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El clavo

Michelle Moreno
Sentada frente a él tres horas al día, dos días a la semana, durante el último año. Tan
tranquilo, tan serio y tan tímido, poco a poco se fue ganando mi atención. Al principio
me pareció de lo más aburrido, no hablaba con nadie y sólo se limitaba a reír con los
comentarios ocasionales de la clase. Al tiempo, comencé a observarlo, su mirada
siempre fija en un punto específico había robado mi interés. En algún momento pensé:
bueno, ¿este hombre qué tanto puede estarle viendo a la pared?
Tres horas al día, dos días a la semana, su mirada siempre perdida entre las
irregularidades de la pared ¿o las conchas del sonido? ¿qué era lo que analizaba con
tanto esfuerzo? Comencé a preguntarme en que podría estar pensando: El origen del
universo, el sentido de su propia vida e incluso la existencia de Dios, son ideas que
coqueteaban vagamente conmigo. Tal vez está pensando en la consciencia de los
animales.
Se balancea un poco sobre sus pies y gira la cabeza para acomodarse  un
mechón de cabello. No me había dado cuenta de lo suave que se ve, siento como si
mis dedos me picaran con las ganas de tocarlo. Quizá está pensando lo estúpido que
resulta que el ser humano se sienta tan superior, teniendo los mismos instintos que los
animales. Abre la boca de vez en cuando, no sé si está cantando, aparenta pero no se
escucha ni una pizca de su voz, debe de ser grave, de lo contrario no lo habrían
asignado con los bajos.
Es casi mecánico, pero sus labios gruesos lo compensan. Carnosos, rosados,
los lame de vez en cuando, no sé en qué momento comencé a desear besarlos, ¿habrá
besado ya a alguna mujer?
Decidí que era momento de hablarle, realmente se veía como un buen chico y
podría tener muy buena charla. Cuando habla, su voz es aterciopelada, siento los
escalofríos recorrer mi espalda cada vez que pronuncia mi nombre. Sin embargo, sus
palabras son contadas, un muchacho demasiado serio. Se me antoja enigmático,
misterioso. ¿La existencia de seres ajenos a la tierra? ¿Fantasmas? Tal vez.
Es pianista, justo como me lo había imaginado, sus dedos largos parecen lo
suficientemente hábiles para la tarea. Sus manos grandes y fuertes. Últimamente me
he atrapado a mi misma fantaseando con estar entre sus brazos y caminar tomada de
su mano. ¿Creerá en la existencia de las almas gemelas? Quizá sea un tipo sensible,
romántico, sí, a juzgar por su modo de ver, debe serlo.
Algunas de las pocas veces en las que su mirada no está centrada en la pared,
me ha atrapado observándolo. Contra mi voluntad me sonrojo y continúo cantando,
mirando fijo al maestro para disimular, pero atenta y dispuesta a aprovechar el primer
descuido que me permita devolver la mirada hacía él.
De las contadas ocasiones en las que hemos hablado lo mejor siempre ha sido
pronunciar su nombre, saborearlo: A-le-jan-dro. Se me antoja como una pincelada a
mano de un hábil artista o un poema muy bien declamado.
¿Y si sueña despierto? Seguro vive aventuras con las que sueña secretamente,
vuela junto a las aves, encuentra un tesoro, resuelve un misterio, intenta salvarse de un
inevitable Apocalipsis, sólo él sabe con certeza. Suspiro. Hemos de tener tantas cosas
en común. Un hombre tan serio como él, sólo puede estar sumido en profundas e
importantes cavilaciones.
De pronto, sin más, para mi sorpresa, se acerca, mi corazón se acelera a un
ritmo desconocido. Siento mis manos sudar, mis mejillas sonrojarse, no sé que hacer,
finjo una gran sonrisa y...

Pasa de largo, se acerca a la pared y con determinación lleva al brazo hacia ella,
jala con fuerza algo que no alcanzo a ver qué es, se da media vuelta, voltea a verme,
se ríe, con esa risa tan dulce, tan suya y con un clavo en la mano, tomado a modo de
trofeo, me dice: ¡No tienes ni idea cuánto tiempo llevaba molestándome este mugre
clavo!

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