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Correr. Eso era sin duda una de las cosas que más le gustaba hacer.

Correr rápido sintiendo el


viento en la cara. Correr lento viendo las cosas mansamente, pero a un ritmo marcado por cada
zancada. Cuando se corre rápidamente no se dan los saltitos propios del trote y todo es lineal y
vertiginoso; cuando se corre lento, ese saltito es conciliador, agradable. Desde niño descubrió que
lo suyo era moverse más rápido que caminar, ese paso lento de un pie tras otro nunca le agradó,
le desesperaba la manera lánguida de desplazarse de un lugar a otro, similar al devenir lento y
pausado de un auto que avanza en medio del taco.

Él sentía que correr era una metáfora completa: correr es como la vida misma, pensaba; mientras
la vida a veces es rápida y divertida, también a veces es pausada y tranquila. Cuando uno corre, se
cansa y es momento de bajar el ritmo, al igual que la vida. Pero nunca detenerse, ni menos
caminar. Eso significaría dejar de correr y eso no le gustaba. Adoraba el ritmo particular que se
producía con las distintas velocidades. A una alta rapidez las cosas perdían su forma, se
distorsionaba la realidad creando una nueva. Al ser un trote lento, pero continuo, las cosas no
perdían su forma, pero agarraban una cadencia divertida. Se imaginaba que un viejito que
caminaba lento con bastón, saltaba mientras él iba trotando cerca de él. O un árbol que divisaba
de lejos y que crecía lentamente mientras se iba acercando. Correr o trotar, sin importar cuál de
las dos fuera, era un goce. Quizás sucedía, y a lo mejor es parte del porqué le gustaba tanto, que la
sensación de estar en el aire por unas centésimas de segundo era lo más cercano a volar por
destreza propia. Y no es muy diferente, si se analiza con detención. El correr implica despegar
ambos pies del suelo y avanzar por el aire son tener contacto alguno con el suelo por muy breves
instantes. Eso, si se grabara y se viera la imagen en cámara lenta, revelaría que se vuela.

Por supuesto que correr no lo podía hacer siempre, tenía que comportarse normal y tomar micro
para ir al colegio y después, de más grande, a la universidad. Cuando niño era más fácil, a ningún
infante se le juzga por correr, lo hacen todo el tiempo y hasta en los lugares más reducidos:
vagones de metro, pasillos, ascensores e incluso en restaurantes molestando a más de algún
garzón. Cuando se es grande, la cosa cambia, ya no se puede correr porque sí pues se debe
comportar según el número de años que se tiene. Y esa era la razón que lo tiene, desde hace años,
mal. Tienes 29 años, trabaja en una oficina financiera y no puede correr. Lo hace, por supuesto, los
fines de semana. Sin falta.

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