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REPORTÁNDOSE
REPORTÁNDOSE
Aquello fue el comienzo de una rutina diaria. Siempre llegaba aquel hombre a la
iglesia al mediodía, se arrodillaba brevemente y volvía a salir. El sacerdote, un
poco temeroso, empezó a sospechar que se tratase de un ladrón, por lo que un
día se puso en la puerta de la Iglesia y cuando el hombre se disponía a salir le
preguntó: "¿Qué haces aquí?". El hombre dijo que trabajaba cerca y tenía media
hora libre para el almuerzo y aprovechaba ese momento para rezar, "Solo me
quedo unos instantes, sabe, porque la fábrica queda un poco lejos, así que solo
me arrodillo y digo: "SEÑOR, SOLO VINE PARA AGRADECERTE... CUAN
FELIZ ME HACES. TE PIDO PERDÓN POR MIS PECADOS... NO SÉ MUY BIEN
COMO REZAR, PERO PIENSO EN TI TODOS LOS DÍAS... ASÍ QUE JESÚS,
ESTE ES JAIME, REPORTÁNDOSE".
El Padre, avergonzado, le dijo a Jaime que estaba bien y que era bienvenido a la
Iglesia cuando quisiera. El sacerdote entonces se arrodilló ante el altar, sintió
derretirse su corazón ante el gran calor del amor de Jesús. Mientras lágrimas
corrían por sus mejillas, en su corazón repetía la plegaria de Jaime: "Señor, solo
vine para agradecerte... cuan feliz me haces. Te pido perdón por mis pecados... no
sé muy bien como rezar, pero pienso en ti todos los días... así que Jesús, soy yo,
reportándome".
La enfermera no podía entender por qué Jaime estaba tan feliz. El sacerdote se
acercó al lecho de Jaime con la enfermera y ésta le dijo: "Ningún amigo ha venido
a visitarlo, él no tiene a donde recurrir". Jaime escuchó aquellas palabras y dijo:
"La enfermera está equivocada... ella no sabe que todos los días, desde que
llegué aquí, al medio día, un querido amigo mío viene, se sienta en mi cama, me
agarra de las manos, se inclina sobre mí y me dice: "JAIME, SOLO VINE PARA
AGRADECERTE... Y DECIRTE CUAN FELIZ ME HACES. TE AMO Y PERDONO
TUS PECADOS. SIEMPRE ME GUSTO ESCUCHAR TUS ORACIONES... Y
ESTAS SIEMPRE EN MI CORAZÓN.... ASI QUE ESTE ES JESÚS,
REPORTANDOSE".