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Seíx Barral Biblioteca breve

Pedro Lemebel
Tengo miedo torero
La presente obra fue cscnta con el apoyo de FONDART, Fondo de
Desarrollo de la Cultura y las Artes del Ministerio de Educación y
de una beca otorgada por la Fundación Guggenhcim.

© Pedro Lernebel
Inscnpción N~ 118.323 '2001' Este libro surge de veinte páginas escritas a
Derechos exclusivos de edición en Chile fines de los 80, y que permanecieron por años
y los demás países del Cono Sur de América traspapeladas entre abanicos, medias de en-
©Editorial Planeta Chilena S.A. caje y cosméticos que mancharon de rouge la
Santa Lucía 360, 7~ piso, Santiago (Chile)
caligrafía romancera de sus letras. Aquí en-
©Grupo Editorial Planeta
trego esta historia y se la dedico con inflama-
ISBN 956-247-267-.1
do ardor a Myrna Uribe jLA Cutcx MYRNA),
pequeño epicentro esotérico, que con su rela-
Diseño de cubierta: José Bórquez jo poético, alejó la tarde del co) ote. A Cecilia
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Composición: Salgé Lnla. Thauby !LA CECI), nuestra heroína enamora-


da. A Cristian Agurto {EL FLACO). AJ airne Pin-
Primera edición: abril de 2001 to !EL Iuuo]. A Olga Gajardo (LA ÜLCA). A Ju-
Segunda edición: mayo de 2001 lio Guerra (EL PATO), se me aprieta el corazón
al recordar sus ojos mansos y su figura de cla-
Impreso en Chile por
Qucbccor World Chile S.A. vel estropeado, aguijoneado de balas por la CNI
en el departamento de Villa Olímpica. A
Oriana Alvarado (LA JuuAI. A la vieja del al-
macén, copuchenta como ella sola, pero una
tumba a la hora de las preguntas. Y también,
a la casa, donde revolotearon eléctricas uto-
pías en la noche púrpura de aquel tiempo.

Ninguna parte de esta pubhcación, inclurdo el diseno de la cubier-


ta, puede ser reproducida, almacenada o transrmnda en manera
~lguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico,
opnco, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
CoMO DESCORRER UNA CASA sobre el pasado, una
cortina quemada flotando por la ventana abier-
ta de aquella casa la primavera del '86. Un año
marcado a fuego de neumáticos humeando en
las calles de Santiago comprimido por el pa-
trullaje. Un Santiago que venía despertando al
-=---- caceroleo y los relámpagos del apagón.por la
cadena suelta al aire, a los cables, al chispazo
eléctrico. Entonces la oscuridad completa, las
luces de un camión blindado, el párate ahí mier-
da, los disparos y las carreras de terror, como
castañuelas de metal que trizaban las noches
de fieltro. Esas noches fúnebres, engalanadas de
gritos, del incansable "Y va a caer", y de tan-
tos, tantos comunicados de último minuto,
susurrados por el eco radial del "Diario de Coo-
pera tí va".
Entonces la casita flacuchenta, era la es-
quina de tres pisos con una sola escalera verte-
bral que conducía al altillo. Desde ahí se podía
ver la ciudad penumbra coronada por el velo
turbio de la pólvora. Era un palomar, apenas una
barandilla para tender sábanas, manteles y cal-

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zoncillos que enarbolaban las manos marimbas era Un toque
. de diana , un canto de gallos al
,
de la Loca del Frente. En sus mañanas de ven- amanecer, un alarido musical que la loca sub1.a
tanas abiertas, cupleteaba el "Tengo miedo to- a su tope máximo. Como si quisiera compartir
rero, tengo miedo que en la tarde tu risa flo- con el mundo entero la letra cursi que despega-
te". Todo el barrio sabía que el nuevo vecino ba del sueño a los vecinos con ese "Y ... Y tu
era así, una novia de la cuadra demasiado en- maano to-o-o-mará la mía-a-a-a".
cantada con esa ruinosa construcción. Un Así la Loca del Frente, en muy poco tiem-
maripozuelo de cejas fruncidas que llegó pre- po, formó parte de la zoología social de ese
guntando si se arrendaba ese escombro terre- medio pelo santiaguino que se rascaba las pul-
moteado de la esquina. Esa bambalina sujeta gas entre la cesantía y el cuarto de ~zúcar que
únicamente por el arribismo urbano de tiem- pedían fiado en el almacén. Un boliche de ~a-
pos mejores. Tantos años cerrada, tan llena de rrio, epicentro de los cotorreos y coméntanos
ratones, ánimas y murciélagos que la loca des- sobre la situación política del país. El saldo de
alojó implacable, plumero en mano, escoba en la..últíma.protesre. las declaraciones de 11 opo-
mano rajando las telarañas con su energía de- sición, las amenazas del Dictador, las convoca-
marica falsete entonando a Lucho Gatica, to- torias para septiembre. Que ahora sí, que no
siendo el "Bésarne mucho" en las nubes de pol- pasa del '86, que el '86 es el año. Que todos al
vo y cachureos que arrumbaba en la cuneta. parque, al cementerio, con sal y limones para
Solamente le falta el novio, cuchicheaban resistir las bombas lacrimógenas, y tantos, tan-
las viejas en la vereda del frente, siguiendo sus tos comunicados de prensa que voceaba la ra-
movimientos de picaflor en la ventana. Pero es dio permanente.
simpático, decían, escuchando sus líricas pasa-
das de moda, siguiendo con la cabeza el com- COOPERATIVA ESTÁ LLt\J'vlANDO,
pás de esos temas del ayer que despertaban a MANOLA ROBLES INFORMA
toda la cuadra. Esa música alharaca que en la
mañana sacaba de la cama a los maridos tras- Pero ella no estaba ni ahí con la contingen-
nochados, a los hijos vagos que se enroscaban cia política. Más bien le daba susto escuchar
en las sábanas, a los estudiantes flojos que no esa radio que daba puras malas noticias. Esa
querían ir a clases. El grito de "Aleluya", can- radio que se oía en todas partes con sus cancio-
tado por Cecilia, esa cantante de la nueva ola, nes de protesta y ese tararán de emergencia que

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tenía a todo el mundo con el alma en un hilo. Las tres primeras cajas se las dejó en el pa-
Ella prefería sintonizar los programas del recuer- sillo. Pero ella le insistió que ahí molestaban,
do: "Al compás del corazón". "Para los que fue- que las entrara al dormitorio para usarlas de
ron lelos". "Noches de arrabal". Y así se lo pa- velador y tener donde poner la radio. Si no es
saba tardes enteras bordando esos enormes mucha la molestia, porque la radio es mi única
manteles Y sábanas para alguna vieja aristócra- compañía, dijo arrebolada con cara de cordera
ta que le pagaba bien el arácnido oficio de sus huacha, mirando las chispas de sudor que
manos. encintaban su frente. Las restantes las fue dis-
Aquella casa primaveral del '86 era su ti- tribuyendo en el espacio vacío de su imagina-
bieza. Tal vez lo único amado, el único espacio ción, como si amueblara un set cinematográfi-
propio que tuvo en su vida la Loca del Frente. co, diciendo: Por aquí Carlos, frente al venta-
Por eso el afán de decorar sus muros como tor- nal. No Carlos, tan juntas no, que parecen ataú-
ta nupcial. Embetunando las cornisas con pája- des. Más al centro Carlos, como mesitas
ros, abanicos, enredaderas de nomeolvides. ~ ratonas. Paradas no Carlos, mejor acostadas o
esa~ m~~tillas de Manila que colgaban del pia- de medio lacio Carlos, para separar los ariibíen-
no invisible. Esos flecos, encajes y joropos de tes. Más arriba Carlos, más a la derecha, per-
tul que envolvían los cajones usados como dón, quise decir a la izquierda. ¿Estás cansado?
mobiliario. Esas cajas tan pesadas, que mandó Descansemos un rato. ¿Quieres un café? Así,
a guardar ese joven que conoció en el almacén cual abejorro zumbón, iba y venía por la casa
aquel muchacho tan buenmozo que le pidió el emplumado con su estola de: Sí Carlos. No Car-
f~vor. Diciendo que eran solamente libros, pura los. Tal vez Carlos . A lo mejor Carlos. Como sí
literatura prohibida, le dijo con esa boca de azu- la repetición del nombre bordara sus letras en
cena mojada. Con ese timbre tan macho que el aire arrullado por el eco de su cercanía. Como
no pudo negarse y el eco de esa boca siguió so- si el pedal de esa lengua marucha se obstinara
nando en su cabecita de pájara oxigenada. Para en nombrarlo, llamándolo, lamiéndolo, sabo-
qué averiguar más entonces, si dijo que se lla- reando esas sílabas, mascando ese nombre,
maba ~arl~s no_sé ct~anto, estudiaba no sé qué, llenándose toda con ese Carlos tan profundo,
en no se cual universidad, y le mostró un carnet tan amplio ese nombre para quedarse toda sus-
tan rápido que ella ni miró, cautivada por el piro, arropada entre la C y la A de ese C-arlos
tinte violáceo de esos ojos. que iluminaba con su presencia toda la e-asa.

ro II
En todo ese tiempo fueron llegando cajas y CoOPE.RATIVA ESTA LLA!\IANDO: VIOLENTOS

más cajas, cada vez más pesadas, que Carlos car- INCIDENTES Y BARRICADAS SE REGISTRAN EN ESTE

gaba con su musculatura viril. Mientras la loca MOMENTO EN LA ALAMEDA BERNARDO

inventaba nuevos muebles para el decorado de O'HtGGINS.

fundas y cojines que ocultaban el pollerudo se-


creto de los sarcófagos. Después fueron las re- Al correr los tibios aires de agosto la casa
uniones, a medianoche, al alba, cuando el ba- era un chiche. Una escenografía de la Pérgola
rrio era un orfeón de ronquidos y peos que de las Flores improvisada con desperdicios Y
tronaban a raja suelta la Marsellesa del sueño. afanes hollywoodenses. Un palacio oriental,
En pleno aguacero, estilando, llegaban esos encielado con toldos de sedas crespas Y
amigos de Carlos a reunirse en el altillo. Y uno maniquíes viejos, pero remozados como ánge-
se quedaba en la esquina haciéndose el leso. les del apocalipsis o centuriones custodios de
Carlos le había pedido permiso, entrecerrando esa fantasía de loca tulipán. Las cajas y cajones
la pestañada de sus ojos linces. Son compañe- se habían convertido en cómodos tronos, sillo-
ros de universidad y no tienen donde estudiar, nes y divanes, donde estíraban sus huesos las
y tu casa y tu corazón es tan grande. Cómo ne- contadas amigas maricas que visitaban la casa.
garse entonces si el morenazo la tiene toda Un reducido grupo de locas que venía a tomar
empapada, sudando cuando se le acerca. Ade- el té y se retiraba antes que llegaran "los hom-
más, los chiquillos que pudo ver eran jóvenes bres de la señora" 1 bromeaban insistiendo en
educados y bien parecidos. Podían pasar como conocer ese arsenal de músculos admiradores
amigos, pensaba ella sirviéndoles café, retocan- ele la dueña de casa. Pero ella ni tonta recogía
do el brillo de sus labios con la punta de la len- las tacitas, sacudía las migas, y las acompaña-
gua, tarareando baladas de amor que repicaba ba a la puerta, diciendo que los chiquillos no
la radio: "Ttí me acostumbraste y por eso me querían conocer más colas.
pregunto" y todas esas frases frívolas que Así, las reuniones y el desfile de hombres
desconcentraban la estrategia pensante de los por la casita enjoyada fueron cada vez más in-
chiquillos. Entonces ellos le cortaban la inspi- sistentes, cada día más urgidos, subiendo Y ba-
ración cambiando el dial, sintonizando ese ho- jando la hilachcnta escala que amenazaba des-
rror ele noticias. armarse con el trote de machos. A veces ni si-
quiera Carlos podía subir al altillo Y le

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ernbolinaba la perdiz para que ella no viera a trico despertándolo, parándose y atinando a
1
algunos tapados visitantes. Ni siquiera él po- buscarse algo urgente en el costado, preguntan-
1
día participar de esas reuniones y le cerraba el do ¿Qué onda?¡ ¿Qué pasa? Nada, te quedaste
paso cuando ella amablemente curiosa ofrecía dormido, ¿quieres una frazada? Bueno. ¿Toda-
café. Porque deben estar muertos de frío allá vía no han ten~ünado? No dejes que me duer-
arriba, decía mirando la cara insobornable de ma, háblame db tu vida, tus cosas. ¿Tienes otro
Carlos. Además por qué no puedo subir, si ésta café? \
es mi casa. Entonces Carlos bajaba la guardia y Así, separados por bastidores de humo, del
tomándola de los brazos, le hundía aquella mi- fumar y Iumarjchupando la vigilia, ella tejía la
rada de halcón en su inocencia de paloma. Son espera, hilvanaba trazos de memoria, pequeños
cosas de hombres, tú sabes que no les gusta que recuerdos fuga1ces en el acento marifrunci de
los molesten cuando estudian. Tienen un exa- su voz. Retazob de una errancia prostibular por
men importante, ya van a terminar. Mira, sién- callejones sin hombre, por calles sucias arras-
tate, conversemos. trando su entumida "vereda tropical". Su son
Carlos era tan bueno, tan dulce, tan ama- maraca al vaivén de la noche, al vcrgazo opor-
ble. Y ella estaba tan enamorada, tan cautiva, tuno de algún Jbrio pareja de su baile, sustento
tan sonámbula por las noches enteras que pa- de su destino p¿ir algunas horas, por algunas mo-
saba hablando con él mientras terminaban las nedas, por compartir ese frío huacho a toda ca-
reuniones. Largas horas de silencio mirando su cha caliente. A! todo refregón vagabundo que se
fatiga de piernas olvidadas en el raso fucsia de desquita de la riela lijando con el sexo la mala
los cojines. Un silencio terciopelo rozaba su suerte. Y después un calzoncillo tieso, un cal-
mejilla azulada y sin afeitar. Un silencio espe- cetín olvidado una botella vacía sin mensaje,
so, cabeceando de cansancio iba a tumbarlo. Un sin rumbo, ni isla, ni tesoro, ni mapa donde
silencio aletargado de plumas, pesando de plo- enrielar su corazón golondrino. Su encrespado
mo su cabeza caía y ella atenta, y ella toda al- corazón de niño colibrí, huérfano de chico al
godón, toda delicadeza estiraba una almohada morir la madrd. Su nervioso corazón de ardilla
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de espuma para acomodarlo. Entonces esa ter- asustada al grito paterno, al correazo en sus
sura, ese volante, ese plumereo del guante caliza nalgas marcadl1s ¡
por el cinturón reformador. Él
que acercándose a su cara iba a tocarlo. Enton- decía que me hiciera hombre, que por eso me
ces el sobresalto, la crispación de ese tacto eléc- pegaba. Que n !i quería pasar vergüenzas, ni pe-

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learse con sus amigos del sindicato gritándole al cumplir dieciocho años me fue a inscribir, y
que yo le había salido fallado. A él tan macho, habló con un sargento amigo para que me deja-
tan canchero con las mujeres, tan encachan con ran en el regimiento. A Carlos el sueño se le
las putas, tan borracho esa vez manoseando. Tan había evaporado y tomaba café cabizbajo. ¿Hi-
ardiente su cuerpo de elefante encima mío pun- ciste el Servicio Militar entonces?, preguntó mi-
teando, ahogándome en la penumbra de esa pie- rando las manos de alondra posadas en las rodi-
za, en el desespero de aletear como pollo Has. Estás loe~>, ni ~oñand~. Por eso me fui. de
empalado, como pichón sin plumas, sin cuerpo su casa y nunca mas volví a verlo. Un sonido
ni valor para resistir el impacto de su nervio de pasos en el altillo indicaba que la reunión
duro enraizándome. Y luego, el mismo sinsa- había tcrmin1do. Mañana me cuentas la otra
bor del no me acuerdo, el mismo calcetín olvi- parte, dijo Carlos como en secreto, al tiempo
dado, la misma sábana goteada de pétalos ro- que se paraba largo y tan alto que ella lo miró
jos, el mismo ardor, la misma botella vacía con hacia arriba jugando con los flecos de la corti-
su S.0.S. naufragando en el agua rosada del la- na.
vatorio.
Yo era un cacho amariconado que mi ma- De mi pasado preguntas lodo que cómo fue.
dre le dejó como castigo, decía. Por eso me daba Si antes de amar debe tenerse fe.
duro, obligándome a pelear con otros niños. Dar por un querer la vida misma, sin morir,
Pero nunca pude defenderme, ni siquiera con eso es caniio, 110 lo que hay en ti-i
niños menores que yo, me daban igual y co-
rrían triunfantes con el chocolate de mis nari-
ces en sus puños. Del colegio lo mandaron lla-
mar varias veces para que me viera un psicólo-
go, pero él se negaba. La profesora decía que un
médico podía enronquecerme la voz, que sólo
un médico podía afirmar esa caminada sobre
huevos, esos pasitos fi-fí que hacían reír a los
niños Y le desordenaban la clase. Pero él con-
testaba que eran puras huevadas, que solamen-
te el Servicio Militar iba a corregirme. Por eso

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LA l'RIMAVE.RA llABÍA a Santiago como
LLEGADO

todos los años) pero ésta se venía con vibrantes


colores chorreando los muros de grafitis vio-
lentos, consignas libertarias, movilizaciones
sindicales y marchas estudiantiles dispersas a
puro guanaco. A todo peñascazo los cabros de
la universidad resistían el chorro mugriento de
los pacos. Y una y otra vez volvían a la carga
tomándose la calle con su ternura Molotov in-
flamada de rabia. A bombazo limpio cortaban
la luz y todo el mundo comprando velas, aca-
parando velas ¡y más velas para encender las ca-
lles y cunetas, para regar de brasas la memoria,
para trizar de chispas el olvido. Como si baja-
ran la cola de¡ un cometa rozando la tierra en
homenaje a tanto desaparecido.

Todos los añds era lo mismo, tanto acumular


energía para sbptiembre y después todo seguía
igual. Y de septiembre a septiembre el vaivén
renovador no lograba ni preocupar al tirano, que

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cada fin de semana, cuando ardía la protesta, marrearon la puerta. Ella aún en los albores del
partía en la caravana de autos blindados a su sueño, saltó de la cama a medio vestir, cubrién-
casa de campo en el Cajón del Maipo. En esa dose pudorosa con su bata nipona regada de he-
quebrada florida cerca de Santiago, el sol lechos plateados. No son horas para despertar a
primavero brillaba sólo para él, leyendo estra- una condesa, refunfuñó, bajando la escala para
tegias militares romanas para controlar la re- abrir el picaporte. En el umbral, Carlos Y dos
beldía. En ese silencio pajareado de jilgueros, amigos cargaban un agresivo tubo de metal, que
escuchaba los timbales de la marcha Radetzki sin preguntarle, introdujeron al interior. Déjen-
con los ojos sernicerrados, cabeceando el pear lo por aquí no más, susurró entre bostezos mi-
ronco de los cornos, sublimado por esos flatos rando el extraño aparato. Es delicado, son ro-
de bronce hasta la elevación. En tal nirvana llos de manuscritos súper valiosos. Más parece
hitleriano, los noticieros de radio y televisión un condón para dinosaurio, lo voy a transfor-
estaban prohibidos, y más aún esa radio Coo- mar en una ctlumna pa~a _l,a salita, y le cerró
perativa y su tararán marxista que tenía revo- un ojo a Carlos, que desp1chendose en la puerta
lucionados a los flojos de este país. A esa patota le trataba de d .cir: después te explico. Pero ella
de izquierdistas que no querían trabajar y se lo no podía espet·ar, ni quedarse con la, du~a que
pasaban en protestas y subversiones al orden. hacía días rondaba su cabeza. Ademas, si mm-
No le aprendían a tanto joven honrado, a tanto ca había prometido no hurguetear en las cajas,
trabajador que apoyaba al gobierno. Como esa esto era diferdntc. Parece un torpedo submari-
cuadrilla de obreros que estaban arreglando el no, pensó, des,Jegando la cinta adhesiva que ~u:
camino cuando la comitiva presidencial subía jetaba la tapa.¡¿ Y si fuera eso? La duda paralizo
por la cuesta Achupallas. A esa hora, fiiesé, tan sus dedos añrulndos y detenidos por la corazo-
tarde, señores, todavía trabajando, esos cabros nada. Pero no, Carlos no podía mentirle, no
que los saludaron sacándose los cascos. Esos podía haberla engañado con esos ojos tan dul-
eran hombres de bien que hacían patria. ces. y si lo había hecho mejor no saber, mejor
hacerse la lesa, la más tonta de las locas, la más
bruta, que sólo sabía bordar y cantar canciones
Muy de mañana, al alba del barrio todavía dor- viejas. Mejor volvía a pegar la cinta y se olvida-
mido, un auto se detuvo en la casa de la Loca ba del asunto. Más bien seguiría con su teatra-
del Frente y varios golpes apresurados za- lidad decorativa. Y arremangándose la bata

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arrastró el pesado cilindro escaleras arriba, hasta Se corría por la tangente simulando la emoción,
ese rincón vacío de la sala. Allí quedaba bien, evitando que él sintiera temblar su anhelo ala-
le daba sombra, por si acaso. Y terminó la esce- do e imposible. Parece que te gustan las flores,
nografía coronando el blindado artefacto con le escuchó debr ya más distante. ¿Te gusta el
una maceta de alegres gladiolos. campo? Podríl1s acompañarme mañana al Ca-
zCómo se ve? Lo recibió mostrándole el raro jón del Maipo.jTengo que hacer un herbario para
ikebana, mientras acariciaba con su mano la- la clase de botánica. Me consigo un auto y va-
gartija los contornos del acero revestidos de mos. Qué clicJs.
blondas entuladas y moñas de cintas. Se ve pre- Ella se qdedó con la huella de sus manos
cioso, ni se nota lo que es. Se contestó ella mis- apretándole ds caderas. Se quedó sonámbula,
ma, tratando de no mirar el asombro divertido encandilada, Jsí tan niña frente a un prado de
de sus ojos pardos. En realidad no se nota lo flores amarilll1s. Y mucho después que Carlos
que es, musitó Carlos dando unos pasos emo- se hubo ido, dontcstó que sí quiero ir, que por
cionado, acercándose, tomándola por sus grue- supuesto. QuJ debería cocer un pollo y huevos
sas ancas de yegua coliflor, atrayéndola a su duros para el J~icnic, y llevar ese mantel divino
pecho en un abrazo agradecido, dejándola toda bordado de pájaros y angelitos, y comprarle pi-
temblorosa, sin respirar. Como una chiquilla las a la radio jpara escuchar música, y quizás
enguindada de rubor, como una caracola anti- una pelota para que Carlos se entretenga
gua enroscada en sus brazos, a centímetros de chutcando. Y :t~mbién ~n Ii?ro. No,. mejor una
su corazón haciendo tic-tac tic-tac, como un revista para hojearla distraída y ociosa en esa
explosivo de pasión enguantado, por su estéti- gran alfombrd verde. Casi una pintura, como
ca de brócoli maríflor, ese calendariÓ1 antiguo donde una niña de rizos
descansa en el amplio ruedo de su falda. Ape-
Detén el tiempo en tus manos, nas ensombrc1cida por la capelina amarilla y el
haz esta noche perpetua. quitasol colorjchampaña h_aciendo juego co~ la
Para que nunca se vaya de mí, gran centrífu1a de su vestido. Y al fondo, bien
para que nunca amanezca. al fondo, casi confundido con el azulino de los
cerros, un soldado a caballo con quepis de plu-
Ya, está bueno, no es para tanto. Y se des- mas tristes cojltcmplándola extasiado. Pero no,
pegó de esa primera vez que lo tuvo tan cerca. Carlos era hombre y muy serio, y ella no lo iba

ll 23
a avergonzar con mariconerías de farándula ni tes de puntitc!s también amarillos y las gafas
pompones de loca can-cán. No iba a echar a negras con brillitos como Jane Mansfield en esa
perder el paseo, cediendo a la tentación de usar película, estaba segura que ahí estaban, com-
ese hermoso sombrero amarillo de ala ancha pletamente guardados, pero se los había mos-
con cinta a lunares. Esa maravilla de sombrero trado a tanta amiga y las locas eran tan ladro-
que le quedaba tan bien, que nunca se había nas, tan pérfidas, tan envidiosas y esa bocina
puesto porque jamás ningún hombre la había del auto llamándola. Ya voy amor. ..
invitado a un día campestre. Pero por si acaso, En el camino, tan cómoda junto a Carlos,
por si hace mucho viento, por si el sol pega muy su lengua parlotera habló de cualquier cosa,
fuerte, por el cuidado de la piel digo yo ... evitando comentar el paisaje; cada población
despellejada por el polvo, cada rotonda humean-
Porque eres y serás para mi alma do por restos de fogatas, pedazos de muebles y
un día de sol, eso eres ttí. letreros en el suelo que las ruedas del auto iban
esquivando, zigzngueando las brasas y palos y
Casi no durmió la noche entera dando vuel- saldos chamuscados de la noche protesta.
tas, excitada por la emoción, y por tanto bom- Después, rumbo a la cordillera, la periferia
bazo que desordenaba su idílica postal. Ya esta- rotosa se fue poniendo más verde, más radian-
ba en pie cuando llegó Carlos vistiendo un pu- te por ese sol umarillo, por esos vendedores de
llover color pimienta, con el pelo renegrido por volantines y lbnderitas que chispeaban de co-
el agua de la ducha. ¿Estás listo? No hay mu- lor la carretcrl Y Carlos tan divertido, celebran-
cho tiempo, tengo que devolver el auto a las do sus chistes,1 culebreando las curvas con un:
seis. ¡Hiciste comida! Un pollo. El aire del cam- Sujétate mariposa, otra vuelta y otra cosa. ¡Ay,
po da hambre. ¿No? Yo la bajo, no te preocu- qué bruto! ¡Q,ué chofer! Que por favor Carlos,
pes, te espero en el auto. No muevas tanto el más lento, mi corazón es de cristal. Carlos que
canasto que se quiebran los huevos. Espérate las bebidas. Carlos que este auto no es tuyo.
un poco, los vasos, servilletas, la sal, el pan, la Carlos que me hago pipí de risa, que para un
radio. Cuidado, no seas loco, las bebidas. Pare- poco, que por suerte ahí viene un control poli-
ce un niño, se dijo hurgueteando cosas, buscan- cial. Entonces Carlos se puso serio, varios mi-
do el sombrero amarillo, que estaba segura lo litares contro11aban el camino haciéndoles se-
había guardado allí, en esas cajas, con los guan- ñas para que se subieran a la berma. Ponte el

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sombrero ¿quieres? ¿Y para qué? Para que te escapar de esa bullente felicidad en la diadema
vean como dama elegante. Pero ... Pónetelo te encantada dell bolero. ~e~o po~ más que bu~có
digo y hazte la loca. Hazlo por mí, después te el analgésico de esa música, girando la perilla
explico. Pero Carlos nunca le explicaba nada, de lado a lado; todas las emisoras salpicaban
él era así, tenía esas ideas tan extravagantes. arpas y guitarreos patrios. El "Si vas para Chi-
Por eso le hizo caso, porque no le costaba nada le" cantado p()r los Huasos Quincheros, era ca-
ponerse el sombrero amarillo y los lentes de gata dena nacional ese mes, y sólo escapaba el tim-
y los guantes con puntitos y güevíar a los bre agitado del "Diario de Cooperativa".
milicos. No le costaba nada hacerlos reír con
su show de mala muerte, dejándolos tan encan- fa

t
SERGIO CAilPOS DA LECTURA A LAS NOTICIAS:
dilados que ni siquiera revisaron el auto y ape- AUTODENOMINADO FRENTE PATRIÓTICO MANUEL
nas miraron los documentos de Carlos que es- RoDRÍGUd. SE ADJUDICÓ EL CORTE DE ENERCIA
taba tan nervioso. Y los dejaron pasar sin pro- QUE DEJÓ LUZ A LA REGIÓN METROl~LITANA
blemas gritando: "Feliz luna de miel, marico-
nes". Porque buscaban otra cosa, digo yo. ¿No De tanto oír esa radio, ella se había acos-
es cierto Carlos? tumbrado a sdportarla. Es mas, cuando no en-
Varios Kilómetros más allá, tomando una contraba su 1música preferida, cuando los
bocanada de aire, Carlos volvió a reír, y siguió bombazos cortaban la luz, cuando tenía quepo-
riendo desbocado mirándola de reojo, estiran- nerle pilas a 1~ radio, la voz de Sergio Campos
do la tenaza cariñosa de su brazo para apresar era un bálsanÍo protector en esas tinieblas de
sus hombros de queltehue. Lo hiciste muy bien. guerra. No sabía por qué, pero esa voz cálida
Es que tengo alma de actriz. En realidad yo no lograba aplacar1 los latidos ele su corazón, agita-
.
soy así, actúo solamente. Y las risas de ambos do por tanta rhvuelta. La voz segura y amable
se confundieron en el viento tibio que dejaron de Sergio Cm~pos la habitaba con la dulce año-
atrás. Las nubes rosadas de los ciruelos y el res- ranza de Carl<~s, con su fanatismo de quedarse
plandor de los aromos pasaban fugados a morir pegado escuch'•mdo noticias. Que los pacos aquí
en sus espaldas, dejando una nevada de pétalos y los terroristas allá, que ese Frente Patriótico
pegados al parabrisas. Parecen mariposas muer- r.
no sé cuánto, todas las penurias de esa pobre
tas dijo ella con un dejo de tristeza, y encendió gente a la que¡ le habían matado a un familiar.
la radio para no llorar, para huir de allí, para En todo ese tiempo, ese tema había logrado con-

27
moverla, mientras escuchaba los rcstímonios lejos para ella v Carlos que la ayudaba a desple-
radiales bordando sábanas, para la gente rica, gar el mantel Jabre la hierba. En kilómetros no
con rosas sin espinas. Partían el alma los sollo- se veía un almli. A esa hora, ese pedazo de mun-
1
zos de esas señoras escarbando piedras, estilan- do era solo pai¡a ellos. Carlos era solo para ella,
do mojadas por el guanaco, preguntando por su risa, sus dientes blancos, su boca jugosa
ellos, golpeando puertas de metal que no se mordiendo el bollo, sus dedos largos y sexuales
abrían, revolcadas por el chorro de agua frente desnudando uh huevo duro. Su entrepierna ar-
. j •• el
quea el a ele 1ov9n jinete monta o en un peñasco,
al Ministerio de Justicia, sujetándose de los
postes, con las medias rotas, todas chasconas, su cuerpo nudoso y elástico cuando se sacó el
agarrándose el pecho para que esa agua negra pullover, cuarido se tendió a tomar el sol, tan
no les arrebatara la foto prendida a su corazón. cerca de ella. Wna loca vieja y ridícula posando
¿Te pusiste triste? ¿Qué pasa? Carlos había de medio lado, de medio perfil, a medio sentar,
detenido el vehículo junto al camino. Aquí nos con los muslos apretados para que la brisa ima-
quedamos. ¿Pero por qué en esta cuesta, en este ginaria no levantara su pollera también imagi-
barranco tan peligroso? [Huyl, la altura me da naria. Así, ta1~ quieta, tan Clcopatra erguida
vértigo. Porque aquí tengo que hacer el trabajo frente a Marco Antonio. Tan Salomé recatada
de botánica. Mira, allá hay una lomita. Saque- de velos para ll Bautista. Absolutamente figu-
mos las cosas del auto y subamos. ra central del Jet cordillerano, sujetando con la
No tuvieron que subir mucho para quedar pose tensa la bsccnografía bucólica de ese mi-
l
instalados sobre el camino, en esa terraza na- nuto. Amarrando con su gesto teatral los pun-
tural forrada de un musgo suave salpicado de tos de fuga de~cse cuadro. Congelando ese mo-
florcitas. Desde allí la visión panorámica era mento para re ordarlo en el futuro, para pajearse
completa. Los murallones cordilleranos sujeta- con la vulnere bilidad del recuerdo suspendido
ban la tajada de cielo arrebolada de nubes lu- en el vuelo d1 ese pájaro, en el grito asustado
minosas. Y abajo, muy abajo, el río quejándose de ese pájaro, en el alboroto de alas por el zum-
al chocar tumultuoso contra las piedras. La cin- bar de un helicóptero, en el sobresalto de las
ta plateada de la carretera era lo único transita- sirenas ululando a lo lejos, escoltando la comí-
ble, el único borde entre cerro y abismo donde tiva presidencial que subía por el camino. No
pasaban los autos lentamente, encajonados por te muevas, cst¡ás para una foto. Carlos buscaba
el peligro. Nada más, la ciudad había quedado la cámara precipitadamente. Pero me gustaría

28 29
con sombrero. Así no más, no te muevas te dije. militar ni para dormir? ¿Entonces los sombre-
Pero alcánzame el sombrero, qué te cuesta. ¿Por ros son cosa db hombres solamente? Fíjate tú.
qué tan rápido? Está bien, toma. El sombrero ¿Ah? 1
giró por los aires como platillo volador. Las si- Semana a semana las mismas discusiones
renas se acercaban, pudiendo verse la culebra le llenaban la cabeza. Que Gonzalo me dijo, que
de autos que ya tomaban la curva. Por fin Car- Gonzalo dice, que Gonzalo cree, que debieras
los encontró la cámara y enfocaba tembloroso. tomar en cuenta la opinión de Gonza que es
¿Cómo estoy, baby? Carlos trataba de encua- tan fino y tiene tan buen gusto. Y dice que todo
drar el camino como fondo. Así estás bien, no es cosa de estética y color. Que la gente no está
te muevas, no güevees, no respires. Las motos descontenta c~ntigo ni con tu gobierno. Que la
policiales y vehículos blindados pasaron a su culpa la tiene 1 gris de los uniformes, ese color
espalda y ella sintió un hielo repentino al son- tan depresivo, .an sobrio, tan apagado, tan poco
reír para el click de la foto. combinable. 1111agínatc que con rojo es la única
manera que se ve bien, la única forma de armo-
nizarlo. Mira qué contradicción. Mira qué bri-
llante es Gonzalo al pensar así. Y tú no lo to-
¿Te fijas que se usan los sombreros? La Primera mas ni en cue¡1ta cuando te corta el pelo y te
Dama iba recostada en los algodones de la sugíere teñirte esas canas grises de celeste azu-
limusina tocada por la capelina Dior que Gon- lado. Por tus ojos, dice él. ¿Por qué otra cosa va
zalo, su estilista, le había comprado en Ibiza. a ser? ¿Ah? Además, esas cejas blancas quepa-
Pero son para gente joven, mujer, ¿no viste que recen chasquillas, ¿Por qué no dejas que Coriza
era una pareja de pololos? Él sería joven, pero te las pinte y te las depilei, para que la gente te
ella se veía bastante mayor, a pesar del sombre- vea los ojos y aprenda a quererte, digo yo. Y ese
ro amarillo que era una monada te diré. Gonza bigote de escobillón escarchado, tan antiguo,
dice que el amarillo hace furor en Europa, fue tan pasado de moda, que te tapa la boca y por
el color de la temporada primavera verano. Le eso los marxistas dicen que eres cínico. ¿Por
voy a enc_argar uno igual a ése. Pero mujer ¿a tu qué no dejas que él te lo recorte? ... Gonza es
edad? No ves que la prensa comunista lo único mago para esas cosas y si te lo sube un poquito
que hace es reírse de tus sombreros. Mira tú de las comisuras la gente siempre te verá son-
¿no? ¿Y cómo ustedes que no se sacan la gorra ricn te. ¿Por qué no te pones las camisas

30 31
guayaberas que Coriza te trajo del Caribe con cuncuncaba de verde en verde sobre el lomaje
tanto cariño? Todo porque son cubanas, pero de las praderas' y pudo resistir la tentación de
son alegres, llenas de manitos y palmeras, y la detener la com(tiva para invitarla a tenderse en
tela, para qué te digo, puro algodón, fresquitas la hierba por u\1 rato. Total él era presidente y
para venir para acá en estos días de calor. ¿No podía hacer cu!1lquier cosa. Pero nunca a tirar-
te fijaste en ese joven que le sacaba fotos a su te en el pasto como una vaca. ¡Imagínate que
polola, la del sombrero amarillo? ¿No viste que pase un periocFsta! [Imagínate que sea de esa
usaba una camisa sport, afuera del pantalón? Y radio Cooperativa, con lo copuchenta que es!
tú con ese uniforme plomo, color burro, cerra- Con mayor razón van a decir que eres un huaso
do hasta el cogote. ¿No tienes calor hombre? metido a gente.
¿No te molesta? Abre un poco la ventanilla para
que entre viento. ¿Para qué tanta seguridad?
¿Quién te va a hacer algo en estos pcladeros? La tarde iba cayendo rápido sobre el Cajón del
¿Quién se va a atrever con este ejército custo- Maipo, El sol fue interceptado por los cerros y
diándonos? ¿Ah? Gonza dice ... Ya estaba can- la luz se amortiguó por sombras rasantes de
sado de escucharla batiendo la lengua, halagan- color anaranjado. Carlos sacaba fotos, tomaba
do a ese mariposón que se metía hasta en sus medidas, y hacía raros planos del terreno su-
calzoncillos. Pero no podía hacer otra cosa, ella mando metros' y perímetros con reglas de cál-
insistió en venir y todo el fin de semana iba a culo. ¿No era sobre plantas su trabajo?, ¿sobre
escuchar ese ronroneo pegajoso. Por suerte traía botánica, flores o algo así? Ella no entendía
sus marchas favoritas, y llegando pondría a todo mucho, no sabía de esas cosas universitarias. Y
chancho esas retretas para evaporar el cacareo prefería no preguntar para no meter la pata. Pre-
hostigoso de su mujer. El título de Primera fería hacerse la cucha, ya que él la creía tonta
Dama había transformado a la joven sencilla contestándole riempre: Después te explico. Por
que conoció cuando era soldado raso. Esa niña eso ella lo dejaba tranquilo, lo veía agacharse
de liceo allá en la provincia, donde alguna vez sobre el camínb, ele guata en el suelo. Lo mira-
también compartieron un picnic campestre ba subir y bajar la cuesta una y otra vez, aso-
igual que esa pareja de sombrero amarillo. A su marse al precipicio, mirar la hora, contar los
lado, ella seguía hablando mientras hojeaba una minutos, quedarse pensando, volver a mirar y
revista de modas. Afuera la cinta del paisaje regresar a sus apuntes. Trataba ele no interrum-

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Nunca una mujer le había provocado tanto
pir, fingiendo leer la revista Vanidades que ha-
cataclismo a su cabeza. Ninguna había logrado
bía llevado. La misma revista que se sabía de
desconcentrnrlo tanto, con tanta locura y livian-
memoria, que alguna de sus amigas locas dejó
dad. No recordaba polola alguna, de las muchas
olvidada en el living de cajones de su casa, y
que rondaron su corazón, capaz de hacer ese tea-
ella la hizo propia al descubrir un reportaje a
tro por él, allí, a todo campo, y sin mas especta-
Sarita Montiel. ¿Puedo poner música torero?
dores que las montanas engrandecidas por la
Carlos levantó la vista de los papeles. Y como
sombra venidera. Ninguna, se dijo, mirándolo
siempre la loca lo sorprendió con su alucinada
con los ojos bajos y confundidos. Intentando re-
fantasía barroca. Con su modo de adornar has-
cobrar el pulso de su emoción. Tratando de vol-
ta el más insignificante momento. Y se la que-
ver al razonamiento frío de los números y
dó mirando embobado, encaramada sobre una
ecuaciones de ¡tiempo que requería el trazado
roca, con el mantel anudado en el cuello simu-
de su plano. Porque el día se iba rápido y no
landa una maja llovida de pájaros y angelitos.
existía una seg~mda oportunidad para corregir-
Alzando el garbo con las gafas de gata, mordien-
lo. Por eso le pLdía que por favor, que al menos
do seductora una florcita, con las manos
por media horji dejara de mirarlo así, con esa
enguantadas de lunares amarillos, y los dedos
llamarada oscura quemando su virilidad, de-
en el aire crispado por el gesto andaluz. La miró
mandando su brití.o. Que por favor cortara la
divertido, haciendo un paréntesis en su serio ' • 1 . d o el esgracia,
. ese
música, ese cassette presagian
trabajo. Y fue él quien apretó la tecla de la
disco de burdel antiguo ensangrentando la tar-
radiocasctcra, sumándose de espectador al
de de antemano, Que después podía ponerlo las
tablao, para verla girar y girar remecida por el
veces que quisiera, pero ahora era urgente ter-
baile, para quedarse por siempre aplaudiendo
minar el trabajo. Se me acaba la luz, faltan al-
esos visajes, esos "besos brujos" que la loca le
gunas fotos y tenemos hasta las seis nada más.
tiraba soplando corazones, esas pañoletas car-
En el viaje de regreso casi no hablaron. Ella
mesí que hizo flamear en su costado, quebrán-
se quedó dormida junto a la ventana y él la tapó
dose cual tallo a puro danza je de patipclá, a puro
con su pullover color pimienta. En realidad ella
zapateo descalzo sobre la tierra mojá, sobre el
no dormía, solamente había cerrado los ojos
musgo "verde de verde limón, de verde alba-
para reponerse de tanta dicha y poder retornar
haca, de verde que te quiero como el yuyo ver-
sin drama a su realidad. Era mucho para un solo
de de tanta espera verde y negra soledá",

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35
día, demasiadas emociones agolpándose en su checer, se plegaban las radios timbaleando el rock
pecho y prefería no hablar, no decir nada para punga ele Lcd Zeppelin, los arpegios revolucio-
no en torpecer esa alegría. Quedarse quieta, narios de Silvi~> R.o~ríguezy el tum~ar despabi-
mecida por el arrullo del motor, casi sin respi-
rar, cuando sintió las manos de Carlos arropán-
lado del flashJotmoso en el almacén: .

dola con la tibia lana de su chaleco. Así de COOPERA IVA, LA RADIO DE LA MAYORIJ\.
extasiada se hizo la bella durmiente para oler MANOLA 'IÜllLES INfORl\lA: UN COMUNICADO
el vértigo erótico de su axila fecunda, esa fra- DEL MINISTf RIO DEL INTERIOR SENA LA QUE EN El
gancia de maratón, de camarín deportivo en el ALLANAJ\llErTO EFECTUADO I-IOY POR SERVICIOS
doble oloroso de su cuerpo mareándola, inci- DE SEGURID1•\D EN VARIAS POBLACIONES, SE l-IAN
tanda sus dedos tarántulas a deslizarse por el INCAUTADO ARMAS DE PESADO CALlllRE Y
asiento hasta tocar esos muslos duros, tensa- NUMEROSO l\IATERIAL IMPRESO LLAMANDO A LA
dos por el acelerador. Pero se contuvo; no podía REllELIÓ'~, 1¡ERTENECIENTE AL LLAMADO FRENTE
aplicar en el amor las lecciones sucias de la ca- PATRIÓTICO MANUEL RODRÍGUEZ.
lle. No podía confundir ni mal interpretar los
contínuos roces, sin querer, de la pierna de Car- Uff! baby, por fin llegamos. Hay que bajar
los en su rodilla. No era la misma electricidad las cosas con cuidado porque .... ¡Shit! Carlos
porno de la micro, donde ese franeleo de panto- la hizo callar escuchando atento con las manos
rrillas era el sin toma de otra cosa, una propues- al volante. Ella también escuchó, pero no le hizo
ta para tocar, amasar y sobajear lagartos en la caso. Ninguna noticia iba a opacar ese román-
ruta sin peaje. Por eso congeló la escena reti- tico momento.del adiós. Por eso recogió el som-
rando la pierna con un gesto recatado. Y se acu- brero amarillo con un ramo de flores silvestres,
rrucó pichona pegada al vidrio, dejándose en- juntó las petacas del picnic, entró en la casa y
volver por el agotamiento luminoso de ese día. trepó la escalera, esperando que Carlos subiera
Al llegar, el barrio parecía un pueblo de pro- tras ella para despedirse. Pero el violento rechi-
vincia, apenas iluminado por algunos faroles sal- nar del acelerador la hizo volver sobre sus pa-
vados de los peñascazos. Los niños corrían por sos, y alcanzó ~1 ver la cola del auto dob~ando la
la calle esquivando el auto, y en la esquina la esquina, fugándose apresurado, como sr huyera
misma patota de jóvenes sumergidos en la nube de su novela campestre, de sus olores malva-
ácida ele la yerba. En los aires entumidos del ano- rosa con esa p. irtida tan abrupta.

37
- 1 . el . . . lí
Nada es perfecto, se dijo cerrando la puer- pullado en su propia re 1 que m siquiera poc ra
ta, poniendo las flores en agua, abriendo todas llorar no habie1~do un espectador que apreciara
las llaves para que ese repicar de cataratas sol- el esfuerzo de dscenografiar una lágrima.
tara el nudo fluvial que se agolpaba en su pe- Es como dJvolver perlas al mar, concluyó
cho. Nada es ideal, insistió para sentir el vi- sacudiendo las! flores, esparciendo chispas de
driado calor de la pena humedeciéndole la mi- vidrio en el aire carnaval izado por su gesto
rada, descorriendo apenas la acuarela azul de travestí. Carlos no se merece ni una lágrima,
las flores marchitas que esperaban el rocío ni una gota, de ninguna manera desperdiciar
amargo y teatrero de su llanto. Pero no pudo la joya de su pena en alguien tan mal agradeci-
llorar, por más que trató de recordar canciones do, tan enigmatico el lindo marchándose así.
tristes y arpegios sentimentales, no podía des- Sin siquiera decirle chao. Tomándola, deján-
aguar el océano atormentado de su vida. Ese dola como si ella fuera una cosa, una caja más
bolero seco que manaba tanta letra de amores para el clecoradb. Diciéndole siempre: después
peregrinos, tanta lírica cebollera ele amor bara- te exp1 .ico, tu' no
1
entrene
. l es, mariana
- conversa-
to, hemorragia de amor con 11 tinta sangre", mal- mos. ¿Creía qJ1e ella era una loca tonta, una
dito amor que te creías, "yo que todo te lo di", bocl ega para guare1 lar cajas
. y paquetes misten . . o~
"tú querías que te dejara de querer", "tú te sos? ¿qué se c1lcía el chiquillo de mierda que
quedas yo me voy", "tú dijiste que quizás", ella no se daba cuenta? ¿qué tanta reunión ele
"tú me acostumbraste y por eso me ptegun- barbones en su casa? ¿qué tanto estudio? Mira
to". Amores de folletín, de panfleto arrugado, tú. ¿Ah? Que ~i se hacía la lesa, era nada más
amores perdidos, rastrojeados en Ja guaracha que por él. Qije si aguantaba tanta chiva de
plañidera del maricón solo, el maricón ham- libros en esos Jajones, era por hacerle un favor
briento de "besos brujos", el maricón drogado al lindo. Pero 1iof
iba a soportar humillaciones.
por el tacto imaginario de una mano volantín ¿Qué se creía e~ cabro güevón para tratarla así?
rozando el ciclo turbio de su carne, el maricón Creía que porque era universitario, y buen
infinitamente preso por la lepra coliflora de su .
mozo, y joven, ¡¡y tema ' esos OJOS. tan..; s o 1 amen-
jaula, el maricón trululú, atrapado en su tclara- te por él se hacía la señorita, porque la
ña melancólica de rizos y embelecos, el mari- intimidaba coÍ1 esos ojos amables, la achun-
cón rififí, entretejido, hilvanado en los pespun- chaba con su cortesía de chiquillo educado. Y
tes de su propia trama. Tan solo, tan enea- si no fuera poi~ eso, si no fuera porque lo que-

38 39
ría tanto, le salía la rota y mandaba todo a Ja Donde nunca iba a regresar, donde jamás vol-
chucha. No le asustaba quedarse sola otra vez, vería a bailar como una vieja ridícula para ese
no faltaría el roto que le moliera el mojón por malnacido.
un plato ele comida. Nunca faltaban los cabros,
que haciéndose los amables, le llevaban la bol- Entonces los golpes de la puerta fueron ecos en
sa ele la feria y después, cerrada la puerta, una su atribulado corazón.
vez adentro ele la casa, ella no tenía que hacer
ni decir nada, porque empezaban con que vi- Te vas portue yo quiero
vís solo, anclo verde, pasémoslo bien. Nunca que te VQ)+IS.
faltaban los pasajeros del toque de queda; esos Y a la horn que yo quiero
volados que se quedaban carreteando hasta tar- te detengo1
de y no podían llegar a su casa, y bueno, todo Yo sé que lni cariño te hace falta
1.
sea por no caer preso. Sobraban los cesantes aunque qmeras o no
IJ -
yo soy Lll uueno.
que por unos pesos, por un cigarro, por una
cama caliente le hacían el favor sin más trá-
mite. Y ella no tenia que hacer tanto verso y Mientras bajaba la escalera, arreglándose las
esfuerzo para que la quisieran por un rato. No cuatro mechas. sabía que no le diría nada, ni
tenía que desnucarse tratando de ser fina, te- siquiera haría mención del asunto. Total Car-
jiendo miradas de corazón para que Carlos, so- los era tan descuidado que todo se le podía per-
lamente y muy de vez en cuando, la abrazara donar, con tal de verlo aparecer de nuevo en el
como amigo, dejándola tan caliente que se sen- marco de la puerta como un sol sofocado dan-
tia culpable de desear ese cuerpo prohibido. do explicaciones. Diciendo que no se enojara
Todo sería más fácil si no tenía que soportar con él por ese detalle, que se había presentado
el embrujo de su presencia. Volvería a patinar un imprevisto, que se había hecho tarde y el
la calle recogiendo pungas y erecciones mo- auto tenía que devolverlo temprano, que no
mentáneas con el arpón de su pesca milagro- fuera tan sentimental, que no fuera taimado,
sa. Y el amor, enguantado en ese nombre mal- que volviera a mirarlo, ya pues, a ver, una risita,
dito, lo dejaría pudrirse con los restos del pic- le pedía el mocoso hermoso como una esme-
nic, con los huesos del pollo que iban a fer- ralda marina. A ver, un puchero, le decía con
mentar en esa cuesta del Cajón del Maipo. esa boca de fresa, conquistándola otra vez con

40 41
sus niñerías de cachorro. ¿Que pensabas que me
había enojado? ¡Si lo pasamos tan bien en el
paseo! ¿No te gustó? Además, cuando me vaya,
capaz que sea para siempre. Carlos bajó la voz
mirando las cajas del misterio, y una cortina ele
vacío afelpó el instante. Entonces algo gatillo
en su alma de loca-rnater. Algo le estaba dicien-
do Carlos que le provocaba una trizadura de
verdad. Un miedo, un presentimiento, algo in- LA COMITIVA VENÍA de regreso, después del largo
tangible que opacaba su risa de niño bueno. fin de semana len que el Dictador y su mujer
¿Cuándo será? La pregunta pilló a Carlos des- oxigenaron sus pensamientos en el oasis cordi-
prevenido. ¿Qué cosa? Tu cumpleaños. Carlos llerano del Cajbn del Maipo. Como él lo supu-
se relajó con una sonrisa cómplice. Falta toda- so, ella no habíJ1 parado de chicharrear de lama-
vía. ¿Qué me vas a regalar? Una flecha. ¿Y el ñana a la nochh, en que caía rendida durmién-
arco? Yo seré tu arco. dose pesadamente bajo el antifaz de avión que
.l
trajo del viaje Sudáfrica. Pero en la mitad del
sueño, cuandoJél se disponía a cerrar los ojos,
ella sonárnbuln seguía en su charla molestosa.
Soñaba que verlía en el avión, regresando de esa
fallida visita a Sudáfrica. ¿Viste? Yo te dije, te
lo advertí mil veces que te aseguraras bien si
nos iban a recf''bir esos cholos mal edu~ados.
Pero no, tú dé e y déle conque ese presidente
era amigo tuyq, Tú insistiendo que nos iban a
recibir como reyes, porque ellos estaban de
acuerdo con tu gobierno, porque era uno de los
pocos países que te admiraban por haber derro-
tado al marxismo. Fíjate tú, por hacerte caso,
mira tú qué bochorno, qué plancha, qué ver-
güenza Dios mío llegar allá y tener que devol-

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verse al tiro, sin siquiera bajar del avión. In mi de Mónaco. Y para ti, me recomendó un alfiler
vida me había sentido tan mal, tan humillada de corbata y unos gemelos discretos, apenas
por esos negros mugrientos, y todo por tu cul- unos brillantitos en los puños de una camisa
pa de viejo porfiado. Gonza me lo dijo, me lo negra. Porque no vas a ir de uniforme a la ópe-
advirtió tanto que no debía ir. El calor es terri- ra, me imagino. Aunque eres tan porfiado, tan
ble me dijo, y tanta humedad y tanto negro re- cabeza dura. Tan insoportable que cuando se te
sentido, y tanta revuelta. Mejor quédese aquí. mete algo en el mate siempre sales con la tuya.
Gonza me vio el 1 Ching y ahí salía. No te digo. Ya ves lo que c¡mseguiste, todo el mundo va a
"No cruzar la gran agua, permanecer quieto", saber que nos hicieron este desaire. Me imagi-
decía ese libro sabio. Pero tú nunca me haces no esa radio Cooperativa, cómo se va a reír con-
caso, tú siempre tan incrédulo, tú siempre des- tando este mal rato. Porque si al menos nos
confiando de Gonza que es tan buen chiquillo. hubieran hechd pasar al hall del aeropuerto, si-
Tan amoroso, que me prestó su caftán ele seda quiera una dis~¡ulpa, una noche por lo menos
pura, y me llenó las maletas ele ropa fresca y en Ciudad del Cabo para ponerme la túnica
sombreros de safari y repelentes. Para que no la persa y pasar p r turista, y poder salir a com-
piquen los mosquitos, que sacan el pedazo en prar un engañito, una cosa poca, un par de col-
esas selvas, me advirtió. Y me regaló docenas millos de elefantes para la sala, una piel ele ti-
de guantes, para que dé la mano como la reina gre para que te caliente las patas en el escrito-
Isabel, porque allá hay tanta sarna y esos ne- rio, cuando te aprendes los discursos que te
gros siempre tienen las manos sudadas. Y hacen los secretarios, en esa pieza tan helada,
sáquese muchas fotos de blanco, solamente de tan llena de fierros y sables y pistolas y
blanco. Como la Marlene Dietrich en esa pelí- cachureos militares que tú cuidas como si fue-
cula. ¿Te acuerdas? Esa que se perdía en la jun- ran flores. Si al menos nos hubiera hecho llegar
gla con el joven buscador de diamantes. Ade- unos regalos con su edecán, ese africano roto.
más me dio todos los datos para reconocer las Y tú mandándole armas, apoyándolo con tus
piedras auténticas, para que no me hicieran lesa, ideas para doblegar a los negros revoltosos. Tú,
porque hay tanta imitación señora, tanto enga- tan tonto, auspiciando intercambios culturales
ño que deslumbra y es sólo vidrio. Cómprese de puras mugres que traían de Sudáfrica. Por-
un collar, no, mejor una tiara, para recibir al que si al menos ellos tuvieran una Gloria
Papa cuando venga, y la verá como a la Grace Simonetti, un Antonio Zabaleta, un Gonzalo

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Cicnfuegos en pintura, unos Huasos Quin- como tonta, cuan1 d o yo siempre
. tengo 1 a razon.
. 1
cheros, te creo. Lo único son los diamantes, que Gonzalo lo sal11ía, por qué no le hice caso. Ima-
a ellos no les sirven porque no los lucen. Ima- gínate dos día. metidos en un avión, con este
gínate una chola con aros Cartier en esos ruido infernal in la cabeza. Me parece que toda
peladeros sin alma. Porque dejándose de cosas, la vida vamos la seguir volando, sin que nadie
es harto feo ese país por lo poco que pude ver en el mundo nos quiera recibir. Me siento como
desde el avión. Puro barro, pura tierra y vapor, esos marxistaslrotosos que tú exiliaste después
puros bichos y animales y tanto negro chico del 11, dando ~ueltas y vueltas a la tierra sin
inflado de hambre. Pero, aun así, habríamos que nadie nos ofrezca asilo. Porque ya nadie te
soportado con dignidad esa pobreza, porque los quiere, porqueiya no son los puros comunistas,
chilenos somos educados y nunca le hacemos como tú me decías. Ahora son tus propios ami-
eso a una visita ilustre. ¿Dejarla con los cres- gos, y estoy se~ura que si Franco viviera, tam-
pos hechos, ahí parada como idiota en ese aero- poco nos hubidra recibido. Y para qué hablar de
puerto? Sudando la gota gorda empapados de ese Somoza, tah1 compinche tuyo, tan amigo de
calor, y ni siquiera nos ofrecieron un refresco, tu gobierno. ¿V.iste cómo terminó con esa bom-
ni una agüita. Y yo desmayándome de sed, ba? Volando pc~r los aires, igual que nosotros.
afiebrada como camello. Y tú: espérate mujer Por suene' ahí se le había agotado la pila,
que tienen que llegar las autoridades a recibir- por fortuna sel había quedado muda transfor-
nos, tiene que haber problemas de protocolo, mando su odiosa plática en un ronquido rezon-
estarán preparando la suite presidencial. Cál- gón. Era preferible el insomnio que le provoca-
mate mujer, no te desesperes que ya va a llegar ban esos fuelleF tronadores, a seguir oyendo su
la limousina, tienen que estar embanderando rosario de mal agüero. Por eso ahora en el auto,
las calles porque llegamos un poco antes y no él trataba de n9 hacer ningún ruido para no des-
avisamos con tiempo. Tú sabes cómo son estos pertarla, y que¡siguiera roncando hundida bajo
países salvajes. Pídele a la azafata una bebida, el sombrero, mientras la muda comitiva regre-
tranquilízate y trata de entender. Sí, una bebi- saba a la ciudalt con las sirenas apagadas.
da, una bebida, sabes cómo engorda. Tú todo lo Los pastostardían anaranjados por el ocaso,
arreglas con una bebida y con tu famoso: trata y muy poca gente se veía en el camino, porque
de entender. i Viste que no había nada que en- aún la prirnavqra no era tan calurosa. En el ve-
tender? i Viste que si me dices eso me pones rano esto será una feria, pensó, una tropa de

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1
pobres que se toman la micro los domingos para todas sus cochinadas al aire libre. Es el colmo.
mojarse el poto en ese río. Podría prohibir la Eso si' que no 11o 1ib a a soportar; manana
- .
mismo
entrada a este valle, dejar ingresar solamente a hablaría con el alcalde del Cajón del Maipo para
los propietarios y turistas. Pero cómo hablarían que pusiera vigilancia.
esos opositores, dirían que me creo patrón de
fundo, que el país es de todos, y más aún el
Cajón del Maipo, que está tan cerca de Santia- Ya van, ya van. Casi echaban abajo la puerta
go. A sólo media hora, por eso vienen tantos golpeando tan ¡fuerte, despertándolo tan tem-
cabros con sus novias a estudiar. Como esa pa- prano, trizando a patadas su agitado sueño de
reja del sombrero amarillo. Ahora que la cara- amazona cabalgando por la pradera al anca de
vana tomaba la cuesta, pudo recordar, volvién- un misterioso jinete. Nunca pudo verle la cara,
dola a ver en el faldeo rocoso. Él corriendo con no sabía quién era, tampoco por qué huían des-
la cámara fotográfica, muy joven, con el pelo al aforados compartiendo la taquicardia del mie-
viento y la camisa abierta. Y ella tan señorita do, arrancando de un anónimo peligro rozando
de sombrero, tan dama y colijunta sentada de su espalda con garra de hielo. Entonces ella se
medio lado en el pasto. Tan extraña esa mujer apretaba al jinete para no sentir ese rasguño ra-
como de una foto antigua. Tan rara con esos sante .. En la e¡i1ergencia1 su~ manos de l~ca
hombros anchos y esa cara de hombre. Y ahora adhesiva, se aiJudaban a la cmtura masculina
que lo pensaba mejor, ahora que la recordaba empapada de sudor, salto a salto en el lomo res-
con más calma, caía en cuenta que era eso. ¡Un baloso de la bestia, tratando de sujetarse para
maricón!, gritó indignado despertando a su no caer, sus dedos aferrados al cinturón, a la
mujer que saltó en el asiento perdiendo el som- hebilla incrustada en el estómago ardiente. Sus
brero. ¿Qué cosa? Qué te pasa hombre que me dedos tocando 'esa guata de hombre, ese tripa!
asustaste. ¿Te acuerdas de aquella pareja del nervioso, tensado por la fuga. Sus dedos privi-
sombrero amarillo, cuando veníamos? Eran ho- legiados destejían los remolinos velludos de su
mosexuales mujer, dos homosexuales. Dos de- ombligo, sus dedos tarántulas se agarraban fie-
generados tomado el sol en mi camino. A vista ros de esas crines duras, jugaban con ese pelaje
y paciencia de todo el mundo. Como si no bas- rizado, con ese "carninito al cielo", vientre aba-
tara con los comunistas, ahora son los homo- jo, quebrada abajo, donde se hacía más espeso
sexuales exhibiéndose en el campo, haciendo el matorral áspero del pubis. Aún tenía grabada

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esa presión dactilar que palpitaba a dúo con esa :e lo trataba lan bien. El mantel ya lo había
cercanía arrobadora. Así atados, ninguna mano tenninado, pcrb de loca se le ocurrió llevarlo al
picnic. y estan¡i . mane lta d o entero
,, to el o sucio,
huesuda podía alcanzarlos. Tan juntos, iban a
escapar de lo que fuera, como fuera, galopando de pollo y bebilcla que Carlos derramó sin que-
sobre las nubes si era preciso. Entonces golpea- rer. Debía larnlo con blanqueador, almi-
ron la puerta y ella se quedó con un abrazo va- donado, plancfarlo, y entregárselo con el dolor
cío entre las manos, despertó como una ciega ele su alma. Por suerte pagaba bien, y lo consi-
tanteando el aire descolorido ele la pieza. Ya deraba un arti~ta. Por eso se deshizo en expli-
nunca iba a saber qué pasaba con el rapto des- caciones, argurentó un viaje sorpresivo, mató
pués que el caballo saltó a las nubes. No había y resucitó a unn tía lejana, cayeron las siete pla-
derecho, no tenían respeto, volverlo a su mise- gas de Egipto sobre su familia. iQué familia? Si
ria con esa brusquedad. Uno podria demandar tú me habías dicho que no tenías familia. Pero
a alguien por este atropello, se dijo arropándo- que no le conté señora Catita, no le he dicho
se con una mantilla bordada ele abedules. A que la encon~ré. Fijesé. De pura casualidad.
usted lo llama por teléfono una mujer, y dice la Usted sabe qul a mí no me gusta la tele y escu-
señora del almacén que vaya al tiro. ¿Quién cho pura radid. Un día la prendo, y en un pro-
pocha ser? ¿Qué mujer tenía el descaro de tirar- grama de esos que buscan gente escucho mi
lo al suelo ele las mechas, cortándole la pelícu- nombre, casi 1'1-ie morí. Ellos me andaban bus-
la de rompe y raja, de un solo costalazo? No cando. Fijesé Jl1 sorpresa, me lo lloré todo. Tan-
supo cómo se puso los pantalones, y cruzando tos años, tanto tiempo sin madre, ni padre, ni
l

la calle, recién se acordó que había olvidado los perro que me ladre, y ele la noche a la mañana
dientes postizos. Simulando un bostezo, se tapó me salen sobrinos, primos, hermanos, tíos,
la boca con la mano cuando tomó el auricular. abuelos y una! chorrera de parientes que he te-
Aló. Por fin lo encuentro. ¿Dónde se había me- nido que conocer, por eso no le he podido en-
1
tido? .zEn qué estaba que todavía no me viene a tregar el man~el. He estado tan ocupado aten-
dejar el mantel que le mandé bordar hace un diendo, ayudando a tanto familiar. Usted sabe
mes? Tengo una comida para los generales corn- que siempre l~e sido huérfano y tan solo, seño-
pañeros ele mí marido. ¿Y qué voy a hacer? Era ra Catita. Pen~ mire lo que es la vida y qué mi-
doña Catita, la señora del general, su clienta lagrosa es la virgen. Por eso estoy tan contento
más antigua, la más regia. Una verdadera dama que esta misma tarde le voy a dejar el mantel.

so 51
Sí, y no se preocupe, me quedó bien lindo. Us- gas. Le molestaba haberle inventado ese cuen-
ted sabe cómo yo trabajo. Me quedó precioso, to de su fomili1a. Pero qué podía hacer. No le
lleno de aves doradas y angelitos bordados con iba a decir quJ un hombre era el culpable de
1
ese hilo tornasol de importación que a usted le todos sus atrasos.
1 •
gusta. Lo único que no me resultó, fue ese es- En la entrada del boliche se topó con el mis-
cudo chileno con los sables cruzados que usted mo grupo de vibjas que empezaban el día deso-
quería que le bordara en la cabecera ele la mesa. llando al barrid.1 Les hizo una gran venia y una
Sabe, yo encontré que era recargarlo demasia- pirueta de saludo para evitar abrir la boca y mos-
do. Sí, si sé que usted insistió que era impor- trarles sus encíl1s despobladas. Era preferible te-
tante. Pero qué quiere que le diga, se veía ... nerlas de amigas, de lo contrario te descueran,
cómo decirle ... un poco picante. Como mantel pensó. Aunque' igual sabía que lo pelaban, pero
de fonda. ¿Me entiende? Sí señora Carita, yo cosas suaves, divertidas. Este chiquillo está tan
sabía que usted se iba a enojar si no le ponía el contento. ¿Y cómo1
no? Con e 1 regnruento
. . (e1
escudo chileno, pero también sé que usted es hombres que 1J, vienen a ver. Pero no creo que
una dama de buen gusto, y después iba a estar todos ... Por lo !menos ese que se llama Carlos,
de acuerdo conmigo, lo iba a encontrar ordina- así le dice. ¿No? Cuando lo nombra se le suel-
rio. Sí, si sé que usted lo quería para el 11 ele tan las trenzas jdc Rapuncel, no puede evita~lo.
septiembre. Pero véalo primero y después me Salen juntos, se lo pasan tardes enteras arriba
reta. Sí, sí, como a las seis voy a estar por allá. del altillo, yo Jos he visto. Pero es muy joven
Antes de salir del almacén compró deter- ese cabro. ¿Cuhntos años tendrá? Igual que el
gente y blanqueador Soft para remojar de in- Rodrigo suyo, ~mos ~eintidós. ¿Qué más? ~la
mediato ese mantel. Se le partía el corazón, no novia está con~ogallina clueca, ya no se cocma
quería entregar ese pedazo de césped donde ella de un hervor. pene más. de cuar~~ta. Pero es
Y Carlos habían sido tan felices. Pero el amor tan simpático y tan limpio y servicial, el favor
es puro viento como dice la canción, y un día l . .
que usted le pida, mejor que una mujer, tiene
se va. Además la señora Ca tita era tan estupen- la casa como espejo. A mí se me ocurre que hay
da con ese pelo violeta ceniza, y lo trataba tan algo más. ¿C01~10 qué cosa? No sé, tanto bulto
delicada mirándolo con esos enormes ojos ce- que entran y sacan de esa casa. Será el ajuar de
lestes. Le decía pase no más y espéreme en la novia, se irán d casar pué. No ve que en Estados
cocina, mire que estoy ocupada con unas ami- Unidos se casan. Sintió las carcajadas a media

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cuadra, pero se hizo el sordo, no le importó. en la frente, sus hombros levemente gibados
Estaba curtido de tanta mofa que hacían de él. por la altura, como un niño que estiró de pron-
Seré importante para estas viejas que no tienen to. Entonces el viento voló el mantel, y él la
de qué preocuparse, y se lo pasan todo el día en descubrió arriba. Le hizo un gesto con la mano
la esquina cotorreando, sapeando quién entra y y le mostró el lollar perlado de su risa desde el
quién sale de mi casa. Mientras juntaba agua frente. ¡Ay! ctrmo lo amaba, cómo era capaz
para lavar sintonizó las noticias. de provocarle ese escalofrío de amor, esa gota
de escarcha dHriendo por su espalda. Cómo
DISTUIU!JOS DE CONSIDERACIÓN SE REGISTRAN EN era capaz de dbiarla así, toda tembleque y llu-
EL EX PEDAGÓGICO. EL SALDO: UNA VEINTENA DE viosa, empapada como una sábana en la tor-
ESTUDIANTES HERIDOS Y MUCHOS DETENIDOS POR menta. Soy uria vieja loca, se dijo, sintiéndose
FUERZAS ESPECIALES DE CARABINEROS. ESTOS tan efímera cc~mo una gota de agua en la pal-
ÚLTIJHOS PASARON A LA FISCALÍA MILITAR. ma de su rnario. Y Carlos lo sabe, es más, le
COOPERATIVA, LA RADIO DE LA MAYORÍA
gusta que sea! así. Se siente acunado en esta
casa, se deja querer. Nada más, eso es todo. El
[Qué país! No había un día en que no pa- resto eran sus!propias pelícu~as, ~u chifladur~
saran cosas terribles. Y de Carlos ni un teléfo- de maricón enamorado. Y que le iba a hacer, SI
no, ni una dirección, ninguna pista, por lo el cabro la tedía tonta, con su modito amable
menos para saber que está bien. Que no cayó y su educaciót~1 universitaria. Así paga el favor
preso ni está detenido con esos estudiantes re- que le hago de guardarle esas cajas. Con su
volucionarios; porque si fuera así, ella podría tonito amoroso me paga el arriendo del altillo
aprovechar que esta tarde tenía que ir donde para que se reúnan sus amigotes. Y lo com-
la señora Catita a dejarle el mantel. Podría probó cuandojle abrió la puerta, cuando Car-
decirle que le pidiera a su marido general que los entró demasiado contento, alabando su ca-
lo ayudara. Podía ser, era posible, quizás lo misa, diciendo qué bien que te ves hoy. ¿Qué
haría. Así de dudosa, con sus manos de palo- te hiciste? El piropo lo recibió como un ramo
mas mojadas colgando el mantel, desde el al- de orquídeas que se secó en sus manos cuando
tillo lo vio venir cruzando la calle y el alma le Carlos agregói sabes, esta noche queremos re-
volvió al cuerpo. Se quedó escondida tras el unirnos en el !altillo. Si tú no tienes inconve-
lienzo, espiando su caminar arqueado, su pelo niente. ¿Por qué era tan educado con ella si

54

l 55
sabía que le diría que sí? ¿Para qué acentuaba me cuentas el una vez de qué se trata todo
esa cortesía de viejo antiguo? Como si la viera esto?
tan mayor, con tanto respeto y respeto y puro Ella estaba eufórica, tratando de mantener
respeto. Cuando ella lo único que quería era la pose desafiante para molestarlo, para descal-
que él le faltara el famoso respeto. Que se le zarle ese modito caballeroso. Quería que la to-
tirara encima aplastándola con su tufo de ma- mara, retándol1a, abofeteándola, que le hiciera
cho en celo. Que le arrancara la ropa a tirones, algo. Cualquier cosa, pero que no se quedara
desnudándola, dejándola en cueros como una así con los brazos cruzados mirándola con esa
virgen vejada. Porque ése era el único respeto cara de mar muerto. Poco le importaba que le
que ella había conocido en su vida, el único dijera el secreto de esas cajas, en realidad no le
aletazo paterno que le destajó en hemorragia importaban nada esos cajones de mierda, esos
su culito de niño mariflor. Y con esa costra de libros o lo que fueran. Lo que ella quería era
respeto había aprendido a vivir, como quien despertarlo, decirle que su amor silencioso la
convive con una garra, entibiándola, domesti- estaba asfixiando. Por eso le hacía este teatro
cando su fiereza, amasando la uña de la agre- dramático. Pero la seriedad nunca le había que-
sión, acostumbrándose a su roce violento, dado bien a la comedia marichusca de su loca.
aprendiendo a gozar su rasguño sexual como Nunca había convencido a nadie cuando inten-
única forma de afecto. Por eso la educación de tó que la tomaran en serio. Menos Carlos, que
Carlos la violentaba con su afelpada suavidad. la miraba inmutable, algo divertido, y sin de-
Cabro pituco, murmuró divertida. ¿Qué cosa? cirle nada pre1~dió la radio, y girando el dial sin-
¡Ay, qué cosa! Carlos se descolocó. No te en- tonizó una musiquilla infantil. "Alicia va en
tiendo. ¿Por qué eres tan cursi conmigo como el coche Catolin", y se la quedó mirando con
si yo fuera una vieja renga, una abuela una tonelada de ternura paterna. Y con esa mis-
patuleca? Es mi forma de tratar. Mentira, es ma tranquilidad cambió de tema. iSabes que a
puro interés. Si yo no tuviera esta casa ... ¿Crees los niños en Cuba les celebran el cumpleaños a
que es por la casa? ¿Y por qué otra cosa? Por- todos juntos, por barrio? iEn patotal, dijo ella
que nos llevamos bien, porque te aprecio, por- burlesca. Me imagino la media torta. Eso no es
que somos amigos. ¿No? Y si somos tan ami- importante. Te hablo de lo bonito que es. ¿Me
gos y me aprecias tanto, ¿por qué nunca me entiendes? Un poco. Imagínate toda esta cua-
dices nada? ¿Por qué no me tienes confianza y dra con una mesa gigante y los enanos jugando

56 57
y tocando sus cornetas. No importa si nacie- su cara sin afeitar como puerco espín. Y con
ron ayer o pasado mañana, es por mes y todos esa facha de gañán, tenía que atravesar medio
son invitados a su propia fiesta. ¿Y eso a ti te Santiago para llegar al Barrio Alto donde vivía
gusta? Claro, no hay injusticia y ninguno llora la señora Catita. En fin, espero que el mantel le
porque su vecino tiene un cumpleaños mejor. guste y me pague al tiro para venirme y que no
Y tú Carlos, ¿cuándo estás de cumpleaños? me pille la lluvia, se recitó a sí mismo, mien-
Pronto. ¿Eres virgo? Más o menos. Entonces el tras llegaba a la esquina y hacía parar la micro
tres. Tibio. El cuatro. Más caliente. El cinco. con el gesto de su dedo erecto por el brillo de
Me quema. El seis. Bueno, digamos que es el un diamante i1nvisible. Luego, acodado en el
seis. No queda nada entonces. Bueno, te dejo vidrio del veluculo, vio pasar calles, esquinas
aquí en la casa. Toma las llaves porque tengo donde los hombres jóvenes estiraban las pier-
que salir a entregar un trabajo. ¿Se te pasó el nas desmadeja~los por el esquivo sol sin trabajo
enojo? ¿Qué enojo? Las estrellas no conocen el ni futuro. Des~1ués la cacharra se fue llenando
enojo, no tenemos derecho. Y le dejó la última de obreros, muieres, niños y estudiantes senta-
""dl
o e a respuesta circu . 1 ando en su boca como dos, mirando ~ara afuera, haciéndose los lesos
un beso preguntón. para no dar el asiento. ¿Que le parece? Estos
Al salir, la tarde lo sorprendió con una bo- son los jóvenes ele ahora, le murmuró una vieja
canada nublada de día incierto. Y era raro este de moño sentada a su lado. Mire estos zánga-
clima maricón en pleno septiembre, que un día nos que no tienen respeto y no le dan el asiento
de sol, al otro tormenta. Uno no sabe qué pil- a nadie. Lo único que saben es andar tirando
cha ponerse para estar de acuerdo con esta cam- piedras y prendiendo barricadas. Estarán des-
hiante media estación. Días de mierda, pensó, contentos con algo, se atrevió a decir casi arre-
tardes lacias en que uno quisiera quedarse me- mangando las palabras. ¿Y ele qué? Mire usted
tido en cama tapado hasta las orejas. Tal vez qué bonito, sus padres trabajan para que estu-
conversando con Carlos. Tomándose un rico dien y ellos haciendo desórdenes y huelgas. ¿No
vino navegado para levantar la presión, o tam- me va a decir que está de acuerdo con ellos? No
bién para fumarse un cigarro en su alegre com- le contestó, y acomodándose en el asiento se
pañía, y susurrarle por la espalda un te quiero sintió molesto por el comentario de ese char-
escrito en letras de humo. Pero por desgracia qui ahorcado en collares, esa vieja moño de
tuvo que salir, enfrentarse a "esa tarde gris" con cuete que siguió alharaqucando como si habla-

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ra sola. No tienen ningún respeto, dónde va- carteles comerfiales ofreciendo mil chucherías
mos a parar. Entonces no aguantó más y las de importació~, un carnaval de monos de pelu-
palabras le salieron a borbotones¡ mire señora, che y utensili~ls plásticos que había quebrado
yo creo que alguien tiene que decir algo en este la precaria industria nacional. Mucha oferta,
país, las cosas que están pasando, y no todo está mucho de tod9, hipnosis colectiva de un mer-
tan bien como dice el gobierno. Además fijesé cado expuesto ¡para su contemplación, porque
que en todas partes hay militares como si estu- muy poca gente compraba, eran contados los
viéramos en guerra, ya no se puede dormir con que salían de las tiendas cargando un paquete
tanto balazo. Mirando a todos lados, la Loca del doblemente pesado por la angustia del crédito
Frente se asustó al decir eso, porque en reali- a plazo. El resto miraba, vitrineaba con las ma-
dad nunca se había metido en política, pero el nos en los bolsillos tocándose las monedas para
alegato le salió del alma. Varios estudiantes que la micro. Pero jvenía septiembre, y a pesar de
venían escuchando la aplaudieron al tiempo que todo, las vitrinas ostentaban cuelgas de bande-
pifiaban a la mujer de los collares, quien refun- ritas y símbolds ¡
patrios que uniformaban con
fuñando se bajó de la micro mientras lanzaba su tricolor el urbano semblante. Cabeceando en
un rosario de amenazas. Bah, uno tiene que de- el vidrio, la Ldca del Frente se dejó consumir
fender lo que cree justo, se dijo, sorprendiéndo- por el alboroto de la tarde. Y no supo en qué
se un poco de pensar así. Quizás con un poqui- momento cerró los ojos y al abrirlos por un vio-
to de temor al decidirse a hablar de esos temas, lento frenazo, ya estaba llegando a esos prados
más bien de defenderlos en público. Y con un de felpa verde,¡ª esas calles amplias y limpias
relajamiento de felino orgullo, entornó los ojos donde las mansiones y edificios en altura na-
pensando en Carlos, y lo vio sonreír alabando rraban otro paík Y era tan poca la gente que se
la proeza de su gesto. veía en sus ediles desiertas, apenas algunas
La micro rengueaba por un Santiago mar- empleadas pas¿ando niños, algún jardinero re-
chito, los pasajeros subían y bajaban renován- cortando las enredaderas que colgaban de los
dose el cargamento humano del vehículo. Fal- balcones, más una que otra anciana de pelo azu-
taba tanto para llegar al Barrio Alto, era una lado tomando el fresco en los regíos jardines.
hora pegada que tenía que viajar cruzando la Frunciendo losJojos, la Loca del Frente leyó los
ciudad. El paisaje cambiaba llegando al centro, nombres ele las calles que pasaban fugaces: Los
diversos negocios coloreaban la vereda con sus Lirios, Las Amapolas, Los Crisantemos, Las Vio-

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letas. Me para en Las Petunias, le dijo al chofer, reluciente con sus azulejos amarillos, tan bri-
que le dio una mirada sarcástica mientras hun- llante en la hilera de copas azules y porcelanas
día el freno. Una alta reja de contención cerra- que chispeaban en los estantes. Cómo le gusta-
ba la calle, y en un costado, en una caseta de ría tener una cocina así, tan fresquita con esas
vigilancia un milico con traje de camuflaje le cortinas almidonadas que mecía el aire hospita-
cerró el paso apuntando con una metralleta. lario de ese lugar. Porque la verdad, con tanta
Dónde va, le gritó mirando el paquete que la baldosa y esa hilera de cuchillos plateados que
loca apretaba en sus manos. Vengo a dejar un colgaban de la pared, esta hueva parece clínica
trabajo donde la señora Catita que vive aquí al de lujo, se dijo, dando vueltas por el espacioso
lado, es la señora del general Ortúzar que me recinto, que ni siquiera olía a comida. Debe ser
está esperando. Llame y pregunte. Espérese porque los ricos comen como pájaros, apenas un
aquí, le contestó el hombre armado mientras petibuché, una cagadita de margarina dieten una
entraba a la cabina para hablar por teléfono. cáscara de pan ~intético. Era lo único que le ha-
Cuando volvió, tenía otra expresión más cor- bían ofrecido e~1 esa mansión donde chorreaba
dial. Adelante, puede pasar, le sugirió abrién- la plata. Ahí mismo en la cocina, cada vez que
dole el portón de acero. Muy amable joven, le venía a dejar uh trabajo, después de viajar una
cantó ella mientras se fijaba en las manos os- f
hora en micro, agada de hambre, lo único .que
curas y potentes que apretaban el arma. Está le servían era un agua de té y unas migas ele pan
bueno el conscripto, pensó, y por esos dedos con un aparataje de cubiertos y sacarinas. Nada
largos debe tener un guanaco que me duele sólo más. ¿Será que bsta gente nunca ocupa el come-
de imaginarlo. dor? Porque deben tener un comedor en esta casa
Al tocar el timbre de la enorme casona una tan grande, se c\ijo asomándose por una puerta,
voz le gritó: Pase, está abierto. Era la empleada que al abrirla, le pegó una bocanada de fieltro
de d011a Catita, la gorda y simpática sirvienta húmedo con olor a musco. En la penumbra de la
que desde el jardín lo invitaba a pasar por la puer- pieza brilló como un lago oscuro, la cubierta
ta de la cocina. La señora está ocupada con unas negro ébano de una gran mesa de comedor. A
amigas, dice que pase y la espere un ratito. ¿Quie- tientas palpó en el muro el interruptor, y al pul-
re tomarse un tecito o una bebida? No se moles- sarlo, relampagueó en una araña de cristales que
te, yo la espero aquí, le contestó a la mujer, que lo tuvo un momento encandilado por su fulgor.
sonriendo lo dejó solo en la enorme cocina, tan Pesadas cortinas granate tapiaban el ventanal, y
la doble hilera de mullidos sillones tapizados de Iones dorados rodeando la mesa. Primero los vio
felpa color musgo, semejaban una cena muerta graves y ceremoAiosos antes de la cena escuchan-
de comensales fantasmas. ¡Ay, qué tétrico! Pa- do los discursosl Y luego, al primer, segundo y
rece la mesa de Drácula, Es mucho más larga tercer trago, los !veía desabotonándose el cuello
que la medida que me dio la señora Catita para de la guerrera rpajados, palmoteándose las es-
que le hiciera el mantel. Hay que probarlo no paldas con los shlud por la patria, los salud por
más. En todo caso, con el lino color champaña la guerra, los s<jlud por el once de septiembre
se va a alegrar un poco este siniestro ataúd. Así, porque habían 111atado a tanto marxista. A tan-
con mucho cuidado, sacó de la bolsa plástica el tos jóvenes como su inocente Carlos que enton-
mantel y lo desplegó como una vela de barco ces debe haber tido un niño cuando ocurrió el
sobre el flamante mesón. Una claridad áurea golpe militar. d1 su cabeza de loca enamorada
encendió la sala al tiempo que la loca alisaba los el chocar de las copas se transformó en estruen-
pliegues y repartía por las orillas el bordado [ar- do de vidrios rotos y licor sangrado que corría
dín ele angelitos y pajarillos que revoloteaban en por las botarnangas de los alegres generales. El
el género. Quién lo iba a pensar, quedó justo, vino rojo salpicaba el mantel, el vino lacre rezu-
como hecho a la medida, pensó, retirándose hasta maba en manchas de coágulos donde se ahoga-
un rincón para alabar su obra. Y allí se quedó ban sus pajaritos, donde inútilmente aleteaban
embobada imaginando la cena de gala que el once sus querubines como insectos de hilo enchar-
de septiembre se efectuaría en ese altar. Con su cados en ese espeso festín. Muy de lejos
florida imaginación, repartíó la vajilla de plata trompeteaba un; himno marcial las galas de su
en los puestos de cada general, puso las copas música que, altanero, se oía acompasado por las
rojas a la derecha, las azules a la izquierda. No, carcajadas de los generales babeantes mordien-
rl
mejor revés, dejando la de cristal translúcido do la carne jugdsa, mascando fieros el costillar
1

al centro, porque habrá muchos brindis, con graso, sanguinolento,


1
que goteaba sus dientes y
champaña, vino blanco y también vino tinto para entintaba sus bigotes bien recortados. Estaban
acompañar la carne, porque a los hombres les ebrios, eufóricos, no sólo de alcohol, más bien
gusta a medio asar, casi cruda, cosa que al ente- de orgullo, de u~1 soberbio orgullo que vomita-
rrarle el cuchillo la tajada se abra como una he- ban en sus palabrotas de odio. En su ordinaria
rida. Lo podía ver, podía sentir las risas de esos flatulencia de s<htarse el cinturón para engullir
hombres con uniformes llenos de piochas y ga- las sobras. Para hartarse de ellos mismos en el
-~~--
chupeteo de huesos descarnados y vísceras fres- haberle entregallo el mantel. ¡Bah!, vieja de
cas, maquillando sus labios como payasos mierda. ¿Qué se cree que una la va a esperar
macabros. Ese jugo de cadáver pintaba sus bo- roda la tarde porque ella está atendiendo a sus
cas, coloreaba sus risas mariconas con el rouge amigas milicasi ¿Qué se cree que una es china
de la sangre que se limpiaban en la carpeta. A de ella? Todo porque tiene plata y es la mujer
sus ojos de loca sentimental, el blanco mantel de un general. Uno también tiene su dignidad,
bordado de amor lo habían convertido en un es- y como dice Carlos: Todos los seres humanos
tropicio de babas y asesinatos. A sus ojos de loca somos iguales y merecemos respeto. Y apretan-
hilandera, el albo lienzo era la sábana violácea do el paquete del mantel bajo el brazo, sintió
de un crimen, la mortaja empapada de patria nuevamente y por segunda vez en ese día una
donde naufragaban sus pájaros y angelitos. El ca- oleada de dignidad que la hacía levantar la ca-
vernoso gong de un reloj mural la volvió en sí, beza, y mirarlo todo al mismo nivel de sus mur-
con una asquerosa náusea en la boca del estó- ciélagos ojos.
mago y el deseo pavoroso de huir de allí, de re-
coger el mantel de un tirón, doblarlo rápido y Por eso fue
salir disparada cruzando la cocina, al jardín, hasta que me viste tan tranquila
la puerta de la calle. Sólo ahí pudo respirar, más caminar serJnamente
bien tragarse un gran sorbo de aire que le diera baio un cieJ), más que azul.
fuerzas para llegar hasta la reja donde el milico
de guardia le preguntó amable: ¿Qué le pasa? ¿Se Estaba a media tarde, no había hecho nada
siente mal? Esta pálido. Y ella sin mirarlo, le con- de lo que pensaba hacer. Tal vez algún día iba a
testó: No s~_preocupe, es un bochorno de la edad, necesitar los trabajos de esa vieja y no debió de-
"l-
una ya no está tan joven. Y caminó patuleca por jarse llevar por che impulso. Pero bueno, ya lo
la calle queríendo doblar pronto la esquina para había hecho. El sbl apareció entre las nubes ne-
desaparecer de esa mirada impertinente. gando la posibilidad de aguacero, y la ciudad fue
Después de varias cuadras, recién pudo pre- víctima de ese resplandor cobrizo que arrastra
guntarse: ¿Por qué había actuado así? iPor qué por las aceras la resaca castaña del invierno. Pen-
le bajó ese soponcio de loca que tal vez la había só tomar la primera micro y volver rápido a la
hecho perder a su mejor clienta? A la señora casa, pero aún era tan temprano y hacía tanto
Carita, que se iba a poner furia con él por no que no se dejaba llevar por el tráfago incierto de

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un impulso. Eran muchos días que la obsesión
de ese muñeco llamado Carlos la tenía encerra-
da esperando sus sorpresivas visitas. Pensándo-
lo, imaginándolo tan suyo, que la calle había
perdido atractivo para su loca patinadora y tran-
seúnte. Y ya no le interesaba tanto como ayer,
cuando solía pillarla el aclarado del alba buscan-
do un hombre en los zaguanes de la noche. El
amor la babia transformado en una Penélope ¿CoMo SE ME VE este Chapó Nina Ricci? Augus-
doméstica. Pero nunca tanto, se contradijo, mi- to, me lo mandó Gonzalo de las Canarias, ¿vis-
rando achinada la numeración de las micros que te que este chiquillo es cariñoso? Imagínate que
patinaban el asfalto. Apoquindo, Providencia, entre todos sus trámites en ese encuentro de
Alameda, Recoleta, aquí me voy, se decidió de estilistas donde fue invitado, se acordó de mí.
un salto, recordando a las chiquillas de Recoleta, Porque yo se lo encargué amarillo oro como se
sus primas marilauchas a quienes las tenía en el usan allá. Le dije: Gonza, si ves un sombrero de
olvido y hacía varias semanas no sabía nada de ala ancha parecido al que usa la princesa Mar-
ellas. La ciudad, zumbando en la película de la garita en esa revista, mándamelo, valga lo que
ventanilla, le pareció más cálida al descender del valga, que Augusto aquí en Chile te dará la pla-
Barrio Alto como en un tobogán de acarreo hu- ta. ¿Y viste que no se olvidó?, z viste que es bue-
mano por el laberinto de avenidas. De nuevo a na persona? Y no pongas esa cara de amarrete
la Alameda con sus edificios grises ahumados pensando que costó un dineral, apenas quinien-
de smog, de nuevo el centro y su hormigueo ace- tos dólares, una ganga, una baratura compara-
lerado de gente, y otra vez Mapocho en su hu- do con la fortuna que tú gastas en los fierros
mareda de pescado frito y vendedores de fruta mohosos de tu colección de armas. Y yo no te
en mangas de camisa, agarrándose el bulto en digo nada, nunca te he dicho que esas chatarras
relajado comercio de tornasoleada vitalidad. Pese me ensucian el papel mural. Nunca te recrimi-
a todo era su Santiago, su ciudad, su gente deba- né por esa pistola de Hitler que tú querías com-
tiéndose entre la sobrevivencia aporreada de la prar en Madrid cuando fuimos al funeral de
dictadura y las serpentinas tricolores flotando Franco. Imagínate pagar treinta mil dólares por
en el aire de septiembre. un cachureo así. Además, ni siquiera tenías la

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seguridad de que era auténtica. Y si no fuera Id
Dama cacarean o sa lió 10 dcl
e d orrrutorio
.. para
porque yo te di el pcllizcón en el brazo, si no atenderlo. El Dl!. ctador de gafas oscuras estaba
fuera porque yo me di cuenta que esos falsi- tirado en el lecho como un elefante som-
ficadores tenían un canasto de pistolas debajo noliento, escuchando entre nubes la verborrea
del mesón, tú caes redondo como gringo tonto hostigosa de su mujer. Por detrás la vio cami-
con esos españoles ladrones. Yo creo que te vie- nar chancleteando en los tacones amarillos, y
ron la cara de chileno o te reconocieron por las la recordó de diecisiete anos como la liccana
fotos de los diarios. Porque nunca vi tanto fo- campestre que ~l conoció en la sencillez de la
tógrafo y tanta gente verdaderamente aristócra- provincia. Y era otra mujer, una chiquilla reca-
ta como en el entierro del general Franco. Nun- tada que recién había salido del colegio ele mon-
ca, pues Augusto. Jamás tuvimos la oportuni- jas y asistía a su primera fiesta en el Club Mili-
dad de codearnos con la realeza. Porque no me tar. Entonces se veía tan bonita con su vestidi-
vas a decir que tus amigotes generales del Club to de encaje en flor. Parecía una guasita tímida
Militar son gente fina, menos sus mujeres que sentada en un rincón cuando él la sacó a bailar.
se visten como empleadas domésticas en día Y ella lo miró hacia arriba con su cara de codor-
domingo. Con esos trajccitos dos piezas de li- niz y le elijo: Pbro esto no se baila, sargento,
quidación de Falabella, o esas baritas floreadas sería una ofensa al ejército bailar una marcha
sin gracia como sacadas de la Pérgola de las Flo- militar. Entoncbs la conversamos, le contestó
res. No me digas que no te has dado cuenta él sentándose aj su lado. Y ahí comenzó todo,
cómo se visten, cómo me miran, cómo me sa- allí se habían conocido, enamorado y casado con
1 udan haciéndome la pata, cómo tocan las te- la promesa de t~ner muchos hijos y ser felices
las ele mis trajes diciendo: Qué elegante es us- para siempre. iás bien, aguantarla para siem-
ted señora Lucy, qué bien le queda esta seda pre, soportar estoico su victrola parlotcra que
tan exquisita. Cuando yo sé que en el fondo se en la otra habit}ición, para variar, hablaba por
las come la envidia. Y no me mires así, como teléfono, terminaba de hablar y seguía hablan-
diciendo que soy una vieja peladora. Por algo te do al regresar al!dormitorio. Era la Cata, oye, la
casaste conmigo. ¿No? Porque de jovencita mi mujer del gcne1'f1l Ortúzar, que nos invita a ce-
madre me educó con clase y me enseñó los se- nar para el once de septiembre. Yo le dije que
cretos del buen vestir. En ese momento sonó el no estaba segufa, que después le confirmaba
teléfono en la otra habitación y la Primera , ! .
porque ese e1 ia tenemos tantos compromisos.

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Tan regia que es la Catita Ortúzar, oye, tan fina chanclo tan náufrago y abandonado por las ave-
contándome que mandó a bordar un mantel nidas desiertas acompañando sus despojos. Y
especial para la ocasión, pero estaba tan depri- quiso despertarse, abrir los ojos a la cálida ma-
mida porque tuvo un problema y no va a estar ñana de su alcoba donde minutos antes retoza-
listo para el once. Yo le dije que haríamos lo ba como Nerón en su lecho, donde la charla de
imposible para estar allá, pero si se nos presen- papagayo que gorgoreaba su mujer mirándose
taba un imprevisto, le daba mis excusas de an- en el tocador se oía tan lejos, apenas un mur-
temano a ella y a todas las señoras de los gene- mullo agudo que lo ataba al mundo y le confir-
rales que son unas verdaderas damas. ¿No es maba que todo era un sueño. Más bien una te-
cierto Augusto? Pero el Dictador no le contes- rrible pesadilla, obligándolo a caminar pisando
tó, tras los vidrios negros de sus gafas dormía las flores muertas de sus exequias. Andar y an-
profundamente sonándose en un gran entierro. dar por el cem9nto reblandecido ele la ciudad,
Con su traje de gala, cruzado por la banda pre- -A hundiéndose hdsta la rodilla en un mar de al-
sidencial, marchaba lento siguiendo el tranco quitrán, de cuetpos, huesos, y manos descarna-
de la carroza mortuoria, que cascabeleaba tira- das que lo tironeaban desde el fondo hasta su-
da por cuatro pares de caballos. Dos mil tam- mergirlo en la espesa melcocha. Ese barro en-
bores tocaban a duelo el redoble acompasado sangrentado le taponeaba las narices, lo engu-
de la marcha. En las calles vacías, mandadas a llía en una sopa espesa avinagrándole la boca,
desalojar por su drástico mandato, colgaban gi- asfixiándolo en la inhalación sorda del pavor y
gantescos crespones de seda enlutada mecidos la violenta taquicardia que le mordía el pecho,
lánguidamente por la brisa. En cada esquina de que lo hizo bramar con desespero el aullido de
la ciudad, batallones formados en ele, descar- su abrupto despertar, sudado entero, ternblan-
gaban salvas de adiós a su lúgubre paso. Y ras- do como una hoja, ' con los ojos abiertos a la cara
gando el vapor grisáceo de la pólvora, una llo- de su mujer que lo remecía diciéndole: ¿Qué te
vizna de lirios grises amortiguaba el peso me- pasa hombre? Otra vez te quedaste dormido con
tálico del cortejo. Era el único color expresa- las manos cruzadas en el pecho.
mente elegido por escrito de su puño y letra en
el testamento. Porque era su funeral, ahora que
lo pensaba se daba cuenta viéndose tan solo
como único protagonista en mitad del rito, mar-

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Pocxs VECES SALIA a la calle, a vitrinear como
decían sus amigas que vivían al otro extremo
de la ciudad. La' Lupe, la Fabiola y la Rana, sus
únicas hermanas colas que arrendaban un ca-
serón por Recoleta, cerca del Cementerio Ge-
neral, en ese barrio polvoriento lleno de con-
ventillos, pasajes y esquinas con botillerías don-
' hombres, los jóvenes pobla-
de hacían nata los
dores que pasaban todo el día borrachos avina-
grándose al sol. Así de ebrios, y sin un peso, era
fácil para sus amigas arrastrarlos hasta el case-
rón, y luego adentro, rebalsados de vino tinto y
terminar las tres a poto pelado compartiendo
las caricias babosas del caliente hombrón. No
sabes lo que te pierdes linda, por no venir más
seguido, le enrostraba la Lupc, la mas joven del
trío, una negra' treintena y chicha fresca, la
única a la que todavía le daba para hacer show
y vestirse como la Carmen Miranda con una
minifalda de plátanos que zangoloteaba en la
cara de los rotos curados para despertarlos. La
Lupe hacía de anzuelo, levantaba hombres ti-

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rados en la vereda, hombres vagabundos expul- que la cortara con el trago, que olvidara al
sados de su hogar, hombres cesantes que vaga- curagüilla que la hundió en el vicio, que hom-
ban en la noche ocultándose de las patrullas, bres había muchos, sobre todo ahora con la ce-
hombres del Sur que llegaban a la capital con santía y los milicos. Tira pa arriba niña, que
lo puesto, y después de caminar semanas ente- aún estai joven, la encaraba la Rana, obligán-
ras buscando pega y durmiendo en las plazas, dola a bañarse, prestándole ropa limpia, mien-
se encontraban con la Lupc, y sin pensarlo, se tras quemaba con asco los trapos que hervían
encaminaban con ella por Recoleta hasta la casa de piojos achicharrados por el fuego. Después
donde aguardaban tejiendo la Fabiola y la Rana, la Rana le dio trabajo. Porque no va a estar de
las dos viejas calizas jubiladas del patín. En esa princesa la linda aquí pué. Así que toma esta
casa siempre había algún hombre dispuesto a sábana, esta aguja, y saca hilo de color para que
deshollinar algún orto desconocido. Esta casa aprendas a bordar. Pero yo apenas sé escribir
será pobre, será fea y humilde, porque no tiene pos niña, no cree¡ que aprend~. Es ~arecido, ~íja-
los cortinajes y cojines de raso que tiene la tuya, te bien, la puntada debe ser bien fina y seguir la
tampoco nos visitan amigos universitarios para línea del dibujo. Todo se aprende en la vida
leernos poemas de amor, le decía sarcástica la mirando chiquilja, igual que la cochiná, que la
Rana, pero gracias a Dios, todas dormimos tran- aprendiste solin]. ¿No es cierto?
quilas, ninguna toma Diazepán, porque cada Así, la vieja Rana le había dado las armas
noche no nos falta el pichulazo para soñar con para ganarse la Jida bordando servilletas, man-
los angelitos. Y remataba el chiste con una vio- teles y sábanas don punto cruz, con bolillo, con
lenta risotada. deshilado y naveta que aprendió a manejar como
Eran sus amigas, las únicas que tenía, y les una e~perta en lp_o~o tier~po. Y la vi~a le fue
aguantaba sus chistes y conchazos porque en cambiando al recibir partidas de trabajos caros
esa relación de primas comadrejas, los años para tiendas pi tucas y familias aristócratas que
habían engendrado cariño. Incluso antes de en- aún conservan la costumbre de la lencería he-
contrar su casa, cuando ella era una callejera cha a mano. Y por eso se tuvo que ir de esa casa,
perdida, la única que le había dado alojamiento porque superó a la Rana en sus diseños más
Y un plato de comida, era la Rana, una veterana novedosos, en su puntada pioia, meticulosa y
cola de noventa kilos que la acogió como una delicada que coloreaba de oros los capullos de
madre, aconsejándola que no se dejara morir, su sedoso bordar. Y luego, las antiguas clientas

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de la Rana le encargaban a ella los trabajos, pi- amigas. Y tal vez porque los colas no son ren-
diéndole hechuras exclusivas, porque la maes- corosos, o porque de tanto recibir golpes, unos
tra ya estaba medio ciega y hacía todo al lote. pocos más son bomo olas en el mar, un día la
Cría cuervos, le dijo con soma la Rana una tar- perdonó, una n~añana haciéndose la amorosa
de que ella venía llegando cargada de paquetes llegó con una d~icena de pasteles para limar los
y encargos de trabajo. ¿Qué cosa?, se atrevió a rencores del reepcuentro. Y a vos quién te invi-
preguntar la Loca del Frente, mientras desem- tó, le gruñó la Rana al verla, parada en la puer-
paquetaba cajas de hilos, creas y lienzos, mos- ta con la bandeja en la mano. Pasaba por aquí
trándoselos a la Fabiola, que disimulada, pre- cerca y me acordé que a ti te gustan los paste-
sintiendo la tormenta, salió de la pieza como les de crema, murmuró mirando al suelo como
celaje. La Rana se había parado como una tina- una niña tímida. La Rana se mordió el labio, y
ja agresiva con los puños en las caderas. Me permitió que a su corazón de toro lo doblegara
cagaste haciéndote la mosquita muerta mari- la lástima, más bien cierta ternura que le em-
cón culiao. Te recogí, te di de comer, te limpié pañó los ojos anfibios y volvió a mirar a la Loca
la mierda, te enseñé todo lo que sabía y me pagai del Frente, tan enclenque, tan entumida en el
así, conchetumadre. Nadie te obligó, le contes- marco de la puerta estirándole el paquete ele
tó en un susurro el caliza, al tiempo que la Rana pasteles revenidos por la crema. Pasa pos, que
se le vino encima. en una tonelada de puñeta- hace frío. Qué viento te trajo por aquí, y la in-
zos y patadas que la tiraron al suelo rodando vitó a pasar retomando su altivez irónica de
enredada entre las telas que no la dejaban ver, Rana-Reina.
que le impedían pararse, que la enrollaban sin Después de aquello volvió una y otra vez a
poder defenderse de ese elefante furioso que la la mansión de las tres princesas, como dijo la
agarró del pelo, porque entonces tenía pelo, y a Lupe, al recibirla en el porch, matando las cu-
punta de chuleta en el hocico la sacó por la carachas que hormigueaban a sus pies. ¿Cómo
puerta hasta la calle. Y allí, después de aforrarle está la enamorada? Le preguntó mientras reco-
dos combos de yapa, la escupió, diciéndole: Te gía con un traqo mugriento las pozas de vino
fuiste de aquí, y agradece que no te mato, mari- que había dejado en la mesa la noche anterior.
cón con olor a caca. ¿Y cómo está ere guapo? ¿Carlos se llama", in-
Pero eso había pasado hacía tanto tiempo, sistía la loca tratando de hacerla hablar, que una
largos meses solos en que no volvió a ver a sus vez más le con ara la tarde del picnic, cuando

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Carlos manejaba el auto a su lado rozándole con Habrá sido una princesa con clase que no so-
su pierna la rodilla. Ahí tendrías que haber ati- portó la mugre.lrnusitó la Loca del Frente, esti-
nado, la recriminó. Esa fue la oportunidad de rando el cuello bon un desprecio de avispa real.
haberle corrido mano niña, si te la estaba dan- Ni tanto, era una rota que aprendió a bordar
do en bandeja. ¿No iban solos? ¿No era de no- manteles y ahora se cree culta porque tiene un
che? ¿No le has hecho tantos favores prestán- lacho universitario. ¿Carlos creo que se llama?
dole tu casa para que guarde bultos? De alguna y las dos soltaron la risa mientras soplaban en-
manera tendrá que pagarte. ¿No crees? En al- friando las humeantes tazas de té.
gún punto se arrepintió de haberle contado, por- Cuando se¡ despidió de la Lupe aún ha?ía
que la Lupe era una loca tonta que no entendía luz en el cielo, pero espesos nubarrones veruan
nada. ¿Qué podía saber del amor esa marica es- subiendo tras la cordillera adelantando la no-
túpida que sólo pensaba en ir a la disco gay? che. Bajo el brazo apretó la bolsa plástica con el
Para cambiarle el tema le preguntó: ¿No están mantel como si fuera su ajuar de novia. Había
las chiquillas? Por suerte, dijo la Lupe suspi- hecho bien al no entregárselo a la señora Ca tita
rando mientras se echaba en un destartalado y salir huyendo de allí. Seguro que no lo llama-
sillón. La Rana fue a entregar un trabajo y la ban nunca más, seguro que había perdido su
otra, tú sabís po, mariconeando andará. Pero mejor clienta y sobre todo ya no contaba con la
siéntate niña. ¿Querís un tecito? Mientras la plata que le iba a pagar por su trabajo. Se había
Lupe iba a poner la tetera, recorrió con su mi- hecho algunas fnusiones con esos billetes; para
rada las murallas cuarteadas de la habitación1 pagar el arrienclo, comprarse una pilcha de ropa,
los calendarios y recortes de hombres muscu- pero sobre todd darle una sorpresa a Carlos para
losos que tapaban las grietas, el algodón cim- su cumplcañoJ. Y faltaban sólo unos días. Pero
brean te de una tela por donde una araña se des- tenía otras clientas a quienes pedirle un ade-
colgaba con desfachatez. ¿Aquí no hay ningu- lanto por los ¡liegos de sábanas y fundas que
na Cenicienta que limpie este chiquero?, le gritó 1
estaba bordando. En fin, de alguna forma se las
a la Lupe que en la cocina campaneaba las cu- arreglaría. Dios sabe más y averigua menos, se
charas y tazas. Teníamos una china mugrienta repitió respirando hondo, como si quisiera tra-
y malagradecida que hace tiempo se fue, le con- garse el cielo de arreboles morados que refleja-
testó la otra tirándole el conchazo al tiempo ban los vidrios de la micro en su retorno a casa.
que entraba tiritona con las tacitas en la mano. El vehículo comenzó a llenarse a medida que

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cruzaba la ciudad acercándose al centro. Era la pensó mientras bajaba de la micro entre coda-
hora de salida de los oficinistas y obreros privi- zos y apretones de la gente. ¡Qué día!, me pasó
legiados que tenían trabajo. Ella venía sentada de todo, murmuró chancleteando la vereda del
a la orilla del pasillo, donde los hombres suda- barrio donde Ialcabrería correteaba jilguereando
dos de cansancio le refregaban el bulto al pasar los ramalazos ltel anochecer. Una pelota vino
a su lado. Entonces ella se quedaba quieta y sin rodando hasta ~us pies, un par de niños corría
respirar sentía el latido de ese animal posado detrás para alcanzarla. Ella se detuvo inmóvil,
en ~su hombro, era sólo un minuto de éxtasis evocando su n1iñez y el terror que siempre le
ro~ por el vozarrón del chofer ordenando que provocó ese br~1tal juego del fútbol. Y enfrente,
los pasajeros se corrieran para el fondo. Pero el los dos niños t<lmbién frenaron la carrera aguar-
joven obrero que se paró junto a ella ni se mo- dando su reachón. Los dos pequeñuelos, con
vió, es más, cuando la hilera apretada de gente los ojos muy 1biertos, esperaban que ella les
pasaba a su espalda, le apretaba su entrepierna tirara la pelota! Qué más da, pensó, no se me va
apegándoscla al brazo. Y en el amasado ele cuer- a caer la corona por un pelotazo, y le dio un
pos que se bamboleaban con las frenadas de la chute al balón) que voló girando sobre las cabe-
micro, la Loca del Frente sintió cómo ese fofo zas de los chitos. Algún miedo del pasado se
reptil se iba tensando en la contorsión de un trizó con el ge~to, y más relajada se dejó aplau-
enjaulado resorte. Lo sintió crecer nerviudo dir por los chiquillos que herían el crepúsculo
como una pitón enroscada en su antebrazo. Y con el cascabJl de sus risas. Son niños, sola-
no se atrevía a levantar la cabeza para ver al mente niños, Je repitió mientras abría la pucr-
1
responsable de ese masturbado roce, que ya con ta de la casa completamente oscura, a no ser
todo descaro movía las caderas re caliente, di- P or el hilo de li1z que se filtraba desde el altillo.
1 -
simulando las punteadas con el vaivén de la Tengo que comprar muchos globos y serpenti-
l
micro. Estaba a punto, lo sentía latir encima nas y dulces y cornetas para que los cabros
suyo aplastándole el costado, tiritando en los metan harta bulla, pensó emocionada imaginan-
estertores de la eyaculada venidera. ¿Me da per- do la cara que pondría Carlos con esa sorpresa.
miso por favor?, se atrevió a decirle al mucha- ¿Y quién le haría la torta?
cho, que desconcertado la dejó pasar sintiendo ¿Hay alguien por aquí?, preguntó con la voz
el agarrón desesperado que la Loca del Frente enlozada gritando cotorra al segundo piso don-
le dejó como despedida. A nadie le falta Dios, de una claridad de luz tísica reptaba bajo la puer-
ta. Pero nadie le respondió, ni siquiera su pro- perilla buscanL su bálsamo cancionero, todas
pio eco cuando arrastrando a la cola vieja esca- las emisoras discurseaban la misma voz del
lera arriba, hizo sonar los tacos imaginarios es- Dictador hablando por cadena nacional. [Qué
candalera y deliciosa. Alo-o, volvió a pregun- horror], como si no hablara nunca este vejes-
tar, exhalando la fatiga al llegar a la planta alta. torio gritón. Como si no se supiera que es el
Pero Carlos no estaba, ni luces de él, solamen- único que man1da en este país de mierda, donde
te un revoltijo de cojines aplastados, donde al uno ni siquiera puede comprarse un tocadiscos
parecer el muchacho había dormido toda la tar- para escuchar lo que quiere. Y pensándolo bien,
de. Flojo de mierda, ni siquiera fue capaz de eso es lo que iba a necesitar para el cumplcanos
ordenar este despelote. ¿Y si yo no estuvierat, de Carlos, un tocadiscos, como el que tiene la
esto sería un chiquero inmundo, rezongó to· Rana guardado debajo del catre para que no se
mando la almohada aún tibia que sostuvo su lo roben los rotas. No creo que la Ranita se
cabeza. Todavía guardaba su olor, y la huella de cague por prestármelo. Ella sabe que soy deli-
su cara estaba fresca en el raso húmedo que besó cada, sabe que se lo voy a cuidar porque conoz-
su boca. Tal cercanía le trajo una oleada de ter- co su significado; ella me contó que es la única
nura, un hilo eléctrico que la recorrió entera reliquia que conserva de ese prostíbulo que re-
con su escalofrío sensual y peligroso. gentó allá en el Norte. Cuando era doña Rana y
el alcalde en persona la venía a saludar para el
Tu aliento fatal dieciocho. Era la única casa de putas que tenía
fuego lento tocadiscos niña, por eso venía el alcalde y cuan-
que quema mis ansias do estaba bien curado me sacaba a bailar un
y mi corazón cha-cha-chá, Ie. contaba la Rana en esas tardes
lluviosas cuanilo la vieja la recogió de la calle y
El recuerdo de esa canción de Sandro la mo- le enseñó el arte de bordar. A mí me gustaba
vió a encender la radio, para reemplazar su au- este disco que bantaba mi mamá cuando yo era
sencia con baladas románticas, para llenar de chica, decía la Ranita, enchufando el aparato,
rosas y suspiros el vacío de su cuerpo amolda- abriendo un abanico de long plays en una nube
do en los cojines. Ay, no sé, para que la radio de polvo. Aqu~ está, es la Sarita Montiel. Mira,
me lo cante en el silencio de mausoleo que tie- escucha. Entonces la Rana entornaba sus ojos
ne esta casa sin él. Pero por más que rodó la capotudos y se dejaba envolver por el chasqui-

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do rezongón de la aguja tintineando en el aire dándola a la rápida sin ni siquiera darse cuenta
los violines y la comparsa angélica de esa evo- de su teatral apatía. Vengo de pasada, le dijo.
cación. Algo en la Loca del Frente se fragilizaba Tengo que llevarme dos cajas de éstas porque
en su alma de perra triste, algo incierto la deja- necesito con urgencia estos libros. Así es que
ba como un estambre de tulipán sobrecogida discúlpame, porque te voy a dejar sin mesa de
de emoción viendo a la Rana flotar en el alarde centro. Y sin esperar respuesta, Carlos recogió
maridiuca de esa voz, musitando en silencio la la maceta de flores plásticas, las caracolas, los
letra cristalina que entonaba esa cantante. Qué ceniceros y la carpeta de broderí que cubría los
linda era esa música. Cómo anhelaba de nuevo cajones. No te puedes esperar un poco, tienes
compartir con su amiga Rana esos lejanos días. que ser tan cruel, le recitó ella calmada sin dar-
Pero algo se quebró para siempre después de la se vuelta, con la vista perdida en el mar platea-
pelea, y luego que la Rana la sacó a punta ele do de los techos Carlos detuvo el gesto de arras-
patadas de esa casa. Y aunque ahora el tiempo trar las cajas hasta la puerta, y acercándose a su
había borrado los rencores, entre ella y la Rana espalda le puso una mano en el hombro que ella
igual se levantó un muro de contención. Por retiró con frialdad. No me toques, no quiero que
eso, creo que no me va a prestar ese disco que me trates cornd si consolaras a una puta vieja.
no está en cassette. Aunque me gustaría tanto No fue mi intención, dijo Carlos confundido.
que Carlos lo escuchara. Pero no importa, con ¿Qué te pasa ahorai, ¿qué te pareció mal? No
el tocadiscos me basta, y los discos los puedo puedo venir todos los días, porque tengo que es-
buscar en el mercado persa, que está lleno de tudiar y hay cosas tan importantes ... tan impor-
long plays viejos, y es posible que hasta encuen- tantes ... que si tú las supieras ... No me importa,
tre el cumpleaños feliz. no quiero saber nada. Nunca te he preguntado
Cuando escuchó el trote en la escalera, re- nada. Pero en ton ces, por qué te pones así porque
conoció sus pasos de atleta que subían de dos en me llevo estas cajas. No es eso, son tuyas y al fin
dos. Tres días que no aparecía el desgraciado, tres tenían que irse, como algún día tú también te
mañanas, tardes y noches que la tuvo pensando irás. Esto es el comienzo de algún final, dijo ella,
lo peor, tomando gotas de homeopatía para cal- como si le hablara a la acuarela nublada de la
mar el tambor tronante de su pecho. Ni lo mira- ciudad, a ese cielo triste que el atardecer mar-
ría, permaneciendo indiferente mirando por la chitaba de colores. Ahora Carlos se había senta-
ventana, cuando Carlos entró precipitado, salu- do confuso, y una curva de preocupación altera-

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1
ba el trazo terso de sus lindas cejas. Lo había En ese montento la voz de Carlos se que-
conseguido con su diálogo de comedia antigua, bró en un gallo lfrico que lo hizo toser y toser,
había logrado conmover al chiquillo, hacerlo llenándosele los oías de lágrimas por el ahogo y
entrar en la escena barata que representaba su la risa que soltaron juntos sin poder parar, sin
loca fatal. Lentamente fue girando sus hombros poder reprimir esa relajada alegría, esa contor-
hasta quedar frente a él, mirándolo con una lla- sión de las carcajadas que les apretaba el estó-
marada de selva oscura. Nunca te importé ni un mago con los ojos anegados de lágrimas riéndo-
poquito, le susurró mordiéndose el labio. Nun- se a más no poder, unidos por el chiste de Car-
ca, se repitió teatrera, tragándose el nunca en un los, que se le vino encima abrazándola en un
sollozo ahogado. Lo único que te importó era palmoteo de caricias amistosas y cosquillas en
que te guardara estas cajas de mierda. Tú sabes las axilas que la revolcaban de risa en sus bra-
que no es sólo eso, le contestó Carlos improvi- zos, que la hacían querer huir, desprenderse de
sando una explicación. ¿Y qué más?, ella lo in- él. Ya, está bueno. No sigas güevón, que me
crepó desafiante. Bueno, en todo este tiempo te muero.
he tomado cariño. Hemos compartido tantas ¿Molesto? La voz de la mujer en la puerta
cosas, tu música, hasta me he aprendido de me- los separó de un plumazo. Carlos se puso como
moria algunas canciones. ¿Quieres que te cante un tomate y con nerviosa seriedad retrocedió
alguna para que se te pase la mala onda? Pero si unos pasos intentando decir algo. Hace media
yo nunca te he escuchado cantar, gorgoreó la hora que te estamos esperando lindo, en el auto.
Loca del Frente, dejándose atrapar en el juego. ¿No tienes respeto por el tiempo de los demás?
¿Ah, noi, es que tú no sabes que soy un gran La interrupción fue un aletazo extraño que
cantante, respondió Carlos parándose hidalgo escarchó de gravedad el ambiente. ¿Cuáles son
con una mano en el pecho, y carraspeando, la las caiasj, parapedirle a alguien que las baje ya
dejó oír el bolero desafinado de sus notas. que tú estás tan ocupado, dijo la mujer con sor-
na mirando el decorado estrafalario de la casa.
No hay bella mclodia en que no surjas tú No se trata de Jso señorita, saltó la loca, él ya
ni yo quiero escucharlasí no la escuchas tú, se iba, yo fui quien lo entretuve conversando.
es que te has convertido en parte de mi alma, Ustedes nos~ c~mocen1 .i~terrumpió Carlos tra-
ya nada me consuela si no estás tú también. tando de rela1ar¡ la tensión. Ella es Laura, com-
pañera de universidad, y él es el dueño de casa.
1

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Así es, pues linda, le enrostró la loca con un vejez. Pero, la boca que antaño abultaba con
gitaneo de manos, y como usted que es univer- rouge mora su beso travestí, todavía era capaz
sitaria debiera saber, para entrar a una casa de atraer un mamón con el mimo labial de su
siempre se pide permiso, y eso también es res- humedad pcrlescente. Nunca fue bella, ni si-
petar el espacio de los demás. Y sin más trámi- quiera atractiva, lo supo de siempre. Pero la
te salió de la pieza, morada de indignación, al conjunción maricoipa de sus rasgos morochos,
tiempo que Carlos iba tras de ella pidiéndole habían conformado un andamio sombrío para
que disculpara a su amiga. Porque es muy jo- sostener un brillo intenso en el misterio de sus
ven, porque no te conoce, porque hacía rato que ojos. Con eso me basta, se conformó altanera
estaba esperándome. No te enojes otra vez, y entornando los párpados con un aleteo de pes-
trata de entender que después te explico. Y se tañas mochas.
había ido dejándola enferma de rabia, tirándole
el famoso después te explico. Como si ella no
se hubiera dado cuenta que esa mujer era su
novia, su amante, o qué sé yo. Qué patudez
venirse a meter a mi propia casa con esa mina
facha de puta. Con esa minifalda apretada y esos
globos de tetas que se le arrancaban por el
escotazo, y ese largo pelo sedoso que se alisaba
sacándole pica a sus tres mechas de vieja calva.
Mire que compañera de universidad, las chiqui-
llas estudiantes no son así. .. tan ... provocati-
vas ... tan ... lindas ... musitó en un hilo de voz,
mirándose al espejo del baño, que le devolvía
su triste máscara de luna añeja. Un aureolado
azogue moho bordeaba su reflejo cuarentón en
el cristal, y la resaca de los años se había apo-
sentado en charcas acuosas bajo los ojos. La
nariz, nunca respingada, pero alguna vez recta,
había sucumbido a la gravedad carnosa de la
LA MAÑANA DE ¡;SE. DiA cortaba los espacios de la
casa con biombos de luz dorada que repartían
los ambientes en acuarios traslúcidos, con es-
tético diseño. La Loca del Frente amononaba
los cojines y almeó una serie de cajas en el cen-
tro de la habitación como una larga mesa que
fue cubriendo con el mantel de los pájaros y
angelitos. Porque no creo que en Cuba, como
dice Carlos, usen manteles tan finos en esos
cumpleaños de tantos cabros chicos. A lo más
manteles de plástico por si los niños derraman
J. el chocolate. Pero allá hace tanto calor y esa
gente es tan pobre que a lo mejor les dan puro
jugo. Y a propósito,
+
el chocolate, gritó corrien-
do a la cocina donde en una gran olla gorgoreaba
el espeso líquiÜo, a punto de rebalsar su ebulli-
ción. Por suerte me acordé, respiró en un sus-
piro de alivio.J. apagando el gas, y con una cu-
chara de palo rprobó el humeante brebaje que
despedía fragancias de canela, clavos de olor y
ralladura de Iilnón. Rico, rico, como le elijo el
1
culo al pico. E!;.tá de chuparse los bigotes, y es-

93
pero que me alcance para todos [os chiquillos platitos curnpleañeros y los gorritos en cada
de la cuadra que se me ocurrió invitar. Porque puesto. A Carlos le había comprado una corona
de seguro vendrán todos, como les dije a las de cartón metálico ya que él será el rey de esta
mamás que no tenían que traer regalo. ¡_Y pue- tarde, el fcstej;Jdo, el que iba a apagar las velas
de ir la Carolina Jeannete? ¿Y puedo mandar al de la torta. Y hablando de torta, tenía que ir a
Pablito Felipet, que nunca ha ido a un cum- buscarla donde la señora del almacén, que fue
pleaños. ¿Y no va a invitar a la Cecilia Paulina tan amable cuando se ofreció a hacerle una gran
que es tranquil ita? Yo me ofrezco para cuidar- torta para todos los niños del barrio sin cobrarle
la, le decían las viejas. No, de ninguna manera, nada. Usted sólo me paga los ingredientes y com-
dijo cortante. Sólo niños, nada más que niños pra las velas. i Y cuántas velitas le va a poner? La
pueden ir a la fiesta. Y en realidad había menti- pregunta la pilló desprevenida, sin saber qué con-
do, porque ella de niña no tenía nada, y Car- testar, porque más allá de lo copuchenta que fue-
los ... a veces se portaba como un crío regalón, ra esta vieja, ella no sabía qué edad cumplía Car-
cuando le ponía esas caritas de pollito mañoso. los. Veinte, le contestó, porque todos llevamos
Un segundo de asma melancólica la atrapó mi- veinte años en el corazón. Y salió del almacén
rando la mesa del cumpleaños, sólo una tajada llevando en su!' brazos la inmensa torta de piña
de tiempo que ella deshizo con su apurado tra- decorada come¡ una lujosa catedral. A la salida
jinar. Tenía que poner los globos, todos en co- lo detuvo el dloclón de vecinas que se instala-
lores malva, azul real, amarillo patito y rojo pa- ban allí a pelar. ¡Qué linda torta vecino! Es la
sión, sobre todo rojo como creo que le gustará a más grande qu~ se ha hecho en el barrio. Debe
Carlos, supongo, por eso vamos inflando hasta estar exquisita] ¿No quiere que le ayudemos en
quedar marcada de tanto soplar, de tanto ama- el cumpleaños] No se preocupen porque ya ten-
rrar, hasta formar inmensos racimos que colgó go todo listo. Y después les voy a mandar torta
desde el techo. Agregándole anchas cintas de con los niños para que la prueben. Así, se había
papel que remataban en rosetones multicolo- logrado deshacer de esa manga de viejas patudas,
res pegados a la pared. Nada de challas ni esas pero que en el fondo eran buenas, eran mujeres
serpentinas ordinarias que dejan todo lleno de sencillas que se iban a encargar de promover la
basura, y después la única tonta que va a lim- gran fiesta en todo el vecindario.
piar soy yo. Lo único que me falta es repartir en A las cinco de la tarde, ya tenía todo casi
la mesa los vasitos plásticos, las cornetas y los listo. En la puerta, una bulla ele chiquillos

94 95
campaneaba en la vereda donde las mamás los niéndole el sombrerito con extrema delicade-
habían formado en una larga fila para mante- za. Tío, el Manuclito me quitó la corneta. Tío,
nerlos en orden. Pero cuando abrió la puerta se la [aviera se quedó con el gorro de princesa. Tío,
met~eron en tropel, por debajo de sus piernas, la Claudia le metió el dedo a la torta. Tío, el
cornendo desesperados, al tiempo que un solo Samuel me esui sacando la lengua. Tío, el Ma-
grito los paró en seco. Un momento, párense nolo se equivocó y le dijo tía. Las vocecitas iban
allí, que esto no es un potrero. Y el primero que en aumento, amenazando desbordar el orden
grite o haga desorden se va para la casa. El conseguido. Basta, les gritó en un aullido
vozarrón afeminado descolocó a los chicos que maricueca. N9 pueden estar un minuto tran-
se quedaron tiesos esperando órdenes. ¿Tío, po- quilos. El soni)lo de llaves en la puerta lo dejó
demos subir al segundo piso?, le musitó una quieto escucluindo. Y haciendo un shit de si-
pequeña desde su metro de estatura. Así se pi- lencio absolutc~,1 les hizo una seña a la Iaviera y
den las cosas mi jita, con educación, así van a ir al Luchín para que comenzaran a prender las
pasando de a uno al comedor, donde vamos a velas. 1

esperar calladitos que llegue el tío Carlos que De seguro, era Carlos el que llegaba, ya que
está de cumpleaños. A ver Carolina Patricia 1 tu era el único a quien ella le había entregado lla-
mamá me dijo que sabes una poesía, ensa- ves de la casa. Ahora reconoció sus trancos lar-
yémosla para que se la digas al tío. Y tú Alvarito gos que trepaban la escalera, y cuando la puer-
Andrés, vas a dirigir el coro que le va a cantar ta se abrió, un angélico coral irrumpió con el
cumpleaños feliz al tío Carlos cuando llegue. cumpleaños feliz. Carlos titubeó un momento
Ahí no quiero que vuele una mosca, porque es antes de entrar, quiso echarse para atrás, reírse
una sorpresa, él no sabe que ustedes están aquí. con su boca ele' rosado brillo, pero se quedó tan
Por eso tú Iaviera con el Luchín, que son más quieto, tan descolocado mirándola venir con la
grandes, me van a ayudar a prender las velitas. torta incendiada de velas chispeando la fiesta
Por el momento, mientras esperamos, se que- de sus años. ¿Se parece a Cubai, le sopló ella al
dan sentaditos para repartirles los gorros y las oído, casi en secreto. Y la mirada de Carlos se
cornetas. La veintena de pitufos lo miraban nublo, lo atragantó una pena tan dulce viendo
corretear alrededor de la mesa, como si fuera las caritas empañadas de los peques desafina-
una tía parvularía. Más bien, como un persona- dos trinándole Cumpleaños Carlitas, sintien-
je asexuado de cuento, que a cada niño iba po- do que su pecho macho se trizaba con esa es-
1

97
tampa borrosa de] rostro de la Loca clcl Frente Carlos de qué td ríes tú grandote dando el ejem-
iluminada por las velas, como una Blanca Nie- plo chorreado entero. No me abraces con las
ves en medio de tantos angelitos. ¿Y estos ni- manos con merengue, no me hagas cosquillas
ños de dónde salieron?, preguntó ahogado por bruto que no aguanto, que me resbalo, que me
la emoción. Cayeron del cielo le contestó ella caigo, Carlos sujétame. Y los dos cayeron jun-
estirándole la torta para que su soplo potente tos en medio de la chuchoca pinganilla que
apagara las llamitas. Antes, tienes que pedir alborotaba la fiesta de los pitufos, rojos de tanta
un deseo. ¿En voz alta? Como quieras, es tu risa, de tanta torta y golosinas que comieron
sueño. Y Carlos cerró los ojos al paisaje ciego hasta hartarse, jugando a la gallinita ciega, ju-
de la ilusión, que se fue iluminando con el gando a la ronda de San Miguel, el que se ríe
verde primavero de esa cuesta en el Cajón del se va al cuartel. Así, el cumpleaños a la cuba-
Maipo. Y cuando sopló con todas sus fuerzas, na de Carlos fue una agotadora alegría
una estampida de aplausos encumbró una fu- parvularia, que solo se relajó cuando los pri-
marola de humo sobre el lomaje de los cerros. meros faroles de la calle comenzaron a pren-
Ojalá se te cumpla, le confidenció ella atarea- derse, cuando las mamás, una a una, desfila-
da sirviendo bebida en los vasitos y galletas ron recogiendo a los chiquillos somnolientos
en los platitos. Y ... el chocolate Carlos que se de tanto rumoroso vaivén. Hasta que se fue-
quema en la cocina. Y pásame un cojín que la ron todos, y cuando la última niñita se despi-
Paolita no alcanza a la mesa, mientras yo le dió con un besb de los tíos, sólo entonces la
doy torta a la Moníquita. Y, cuidado con el casa bostezó un largo silencio de mamut ano-
chocolate que está hirviendo Carlos, no se va- checido. El despelote era tal, que no había un
yan a quemar. Y tú Luchín, pásarne la corona sitio donde el merengue no hubiera dejado su
de rey para que se la ponga el festejado. Así huella pegajosa¡ No te preocupes, yo te ayudo
no, que está chueca, yo se la acomodo, yo le a limpiar todo esto. Es lo menos que puedo
doy pastel en la boca a esta criatura, mientras hacer, dijo Carlos tomando una escoba. Deja
tanto el tío Carlos la toma en brazos. Y Carlos todo así, y siéntate, aún hay algo más. ¿Otra
pásame, y Carlos toma, y Carlos lleva, y Car- sorpresa? Otra y privada, contestó la Loca del
los que no coman la torta con la mano, y Car- Frente enchufando el tocadiscos mientras con
los que no se pasen la mano por el pelo, y Car- la otra mano sus dedos meticulosos calzaban
los que no se tiren la torta por la cabeza, y la aguja en los surcos del long play.

99
bos, cornetas, Japcles dorados y comicia piso-
¡Tengo miedo torero teada en el suelh. Quiero olvidar esta tarde, re-
tengo miedo que en Ja tarde pitió ella volviendo a llenar los vasos, olvidar
tu risa flote! . l a es tan
que 1 a vic 1
mezquma.
y tan pocas veces
te da estos ratos ele felicidad. Pero no te pongas
Carlos había cerrado los ojos echado sobre triste, la trató he consolar Carlos alzando la
unos cojines, dejando que la espuma de esa can- copa. Déjame estar triste, es la única forma que
ción lo adormeciera con ese ajeno placer. Las conozco ele estrujar la felicidad, para que des-
notas claveteaban el aire con su pentagrama de pues , no me pene. l pero no por eso vamos a el ejar
.
vidrios lagrimeros, las notas eran tarareadas por de tomar reina,¡ insistió Carlos, poniéndole la
la Loca del Frente, que entró en la habitación corona al extender sus labios en una sonrisa
con una bandeja en la mano. Sorpresa es la hora perlada de licor.! Claro que no, príncipe extraño
de los mayores. Y con un rápido gesto retiró la y desconocido. ¿Por qué desconocido? Porque
servilleta dejando ver una botella ele pisco, una no sé nada de ti sólo sé que te llamas Carlos y
bebida y dos relucientes copas. Ahora vamos a hoy estás de cumpleaños. ¿Y qué quieres saber?
brindar como la gente. ¿Cuánto pisco? ¿La mi- No todo, porque sé que no me puedes contar
tad de la copa? ¿Así está bueno? Toma, atusa- todo. Pero al menos regálame un secreto. Algo
lud. No1 a la tuya, por favor. Pero tú estás ele que nunca le h;Jyas contado a nadie, replicó la
cumpleaños. No importa, quiero brindar por Loca del Frente zambulléndose en el vaso. Car-
haberte conocido y por el mejor cumpleaños que los se puso serio( sólo le faltaba persignarse para
he tenido en mi vida. Ante estas palabras, ella creerle que estaba frente a una religiosa confe-
bajó los ojos ruborizada y campaneando los tra- sión. Su cabeza era un carrusel de algodón em-
gos se bebió de un sorbo el espejo burbujeante papado por la embriaguez del pisco. Aun así,
de la copa. ¿Otra más?, ofreció Carlos alzando tratando de hilvanar recuerdos sumergidos, con
la botella. Otro y otro y otro más, como dice la voz grave comenzó: No me preguntes fechas ni
canción. ¿Qué canción? Esa tan conocida de lugares, pero yo debo haber tenido trece o ca-
Lucho Barrios del "mozo, sitvatne otra copa que torce años, no vivía en Santiago, y en el campo
quiero olvidar". ¿Y qué quieres olvidar? Todo con mis amigos pasábamos las tardes chuteando
esto, dijo ella como hablándose a sí misma, una pelota de trapo en un potrero. Qué lata es
mirando con infinita tristeza la basura de glo- el fútbol, rezongó ella mojándose la boca con

100· IOI
un sorbo de trago. No importa, no se trata de nalgas en ese lbc y baja. Yo lo miraba refre-
eso lo que te voy a contar. Sírveme un poco más, gándome en l~ arena caliente y no pude más
¿quieres? Te doy la mitad del mío. Te escucho. porque de un salto lo monté, pero él se dio vuel-
Éramos una patota de cabros pobres y no tenía- ta y me dijo quJ yo primero, pero yo le contesté
mos otra entretención. De todos ellos, mi me- que ni cagando, que me dejara ponerle la
jor amigo era el vecino porque teníamos la mis- puntita, la pur!1 puntita. Y ahí estábamos los
ma edad. Pasábamos todo el día juntos. En el dos frente a frente con el picaza duro y colora-
colegio hacíamos las tareas, y después nos íba- do entre las manos, porque ninguno de los dos
mos al potrero a cazar lagartijas, buscar huevos quería darse vuelta, ¿cachai? Tú primero, le de-
de pájaros en los nidos de los árboles. A veces cía yo masturbándome. No, tú primero, me
organizábamos pichangas en el grupo con todo contestaba él lpajeándose, acercándome su
el calor detrás de la pelota. Quedábamos muer- pichula descuerada. Y no sé por qué yo no me
tos de cansados, transpirados enteros, y con la moví cuando le saltó el chorro de moco que me
camisa pegada al cuerpo, apostábamos a quién mojó la pierna. Conchetumadre, le grité parán-
llegaba primero al tranque donde nos sacába- dome y persiguiéndolo en pelotas por la orilla
mos la ropa y nos metíamos al agua. ¿Toda la del tranque. ¿Y lo pillastei, interrogó ella, tra-
ropa?, preguntó la loca con un hilo de malicia. tando de contener un acalorado escalofrío. No
Toda, porque no teníamos traje de baño y si nos pude porque ellgücvón se tiró al agua y nadaba
bañábamos en calzoncillos no se alcanzaban a mucho más rápido que yo. Si lo hubiera agarra-
secar. Qué niños tan pobres, interrumpió ella do le saco la cresta. ¿Y por qué, si los dos esta-
con fingida ironía. Si te vas a burlar no te cuen- ban de acuerdo? ¿Qué culpa tenía tu amigo de
to ninguna güevá. Si era broma, sigue no más. acabar primero?, le reprochó divertida. No sé,
Un día, no sé por qué, nos quedamos solos mi pero me quedó una vergüenza tan grande que
amigo y yo tomando el sol de guata en una pe- no hablé con él nunca más. A los dos nos que-
queña playa de arena que se formaba a la orilla dó una cosa s~cia que nos hacía bajar la vista
del agua. La arena estaba tibiecita, y no sé por cuando nos cryzábamos en el patio del liceo.
qué mi vecino empezó a moverse como si estu- ¿Y todavía tic~cs esa vergüenza? Fíjate que ya
viera culiando y me decía: qué rico, hácelo tú no, ahora que rº cuento se me pasó, y puedo
también. Y yo empecé a imitarlo viendo a mi hablar sin culpa porque fue hace tanto y eran
lado su culito blanco que apretaba y soltaba las cosas de cabros chicos. ¿Tienes otro trago? Se

!02 103
acabó todo, nos tomamos la botella entera y es sexo, ocultos de la mirada de Dios. Nada más,
un poco tarde, suspiró la loca bostezando. ¿Te se repitió eructando los vapores del pisco mien-
vas a quedar aquí? Espérame, voy a traerte una tras salía el dormitorio tambaleándose con la
frazada para que no pases frío. frazada bajo el brazo.
Cuando se paró, el suelo era goma movedi- Al entrar, escuchó la aguja del pick-up chi-
za y una náusea estomacal le arremolinaba la rriando gatuna al final del disco, y más allá,
pieza, pero zigzagueando logró caminar hasta tirado como un largo riel sobre los almohado-
su dormitorio. Mientras buscaba una frazada, nes, Carlos roncaba profundamente por los
las imágenes del secreto de Carlos las veía res- fuelles ventoleros de su boca abierta. Una de
plandecer en el primer plano de su ebria cabe- sus piernas se estiraba en el arqueo leve del
za. Pero aunque el cuento había logrado reposo, y la otra colgando del diván, ofrecía el
excitarla hasta la punta de las pestañas posti- epicentro abultado de su paquetón tenso por
zas, aunque varias veces mientras Carlos ha- el brillo del cierre eclair a medio abrir, a me-
blaba cruzó la pierna para disimular la erección dio descorrer en ese ojal ribeteado por los dien-
de su estambre coliflor, algo de todo aquello le tes de bronce d~l marrueco, donde se podía ver
pareció chocante. Y no era por moral, ya que la pretina elástica de un calzoncillo coronado
ella guardaba miles de historias más crudas por los rizos ~cgros de la pendcjada varonil.
donde la sangre, el semen y la caca habían ma- Sólo un pcque~o fragmento de estómago latía
quillado noches de lujuria. No era eso, pensó, apretado por fo hebilla del cinturón, una mí-
es la forma de contar que tienen los hombres. nima isla de piel sombreada por el matorral
~
Esa brutalidad de narrar sexo urgente, ese toreo del pubis en L1 mar cobalto del drapeado
del yo primero, yo te lo pongo, yo te parto, yo
1

bluyín. Tuvo que sentarse ahogada por el éx-


te lo meto, yo te hago pedazos, sin ninguna dis- tasis. d e l a escena,
1
tuvo que tomar aire

para no
creción. Algo de ese salvajismo siempre la ha- sucumbir al vacío del desmayo frente a esa
bía templado gustosa con otros machos, no po- estética erotizada por la embriaguez. Allí es-
día negarlo, era su vicio, pero no con Carlos, tal taba, desprotegido, pavorosamente expuesto en
vez porque la pornografía de ese relato la con- su dulce letargo infantil, ese cuerpo amado, esa
fundió logrando marchitarle el verbo amor. Si, carne inalcanzable tantas veces esfumándose
por último, sólo había sido una tierna historia en la vigilia de su arrebato amoroso. Ahí lo
de dos niños en una playa desierta buscando tenía, al alcance de la mano para su entera con-

104 105
templación, para recorrerlo centímetro a cen- rno en ese oficio de relojero, aflojando con el
tímetro con sus ojos de vieja oruga reptando roce de un pét.ilo1
la envoltura apretada de ese
sedosa por el nervio aceituno del cuello plega- lagarto somnoliento. Ni lo pensaba, dejándo-
do como una cinta. Ahí se le entregaba borra- se arrastrar abikmo abajo, marrueco abajo has-
cho como una puta de puerto, para que las ye- ta liberar de aladuras ese tronco blando que
mas legañosas de su mirar le acariciaran a la moldeaba su m~atomía de perno carnal bajo la
distancia, en ese tacto de ojos, en ese aliento alba mortaja del calzoncillo. Y ahí estaba ... por
de ojos vaporizando el beso intangible en sus fin, a sólo unds centímetros de su nariz ese
tetillas quiltras, violáceas, húmedas, bajo la bebé en pafiales rezumando a detergen te. Ese
transparencia camisera del algodón. Ahí, a sólo músculo tan ddseado de Carlos durmiendo tan
un metro, podía verlo abierto de piernas, ma- inocente, estrclmecido a ratos por el amasijo
cizo en la estilizada corcova de la ingle arro- delicado de suJ miembro yerto. En su cabeza
jándole su muñón veinteañero, ofreciéndole de loca dudosa no cabía la culpa, éste era un
ese saurio enguantado por la mezclilla áspera oficio de amorlque alivianaba a esa momia de
que enfundaba sus muslos atléticos. Parece un sus vendas. C~n infinita dulzura deslizó la
dios indio, arrullado por las palmas de la sel- mano entre el bstómago y el elástico del slip,
va, pensó. Un guerrero soñador que se da un hasta tomar c~mo una porcelana el cuerpo ti-
descanso en el combate, una tentación inevi- bio de ese nene en reposo. Apenas lo acunó en
table para una loca sedienta de sexo tierno su palma y lo ektrajo a la luz tenue de la pieza,
como ella, hipnotizada, enloquecida por esa at- desenrollando bn toda su extensión la crecida
mósfera rancia de pecado y pasión. No lo pen- guagua-boa, qJe al salir de la bolsa, se soltó
saba, ni lo sentía, cuando su mano gaviota ali- como un látigcL Tal longitud excedía con cre-
só el aire que la separaba de ese manjar, su ces lo imaginado,
1
a pesar de lo lánguido, el
mano mariposa que la dejó flotar ingrávida guarapo exhibía la robustez de un trofeo de
sobre el estrecho territorio de las caderas, sus guerra, un grudso dedo sin uña que pedía a gri-
dedos avispas posándose levísimos en el carro tos una boca que anillara su amoratado glan-
metálico del cierre eclair para bajarlo, para de. Y la loca as11í lo hizo, sacándose la placa de
descorrerlo sin ruido, con la suavidad de quien dientes, se mojó los labios con saliva para res-
deshilacha una tela sin despertar al arácnido. balar sin trabas ese péndulo que campaneó en
No lo pensaba, ni siquiera cabía el nerviosis- sus encías hue1cas. En la concavidad húmeda

I06 107
lo sintió chapotear, moverse, despertar, agujero de su boquita japonesa. Y en respues-
corcoveando agradecido de ese franclco lingual. ta, el mono solidario le brindó una gran lágri-
Es un trabajo de amor, reflexionaba al escu- ma de vidrio pára lubricar el canto reseco de
char la respiración agitada de Carlos en la in- su incomprendÍda soledad.
consciencia etílica. No podría ser otra cosa,
pensó al sentir en el paladar el pálpito de ese Ansiedad cf e tenerte en mis brazos.
animalito recobrando la vida. Con la finura de musitando palabras de amor.
una geisha, lo ernpunó extrayéndolo de su Ansiedad ele tener rus encantos
boca, lo miró erguirse frente a su cara, y con la y en la boca volverte a besar.
lengua afilada en una flecha, dibujó con un cos-
quilleo baboso el aro mora de la calva relu- Al abrir los ojos, frente a ella, Carlos se-
ciente. Es un arte de amor, se repetía incansa- guía roncando en su pose de Cristo desarticula-
ble, oliendo los vapores de macho etrusco que do por el remolino etílico del pisco. La densa
exhalaba ese hongo lunar. Las mujeres no sa- caña lo tenía sumido en la inmovilidad fláccida
ben de esto, supuso, ellas sólo lo chupan, en de sus largos miembros olvidados en el reposo.
cambio las locas elaboran un bordado cantan- El pestillo de su cíerre eclair era un pequeño
te en la sinfonía de su mamar. Las mujeres tren de bronce que seguía descarrilado a mitad
succionan nada más, en tanto la boca-loca pri- de ruta, casi en el mismo lugar. Y si no fuera
mero aureola de vaho el ajuar del gesto. La loca por ese "casi", todo hacía pensar que el revuelo
sólo degusta y luego trina su catadura lírica de imágenes anteriores sólo habían sido parte
por el micrófono carnal que expande su de su frenético desear. No estaba segura, no ate-
radiofónica libación. Es como cantar, conclu- soraba ningún sabor a carne humana en la len-
yó, interpretarle a Carlos un himno de amor gua. Pero al mirar a Carlos tan descansado, se
directo al corazón. Pero nunca lo sabrá, le permitió dudai!, viendo su carita de nene en
confidenció con tristeza al muñeco que tenía completo relajo como después de un plácido bi-
en su mano, y la miraba tiernamente con su berón. Prefirió 1~0saber, no tener la certeza real
ojo de cíclope tuerto. Carlos, tan borracho y que esa sublime mamada había sido cierta. Y
dormido, nunca se va a enterar de su mejor con esa dulce eluda equilibrando su cuerpo de
regalo de cumpleaños, le dijo al títere moreno grulla tembleque, sin hacer el menor ruido, sa-
besando con terciopela suavidad el pequeño lió de la pieza )l se fue a acostar.

108
LAS SALVAS DE VELNTE fusiles lo hicieron saltar en
el lecho y asustado por ese tronar, metió la
mano en el velador para encontrar su pequeña
Luger de cabecera. Son los cadetes de la Escue-
la que te vienen a saludar en tu cumpleaños,
dijo su mujer, 'entrando al dormitorio atcrri-
zándolo en la h1 minosa mañana opacada por el
humo de las de[onaciones. El Dictador bufó un
respiro de alivib y se dio vueltas, volviendo a
hundirse en la :bmohada. Se ven tan lindos los
chiquillos oye, con sus pompones blancos y ro-
jos, formados allá afuera. Supongo que no van a
disparar tantas veces como tus años, porque no
quedaría ni una hoja en el magnolia que recién
está floreciendo. Han llamado de todos los mi-
nisterios, y el teléfono no ha dejado de sonar
por tanta gente que quiere saludarte. Gonzalo
vino temprano y te trajo un par de corbatas ita-
lianas finísimas, bordadas en seda tornasol, y
me pidió que te las entregara yo, porque él cree
que tú no lo quieres. Mira tú qué tímido es
Gonza, y tan d~licado, tan gente. Ni parecido a

III
los edecanes que todos los años te regalan esos creen escritores, se limpian la boca contigo. Y
horribles platos de cobre con copihues y la pa- eso te pasa po¡ haberlos dejado entrar, eso te
reja de huasos bailando cueca. No tengo dónde ocurrió por ser un viejo cobarde que le tuviste
meter todo ese cachurco. El living parece ofici- miedo a la ma a fama que le hacían afuera al
na de turismo con tantos cachos, espuelas, es- gobierno. Vistq que no me equivoqué cuando
tribos y mantas tricolores. Qué poco creativa te dije que no dejaras volver a esa tropa de lite-
es la gente para hacer regalos. Y esto recién está ratos marxistal Tan diferentes oye a don Jorge
empezando, porque a las once vienen los em- Luis Borges, u~ caballero, un gentleman que se
bajadores, después los comandantes y sus se- emocionó tant1> cuando lo condecoraste con la
ñoras que les da por traerte libros. ¡Como si qui- Cruz al Mérito Dicen que el pobre se perdió el
sieran educarte! Fíjate tú. Como si tú leyeras Premio Nobel porque habló bien de ti. Mira tú
tanto esas coleccíones de historia, de literatura qué-desgraciados son esos suecos que se hicie-
empastadas con lomo dorado. Que no te digo ron los suecos con el pobre viejo. Dicen que
que sean ordinarios, porque deben valer una for- sus libros son muy interesantes, pero la verdad
tuna y le dan un aire intelectual a la sala, ade- Augusto, yo no entendí ni jota cuando traté de
más hacen juego con los marcos color oro de leer el Olé, Haley, Alf. ¿Cómo se llama ese li-
los cuadros. La Primera Dama, frente al espejo bro famoso? Tú me dirás que no tengo corazón,
del tocador, se empolvaba la nariz con su es- ¿pero qué sabía yo que Borges era ciego? Y cuan-
ponja de plumas de cisne. No hay derecho, qué do me lo presentaron, en vez de darme la mano,
manera de salirme arrugas en la frente Augus- agarró el brazo del sillón. No me vas a decir
to. Mira, tengo casi tantas como tú, y eso que que no te dio risa, porque estaba lleno de auto-
yo soy mucho más joven. Deben ser los malos ridades y escritores que se mordieron la boca
ratos, sustos y rabias que he pasado a tu lado para no soltar la carcajada. Y no me mires con
oye. Ninguna mujer habría soportado que a su esa cara de censura, porque hoy estás de cum-
marido la prensa mundial lo tratara de tirano, pleaños, yo hablo lo que quiero y no me impor-
Dictador, asesino. Y aunque sean mentiras, aun- ta que a ti te moleste. No faltaba más. Póncle
que todos los chilenos sabemos que salvaste a esa cara de og~o a tu tropa, pero a mí no me
la Patria, no me vas a negar que ha siclo bochor- eches a perder este día que hay tanto que hacer.
noso. Sí, como te digo, es una pesadilla saber Y salió de la habitación tocando la campanilla
que todos esos comunistas patipelados, que se para que viniera la servidumbre. No había caso,

II2 II3
ni siquiera el día de su cumpleaños ella se po- ción con la foro de Augustito y lo obligó a re-
día callar, y de lejos la escuchó ordenando a la partírselas a todos sus compañeros de curso. ¿A
mucama que no dejaran entrar a nadie mien- todos?, preguntó el niño con altanero desdén.
tras Augusto no se levante. Mientras él siguie- A todos, ratificó la madre mirándolo con fir-
ra amodorrado entre las sábanas tratando de meza, porque no creo que tan chico ya tengas
cazar un último vacío de sueño. Y lo consiguió, enemigos. Todos son mis enemigos, rezongó
al abrir los ojos a otra habitación donde colga- Augustito con.jsoberbia. _Ya, ~o sea renc~roso,
ban de la pared sus juguetes de niño. Se las peleas de niños se olvidan Jugando. As1, uno
arrumbaban en las repisas los carros de aurigas a uno, sus compañeros recibieron la invitación,
imperiales, los camioncitos, jeeps y tanques y fueron más de cuarenta veces que dijo, te in-
blindados en espera de un pequeño combate. vito a mi fiesta, reiterando la estrofa de una
Las colecciones completas de guerreros persas, odiada cancióri. Nadie almorzó tranquilo en su
de soldados romanos, gurkas etíopes, la caba- casa esa tarde, ¡1a empleada y su mamá corrían
llería del general Custer, Alejandro Magno y sus acomodando los quequcs de naranja, las tartas
legiones enanas moldeadas de plomo, perfecta- de vainilla, y la gran torta de lúcuma que insta-
mente en línea. Era el zoológico de guerra que laron en el centro de la mesa con las diez vclitas.
había rodeado sus años de infancia, coleccio- A las cuatro d~ la tarde, lo metieron a la tina
nando en esos juguetes, el fantasma lúdico de del baño, y cm~ una esponja de mar le rasparon
una matanza. Los recorrió, pasando revista a el negro piñéJ que acumulaba en sus patas y
las diminutas tropas con sus ojillos de niño lin- orejas de niño sucio. Lo dejaron colorado de tan-
ce, y trató de recordar qué colección le faltaba to refregón, del~anto talco y perfume_s fragantes
para pedirla de regalo en su próximo cumplea- que friccionarun su espalda. A las cmco ya es-
ños. Nada más, ni torta, ni sorpresas, ni fiesta. taba listo, rubicundo y bien peinado con su co-
Nada de eso. Le tomó odio al chocolate, los glo- pete a la gomina, impecablemente vestido, en
bos, las serpentinas y gorritos, desde que a su los algodones tiesos de su blanco traje de mari-
mamá se le ocurrió celebrarle su día con una nero. Qué lindo se ve mijito, lo acosaba su
gran fiesta. Un cumpleaños grandioso, Ja fecha mamá pellizcándole los cachetes guindas de su
en que Augustito cumplía diez años. Y en rea- cara mofleta.
lidad, ella estaba tan entusiasmada que mandó Augustito, sentado en la cabecera de la
pintar la casa, hizo imprimir tarjetas de invita- mesa, ni pestañeaba mirando la puerta de calle

rr4 IIS
' .

donde vería desfilar uno a uno a sus detesta- te se había quemado tres veces de tanto reca-
bles compañeros. Y estaba feliz esperando que lentarlo, y los merengues comenzaban a derre-
llegaran y se posaran como moscas en su apeti- tirse en gotas espesas sobre el albo mantel. A
toso pastel. Augustito no cabía de gusto, ima- las ocho, el timbre no había sonado ni una vez,
ginando sus bocas engullendo la torta, pregun- y Augustito estaba mudo cuando entró su ma-
tando qué sabor tan raro, qué gusto tan raro, dre, que secándose la mirada vidriosa, quiso
¿son pasas?, ¿son nueces?, ¿son confites moli- hacerlo todo nada, alterando la voz con una
dos? No, tontos, son moscas y cucarachas, les risita optimista, llamando a la empleada para
diría con una risa macabra. Todo tipo de insec- que prendiera Lis velas, ordenándole que sirviera
tos que los había despedazado, echándolos a de todo para los tres como si no faltara nadie.
escondidas a la bella torta. Entonces vendría la Su madre, que trataba de levantarle el ánimo,
estampida, las arcadas, escupos y vómitos que cuando entre las dos mujeres entonaron un de-
arruinarían el mantel. Viste mamá, que no te- sabrido Cumpleaños Feliz. Tienes que pedir un
nía que invitarlos, le diría a su madre que a deseo antes de soplar, lo interrumpió ella po-
escobazos los expulsaría del salón. A las seis, niéndole un dedo en sus tercos labios. Enton-
las tripas le gruñeron pidiéndole algo, y él las ces Augustito ensombreció el azul intenso de
calmó picoteando galletas y golosinas. ¿Toda- sus ojillos paila mirar uno a uno los puestos
vía no ha llegado nadie?, preguntó la empleada vacíos que rodeaban la mesa. Y un silencio fú-
desde la cocina con la leche hirviendo. No hay nebre selló el deseo fatídico de ese momento.
que preocuparse, para estas cosas los niños Y cuando sopló y sopló y sopló, la porfía de las
siempre se retrasan, interrumpió la madre, sen- llamas se negaban a extinguirse, como si trata-
tándose a su lado para alisarle su gran jopo de ran de contradecir la oscura premonición. Bue-
mojón. ¿Quieres un poco de chocolate con le- no, y como no hay mal que por bien no venga,
che mientras esperamos? No quiso, porque los cantó su mamá, mi niño podrá comerse toda la
arrebatos del ocaso nublaron de legañas ocres torta que quiera, porque a nosotras con la nana
el telón del cielo, y permaneció inmóvil como nos mataría la diabetes. Y ante los desorbitados
la estatua de un pequeño almirante de yeso en ojos de Augustito, el gran cuchillo de cocina
espera de un desembarco. A las siete, tuvieron rebanó el bizcocho en un gran trozo que le im-
que prender las luces del salón para que al niño pusieron fren~e a su cara. Y no me d~g.as que no
sentado no se lo tragara la sombra. El chocola- quieres, lo amenazó su madre, dulcificando su

II6 II7
gesto al ofrecerle en la boca una cucharada del ¿Qué te parece este cremita con cuello de
insectario manjar. Ya pues mi niño, abra la boca. brocato? Aunque tengo este Chanel mostaza
A ver, una cucharada por mí, una cucharada por que no he usado nunca, porque Gonzalo dice
la nana, y una cucharada por cada año que cum- que me veo amarillenta. ¿Qué crees tú? ¿Qué
ple. Y Augustito, conteniendo la náusea, tragó piensas ahí tirado como una foca refunfuñan-
y tragó sintiendo en su garganta el raspaje do? Gonzalo cree que el color mostaza me opa-
espinudo de las patas de arañas, moscas y cuca- ca el rosado natural de mi cutis, él dice que si
rachas que aliñaban la tersura lúcuma del pas- lo combino con ... Hasta ahí pudo escuchar el
tel. rosario parlotero de su esposa, y sentándose en
¿Y todavía no te levantas hombre?, te llega el lecho pulsó el tocacasetes para gozar el
a salir humo de la cama. El grito de su mujer lo guaripoleo de Lily Maricen.
despertó de un costalazo. Por esta vez agrade-
ció el sobresalto de esa voz de lata que de un
zuácate lo trajo al presente. Aún tenía en la
garganta el asco de aquella torta, y necesitó be-
ber un sorbo de agua para tragarse el resabio de
aquel entomológico cementerio. Desde allí odió
las tortas, los regalos y toda la faramalla
acaramelada del Cumpleaños Feliz. Han llega-
do cinco tortas: de piña, de merengue, de
chantilly y dos selva negra. No me digas que
no estás contento. Además falta la de once pi-
sos que esta noche en el Club Militar te van a
llevar las Damas de Cerna Chile. Tan cariñosas
las señoras oye, que pusieron a todas sus em-
pleadas a fabricarte ese Vaticano de merengue.
Mide tres metros de altura, y está entera deco-
rada con sables cruzados de mazapán. No me
digas que no te emociona. Lo único que no ten-
go claro es qué traje me voy a poner esta noche.

II8 119
UN DERRUMBE r¡E nuLTOS despertó a la Loca del
Frente malhumorada. Quién chucha metía ese
ruido tan tcm9rano. Alcanzó a tomar la bata y
salió del dormitorio a cachar el escándalo. La
casa relucía dJ limpia por el aseo que Carlos
había hecho tan de mañana. Dos jóvenes ami-
gos suyos arrastraban unas cajas escalera abajo,
y más atrás, la mujer que él decía se llamaba
Laura y era su compañera de universidad, daba
órdenes como Cleopatra dirigiendo el desalojo.
¿Qué pasa aqufi, exclamó con los labios frun-
cidos por la ausencia de la placa dental. Buenos
días y perdone por el ruido, Carlos dijo que nos
podíamos llevar estos libros, la saludó la chica
con impostada educación. Podría haberlo he-
cho personalmente, ya que fue él quien me pi-
dió que se las guardara. Y tenga cuidado señori-
ta con el cigarrillo, mire que estos libros pue-
den estallar como un polvorín, le dejó caer la
frase sarcástica, saboreando algún secreto que
la chica y los dos muchachos sorprendidos si-
mularon no saber.

121
Creen que una es güevona, refunfuñó, reco- Tantas amlazas la tenían chata, pero una
giendo los almohadones repartidos por el suelo preocupación se instaló en el vértice de sus ce-
en el ímpetu de la mudanza. Podrían tener más jas depiladas. Tcnín que saber algo más de esa
respeto con la decoración estos cabros de mier- noticia, averi!f uar otros. anteceden.tes m~s
da, murmuró colifrunci, al tiempo que palpaba confiables que sólo la Rad10 Cooperativa podía
sus dientes postizos olvidados bajo un cojín en entregar. Por eso giró la perilla buscando en el
el fragor de la tomatera la noche anterior. Y más abanico de músicas y voces el tararán tan reco-
atrás tanteó un plástico duro, una tarjeta o un nocido:
carnet de identidad que acercó a sus pupilas mio-
pes. ¿Y si era de Carlos? ¿Y si no se llamaba Car- COOPERATIVA, LA RADIO DE LA MAYORIA,
los? Y si le hubiera mentido y su nombre era INFORMA: LA AGRUPACIÓN DE FAMILIARES DE
Cornelio Sanhueza, por ejemplo. [Qué horror! DETENIDOS ÜESAPARECIDOS CONVOCA A UNA
¿Cómo volvería a quererlo con ese nombre de VE.LATÓN FRENTE A LA VICARÍA DE LA
albañil, de gasfiter! Prefería no saber, no ente- SOLIDARIDAD EN PLAZA DE ARMAS. ESTE ACTO
rarse de nada más en esta película incierta. Con TIENE COMO OBJETIVO EXIGIR JUSTICIA POR LOS
los cajones y las reuniones de barbudos en el al- ATROPELLOS COMETIDOS EN DERECHOS HUMANOS
tillo ya tenía suficiente, y pensó que algún día,
en algún instante iba a alegrarse de haber repri- De tanto escuchar transmisiones sobre ese
mido su espíritu copuchento. Por eso se olvidó tema, había logrado sensibilizarse, emocionar-
del carnet y guardándolo en su bolsillo, encen- se hasta vidriar sus ojos, escuchando los testi-
dió la radio para evadir la tentación de leerlo. monios de esas señoras a quienes les habían
arrebatado al marido, a un hijo, o algún fami-
UN COMUNICADO DE LA DIRECCIÓN NACIONAL liar en la noche espesa de la dictadura. Ahora
DE lNFORtvlACIONES DE GonJE.RNO DECLARA QUE se atrevía a decir dictadura y no gobierno mili-
SE HA DESBARATADO YN PLAN SUJ!VERSIVO QUE SE tar, como lo ~lamaba la Lupe, esa loca tan
PRETENDÍA PONER EN PRÁCTICA EN EL MES DE miliquera, tan c~c derecha y no tiene dónde caer-
SEPTIEMBRE. ADEMÁS, AGREGA QUE SE HAN se muerta. Porleso prefería no discutir de polí-
TOMADO TODAS LAS MEDIDAS NECESARIAS PARA tica con ese maricón hueco hasta de la cabeza.
PREVENIR HECHOS DE VIOLENCIA EN LAS PRÓXIMAS Y por lo mismo la despistaba, o le cambiaba el
FECHAS tema cuando insistía en preguntarle por Car-

122 123
los: ¿Y qué apellido tiene? ¿Y dónde vive? ¿Y que te los comes calladita, cuando cae uno
en qué universidad estudia? ¿Y tiene hermanos? arrancando del toque de queda. Pero uno es
Ay niña, ni que estuvieras caliente con el ca- humana pues niña, no va a dejar que al joven
bro, le contestaba iracunda para que se cansara lo encuentre una patrulla. Además, ellos son
de preguntar. Pero al rato seguía la cargante: ¿y los que me lo proponen. Qué sería de nosotras
cómo lo conociste?, porque tú por la universi- sin el toque de queda, no habría nada que
dad pasaste por el frente. Sí, por eso me llaman echarle al pan, nos tendríamos que meter a un
la Loca del Frente, estúpida, le refregó en la cara. convento. Por eso yo amo el toque de queda,
¿Y ele qué frente?, agregó la Lupe con su ino- amo a mi general que tiene a este país en or-
cencia de reno pascual. No va a ser del Frente den. Amo a este gobierno, porque a todas las
Patriótico Manuel Rodríguez pues niña, mella- locas nos da de comer, y con el miedo, los ro-
maría Tania, la Guerrillera, y te pondría una tos andan más, calientes. Porque no me vas a
bomba en el culo para que no preguntaras más. negar que con la cesantía los hombres están
Qué colisa tan sapo. Pero era tontorrona la regalados. Date una vuelta por el Paseo Ahu-
Lupe, por eso se creía de derecha. No tenia idea mada y la Plaza ele Armas, te persiguen, te aco-
lo que era ser de derecha, pero decirlo daba dis- san pidiéndotd una moneda, un peso, un ciga-
tinción. Era elegante ser de derecha y pronun- rro, lo que se9 con tal de irse contigo. Hasta
ciarlo fuerte con la mandíbula caída en medio ahí había dejado la conversa con la Lupe para
de todas esas locas cabeza de papa que iban a no darle un charchazo por necia y le había cam-
la disco. Porque de todas no se hace una, todas biado el tema porque nunca iba a entender. Y
son iguales y viven pendientes del corte de por suerte para ella, había llegado Carlos a su
pelo, del cinturón, de la polenta que se van a vida mostrándole la realidad cruel que rodea-
poner el sábado para ir a zangolotearse a la dis- ba a los chilenos. Ese tirano infame que
co, donde se manosean y atracan entre ellas mandonca al país desde la Moneda. Y nadie se
como los gays ele Estados Unidos, porque esas atreve a cantarle las claras o a ponerle una
tontas no saben lo que es un hombre, nunca bomba para que reviente en pedacitos, enton-
han tenido un macho con olor a huevas y so- ces ella recogería con pinzas una célula del
baco que les dé vuelta el hoyo a cachas. Pero general y se la regalaría a la Lupe diciéndole:
ésas son costumbres de viejas, la picaba la Lupe Toma niña, para que te hagas un escapulario
estirando el chicle con el dedo. Lo más bien chiquitito, chiquitito.

124
Tres días transcurrieron desde la noche del estos tiempos, le contestó alisándose el cabello
cumpleaños y de Carlos ninguna noticia. Va- pegado de tranJpiración. Pero siéntate, descan-
rias veces estuvo tentada de mirar el carnet para sa un poco. No 1medo,me están esperando. Que
saber su identidad, pero se contuvo por un pál- te esperen. Mifa cómo te salta el corazón, lo
pito extraño que le paralizaba los dedos cuando alertó poniéndole un dedo en su pecho. La Pa-
tanteaba el plástico de la tarjeta. De las cajas tria me llama, ¡bromeó Carlos exhalando can-
mandadas a guardar por él, sólo quedaban dos y sado. i. Y cuál es el trámite que te pide esa Pa-
el cilindro de metal, que era lo único que deco- tria tuya? Debd entregar este paquete a las doce
raba la gran pieza. Una enorme sensación de y ya falta una hbra, suspiró mirando el reloj. i. Y
abandono se iba apoderando del lugar, exten- si lo fuera a dejdr1 yo?, preguntó sugestiva la Loca
diendo su tapiz melancólico en los rincones del Frente. Es delicado, más bien confidencial.
vacíos. Algo de esta novela estaba llegando a Me encantan Ids películas de espías. Dime dón-
su fin y podía presentir el mismo eco de parti- de es. ¿Lo haríds por mí? La loca soltó una hon-
da que había enrielado su destino. Quiso Iírn- da exclamación: Supieras de lo que soy capaz.
piar, encerar, pero no tenía ánimo ni siquiera Bueno, entonces 1
escúchame con atención. Pero
para dar un escobazo. Y con esa miseria de ener- anótarne la calle y el número. No, le cortó Car-
gía, trepó la escalera del altillo alcanzando una los tajante, debes aprendértelo de memoria. Es
!
vista encumbrada de la ciudad mohosa en el en el centro, en la segunda cuadra de Ahuma-
aluminio óxido de los techos. Quiso verlo apa-
1

da. El paquete Jo va a recibir un hombre de bi-


recer, allá abajo, doblando la esquina, caminan- gotes, va a estar en la puerta de una tienda que
do arqueado con su entrepierna húmeda y olo- se llama... 1
rosa. Quiso sentirlo tan cerca como la otra no- En realidad era tan fácil llevar esa bolsa tan
che cuando la embotadura del alcohol le revol- pesada y hacer11e ese favor a Carlos. Como siem-
vió en lujuria mentirosa el tacto soñado. Pudo pre, no pregunLó nada más, y mientras trotaba
pensarlo en la elástica flexión de su caminata para alcanzar 1J1 micro, se repetía como lora las
apurada, siempre llegando de algún trámite y . diicacioncs
m . ¡ 1 e entrego, su amor. Al sentar-
que
partiendo a otro. Tu vida parece una maratón, se y poner la b<~ilsa en su falda, un frío metálico
le había dicho una tarde que entró sofocado de cargó sus rodillas. Deben ser herramientas, ali-
la calle, sólo para mojarse la cara, descansar un cates, martillos, tuercas, vaya uno a saber. Vaya
momento y volver a salir. Así de urgentes son uno a preguntar, si el chico te pide un favor tan

126
l 127
simple, seguro que confía en mi discreción. Al de la nube ácidJ de la represión. Varias cuadras
llegar al centro, dos tunazos de lanzabornbas más allá, recién ~intió el vahído del agotamiento
enmudecieron la micrera conversa. Por la calle por el agitado iJ1cidente. Al bajar de la micro,
un tumulto de gente corría tapándose la boca, aún la náusea de las bombas la hizo caminar
metiéndose en cualquier parte, desesperados por patuleca entre b1 gentío del Paseo Ahumada,
huir del aire picante de las lacrimógenas. Cie- entonces sintió: el peso plomo de la bolsa que
rren las ventanas, cierren las puertas, gritó la cargaba su mano. Esta güevá pesa más que un
loca, tosiendo hasta las tripas con ese ardor as- muerto, por suerte la tengo que entregar en la
fixiante. Una guagua rompió en llanto, un abue- próxima cuadrri. Y por suerte no hay más pro-
lo hacía gárgaras de taquicardia tratando de tra- testas. Y no terminaba de pensar esto, cuando
gar el poco aire. Una mujer en la desesperación una muchedurribre se vino encima arrancando,
1
perdió un zapato, y la Loca del Frente le ayudó metiéndose en las tiendas, gritando: P1NOCHET-
a buscarlo carraspeando bajo los asientos. La CNI-ASESINOS oEJ PAÍS, corrían desaforados, ca yen-
humareda agria envolvió al vehículo, y en el '
do, parándose, tirando abanicos de panfletos que
tumulto saltó a la vereda, cegada por el esco- nevaban el desconcierto de la loca, estática en
zor. Pero el paquete de Carlos se le había que- medio de la tlil1ifulca. Arranquen, vienen los
dado en el asiento de la micro que ya aceleraba pacas, Y-vA-A·l.AER, Y-VA-A-CAER, PAC0 ~CULIAO-
1

a media cuadra de distancia. Entonces, armán- CAFICHE-DEL-EST1 DO. Cuidado que vienen por la
dose de valor, corrió y corrió tropezando, hun- Alameda. Corr t que parecen perros apaleando
diéndose en el infierno lacrimógeno hasta aga- gente. ¿Y por qité me van a hacer algo a mí? 1 ni
rrarse de la micro y lograr trepar acezante, bus- cagando piensd correr. Tendrán que respetar a
cando desesperada la bolsa que dejó en el asien- una señora mayor, a una dama decente. Pero ya
to. Pero ya no estaba, había desaparecido en la el choclón gridm había pasado y detrás vio ve-
confusión. ¿Busca estot, le preguntó un estu- nir la máquina ltc escudos, cascos, bototos arra-
diante apuntando con el dedo la bolsa que ha- sando todo con el rastrillo de los lumazos. Bajo
bía rodado bajo los asientos. Al tiempo que una el tamboreo de los palos en las espaldas, en los
ráfaga de aire fresco entró por las ventanas in- cráneos, caían mujeres, viejos, estudiantes y
flándole de tranquilidad su enorme suspiro. niños pisoteados por el suelo. La muralla poli-
Carlos nunca me lo hubiera perdonado, se dijo cial la tenía ~nfrentc, pero la loca, dura,
abrazando el bulto mientras la micro se alejaba empalada de terror ni se movió, y arriscando su

128 129
nariz con una mueca imperiosa, caminó direc- desaparecer. Cada vez que Carlos se perdía, un
tamente al encuentro de la brutalidad policial. abismo insondable quebraba ese paisaje, vol-
¿Me deja pasar?, le dijo al primer uniforme que viendo a pensarlo tan joven y ella vieja, tan
tuvo enfrente. Y el paco sorprendido ante el hermoso y ella tan despelucada por los años.
descaro de esta pajarraca real, titubeó al empu- Ese hombrecito tan sutilmente masculino, y
ñar la luma, al alzar la luma para quebrar esa ella enferma cid colipata, tan marilaucha que
porcelana altanera. Con tanto desorden una ni hasta el aire que. la circundaba olía a fermento
siquiera puede hacer las compras del supermer- mariposón. i Y {1ué le iba a hacer?, si la tenía
cado tranquila. ¿Me da permiso?, le insistió al moribunda com¡) un papel de seda marchito por
paco que se quedó con la luma en alto hirvien- la humedad de r.u aliento. ¿Y qué le iba a ha-
do con las ganas de aporrear esa coliflora cer?, si en su vida siempre alumbró lo prohibi-
pinturita. Pero ya era tarde, porque de un do, en el retangueo amordazado de imposibles.
pestañazo la loca había roto el acorazado muro,
y llevando como una pluma la pesada bolsa, se Quién iba a imaginar que el verdadero amor
confundió en el tráfago alterado del paseo pú- nos golpearía de este modo el corazón:
blico. Recién más allá respiró con alivio cuan- ya tarde cuundo estamos sin remedio
do vio el letrero ele la tienda señalada por Car- prisioneros de la equivocación.
los. Y en el momento que el carillón de una
iglesia campaneaba las doce, descubrió al gor- Cuando apareció nuevamente, a los tres
do bigotudo parado en la vitrina. Aquí está el días del cumpleaños, vino sólo a retirar las úl-
encargo que le manda Carlos, le susurró al hom- timas cajas y el tubo de acero que se lo llevó
bre, que descolocado por su hornosexuada pre- forrado en el tafetán con vuelos de encajes que
sencia, tomó el paquete, le dio las gracias entre ella le había confeccionado. z.Te molesta que
clientes y se hizo humo en la hoguera de rostros me lo lleve asf], Me da lo mismo, pero si tú
tensos que tramitaban el mediodía. quieres ocultar lo que es, así se ve más llamati-
Tantas cosas que había hecho por Carlitas, vo. ¿Entonces tú sabes de qué se tratai, la inte-
y era capaz de hacer muchas otras, nada más rrogó él sujetando el cilindro al pie de la escale-
que por su deliciosa compañía, meditó solita- ra. Mire lindo, que una se haga la tonta es una
ria en el altillo, horadando con sus ojos secos la cosa, pero por suerte el amor no me tiene
perspectiva de la calle que hacía tres días lo vio mongólica, le gritó con despecho de sirena sin

130 131
mar. Y corrió escalera arriba perseguida por el apodo, un seudónimo. Cuando yo hacía show
tranco fuerte de Carlos que la alcanzó en mitad travesti usaba seudónimo, nombre de fantasía
de los peldaños, y tomándola de un brazo, le le dicen los colas. ¿Y cuál era tu nombre de
clavó la espina negra de sus ojos. ¿Y por qué travestí! ¿Y por qué te lo voy a decir si tú no
nunca preguntaste nada? ¿Cómo que no pregun- me dices el tuyo? Esto es otra cosa mariposa,
té nada? Me cansé de preguntarte y tú siempre rió Carlos, guardando el carnet, es político, es
diciendo: 'después te explico, después te expli- otro nombre para actuar en la clandestinidad.
co', como si una fuera la más necia de las locas. ¡Ay Carlos {con infantil timidezL esas palabras
Porque en el fondo (con un sollozo en la burbu- me asustan, se parecen a las que repiten las
ja de la voz], tú nunca me tomaste en serio, noticias de la Radio Cooperativa !mirándolo con
nunca creíste que yo podía guardar un secreto. miedo cinematográfico). ¿No me vas a decir que
No era eso, dijo Carlos, tomándola de la cintu- tú eres del Frente Patriótico Manuel Rodríguez?
ra, ayudándola a subir el resto de escalera. Se- A estas alturas, murmuró Carlos, "somos". Se
ría peligroso que tú manejaras más información. parece a una canción: "Somos un sueiio impo-
¿Y por qué], ¿no estamos metidos los dos en lo sible que busca la noche." Tienes razón, pero
mismo? Seguro, afirmó Carlos, y a ella le en- lo que nosotros buscamos no es la noche, es el
cantó compartir ese "los dos", ese "nosotros" día, el amanecer de la larga oscuridad que vive
que él reafirmaba como peligrosa complicidad. este país. Otra vez te pusiste serio, chicharreó
¿Quieres que te cuente algo de lo que te puedo ella como una niña, enroscándose el dedo en
contar?, porque es injusto que habiéndonos ayu- una cinta de tul~ Es muy serio, más de lo que tú
dado, sepas tan poco. Mira, siéntate, converse- crees, por eso y(l prefiero que sepas lo justo. Y
mos. Yo no me llamo Carlos. Ya lo sé, elijo ella si algún día no~ tenemos que comunicar en la
sacando el carnet de identidad que había guar- clandestinidad, 'vamos a usar una contraseña,
dado días atrás. ¿Dónde lo encontraste?, estaba una palabra, una frase secreta que solamente
súper urgido. No te preocupes, lo encontré de- conozcamos lo~ dos, ¿qué te parece? Me encan-
bajo de ese asiento y ni siquiera he mirado el tó (ella tenía las¡mcjillas como duraznos al sol),
nombre. ¿Quieres mirarlo ahora? o ¿quieres que ¿y puede ser una canción? No se usa mucho,
yo te lo diga? Aunque yo prefiero, por seguri- pero si tú quieres, no deben ser más de tres pa-
dad, que me conozcas por Carlos que es mi cha- labras. Ya la tengo, la encontré. ¿Quieres que te
pa. ¿Y qué es eso de chapa? Algo así como un la escriba? Nunca, jamás, rugió Carlos con

132 133
lúdica ternura. Una contraseña nunca se escri-
be, hay que aprendérsela de memoria. Enton-
ces te la digo al oído. Carlos acercó su mejilla
sin afeitar a la boca picaílora que lentamente le
sopló los vahos cupletcros de aquel nombre.

LA MAN ANA DE SEPTIEMBRE relucía cristales de es-


poras que jugaba~ en el aire, un calorcillo páli-
do templaba la e ipula del jardín donde las em-
pleadas embalab. n mercaderías, ropas y comes-
tibles en los autos de la comitiva presidencial
para el largo fin de semana. El Dictador salió de
la casa perseguido por la letanía cacatúa de su
mujer, que aún en bata, se agarraba la frente
asaeteada por la jaqueca. Tú no me crees, tú
piensas que es puro teatro mi dolor de cabeza
para no acompañarte. Tú crees, como todos los
hombres, que las mujeres usamos la artimaña
de los bochornos para no hacer ciertas cosas.
Imagínate cómo voy a preferir quedarme abu-
rrida en esta casa tan grande, mientras tú te
rascas la panza frente al río, rodeado de árbo-
les, en esa preciosura de chalet que tenemos en
el Cajón del Maipo. Porque fue idea mía que se
la compráramos tan barata, casi regalada, a esos
upelientos que mandaste al exilio. Y ahora, así
como está de arreglada, debe valer una fortuna.
Piensa tú, ¿qué haríamos si no tuviéramos to-
das estas propiedades para descansar", tendría- mullo de los grillos, al zumbar de los matapiojos
mos que mezclarnos con la chusma que va al en el pastoreo cÍcl campo. Una sirena especial
Club Militar a remojarse las patas en la pisci- para anunciarlo' sin la "u" ni la "a" ni la "o"
na. Qué asco, bañarse en la misma agua donde interminable qL\e en ese momento le recorda-
tus amigotes, esos generales vejestorios, se re- ba el palabreo d~ su mujer.
mojan las bolas. Por eso Augusto, no creas que Corte eso, l?,ue en este país de lauchas na-
soy yo la que no quiere ir al Cajón este fin de die se atrevería ,1 cruzarse en mi camino, le or-
semana, es este maldito dolor que me parte la denó al chofer. !Nadie que yo conozca, pensó,
cabeza. Además allá vas a estar más tranquilo menos ese Fren~e Patriótico Manuel Rodríguez,
sin mí, vas a escuchar tus marchas a todo chan- que son puros estudiantes que juegan a ser gue-
cho sin que nadie te diga nada, sin que yo te rrilleros. Son puros cabros maricones que tiran
moleste con mi conversación, porque sé que te piedras, cantan canciones de la Violeta Parra y
da lata escucharme, por eso te haces el leso viejo leen poesías. Mire qué hombrecitos, chiquillos
zorro, finges que me escuchas y mueves la ca- pollerúos que recitan poemas de amor y metra-
beza afirmando como tonto. Andate luego en- lleta. Yo odio la poesía, como le dije a ese pe-
tonces si te molesta que yo hable tanto, súbete riodista gücvón que me preguntó si leía a
al auto luego que tienes a todos los chiquillos Neruda. ¿Escribió alguna vez un poema?, me
de la escolta esperando. dijo el imbécil. i Quiere que le diga una cosa?
Después del beso a la rápida que le dio su Odio las poesías, Ni leerlas, ni escucharlas, ni
mujer, subió los vidrios automáticos de la escribirlas, ni nada. Cómo se le ocurre pregun-
limosina para cortar los ecos de esa despedida. tarme semejante güevacla. Lo único que le faltó
La hilera de coches tomó la calle arbolada del era preguntarme si yo bailaba ballet. Y a ese
Barrio Alto en un aullido de sirenas. Y fue ex- Neruda, que por suerte estiró la pata el 73, yo
traño el sobresalto que tuvo al escuchar ese ala- lo habría mandado al Servicio Militar para que
rido rompefilas, que siempre acompañaba sus aprendiera a pensar como hombre. ¿Qué hubiera
desplazamientos. Esta vez le molestó ese ulu- siclo de este pa~s con un poeta comunista ele
lar de emergencia, tan parecido al de los bom- Presidente? Y ~ensar que tuve que aplaudirlo
beros, o al de las ambulancias, que rompían el en el Estadio Ndcional el 72, cuando los suecos
silencio con su presagio de desastre. Mandaría le dieron el Nobel. En fin, se relajó, lo único
a cambiarla, tal vez una sirena cercana al mur- bueno es que su mujer no le iba a llenar el fin

137
de semana con su tarareo rezongón. Que paz, maban el país en una fonda de patipclados re-
qué éxtasis poder viajar solo, echado en el asien- voltosos? Por suerte Dios y la Virgen del Car-
to de la limusina mirando los pastos tiernos que men habían apoyado su histórico gesto, y aho-
en esta época alfombraban la ruta. ¿Nos vamos ra Chile era una nación ordenada y fértil como
por Pirque y no por la cuesta de Achupallas, lo mostraba el ~aisajc florido que pasaba por la
mi general?, porque parece que en la Cuesta es- ventana del auto.
tán arreglando el camino, le comentó el chofer.
¡Qué raro que el alcalde no le hubiera dicho nada
sobre los arreglos del camino, si esa misma
mañana estuvo conversando con él! Era una lata
dar esa vuelta cuando a él le gustaba pasar por
ese abismo. Ver tan pequeño el río allá abajo
cuncuneando entre las piedras, y ese murallón
de cerro donde cabía un solo auto. Al pasar por
ese lugar el pálpito del vértigo se mezclaba con
cierta inquietud de gozo, como si 1<1 comitiva
hiciera el papel de un equilibrista sobre el alam-
bre del camino en la brevedad de un tránsito
mortal. Era la primera sensación que tuvo el
once de septiembre del 73' cuando dio la orden
para que los Hacker Hunter soltaran sus hue-
vos explosivos sobre La Moneda. Claro que en
ese momento él se encontraba en Pcñalolén ,
en lo alto de Santiago, dirigiendo toda la opera-
ción desde una cómoda sala de comandos. Son-
rió al recordar ese instante. ¿Qué se creían ese
Allende y sus secuaces, que a él le iba a tem-
blar la mano para iniciar el asalto? ¿Qué pensa-
ban esos marxistas, que el Ejército se iba a que-
dar de brazos cruzados viendo cómo transfor-

138
CARLOS LA SORPRENDIÓ mientras secaba unas ta-
l
zas en la cocina. Se acercó por detrás tapándole
la vista con su jugueteado humor. ¿La vida o la
contrascñai, la apuntaló con la mano empuña-
da como si fuera un arma. Usted es mi vida,
dijo ella amorosa, caracoleándose en su abrazo.
¿Y la contraseña? Tendría que obligarle a mi
corazón que se la cante. Vamos cantando en-
tonces, le insistió Carlos, con la voz de gangs-
ter enronquecida en teatralidad. Tendría que
matarme de a pedacitos, y ni aun así lograría
saber el nombre de esa canción. ¿Entonces es
una canción? Pero hay miles de canciones de
amor. ¿Entonces Jes una canción de amor? De
amor y peligro, exclamó ella girando en sus bra-
zos hasta quedar frente a frente, a centímetros
ele su aliento embrujador. ¿Usted es fácil ele so-
bornar?, continu~1 Carlos con el romántico in-
terrogatorio. Tanlfácil y difícil como cortar una
rosa sin clavarse las espinas? ¿Y si uso guan-
tes? La rosa lo cpnfundiría con el jardinero y
moriría sin condcer el tacto de su emoción.

141
Estaban tan cerca que podía zambullirse en la esa compañera de universidad que te presenté
espesura de sus ojos, y Carlos, turbado, la abra- el otro día. Debe tener mucho dinero esa niñi-
zó fuerte quebrando su talle sin temor de cla- ta. ¿Y se llamatl.aura o es una chapa como le
varse las espinas. ¡Uff! qué cariñoso, se despren- dicen ustedes? Eso no te lo voy a contestar, con-
dió ella del abrazo. Ni que te fueras a ir, parece fórmate con lo que te conté. Pero si no me qui-
que te estuvieras despidiendo para siempre. En siste contar naLla Carlos. Mejor así, porque si
estas cosas nunca se sabe, contestó el chico sin nos agarran, contigo se ensañarían ¿Y tú crees
disimular la amargura, pero para qué pensar en que yo no soy capaz de resistir un interrogato-
eso. Ando en el auto, ¿quieres que vamos a al- rio? Son unos animales, ni te imaginas lo que
guna parte? Llévame a la luna, como dice la te podrían hacer. Una bocanada de silencio in-
canción, y a propósito de canción, tengo que terrumpió la conversación, la ciudad corría en
devolver el tocadiscos que me prestaron para la ventana corito una serpentina de murallas
tu cumpleaños, es cerca de Recoleta, donde vi- descoloridas pÓr la lluvia, la ciudad fuera del
ven unas amigas. ¿Podría llevarme señor coche- auto era una cobra grisácea ondulando en ros-
ro por favor? Con todo gusto princesa, la carro- tros también descoloridos por el susto cotidia-
za la está esperando, y soltaron la frescura de no de la dictad¿tra. ¡ Uy, qué serio!, dijo ella tra-
sus risas libres, mientras bajaban la escalera con tando de aliviarlar el nervio silenciado de la ruta,
ademanes reales para subirse al auto estaciona- a su lado el pJrfil de Carlos se relajó en una
do en la puerta. sonrisa. Me hales tan bien; cuando estoy con-
Tío, el Miguelito le está rayando el auto. tigo me pongo contento. Ni que yo fuera una
Tío, me lleva a dar una vuelta. Tío, dice la Ca- muñeca para la risa. No es eso, contigo me sien-
rolina que este auto se lo trajo el Viejito Pascual. to optimista. ¿~qué más? ¿Qué más quieres?
Ojalá mi vida, dijo la loca acariciándoles la me- Que me ames un poquito. Tú sabes que te quie-
jilla a los niños y se trepó al vehículo con el ro más que un !poquito. No es lo mismo, entre
tocadiscos en su falda. amar y querer hay un mundo de diferencia. Te
El auto despegó como un cohete en el re- quiero con tu lliferencia. No es lo mismo. Yo
molino de chiquillos que lo persiguieron gri- por tí, como di~c una canción, contaría la are-
tando un tramo de cuadra. i Y este auto tan mo- na del mar (cob los ojos entornados). Por ti yo
derno, es nuevoí, no me digas que te sacaste la sería capaz de[matar. Admiro la memoria que
Polla Gol. Ojalá, pero no es mío, es ele Laura, tienes para recordar canciones. Esta es antigua,

143
pero es muy bonita, dice todo lo que uno puede escrito cancionel y cantarlas, que es lo mismo
hacer por alguien que se ama. Yo haría lo mis- que ser escritor. ~No cree usted señor cochero?
• t •
mo, reiteró Carlos, pero por Chile. ¿Y tú crees Puede ser prmcesa, que su canto sea poesía pura,
que este país te va a agradecer que le des la vida? como los pájaro¿ que tampoco han ido a la uni-
Me da risa, me acuerdo de Arturo Prat y me versidad. Los m:iricones pobres nunca van a la
cago de la risa. ¿Tú piensas que me creo héroe? universidad lindk Pero yo conozco muchos ho-
Algo así, tal vez no como O'Híggins o Prat, pero mosexuales que¡estudian en la universidad. i.Y
sí como el Che Cuevara. ¿Y tú conoces quién se les nota? i.SQn locas fuertes como yo, por
fue el Che Guevara? Un bombonazo de hom- ejemplo? Carlos desvió los ojos ele la ruta para
bre, una maravilla de hombre con esos ojos, con mirarla, un reflejo otoñal delineaba su perfil ma-
esa barba, con esa sonrisa. ¿Y qué más? ¿Y te riposón torneado por los años. Nadie se le com-
parece poco? ¿Y no te interesa saber cuál era su para princesa, usted es irrepetible. Sus halagos
sueño de mundo? ¿Qué pensaba? ¿Por qué le me conmueven [señor cochero, pero no se dis-
entregó su vida a la causa de los pobres? Sería traiga del camino, yo no le he dado tanta con-
tan romántico y valiente como tú? Me halaga fianza para que ine seduzca así. Usted no pue-
usted princesa, se sonrojó Carlos, pero yo estoy de faltarme el respeto y menos mirarme con
1
muy lejos de esa enorme figura. Ni tanto, tú esos ojos de... ¿!De qué princesa? Devoradores,
eres regio y sólo te falta la barba. ¿Por qué no te deslumbrantes en la brasa oscura de su imper-
dejas barba Carlitas? ¿Por qué crees tú? Te tinencia. Y allí soltaron la risa, y ahí rieron a
cacharían altiro y morirías como el Che? ¿Y más no poder, como si sus corazones salpica-
usted derramaría alguna lágrima por mí prin- ran juntos el arrebato pendejo de un errante fre-
cesa? Una sola, nada más que una, pequeñita, nesí. Qué le importaba a ella lo que pasara, qué
pequeñita, como una perla amarga que se que- le importaría ubrar el después, si en ese mo-
dó sin mar. ¿Nunca has pensando escribir?, tú mento podría morir de solo mirarlo, de solo
hablas en poesía. ¿Lo sabes? A casi todas las sentir su mano ¡amarrándole los hon~bros con
locas enamoradas les florece la voz, pero de ahí el cariño cotorro de su abrazo. El mariana que-
a ser escritora, hay un abismo, porque yo ape- daba atrás en el soplido del vehículo en mar-
nas llegué a tercera preparatoria, nunca he leí- cha. El mañana lto soñaban ellos, viajando uni-
. do libros, y ni conozco la universidad. En todo dos en los ecos de esas risas, en la reiteración
caso, me gustaría haber sido cantante, haber fílmica de la ciudad que escenografiaba pardusca
1

145
el tránsito sin futuro de ese destino. El auto- Carlos entró cohibido, pidiendo permiso al
cupido, cruzando las calles, era una flecha ve- sentarse en el destartalado sillón. Pase no más
getal en el verde pestañeo de los semáforos, el mijo, lo recibía la Rana tratando de no encan-
auto-nido volaba culebreando obstáculos en el tarse con los ºlºs adormecidos del chico, mi-
alquitrán transpirado del asfalto, el auto-pája- rando las fotos de hombres piluchos que empa-
ro, galopando aéreo, temblaba agitado en las pelaban la pieza. Es mí álbum familiar, todos
manos nudosas, varoniles de Carlos al volante. me amaron, todos me adoraban cuando yo era
Cuidado cochero que el semáforo está rojo. El rica, y después1 cuando me llegó la pobreza se
rechiflar de las ruedas casi la hizo dar un cabe- fueron, me robaron las últimas joyas y apaga-
zazo en el parabrisas. Por favor Carlos, que este ron la luz. ¿Y cuándo fuiste rica niñai, le dijo la
auto no es tuyo, casi se me cae el tocadiscos de Loca del Frente, tratando de hilvanar la magia
la Rana, que se mucre si le pasa algo. Y a propó- embustera de esa conversa. En el norte mi lin-
sito, ¿dónde viven tus amigos? Porque estamos da, yo era la seftora Rana, la Gran-Rana, la Rana-
llegando al final de Recoleta. Es por aquí cerca, Reina que le organizaba las mejores noches al
mira, dobla en la próxima esquina a la izquier- alcalde, a los bomberos, al Club Deportivo, y a
da y pasando una cancha de fútbol ahí está la cuanta autoridad llegaba por esas tierras. ¿ Us-
casa. ted era dueña de' alguna discotequc? Na que ver
[Qué regía ella viene en auto con chofer, niño, le contestó la Rana mirándolo fijo. Yo re-
aulló la Rana al verla, al saludarla tratando de gentaba la mejor ' casa de putas de Antofagasta,
mirar a Carlos que esperaba sentado en el ve- tenía piano y las chiquillas más lindas de la re-
hículo. Dile que se baje pos niña, pa conocer al gión. ¿Piano de colar, preguntó la Loca del Fren-
príncipe de tus pesadillas. Mejor que no Ranita, te con fingida inocencia. Ya salió la ordinaria
porque la Lupe y la otra lo van a agarrar para el con sus conchazos de mal vivir. Usted mijo tie-
güeveo. Na que ver niña, estoy sola. Anda y dile ne que perdonar a esta hija mía que salió así. La
al hombre que entre un rato para tomarse una tuve en los mejores colegios de monjas, pero
tacita de té, y también pueda conocer a tu ma- nunca aprcndi~i modales la pobrecita. Y tú com-
dre. Entonces la Loca del Frente miró los ojos prenderás Carlos, que con esta madre, a quién
capotudos de la Rana y volvió a encontrar ese más iba a salir: contestó la afectada simulando
viejo cariño de amiga, esa hermandad generosa rubor. No se enoje mi niña, si el joven sabe que
ele loca antigua al verla tan enamorada. es puro gücveo de locas. ¿No es cierto mijo?

146 147
Claro que sí, dijo Carlos sonriendo tranquilo. reciendo con la bandeja humeante de aromáti-
Era extraño, pero en esa guarida de maricones co té. i Y quién te va a pelar a ti niñai, vociferó
se sentía bien, como si en alguna vida anterior la Rana parándose del sillón y volviendo a su
hubiera conocido a la Rana, esa enorme matro- lugar. Mientras tomaban el té, la Rana llenó el
na colipata vestida de pantalón y camisa negra aire agrio de la pieza con sus narraciones
que lo miraba con cálida simpatía. Ponga la te- prostibulares y· alegres anécdotas que Carlos
tera mija para que tomemos tecito, le rogó la celebraba con estridentes carcajadas. Qué bien
Rana tierna y maternal. Al tiro marní, se paró se llevan ustedes, murmuró la Loca del Frente,
la otra y fue a la cocina con una morisqueta de recogiendo las tacitas con una mueca de celos.
dibujo animado. No se preocupe, agregó Car- Pero qué malagradecida es usted hija mía, se
los, no queríamos molestar. No es molestia molesta porque entretengo a su amigo que me
atender a un amigo de mi hija. ¿Se conocen hace cayó tan bien. IY tiene las puertas abiertas de
mucho tiempo? Casi dos meses. ¿Y cómo se esta casa cuantío usted quiera mi lindo. Mu-
conocieron? Caminando, mintió Carlos, incó- chas gracias, respondió Carlos parándose con
modo por ese molesto interrogatorio. Entonces relajo, para rerirarse con su cortesía de mucha-
la Rana, como una gran marsopa leve y flotan- cho educado. ¿Nos vamos? Seguro Carlos, por-
te, se sentó junto a Carlos y le habló en un su- que mi mami después se pone cargante. Venga
surro: Mire mijo, no es que sea copuchenta, el burro ... , repicó la Rana. Por detrás y por de-
pero a esta chiquilla la quiero como a una hija, lante, dijo la otra. Ay niña, no hay quien lo
dijo apuntando con la boca a la cocina donde la aguante, siguió la Rana. Para usted mi coman-
Loca del Frente hacía sonar las tazas preparan- dante, terminó payando la Loca del Frente,
do la once. Lo único que le pido es que no la mientras la Rana la abrazaba en un arrebato de
haga sufrir, porque su vida no ha sido nada de cariño. Y conversando animados y alegres, los
fácil. Yo veo que usted es un joven decente, res- tres salieron a la calle y en el minuto del adiós
petuoso, y por lo mismo, le pido que no la en- junto al auto, los ojos anfibios de la Rana se
tusiasme, no le haga creer cosas que no pueden agolparon en dos coágulos a punto de lagrimear.
ser. ¿Me entiende? Carlos sin hablar afirmó con Ay, mami, no se ponga triste, si lo pasamos tan
la cabeza visiblemente afectado. Pero yo nunca bien. Por lo mismo, algo me dice que puede ser
lo he ilusionado, nunca le he dicho que ... ¿Me una última vez, presagió cavernosa la voz de la
están pelandoi, gritó desde la cocina la loca, apa- Rana, enjugando su pena en un diminuto pa-

148 149
ñuelo. Se nos olvidaba el tocadiscos, si a eso me hacía tanta falta relajarme, porque vienen
vinimos. Carlos, anda a buscarlo al auto y llé- días pesados. Y otra vez cayó sobre ellos una
valo a la casa por favor. En el momento de que- bambalina de Jcero. No te voy a preguntar por
darse solas en la vereda, ella le preguntó a la qué, pero te pÜlo que tengas cuidado, y no du-
Rana: Es lindo, ¿no es cierto? Maravilloso hija, des en pedirme lo que sea, dijo ella. ¿Lo que
pero no se enamore, déjelo ir, porque después seai, interrogó él con una ceja en alto. Cual-
será más difícil, la aconsejó con sabiduría de quier cosa, menos tomar un arma, me tiemblan
comadre sueña. ¡Pero qué envidiosa!, saltó con las manos, no lo soporto. Pero ya has tenido
furia la Loca del Frente, o sea que tú no crees armas en tus manos. Capaz, dijo ella, pero sin
que un hombre me pueda amar. Muchos hija, saberlo. No quiero enterarme y prefiero cam-
pero éste no, dijo la Rana con gravedad. Me pre- biar de tema porque me dan nervios. ¿Y si yo te
gunto qué motivos tiene para engatusarte. Mis enseño a disparar? Me muero, sería como un
encantos pues niña, además tú no conoces nues- canguro con pistola, le dispararía a cualquiera.
tra historia y tampoco te la puedo contar. ¿No ¡Ay Carlos!, hablemos de otra cosa por favor,
creo que sea tráfico de drogas niña? Más peli- pongamos música. ¿Dónde se prende la radio?
groso que eso. La Rana se agarró la cabeza cuan-
do Carlos salió de la casa y cortésmente le tomó Si dios me quita la vida
la mano para despedirse. No se olvide de lo que antes que a ti
le pedí, le habló en secreto, mientras el chico le voy a pedir ser el ángel
sonriendo afirmativo subió al auto para acele- que cuide tus pasos
rar en un remolino de tierra. ¿Qué te pidió la
Rana? Nada importante, unas revistas que le La música los envolvió con su tirnbaleada
ofrecí. Quedó maravillada contigo, es una gran ranchera, entre la canción y sus pensamientos,
amiga la Ranita, las locas son todas veleidosas, la historia polípca trenzaba emociones, inquie-
pero ella es fiel, un poco anticuada no más, pa- tudes del joven frentista al borde del arrojo, ilu-
sada de moda. ¿No es cierto Carlos? Mira quién siones enamoradas de la loca cerrando los pár-
habla. ¿O sea que tú me encuentras vieja? Eso pados, rezando la letra de esa balada con el pe-
no te lo voy a aceptar, elijo ella arnurrada y se cho apretado, presintiendo cercano el desenla-
hundió en el asiento. No te enojes, estoy bro- ce de una intrépida acción. Así, por largo rato,
meando, fue linda esta tarde, me reí como loco, se dejaron llevar en la atmósfera de romance y

I 5I
peligro que presagiaba esa mexicana voz, hasta zón, ella era una loca necia, una vieja estúpida
que Carlos cortó la radio y, muy serio, se atre- que se dejó embaucar por la cortesía universi-
vió a decir: Fue hermoso conocerte. Te juro por taria y el trato amable de ese mocoso. Y era sólo
mis ideales que nunca te voy a olvidar. ¿Y por eso, pura amabilidad, puro agradecimiento por
qué me hablas así?, como si te estuvieras des- haber prestado su casa y su tiempo a esos revo-
pidiendo. ¿Qué te dijo la Rana? ¿Qué chismes lucionarios que no tenían corazón. En esa pos-
te metió en la cabeza? No sé, dijo Carlos tura, con las rodillas juntas, acurrucada en el
meditativo, pero a lo mejor sin quererlo te he centro de la larga escalera, parecía más bien una
hecho daño. O sea que tú y la Rana creen que niña, el garabato artrítico del desamor. Quiso
yo soy una cabra chica que no se manejar mis llorar, como tantas veces que la vida perra la
sentimientos? No es eso solamente, es posible enrostraba el espejo del desengaño. Quería llo-
que yo te haya metido en esto sin preguntarte. rar con toda su alma para sacarse de una vez la
¿Me sigues creyendo una tonta inocente? Pero espina quemante de ese capricho, pero su mi-
de todas maneras esto tenemos que conversado. rada de quiltra lunera no logró reflejar la clari-
Mira Carlos, me duele mucho la cabeza, dijo dad agónica que se iba en el último pestañazo
ella poniéndose un dedo en la sien, ele este tema de la tarde.
no hay nada que conversar. Pero ... Pero nada,
concluyó la loca, girando la cabeza en un des-
precio, para sumirse en el anochecer violáceo
de la ciudad.
Al llegar, ella se bajó dando un portazo, y
abriendo la cerradura subió la escalera sober-
bia sin mirar atrás. La ruidosa acelerada la hizo
detenerse en el descanso de los peldaños, por-
que hasta allí le duró su rabia, y sintiendo las
piernas de lana, pudo prever el vahído sentán-
dose en la escalera para reponerse. Que se fue-
ra, que no volviera nunca más, rogó apretando
los puños. Total ya la había usado. Y en reali-
dad, la Rana y el chiquillo de mierda tenían ra-

152
¿QUIERE DESAY NAR en el comedor o en la terra-
za mi General?, preguntó con hablar refinado
el cadete que estaba a su servicio ese fin de
semana. Tiene voz de maricón este cabro, pen-
só el Dictador' mirándole el sube y baja de las
nalgas apretadas al llevar la bandeja. El Cajón
del Maipo olíd a tierra mojada esa mañana, los
hedores cenagosos del río se mezclaban con el
humear de la~ tostadas y el café con leche re-
cién preparad!) que lo esperaba en la amplia
terraza Pero otro olor dulzón, como a clave-
les frescos, ¡~redominaba en el ambiente.
¿Quiere las tostadas con mermelada de damas-
co o frambueJa mi General? Con nada y retí-
rese, le contedtó parco al cadete que desapare-
., en l a nu b e.1· jacmta
c10 . d e ese per f umc maraca.
Después del desayuno, y durante toda la ma-
nana, permanició tirado sobre un sillón en ese
mismo sitio, jadmirando embobado las altas
cumbres de b cordillera por si descubría al-
,') con e or grran
gun j d o en su carruvoro
, pl anear.
Pero no encontró ninguno en el despejado líen-

155
zo del firmamento, en su reemplazo, una ban- madarnente con uno de sus escoltas. A la dis-
dada de picaflores pasó rauda sobre su cabeza tancia, los muchachos reían por alguna broma
cana, despeinándolo con su aleteo mosquito. que contaba el chico rubio. De lejos, el escol-
Pequeñísimas las aves, juguetearon enredadas ta, también joven y gallardo, algo le susurraba
en la baranda, y quietas en su helicóptero flo- al oído del cadete, y juntos caminaron por el
tar, succionaron a destajo el polen de su jar- angosto sendero de playa palmoteándose los
dín. Con un manoteo enojado las espantó. Zan- desnudos brazos1
en manga corta de la camisa
cudos de mierda, moscas pichiruches que se militar. Entonces el Dictador dejó los papeles
creen pájaros picando flores. No le aprenden y parándose fue hasta la baranda. ¿Y de dónde
al gran cóndor cazador, que nunca deja las al- salió este pájaro afeminado i, preguntó al se-
turas. Allá abajo en el prado, el remanso de las cretario apuntando al cadete que se alejaba
aguas mecía la chasca verde del pasto, y más hasta el bosque acompañado por el escolta. Es
lejos, sentado en un peñasco, el joven cadete sobrino del coronel Abarzúa, dijo el otro reco-
con una mano en su estrecha cintura, parecía giendo la carpeta. ¿Y cómo se les ocurre traer
soñar viendo encresparse la corriente. Su ca- a mi casa este rípo de gente? tCómo se les ocu-
beza rapada y rubia refulgía como un huevo rre dejar entrar estos raros a la Escuela Mili-
de bronce al chispazo del sol. Mi General, ¿ tie- tar? Lo recomendó el coronel Abarzúa, mi
ne tiempo para revisar este discurso?, lo in te- General. A la! mierda el coronel Abarzúa. No
rrumpió su secretario estirándole la carpeta. sabe usted qu ·estos tipos traen mala suerte, y
Mientras fingía leer las hojas una por una, ob- quizás qué tragedia nos espera este fin de se-
servó de reojo al cadete caminar a lo lejos por mana. tEn qué cabeza les cabe permitir que
la lengua de arena que bordeaba el río, su figu- un maricón use el uniforme de cadete? ¿No
ra de flamenco adolescente, se curvaba a ratos sabe usted qub estos desviados son iguales que
para cortar una florcita que mordía su boca los comunistas, una verdadera plaga, donde
color sandía. ¿Cree usted mi General, que haya hay uno ... ligerito convence a otro y así, en
que cambiarle algo al texto?, lo volvió a sor- poco tiempo, el Ejército va a parecer casa de
prender el secretario que a su lado aguardaba putas. ¿Y qué hacemos con él, mi General?
instrucciones. Espérese un poco, que todavía ¡Sáquelo inmediatamente de aquí y lo da de
no he terminado de leer, le contestó sin per- baja! No soporto verlo mariconeando en mi jar-
der de vista al cadete que ahora conversaba ani- dín, insolentando a los muchachos de la es-

156 157
col ta. i Y qué razones le damos al coronel antes se tomaría unas gotas de Valeriana para
Abarzúa? Dígale que al sobrino lo sorprendie- calmar la angustia. No lograba reponerse de las
ron en un acto inmoral, y al tonto de Abarzúa palabras que Carlos le había dicho. Volvía a es-
no le quedarán ganas de seguir preguntando. cuchar esa despedida maricona diciéndole: Fue
Desde la terraza el Dictador vio cuando bonito conocerte. Pero qué descaro del güevón
al cadete lo sacaban tironeándolo de la casa, darle la cortada con tanta finura. A lo mejor
lo vio reclamar, pedir explicaciones, y vio ella exageraba, confundía las cosas, quizás Car-
cuando a empujones, lo subían al jeep que des- los no se estaba despidiendo, porque habían pa-
apareció en una fumarola de tierra, y sólo en- sado una tarde tan maravillosa en la casa de esa
'
tonces respiró profundo, y ya más relajado, se vieja copuchenta de la Rana. Pero era otra cosa
dispuso a escuchar los redobles sinfónicos de aquello que la tensaba como un resorte de so-
su marcha preferida. Así, todo estaba casi bien: mier al pensar en el chico. Algo intangible se
el tarro radial de su mujer en Santiago¡ ese ca- apoderaba de la casa a medida que avanzaba el
dete m aricucho expulsado del Ejército; los día. Algo siniestro la aguardaba al abrir una
marxistas controlados y otros bajo tierra; pero puerta, al entrar al despoblado inmóvil en que
el remolino de picaflores seguía allí, alteran- se había convertido ese espacio desde que Car-
do el orden de la mañana con su zigzagueo mo- los retiró los cajones. Todos sus trapos, mante-
lestoso. les, carpetas y cortinas yacían tirados por el
suelo, y en la semi penumbra, los rayos solares
arrastraban la luz cruda del medio día por los
12:00 Hts. pliegues y dobleces de esos bultos, dándole apa-
A las doce aún no sabía qué cocinar, la noche riencia humana. Algo así como un campo de
entera se la pasó vuelta y vuelta, medio ahoga- batalla sembrado de vacíos restos. Qué horror,
da, como si alguien le pusiera una plancha de se dijo, pensando ordenar un poco ese pajaral
hierro en el pecho. Y con esa taquicardia se ha- de tiras desinfladas por todos lados. Su palacio
bía levantado. Cada cierto rato una horca invi- persa, sus telones y drapeadas bambalinas de
sible le apretaba la garganta y tenía que subir al carey, todo ese proyecto escenográfico para ena-
altillo a tomar aire. morar a Carlos había sucumbido, se había des-
En realidad, el hambre no era importante, plomado como una telaraña rota por el peso plo-
iba a tirar unos fideos a la olla por si acaso, pero mo ele una historia urgente.

159
con esos lentes l.n
1
feos. Y la verdad, ahora que
lo pensaba, se J1os había puesto para no tener
12:05Hrs. que mirar a nadie a los ojos, más bien para que
A las doce y cinco le preguntó el secretario: ¿A nadie viera el regocijo en su mirada de buitre
que hora piensa almorzar mi General? i Y us- esos días de palomas muertas.
ted cree que tengo ganas de almorzar leyendo
estas noticias?, y le extendió el diario español
donde aparecía su famosa foto de lentes oscu- 16:00 Hts.
ros con el título de criminal. Mire usted cómo A las cuatro la sobresaltó la voz de su vecina
m_e tratan estos mal nacidos. Perros vende pa- gritando como gallina clueca desde la vereda
tna, que se salvaron jabonados el setenta y tres, del frente. Vecino, vecino, lo llaman por teléfo-
debería haberlos aplastado como cucarachas a no, es la señoralCatita, y quiere hablar urgente
todos y santo remedio. Y dio un golpe en la mesa con usted. Desde la ventana le hizo un ademán
de la terraza alborotando el enjambre de apaciguador a la mujer y dándole las gracias,
picaflores, que huyeron a perderse en el dijo que ya iba.¡El dolor de cabeza no se le gui-
verdeazulado jardín. ¿Pero a qué hora desea al- taba aunque en ¡ese rato ha~ía logrado do~mitar
morzar mi General?, porque tenemos que re- un poco. Mientras descendía la escalera, inven-
gresar temprano a Santiago, insistió cortésmen- taba una excusa que darle a doña Carita. Que
te el secretario, recogiendo el periódico despa- lo perdonara por haberse ido así de su casa y no
rramado en el piso. No quiero almorzar, no voy entregarle el mantel. Pero pensándolo mejor,
a comer nada. ¿No entiende usted o es tonto?, no tenía que c1l1rle ninguna explicación a esa
Y ahora retírese que deseo descansar. y se vieja de mierda¡ tan fufurufa, tan teñida de pla-
amurró en el sillón, tratando de olvidar ese mal teado mandoneándolo por la mugre de mantel,
rato, pero no pudo, esa foto suya con gafos os- 1 · · euan-
como si ella f uera ~na ch.""." su servicio.
curas de la primera Junta Militar, Ja tenía im- do entró al almacén, las vicias se quedaron mu-
presa en el cerebro. ¿Para qué te pusiste lentes das para escucl~ar la conversación, pero la loca
oscuros si estaba nublado ese día hombre?, lo no tomó el auhcular, y acercándose a una de
había recriminado su mujer entonces. No ves ellas le dijo por lo bajo: Le quiero solicitar un
cómo los comunistas han usado esa foto para favor: ¿usted podría contestar el teléfono y de-
desprestigiarte. Pareces un gangster, un mafioso l
cirle a la señora que me llama que yo me cam-

160 161
bié de barrio, y que usted no tiene idea dónde tar. Eran cóndores, sin duda, que iban agran-
me fui? La mujer lo miró con sorpresa, pero dándose a medida que su trapecio circular per-
accedió sin más trámite. Al salir del lugar, tra- día altura. Pero también podían ser águilas, por
gó una inmensa bocanada de aire y sintió sol- su lejano graznido. Ya casi podía verlas nítidas
tarse un poco el nudo que amarraba su cora- acercándose en su balanceo inmóvil. Pero ellas
zón. ¿Tal vez era el encierro en esa casa lo que también lo veían, desde lo alto enfocándolo con
la tenía así? Por eso decidió no quedarse su pupila rapiña. Más bien, él se veía en los ojos
encuevada esa tarde, quería salir, retomar sus de las aves, tan solo y diminuto, tan indefenso
antiguos tránsitos, subirse a una micro, pati- allá abajo recostado en la terraza, como un abue-
nar por el centro, ir al cerro Santa Lucía o me- lo muerto, presa fácil para esos pájaros carní-
terse en un cine de cahuín, donde por unos pe- voros. Intentó sentarse, moverse, para alejar esa
sos, algún roto le diera de mamar en la oscuri- ronda asesina que ya sobrevolaba el techo de la
dad, y poder olvidarse de Carlos y esa preocu- casa. Quiso llamar al secretario, pedir auxilio con
pación perforándole el pecho. Y así lo hizo, pero sus labios tiesos, paralizados por el miedo, en-
cuando subió a la micro un latido urgente se tonces la primera sombra se precipitó a su cara,
ahogó en su garganta. y sintió un escalofrío cuando el violento picota-
zo le arrancó un ojo. No sentía dolor, pero la
mitad del mundo se apagó en la penumbra. Por
16:05 Hrs. el otro ojo vio caer en picada la gran sombra de-
A las cuatro y cinco, el Dictador ronroneaba finitiva, y el grito estrangulado despertó a toda
un sueño profundo hamacado por la leve ven- la casa. Cuando abrió los ojos, lo rodeaban los
tisca que entibiaba el jardín. Después del mal escoltas y el secretario abanicándolo con el dia-
rato, su pesado cuerpo había sucumbido al ru- rio español, mientras le decía: Era una pesadilla
mor oloroso que despedía el campo, las fragan- mi General, respire hondo, no se preocupe.
cias de pino, eucaliptus y bosta de vaca, toma-
ban formas cvocativas en el paisaje de algodón
que amortiguaba su sueño. Podía ver el hori- 18:00 Hrs.
zonte y las jorobas azulinas de los cerros casi A las seis, recién la micro había llegado al cen-
tocando el cielo, y en el ciclo, pequeños puntos tro. En la Alameda se bajó, encaminándose al
oscuros girando en la centrífuga de un aéreo flo- Paseo Ahumada, que a esa hora hervía de gente
apurada y comerciantes ambulantes corriendo, aparecidos. Jus1•1c1A-QUEREMOS-JUSTICIA.-Los-LLE-
recogiendo mercaderías desparramadas por el VARON- DETENIDC1S-NO-LOS-VIMOS-NUNCA-~1ÁS.-LO-
suelo, arrancando de los pacas. El suelo estaba QUE-Al-IORA-EXICIMOS-QUE-NOS-DIGAN-DONDE-ES-
regado de panfletos llamando a protestar en sep- TÁN- Eran las consignas que corcaban las seño-
tiembre: 1986 -ANO-DE-LA-LmERTAD. ESTE-AÑO- ras, madres, abuelas, hermanas de toda esa
CAE. PINOCHO, SE-TE-ACABÓ-LA-FIESTA. Eran algu. gente que aparecía desteñida en las fotos cla-
nas consignas que se leían en los papeles escri- vadas en el pecho. Al acercarse, una mujer to-
tos con tinta roja. Al agacharse y recoger uno, davía joven le hizo una seña para que se unie-
sintió el puntazo de la luma al clavarle las cos- ra a la manifestación, y casi sin pensarlo, la
tillas. ¡Bótalo, maricón culiaol, le gritó el paco loca tomó un cartel con la foto de un desapa-
mirándolo con furia. Y córrete de aquí, anda a recido y dejó que su garganta colisa se acopla-
mariconear a otro lado, sí no querís que te lleve ra al griterío de las mujeres. Era extraño, pero
preso. Y la loca no esperó que le repitieran la allí, en medio .de las señoras, no sentía ver-
orden, haciéndose humo entre los transeúntes güenza de alzar su voz rnariflauta y sumarse
que le abrían paso con susto. A las dos cuadras al descontento. Es más, una cálida protección
recién pudo sentarse en un banco, acezando, sin- le esfumó el miedo cuando las sirenas de las
tiendo, más que el dolor, la humillación de ser patrullas disolvieron el mitin y ella tuvo que
golpeado por ese perro de uniforme verde. Sin correr, saltar un banco de la Plaza, tropezar,
motivo, sin ninguna razón, estos desgraciados rodar por el suelo en un resbalón por las bal-
apalean, torturan y hasta matan gente con el dosas mojadas, y llegar a la esquina donde en-
consentimiento del tirano. Malditos asesinos, contró refugio en una galería comercial. Toda-
pensó, pero ya van a ver cuando Carlos y sus vía respirando ahogada por el humo de las lacri-
amigos del Frente les vuelen la raja de un bom- mógenas, despegó la foto que llevaba en el car-
bazo. La vida es muy justa y ya les va a tocar a tel, y doblándola cuidadosa, la guardó en su
ellos, siguió pensando al pararse y caminar co- bolsillo. ¡Peluda la protesta!, escuchó que al-
jeando hasta la Plaza de Armas, donde esperó guien murmuraba a su lado, era un joven
encontrar tranquilidad ese día de mierda. Pero caliche, que sobándose el bulto, esperaba
al llegar cerca de la Catedral, un numeroso gru- clientes. Tiene que esconderse en el teatro para
po de mujeres se juntaban en las escaleras por- que no lo pillen, le comentó con malicia invi-
tando las fotos de sus familiares detenidos des- tándola a seguirlo hasta el fondo de la galería,
donde los carteles karatecas del Cinc Capri no. Pondría mano dura, y si era necesario, de-
ocultaban la doble función en vivo del porno cretaría toque de queda y las tropas del Ejército
maraca. Y otra vez, casi sin pensarlo, se dejó se harían cargo de la situación. No vacilaría en
arrastrar por el pasaje detrás de ese taxi-boy dar la orden de fusilar a cualquier comunista
que le había encendido la dormida lujuria de que intentara desafiarlo. Pero son unos cobar-
su antiguo mariconear. des, no se atreven a enfrentarse cara a cara a
mis hombres, sonrió al mirar el grupo de escol-
tas que, bajo los árboles del camino, bromea-
18:05 Hrs. ban con sus armas apuntando a un perro cojo
A las seis y cinco los autos de la comitiva esta- que rengueaba por la carretera. Tal espectáculo
ban alineados en el camino esperando al Dicta- le amplió la sonrisa compartiendo la broma al
dor para trasladarlo a Santiago. La guardia per- gritarles: Maten a ese perro marxista, tienen mi
sonal conversaba relajadamente al pie de los permiso. Pero el animal, alertado por el grito y
vehículos con las metralletas colgando de sus las carcajadas, Jupa escabullirse entre las ma-
hombros. Las maletas en el portaequipajes, el lezas, y el quejido del disparo fue un eco que
chofer presidencial sentado al volante ... Todo siguió sonando !mientras el Dictador, con buen
estaba listo, pero él no se decidía a emprender ánimo, se dispulo a subir al Mercedes Bcnz para
el regreso. Más bien, dilataba ese caluroso viaje iniciar el viaje.
entre los cerros, a esa hora del atardecer con el
sol ribeteando las cumbres andinas, con esa gran
alfombra de tinieblas brotando de los acantila- 19:00 Hrs.
dos, ennegreciendo el verde primaveral que ex- A las siete en punto se apagaron las luces de la
piraba bajo la sombra del Cajón del Maipo. En sala y comenzó la primera película. De reojo la
realidad, no tenía ganas de volver a Santiago, lo loca leyó el título: DURO DE MATAR II, y tam-
esperaba el traqueteo revoltoso ele septiembre, bién de reojo, vigiló al cafiche pendejo que a su
que las protestas, que las marchas de los estu- lado se acomodó en la butaca amasándose el
diantes, que los bombazos y apagones de este miembro. Quiso sentarse en las primeras filas,
Once que al parecer, por lo que transmitía esa porque al fondo era tan espeso el culiadcro, que
Radio Cooperativa, se venía con toda la bata- en la oscuridad nadie sabía con quién lo estaba
hola revolucionaria para desestabilizar al gobier- haciendo. Y en realidad, las últimas filas eran

166 167
para las locas cochinas que se pajeaban entre yo, y si le ordeno que vaya más lento, obedez-
ellas, y cuando aparecía un hombrecito, como ca. Entonces la caravana de vehículos zigzagueó
el que ella tenía a su lado, eran capaces de todo con el repentino cambio de marcha. Adelante
con tal de agarrarle el paquete. Por eso, no prestó y atrás, los escoltas sorprendidos, asomaron por
atención al crujidero de butacas que terre. las ventanillas llos cañones. de las met_rall~s, y
moteaba el ambiente, tampoco escuchó los de improviso aullaron las suenas su gnteno de
quejidos cyaculantes que acompañaban las es- alarma. ¿Pasa algo mi General?, preguntaron por
cenas de karate violento desplegadas en la pan- el radio transmisor. ¿Y qué va a pasar? Nada
talla. Chispazos lacres refulgían la penumbra, pues hombre y Apague esa güevada, que me pone
y ese resplandor rosado mostraba fugaz la ensa- más nervioso. Así, con una tranquilidad de pa-
lada de cuerpos que, en la última fila, coreo- seo, la comitiva descendía la precordillera ori-
grafiaban el éxtasis de su clandestino manosear. llando las cuestas al vadear los potreros de
Junto a ella el taxi-boy, algo entusiasmado con amarillos yuyos y pintas lacres de alguna ma-
la película, esperaba que la loca tomara la ini- leza en flor. Un extraño sopor lo abotagó de
ciativa. Por algo le había pagado la entrada, por cansancio y el suave cabeceo de la ruta lo fue
algo se habían sentado juntos. Pero también, adormilando, hasta que su mentón cayó al pe-
por alguna misteriosa razón, ella permanecía cho en un ronco suspirar. Pero no quería dor-
estática frente a ese film de sangre y hematomas mir, las coritinuas pesadillas lo ponían de mal
acrobáticos. En realidad, no estaba completa- genio y trató de permanecer despierto hasta
mente allí, su corazón viajaba temeroso, latien- llegar a Santiago. Recién habían cruzado el pue-
do como una bomba de tiempo apresurando su blo de San José de Maipo, y le extrañó no ver a
reventar. nadie en sus polvorientas calles; es más, en
toda la ruta no había visto a ningún lugareño
y los puestos de empanadas y pan amasado que
19:05 Hrs. bordeaban el camino, estaban cerrados y sin
A las siete y cinco le pidió al chofer que dismi- las típicas banderas blancas anunciando su olo-
nuyera la velocidad para vigilar mejor el paisa- rosa cocción. Hasta los pájaros habían desapa-
je que el zumbar de los autos dejaba atrás. Es la recido de ese aire quieto, y solamente el mu-
seguridad mi General que no permite ir más llido rodar de la comitiva atenuaba el pesado
lento. Qué seguridad ni seguridad, aquí mando silencio.

168
que aceleró aun más en un reguero de chispas.
iCuánto me vai a pagar?, la interrumpió el chi-
19:10 Hrs. co, sacándole bruscamente la mano. La loca no
A las siete y diez se aburrió de mirar la película contestó, acomodándose en el asiento para se-
y le puso una mano en la rodilla al chico que guir viendo la película.
hacía rato esperaba su decisión. Y suavemente 1
sus dedos lombrices reptaron el muslo tan len-
tos como si cruzaran un campo minado. La tex- 19:11 Hrs.
tura áspera del bluyín era terreno de lija para A las siete con once, aún faltaban unos minu-
sus yemas tarántulas encaramándose por el lar- tos para que la fila de autos tomara la cuesta
go fémur endurecido por el tibio tacto. El telón Achupallas. Él insistió en regresar a Santiago
se había convertido en un parabrisas veloz que por ese camino, y una vez más tuvo que con-
tragaba la interminable carretera donde viaja- tradecir a esos tontos del aparato de seguridad
ba la pareja protagonista. Sin duda, alguna es- que constantemente cambiaban su itinerario.
cena de acción se avecinaba por la secuencia Es por precaución mi General, para prevenir
acelerada de las tomas camineras. Y allí detu- algún atentado No pudo más que reírse cuan-
vo la mano a centímetros de la entrepierna, casi do escuchó esa1 explicaciones. ¿Y quién se va a
sintiendo el temblor de los testículos palpitan- atrever a ponerfc un petardo en el camino? Es-
do como huevos de pólvora caliente. El chico tos cabros ven mucha televisión, muchas pelí-
esperaba su avance mirando el film, también culas de comandos guerrilleros, pero en este país
desdoblada su atención, entre la caricia sexual no ocurren esas cosas. Aquí todo está controla-
y esa carrera sin fin del auto en la pantalla, ahora do, y no se mueve ninguna hoja sin que yo lo
rodando vertiginoso perseguido por un helicóp- sepa. Adcmás,1·1quí no hay selvas donde pue-
tero. En cada giro del volante, la muñeca rubia dan esconders . Por eso, pensar en un ataque
se abrazaba al joven oriental esquivando juntos guerrillero es s ir demasiado fantasioso. Y con
el bombardeo aéreo que encendía en llamas la la sonrisa colgando de la comisura, giró la ca-
huella de su fuga. La mano crispada de la loca beza para revisar los dos autos que seguían al
avanzó un poco más, hasta pulsar suave el es- Mercedes y también a un tercero que encabe-
croto prohibido. Y allí el telón se inflamó en zaba la columna. Y fue en ese momento que el
una brasa púrpura alcanzando la cola del auto vehículo delantero se quebró en diagonal con

170 I]I
la brusca frenada para no chocar la casa rodante ver lo que ocurría en la pantalla, un velo mu-
que cortaba el camino. Y a su vez, todos los griento le cubría el rostro al joven protagonis-
autos patinaron en un alarido de neumáticos y ta, y sólo distinguía la empuñadura nudosa de
explotó la sonajera de balas repicando en los sus dedos epilépticos pulsando el arma. Más
parabrisas. Como de improviso, estalló la tor- bien, sólo creíal ver las manos de Carlos aferra-
menta de guatacazos en granizada de metracas das al metal de 1ese cañón tronante. Lo veía o lo
salpicando los vidrios. ¿Lo estaba soñando o era imaginaba saltimdo las piedras, rodar la pen-
real ese ataque silbando fuego por los mauser diente y volvet a pararse disparando, corrien-
desde los peñascos? Tírese al suelo mi Gene- do, evitando el¡ clavetear de los proyectiles en
ral, le gritó el chofer desesperado, pero hacía la muralla de re cas. Un grito ahogado se escapó
rato que el Dictador tenía la nariz pegada al piso, de su garganta. 1 Cuidado-Carlos-que-te-matan.
temblando, tartamudeando: Ma-mama-cita-lin- A-tu-derecha-Oarlos, ese-milico-que-te-apunta.
da esta güevá es cierta. Y tan cierta que el pa- Y zumba el pencazo rozándole su sombra eléc-
vor de los escoltas no los dejaba reaccionar. Y trica que ya nd está allí, que saltó ovillado gi-
pálidos se escondían como ratas en el fragor de rando por el barro del suelo. Y con la cara su-
la balacera. Y neuróticos no sabían qué hacer cia, le sonríe desde el telón, agradeciendo el
con las armas, mirando hacia todos lados, gri- aviso de su loca, su vieja loca, que de lejos, lo
tando órdenes locas en el desconcierto 1 en los acompaña en el apuro.
estampidos de rockct haciendo rccagar el pri-
mer auto que saltó por los aires en un estruen-
do de cenizas y un humo espeso, un humo pi- 19:20 Hrs.
cante nublando la batahola en el ardor de aque- A las siete y veinte ardía la cuesta en el Cajón
lla escena. del Maipo conl el pencazo de la pólvora al ex-
plotar en los autos que humeaban por el
retumbón. ¡Salgamos de aquí ahora que nos
19:15 Hrs. hacen mierda], gritaba como verraco el Dicta-
A las siete y cuarto, la loca no pudo leer la hora dor, asomando meticuloso la nariz por el vidrio
en el reloj fosforescente colgado en la muralla hecho astillas. [Pero, ¿por dóndei. si nos tienen
del cine. Repentinamente algo le empañó la rodeados, tartamudeó el chofer, mientras po-
visión, y por más que se achinaba tratando de nía marcha atriis chocando con el vehículo tra-
'

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,_
sero. ¡Por cualquier parte, sáqueme de aquí que culear en la fila del fondo. Pero más que eso,
estos güevones me matan! ¡No ve que no se más que la borra fétida del sexo malandra, al-
puede mi General. Agáchese mejor y sujétese gún presentimiento la tenía intranquila al ver
bien que voy a intentarlo por atrás! Y en una esa película, tan violenta. tNo me vai a pagar?,
maniobra de acróbata, el blindado Mercedes la interceptó el muchacho que venía tras de ella.
reculó con desespero estrellando parachoques Chis, lo único que faltaba. ¿Cobrai por la tocá?
y latas, pudiendo salir milagrosamente del ti- Unas monedas que sean, le dijo el chico con
roteo por la pericia del chofer, que viró en no- ojos lastimeros. Crcís que soy güevona, ni si-
venta grados rechinando la goma de los neu- quiera me lo mostraste. Te lo muestro ahora.
máticos al retomar el camino y arrancar hecho No se moleste lindo, porque ahora me voy, con-
un peo de regreso por la carretera. Atrás lo que testó la loca pasándole unas monedas de a peso
quedaba de la comitiva era un desastre de au- al cafiche, que las agarró murmurando: mari-
tos agujereados en la espesura del humo que cón cagao, mientras entraba a la sala nuevamen-
subía por los cerros. En el asiento trasero, el te. La ciudad era otra cuando atravesó la gale-
Dictador temblaba como una hoja, no podía ría comercial desierta y alcanzó la calle del cen-
hablar, no atinaba a pronunciar palabra, está- tro, que a esa hora, siempre era un borboteo de
tico, sin moverse, sin poder acomodarse en el oficinistas y bocinas y secretarias que corrían a
asiento. Más bien no quería moverse, sentado tomar el Meuy La Plaza de Armas, en la es-
en la tibia plasta de su mierda que lentamente quina, se veía casi desierta, herida por el fogo-
corría por su pierna, dejando escapar el hedor nazo lacre de las patrullas que corrían aullan-
1
putrefacto del miedo. do. Los paraderos de micros hervían de peato-
nes colgando en racimos de brazos y manos aga-
rrados de la eJcasa locomoción colectiva que
19:30 Hrs. aceleraba huydndo por las calles vacías. ¿Pero
A las siete y media una hediondez a caca flotó qué mierda había pasado en el tiempo que ella
en la atmósfera del cine, mezclada con semen, estuvo en el cinc? El tambor de su corazón le
desodorante y perfume de varón. El ácido fer- retumbaba: Carlos-Carlos-Carlos. ¿Qué sería de
mento lo hizo pararse de la butaca y caminar el en esta incLrtidumbre de pacos revisando
rápidamente hacia la salida. Maricones cochi- bolsos y carteras en las esquinas, en este sobre-
nos, pensó, ni se lavan el poto antes de venir a salto de los helicópteros que zumbaban bajito,

174 175
fotografiando la ciudad con sus reflectores aé- recetado por los médicos. Un murmullo de mi-
reos de teatro pánico. Al subir a la micro, ama- nistros y familiares recorría las habitaciones so-
sada como tortilla de campo, algo escuchó por bresaliendo la voz estridente de su mujer gri-
los comentarios en voz baja que circulaban en- tando: [Se lo dije, se lo dije, se lo diiel, pero
tre la gente: Una emboscada-Lo mataron-Está nunca me hace caso. Yo lo sabía, lo presentí y
herido-Se salvó-Murieron siete escoltas-Fueron no quise comentárselo porque siempre me deja
los del Frente. ¿Y pudieron arrancar?, le pre- como tonta tratándome de alarmista y alhara-
guntó a una vieja que hacía gárgaras con la co- ca. Recién este fin de semana Gonzalo me vio
pucha. Se salvó de milagro, ni un rasguño, debe el Tarot y allí salía. Gonzalo me lo advirtió:
tener pacto con el diablo. Seguro que sí, pero "Cuidado con los viajes señora Lucy", me dijo.
dígame, los guerrilleros ¿pudieron escapar? La Y yo, como tengo tanta fe en las premonicio-
mujer lo miró de perfil, y le dijo al oído: Todi- nes de este chiquillo, le hice caso y cancelé mi
tos, toditos, no cayó ninguno. [Uff! Qué alivio, viaje a Miami para comprarme unas chalitas
suspiró la loca poniéndose una mano en el pe- Versacc que allá están en liquidación. Yo me
cho para tranquilizar su corazón. Dicen que los cansé de prevenirlo, pero él no, dele con venir
chiquillos del Frente se hicieron humo después todas las semanas a olfatear el pasto de los cam-
de la gracia. ¿Y nadie sabe cómo salieron de allí? pos como si fuera una vaca. Ve lo que le pasó,
Como el hombre invisible, dijo la vieja cerrán- ve que tanto va el cántaro al agua que al final
dole un ojo al tiempo que se corría por el pasi- queda sin oreja. Ve que yo tenía razón cuando
llo. Entonces la micro frenó de improviso y se le propuse clausurar con rejas todo este valle,
escuchó un altoparlante: Se ordena a todos los no dejar entrar a ningún desconocido y poner
pasajeros de este vehículo bajar de a uno para alarmas en todos los postes de la luz. Pero él
ser sometidos a una revisión. tan seguro con la escolta, tan confiado en esos
cabros de la Escuela Militar que mandó a estu-
diar a Panamá. ¿Y de qué les sirvieron los cur-
En la casa del Cajón del Maipo el teléfono no sos antigucrrilleros que les dieron los gringos?
paraba de sonar, en tropel llegaba el Alto Man- ¿De qué les sirvió andar metidos hasta en el
do bajándose de autos y helicópteros recorrien- baño personal de una, que yo no podía ni cam-
do los potreros. En la casa, el tirano recién ba- biarme calzones porque ellos estaban vigilan-
ñado, tomaba a sorbos el té con tranquilizante do? ¿Se fijan que fue puro gasto de plata inútil

176 177
haber contratado a esos mocosos que no supie-
ron ni disparar a la hora del apuro? Y yo, la ton-
ta, no se lo quise decir porque él nunca me hace Recordando que1 aún tenía en su bolsillo la foto
caso. Tanto gasto de plata en la seguridad, hom- del desaparecido, sintió un vacío en el estó-
bre, y apuesto que ni siquiera saben karate es- mago al bajar c1J la micro, y ante la orden man-
tos cabros chicos. A lo mejor habría salido más dona del militür, que los hombres allá y las
barato contratar a ese Frente Manuel Rodríguez mujeres acá, do supo reaccionar tupiéndose
para que nos cuidara, digo yo. Porque no salió entera, y ahí 1J afloró lo loca en la emergen-
ninguno herido, y los tontorrones de la escolta cia. ¿Y usted qt~é espera, no sabe dónde poner-
no pudieron con ellos. Ni siquiera un terrorista se? le gritó el t~niformado. Tendría que partir-
muerto, ni uno solo. En cambio, cayeron siete me por la mitaÜ para estar en las dos partes, le
de los nuestros, siete funerales, siete monolitos contestó risueña. Así que te gustan las tunas,
habrá que levantarles, siete indemnizaciones a dijo el milico acercándoselo lascivo. Entre
las familias, siete banderas hay que comprar muchas otras cosas, respondió ella con la na-
para cubrir las urnas. No ve que salía más bara- riz respingona. ¿Como cuáles? Como bordar-
to contratar terroristas para la seguridad. Pare- les manteles a ¡las señoras de los generales. i Y
ce un chiste lo que estoy diciendo, lo sé. Pero qué más? Como bordarle sábanas a la mamá
no me van a decir que aunque parezca broma de un coronel. ¿Y qué más? ¿Y qué más quie-
macabra, esos guerrilleros del Frente no sé cuán- re? Que me borde este pañuelito que tengo en
to, se merecen un aplauso. Mire que después el bolsillo, le murmuró agarrándose el miem-
del asalto, le pusieron sirenas a sus autos y bro con disimulo. Cuando quiera, pero ahora
arrancaron haciéndose pasar por gente nuestra, voy atrasado porque tengo que terminar un
como en las películas. Y claro, nadie se atrevió trabajito. Entonces váyase no más, dijo el
a detenerlos, y pasaron por las narices de los milico bajando la metralleta. ¿Y no me va a
carabineros que controlaban el camino. Y yo revisar? Ahonl ?º' pero después le voy a llevar
creo que hasta les dijeron chao a los tarados de el pañuelito. rrnchas gracias, se despidió 1.ª
combate que pusieron a la salida de Puente Alto, loca encaminándose por la vereda, ante la mi-
y se fueron riendo de este viejo tonto, que no lo rada de los pasajeros encañonados por la es-
mataron gracias al chofer y porque Dios es gran- palda, con las ¡piernas abiertas y las manos en
de, pero le hicieron pasar un susto. la pared. Y desapareció con su alma coliflora

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clavada en un alambre, sintiendo un hielo sa- puerta, y respirando hondo la cerró, sintién-
bueso olfateándole los pasos. En las avenidas dose protegida en la concavidad familiar de la
no flotaban ni las ánimas, a lo lejos un traque- sombra. Pero no prendió la luz. El silencio
tear de balas le apuró el paso. ¿Qué sería de obeso que llenalja el lugar podía presagiar cual-
Carlos a esta hora? ¿Y si la necesitaba? ¿Y si quier cosa, igual se arriesgó a subir dispuesta
no tenía dónde esconderse el pobrecito? ¿Y si a todo. Uno a uno los peldaños crujieron como
la estaba esperando en la casa angustiado? y si caminara sobre un cementerio de cristal.
cuando ella llegara se tiraría a sus brazos como Uno a uno sus pasos fueron estampidos cine-
un perrito. Pero ¿y sí los milicos la venían si- matográficos que la ametrallaron rodando es-
guiendo? ¿Si le habían dado la pasada porque calera abajo moteada de púrpura, repitiendo
algo sospechaban? Y ahí caerían los dos en la ahogada en sangre el nombre de Carlos-Carlo-
emboscada. Porque en esa casa de mierda no Carl. Aquel nombre falso, disperso en la súpli-
había por donde arrancar y las viejas copu- ca charnullcra de esas letras, un nombre de
chentas de la cuadra les dirían a los milicos: mentira, de bambalinas, tan ficticio como esa
Sí, yo vi cuando entraban esos cajones con ar- jugarreta imaginaria de actuar el miedo. Le hu-
mas. Yo vi a ese homosexual cuando les abría biera gustado recibir aplausos al llegar arriba,
la puerta en el toque de queda a tantos mu- pero por fortuna y mucha suerte, sólo el eco
chachos. Quizás no, peladoras serían las vie- marifrunci de su voz le contestó burlesco: ¿Hay
jas, pero nunca soplonas, nunca dirían que en alguien por aquí?
esa casa marica, el Frente Patriótico Manuel
Rodríguez había encontrado un hueco cálido
de protección. Al sentir un metralleo cercano 1
intentó correr, pero se contuvo, ese panfleto
con la cara de ese desaparecido le quemaba en
el bolsillo, como si el rostro de ese hombre
muerto pudiera respirar, y su vaho sepulto,
quién sabe dónde, le entibiara el costado pre-
viniendo su acelerado caminar. Faltaban sólo
dos cuadras para llegar a su casa que le pare-
cieron eternas, y al fin, temblorosa, abrió la

180 181
AQUELLA NOCHE EN SEPTIEMRRE del 86 fue espe-
sa, un socavón de coyotes aullantcs por las
avenidas, una ciudad crispada por los nume-
rosos al lanarrricntos, portazos, gritos y
balaceras en los barrios populares. El Ejército
se tomó Santiago, cortando las rutas de sali-
da. Se montó un cerco armado desde la peri-
feria que se fue cerrando a medida que los
militares revisaban autos, casas, poblaciones
enteras, formadas en fila toda la noche en las
canchas de fútbol. A la menor equivocación,
al más simple titubeo, a culatazos se llena-
ban camiones y camiones de sospechosos. Por
supuesto, ella no pudo dormir en un estado
así, brincando cuando escuchaba un ruido, so-
bresaltada por el crujir de la escalera. Con la
tetera hirviendo toda la noche por si acaso,
por si a Carlos o sus amigos se les ocurría lle-
gar. Con la radio prendida, pero bajito, escu-
chando los últimos comunicados:
COOPERATIVA ESTA LLAMANDO: LA SUBSE- detuvo silencioso al tiempo que una mujer le
CRETARÍA DE GomERNO INFORMA: POR LOS GRA- abría la puerta trasera para que subiera. Al mi-
VES ACONTECIMIENTOS DE LOS CUALES EL PAÍS 1-IA rarla nuevamente, reconoció a esa tal Laura bajo
SIDO TESTIGO, SE LE RUEGA A LA POBLACIÓN MAN- unos gruesos lentes ópticos y un pañuelo ama-
TENERSE EN SUS DOMICILIOS, Y ESTAR ATENTA A rrado en la cabeza. No te reconocí niña, te pa-
CUALQUIER CIRCUNSTANCIA QUE LES PAREZCA reces a la Chilindrina. Es por seguridad, usted
SOSPECI-IOSA Y DENUNCIARLA A TIEMPO entiende que son momentos difíciles para to-
dos, le dijo la mujer cortándole el chiste. El auto
Ya en la mañana, cabeceando de sueño, es- aceleró, y ella recién se fijó en el hombre que
cuchó el alarido de su vecina informándole que conducía el vehículo. ¿Por qué no vino Carlos?,
lo llamaban por teléfono. ¿Hombre o mujer?, fue lo primero q_ue se atrevió a preguntar. No
preguntó tragando saliva. Mujer, es una señori- puede, pero no se preocupe, él está seguro. Que-
ta que se llama Laura y quiere hablar con us- ríamos hablar con usted para ponerlo al tanto
tcd, Voló escalera abajo, cruzó la calle y toman- de su situación. ¡Es muy peligroso que siga vi-
do el teléfono en un minuto preguntó: ¿Aló? viendo aquí, casi todas las casas de seguridad
Si, con él, diga. Usted habla con Laura, la ami- han sido allanactl1s y la suya es la única que fal-
ga de Carlos. Ya lo sé, dígame ¿cómo está él? ta. Debe ser co11a de horas para que llegue la
No puedo hablar mucho, usted me entiende. Él CNI. Es urgente que salga rápido de Santiago.
está bien, pero no es por eso que lo llamo, nece- Pero no puedo abandonar mi casa, iqué va a
sitamos urgente hablar con usted. ¿Puede ser decir el dueño sÍ la dejo botada? Mire, lo inter-
en una hora? Claro que sí. Espéreme en la ca- peló la mujer mi~ándolo fríamente tras los cris-
lle, lo pasamos a recoger. Gracias. ¡Qué mujer tales. Es cosa del vida o muerte, tme entiende?
tan hincha pelotas! l. Qué tendría que hablar con Si alguien más bae, caemos todos. Pero yo no
él? Seguramente querían pedirle otro favor, pero puedo llegar y p.lrtir como una millonaria loca,
¿por qué no se lo pedía Carlos, con quien tenía señorita. No es ini estilo, casi le gritó al borde
más confianza? A lo mejor era arriesgado. A lo de la indignació1~. La mujer tragó aire, para tran-
mejor Carlos estaba herido y esa Laura no que- quilizar el diálogo y agregó: Escúcheme, no le
ría decirle por teléfono. estamos preguntando si usted quiere irse, debe
Tenía un nudo de dudas metido en su cabe- hacerlo por su l~ien y el de tedas. La Loca del
za, cuando el auto apareció por la esquina y se Frente masticó ~aliva mirando hacia afuera. La

185
ciudad pasaba rauda a morir en la perspectiva vaya?, preguntó agregando, porque yo no tengo
brumosa de las calles. Otras veces, en ese mis- un peso para viajar a ningún lado. De eso no se
mo auto junto a Carlos, esa fuga urbana le pa- preocupe, nosotros tenemos un dinero para su
reció más amable. Pero ahora la misma ciudad viaje, sus gastosiy estadía. ¿Y cuál será mi des-
era otra. Las imágenes en retirada de un pasado tino? No se lo podernos decir hasta mañana a
feliz le arrebataban lo único amado de su pil- las siete cuando [to pasemos a buscar. El auto se
trafa vida. Era el fin, la historia de amor se des- había detenido .1 media cuadra <le la casa. La
hojaba como una magnolia aplastada por las mujer, ahora unl poco m_á~ amable, le estiró la
ruedas del auto. Sólo quedaba el reflejo de su mano, que la laya apreto interrogando: Y Car-
cara en el vidrio supurando esa garúa que caía los, ¿cuándo podré hablar con él? Eso déjelo por
en la ciudad Ilorándola sin su consentimiento. cuenta nuestra. ¡No se preocupe. . .
¿Dónde está Carlos? ¿Podré verlo una vez más]. Tenía la zorra en la cabeza, un menjunje de
le preguntó a la joven que a su lado esperaba terrores y confus1iones dándole vueltas, un apuro
una respuesta. Lo veo difícil, dijo la mujer mi- siniestro sin saber por dónde comenzar. Por eso
rando al hombre que manejaba nervioso. Sería iba y venía por la casa juntando y amontonan-
la única condición que yo le pido para irme de do trastos. Y cnionces se dio cuenta que no te-
Santiago. Veremos qué se puede hacer, pero por nía muebles, er:~n puros cachureos tirados por
el momento es urgente que usted deje esa casa. el suelo y que ddba lo mismo recogerlos o guar-
¿Tendré tiempo para sacar algunas cosas? No
lo creo, lo que sí importa es hacer una limpieza
darlos, total en jcualquier .otro .sitio.:on
cajones, trapos IY mucha rmagmacion podría
un~s

de todo lo que pueda comprometerlo. ¿Como levantar de nuevo su castillo piñufla. Pero ha-
qué? Nombres, cartas, documentos suyos, cual- bía cosas que no podía dejarlas al abandono,
1
quier indicio, cualquier seña que ellos puedan como el mantel bordado, como el sombrero
encontrar. ¿Me entiende? La Loca del Frente amarillo, por cjbmplo, como los guantes con
asintió como una niña, dejándose llevar, escu- puntitos y sus lel1tes de gata. Las revistas E eran,
chando las instrucciones estrictas que le daba algunos recortes)dc Santa Monticl, y menos una
esa cabra chica metida a guerrillera. Total daba foto suya en que aparecía de travestí. La extra-
lo mismo, el cuento terminaba de esa manera jo de entre las iláginas amarillas de un Cine
absurda, Carlos y ella arrancando en dos direc- Amor y la pusd a la luz para verla más nítida,
ciones opuestas. ¿Y dónde quieren que me pero daba lo mi1 mo, porque el retrato era tan

186 187
añoso que la bruma del tiempo había suaviza- diría mordiéndose el labio para enrojecerlo al
do su perfil de cuchillo. Se veía casi bella. Y si ofrecerle un beso. Pero allí se quedó con la
no fuera por el "casi", nadie podría reconocerla mueca vacía dJ su boca de abuela. Urgía salir
forrada en el lamé escamado de su vestido de de allí, como lejdijo esa tal Laura. Y sólo en ese
sirena, nadie podría pensar que era ella en esa momento pudo calibrar la recomendación de
pose blandamente torcida la cadera y el cuello esa mujer que Jra apenas una chiquilla, tan jo-
mirando atrás. Con ese moño de nido que se ven y parecía ~m sargento. Porque al parecer,
usaba en los años sesenta, tipo Grace Kelly, con ella tenía un dngo más alto que Carlos. Pero,
el maquillaje preciso que le daba a su cara esa tan mandarund la cabra de mierda que la obli-
aureola irreal, esa espuma vaporosa de luz falsa gaba a dejar sulcasa, que la tenía tan nerviosa
que le confería el desteñido de los años. Casi desarmand~ lojúnico qu~ ella ~a?ía te~ido en
bella, se convenció alabando la cintura de jun- el mundo. Siempre fue así, suspiro rendida, pan
co y esa piel de durazno que forraba sus hom- para hoy y ha1hbre para mañana, tan pronto
bros empelotados. Un ruido la hizo levantar la creía tener alg¿i y la vida se lo quitaba de un
cabeza y mirar por la ventana, y en el vidrio del arañazo. Se sorprendía verse tan sumisa hacién-
presente se encontró con el rostro abofeteado dole caso a esa !gente del Frente Patriótico. To-
de la realidad. Alguna vez fui linda, se confor- tal, ella les haÜía hecho un favor sin saber de
t
mó guardando la foto en una bolsa donde iba qué se trataba [a película. Pero quién le iba a
¡
juntando sus amados cachivaches. Tal vez, si ercer. Se ensañarían contigo, le había dicho
Carlos viera ese retrato, quizás si Carlos la mi- Carlos, y a él s1í le creía con toda el alma. Esa
rara espléndida en el glamour sepia de ese ayer, era la única razlin que la tenía deshilando todo
podría haberla amado con el arrebato de un loco su ambiente pa:ra marcharse quién sabe dónde.
Romeo adolescente. Entonces habrían huido La vajilla ingle¡a y los cubiertos de plata se los
juntos rajados por la carretera, a perderse en el voy a llevar a l 1 Ranita, se dijo arrumbando la
horizonte donde el viaje nunca tuvo fin ... Tal tetera abollada y un resto de platos saltados y
vez detenerse a la rápida en un pueblucho don- tazas sin oreja. También los juegos de sábanas,
de Carlos se bajara a comprarle chocolates, y que no pudo terminar, se los dejaría a la Rana
en agradecimiento ella se soltaba el moño de que había sido tan buena. Y sobre todo, la ra-
nido para sentir la cascada de pelo arropándole dio, su querido y viejo cacharro musical. Eso sí
sus hombros descubíertos. ¿Te gusto así?, le que iba a echar de menos. Y allí en el aeropuer-

188
to del adiós necesitó alguna melodía para amor- venga a agradecerle a la Virgen por haber salva-
tiguar la pena. Entonces, encendió el artefacto, do la vida del Presidente. La improvisada con-
que chicharreando transmitía siniestras noti- ferencia de prensa que daba su mujer, se reali-
cias: zaba en el jardín de la casa, justo bajo el dormi-
torio desde donde él escuchaba sin querer es-
INFRUCTUOSOS SON LOS ESFUERZOS DE LOS cuchar. Más bien, deseando hundirse en el col-
SERVICIOS DE SEGURIDAD PARA DAR CON EL chón para relajar el castañeteo de sus dientes.
PARADERO DEL GRUPO TERRORISTA QUE EN EL DÍA Todavía no se reponía del susto, y al cerrar los
DE AYER ATENTÓ CONTRA LA VIDA DEL PRESIDENTE ojos, aún las cenizas de la pólvora nevaban sus
DE LA REPÚBLICA. SE ESPERAN PRONTAS pestañas canosas.
DETENCIONES EN LOS ALLANAMIENTOS QUE SE ¿Cómo se siente el Presidente ahora seño-
EFECTÚAN EN LA ZONA SUR DE SANTIAGO. ra Lucía, después de lo ocurrido?, preguntó la
INFORMÓ LA DIRECCIÓN NACIONAL DE joven periodista <le Radio Cooperativa. ¿Y cómo
COMUNICACIONES DE GomERNO cree usted que puede sentirse?, le contestó ful-
minándola con sus ojos maquillados de azul.
Fue un milagro de la Virgen lo que salvó a Mal pues. Si no fue un juego, no ve que casi lo ~
mi marido, les explicaba a los periodistas la matan. Pero Augusto es fuerte, él tiene una for-
mujer del Dictador, señalando el vidrio astilla- mación militar que lo ayudará a recuperarse.
do del Mercedes Benz, donde aseguraba que se ¿Ustedes habían pensado que podía ocurrir algo
distinguía la imagen de María Santísima en los así?, insistió la niña con sana curiosidad. ¿Dón-
rnsmillones de las balas. ¿Pero qué Virgen?, pre- de estudió periodismo usted señorita que pre-
guntó una joven corresponsal de Radio Coope- gunta tamaña tontera? ¿Cree que somos magos
rativa. ¿Cómo qué Virgen? Usted es tonta, la para adivinar el futuro? ¿o piensa usted que soy
Virgen del Carmen pues, la Patrona del Ejérci- una bruja que sabe lo que va a pasar? Cara de
to. Qué otra Virgen podría ser. No se fija que se bruja tenía esa vieja, pensó la chica guardando
ve clarita la imagen con el niño en brazos aquí la grabadora visiblemente avergonzada, mien-
en la ventana del auto. ¿O usted es ciega? ¿Y tras la Primera Dama, haciéndole un despre-
qué piensan hacer con el vehículo?, preguntó cio, invitaba a los otros periodistas a tomar un
un periodista español. Lo pondremos en exhi- refresco. Algo de bruja tenía su mujer, reflexio-
bición en algún lugar público, para que la gente nó el Dictador, amodorrado en su cama, recor-

190
dando sus recomendaciones de mal agüero ins- su éxito "Te pcJ". Más atrás pudo ver a la
piradas en el Tarot de Gonzalo. Desde ahora le rubia Andrea TesJa, que en sus cumpleaños lo
haría caso, tomaría en cuenta sus opiniones y alegraba cantánd~le "El Rey", qué bonita era
cm posible que nombrara a ese maricucho ase- esa chiquilla, quién fuera joven ... A su lado re-
sor consejero del gobierno. Los párpados le pe- conoció al animador César Antonio Santis, el
saban una tonelada, pero no quería dormir, le niño maravilla de la tele, y detrás a Julio López
aterraba quedarse solo en esa oscuridad. Pero Blanco, el poeta de las noticias, que lo vitoreó
inevitablemente el sueño lo arrastró pendiente emocionado con un: [Salud y gloria al Presiden-
abajo, tinieblas abajo, como una boca negra que te! Le respondió el saludo amable, pero cortan-
lo chupó en la inconsciencia del letargo. La te; le cargaba ese personaje tan rebuscado y
noche de su dormir era espesa, pero pronto una chupamedias. Pero había otros más rebeldes,
hilera de puntos luminosos comenzó a subir como ese rockero Alvaro Scaramclli que se atre-
desde el fondo, también los sones de la marcha vía a venir con las mechas largas, tan diferente
Erica le llegaron en el tintineo lejano de las al joven cuentista Carlos Iturra, que peinado a
marimbas. La culebra de antorchas subía el ce- la gomina y de correcto terno gris, esperaba con
rro Chacaritas hasta la cumbre, donde él, con humildad la distinción. El único que faltaba era
uniforme de gala, esperaba a los setenta y siete el poeta Raúl Zurita que, sin ningún reparo,
jóvenes, artistas e intelectuales que cada año había rechazado el premio. Mejor que no esté
condecoraba en esa fecha aniversario de la Ba- aquí ese comunista de mierda que se cree
talla de la Concepción. Respiró hondo, hinchán- Neruda, ¿A quién se le habrá ocurrido nombrar-
dose el pecho de orgullo al ver de cerca a sus lo? Lo único que faltaba: yo condecorando a un
cadetes vestidos con el uniforme azul y rojo de marxista.
la Guerra del Pacífico. Se veían tan gallardos Así, uno a uno, los homenajeados iban pa-
silbando su himno predilecto bajo el resplan- sando frente a él y recibían agradecidos la pio-
dor anaranjado de las antorchas. Entre ellos ha- cha al mérito que él prendía en sus solapas. Pri-
bía jóvenes intelectuales, escritores, poetas, pin- mero fueron los dantantes; después los pinto-
tores y músicos elegidos para esta nominación. res, periodistas y lscritorcs. Y luego lo espera-
A la luz temblorosa del fuego, distinguió al can- f
ba la larga fila de adetes correctamente vesti-
tante de la Nueva Ola José Alfredo Fuentes, que dos con el uniforme del Séptimo ele Línea. Y a
ya no era tan joven, pero todo el país recordaba cada uno lo abrazj> como un padre enganchan-

193
dole la dorada insignia en el pecho. El gesto se
fue haciendo mecánico a medida que desfilaba
la larga cola al compás vibrante de los orfeones.
Y cuando llegó el último chico de uniforme, lo
sobresaltó la voz aflautada del muchacho di-
ciéndole: ¿Qué tal Presidente? Era el mismo
mariposuelo que había mandado a expulsar de
la Escuela Militar. El mismo colijunto que ahora
lo enfrentaba sonriendo, desabotonándose la LA CASITA ESQUINA de tres pisos era una cuenca
guerrera, desnudándose un pecho forrado en un sin vida en ese amanecer en que la Loca del
negro sostén de encaje para recibir la medalla. Frente no había pegado los ojos tratando debo-
No me vaya a clavar mi General, le decía bur- rrar sus huellas de cada rincón, quemando pa-
lesco. Un mareo de furia lo despertó rumiando pelitos con números de teléfonos y direcciones,
hiel por los dientes. Por suerte había sido un barriendo pisadas, limpiando los vidrios, por si
sueño, y por suerte desperté porque si no, me alguna marca dactilar era descubierta, y recién
acrimino con ese degenerado. ¿Qué te pasa hom- en la mañana Rudo respirar tranquila con sus
bre? ¿Qué estás diciendo? Apuesto que otra vez cosas más afect¡ivas embaladas en dos grandes
no te tomaste el tranquilizante que te dejó el paquetes. Entonces encendió un cigarro y su-
médico, le decía su mujer retocándose la boca bió al altillo para ver ese horizonte gris con los
frente al peinador. Con tanta pregunta de los ojos de un desahuciado. Y sentada frente a esa
periodistas, se me corrió todo el maquillaje. perspectiva, dejo escapar motas de humo, pre-
guntándose: ¿Cómo se mira algo que nunca más
se va a ver? ¿Gómo se puede olvidar aquello
que nunca se ha tenido? Tan simple como eso.
Tan sencillo como querer ver a Carlos una vez
más cruzando la calle sonriéndole desde allá
abajo. La vida era tan simple y tan estúpida al
mismo tiempo. Ese panel de ciudad en ciento
ochenta grados, era la escenografía en cincrama
para un necio fanal. Cómo le hubiera gustado

194 195
llorar en ese momento, sentir el celofán tibio por un chal. ¿Qué pasa niña? ¿Y esos bultos?
de las lágrimas en un velo sucio cayendo como No me digai que te echaron de la casa. Mira
un blando y lluvioso telón sobre la ciudad tam- Ranita, ahora nl puedo explicarte nada, pero te
bién sucia. Cómo le hubiera gustado que toda quiero pedir que me guardes estas cosas¡ éstos
su enjaulada pena rodara fuera de ella en al me- son unos trabajos que no pude terminar, háccte
nos una gota de amargura. Sería más fácil partir, J 1 os, porque unos pesitos
cargo tu, y entrega . no
1
dejando quizás un pequeño charco de llanto, una están de más. Tp dejo mi radio para que te en-
mínima poza de aguada tristeza que ninguna CNJ tretengas, y lo demás ocúpalo si te hace falta.
pudiera identificar. Porque las lágrimas de las Pero que güevá niña, pasa y siéntate por lo me-
locas no tenían identificación, ni color, ni sabor, nos para que me cuentes de qué se trata esta
1volviste
ni regaban ningún jardín de ilusiones. Las lágri- chifladura. ¿Te loca?, ¿dejar esa casa
mas de una loca huacha como ella, nunca ve- tan linda? La bocina del auto interrumpió la
rían la luz, nunca serían mundos húmedos que charla. ¿No me vai a decir que te rapta el hom-
recogieran pañuelos secantes de páginas litera- bre? No, niña, nada de eso. Ojalá fuera así, agre-
rias. Las lágrimas de las locas siempre parecían gó fragilizada Jor un suspiro. Pero entonces,
fingidas, lágrimas de utilería, llanto de payasos, ¿cuál es la razóni, dijo la Rana tomándola del
lágrimas crespas, actuadas por la cosmética de brazo. Yo no te dejo ir maricón si no me dai un
la chiflada emoción. La ciudad a sus pies, acla- motivo por lo menos. Tengo que hacerlo
raba relumbrona en los pespuntes del tímido sol. mamita, es cosa de vida o muerte. La bocina
Esa malla de oro se iba esparciendo por el oleaje del auto volvió a interrumpirlas. No entiendo,
de techumbres careadas de miseria, la lluvia del no puedo comprender en qué güevadas andai
reciente invierno había lavado las superficies de metida. No importa Ranita, mejor así, contes-
zinc, donde refulgía ese oreado calor. Desde arri- tó la Loca del frente, zafándose y dándole un
ba divisó el auto al doblar la esquina y luego de- fuerte abrazo y un gran beso, sintió el pálpito
tenerse sin ruido frente a la casa. Es hora de par- cardiaco. de su gran amiga; Mami Rana, como
tir nena, se recitó a sí mismo, tirándole un beso le decía con cariño. La hermosa cola matrona
al ayer que evaporaba su adiós en el herido re- que en el marco ele la puerta la despedía con
manso del amor viejo. sus dedos acala~nbrados de frío. Así la vio em-
La Rana no esperaba esa visita tan tempra- pequeñecer a nicclida que el auto se alejaba de
no. La recibió entumida en la puerta, arrebozada esos tierrales. ~Es muy amigo suyo?, supongo

197
que no le habrá dicho nada, interrogó la mujer tanilla, por favor? Laura le hizo caso, pero sin
sentada a su lado. Y si le hubiera dicho ¿qué? mirarlo, en realidad no habían pronunciado pa-
¿Acaso ustedes no creen que hay gente como labra en todo el camino. Ni ella ni el chico que
yo que puede guardar un secreto? ¿Creen que manejaba. Había sido un viaje tenso, y en cada
todos los maricones somos traicioneros?, repli- parada de peaje Laura prendía un cigarro y lue-
có la Loca del Frente con las mejillas rojas de go lo apagaba casi sin fumarlo.
indignación. Pero no se preocupen, no le dije Viña del Mar apareció de pronto en un re-
nada, solamente para no comprometerlo. No se codo con sus mansiones mediterráneas. La
enoje, agregó la tal Laura, arreglándose la pelu- Loca del Frente nunca había estado en ese bal-
ca cobriza que la tonta creía le daba otra identi- neario de turistas y gente linda. Pero en esa
dad. Nos queda bastante que viajar juntos, por- época, y a esa hora de la mañana, solamente
que yo lo voy a dejar hasta su destino, murmu- se veían empleadas domésticas haciendo com-
ró la mujer con indiferencia, así que por lo me- pras, estudiantes rubios con sus uniformes de
nos hagamos agradable el trayecto. No le hizo colegios católicos, más alguna anciana inváli-
caso, algo nunca le gustó de esa niña con aires da tomando el fresco en las pérgolas jazrnineras
de sargento, y no era solamente por celos, tam- de los palacetes. Se parece a una película anti-
poco porque era joven y preciosa. Era algo más, gua de la costa francesa, pensó ella, recordan-
cierto esfuerzo que la cabra hacía por ser ama- do el milagro ele esa primera vez que se encon-
ble. Y estaba segura que si no fuera por la inse- tró con el ma1¡ proleta de Cartagena, cuando
guridad que sentían con él, esa tal Laura la de- toda la poblacifm de su infancia se encaramó a
jaba botada ahí mismo, en la mitad del camino un tren, graqs y por iniciativa de Mario
a Viña del Mar, porque hacía rato el vehículo Palestra, el alcalde de San Miguel, que le rega-
había tomado esa ruta. Lo pudo leer en los avi- ló a toda su comuna un día de playa. Qué bue-
sos camineros que pasaban, y acomodándose no había sido ese caballero y qué lástima que
como gata frívola en el asiento, comentó des- estos milicos lo hubieran exiliado. Algo de Car-
ganada: Me va a hacer bien un poco de sol ma- los tenía ese político de bigotes mexicanos y
rino, estoy tan pálida. sonrisa generosa. Y a propósito, ¿cuándo me
Cuando estuvieron cerca de la Ciudad Jar- voy a encontrar con Carlos scñoritai, dijo, al-
dín, la humedad marisca del viento le despeinó zando la pregunta altanera y exigente. Recuer-
las cuatro mechas. ¿Puede cerrar un poco la ven- de que ése fue el trato. La mujer sonrió con la

199
boca torcida mirando al chofer. No se preocu- que no tenía ni para hacer cantar a un ciego en
pe, nosotros nos encargamos de eso ... Pero ... esa playa de ricos.
Confíe en nosotros, la interrumpió la chica con Entonces escuchó la voz del mozo que ama-
firmeza. Y ahora escúcheme con atención 1 blemente lo invitaba a pasar. Y no le quedó otra
agregó como una profesora que le habla a una opción, ya que e1 muchacho cogió la bolsa de su
niñita; nosotros lo vamos a dejar en un bar fren- equipaje y casi arreándola la introdujo al elegan-
te a la playa. Usted va a entrar solo y se sienta te bar. ¿Le gusta en la primera mesa de la iz-
en la primera mesa de la izquierda. Pide un quierda para qub vea el mar?, le preguntó con
café. Yo no tomo café porque me hace mal para un levísimo tic en sus pupilas brillantes. Y en
la úlcera. No importa, entonces pida una be- realidad, desde allí, la ondulante seda marina
bida. No hable con nadie ni le pregunte nada a extendía su capa cobalto junto al meridiano del
nadie. Y allí espera. ¿Esperar qué? ¿Que la pera firmamento, tan azul, tan bellamente azul que
caiga? Quédese tranquilo y haga lo que yo le parecía otro pais, un país ele cuento donde no
digo, insistió Laura, tomándole el brazo con pasaban las atrocidades que se escondían bajo la
amabilidad al tiempo que el. auto se detenía alfombra. iQué se va a servir?, dijo el joven mozo
frente al local. Muchas gracias por todo, y dis- con su voz cantante. No tengo con qué pagar,
cúlpeme si en algún momento he sido mal edu- contestó ella con tímido rubor. No se preocupe,
cada. Usted sabe que vivimos juntos tiempos es una atención de la casa. Entonces un agua
difíciles. mineral. ¿Con gas? Sí, por favor, muchas gracias.
En un segundo la voz de la chica se fragilizó En la costanera que bordeaba la playa, un
conectándose con alguna parte suya, como si largo taco de vehículos eran revisados por in-
en ese momento se asomara en ella el desagra- fantes navales que, con metralleta en mano, pe-
vio de la emoción. Y después de darle un beso dían documentos, encañonaban y detenían sos-
en la mejilla, el auto se perdió en la costanera. pechosos. Ella no tenía documentos, nunca
Y allí estaba ahora frente a ese bar con sus po- había usado documentos, y si venían a pedírse-
cas pilchas en un atillo. ¿Y si todo había sido los, les contestaría que las estrellas no usaban
una broma? ¿Y si esos guerrilleros se habían esas cosas. A pesar de todo, estaba tranquila,
deshecho del maricón trasladándolo de ciudad tan serena y entregada al placer de la brisa que
y punto?, sin dejarle ni un peso, porque ahora pegó un salto cJiando una voz en su oído musitó:
que se registraba los bolsillos caía en cuenta ¿Tienes miedo torero?

200 201
,
rielad se usa más discreta hombre, sin helicóp-
teros ni sirenas. Apenas tres autos sobrios de
Voy a dormir tres días seguidos cuando llegue- comitiva, como ahora. ¿Viste que nadie se dio
mos a Cerro Castillo, con tanta ncura me salie- cuenta que estarnos en Viña? Ningún periodis-
ron patas de gallo hasta en la lengua. Mira cómo ta ni fotógrafo siguiéndonos con sus cámaras.
tengo la piel, parece un papiro egipcio con la Y si yo quisiera, me podría bajar de incógnita a
preocupación. Y esas cremas grasientas que tomarme un refresco aquí mismo, en aquel
hacen ahora, no son ningún remedio. Fíjate barcito tan monona que pusieron allí en la cos-
cómo salgo en esta foto del diario. Mira las bol- tanera.
sas que tengo debajo de los ojos. Por suerte es
bonito este titular: LA VIRGEN SALVO AL PRESIDEN-
TE. ¿No crees que debieras mandar a construir Como por milagro, Carlos apareció en el bar
una capilla en el lugar del atentado? ¿Porque riéndose con su teclado delicioso. Príncipe, dijo
no pensarás vestirte de café por seis meses como ella sofocada, usted nunca deja de sorprender-
los cabros chicos cuando hacen una manda? me. Es mi deber alteza, la rutina la pone triste.
Aunque con ese uniforme plomo parece que No sólo la rutina príncipe, también su ausen-
siempre anduvieran ele manda. ¿Nuhca se te ha cia, y bajó los ojos para que la tormenta del amor
ocurrido Augusto, que los uniformes podrían no le ahogara la mirada. zMe permite sentarme
ser de distinto color para cada estación del afio? y hacerle compaúíai No faltaba más, dijo ella
Sí, ya sé que estás pensando que soy frívola, dramática. Pensé que nunca más te iba a ver,
pero no es mala idea, se verían tan lindos los agregó después rompiendo el juego. No hable-
chiquillos de la Escuela con trajes color sandía mos de eso ahora, murmuró Carlos, tomándo-
en verano, con amarillo miel en otoño y, bue- le la mano bajo el mantel de la mesa. Tenía tan-
no, el mismo color gris burro para el invierno. to miedo Cario~ que ... Shit, no sigas, converse-
Me dirás que estoy loca por pensar así, pero no mos de otro tc111a. Pero ... Pero nada, tenemos
puedes negar que siempre tengo razón. Si me poco tiempo y (Icho informarte algunas cosas.
hubieras hecho caso, no habría ocurrido lo que No me impo~ta¡ninguna i~_formación, soy feliz
pasó. Mira que andar con ese batallón custo- estando conngc . Yo también, pero ahora salga-
diándote, era evidente que los terroristas te se- mos de aquí porque esto está lleno de sapos.
guían los pasos por todos lados. Ahora la segu- Con una seña, Carlos se despidió del mozo, y

202 203
cargando los paquetes de la loca, apurado la in- se ve el Congreso de Valparaíso. Parece un chiste
vitó a salir.
que mandaras a construir un edificio tan boni-
Afuera, en Ja playa, el tibio aliento de la to para esos políticos que te odian. ¿Por qué no
mañana sostenía el planear de las gaviotas, pa- te olvidas de ese proyecto y lo conviertes en un
recía que esbozaran fugas en el mapa del aire. hotel cinco estrellas? Porque, ¿no pensarás lla-
A lo lejos, la caravana de autos seguían siendo mar a elecciones? Imagínate que perdamos, con
revisados por los infantes de la Armada. lo malagradecidos que son los chilenos. Imagí-
Vámonos a otra parte, dijo Carlos nervioso nate que esos marxistas ganen y ocupen esa ma-
haciendo parar un taxi. Siga derecho hasta ravilla de Parlamento.
Valparaíso, vamos a Laguna Verde. Pero el ca- A lo lejos, en la concavidad del callamperío
mino esta cortado. Entonces siga por arriba. Nos porteño, las altas torres del Congreso se erguían
vamos a demorar un poco. No importa, no te- flamantes en su moderna arquitectura. Esa
nemos apuro. En el trayecto no hablaron ni una construcción faraónica era su gran orgullo, lo
palabra, y cada vez que ella intentaba decir algo, mismo que la Carretera Austral. La posteridad
Carlos la enmudecía con un gesto de su boca. lo recordaría como a Ram sés II, por esas
Pero qué importaba hablar en ese momento, lo ciclópeas obras. Pero tal vez su mujer tenía ra-
tenía a su lado, su perfil moreno, su juventud zón al pensar que en una posible elección esos
nerviosa en el sutil temblor de su rostro tan rojos podían ganar, y de una patada en el traste
próximo, tan cerca, que veía resbalar por sus lo iban a sacar del Congreso. Lo único que ella
sienes una gota turbia de preocupación. Al lle- no sabía era que un artículo de su nueva Cons-
gar al puerto, frente al monumental edificio del titución, lo designaba como Senador Vitalicio
nuevo Congreso, un semáforo detuvo al taxi. hasta el fin de los tiempos. Respiró más tran-
[Qué güevada tan fea, parece un hospital de la quilo, viendo cómo las torres majestuosas se
política, le susurró por lo bajo a Carlos que, con- recortaban en lontananza, y recordó que hacía
teniendo la risa, le hizo una sena reiterando el poco tiempo su mujer le había insistido que su-
silencio.
pervisara los avances de la construcción. Mal-
dito día en que le hizo caso, porque al llegar la
comitiva, cuando él se bajó del auto presiden-
La breve comitiva presidencial ya subía la cues- cial, rodeado de guardaespaldas, fotógrafos y pe-
ta de Cerro Castillo. Mira Augusto, desde aquí riodistas, escuchó un griterío en lo alto de la

204
205
obra gruesa del edificio, y pensó inocente que comentó la loca con pavor, encogiéndose en el
los obreros lo vitoreaban desde los andamios asiento. Espérate un poco que lleguemos, es
por eso contestó el saludo alzando las manos ' realmente hermoso. Ojalá pues lindo, porque
pero al poner oído escuchó con atención; hasta aquí todo es siniestro. Y después de unas
PINOCJ-JO-VIEJO CULIAO-ASESINO y CRIMINAL. La ra- cuantas curvas, apareció allá abajo el ojo de sel-
bia fue un calor que enrojeció su cara, lo sacó va mar llamado Laguna Verde. Ella contuvo la
de quicio, y arremangándose la camisa, los de- exhalación. Carlos, este sitio es precioso, no
safió a grito pelado: BAJENSE DE AHÍ GÜEVONES DE parece Chi~e. yiste, yo te dije, lo que pasa ~s
MIERDA, SI SE ATREVEN_ VENGAN PARA ACÁ SI SON TAN que los clulen~ls no conocemos nuestro p~1s.
GALLITOS. ROTOS DESGRACIADOS Y MALAGRADECIDOS. Así es pues amigo, agregó el chofer entusias-
Fue un bochorno, una vergüenza que por des- mado bajando la pendiente hasta llegar a ese
gracia apareció por televisión a todo el país. y paraíso de playa. Leves espumarajos de encaje
esos tarados de Seguridad, ni siquiera pudie- traía la marea en su oleaje de arrastre. La au-
ron ubicar a ninguno de esos patipelados que reola de arena contenía ese pequeño golfo como
desaparecieron en los vericuetos del enorme una cucharada de acrílico turquesa y transpa-
Parlamento. Al igual que los terroristas que rente. Un pequeño poblado de cuatro casas ur-
habían atentado en su contra. De seguro, aho- banizaba rural ese pedazo de costa, pero no se
ra andaban por ahí o habían salido de Chile veía nadie en el éxtasis mágico de la escena.
por los muchos pasos cordilleranos. Bájate pues ¿Puede venir a buscarnos a las cinco", le
hombre que ya llegamos, escuchó que le decía preguntó Carlos al chofer, estirándole un bille-
su mujer desde el enorme prado de Cerro Cas- te por el costo del viaje. Cómo no, sonrió el
tillo. hombre aspirando a bocanadas el reflejo salino;
¿los recojo aquí mismo? Claro que sí, agregó el
chico bajando los bultos de la loca, que miraba
La bruma marina les pegaba en la cara su alien- el tul oceánico drapeado por la brisa. Y de pron-
to refrigerado, hacía un rato que habían salido to echó a correr como una chicuela al encuen-
del centro de Valparaíso, y ahora el taxi serpcn- tro del encaje blanco que alisaba la playa. En la
tcaba por los acantilados de basura acumulada agitada carrera se quitó los zapatos y soltó los
en la espalda del puerto. Pero qué horrible lu- pinches imaginarios que sujetaban su ilusoria
gar, parece el paisaje de Cumbres Borrascosas, cabellera. QtH. ría que ese paisaje la envolviera,

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la abrazara, la colmara, refrescándole el ardor elegido que cierre la cortina de mi última ilu-
quemante de su alma en prisa. Y Carlos fue tras sión. Es un gran honor alteza, pero es tan triste.
ella, imitándola, sumándose irresponsable a ese Y qué importa, no hay otro color que me vista
efluvio amoroso. Y la alcanzó justo cuando una de pies a cabeza la tarde del adiós ... amor, con-
ola enana le encadenaba los pies, y fue doble el cluyó ella dejando que la sílaba final del amor
abrazo, fueron múltiples las pelusas de agua que anillara el eco de su voz. Y sacudiéndose la are-
chispearon la caída, porque cayeron anudados na, se puso de pie y cambió de tema. Tengo
y riendo, luchando y rodando por la arena como hambre Carlos. ¿Dónde vamos a almorzar? Por
dos niños que por fin se encuentran, dos chi- aquí no hay nada, pero mira, ahí se ve un alma-
quillos, que jugando a la agresión, disfrazan la cén donde podemos comprar algunas cosas.
caricia brusca que urge tocarse, anular ese abis- Anda tú solo, mientras tanto yo pongo la mesa.
mo masculino de arenal y océano. Y allí queda- y Carlos voló por la playa, dejando la estela de
ron acezantes, uno junto al otro, como dos ga- sus pies moldeados en la arena. ¿Por qué tuve
rabatos de cuerpos extenuados en la playa de- que conocertei, se preguntó la loca mirándolo
sierta. Y si la mirada abyecta de la gaviota que desaparecer. Pudimos no habernos cruzado nun-
surcaba la altura hubiese sido una cámara de ca, siguió hablando sola mientras iba caminan-
cine, la visión circular del pájaro sobre la ba- do hasta donde Carlos había dejado sus bultos.
hía, les habría regalado un mundo. Si pudiera Y con nervioso ademán, desarmó uno buscan-
morir antes de despertar, dijo ella expirando do algo precipitado, rabiando, exclamando:
cada palabra, como si leyera un responso. Si ¡Dónde mierda había metido aquello! Y lo en-
fuera así princesa, yo viviría en su sueño para contró, desplefando la nívea bandera del man-
siempre, murmuró Carlos a su lado con el len- tel bordado delpájaros y angelitos. Carlos regre-
te del cielo abismándole los ojos. Usted siem- só en un santiamén cargado de paquetes. Y se
pre habitará mis sueños, y se ocultará en el ra- quedó embobado mirando el mantel, las servi-
maje de mis pestañas para que yo lo descubra lletas y el ramo de flores silvestres que las ma-
acechando con pena el vaivén de mi eterno dor- nos de la loca habían arreglado en unas con-
mir. ¿Cómo usted puede futurizar mi gran do- chas de marislos.
lor princesa?, dijo Carlos, sintiendo cómo el ¡Qué elegancia!, suspiró el chico con ad-
vaho de su boca escribía el diálogo en el telón miración. Ust1cd princesa de la nada construye
del firmamento. Porque usted príncipe, será el un reino. Hay que tener dignidad para vivir se-

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ñor cochero. ¿Qué trajo para merendar. Sólo en- ¿cómo fue que arrancaron después del atenta-
contré pan de Andalucía princesa, quesos de do? No digas atentado, porque no fue eso. ¿Y
Suiza y un buen vino chileno para brindar por cómo le digo entonces? Emboscada, afirmó
los dos. Pero qué atrevimiento, ¿acaso no sabe Carlos con las cejas juntas. Me perdonarás, pero
usted que me está prohibido brindar con la ser- yo no acostumbro usar palabras de cowboys,
vidumbre? Pruébelo mi señora, dijo Carlos des- agregó la locaJten:and~ aún más la es~ena con
tapando la botella, y verá que este licor revolu- un acento de irania. Llámalo como quieras en-
cionario hace olvidar las clases sociales. ¿Quiere !
tonccs, pero acuérdate que tú tam bié .
icn tuviste
embriagarme cochero para hacer de mí lo que que ver en eJto. ¿Ah, sí? No te puedo creer,
usted quiera?, exclamó ella empinándose un cuando les colwiene se acuerdan de mí Y cuan-
t .•
sorbo. Ve que ahora somos iguales amiga prin- do no, se deshacen de una como trapo v1e10.
cesa. Y si somos iguales amigo cochero, ¿por Esa no es la idea, no mal interpretes, dijo Car-
qué no siento la caricia de su amor rebalsando los con una sbriedad desconocida. Te estamos
este momento? No culpe al amor amiga prin- protegiendo. lNo será que se están protegiendo
cesa, y déme un trago más para compartir su ustedes", porque siempre dudaron de mí. Tam-
decepción. Ella sonrió articulando en sus labios bién es posible, no te lo voy a negar. ¡Qué bue-
una mueca burlona. No alcanza a ser decepción no! ¡Por fin l~> reconocesl. No me pongas pala-
querido amigo. Nada más que darse cuenta que bras en la boca, no quise decir eso, solamente
una loca tonta de amor siempre estará dispues- que te estamos muy agradecidos por tu coope-
ta a ser engañada ... utilizada. Y dejó que su voz ración. Además, a nombre del Frente tengo que
descendiera por una escalera de palabras y en entregarte este dinero para alojamiento Y man-
el último peldaño su decir se quebró tambalean- tención, por lo menos unos meses, hasta que
te. Cuando se juega al amor, siempre existe el todo pase y puedas regresar a Santiago. ¿Y por
riesgo de equivocarse, siguió recitando como qué eliges este momento para pagar mis se.rvi-
sonámbula, sobre todo cuando hay muchos que cios! No seas tonto, no es un pago, es un dine-
no saben jugar, y finalizó la frase apuntando a ro que te va a servir. A lo mejor soy una loca
Carlos con una mirada acusadora. ¿Qué dije que tonta que confundí las cosas, dijo ella como una
te molestó? Nada lindo, no te preocupes, por niña envolviendo su pena infinita. No te pon-
un momento me dejé llevar por este cuento gas así, no es para tanto. Tú sabes que nunca te
estúpido. Y para cambiar de tema, cuéntame ... voy a olvidar. Y a Carlos también lo embargó la

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tristeza, y sin saber qué hacer, le tomó sus ma- me compró Gonzalo en París. Me lo voy a cam-
nos de pájara mustia y las besó con la brasa de biar al tiro. N > soporto un minuto más esta
sus labios morenos. ¿Cómo podría pagarte todo porquería que me hacer ver como la Abeja
lo que hiciste por nosotros, y especialmente por Maya.
mí? Con sólo tres palabras. ¿Qué palabras?, dijo Mientras su mujer iracunda caminaba por
él con cierta vergüenza en sus ojos de macho el césped hacia la casa, le miró por detrás el
marxista. "Tengo miedo torero". ¿Qué más? gordo poto cirrlbreado por la celulitis, y sonrió
al pensar que en rea l"d
1 a d se parecra
' a esa can-.
1

catura de la tefevisión. Un tibio aire vino a re-


Mira Augusto cómo se llena de pinganillas la lajarle los músbulos
1
de la espalda, todavía aga-
costa, y fíjate tú que todavía no es verano. Pien- rrotados por. el recuerdo. Por fortuna todo ha-
!
sa qué va a ser en pleno enero y febrero. No hay bía pasado, y exceptuando ese calambre de ten-
derecho, Viña ya perdió categoría, ni siquiera sión, estaba tr~nquilo, sabiéndose protegido en
1
tienen respeto porque aquí en Cerro Castillo esa fortaleza. El cielo era tan azul, que todo Viña
veranea el Presidente. En la asoleada terraza de del Mar parecía protegido por esa burbuja ce-
la mansión, la Primera Dama tomaba el pálido sb
leste. Por eso dejó engullir bostezando en ese
calor embetunándose con cremas de pepino, placentero agdtamiento.
¡
Allí no había ningún
rosa mosqueta y placenta, mientras ojeaba con peligro, alcanzó a pensar antes de cruzar la puer-
1
sus prismáticos el oleaje de bañistas zango- ta del sueño. Allí en ese castillo enclavado en
loteándose en el mar. Mira oye, esas mujeres . ,1 terronsta
e 1 cerro, nmgun . po díia atentar con t ra
que no tienen vergüenza de mostrar casi todo. su vida. Excepto1
1
que vengan por e 1 aire,
. que se
Mira allá abajo esa gorda ordinaria con traje de consigan un helicóptero y lo pillen ahí durmien-
baño amarillo a rayas negras igual al mío, a esta do tan desprevbnido. Entonces, el zumbido del
mugre que tú me regalaste. [Torna los lentes, mar a lo lejos,¡ fue rimando sus pensamientos
mira], y fíjate bien que es la misma marca, la con un crepitar de hélices. Y al poner atención,
misma tela, el mismo estampado. Que me el metálico traqueteo fue diferenciándose de los
muero aquí mismo de rabia, viejo amarrcte, murmullos dcha playa, se iba acercando, se iba
apuesto que lo mandaste a comprar a Palabella, haciendo cada! vez más nítido su runrunear de
donde se visten todos estos picantes. Por suer- máquina demoledora. Pero el cielo de su sueño
te traje el azulino con orquídeas blancas que seguía siendo J1zul, tan azul como un vidrio de

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ll

catedral que se hizo trizas cuando la ventolera parece una isla de fiesta que nos dice adiós. Pero
del aparato rugió sobre la casa. Cuando hizo Carlos no quiso levantar la vista, no quiso mi-
volar las revistas y el sombrero que su mujer rar, y siguió como un autómata limpiando sus
había dejado en la silla de lona. Era un venda- pies de una arena invisible. Por primera vez se
val caótico que parecía tragarlo. En pleno es- había quedado mudo sin responder, sin partici-
panto miró a todos lados, tocó desesperado la par de esa poética hablantina que una vez más,
campanilla de los sirvientes, ese pequeño chi- y con tanto amor, y quizás por última vez le
llido de auxilio que se tragó la vibrante furia proponía su loca. Mi loca, pensó. Mi inevitable
del huracán, al igual que sus gritos, al igual que loca, mi inolvidable loca. Mi imposible loca,
sus gemidos, al igual que la mueca muela que afirmó leve mirando el perfil hermosamente
tajeó su boca. Me matan, me matan, quería de- verde azulado por un reflejo de pleamar. Mira
cir en el momento que abrió los ojos ante la Carlos, ahora Vhlparaíso parece un barco de año
cara de su mujer, que todavía enojada le estira- nuevo en noche de carnaval. Fíjate que en la
ba el frasco ele medicinas. El heli, el helí, el heli- punta lleva enn~scada una sir~na, com~ .:sas que
cóptero, alcanzó a toser en el desespero. No pasa tiene Neruda en su casa. ¿Como me dijiste que
nada hombre, tómate tus gotas, no seas galli- se llamaban? ~í_jat~ que ahora se_ prenden los
na. Es el almirante Urrutia que viene a saludar- cerros como chispitas, como un árbol de Pas-
te; y como aquí no tenemos helipucrto, yo mis- cua que se lo lleva la marca. ¿A ti te hacían
ma le dije que aterrizara en el jardín. árbol de Pascua cuando niño Carlos? ¿Te rega-
laron un barquito alguna vez? Mira qué lindo
Carlos ahora que se prenden las calles como
Fue un día maravilloso, suspiró, mirando a Car- guirnaldas de luces. ¿En Cuba hacen árbol ele
los que se sacudía la arena ele los pies mientras Pascua? Entonces Carlos alzó la vista y pudo
ella doblaba el mantel. Si Ja vida fuera una pelí- ver a la distancia la isla enjoyada de La Habana
cula, sólo faltaría que una mano intrusa encen- derritiéndose en un espeso lagrimón. ¿Te irías
diera la luz, murmuró dejando ir su mirada conmigo a Cubai, la voz de Carlos pareció re-
miope por los acantilados ensombrecidos en la tumbar en su cabeza de cascabel. Y ella giró la
perspectiva pronta del ocaso. En el espolón de cara y lo miro desgarrada por la pregunta. El
una punta geográfica, Valparaíso encendía Ja tia- silencio que esperaba la respuesta fue tan gran-
ra pobre de sus chispas. Mira Carlos, el puerto de, que no necesitaron tocarse para sentir el mi-

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nuto de la noche abrazándolos en esa ilusoria cía el vehículo l¡ue los esperaba para llevarlos
eternidad. Toda la vida te voy a agradecer esa de regreso. ¿Rec~1gistc todas tus cosas?, preguntó
pregunta. Es como si me estuvieras pidiendo la Carlos cuando estuvieron instalados en el auto
mano. Ella rió al decir esto, y enseguida agregó en marcha. Y ella mintió afirmando con la ca-
con demacrada seriedad: No juegues conmigo beza. Mientras atrás en la playa anochecida en
niño, mira que me lo puedo tomar en serio. Es terciopela oscuridad, la marea se encrespaba
muy serio, yo parto mañana y todavía puedo arrastr~ndo ~l 9lbo n:iantel olvidado en la ~re.-
conseguirte un pasaje. ¿Y qué dirían tus com- na. Senor, ¿tiene rad10 este auto?, pregunto 1.1
pañeros de partido? Lo entenderían como parte loca con renovada coquetería. Sabe que no, me
del plan de salvataje. Todos los que participa- robaron la radio la semana pasada. Entonces no
ron en esto están saliendo del país. Tu genero- se preocupe, awegó ella, musitando bajito la
sidad me conmueve amor, y quisiera ver el letra ingrata de una añeja canción:
mundo con esa inocencia tuya que me estira
los brazos. Pero a mis años no puedo salir hu- Tienen sus dibuios
yendo como una vieja loca detrás de un sueño. figuras pequeñas
Lo que nos hizo encontrarnos fueron dos histo- avecitas locas
rias que apenas se dieron la mano en medio de que quieren volar ...
los acontecimientos. Y lo que aquí no pasó, no
va a ocurrir en ninguna parte del mundo. Me
enamoré de ti como una perra, y tú solamente
te dejaste querer. ¿Qué podría ocurrir en Cuba
que me ofrezca la esperanza de tu amor ... ? (Tu
silencio ya me dice adiós) como dice la can-
ción. Tu silencio es una cruel verdad, pero tam-
bién es una sincera respuesta. No me digas nada
porque está todo claro. ¿Te fijas cariño que a
mí también me folló el atentado?
La bocina del taxi trizó el silencio en que
habían quedado los dos. Y en el mismo silen-
cio recogieron los bultos y se encaminaron ha-

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