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1. Contexto histórico
2. La sofística
2.1. Características generales del movimiento sofista
2.2. Protágoras y Gorgias
2.3. La antítesis entre phýsis y nómos
3. Sócrates
3.1. Introducción
3.2. La concepción socrática del saber: la definición universal
3.3. La concepción socrática de la moral y la política
1. Contexto histórico
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Historia de la Filosofía Antigua y Medieval
extraordinaria bonanza. Esta ciudad-estado aprovechó su liderazgo sobre la liga délica (la
asociación de diversas polis unidas para derrotar a los persas) para fraguarse un potente imperio:
enseguida subyugó a las ciudades agrupadas en esta confederación, obligándoles al pago de
tributos e instalando en ellas instituciones de control político. Y al tiempo que impone su
soberanía militar sobre dichas ciudades, actúa como vanguardia y referente de todas ellas
también en el terreno de las ideas. A mediados del siglo V Atenas lleva a su expresión más
radical las políticas democráticas iniciadas en la época arcaica, instituyendo así un modelo
democrático que será exportado a otras polis (y cuyo principal contrapunto es el modelo
espartano). El desarrollo de la democracia ateniense se encuentra estrechamente ligado, entre
otros factores, a la mencionada política imperialista y al enriquecimiento económico que ésta
trajo consigo1. Al hilo de estas transformaciones políticas, Atenas se convierte en catalizadora
de una nueva actitud intelectual, cuyo principal exponente es el espíritu crítico hacia las
tradiciones heredadas. De ahí que esta coyuntura haya sido caracterizada como una época de
Ilustración.
3. Entre las Guerras médicas y la Guerra del Peloponeso, durante los cerca de cincuenta
años de la Pentecontecía, Atenas desarrolla un sistema democrático singular, sin precedentes ni
imitaciones posteriores, que suele conocerse como “democracia radical”. Con él alcanzan su
máxima cota las transformaciones políticas iniciadas a partir de la desaparición de los reinos
micénicos, y desarrolladas a lo largo del período geométrico y de la época arcaica. Cabe decir,
siguiendo la expresión instituida por J.-P. Vernant, que en este momento y en este lugar llega a
su máxima realización la “fragmentación de la soberanía”, es decir, la distribución del poder
político entre los miembros de la comunidad ciudadana.
1
A juzgar por las reflexiones que transmiten al respecto algunas fuentes antiguas (por cierto, desde posiciones
conservadoras, como la de Platón), esta política imperialista estaba ligada a la democracia radical al menos por estos
dos motivos: en primer lugar, porque aseguraba la pujanza económica que Atenas necesitaba para mantener el
importante coste de su sistema democrático; y en segundo lugar, porque los ciudadanos más pobres (aquellos a los
que la democracia moderada subsiguiente dejaría fuera del juego político) se veían favorecidos por el desarrollo de la
flota militar ateniense, ya que ocupaban en ella los puestos de remeros y recibían del Estado un jugoso sueldo por
ello.
Por otro lado, el desarrollo de la democracia ateniense resulta inseparable de las nuevas tácticas militares
desarrolladas en el curso de las guerras contra los persas, así como de la victoria griega en dicho conflicto. Si las
ciudades griegas confederadas lograron derrotar al Imperio persa, sin duda superior en potencia militar, ello se debió
fundamentalmente al desplazamiento del combate al ámbito marítimo, único campo en el que los griegos podían
prevalecer. En esta situación, los remeros llegan a ser más importantes que los integrantes del ejército terrestre: los
caballeros y los hoplitas. Y la fuerza motriz de las naves estaba en manos de las clases más bajas de la población;
estas clases vivieron la victoria como especialmente suya, lo que acentuó su sentimiento de pertenencia a la
comunidad política correspondiente.
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Historia de la Filosofía Antigua y Medieval
En la época de Pericles, la asamblea llega a estar integrada por todos los ciudadanos
varones, mayor de veinte años e hijos de padres atenienses (quedan fuera de la participación
política las mujeres, los metecos o extranjeros y los esclavos)3. La asamblea constituye el
principal órgano ejecutivo: todas las decisiones importantes tienen que ser discutidas y
aprobadas por ella, mediante votación. Los ciudadanos pueden ocupar también cargos
personales (como arcontes, o como miembros del Consejo de los quinientos, etc.), que en
muchos casos se eligen por sorteo; dada la relación entre el número de puestos y el de
ciudadanos, la posibilidad de ejercer dichos cargos personales era bastante elevada. En
definitiva: se trata de una democracia “asamblearia” y sumamente participativa. Todo ciudadano
tiene el derecho y el deber de participar en las reuniones de la asamblea, que representan el
centro de la vida política4.
Sigue vigente, además, la problemática entonces descrita a propósito del criterio capaz
de articular la vida ciudadana. No sólo sigue vigente, sino que es en este momento donde
nuestras fuentes históricas reflejan la problemática en cuestión con mayor profusión de detalles.
¿Qué modelo racional puede articular eficazmente la nueva situación política? ¿En qué cabe
basarse para resolver los conflictos entre los intereses contrapuestos? ¿De qué instancia procede
ahora el principio de legalidad de la ciudad? (¿del ejemplo de las familias aristocráticas, cuya
excelencia está amparada, en último término, por la voluntad de los dioses?, ¿de cualquier
participante en la asamblea, que podría carecer de toda formación y juicio para saber lo que es
“bueno” y “mejor”?, ¿de aquel que tiene más carisma y más capacidad de convencer a los
demás?). ¿Y cómo hay que organizar ahora la educación de las nuevas generaciones?
(¿siguiendo los usos y las costumbres instituidas por tradición?, ¿a partir de fórmulas
completamente novedosas?; y si es preferible esto último, ¿de qué fórmulas se trata?).
2
Seguramente las claves principales de la democracia radical se encuentran en las reformas de Clístenes. Entre ellas,
fue fundamental el cambio en el sistema de organización de la población, sistema que articulaba la participación
política. Si hasta Clístenes dicha participación se realizaba a través de los representantes de los géne o familias
aristocráticas, ahora se adopta un sistema basado en divisiones territoriales (entre ellas, las “tribus”).
3
Se calcula que la población del Ática en esta época pudo ser de unos 300.000 habitantes; de ellos, sólo unos 40.000
serían ciudadanos de pleno derecho. Probablemente el número real de participantes en la asamblea era muy inferior a
éste. Según afirma R. Flacelière, quien a su vez se apoya en Plutarco (Arístides, 7, 6), en las decisiones importantes
sería suficiente un quorum de 6.000 votantes (R. Flacelière, La vida cotidiana en Grecia en el siglo de Pericles, Ed.
Temas de Hoy, Madrid, 1993 [1959], p. 50).
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La participación en los asuntos políticos le exigía al ciudadano ateniense una dedicación importante. Esto resultaba
perfectamente viable para las clases acomodadas, que podían dejar los trabajos productivos en manos de sus esclavos
y gozaban así de mucho tiempo de ocio. Para favorecer la implicación de las clases menos pudientes en la vida
política, el Estado ateniense llegó a conceder un sueldo a quienes ejercían cargos específicos (por ejemplo, como
integrantes del consejo), e incluso una compensación económica por la asistencia a las asambleas.
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Historia de la Filosofía Antigua y Medieval
Como decíamos, estas preguntas fueron respondidas en Grecia por parte de tres modelos
racionales diferentes:
- El modelo filosófico, como ya fue dicho, se opone tanto a la “razón religiosa” como a la
“razón retórica”. Frente a ambos sistemas de justificación, los filósofos apelan a
principios de carácter natural, universales y eternos, subsistentes por sí mismos y por
ello independientes tanto de los dictados de los dioses como de las decisiones humanas.
Sócrates y Platón encabezan la defensa de este paradigma filosófico frente a la antigua
moral aristocrática y frente al universo retórico introducido por la sofística. Aristóteles,
por su parte, continúa en sus líneas maestras el legado platónico, aunque adopta en esta
liza una posición más moderada o conciliadora, estableciendo algunos puentes entre el
modelo filosófico y el modelo retórico.
Conviene señalar que en la Grecia antigua ninguna de estas tres posiciones logró desbancar
clara y definitivamente a las otras dos6. Ahora bien, los avatares de la transmisión textual
posterior han querido que sólo conservemos obras íntegras en el caso de Platón y Aristóteles, y
no en el de los sofistas (el sustrato conformado por el modelo religioso sí puede documentarse
con obras de primera mano). Esto hace que nuestro conocimiento de estas posiciones sea muy
desigual. En particular, la imagen de los sofistas resulta a menudo desvirtuada por el hecho de
que nuestro principal informador al respecto es un furibundo anti-sofista: Platón.
5
Los festivales teatrales constituyen seguramente el fenómeno cultural más importante de la Atenas clásica. Se
desarrollan siempre en el marco de festividades religiosas, pertenecientes al culto cívico oficial. En estos festivales
participa la casi totalidad de la población del Ática; constituyen, así, un elemento fundamental de la formación del
espíritu comunitario. Se ha dicho que en las tragedias Atenas “se veía a sí misma”, se reflejaba así misma como en un
espejo. Sin duda este espejo, lejos de mostrar una imagen idealizada de la democracia ateniense, pone en escena más
bien las contradicciones internas de dicho sistema, de modo que se convierte en un instrumento eficaz para la
reflexión en torno a él. Sobre esta cuestión resulta interesante el libro de A. Iriarte, Democracia y tragedia: la era de
Pericles, Akal, Fuenlabrada (Madrid), 1996.
6
Q. Racionero, El discurso de los reyes, op. cit., pp. 61-62.
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Historia de la Filosofía Antigua y Medieval
2. La sofística
3. Su vida viajera les lleva a comprender que las costumbres, creencias e instituciones
políticas de cada ciudad-estado son relativas: en cada ciudad rigen unas normas de conducta y
unas leyes muy diferentes, por lo que se hace evidente que no hay un patrón único al que todas
las comunidades tuvieran que ajustarse. Esta comparación entre los diferentes sistemas jurídicos
del mundo griego les llevó a plantear una oposición entre es “lo que es por convención” y “lo
que es por naturaleza”: a diferencia de los fenómenos naturales, las normas morales y políticas
son fruto de una mera convención. En virtud de su “cosmopolitismo”, muchos sofistas
afirmaron tendencias panhelenistas, es decir, abogaron por una unión entre todas las póleis
griegas, anticipando así el camino que Grecia tomaría en la segunda mitad del siglo IV.
4. Los sofistas ponen en cuestión el principio básico que había sido afirmado por parte
de la filosofía anterior y contemporánea: la existencia de una verdad única, universal, inmutable
y eterna. Por el contrario, ellos constatan que, acerca de cualquier tema de interés general,
existen múltiples y diversas opiniones, las cuales muchas veces se contradicen entre sí hasta el
punto de que no admiten ser reducidas a un punto de vista único. Las cosas presentan de suyo
múltiples apariencias y por detrás de esa pluralidad no hay una esencia única a la que todas las
perspectivas tuvieran que remitir. En otras palabras: los sofistas niegan la distinción entre
“verdad única” y “opiniones múltiples” que habían establecido filósofos como Parménides o
Heráclito. En cambio, ellos defienden que el saber está siempre configurado por plurales
posiciones o planteamientos. En virtud de esta tesis, los sofistas han sido caracterizados como
“escépticos”.
5. Los sofistas son profesionales de la enseñanza: viajan por toda la Hélade ofreciendo
sus lecciones a cambio de dinero. “Sofista” significa justamente “sabio” o “experto en saber”.
¿Qué sabiduría es aquella que transmiten estos intelectuales? Con la formación de las
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democracias griegas, se había hecho necesaria una nueva modalidad de saber: no ya un saber
especializado, de tipo teórico (como la matemática o la astronomía) o técnico (como la
arquitectura o la medicina), sino un saber de carácter general y práctico, que enseñara a los
ciudadanos a comportarse correctamente en la vida política de su comunidad. Éste es
precisamente el tipo de saber que transmiten los sofistas. Según Platón, Protágoras (uno de los
más famosos sofistas) proporcionaba a sus discípulos una instrucción que les permitía dirigir los
asuntos domésticos y participar con éxito en el gobierno de la ciudad7. Los sofistas toman a su
cargo a alumnos jóvenes, que ya han recibido la instrucción elemental, para enseñarles el arte de
desenvolverse brillantemente en la vida práctica y política; por eso prometen hacer de dichos
alumnos ciudadanos excelentes. En este sentido, los sofistas son llamados “maestros de virtud”
(areté), maestros de excelencia política.
6. El pensamiento del siglo V (y esto afecta tanto a la sofística como a Sócrates) gira en
torno a los problemas de la vida de la polis. Está centrado en cuestiones de índole práctica, en
asuntos de la esfera ética y política. En cambio el tema de la constitución de la naturaleza, que
había sido el meollo de la reflexión de los presocráticos, queda relegado ahora a un segundo
plano. Por eso suele afirmarse que el pensamiento de esta época experimenta un “giro
antropológico”; podríamos decir, con más exactitud, que se trata de un giro ético-político.
Platón y Aristóteles volverán a prestar una atención destacada al motivo de la naturaleza, de la
configuración de la realidad en su conjunto.
Protágoras viajó por toda Grecia impartiendo sus enseñanzas y cosechó un gran éxito,
especialmente en Atenas.
* Escribió una obra llamada Las antilogías, en la que defendía que, acerca de todo tema, es
posible sostener argumentos contradictorios. A su juicio, todas las posiciones son, en principio,
sostenibles por igual: todas ellas tienen su razón de ser, responden a perspectivas e intereses
igualmente reales. De modo que el saber es, de entrada y siempre, plural. Por detrás de las
diversas posiciones confrontadas, no hay una verdad oculta que sea única, inmutable y eterna
(como sostiene el modelo racional propuesto por la filosofía). “Lo que a cada ciudad le parece
justo y hermoso –afirmaba Protágoras–, lo es, en efecto, para ella, en tanto lo juzgue así”8.
7
En el Prótágoras (318e-319a), Platón pone en boca de este sofista la siguiente caracterización de sus enseñanzas:
- “[Protágoras] Mi enseñanza se refiere a la buena administración de los bienes familiares, de modo que [sc.
mi alumno] pueda dirigir óptimamente su casa, y a los asuntos políticos, para que él pueda ser el más capaz
de la ciudad, tanto en el obrar como en el decir.
- [Sócrates] Si realmente sigo tu razonamiento, me parece que te refieres al arte de la política y que pretendes
convertir a los hombres en buenos ciudadanos.
- [Protágoras] Ése mismo es, Sócrates, el programa que yo propongo”.
8
Platón, Teeteto, 167c.
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Historia de la Filosofía Antigua y Medieval
Dicho en otros términos, también atribuidos a este sofista: “todas las cosas que se revelan a los
hombres son; aquellas que no se revelan a ningún hombre no son”9.
* Pero aunque no haya posiciones verdaderas o falsas, buenas o malas en sentido absoluto (es
decir, en el sentido instituido por Parménides), sí hay para Protágoras posiciones mejores o
peores relativamente, posiciones mejores o peores que otras. El criterio de lo relativamente
mejor es aquí la utilidad, la conveniencia, la oportunidad. Y esa utilidad será relativa a cada
concreta situación y a los protagonistas de la misma. ¿Cómo sabemos que una posición es mejor
que otra? No hay otra manera de averiguarlo, piensa Protágoras, que la de argumentar cada una
de las posiciones en liza. Así, este célebre sofista incluía en sus enseñanzas la del arte de la
argumentación. En este contexto debe inscribirse la información que transmite Platón, cuando
dice que Protágoras “enseñaba a hacer fuerte el argumento débil”10.
* A Protágoras se le atribuye la tesis del “homo mensura”: “El ser humano es la medida de
todas las cosas; de las que son, en tanto que son, y de las que no son, en tanto que no son”. Esta
frase cobra todo su sentido si se la interpreta en el marco del “conflicto de las razones”, tal y
como propone Quintín Racionero. La sentencia se presenta así como una respuesta a la pregunta
que instituye el mencionado conflicto: ¿cuál es el criterio que puede articular la vida ciudadana?
Pues bien, este criterio –diría Protágoras– no procede de los dioses, como les interesa hacer
creer a los poderes aristocráticos, ni de las presuntas leyes universales y eternas que los filósofos
ven ocultas en la naturaleza, sino única y exclusivamente de los hombres, de las mediaciones
que establezcan con su palabra y de los acuerdos a los que sean capaces de llegar. Por cierto,
vista desde esta óptica, la alusión al “ser” que hay en esta frase (al igual que la que había en la
frase citada antes: “todas las cosas que se revelan…”) podría estar polémicamente dirigida
contra la concepción parmenídea del ser: Protágoras estaría diciendo que “lo que es” y “lo que
no es” se dirime con medidas puramente humanas.
- (1) Para cualquier cuestión, hay múltiples opiniones y todas ellas tienen su razón de ser;
no hay una verdad única que esté por encima de ellas.
- (2) Esas múltiples opiniones son siempre coyunturales, relativas a una determinada
situación y a una determinada colectividad; no son por tanto inmutables y eternas, sino
variables.
- (3) El criterio para dirimir, en cada concreta situación, qué posición es más útil, no
procede de ninguna otra medida que aquella de la que dispone el ser humano: la
discusión y la argumentación.
Gorgias era de Leontini (Sicilia), por tanto del lugar donde se había desarrollado la
retórica desde comienzos del siglo VI a. C. Al igual que Protágoras, viajó por toda Grecia
extendiendo sus enseñanzas y gozó de un gran éxito.
9
Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, I, 217.
10
Los términos “fuerte” y “débil” pueden ser leídos al menos en estos dos sentidos. Por un lado, sería débil la opinión
sostenida sólo por una minoría, opinión que Protágoras enseñaría a reforzar retóricamente (pues lo minoritario no
tiene por qué ser lo menos razonable). Por otro lado, la debilidad puede aludir directamente al escaso desarrollo
verbal de un argumento al que se le puede encontrar una mayor potencia.
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Historia de la Filosofía Antigua y Medieval
* En su obra Sobre la naturaleza y sobre el no ser, Gorgias formuló estas tres tesis, dirigidas
contra la ontología de Parménides. Ofrecemos una de las muchas interpretaciones posibles del
argumento en cuestión:
- (1) “Nada es”. Para defender esto, Gorgias utilizaba razonamientos paralelos a los que
había usado Parménides en su Poema. El no ser no es, porque entonces sería (algo) y no
sería al mismo tiempo. Si el ser fuera, tendría que ser eterno o engendrado. De ser
eterno, sería infinito y lo infinito no existe. Si fuera engendrado, tendría que haber
nacido del ser o del no ser; pero del no ser no puede nacer nada, y si el ser ha nacido del
ser, entonces ya existía primero, por lo que no es engendrado.
- (2) “Si algo fuera, no podría ser conocido por el hombre”. El argumento principal para
defender esto reza así: las cosas pensadas no son, no tienen existencia (como lo
demuestra la posibilidad de pensar en la hidra de siete cabezas), por lo que lo que es, lo
existente, tampoco puede ser pensado.
- (3) “Si algo fuera cognoscible, no podría ser comunicable”. Nos comunicamos a través
de las palabras; pero las palabras no son el ser, por lo que comunicando palabras, no
comunicamos el ser.
* Gorgias destacó ante todo por su desarrollo de la retórica, campo en el que llevó a cabo
importantes investigaciones sobre el poder de la palabra como instrumento persuasivo. Este
sofista (y la sofística en su conjunto) no concibe el lenguaje desde el punto de vista de su
dimensión semántica, sino desde la óptica de su dimensión comunicativa y pragmática. El
lenguaje no se presenta entonces como un conjunto de signos que refieren a significados y
realidades objetivas, sino más bien como una instancia capaz de generar determinados efectos
sobre el interlocutor, capaz de impresionarlo11 (nótese que éste es justamente el punto contra el
que se levanta Sócrates, cuando busca las definiciones o esencias universales y eternas en las
que, a su juicio, debe cimentarse todo uso verdadero de determinada palabra). Así, debemos a
Gorgias el haber realizado interesantes análisis acerca de los efectos de la palabra sobre los
afectos y las emociones humanas12.
* Resumamos esta presentación de Gorgias. Al igual que Protágoras, Gorgias niega que exista
una verdad única, universal, necesaria y eterna, como la que enarbolan los filósofos. Por el
contrario, las percepciones humanas son para él irreductiblemente múltiples, diversas y
variables, y dependen de la situación concreta en la que se encuentren en cada caso sus
portadores. En definitiva: los sofistas no buscan la verdad, presuntamente universal, necesaria y
eterna, sino lo verosímil, lo plausible, es decir, lo que resulta creíble en determinado contexto y
para una determinada comunidad humana. De esa verosimilitud (y no de una supuesta verdad)
se nutren, como decíamos antes, tanto la retórica como el arte de argumentar. Nótese que la
categoría de lo verosímil no remite al plano de los “hechos” efectivamente acontecidos, sino
más bien al marco de lo que es posible o probable que suceda; no remite a lo que realmente ha
11
Expliquemos esto con un ejemplo: a Gorgias no le interesa si cuando pronuncio la palabra “examen” todos los que
la oyen evocan una misma realidad, idéntica en todos los casos (esto –diría un sofista– es imposible e innecesario
saberlo); le interesa en cambio observar qué comportamiento se produce en el receptor de dicha palabra, qué efecto
produce sobre él el término en cuestión (pues es este plano de los comportamientos, y no el de las presuntas
significaciones objetivas, el que articula la comunidad política).
12
Decía Gorgias al respecto: “La palabra es un poderoso soberano que, con un cuerpo pequeñísimo y completamente
invisible, lleva a cabo obras sumamente divinas” (Encomio de Helena).
8
Historia de la Filosofía Antigua y Medieval
ocurrido, sino a lo que podría ocurrir o haber ocurrido. Este ámbito de lo probable, de lo
cabalmente esperable, está determinado por el conjunto de opiniones que comparte determinada
comunidad.
2. En la Grecia arcaica, en las primitivas democracias helenas, se piensa que las leyes
civiles tienen un origen divino y que, por tanto, se encuentran inscritas en la naturaleza. El
orden de la polis concuerda perfectamente con el orden de la naturaleza. Puesto que las leyes
civiles pertenecen a la esfera de la naturaleza y de lo sagrado, se les concede una validez
indiscutible. Las leyes humanas son tan estables e inamovibles como el orden de la naturaleza,
pues ambas corresponden al derecho divino.
Esta concordancia entre la naturaleza y las leyes ciudadanas, entre el mundo de la phýsis
y el de las comunidades humanas, empieza a ser cuestionada en la época clásica. Se hace
evidente entonces que los preceptos jurídicos no tienen una validez necesaria y eterna; por el
contrario, pueden ser discutidos y cambiados por otros, por lo que su valor es sólo relativo y
coyuntural. Dos factores fundamentales llevaron a esta toma de conciencia. Por un lado, la
experiencia de la democracia: en las asambleas se discutía abiertamente la legitimidad de las
leyes y con frecuencia se cambiaba por completo su contenido. Por otra parte, la comunicación
entre las distintas ciudades-estado, así como los contactos de los griegos con otras culturas,
ponían en evidencia que los sistemas jurídicos de cada comunidad eran a menudo radicalmente
diferentes.
3. Este tipo de experiencias fueron las que llevaron a los sofistas a marcar una oposición
entre “lo que es por phýsis” y “lo que es por nómos”. Lo segundo no es eterno ni universalmente
válido; ha sido instaurado por los hombres y se sostiene gracias a un acuerdo, por pura
convención. Por eso las leyes, las normas y las costumbres humanas varían de unos pueblos a
otros, están sometidas al cambio y no tienen más valor que el que cada comunidad les quiera
conceder. Frente a este mundo de las convenciones humanas, lo que ha sido establecido por la
naturaleza debe valer para todos los hombres sin distinción de pueblos y tiempos. De este modo
el ámbito de la naturaleza queda separado del ámbito de la polis, del ámbito de aquello que ha
sido “puesto” por el hombre. La phýsis representa lo común a todos, lo universal, necesario y
eterno; el nómos representa lo variable, lo particular y lo relativo.
4. ¿Qué efectos tiene esta contraposición entre phýsis y nómos sobre la propia
concepción de la vida cívica? De entrada, los sofistas se valieron de este planteamiento para
llevar a cabo una crítica de las leyes establecidas en cada ciudad, en la medida en que éstas se
mostraban desacordes con la naturaleza del ser humano. Pero su posición es aún más radical:
muchos sofistas sostienen que todo lo establecido por las normas y costumbres humanas es
injusto desde el punto de vista de la naturaleza. “La mayor parte de lo justo según nómos es
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Historia de la Filosofía Antigua y Medieval
contrario a la phýsis”, dice Antifón. Por lo tanto lo mejor y lo más lícito es transgredir la ley; y
esto es lo que hay que hacer, aunque procurando pasar desapercibido para evitar el castigo.
Antifón compara la diferencia entre la ley y la naturaleza con la diferencia entre la opinión
(dóxa) y la verdad (alétheia): burlar las leyes establecidas es como burlar una mera opinión,
mientras que quien transgrede los dictados de la naturaleza, transgrede la verdad.
6. Esta contraposición establecida por los sofistas entre “phýsis” y “nómos” trae consigo
una transformación del concepto de naturaleza. A partir de ahora, la naturaleza ya no equivale a
“todo lo que hay”, como ocurría en el universo de los presocráticos, sino que la naturaleza es
sólo una parte de la realidad, frente a la cual se sitúa el mundo de las cosas creadas por el
hombre. El propio ser humano tiene unos “rasgos naturales”, distintos y separados de sus
“rasgos culturales”. Por otra parte, la concepción de la naturaleza humana introducida por el
último grupo de sofistas mencionado contrasta fuertemente con la noción de phýsis que había
sido propia –y seguirá siéndolo- de la filosofía. La naturaleza no es aquí un todo ordenado de
una vez por todas y por leyes que afectan igualmente a todas las realidades; es el escenario de
una lucha continua donde sólo la derrota de los débiles por parte de los fuertes puede instaurar
un orden provisional.
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Historia de la Filosofía Antigua y Medieval
3. Sócrates
3.1. Introducción
* Sócrates nació y vivió en Atenas (470-399). Fue condenado a muerte por “impiedad”, es decir,
por un delito religioso. Se le acusó de no creer en los dioses de la ciudad y de corromper a los
jóvenes, al transmitirles una concepción de lo divino incompatible con la religión oficial13. La
sentencia fue dictada por parte de un tribunal democrático, concretamente bajo la democracia
moderada de Trasibulo. Sócrates pudo evitar la muerte, pero prefirió que se cumpliese su
condena, aunque la consideraba injusta, por respecto a la ley.
* Renunció a participar directamente en política, pero estaba muy presente en la vida pública de
Atenas. Se dedicaba a discutir y enseñar en lugares públicos, y a interrogar a los personajes más
relevantes del momento.
* No fundó una escuela, pero tuvo numerosos seguidores. Su pensamiento y su propia vida se
convirtieron en modelo para muchas filosofías posteriores.
1. Sócrates somete a crítica la imagen del saber defendida por los sofistas; en contra de
ella, recupera la concepción del saber que ya había sido avanzada por Parménides y que será
propia, en líneas generales, de toda la filosofía griega clásica. Los sofistas habían observado
que, acerca de cualquier asunto controvertido, existen múltiples y diversas posiciones, las cuales
no tienen por qué poderse reducir a una única perspectiva válida. Dichas posiciones, por un
lado, son relativas a sus mentores y, al mismo tiempo, están sometidas a posibles cambios. Y no
hay nada más allá de esta pluralidad y variabilidad de los conocimientos humanos: no hay
verdades ni valores que sean universales, necesarios y eternos. Contra este planteamiento
13
Recuérdese lo dicho en el Capítulo 1 acerca de la religión oficial de cada ciudad-estado, instituida en torno a los
dioses tutelares de la misma. Esta religión oficial constituye el principal elemento de regulación y cohesión de la
comunidad ciudadana; sobre ella se habían construido, en la época arcaica, las democracias griegas. Por tanto la
negativa de Sócrates a aceptar esta forma de religiosidad y su propuesta de una concepción nueva de lo divino tiene
un significado directamente político. Sócrates se opone así a las convicciones propias del “modelo religioso”, para
suscribir el planteamiento propio de la filosofía.
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Historia de la Filosofía Antigua y Medieval
sofístico, Sócrates sostiene que existen verdades únicas, invariables y universalmente válidas.
Para ello recupera la oposición establecida por Parménides entre la verdad y las opiniones
comunes y corrientes: la verdad debe ser única e inmutable, mientras que las opiniones son,
hecho, múltiples, variables e incluso contradictorias entre sí. Si Sócrates afirma la necesidad de
este saber estable y singular, es ante todo para evitar las consecuencias negativas que había
tenido el relativismo sofístico en el terreno político y moral (piénsese, por ejemplo, en la
negativa de algunos sofistas a acatar cualquier clase de ley ciudadana). No es el ámbito de la
naturaleza lo que Sócrates tiene en mente cuando afirma su idea de saber, sino el ámbito de la
vida práctica humana, el ámbito moral y político.
12
Historia de la Filosofía Antigua y Medieval
4. En los primeros diálogos escritos por Platón, Sócrates lleva a cabo una investigación
que tiene por fin encontrar la definición universal de las principales virtudes ciudadanas: la
justicia, la valentía, la sensatez, lo sagrado, la amistad… Para ello somete a examen las diversas
definiciones o concepciones de estas virtudes que circulan en la Atenas del momento. Sócrates
interroga a los que son expertos en cada uno de los saberes, exigiéndoles que den razón de lo
que saben; con ello quiere examinar esos saberes y ponerlos a prueba. Por ejemplo, se dirige a
un sacerdote, experto en el campo de lo divino, y le pregunta: “¿qué es lo sagrado?”, “¿qué
entiendes tú que es un comportamiento piadoso con los dioses?”. O se dirige a un general,
experto en las artes de la guerra y por tanto conocedor de la valentía, y le pregunta: “¿qué es la
valentía?”
Obtenga la respuesta que obtenga, Sócrates se dedica a poner en evidencia que dicha
respuesta resulta insostenible. Él se limita a hacer sucesivas preguntas a su interlocutor, con las
que se trata de aquilatar la primera respuesta obtenida; por eso es el propio interrogado el que,
finalmente, afirmará que su respuesta no se sostiene. En algunos casos, Sócrates le hace ver a su
interlocutor que la definición de justicia que éste ha avanzado no es más que un caso particular
de esta virtud, y no lo que la caracteriza necesariamente y siempre. En otros casos, muestra que
la respuesta obtenida implica consecuencias contradictorias y que, por tanto, no se sostiene. O
bien muestra que, para esa misma pregunta, existen múltiples y diversas respuestas y que tales
respuestas son contradictorias, incompatibles entre sí. Así, un general ateniense dice que ser
valiente consiste en resistir frente al enemigo, mientras que un general escita (de otra cultura
diferente a la griega) dice que los más valerosos guerreros son aquellos que saben, no ya resistir,
sino huir en el momento oportuno14.
5. La estrategia de Sócrates radica en esto: si, sobre un tema determinado, hay diferentes
opiniones y éstas se contradicen entre sí, resultará que ninguna de ellas puede ser verdadera en
sentido absoluto, verdadera para todos los casos. De este modo, la opinión que sostenía
inicialmente el experto en las artes militares o el experto en lo divino habrá quedado refutada,
invalidada. Sócrates ha obligado a su interlocutor a reconocer que lo que antes creía saber no se
sostiene, y que en realidad no sabe nada sobre aquel tema en el que presuntamente era experto.
Por el contrario, Sócrates sabía desde el principio que ignoraba el verdadero significado de la
valentía, la verdadera definición universal de la valentía (sabía “que no sabía nada” al respecto).
Con esta táctica, lo que Sócrates está haciendo es desacreditar el saber comúnmente
establecido y afirmar una nueva dimensión del saber, un nuevo sentido del saber: la concepción
del saber defendida por la filosofía. El saber desacreditado se expresa en las diversas opiniones
que circulan en la Atenas del momento, opiniones que se caracterizan por ser múltiples y
diferentes entre sí, por ser a menudo incompatibles entre sí y por estar sujetas a posibles
cambios. Por el contrario, el saber que Sócrates busca es un saber único, válido para todos los
casos sin excepción, inmutable y eterno. Sócrates está marcando una separación entre las
opiniones comúnmente aceptadas (que son múltiples y diferentes entre sí) y una verdad esencial,
única para todos, siempre idéntica a sí misma, inmutable y eterna (la definición del “qué es”, la
definición universal)15. Esta separación es lo que Platón traduce en términos de separación entre
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Platón, Laques, 190e y ss.
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Importa advertir que semejante separación no es algo obvio; por el contrario, se trata de un planteamiento que
puede ser cuestionado. ¿Es razón suficiente para mostrar la falsedad de dos opiniones el hecho de que se muestren
contradictorias entre sí? ¿Podemos decir que el planteamiento esgrimido por los “protaurinos” y el planteamiento
esgrimido por los “antitaurinos” son ambos falsos, simplemente por el hecho de que se contradigan? ¿Acaso no
tienen cada uno de ellos razones solventes para sostener lo que sostienen? Tal es la objeción que Protágoras, y con él
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Historia de la Filosofía Antigua y Medieval
las realidades sensibles y las realidades suprasensibles, entre las múltiples opiniones y la Idea
única.
8. Con este planteamiento, Sócrates está dando nuevas connotaciones al viejo principio
que la filosofía había sostenido desde sus comienzos, es decir, a la idea de que hay verdades
universales y eternas que no son propiedad ni de los dioses ni de los hombres, sino de la
naturaleza. Al igual que Heráclito y Parménides, Sócrates también se refiere a una sabiduría
“oculta”, que resulta desconocida para el común de los mortales y es incompatible con sus
convicciones ordinarias (vid. Capítulo I). Pero Sócrates sostiene que cualquier persona puede
llegar a encontrar por sí misma y en sí misma esa verdad oculta, simplemente sometiendo a
discusión las opiniones establecidas por parte de la comunidad a la que pertenece.
toda la sofística, les pondrían a Sócrates y a Platón (una objeción sumamente cabal y razonable). Más exactamente:
como venimos diciendo, la filosofía socrático-platónica es una reacción frente a la sofística.
Protágoras sostiene que de cualquier tema hay opiniones contrapuestas, y que ninguna de ellas es verdadera o falsa en
sentido absoluto; una opinión puede ser mejor o peor que otra, pero sólo en un determinado contexto y bajo un
criterio coyuntural. Justamente la discusión y la argumentación constituyen el medio de esclarecer, en cada caso, cuál
de las posiciones confrontadas es la más conveniente. Sócrates también se sirve de las artes de la discusión, pero lo
hace en una dirección contraria a la de los sofistas, y en expresa oposición a ellos. Para Sócrates la contraposición de
opiniones no es el medio para dirimir cuál de ellas resulta más conveniente en un momento dado, y para resolver así
un determinado conflicto, sino el medio para encontrar una opinión que sea verdadera en sentido absoluto, ahora y
siempre (o sea, no ya una opinión, sino la verdad). Por tanto esta verdad buscada por Sócrates se encuentra más allá
del conflicto, en una dimensión superior a él.
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1. Los sofistas habían llevado a cabo una profunda crítica de las convenciones morales y
políticas establecidas, poniendo de manifiesto su carácter relativo y variable, y por tanto su
escaso poder vinculante. En particular, estos intelectuales se oponen a la vieja moral
aristocrática. De acuerdo con dicha moral, la excelencia política, la areté, es algo reservado a las
clases nobles: la virtud se posee por nacimiento, por herencia. Frente a esto, los sofistas
sostienen que la excelencia política se encuentra al alcance de cualquier ciudadano,
independientemente de su clase social. Y frente a la sumisión a las normas y leyes vigentes, los
sofistas de la segunda generación piensan que la conducta correcta sólo depende de la decisión
autónoma de cada individuo, quien se orientará para ello a partir de sus impulsos naturales.
Sócrates también cuestiona la validez de las normas morales establecidas, así como la
restricción de la excelencia política a las clases aristocráticas. También para él la pauta de la
conducta correcta debe proceder de la decisión autónoma de cada individuo. Ahora bien, a su
juicio la excelencia moral y política, el buen comportamiento, depende antes que nada del
conocimiento racional, del saber.
3. Además, Sócrates sostiene que el buen comportamiento moral, la virtud, conduce por
sí sola a la felicidad. El que conoce y practica el bien es por ello necesariamente feliz; no
importa si sus acciones tienen éxito o si son reconocidas y recompensadas socialmente, porque
él gozará en todo caso de la satisfacción interior que le proporciona el haber actuado bien (a esto
es a lo que llamamos una ética “eudemonista”; en griego “eudaimonía” significa “felicidad”).
De modo que el planteamiento moral socrático se puede resumir así: “virtud=saber=felicidad”.
4. ¿Qué contenido concreto tiene este saber que es capaz de asegurar la virtud? Este
saber no depende de las costumbres y normas establecidas, no depende de las opiniones ni de
las creencias que comparten la mayoría de los ciudadanos. Tampoco depende de los impulsos ni
de los instintos naturales. A juzgar por la imagen de Sócrates plasmada en los diálogos
platónicos, este saber capaz de asegurar el comportamiento correcto tendría como contenido el
conocimiento del “bien en sí”, es decir, de la definición universal del bien. El “bien en sí” ha de
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La moral o ética y la política resultan inseparables en este contexto de la Grecia clásica, puesto que el ser humano
se define esencialmente por condición de ciudadano, por su pertenencia a la polis, a una comunidad política.
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ser único, eterno e inmutable, no puede estar afectado por la variabilidad y la particularidad de
las circunstancias coyunturales; del mismo modo que la definición universal del hombre
determina lo que es propio de todos los hombres, esta definición universal del bien determinaría
lo que es propio de todas y cada una de las acciones buenas. Ahora bien, ni Sócrates ni Platón
llegan a especificar nunca en qué consiste el “bien en sí”, nunca llegan a fijar una definición
universal del bien, por lo que parece que este conocimiento es algo que se busca y a lo que se
aspira, sin que se pueda alcanzar nunca de modo definitivo.
En todo caso, para Sócrates la búsqueda del “bien en sí” equivale al conocimiento de
uno mismo, al conocimiento de la propia alma y al cuidado de la propia alma.
a) Para la cultura griega arcaica y clásica, la virtud es algo inseparable de los logros
reales y efectivos; debe brillar exteriormente, debe estar reconocida públicamente, y por
tanto irá siempre acompañada de la fama (nadie puede ser moralmente bueno si su
bondad no ha sido reconocida públicamente, sólo por tener buenas intenciones, del
mismo modo que nadie puede ser un excelente escritor a menos que haya visto su obra
públicamente reconocida).
Además, la virtud requiere de la buena fortuna, y esto significa que no es cien por cien
controlable por parte de cada cual (para la mentalidad arcaica, la areté es, en último
término, un don de los dioses).
La virtud descansa ahora en el autodominio, en saber gobernar por medio del alma los
impulsos e instintos corporales.
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