Espécimen único en nuestras letras gracias a su mestizaje cultural, Roger Wolfe ha
sido el impulsor a partir de la década de los noventa del actual neorrealismo literario español. Resuelto a no retroceder ante lo que cierta crítica denomina «suciedad» – económica, moral o estilística– y opuesto al esfuerzo de purificación idealista que hace emerger entre la infinita variedad de casos sólo lo excelso, la obra de Wolfe mantiene un ejemplar equilibrio entre nihilismo y humor, desesperanza y alegría, entre un romanticismo sin absoluto y un clasicismo descreído de sí mismo. Su vitalismo trágico, su empeño en constatar lo obvio, su entereza ante las tentaciones de seriedad y salvación, su resistencia ante cualquier verdad, su defensa de la contradicción y del derecho a cometer errores palpitantes conforman lo que podría llamarse un pensamiento frontal y latiente, visible en todas sus páginas independientemente del género al que se las adscriba. Intrahistórica, liberada, lúcida y minimalista, pretendida y radicalmente subjetiva, su obra lleva dos decenios encarando los nuevos problemas sociales e individuales –los mismos problemas de siempre pero con sus nuevas máscaras– sin echar mano de los antiguos discursos ideológicos, escleróticos ya e inservibles. Fruto lento de un lustro de silencio editorial, estos textos siguen sin bajar la guardia, fieles a la máxima wolfiana de «vivir para contarlo», y suponen un nuevo peldaño en la espiral ascendente de depuración y cercanía literarias. Afuera canta un mirlo es un poemario más remansado –también más sombrío y desasosegante– que los anteriores, quizás bisagra entre lo habido y porvenir, estilísticamente más concentrado y menos desabrido, ejercicio descreído de un escritor que es absoluto dueño y señor de un mundo y voz propios. Estos poemas dan testimonio del lento renacer de las cenizas a las que la propia obra del autor había reducido el mundo. Wolfe, una vez más, se amplía y, no obstante –como diría Canetti–, se mantiene inflexible.