplina involucrada aporta sus conocimientos de manera in-
terrelacionada, el resultado será mejor. Son niños difíciles, y su mejoría requiere
de la constancia de quienes estemos involucrados en su cotidianidad. Considero
que los profesionales en otras áreas afines deben hacer su intervención puntual,
y el análisis es lo que debe prevalecer. El analista debe ser el director de orquesta,
pues en últimas es el que más recursos tiene para pensar en cómo intervenir, por
ejemplo a través de enactments, y ayudando al proceso de mentalización del niño.
Los gestos de enseñanza son cruciales en el desarrollo cognoscitivo y afec-
tivo en la infancia. El profesor ejerce sus funciones pedagógicas y además fun-
ciones terapéuticas. La clase se convierte, además del sitio donde se aprenden
conocimientos provenientes de otros, en un espacio investido que favorece en
el alumno la posibilidad de diferenciarse y de crear. La escolaridad no puede ser
un espacio de aprendizaje sino después de ser un espacio de descubrimiento
compartido de características transicionales.
Todas las personas tienden a ser vivenciadas por el niño con patología límite
como un objeto parcial, o como un objeto total pero frágil. Al hacer los segui-
mientos entre profesionales que forman parte del equipo de trabajo, es común
encontrar que el niño siente a unos profesionales como buenos y a otros malos.
Se recogen las transferencias en la orquesta. Al niño se le permitir diluir la agre-
sión, y el profesional tiene espacios en los que puede tomar distancia para recu-
perarse de la contra transferencia, sin que el paciente sienta que fue abandonado.
Existe una paradoja en los niños con patología límite y la institución escolar:
si bien no se les puede ofrecer una organización escolar ordinaria, basada en pro-
gramas, horarios y modos de interacción rígidos, porque son incapaces de some-
terse a ella, si les conviene tener un marco fiable como garante de permanencia
y seguridad puesta en el afuera. Por ende, las instituciones con su cumplimiento

347
Margarita Acevedo Schwabe

a cabalidad, no pueden ser considerados instrumentos de trabajo operacionales


ni eficaces, sino como puntos de referencia provenientes de una norma común.
El maestro tiene que estar preparado para enfrentarse a situaciones complejas e
impredecibles que surgen diariamente, y al entender la patología límite del niño
que está en su salón, evitar sentirse fracasado en su labor, ni rehusar a la tarea
de enseñarles. El niño no se adapta a la institución, pero la institucionalidad si le
ayuda a adaptarse.

Translation of Summary
Childhood Borderline pathologies

Objectives: realize a theoretical essay about borderline pathologies in infancy. Method:


describe the approach made by psychoanalysts concerning borderline pathology in
infancy, taking in account certain aspects of the history of the term, the consulting
characteristics, evolution and prognostic aspects, treatment and technique. Results and
Conclusions: there exists psychoanalytical aspects that help determine and approach
borderline pathologies in infancy; borderline pathologies in infancy are a vertical and
horizontal movement, simultaneously.

Key words: Border line disorders, psychoanalysis of children, psychopathology.

Referencias
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Correspondencia

Margarita Acevedo Schwabe


margarita.acevedo@correcol.com

Recibido para evaluación: 2 de octubre del 2012.


Aceptado para publicación: 30 de octubre del 2012.

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