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Ética Nicomaquea

PASIÓN
12: No se trata de portarse bien sino de ser feliz y justo. No se puede ser feliz e injusto. Un ser
arbitrario, caprichoso, egoísta o iracundo no es feliz. Es esclavo de sus pasiones.
13: Nos vemos cautivos de todos los sentimientos y pensamientos acompañados de placer o dolor,
de lo que Aristóteles llama pasiones.
Aristóteles imparte su lección acerca del mejor modo de batallar contra los vicios y las pasiones, es
lo que llama término medio. Siempre hay una zona de equilibrio entre un exceso y un defecto.
21: Además, puesto que los jóvenes siguen a gusto sus pasiones, no prestarán a sus estudios más
que una atención vana y aérea o sin fruto, ya que la meta de la política no es el conocimiento puro
sino la práctica. Por otra parte poco importa que sea joven de edad o joven de carácter, ya que esta
falta de atención y entrega no se debe tanto al tiempo cuanto a una vida dominada por las pasiones y
sujeta a todos los impulsos.
50: Igualmente el que gusta toda clase de placeres sin prohibirse ninguno da muestras de
intemperancia, mientras que el que los huye todos, como lo hacen los rústicos, se vuelve
completamente insensible.
La fortaleza para resistir a los placeres nos vuelve sobrios; cuando somos sobrios, estamos en
perfectas condiciones para abstenernos del placer.
En efecto, el hombre que se abstiene del placer de los sentidos y que se complace en esta privación
es realmente sobrio; por el contrario, el que sufre con esto es intemperante.
La virtud moral está, pues, en relación con el sentimiento de placer y del dolor; el placer que
esperamos nos hace obrar con bajeza; la pena que tenemos nos aparte de obrar bien.
54: Puesto que en el alma hay tan solo pasiones, capacidades de acción y disposiciones adquiridas,
la virtud debe pertenecer a una de estas tres clases. Llamo pasiones a la concupiscencia, la ira, el
miedo, la temeridad, la envidia, la alegría, la amistad, el odio, la añoranza, la emulación, la piedad;
en una palabra: todo aquello que va acompañado de placer o dolor. Llamo capacidades a nuestras
posibilidades de experimentar estas pasiones; por ejemplo, lo que nos hace propensos a sentir la ira,
el odio o la piedad. Las disposiciones en fin, nos sitúan respecto de las pasiones en una posición
feliz o desgraciada; por ejemplo, respecto de la ira, si uno se deja llevar demasiado de ella o
demasiado poco, nos hallamos en malas disposiciones.
Así, ni las virtudes ni los vicios son pasiones porque no se nos declara buenos o malos por nuestras
pasiones, mientras que si se nos considera tales por las virtudes o los vicios, a causa de las virtudes,
y los vicios se nos dispensan alabanzas o se nos hacen recriminaciones
La ira y el temor no provienen de nuestra voluntad, mientras que las virtudes connotan una elección
consciente, o al menos no carecen totalmente de esta elección. En fin, se dice que las pasiones nos
producen estados emotivos, y las virtudes y los vicios no nos causan estos estados, sino que
disponen nuestra alma de una determinada manera.
60: En cuanto a los extremos, se llamará irascible e irascibilidad el exceso, y flemático y flema el
defecto.
Hay también tres actitudes intermedias que tienen entre ellas una analogía, pero que difieren unas
de otras. Todas ellas están relacionadas con los contactos o relaciones que tienen entre sí los
hombres, sea en palabras, sea en actos; pero difieren en este sentido, que una se ocupa de la verdad
de las mismas cosas, mientras que las otras dos se ocupan del agrado que hay en las mismas. Entre
estas últimas una parte está en relación con el juego, y la otra con todos los acontecimientos de la
vida. Es necesario, pues, hablar igualmente de todas ellas, para hacer ver mejor que, en todo, el
comedimiento y el justo medio es una cosa laudable, que los extremos no son ni satisfactorios ni
laudables, antes todo lo contrario, son vituperables.
Por lo que a la verdad se refiere, el que guarda las justa medida es de alguna manera un hombre
verdadero; su cualidad es la veracidad.
Los estados emotivos y las pasiones connotan también un justo medio. Pues si el pudor no es una
virtud, sin embargo se alaba al que experimenta este sentimiento, pues en este género de emociones
unos se quedan en el justo medio mientras que otros lo sobrepasan: tal es el hombre que carece de
seguridad y que teme dar en todo una mala opinión de sí.
El que carece de pudor y a quien nadie ni nada hace enrojecer es un impúdico, y el que guarda el
justo medio, un hombre que se respeta.
La indignación que produce la felicidad inmerecida de otro ocupa un lugar intermedio entre la
envidia y la malignidad; estos sentimientos se relacionan con el dolor y la alegría causados por lo
que les ocurre a los demás.
92: No llamamos, en efecto, intemperantes a los que gustan de oler el perfume de los frutos, de las
rosas o del incienso; reservamos, sobre todo, esta calificación para los que se deleitan en los
perfumes y cosméticos o en los aromas de la comida; los intemperantes hallan allí su placer, porque
estas sensaciones les recuerdan el objeto de su deseos (De sus deseos, es decir, de su glotonería y de
sus pasiones amorosas).
Los perros no reciben placer en la sensación del tufo de las liebres asadas, sí en devorarlas. Esta
sensación va asociada al olfato. Tampoco el león se complace en oír el mugido del buey, sino en la
idea de hacer de él su presa. El mugido le hace aprehender la presencia de la víctima y por esto el
mugido mismo parece alegrarle.
93: Entre nuestras sensaciones, la que está ligada a la intemperancia es la más comúnmente
extendida. Y se la juzga con razón reprochable, porque interesa en nosotros no la parte humana,
sino por el contrario la parte animal.
Unos desean unas cosa, otros desean otra. No todos los hombres desean de igual manera las mismas
cosas. Hay en cada uno de nosotros algo propio y peculiar.
En lo que se refiere a los deseos naturales, pocos hombres cometen faltas.Y aún esto no es más que
un solo aspecto y en un solo sentido, a saber: abusando de ellos. Pues comer y beber lo que uno va
encontrando al azar hasta estar saturado por completo es sobrepasar por exceso las necesidades
naturales.
94: En lo que se refiere a las tristezas y amarguras, no hay que decir lo mismo que en el caso de la
valentía o fortaleza. Poderlos soportar no os hace llamar sobrio, como tampoco se llama
intemperante al que no los puede llevar.
La intemperancia se caracteriza por una aflicción desproporcionada, que se siente cuando uno se ve
privado de lo que le causa placer -pues se dirá que es el placer lo que causa la pena-; el sobrio en
cambio, no manifiesta ninguna pena cuando se ve privado de lo que es agradable. El intemperante
también experimenta dolor o amargura al ser privado de lo que quiere y de continuar deseándolo; el
deseo va acompañado de amargura, aunque parezca absurdo experimentar amargura por un placer.
Hay un número muy restringido de personas que sean insensibles a los placeres y los aprecien
menos de lo que conviene. Una insensibilidad semejante no tiene nada de humano.
95: El sobrio en cambio, guarda una justa medida; por una parte, no gusta de aquello de que se
deleita particularmente el intemperante; más bien se siente movido a indignarse por ello; no busca
los placeres que no son convenientes; nada de esto es capaz de emocionarlo vivamente, la ausencia
de estos sentimientos no produce en él ninguna amargura, y si desea, no es más que con
moderación, sin exceso o fuera de propósito. Las satisfacciones agradables y capaces de conservar
la salud y las buenas condiciones físicas, el sobrio las buscará con medida y decencia; igualmente
obrará respecto de todos aquellos placeres que no son obstáculo alguno para las ventajas dichas, que
no están en disconformidad con el bien y no sobrepasan sus medios. El hombre que hace caso de
estos placeres los busca exageradamente y los aprecia por encima de su valor real; pero el sobrio,
lejos de obrar como él, se conduce de acuerdo con la razón.
El placer es deseable cuando se huye de la tristeza. El dolor desnaturaliza y corrompe el carácter del
que lo siente, mientras que el placer no produce jamás una turbación semejante. El placer es, pues,
más voluntario y, por consiguiente, más expuesto a la reprobación. En efecto, es bastante fácil
acostumbrarse a él; la vida nos proporciona muy a menudo la ocasión de ello y el hábito aparece sin
daño, mientras que, en los grandes peligros, ocurre muy de otra manera. Podría parecer que, según
los casos, la cobardía no es voluntaria en el mismo grado.
96: También los niños viven en un continuo estad de deseo, y el apetito de placer está muy
especialmente desarrollado en ellos. Si no se hace que el niño sea dócil, y desde el comienzo, esto
llegará muy lejos. Pues esta búsqueda del placer se hace insaciable, y en todas partes, en el ser que
está inclinado a esta locura pasional.

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