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En atención, pues, a sus formas y efectos sobre la pena privativa de la libertad, cuya
utilización formal o material flexibilizan, cabe considerar a tales medidas, sustitutivos o
subrogados como decisiones e instrumentos de despenalización. Es más, ya el Sub-
Comité de Descriminalización, del Comité Europeo sobre Problemas de Criminalidad,
en un conocido informe emitido en 1980, les otorgaba dicha calificación político
criminal. Según el citado documento "el concepto de despenalización define todas las
formas de atenuación dentro del sistema penal. En este sentido el traspaso de un
delito de la categoría de "crimen" o "felonía" a la de delito menor, puede considerarse
como una despenalización. Esto también ocurre cuando se reemplazan las penas de
prisión por sanciones con menores efectos negativos o secundarios, tales como
multas, sistemas de prueba, trabajos obligatorios, entre otros" (Descriminalización.
Informe del Comité Europeo sobre Problemas de la Criminalidad. Estrasburgo 1980.
EDIAR. Buenos Aires. 1987, p. 23). Por su parte, en España, RUIZ VADILLO, Enrique,
aunque con ciertas reservas ha sostenido que "también se despenaliza cuando se
establece un sistema de medidas alternativas" [ p. 378]. M. Cob del Rosal, sostiene el
origen de estos procedimientos y mecanismos despenalizadores varía en atención a
su modalidad. Así por ejemplo, los sistemas de prueba como la condena condicional y
el régimen de la probación se vienen empleando desde finales del siglo pasado.
Mientras que el mayor número de sustitutivos o medidas alternativas, hoy conocidos,
han sido promovidos a partir de los movimientos de la política criminal de la década
del sesenta. Sin embargo, en todos ellos subyace un mismo objetivo: neutralizar el
acceso a la prisión por breves períodos de tiempo. Sobre todo en atención a que la
experiencia criminológica demuestra que este tipo de encarcelamientos breves,
resultan estigmatizantes y negativos para el condenado. Y además al contrariar toda
expectativa de prevención general o especial resienten las exigencias del principio de
humanidad, ha sido sostenido. [p.633].
Ahora bien, como ha destacado LARRAURI Elena, el uso judicial indiscriminado que
se ha venido haciendo de medidas alternativas, así como su excesiva formalización,
suscitaron, a mediados de los ochenta, importantes cuestionamientos en torno a su
utilidad real. En lo esencial se ha objetado que aquéllas no ejercen un efecto relevante
sobre el acceso a los centros carcelarios, ni sobre su descongestión. Asimismo, se
afirma que estos procedimientos han extendido de modo desmesurado el control penal
fuera de la cárcel, y que lo han delegado a agencias extra-penales que actúan con
ausencia de garantías para los condenados. Por último, se cuestiona también que la
proyección de los sustitutivos sobre formas leves de criminalidad, configura un
instrumento de reafirmación y de relegitimación de la cárcel, no apoyando en nada las
propuestas superadoras de la prisión, que son enarboladas desde la criminología
crítica y el abolicionismo. En otros términos: el uso de medidas alternativas tendría un
signo reaccionario y simbólico, serían más que alternativas "complementos" de la
cárcel. [p. 139].
Sin embargo, muchas de las críticas expuestas han sido absueltas de modo
consistente, con dos argumentos tan simples como realistas y sólidos. Por un lado, se
ha dejado en claro que el objetivo de las medidas alternativas nunca ha sido el de
abolir la prisión. Y por otro lado, que a pesar de sus disfunciones los sustitutivos
siguen siendo un medio de control penal menos dañino que la cárcel. En ese sentido,
Francisco Muñoz Conde, de allí, pues, que no debe estimarse como negativo que el
derecho penal contemporáneo siga incorporando sustitutivos penales en mayor o
menor proporción. Praxis que, por lo demás, podemos fácilmente detectar como
todavía predominante, con una rápida revisión de los Códigos Penales promulgados
en los últimos quince años.[p.496].
1.1.2. Clasificación.
COBO DEL ROSAL y VIVES ANTON precisan que los sustitutivos penales que
conocen la doctrina y el derecho vigente, merecen una identificación funcional más
acorde con el efecto que directamente ejercen sobre las penas privativas de libertad.
En ese sentido, manifiestan que no todos los modelos que se agrupan genéricamente
bajo dicha denominación cumplen, en realidad, la función sustitutiva que
ideográficamente se les signa. Y ello porque como bien apuntan los autores citados,
determinados "remedios" contra las penas privativas de libertad "en lugar de sustituir
dichas penas por otras, o por medidas, lo que prescriben, o mejor, desempeñan, es,
en definitiva, una función suspensiva, es decir comportan, sin más, su inejecución o
ejecución incompleta, cual es el caso de la condena condicional... o la libertad
condicional... Se trata, en consecuencia, de unos beneficios, o si se quiere, de unos
paliativos más que auténticos sustitutivos penales... Los problemas de la sustitución de
la pena, pues, deben concretarse, en sentido estricto, en aquellas hipótesis en que la
pena privativa de libertad, no se aplica pero su lugar es ocupado por pena de otra
naturaleza y contenido o, sencillamente, por una medida. La sustitución de la pena
tiene sentido cuando es cambiada por una pena o medida, y no cuando es sustituida,
sin más, por la libertad del condenado, pues entonces no estaríamos ante un proceso
sustitutivo de una consecuencia jurídica por otra, sino nada más que ante la cesación
de la pena y de sus efectos" [p. 634]. Esta posición que en gran parte asumimos, nos
permite excluir del concepto de medida alternativa o sustitutivo penal, a la liberación
condicional y a los criterios de oportunidad o procedimientos de "divertion". Estos
últimos, de predominio carácter procesal, permiten que los órganos titulares de la
acción penal puedan -bajo ciertos presupuestos- abstenerse de ejercitarla. En nuestro
medio el artículo 2º del Código Procesal Penal de 2004, ha introducido este tipo de
procedimientos.
En segundo lugar, debemos citar las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas sobre
las Medidas No Privativas de la Libertad o Reglas de Tokio, aprobados por la
Asamblea General de la O.N.U. en diciembre de 1990 (El texto completo de estas
normas puede verse en EGUZKILORE Nº 6, 1993, p. 119 y ss.). El artículo 8.1 de
dichas Reglas señala como medidas alternativas las siguientes:
1.1.3. Generalidades.
Uno de los principales rasgos característicos del proceso de reforma penal que tuvo
lugar en el Perú entre 1984 y 1991, fue la clara vocación despenalizadora que guió al
legislador nacional. Esta posición político criminal favoreció la inclusión sucesiva de
nuevas medidas alternativas a la pena privativa de libertad, que al adicionarse a la
condena condicional, pre-existente en el Código Penal de 1924 fueron configurando un
abanico bastante integral de sustitutivos penales, y que alcanzó vigencia al
promulgarse un nuevo Código Penal en abril de 1991. Sobre el particular, en la
Exposición de Motivos se sostiene que "La Comisión Revisora, a pesar de reconocer
la potencia criminógena de la prisión, considera que la pena privativa de libertad
mantiene todavía su actualidad como respuesta para los delitos que son
incuestionablemente graves. De esta premisa se desprende la urgencia de buscar
otras medidas sancionadoras para ser aplicadas a los delincuentes de poca
peligrosidad, o que han cometido hechos delictuosos que no revisten mayor gravedad.
Por otro lado, los elevados gastos que demandan la construcción y el sostenimiento de
un centro penitenciario, obligan a imaginar formas de sanciones para los infractores
que no amenacen significativamente la paz social y la seguridad colectivos" (Ver en la
Exposición de Motivos el apartado "Las Penas").
Ahora bien, tal como aparece regulada, la sustitución de penas es una alternativa que
la ley deja al absoluto arbitrio judicial. Únicamente se exige que la pena privativa de
libertad sustituible no sea superior a tres años. En la medida, pues, en que el Juez
considere en atención a la pena conminada, para el delito y a las circunstancias de su
comisión que el sentenciado no merece pena por encima de dicho límite, él podrá
aplicar la sustitución, consignando en la sentencia la extensión de la pena privativa de
libertad que se sustituye. Sin embargo, somos de opinión que en la decisión sustitutiva
deben sopesarse también otros factores como lo innecesario de la reclusión y la
inconveniencia, por razones preventivo generales y especiales, de no optar por otro
tipo de medida alternativa como la suspensión condicional o la reserva del fallo. Luis
Bramont Arias. [ pp. 207 y 208].
Teniendo en cuenta que conforme a los numerales 34º y 35º las penas sustitutas se
cumplen sólo los fines de semana, y que la sustitución puede alcanzar a penas
privativas de libertad de hasta tres años, resultaría que en su extremo límite el
condenado debería cumplir 1,095 jornadas semanales de prestación de servicios a la
comunidad o de limitación de días libres. Lo que cronológicamente significaría que el
condenado vea extendido el cumplimiento de su sanción sustitutiva hasta un período
aproximado de 21 años.
Frente a dicho despropósito legal, cabe señalar, de lege ferenda, que se aplique una
equivalencia diferente. Nosotros proponemos la misma que se define en el inciso
segundo del artículo 53º. Esto es: una jornada semanal de prestación de servicios a la
comunidad de limitación de días libres, sustituye siete días de pena privativa de
libertad. Si se emplea dicha proporción se alcanzará un término de cumplimiento más
coherente con la función asignada a las penas sustituta.
En relación a este vacío normativo, estimamos, de lege ferenda, que resulta factible
incorporar una respuesta al incumplimiento de la pena sustituto, en los mismos
términos que se precisan en el artículo 53º. En este numeral se dispone la revocatoria,
previo apercibimiento judicial, de la pena convertida y el consiguiente cumplimiento de
la pena privativa de libertad.
Ahora bien, conforme al artículo 88º, las penas de prisión no superiores a un año
pueden ser sustituidas por penas de arresto de fin de semana o multa.
Excepcionalmente la sustitución podrá alcanzar también a las penas de prisión que no
excedan de dos años. Y, en ambos casos, el Juez deberá atender a las condiciones
personales del agente, a los esfuerzos realizados por él para reparar los daños
ocasionados por el delito, y a que el sentenciado no sea un reo habitual. Según el
artículo 94º del Código Penal Español, se considera reo habitual a quien hubiera
cometido tres o más delitos, de los comprendidos en un mismo Capítulo, dentro de un
plazo no superior a cinco años, y siempre que haya merecido condena por tales
ilícitos.
Las equivalencias para la sustitución son las siguientes: cada semana de prisión será
sustituida por dos arrestos de fin de semana. Y cada día de prisión será sustituido por
dos cuotas de multa.
Cabe anotar, finalmente, con relación al derecho español, que en los casos de
sustitución de las penas privativas de libertad que contempla el inciso 1º del artículo
89º, la ley exige que el juez antes de adoptar su decisión sustitutoria escuche a las
partes, Y tratándose de la hipótesis del inciso 2º, que se refiere al reemplazo del
arresto de fin de semana, será necesario, para que opere la sustitución, que el
condenado haya expresado su conformidad.
Por su parte, el Código Penal Portugués incluye también en sus artículos 43º y 44º, un
régimen de sustitución de penas privativas de libertad que contempla dos casos.
Primero, cuando la pena de prisión no exceda de tres meses, ella puede ser sustituida
por una pena de prisión por días libres que viene a ser una sanción parecida al arresto
de fin de semana español. La equivalencia que se emplea para este supuesto es de
cuatro días de prisión por un fin de semana. El segundo caso de sustitución se da si la
pena de prisión no fuera superior a seis meses. En esta hipótesis se podría sustituir la
pena privativa de libertad impuesta en la sentencia por una pena equivalente, fijada en
días-multa y a razón de un día-multa por cada día de prisión.
Este sustituto penal puede ser definido como la conmutación de la pena privativa de
libertad impuesta en la sentencia, por una sanción de distinta naturaleza. En el caso
del derecho penal peruano la conversión de la pena privativa de libertad puede
hacerse con penas de multa, de prestación de servicios a la comunidad y de limitación
de días libres. En otros países, en cambio, la conmutación suele realizarse únicamente
con penas de multa.
En realidad, pues, como bien aclaran COBO-VIVES estamos ante una medida de
suspensión de la ejecución de la pena privativa de libertad, y no de sustitución de
dicha pena, como ha venido ocurriendo con las medidas alternativas que se han
analizado anteriormente. "La simple suspensión de la condena no representa,
hablando en puridad, un mecanismo de sustitución de la pena, sino, en todo caso, una
renuncia provisional al pronunciamiento o ejecución de la misma que, en su momento,
puede convertirse en definitiva. Sustituir es cambiar una cosa por otra, y no es eso lo
que sucede en la suspensión" (Ob. cit., p. 705).
En cuanto al plazo de prueba la ley fija un término flexible entre uno y tres años, y que
el Juez debe cuantificar de modo concreto en la sentencia. Tratándose de un
imperativo legal, dicho plazo no puede ser inferior a un año, aún en el supuesto de que
la pena impuesta sea menor a doce meses. Asimismo, es posible fijar un plazo de
prueba menor al término de la condena. Es más, la judicatura nacional es proclive a
este tipo de decisiones, que, se entiende, resultan motivadoras para que el condenado
se adscriba positivamente a las reglas de conducta.
Ahora bien, en cuanto a las reglas de conducta, el artículo 58º dispone la imposición
obligatoria de las mismas. Dicha norma, además, señala alternativamente un conjunto
de opciones, las cuales pueden ser integradas con otras reglas que el Juez estime
adecuadas al caso particular, siempre que no afecten la dignidad del condenado.
La reparación del daño ocasionado o reparación civil puede incluirse como regla de
conducta, salvo que el agente haya acreditado, previamente, imposibilidad de cumplir
con tal obligación. Sin embargo, si el pago de la reparación civil no se consigna
expresamente en la sentencia como una regla de conducta, su realización quedará
fuera del ámbito de suspensión de la ejecución de la pena.
Las reglas de conducta deben guardar conexión con las condiciones particulares del
delito y con la personalidad del agente. Deben, igualmente, ser específicas y
determinadas. No cabe, pues, imponer al condenado el cumplimiento de obligaciones
ambiguas y equívocas como "abstenerse de concurrir a lugares de dudosas
reputación".
Si el período de prueba concluye sin que medie incumplimiento reiterado de las reglas
de conducta, ni comisión de nuevo delito, "la condena se considera como no
pronunciada". El efecto procesal que esto conlleva es la anulación de los antecedentes
penales del condenado.
En España la medida que analizamos fue introducida en 1908. El Código del 95, trata
de la "Suspensión de la ejecución de las penas privativas de libertad", entre los
artículos 80º a 87º. En lo esencial sus características son las siguientes:
La Reserva del Fallo Condenatorio fue otra de las innovaciones que en el ámbito de
las medidas alternativas introdujo en el derecho peruano, el Código Penal de 1991.
Para ello el legislador nacional se guió por el modelo que incluía el Anteproyecto de
Código Penal Español de 1983 (Art. 71º y ss.). Esta referencia a la fuente es
importante ya que, como lo sostuvo en su oportunidad SANTIAGO MIR PUIG, la
suspensión del fallo, en los proyectos españoles, se apartó significativamente de la
probation anglosajona, al prescindir del pronunciamiento de la condena y por ende de
la pena. Santiago Mir Puig. Tendencias político-criminales y alternativas a la prisión en
la Europa actual, en Revista del Ilustre Colegio de Abogados del Señorío de Vizcaya
Nº 34, 1987, [p. 55 ]
En efecto, la Reserva del Fallo Condenatorio que se regula en los artículos 62º a 67º
del Código Penal Peruano, conforme a su fuente hispana, se caracteriza
fundamentalmente porque el Juez deja en suspenso la condena y el señalamiento de
una pena para el sentenciado.
Ahora bien, el efecto procesal de la reserva del fallo es que no genera antecedentes al
sentenciado, puesto que el no haber condena, no cabe inscripción en el Registro
Judicial correspondiente.
Conforme al artículo 62º la reserva del fallo condenatorio, procede cuando concurren
los siguientes presupuestos:
a) Que el delito esté sancionado con una pena conminada no superior a tres años
de pena privativa de libertad o con multa; o con prestación de servicios a la
comunidad o limitación de días libres que no excedan a 90 jornadas
semanales; o con inhabilitación no superior a dos años.
Cabe anotar que la reserva del fallo condenatorio también es aplicable en caso
de penas conjuntas o alternativas, siempre que tales sanciones se adecúen a
los marcos cualitativos y cuantitativos antes mencionados.
Ahora bien, la Reserva del Fallo Condenatorio ha tenido una tímida acogida en
la Magistratura Penal nacional. Por fuerza de la costumbre y falta de
información, esta importante medida alternativa fue inicialmente relegada por la
aplicación de la suspensión de la ejecución de la pena. No obstante, con el
transcurso del tiempo su utilización jurisdiccional se ha hecho más frecuente,
sobre todo en delitos como la usurpación de inmuebles, la violación de la
libertad de trabajo, el abuso de autoridad innominado, la receptación simple, y
en las faltas.
Esta medida alternativa se relaciona con los criterios generales del llamado perdón
judicial. Esto es, con la facultad conferida por la ley al órgano jurisdiccional para
dispensar de toda sanción al autor de un hecho delictivo.
En términos concretos la medida que analizamos puede definirse como una condena
sin pena. Ella implica, por tanto, una declaración de culpabilidad pero además una
renuncia del Estado, a través del Juez, a sancionar el delito cometido. En el derecho
extranjero existe singular predilección por los procedimientos de renuncia a la pena.
En ese sentido, el artículo 169º del Código Penal Italiano autoriza al Juez a perdonar
la pena, declarándola extinguida, si el autor del delito es menor de dieciocho años y
siempre que la pena que correspondería aplicarle no exceda a dos años de pena
privativa de libertad. Por su parte, el Código Penal Alemán, en su artículo 60º, permite
renunciar a la pena cuando la sanción a imponer es inferior a un año de pena privativa
de libertad y las consecuencias del hecho ilícito han afectado de modo relevante a su
autor. Pero además el legislador germano exige que la decisión de dispensar la
sanción no produzca riesgos a la defensa del orden jurídico, vale decir, que ella no
afecte criterios de prevención general.
En Latinoamérica cabe referirse al artículo 64º del Código Penal Boliviano que regula
el perdón judicial. En lo esencial la medida sólo puede aplicarse cuando el agente es
primario, si el delito cometido no tiene pena conminada mayor de un año de pena
privativa de libertad, y siempre que pueda deducirse de la levedad del hecho o de los
motivos que impulsaron a su autor, que éste no volverá a cometer nuevo ilícito. El
Código Penal Boliviano, además, establece que el perdón judicial no afecta el pago de
la reparación civil (Art. 65º).
El Código Penal Peruano se ocupa de la exención de pena en el artículo 68º. Este
dispositivo tuvo por fuente legislativa extranjera al artículo 75.I del Código Penal
Portugués de 1982.
El segundo requisito alude a que la culpabilidad del agente sea mínima. Este criterio
no ha sido desarrollado por el legislador. Tampoco la doctrina y la jurisprudencia
nacionales han estructurado sobre el particular criterios de interpretación uniforme. En
tal sentido, cabe sostener de lege data algunas consideraciones al respecto. En
principio, es de afirmar que la ley toma en cuenta la culpabilidad concreta y personal
del autor o partícipe, por lo que ella se mide en función de la presencia de
circunstancias que aminoren su intensidad como lo son la imputabilidad relativa, la
concurrencia de un error de prohibición vencible o de un error de comprensión
culturalmente condicionado vencible, o la producción de un estado de necesidad
exculpante imperfecto o de un miedo que en el contexto aparezca como superable.
Ahora bien, por extensión se asume también la posibilidad de una menor culpabilidad
en el caso del cómplice secundario.
Si bien el Código Penal a diferencia del precitado texto boliviano no alude a los efectos
de la exención de pena sobre la reparación civil, resulta fácil inferir que su concesión
no excluye el señalamiento de responsabilidades indemnizatorias, puesto que éstas
son exigibles desde la producción de un hecho antijurídico. Por tanto, el Juez debe fijar
en la sentencia la reparación civil que corresponda.