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“Les proponía una parábola sobre la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, diciendo:
— Había en una ciudad un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. También había en
aquella ciudad una viuda, que acudía a él diciendo: «Hazme justicia ante mi adversario». Y durante
mucho tiempo no quiso. Sin embargo, al final se dijo a sí mismo: «Aunque no temo a Dios ni respeto a
los hombres, como esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a
importunarme».
Concluyó el Señor: — Presten atención a lo que dice el juez injusto. ¿Acaso Dios no hará justicia a sus
elegidos que claman a Él día y noche, y les hará esperar? Les aseguro que les hará justicia sin
tardanza. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lc 18,1-8).
AMBIENTACIÓN
Este texto compara a los preferidos de Dios con una viuda. Ello significa que la comunidad
cristiana vive su elecció n bajo el signo de la cruz, de la vulnerabilidad, de la sensació n de ausencia
de Dios y del desamparo social. La viuda se parece al viajero fatigado y hambriento de la pará bola
del amigo inoportuno que llega a pedir hospedaje y comida. Ni la viuda ni el viajero, a pesar del
desamparo en que se encuentran, está n abandonados a su suerte, pues su clamor es escuchado,
gracias a su persistencia: siempre aparecerá un abogado, siempre resultará un hospedero
compasivo. A todo creyente lo sustenta la esperanza, y, a pesar de su aparente distancia y silencio,
una cierta presencia de Dios se manifiesta. Tanto Jesú s como Lucas, se identifican con una viuda
que depende de un poder arbitrario y opresivo, pero el evangelista, participando de la herencia de
Jesú s, alienta a la comunidad a participar de la misma certeza de la que se alimentó Jesú s: la
oració n existe y es preciso continuar practicá ndola, porque Dios es fiel y por muy alejada que
parezca, su intervenció n definitiva es siempre segura.
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confinamientos preventivos y de aislamientos sociales que han cambiado nuestra forma de
vincularnos; algunas veces agudizando conflictos y en otras mostrando solidaridad y amor. Los
encuentros, los abrazos y hasta los saludos de la paz está n obstaculizados por un tapabocas o
limitados hasta el punto de ser censurarlos. También nuestro trabajo evangelizador y todas
nuestras actividades caritativas se ha visto condicionadas; incluso nuestras expresiones
comunitarias y espirituales han tenido que ajustarse a los protocolos de bioseguridad, de
aislamiento físico y de distanciamiento social. A esto se suma que cada persona tiene su propia
forma de convivir con la incertidumbre, la angustia, el miedo y el estrés propio de una pandemia.
Ademá s, hay que reconocer que solamente pueden hablar de có mo vivir en tiempos de pandemia
quienes han tenido que padecerla.
Somos testigos de los efectos de esta pandemia del 2020; de có mo la realidad sigue
transformá ndose y nos exige readaptarnos, como personas y como Compañ ía, buscando maneras
de salir a flote con las herramientas que tenemos a la mano; pero la realidad grita muy fuerte
desde los má s empobrecidos de nuestra tierra. Cantidad de gente está muriendo —no solo por la
pandemia—, y cantidad de familias está n viviendo en la extrema pobreza. El dolor, la
incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que despertó la pandemia, hacen
resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organizació n de
nuestras sociedades y sobre todo el sentido de nuestra existencia (FT 33).
Así, pues, tenemos la oportunidad y la necesidad de descubrir lo que nos puede fortalecer,
creando diá logos de discernimiento para advertir los que la realidad y la voz de Dios está n
diciendo a nuestra vocació n, a la Compañ ía y a la humanidad en general, porque el coronavirus no
solo ha obligado a confinamientos, sino que ha desenmascarado la inconsistencia de muchos
servicios de atenció n a las necesidades bá sicas de la humanidad, la improvisació n de gobiernos, el
oportunismo de muchos, la fragilidad de algunos hogares, la informalidad en muchas tareas, la
indisciplina unos cuantos. Como escribe el Papa Francisco “irrumpió de manera inesperada la
pandemia de Covid-19 que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades» (FT 7); en fin, ha
mostrado lo má s noble y a la vez lo má s ruin del ser humano. Sin embargo, hay algo que también
ha quedado ratificado: que el amor, la caridad, siempre se abre paso en cualquier escenario y bajo
cualquier circunstancia. En este campo son ustedes, hermanas, las autorizadas para compartir sus
experiencias.
Seguramente que ya lo habrá n hecho de varias maneras y en distintos momentos, pero si en
este tiempo de ejercicios espirituales se puede abrir un espacio para intercambiar esas vivencias,
será de buen provecho y de oportuna luz para todas. No importa el contexto o el escenario, el ser
humano es capaz de idear mecanismos a pesar de los muros y laberintos que tengamos a nuestro
paso. Ha sido la oportunidad de explorar nuevas modalidades, de incorporar otras perspectivas en
nuestra vida y en nuestro trabajo y de proyectarnos con esperanzas renovadas. El ser humano
tiene la capacidad de adaptarse y de reinventarse de frente a la realidad que le toca vivir, sobre
todo cuando los cambios son bruscos.
«Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. Esta pandemia nos ha permitido
rescatar y valorizar a tantos compañ eros y compañ eras de viaje que, en el miedo, reaccionaron
donando la propia vida. Fuimos capaces de reconocer có mo nuestras vidas está n tejidas y
sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos decisivos
de nuestra historia compartida: médicos, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, empleados de
los supermercados, personal de limpieza, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que
trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas…
comprendieron que nadie se salva solo» (FT 54).
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Por otra parte ha sido la oportunidad de darle un respiro al planeta para que se recupere; la
ocasió n de aprender a asumir medidas sanitarias y de higiene para cuidar lo propia salud y la de
los demá s; la posibilidad de experimentar que se puede vivir con un ritmo de vida distinto; la
valoració n de lo realmente esencial sabiendo dejar a un lado lo accesorio; la posibilidad de dedicar
má s tiempo a la oració n, la lectura, el estudio, el contacto con la familia, los amigos, los feligreses,
los benefactores; el reconocimiento de la fragilidad y perversidad los sistemas de salud y de
bancarizació n de nuestro país; la puesta a prueba del liderazgo y capacidad de gestió n de nuestras
autoridades y dirigentes; el despertar de la espiritualidad y la solidaridad a nivel civil; revalorar y
aplicar la disciplina…
1
Cf. Fitzmyer, J. A., El Evangelio según Lucas I, 253-254.
2
Idem, 261-262.
3
Cf. Fitzmyer, J. A., El Evangelio según Lucas I, 322.
4
Cf. Fitzmyer, J. A., El Evangelio según Lucas I, 322.
5
Cf. Rodríguez Carmona, A. Evangelio según san Lucas, LVII.
3
Los cristianos empobrecidos (Lc 6,20-23) "son los perseguidos y calumniados en un contexto
cultural en que se concede mucha importancia a la gloria humana, a la fama y al prestigio personal
como un componente importante de la salvació n. "La comunidad vive rodeada por un ambiente
cultural dominado por una visió n pagana de la salvació n. Este ambiente tiende a filtrarse
constantemente en la vida comunitaria. Por ello el evangelista Lucas invita a su comunidad a
redescubrir y valorar la verdadera salvació n que ofrece Jesú s a todo el que se une a É l y a
entusiasmarse con ella. Es una salvació n universal que se ofrece a todos, a judíos y gentiles, en la
que no se excluye a nadie, pero que privilegia precisamente a los excluidos de la salvació n pagana,
a los pobres, pecadores, samaritanos y mujeres" 6. La salvació n es una realidad que engloba toda la
vida de la persona en su mú ltiple red de relaciones, incluida la relació n con Dios. Y es en la
cercanía de Jesú s a los má s necesitados, pobres y pecadores donde se muestra el cará cter concreto
de esa salvació n.
Segú n el evangelista san Lucas hay una relació n incondicional entre el Reino de Dios y la
misericordia. Lo que Dios había prometido hacer en los ú ltimos días se está cumpliendo. Jesú s está
haciendo realidad la era mesiá nica. La característica de esta favorable intervenció n de Dios en la
vida de su pueblo, es sobre todo la respuesta a sus necesidades físicas y espirituales. Sin embargo,
como en la escena programá tica de Nazaret (4,16-30), esta actividad salvífica, dirigida
especialmente al pueblo pecador y despreciado en Israel e incluso a los gentiles, despertó la
sospecha y la total oposició n de los fariseos y los escribas 7. La intervenció n de Jesú s, que evoca
todas las obras realizadas por Dios a lo largo de la historia, culmina justamente en el acto de la
resurrecció n, que él ha cumplido y mostrado como posible volviendo a la vida al hijo de la viuda
(7,11-18). Esta respuesta es el eco del texto de Isaías leído en la sinagoga de Nazaret para
presentar el programa de su ministerio mesiá nico (4,16-30)8.
"Al leer este evangelio de misericordia, pero también de arrepentimiento, de profundas
renuncias, pero centrado en el amor; al contemplar esos milagros inspirados por la
magnanimidad, ese perdó n de los pecados que no responde a ninguna clase de condescendencia,
sino que nace de un don divino para santificar; al ir aprendiendo lo que significa que una joven
madre diera a luz, con infinita ternura, al propio Hijo de Dios, y que éste sufriera incluso hasta la
muerte, para reconciliar al hombre con el Padre. El mundo realmente tiene un Salvador" 9. "Un
gran profeta ha surgido entre nosotros" (7,16).
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tanto en Colombia con en tantos países; el silenciamiento o desatenció n de otros temas y
preocupaciones también necesarios y urgentes como la promoció n del campo, la justicia para los
corruptos, el adeucado uso de los bienes pú blicos, el discernimento y la sensatez para el
endeudamiento del país, el transporte y mercadeo de las cosechas en los campos, la atenció n a los
damnificados, los adelantos que requiere el proceso de paz... Ante situaciones de dificultad
podemos recordemos las palabras del Papa Juan Pablo II: ‘Cristo parecía impotente en la cruz.
Pero Dios siempre puede má s’; y el amor vence siempre, ese amor que está clavado en la Cruz, en
los crucificados que van dejando la pandemia, las injusticias y los desastres de la naturaleza; pero
ante esto debemos recordar que el amor vence siempre, y venció desde la cruz, desde los
crucificados, desde el no hombre, desde la nada, desde la muerte”. En toda circunstancia es
necesario favorecer al hombre y a la mujer concretos que sufren y padecen los males actuales, y
anhelan su superació n.
La Palabra de Dios nos alecciona al garantizarnos que Dios está siempre al lado de su pueblo,
en especial en sus horas má s difíciles. El libro del É xodo nos enseñ a que Dios guía a su pueblo de la
esclavitud a la libertad, pero que también lo educa, a través de pruebas y dificultades, para que
alcance la madurez necesaria como nació n. Dios, por medio del profeta Isaías, nos invita a no tener
miedo, conscientes por nuestra fe, de que no estamos solos, sino que el Señ or nos acompañ a y nos
fortalece en nuestras vicisitudes. Dios nos quiere decir también que las pruebas, sinsabores y
amarguras de la vida no son señ al de su abandono, sino que pueden ser también ocasió n de
crecimiento y de salvació n. La oració n, el ofrecimiento del sacrificio y de las horas adversas nunca
será n inú tiles, aunque no veamos su resultado de inmediato: la oració n perseverante alcanza lo
que pide, como nos garantiza el Señ or en el evangelio (Mt 7,7).
Necesitamos estar muy cerca de Dios para saber acompañ ar y ayudar a la gente. El camino
no es sencillo y aú n no sabemos todo lo que puedan venir de má s dificultades, pero habiendo
recibido “la primera llamada”: "ven y sígueme", y habiendo escuchado la voz del Señ or: "He visto la
opresió n de mi pueblo y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He
bajado a liberarlos (Ex 3,7-8), tenemos que seguir avivando la llama de la vocació n y permitir que
la invitació n de Jesú s nos siga cautivando profundamente y que el clamor de los pobres no deje de
interpelarnos y siga estimulá ndonos para ser capaces de dejarlo todo por entregarnos a Dios” y al
servicio de su pueblo. Hemos de engrosar esa lista de personas que lo han dejado todo y han
contestado: "Heme aquí, Señ or, envíame a mí" (Is 6,8).
No podemos desanimarnos nunca frente a los desafíos de un presente incierto y difícil: al
contrario, puesta nuestra confianza en Dios, que nos da la fuerza para el testimonio y para hacer el
bien, afiancemos las exigencias en favor de la justicia y la libertad, con el fin de animar la
esperanza y rogar por las necesidades concretas de cada comunidad. Se necesita espíritu profético
para mantener la alegría y la esperanza animando y ayudando a nuestra gente. Darles esperanza
es fundamental, llevarles la alegría y la esperanza de Jesucristo para que salgan a flote”. Aunque
las dificultades nos puedan ir asfixiando poco a poco, y haya mucha gente que pierda la esperanza
y se conforme con la miseria, la injusticia y la violencia, siempre hay mucha gente que vuelve a la
Iglesia, que busca a Dios en medio de las precariedades, que sigue creyendo en la caridad y que
está dispuesta a fortalecer la solidaridad.
Nos tiene que apasionar la vida contemplativa y misionera, por la posibilidad de estar muy
cerca de Dios para ayudar a la gente. Es verdad que esta vida, como todo proyecto de vida asumido
con responsabilidad, seriedad y madurez, implica renuncia y obligaciones, pero, ante todo, debe
ser fuente de una gran alegría y de una ilimitada posibilidad de proyecció n y de servicio. También
es importante dejarnos sorprender por el Señ or, siempre con algo nuevo, bueno y mejor.
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La Compañ ía en general y cada comunidad local y cada Hermana en particular tiene un campo
amplísimo de tareas en este propó sito de apertura, franqueando la puerta, saliendo y
garantizando encuentros transformadores:
Anunciar el Reino.
Hacer camino.
Formar discípulos y misioneros.
Superar la informalidad y la dependencia.
Evitar el paternalismo y gestionar la autopromoció n.
Trabajar con espíritu eclesial.
Agradecer la internacionalidad de la Compañ ía.
Involucrar y comprometer má s decididamente el potencial de la Familia Vicentina.
Acompañ ar y discernir los proyectos de vida y fe de los jó venes, de las familias y de los
grupos apostó licos.
Trabajar por la reconciliació n y la unidad.
Identificar caminos de reconstrucció n.
Gestar la nueva generació n…
¿Qué experiencias de la realidad actual son las que má s te han impactado durante este añ o?
¿Có mo te ha afectado la situació n actual y có mo te has solidarizado con los que má s sufren?
¿Có mo está s asumiendo las distintas situaciones por la que atraviesa la actual humanidad?
Desde tu condició n de Hija de la Caridad, ¿Cuá l es tu mejor aporte a esta realidad?
¿Qué lecciones te está dejado esta situació n de pandemia?
¿Qué dificultades te ha generado?
¿Qué posibilidades y caminos nuevos te ha ofrecido?
De la lista de tareas que se pueden realizar a partir de la reflexió n de la reciente Asamblea
Provincial, ¿en qué condició n está s y cuá l es tu disposició n para adelantarlas o apoyarlas?
Leer, meditar y orar nuevamente con el texto de Lc 18,1-8.