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Charles Wright Mills La-Elite-Del-Poder Cap. 1
Charles Wright Mills La-Elite-Del-Poder Cap. 1
C. (W RIGHT MILLS
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Título original:
The Power Elite
© 1956, Oxford University Press, Nueva York
D. R. © 1957, FONDO DE CULTURA ECONOMICA
D. R. © 1987, FONDO DE CULTURA ECONOMICA, S. A. de C. V.
Av. de la Universidad 975; 03100 México, D.F.
ISBN 968-16-0213-7
Impreso en México
RECONOCIMIENTOS
8 RECONOCIMIENTOS
*
1 La verdad acerca de la naturaleza y el poder de la minoría
no es ningún secreto que los hombres de negocios saben pero no
dicen. Esos hombres sustentan teorías totalmente distintas acerca
de su papel en la sucesión de acontecimientos y decisiones. Con
frecuencia se muestran indecisos acerca de su papel, y aún con
mayor frecuencia permiten que sus temores y esperanzas influyan
en la estimación de su propio poder. Por grande que sea su poder
real, tienden a tener de él una conciencia menos aguda que de
la resistencia de los otros a usarlo. Además, la mayor parte de
los hombres de negocios norteamericanos han aprendido bien la
retórica de las relaciones públicas, en algunos casos hasta el pun-
LOS ALTOS cíRCULOS 13
to de usarla cuando están a solas, llegando a creer en ella. La
conciencia personal de su papel que tienen los actores es sólo una
de las varias fuentes que hay que examinar para comprender
a los círculos sociales superiores. Pero muchos de los que creen
que no hay tal minoría, o en todo caso que no hay ninguna mi-
noría de cierta importancia, apoyan su argumentación en lo que
los hombres de negocios piensan de sí mismos, o por lo menos, lo
que dicen en público.
Pero hay otra opinión: quienes creen, aunque sea vagamente,
que ahora prevalece en los Estados Unidos una minoría de gran
importancia, con frecuencia basan esa opinión en la tendencia
histórica de nuestro tiempo. Han experimentado, por ejemplo, el
predominio de los acontecimientos militares, y de ahí infieren
que los generales y los almirantes, así como otras personas decisi-
vas influidas por ellos, deben ser enormemente poderosos. Creen
que el Congreso ha abdicado de nuevo en un puñado de hombres
decisivos y claramente relacionados con la cuestión de la guerra
o la paz. Saben que se arrojó la bomba sobre el Japón en nombre
de los Estados Unidos de América, aunque nadie les consultó
en ningún momento sobre el asunto. Advierten que viven en tiem-
pos de grandes decisiones, y saben que ellos no toman ninguna.
En consecuencia, puesto que consideran el presente como histo-
ria, infieren que debe haber una minoría poderosa, que toma o
deja de tomar decisiones, en el centro mismo de ese presente.
Por una parte, los que comparten esta opinión acerca de los
grandes acontecimientos históricos, suponen que hay una mino-
ría y que esa minoría ejerce un poder muy grande. Por otra par-
te, los que escuchan atentamente los informes de hombres que ma-
nifiestamente intervienen en las grandes decisiones, no creen, con
frecuencia, que haya una minoría cuyos poderes tengan una im-
portancia decisiva.
Hay que tener en cuenta ambas opiniones, pero ninguna de
ellas es suficiente. El camino para comprender el poder de la
minoría norteamericana no está únicamente en reconocer la es-
cala histórica de los acontecimientos ni en aceptar la opinión per-
sonal expuesta por individuos indudablemente decisivos. Detrás
de estos hombres y detrás de los acontecimientos de la historia,
enlazando ambas cosas, están las grandes instituciones de la so-
ciedad moderna. Esas jerarquías del Estado, de las empresas eco-
nómicas y del ejército constituyen los medios del poder; como ta-
les, tienen actualmente una importancia nunca igualada antes
en la historia humana, y en sus cimas se encuentran ahora los
puestos de mando de la sociedad moderna que nos ofrecen la
clave sociológica para comprender el papel de los círculos socia-
les más elevados en los Estados Unidos.
En la sociedad norteamericana, el máximo poder nacional re-
side ahora en los dominios económico, político y militar. Las de-
más instituciones parecen estar al margen de la historia moderna
14 LOS ALTOS CÍRCULOS
las que saben muy poco las gentes de las clases media y baja, que
ni siquiera pueden soñarlas. Hay familias que, en su bienestar,
están completamente aisladas de los tumbos y traqueteos econó-
micos que experimentan las familias simplemente prósperas y las
situadas en grados inferiores de la escala. Hay asimismo hombres
poderosos que, en grupos muy pequeños, toman decisiones de
enorme importancia para la población situada bajo ellos.
La élite norteamericana entró en la historia moderna como una
burguesía virtualmente sin oposición. Ni antes ni después ha habido
ninguna burguesía nacional que haya conocido tales oportunidades
y ventajas. Sin vecindades militares, fácilmente ocuparon un con-
tinente aislado, rico en recursos naturales y extraordinariamente
atractivo para una fuerza de trabajo bien dispuesta. Ya estaban
a la mano un poder organizado y una ideología para justificarlo.
Contra las restricciones mercantilistas, heredaron el principio del
laissez-faire, y contra los plantadores del Sur impusieron el prin-
cipio del industrialismo. La Guerra de Independencia puso fin
a las pretensiones coloniales de la nobleza, pues los realistas hu-
yeron del país y muchos latifundios fueron repartidos. El le-
vantamiento jacksoniano con su revolución legal puso fin a las
pretensiones al monopolio de las viejas familias de la Nueva
Inglaterra. La Guerra de Secesión quebrantó el poder, y en con-
secuencia el prestigio, de quienes, antes de la guerra, aspiraban
en el Sur a gozar de la más alta consideración. El ritmo del
desarrollo capitalista en general hizo imposible que se produje-
ra y durara en los Estados Unidos una nobleza hereditaria.
Ninguna clase gobernante fija, anclada en la vida agraria
y con la aureola de la gloria militar, pudo contener en Norteamé-
rica el empuje histórico del comercio y de la industria, ni so-
meter a la élite capitalista, como los capitalistas fueron sometidos
en Alemania y el Japón, por ejemplo. Ni pudo la clase gober-
nante de ninguna parte del mundo contener a la de los Estados
Unidos cuando vino a decidir la historia la violencia industria-
lizada. Así lo atestiguan el destino de Alemania y del Japón en
las dos guerras mundiales, y también el destino de la misma In-
glaterra, de su clase gobernante modelo, al convertirse Nueva
York en la inevitable capital económica y Washington en la in-
evitable capital política del mundo capitalista occidental.
que nadie tenga dominio sobre ella; en ella hay acción pero no
hazañas; la historia es mero suceso y acontecimiento no planeado
por nadie."
relaciones con los rusos o con sus aliados que también pueden lan-
zarla. Pero no seáis tan insensatos que creáis que podéis decidir
por vosotros mismos. No tenéis ni opción ni posibilidad. La com-
pleja situación total de que sois sólo una parte es consecuencia
de las fuerzas económicas y sociales, y lo será también el fatal
desenlace. Por lo tanto, estaos quietos, como el general de Tols-
toi, y dejad que se desarrollen por sí solos los acontecimientos.
Aunque actuéis, las consecuencias no serán las que esperáis, supo-
niendo que tengáis algún propósito.
"Pero si las cosas van bien, hablad como si vosotros hubierais
decidido. Porque entonces los hombres han tenido preferencias mo-
rales y el poder de realizarlas, y son, naturalmente, responsables.
"Si las cosas van mal, decid que vosotros no habéis decidido, en
realidad, y que no se os deben pedir cuentas: ellos, los otros, son
los que decidieron y, en consecuencia, los responsables. Así podréis
quedar impunes, aunque hayáis tenido bajo vuestro mando las
fuerzas de medio mundo y Dios sabe cuántas bombas y bombar-
deros. Porque en realidad sois sólo un detalle impotente en el des-
tino histórico de nuestros días; y la responsabilidad moral es una
ilusión, aunque es muy útil si se la maneja de un modo verdade-
ramente inteligente en las relaciones públicas."