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EL PRIMADO PAPAL
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- En Cafarnaún, a la hora de la despedida de muchos discípulos, escandalizados por el
sermón del pan de vida, la pregunta de Jesús a los Apóstoles: « ¿también vosotros queréis
marcharos?», fue Pedro el que en nombre de todos ellos dio la respuesta adecuada: «Señor, ¿a quién
iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 67-68).
3) Signos de la posición primacial de Pedro en el Colegio
- Ante la noticia dada por María Magdalena de que el cuerpo del Señor no estaba en el
sepulcro, Pedro y Juan marcharon a la carrera para ver lo sucedido. Juan, como era más joven,
llegó antes pero no entró, y esperó a que llegase Simón Pedro, para que éste fuera el primero en entrar y
comprobar la realidad del sepulcro vacío (cfr. Jn 20, 1-10).
- Y a Pedro reservó también Jesús la primacía de sus apariciones después de la
Resurrección: «El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón» fue el anuncio hecho
por los Apóstoles a los discípulos de Emaús, a su regreso a Jerusalén (Lc 24, 34).
- S. Pablo, escribiendo a los Corintios, confirmó por su parte esta prioridad reservada a
Pedro en las apariciones de Cristo después de la Resurrección (cfr. 1 Cor 15, 5).
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- Atribución de una virtud curativa a la propia sombra del Apóstol y las gentes sacaban a los
enfermos a la plaza pública para que, «al pasar Pedro al menos su sombra alcanzase a alguno de
ellos» (Act 5, 15)
4) Tres hechos que lo confirman como Cabeza del Colegio apostólico:
1. la recepción de los gentiles en la Iglesia. El hecho es que, aunque san Pablo estaba
destinado a ser el «Apóstol de las gentes», fue Pedro, el titular del Primado quien tuvo el privilegio de
abrir «oficialmente» las puertas de la Iglesia a los hombres procedentes de la gentilidad. Los «Hechos»
conceden tal importancia a la conversión del centurión Cornelio y su recepción en la Iglesia que
dedican todo un capítulo, el décimo, a relatar el acontecimiento; y consagran todavía la mitad del
capítulo siguiente a exponer la «conversión mental» que necesitaron los Apóstoles, y los
judeocristianos de Jerusalén para llegar, tras oír a Pedro a la asombrosa conclusión: «luego también a
los gentiles ha concedido Dios la conversión para la vida» (Act 11, 1-18).
2. La persecución de Herodes Agripa, llevó también a Pedro a la prisión. Herodes tenía
intención de hacerlo ajusticiar, persuadido de que así daría el golpe de gracia a la Iglesia, una prueba de
que a los ojos de la propia autoridad perseguidora, Pedro aparecía como cabeza indiscutible de la
comunidad cristiana. La milagrosa liberación del Apóstol impidió que se cumplieran los siniestros
designios de Herodes (cfr. Act 12, 1-4).
3. En fin, el concilio de Jerusalén sirvió para que se pusiera otra vez de manifiesto el
protagonismo de Pedro, en la Iglesia primitiva. Tras una larga deliberación con los demás Apóstoles y
los presbíteros, Pedro tomó la palabra ante la Asamblea y concluyó declarando libres de la circuncisión
y la observancia de la Ley mosaica a los cristianos provenientes de la gentilidad (cfr. Act 15, 6-11).
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durante el pontificado de Pío XII apareció un edículo de finales del siglo II, que los arqueólogos
identifican con el «trofeo» de Gayo.
2. El Occidente romano-barbárico
Se delimitaron también los espacios geográficos que pueden distinguirse en lo que concierne al grado
de intensidad del ejercicio del Primado romano.
P. Batiffol diferenció tres círculos, Italia, el Occidente y el Oriente cristiano.
a) La mayor intensidad correspondía a la Península italiana, y en particular a la llamada
Italia «suburbicaria».
b) En el resto de Occidente, la Primacía romana no topó con obstáculos de orden doctrinal o
de política eclesiástica, en especial a partir de la conversión católica de los Reinos germánicos arrianos.
Pero en esta zona el ejercicio de hecho del Primado jurisdiccional sufrió altibajos como consecuencia
de la evolución de las circunstancias históricas.
1) Hasta la mitad del S. VI. Nombramientos de vicarios apostólicos.
El ejercicio de la Potestad de jurisdicción por la Sede romana fue muy intenso: fueron frecuentes los
recursos a Roma, la intervención de ésta en disputas disciplinares, los nombramientos de Vicarios
apostólicos, la llegada de las «decretales». Pero hacia la mitad de la sexta centuria, la situación cambió
sensiblemente.
2) Consecuencias de la guerra gótica
La razón estuvo en la «Guerra gótica», que se desarrolló en suelo italiano y cuya consecuencia fue:
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- La sumisión de la Península, y de la Urbe romana, a la autoridad política del Imperio
bizantino.
- La incorporación de Roma al ámbito político del Imperio oriental provocó el
«alejamiento» de las Iglesias de los reinos europeos occidentales con respecto a Roma. Bizancio
era otro mundo lingüístico y cultural y había reinos en occidente —como el visigodo— que
consideraban al Imperio como su enemigo político.
- La creciente dificultad de comunicaciones entre Roma y las Iglesias de Occidente, y las
secuelas que ese fenómeno trajo consigo: progresivo desconocimiento mutuo, desconfianza,
malentendidos, y cristalización de una tendencia hacia la autonomía eclesiástica, que en España
culminó en la institucionalización del Primado de Toledo.
-Pontificado de Gregorio Magno (590-604). “Servus servorum Dei” Fue como un paréntesis
dentro de este panorama, que fue amigo de san Leandro y mantuvo correspondencia con el rey visigodo
Recaredo; consta también que Gregorio estuvo en buenas relaciones con la reina Brunekhilda de
Austrasia, y promovió la evangelización de los anglosajones de la Gran Bretaña.
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Todavía más, en el siglo IX, durante los cuarenta años en que los patriarcas Ignacio y
Focio se disputaban la sede de Constantinopla, los dos bandos rivales —Ignacianos y Focianos—
dirigieron recursos al Pontífice romano en los que, no sólo reconocieron el primado de jurisdicción,
sino que pedían al Papa que lo ejerciera de modo inmediato, en calidad de última y definitiva instancia.
La ruptura con Roma no se produjo hasta el año 1054, cuando el patriarca Miguel Cerulario
abrió el Cisma del Oriente, destinado a prolongarse a lo largo de todo el segundo milenio de la era
cristiana.
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c) Siglo de Hierro: siglo X
El prestigio del Pontificado sufrió un rudo golpe, como consecuencia de la preponderancia de
las familias feudales romanas —las de Teofilacto, los Crescencios, los Tusculanos— y la deplorable
conducta de algunos Papas. Pero ello no fue óbice para que muchos entes eclesiásticos —monasterios e
Iglesias— pretendieran, en virtud de la «exención», someterse directamente a la autoridad de la Santa
sede y, la cristiandad consiguiera una importante expansión entre los pueblos de centro y norte de
Europa.
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2) Inocencio III (1198-1216) precisó que el Papa es sucesor del apóstol Pedro, pero no vicarius
Petri. Es vicarius Christi, y a él corresponde en exclusiva ese título, que antes se habían atribuido
algunos monarcas cristianos.
3) Con Inocencio IV (1243-1254), los canonistas pontificios —Gil de Roma, Agustín Trionfo
— formularon una teoría de la monarquía papal absoluta: en la Iglesia todo dependería del Papa, por
ser él la cabeza de ese Cuerpo místico, en el sentido de que no recibe fuerza ni autoridad de los
miembros, sino que él, como cabeza, no deja de infundírsela a ellos.
4) Bonifacio VIII (1294-1303) con bula Unam Sanctam lleva a sus últimas consecuencias las
doctrinas hierocráticas de Inocencio IV.
- En enfrentamiento con Felipe el hermoso rey de Francia, advertía Bonifacio al rey, que la
autoridad suprema en la tierra es una e indivisa y le corresponde a la Iglesia, a la que pertenecen las dos
espadas, la espiritual y la temporal. «Toda criatura humana —concluía al Papa— está en todo
sometida al Pontífice por necesidad de salvación».
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equipararse a la herejía y en tal situación el concilio ecuménico aparecía en la Iglesia como la suprema
instancia.
-El Conciliarismo para solucionar el problema:
El «Conciliarismo», la doctrina que sancionaba la supremacía conciliar sobre el Papa, tuvo
su concreción jurídica en dos decretos promulgados por el concilio de Constanza (1414-1417).
Por el decreto Haec sancta (6-IV-1415) el Concilio proclamó que su poder procedía directamente de
Cristo y se declaró superior al Papa en lo referente a la fe, la reforma de la Iglesia y la terminación del
cisma. El 4 de julio de 1415 el «Papa de Roma» —Gregorio XII— abdicó voluntariamente, tras haber
expedido un decreto de convocatoria del concilio, gracias al cual la asamblea de Constanza se convirtió
en legítimo concilio.
Todavía, en octubre de 1417, el concilio promulgó un nuevo documento —el decreto
Frequens— que pretendía institucionalizar la participación sinodal en el supremo gobierno
eclesiástico: el concilio general habría de reunirse periódicamente, en los plazos marcados, sin
necesidad incluso de convocatoria papal. Hecho esto, pudo ya procederse a la elección pontificia.
El cónclave se celebró en la «Kaufhaus» de Constanza, y el cardenal Otón Colonna fue
elegido papa Martín V. El cisma de Occidente había concluido, pero quedaba por resolver el
problema clave de la crisis del Conciliarismo: si en la Iglesia, la autoridad suprema correspondía al
Papa o al concilio ecuménico.
Hizo falta que pasaran aún tres décadas para que, tras la turbulenta historia del concilio
de Basilea, con su nueva tentativa cismática, la victoria del Pontificado fuera definitiva. En 1446, el
papa Eugenio IV confirmó los decretos del concilio de Constanza, «pero sin perjuicio del derecho, de
la dignidad y de la preeminencia de la Sede Apostólica». Era el final de la crisis conciliarista.
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3-que el ejercicio de la potestad papal habría de regularse de acuerdo con las costumbres e
instituciones del reino;
4- que el juicio del Papa no sería irreformable, a no ser que contase con el consentimiento de la
Iglesia.
c) El Espíritu anticlerical de la ilustración
En el siglo XVIII, el Regalismo francés fue impregnado por el espíritu anticristiano de la
Ilustración. La actitud de los gobernantes del depotismo ilustrado tomó un tinte de abierta hostilidad a
la Santa Sede, y trató de limitar cada vez más el ejercicio de la potestad jurisdiccional del Papa. Las
monarquías borbónicas y Portugal consiguieron la disolución de la Compañía de Jesús, que
consideraban un arma poderosa al servicio del Pontificado.
d) El Josefismo
Parecida orientación tuvo en el Imperio germánico el «Josefinismo», un conjunto de reformas
eclesiásticas promovidas por José II.
En este contexto regalista y episcopalista han de situarse el «Febronianismo», el Sínodo de
Pistoya y las «Puntuaciones» del congreso de príncipes eclesiásticos en Ems, que reconocían la
primacía del Papa, pero afirmando a la vez que en ella no podían incluirse los poderes que en
detrimento —a su juicio— de los Obispos atribuyeron al Papa en la Alta Edad Media las colecciones
del «Pseudo Isidoro».
Máximo exponente del Galicanismo fue la «Constitución civil del clero» (1790). El Papa fue
prácticamente desposeído de poder jurisdiccional sobre la Iglesia francesa, que quedaba en manos del
Estado revolucionario.
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- La Infalibilidad venía siendo aceptada desde antiguo en la tradición eclesiástica. En el
siglo XVII Belarmino la expuso en términos inequívocos, y en la propia Francia, en el fragor de la
controversia jansenista, los obispos galos la reconocían como parte de la autoridad magisterial del Papa
y la invocaban en favor de sus propias opiniones.
- La Infalibilidad fue definida en el concilio Vaticano I por la constitución Pastor Aeternus
(18-VII-1870). La definición se hizo con extraordinario rigor y precisión, quedando así aclarados
problemas y episodios oscuros del pasado, como los suscitados por actuaciones dudosas de algunos
pontífices antiguos, en especial Anastasio II, Vigilio y Honorio I.
- El Concilio fija exactamente el contenido y los límites del carisma de la Infalibilidad:
«Nos, —dice el Papa en la Pastor Aeternus— ...con aprobación del Sagrado Concilio, enseñamos y
definimos ser dogma divinamente revelado: que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra —esto
es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su suprema
autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y las costumbres debe ser sostenida por la Iglesia
universal— por la asistencia divina que le fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro,
goza de aquella Infalibilidad de que el Redentor divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la
definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y, por tanto, que las definiciones del Romano
Pontífice son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia».
- En el mismo pontificado de Pío IX, la definición de la Concepción Inmaculada de María,
lejos de suscitar rechazo, había sido acogida con júbilo por todo el pueblo cristiano.
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CAPÍTULO SEGUNDO
LA ELECCIÓN PONTIFICIA
I. CONSIDERACIONES GENERALES
-Gran interés en los gobiernos seculares y príncipe cristianos
Es cierto que, aunque se trata de una cuestión de naturaleza intraeclesiástica: la designación del
Obispo de Roma, ese Obispo de Roma es a la vez el sucesor de Pedro, como Pastor de todos los
cristianos y titular de una potestad de magisterio, ministerio y jurisdicción que se extiende sobre el
conjunto de la Iglesia Universal.
Esta razón explica el interés que sintieron en todo tiempo por la elección papal los poderes de la
tierra —príncipes cristianos y gobiernos seculares— y también un amplio espectro de fuerzas sociales
de muy diversa índole.
-Necesidad de defender la elección papal
Consecuencia de lo que antecede ha sido la permanente necesidad de defender la elección papal
frente a disputas internas y presiones externas, con el fin de garantizar que el colegio de electores,
asistido por el Espíritu Santo, pueda cumplir su función, para mayor bien de la Iglesia y del pueblo
cristiano. Esta es la razón de los ajustes y perfeccionamientos introducidos a lo largo de los siglos en el
procedimiento electoral.
-Al principio el procedimiento de designación del Papa es igual que el de los obispos en las
otras Iglesias cristianas esparcidas por el mundo.
Se trataba de una normativa que llegó a cristalizar en una frase consagrada —«elección por el
clero y el pueblo»— y que implicaba una intervención activa del presbiterio local, a la que seguía la
expresión el asentimiento de los fieles, bajo la forma de aclamación popular. Haría falta que pasara
bastante tiempo hasta llegar a la introducción de un procedimiento específico, propio en exclusiva de la
elección papal.
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II. LA ÉPOCA ROMANO-CRISTIANA
a) Ante las elecciones controvertidas se adoptan diversas soluciones:
Las elecciones papales controvertidas son un hecho anterior a la concesión de la libertad a la Iglesia por
el emperador Constantino, a comienzos del siglo IV.
1º) No se toman resoluciones y al final muere el antipapa Hipólito:
- Durante los dos siglos precedentes un pequeño cisma: San Hipólito de Roma (170-235)
fue el primer antipapa. Rigorista en materia moral, Hipólito fue el primer antipapa de la historia,
enfrentado con el papa Calixto y sus dos inmediatos sucesores.
2º) Se recurre a un Sínodo Romano:
-No es aceptado el nuevo Papa y algunos eligen a otro: Novaciano enfrentado al Papa
Cornelio (251-253)
Una situación semejante se produjo tras el martirio del papa Fabián (236-250), víctima de la
persecución de Decio. El sacerdote Novaciano, notable teólogo, gobernó sede vacante la Iglesia
romana; pero al procederse a la designación del nuevo Obispo, el cuerpo de electores se inclinó por
gran mayoría en favor de Cornelio (251-253). Novaciano se negó a reconocerle, recibió la consagración
episcopal de manos de tres obispos del sur de Italia y se convirtió así en antipapa.
-Termina con la excomunión en el Sínodo del antipapa: Novaciano
Cornelio, con la ayuda de S. Cipriano de Cartago, consiguió prevalecer y tras reunir un Sínodo de 60
obispos, excomulgó a Novaciano. El antipapa solicitó la comunión a los obispos de las principales
sedes —Dionisio de Alejandría y Cipriano de Cartago— pero su demanda fue rechazada. Es interesante
destacar que todos los protagonistas de estas grandes disputas —Calixto, Hipólito, Cornelio y también,
probablemente Novaciano— sufrieron martirio.
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petición de la Iglesia romana en el conflicto electoral entre el papa Bonifacio I y su adversario, el
archidiácono Eulalio.
c) Intervención del Exarca a favor del que fue elegido primero
-El diácono Lorenzo, enfrentado al Papa Sinmaco (498-514)
El gran monarca ostrogodo Teodorico mostró ante la elección pontificia una actitud semejante a
la mantenida por los emperadores cristianos occidentales. En el año 498, la mayor parte del clero
romano eligió Papa a Símmaco, pero una minoría sostuvo al diácono Lorenzo. Teodorico se inclinó en
favor de Símmaco.
d) La elección corresponde sólo a los presbíteros:
-Simmaco convoca un Sínodo en el año 499
El Sínodo romano celebrado en el siguiente año 499 dispuso que la elección papal correspondiese
solamente a los clérigos —con exclusión de los laicos—, pero en muchas ocasiones esta norma no se
observó.
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4) La elección y consagración no se le comunica a nadie.
1º) S. Zacarias (741-752). La Iglesia de Roma se separa de Bizancio.
A mediados del siglo VIII se produjo el gran giro del Pontificado Romano hacia Occidente: la Sede
Apostólica buscó en el reino de los Francos la protección para Roma y el Patrimonio de San Pedro, que
ya no podía esperar del emperador de Bizancio. La elección papal de Gregorio III (731) fue la última en
que se hizo el tradicional anuncio al exarca de Rávena.
2) Se le comunica al rey de los francos
Tras un breve período en que la elección no se comunicó a ningún soberano, a partir de Pablo I (757-
767) comenzó a anunciarse, una vez efectuada, al rey franco-carolingio.
b) En el Imperio Franco
En el siglo IX los emperadores carolingios comenzaron a ejercer el derecho de confirmación.
1º) Eugenio II (824-827).
-Emperador Lotario publicó la “Constitución Romana” (11.11.824), por la que establecía
que, tras la elección canónica, ningún Papa podía ser consagrado hasta haber prestado ante el missus
imperial juramento de fidelidad al monarca franco. La elección pontificia quedaba así bajo control del
emperador carolingio.
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La conclusión a que pudo llegarse, tras las experiencias vividas en los últimos siglos fue
que la elección papal había oscilado entre la directa intervención de la autoridad imperial o bien el
abandono de esa elección en manos de los clanes familiares de la nobleza feudal.
En Roma, aún en los tiempos más oscuros, existió siempre un movimiento en favor de una
genuina reforma de la Iglesia y aunque esos reformadores habían acogido con favor la enérgica
acción de Enrique III, estaba claro que aquella situación de subordinación del Pontificado al poder
secular no podía admitirse como definitiva.
Los reformadores hicieron principal postulado de su programa la defensa de la «libertad
de la Iglesia», y esa lucha por la libertad había de comenzar por obtener las indispensables garantías
para la elección papal.
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surgió el llamado «cisma de Cadalo», que se resolvió cuando una comisión imperial reconoció por fin a
Alejandro II como legítimo Papa.
Setenta años después, al morir Honorio III (26-IX-1130), volvió a producirse un conflicto
electoral: cinco cardenales obispos y la mayoría de los cardenales diáconos designaron a Gregorio
Papareschi, que tomó el nombre de Inocencio II; otro grupo formado por dos cardenales obispos y la
mayoría de los cardenales presbíteros eligió a Pedro Pierleoni, que se hizo llamar Anacleto II. Los dos
fueron consagrados en Roma el mismo día, y el cisma se prolongó por espacio de ocho años.
La experiencia demostraba que la normativa vigente tenía un punto débil: se había determinado el
colegio electoral, pero no la mayoría necesaria para que una elección papal resultase válida. Esto sería
preciso regularlo posteriormente.
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-El papa Gelasio I estableció una distribución cuatripartita para el destino de los ingresos
eclesiásticos de la Iglesia romana, que se extendió como norma general a muchas otras: era una
división en la que una parte se reservaba para el obispo, otra para el clero, una tercera se destinaba a los
pobres y la cuarta servía para atender las necesidades de la Iglesia.
-Durante estos primeros siglos de libertad religiosa, la Iglesia romana recibió cuantiosas
donaciones, provenientes de muy diversos lugares, y con ellas comenzó a construirse el Patrimonio de
San Pedro, que fue la base de los dominios temporales de la Sede Apostólica.
-El papa Gregorio Magno (590-604) reorganizó la incipiente burocracia pontificia,
procediendo a la creación de dos nuevos oficios especialmente relacionados con las actividades
económicas: el arcarius —cajero— y el sacellarius, encargado de controlar los gastos.
2. El «Palacio Lateranense»
En el siglo IX —esto es, en plena edad feudal— aparece la denominación «Palacio
Lateranense», que se emplea en un doble sentido:
1. la residencia oficial de los Pontífices, junto a la basílica de Letrán, templo catedral del Obispo
de Roma;
2. y también el conjunto de dignatarios y funcionarios que auxiliaban al Papa en el gobierno
eclesiástico, entre los cuales destacaba el grupo constituido por los llamados iudices palatini.
El más distinguido de éstos era el primicerius notariorum, cabeza del «colegio» de los notarios
que suscribían los documentos Papales. Le seguía en orden jerárquico y actuaba como su ayudante y
suplente el secundicerius. Estos títulos fueron sustituidos más tarde por los de canciller y
vicecanciller.
Existía un archivo —scrinium— dirigido por el protoscrinarius; en este archivo se redactaban
de ordinario los «rescriptos», que daban respuesta a consultas elevadas a la Sede romana.
Durante este período altomedieval se constituyó el departamento encargado de las finanzas
papales. Se denominó primeramente fiscus, pasando a llamarse camera a principios del siglo XI. El
funcionario más distinguido de la camera fue el arcarius; la administración de los gastos estaba
confiada al canciller —cancellarius— mientras que la gestión de la beneficencia correspondía al
nomenculator.
El desarrollo de la burocracia papal dio lugar a la aparición de unas «carreras» de
funcionarios pontificios y de unas escuelas destinadas a su preparación. Ésta se impartía en la llamada
Schola cantorum y en el Cubiculum, la Casa papal. Estos candidatos a ocupar cargos en la
Administración central eclesiástica se llamaron genéricamente cubicularii; pero en éstos se distinguía
entre «cubicularios» laicos y «tonsurados», según que las funciones que aspiraban a desempeñar
requiriesen o no la pertenencia al estado clerical.
II. LA HERENCIA DE LA CRISTIANDAD MEDIEVAL
1. La centralización gregoriana
El movimiento de centralización eclesiástica iniciado en la segunda mitad del siglo XI —la
«época gregoriana»— tomó el nombre del más ilustre propulsor de la reforma de la Iglesia, el papa
Gregorio VII (1073-1085). Esa centralización contribuyó decisivamente a que en los siglos de la
Cristiandad medieval se configurasen instituciones destinadas a perdurar largo tiempo en la
Administración central de la Iglesia.
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Tres fueron las principales aportaciones de la Cristiandad medieval al gobierno de la
Iglesia universal: 1. el Consistorio, 2. los Oficios y 3. los Tribunales eclesiásticos.
2. El Consistorio
La acción más directa del Papa en el gobierno de la Iglesia tenía como escenario habitual el
«Consistorio», asamblea de eclesiásticos, que se reunía bajo su inmediata presidencia.
El Consistorio revistió a lo largo de los siglos dos formas diversas:
1. «Consistorios públicos solemnes», en los que participaban, junto a los cardenales, otros
clérigos, e incluso laicos;
2. «Consistorios secretos», a los que asistían únicamente los cardenales.
-Los Consistorios deliberaban sobre los problemas eclesiales de mayor importancia, y
asesoraban al Papa en el gobierno central de la Iglesia, aunque su función era de carácter consultivo. El
Pontífice fijaba el orden del día y la relación de los asuntos a tratar.
-El Consistorio vino a suceder a los tradicionales sínodos o concilios romanos de la Tardía
Antigüedad y Alta Edad Media, a los que se hace referencia al tratar de la institución conciliar.
-El Consistorio alcanzó su mayor importancia como institución eclesiástica en el período
clásico de la Cristiandad medieval, esto es, desde el siglo XIII hasta finales del siglo XIV.
-En la Edad moderna, el Consistorio perdió peso como órgano de gobierno eclesiástico y,
aunque no desapareció, quedó reducido durante largos períodos a tener un papel prácticamente
ceremonial. La razón fue que la reforma postridentina de la Curia, que provocó la creación de
numerosas congregaciones, hizo que muchas cuestiones pasaran a ser competencia de los cardenales
prefectos de los nuevos dicasterios, que despachaban directamente sobre ellas con el Pontífice.
En la época presente, el papa Juan Pablo II —dentro del marco del principio de colegialidad,
cuyo exponente principal es el Sínodo de los Obispos— ha infundido nueva vitalidad al Consistorio.
Las reuniones plenarias del Obispo de Roma con todos los cardenales del mundo han contribuido a que
la antigua institución, heredada de la Cristiandad medieval, haya logrado una renovada actualidad.
3. Los Oficios
Tres grandes Oficios tuvieron su origen en la época de la Cristiandad medieval y los tres,
sobrevivieron hasta el siglo XX y desaparecieron por efecto de las reformas de la Curia romana
llevadas a cabo en la segunda mitad del siglo. Fueron la Cancillería, la Cámara apostólica y la Dataría.
a) La Cancillería
-En los primeros años del siglo XI, hizo su aparición, al frente de los «colegios» de notarios,
escribas y bibliotecarios de la Sede Apostólica, un alto dignatario que llevaba el título de «Canciller».
-A fines del siglo XII, el Papa reservó para sí ese título y al dignatario que lo llevaba se la
asignó el de «vice-canciller».
-El procedimiento de despacho de los asuntos en la Cancillería alcanzó su perfección en la
época del pontificado de Aviñón, llegando a cristalizar un auténtico «estilo de Curia».
-Cualquier escrito de súplica o petición seguía un complejo «itinerario» burocrático, que
se iniciaba en el registro de entrada y concluía con la remisión a su destinatario del rescripto, en el que
se recogía la resolución del caso planteado.
-A partir del siglo XV, la Cancillería entró en un claro proceso de decadencia, porque sus
funciones tradicionales fueron asignadas a otros oficios. Pero la Cancillería no desapareció, porque
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siguió teniendo a su cargo la redacción y publicación de los documentos más solemnes: los que
recogían la creación de cardenales, la provisión de los beneficios consistoriales, los decretos de
beatificación y canonización, etc. La Cancillería guardaba celosamente la observancia de reglas
formales, como el uso de una escritura especial —la cancilleresca—, que pronto se tornó ininteligible
para casi todo el mundo.
-El oficio, a cuyo frente seguía figurando un cardenal vice-canciller, sobrevivió a la gran
reforma de la Curia llevada a cabo por Pablo VI en la constitución Regimini Ecclesiae universae
(15-VIII-1963); pero fue suprimida por el mismo Papa en 1973 y sus funciones transferidas a la
Secretaría de Estado.
b) La Cámara apostólica
-Este oficio tuvo un papel importantísimo en la Baja Edad Media, cuando administraba todos
los bienes patrimoniales y rentas de la Santa Sede.
-La Cámara tenía a su cargo el gobierno de los Estados Pontificios, y de ella dependía también
la Casa de la moneda papal. El Cardenal Camarlengo, que dirigía la Cámara, tenía bajo sus órdenes
un numeroso personal y disponía de un tribunal propio.
-En la Edad Moderna la competencia de la Cámara se redujo, debido a la aparición de
varias congregaciones menores destinadas a la administración de los Estados de la Iglesia. Pero este
Oficio seguía siendo en teoría el supremo gestor del Patrimonio de la Iglesia, y ejercía plenamente esta
función cuando se daban situaciones excepcionales. Esto ocurría en concreto durante las vacantes
pontificias. En estos períodos las otras administraciones no podían actuar y el cuidado de todo el
Patrimonio de la Sede romana quedaba en manos del Cardenal Camarlengo.
-La Cámara apostólica —y las congregaciones menores surgidas de ella— perdieron su
razón de ser a partir de la desaparición de los Estados Pontificios en 1870. La administración de las
finanzas papales pasó a otros organismos entre los que sobresalen el antiguo «Istituto per le opere di
religione» —hoy Prefectura para los asuntos económicos de la Santa Sede, presidida por una Comisión
cardenalicia— y la APSA —Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica— instituida por
Pablo VI en 1967, a cuyo frente figura también un cardenal.
-En el pontificado de Juan Pablo II, la competencia de la Cámara Apostólica se reduce a la
misión atribuida al Cardenal Camarlengo durante la Sede vacante. A él corresponde verificar
oficialmente la muerte del Papa y anunciar la noticia al mundo; tomará además posesión del Palacio
Apostólico; conocerá el estado general de las finanzas de la Santa Sede y dirigirá la preparación del
futuro cónclave.
c) La Dataría
-El Oficio se configuró en la Edad Media en torno al «Cardenal Datario», que fechaba —
ponía la «data»— en los rescriptos Papales, especialmente en aquellos que otorgaban la gracia
solicitada.
-Con el paso del tiempo, el propio Datario comenzó a recibir súplicas dirigidas a él,
constituyó sus propios protocolos y se rodeó del personal necesario para configurar un Oficio, la
Dataría.
-La fijación de la competencia de este Oficio en la época moderna fue debida en especial al
Papa Benedicto XIV (1740-1758), que le confió la colación de los beneficios no consistoriales y la
concesión de gracias relativas al fuero externo.
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-El Datario se convirtió así en uno de los principales personajes de la Curia, por razón de
sus estrechas relaciones personales con el Pontífice. El Palacio de la Dataría se alzaba junto al Quirinal,
residencia Papal durante los siglos XVI al XIX, y comunicaba con ésta por medio de un «cavalcavia»,
o paso elevado. Así, diariamente, durante ciertas épocas al menos un par de veces por semana, la
primera audiencia que concedía el Papa era la del Cardenal Datario, y de este modo el Pontífice
comenzaba la jornada concediendo una gracia, la que el cardenal le solicitaba.
-La Dataría fue suprimida por Pablo VI, en la reforma de la Curia de 1967.
4. Los Tribunales
Hasta el Papa llegaban un número cada vez mayor de asuntos contenciosos —en primera
instancia o en apelación— y de casos de conciencia. Esta fue la razón que hizo necesaria la
organización estable de unos tribunales, que han subsistido hasta hoy en la Administración central de la
Iglesia.
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nombramiento era de carácter vitalicio y su autoridad se extendía en Roma sobre los penitenciarios
menores, adscritos a las Basílicas de la Urbe, y también sobre los confesores extraordinarios.
26
-El 7 de diciembre de 1965, víspera de la clausura del concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI
mudó la denominación «Santo Oficio» por la de «Congregación para la doctrina de la Fe».
b) La Congregación del Índice
-En estrecha relación con el Santo Oficio, la misión propia de la Congregación del Índice era
confeccionar una lista de libros y escritos, cuya lectura había de prohibirse a los fieles por contener
doctrinas y tesis peligrosas acerca del dogma, la Sagrada Escritura, la disciplina y la moral.
-El primer Índice se publicó en 1567 por el Santo Oficio, y la nueva Congregación editó ya
directamente el de 1590.
-Los libros prohibidos se clasificaban en tres categorías:
1. libros concretos con el nombre de los autores;
2. autores cuyas opera omnia se declaraban prohibidas;
3. y obras publicadas bajo seudónimo.
-El último Índice apareció en 1948.
-La Congregación del Índice fue suprimida por Benedicto XV (25-III-1917).
-La Congregación para la doctrina de la Fe —que había asumido sus competencias—
declaró,
el 24 de junio de 1966 que el Índice dejaba de ser una ley eclesiástica, por lo que la lectura de
un libro prohibido dejaba de llevar aparejada la censura de excomunión.
-El Índice dejó de reeditarse, aunque conservaba su valor moral, en cuanto invitaba a los
fieles a evitar aquello que podría poner en peligro su fe o sus costumbres.
c) La Congregación del Concilio
-Instituida por Pío IV (1564), su misión era proseguir y hacer aplicar la obra del concilio de
Trento, cuyos decretos habían sido confirmados por el propio Pontífice en virtud de la Bula
Benedictus Deus (26-I-1564). Era competente para interpretar la legislación conciliar y la que fuera
promulgándose en materia disciplinar y judicial.
-En el siglo XVIII, Benedicto XIV reorganizó la Congregación y le atribuyó la misión de
controlar la situación de las diócesis y algunas funciones más.
-En la actualidad se ocupa especialmente de la vida y formación del clero y la actuación de los
organismos diocesanos, así como del control de la catequesis.
d) La Congregación De propaganda fide
-El Papa Gregorio XV, por la Constitución Immutabili (22-I-1622) creó la Congregación De
propaganda fide, llamada desde la reforma de la Curia por Pablo VI en 1967, «Congregación para la
evangelización de los pueblos».
-La misión que se le encomendó fue «adoptar las medidas necesarias para que el Evangelio
fuera predicado en el universo mundo». Debía, especialmente, vigilar con prudencia a las misiones, en
la predicación y enseñanza y «reclutar, formar y repartir los misioneros».
-En tierras de misión, su competencia se extendía a toda suerte de cuestiones, con excepción
de las de fe, que eran de la incumbencia del Santo Oficio, y las relativas al fuero interno, que debía
conocer la Penitenciaría.
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-Durante los siglos XVII y XVIII, la acción de la Congregación dio lugar a roces con los
derechos tradicionales de las Monarquías Católicas —en especial los Patronatos español y portugués—
sobre sus Imperios coloniales.
-En el siglo XIX, la decadencia de estos reinos facilitó la acción universal de la congregación
en tierras de misión. Esta circunstancia favoreció la superación de las lógicas dificultades surgidas,
como consecuencia del gran proceso de descolonización iniciado a partir de la mitad del siglo XX.
e) La Congregación Consistorial, hoy Congregación para los Obispos
-Fue creada por Sixto V en 1588, en la Bula Immensa Aeterni de ordenación de la Curia
romana, «para la erección de las Iglesias y las provisiones consistoriales».
-Su función principal había de ser preparar los trabajos del Consistorio, pero pronto sirvió para
sustituirlo. Eran competencia suya la geografía eclesiástica —erección y modificación de las
demarcaciones territoriales— y sobre todo los nombramientos para beneficios eclesiásticos mayores, en
especial los obispados.
-En los siglos XVII y XVIII, se redujo su campo de acción, por la extensión de las
competencias de otros Dicasterios, y más aún por las presiones de los príncipes de la época del
Regalismo, ansiosos de controlar los nombramientos episcopales.
-En la actualidad es función suya la coordinación de cuanto se relaciona con la geografía
eclesiástica, el nombramiento de los Obispos y el recto ejercicio de su oficio pastoral. También cuanto
tiene relación con las visitas ad limina, al examen de las relaciones quinquenales diocesanas, así como
con las reuniones de Obispos en conferencias episcopales, concilios particulares, etc.
Otras Congregaciones romanas
f) La «Congregación para las Iglesias Orientales» fue erigida por Gregorio XIII en 1573,
con el título de «Congregación para los asuntos de los Griegos». Tras diversas incidencias a lo largo de
los tiempos, la Congregación fue restaurada definitivamente por Benedicto XV en 1917, con la
denominación de «Congregación para la Iglesia Oriental», corregida por la actual durante el
pontificado de Pablo VI. El nuevo Código de Cánones de las Iglesias orientales, promulgado en
1990, es una norma fundamental válida para las Iglesias Católicas de Oriente, que respeta y valora la
tradicional autonomía de cada una.
g) La «Congregación del culto divino y de la disciplina de los Sacramentos» es la
continuación de la antigua Congregación de Ritos, existente con ese nombre desde la organización de
la Curia por Sixto V en 1588, hasta el pontificado de Pablo VI. De este dicasterio depende todo lo
relativo a la Sagrada Liturgia y a la administración de los Sacramentos.
h) La «Congregación de las causas de los santos» nació como una derivación de la
Congregación de Ritos, en virtud del breve de Urbano VIII Coelestis Ierusalem (5-VIII-1634). Su
competencia específica son los procesos de beatificación y canonización, según las normas de la
Constitución apostólica Divinus perfectionis magister, que constituye un anexo del Código de Derecho
Canónico de 1983.
i) La «Congregación para los institutos de vida consagrada y sociedades de vida
apostólica» tiene como primer origen el breve Romanus Pontifex de Sixto V (1586). Precedentes
suyos son otras congregaciones instituidas entre los siglos XVII y XIX, con las del «estado de
regulares», «obispos y regulares», etc. Pío X le dio nueva forma en 1908 como «Congregación de
religiosos», título al que Pablo VI añadió «y de los Institutos seculares». Juan Pablo II le atribuyó la
denominación que actualmente lleva, en conformidad con la terminología empleada por el nuevo
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Código de 1983. Su competencia específica es la promoción de la vida religiosa y de la vida
apostólica, erigiendo y suprimiendo institutos de una y otra condición canónica.
j) Por último la “Congregación de la Educación Católica». Erigida orgánicamente por
Sixto V con el título de Congregatio pro universitate Studii romani, tuvo por fin ocuparse de los
asuntos relacionados con la Universidad de la Urbe. Su historia ha conocido diversos avatares, entre
ellos la de su desaparición durante el período que corre entre el pontificado de Clemente X (1670-1676)
y el de León XII (1823-1829), que le confió la misión de velar por la enseñanza de los Estados
Pontificios. Pío X le concedió competencia sobre todas las universidades católicas y facultades
eclesiásticas del orbe, y Benedicto XV extendió su autoridad a los seminarios.
Actualmente, tiene a su cargo la promoción de la formación —espiritual y humana, doctrinal y
pastoral— en los seminarios, la normativa a que deben atenerse las escuelas católicas y la erección de
las universidades e instituciones eclesiásticas de estudios superiores.
3. La Secretaría de Estado
Entre las instituciones precedentes del período de la Reforma Católica, hay un oficio que sigue
teniendo en grado eminente una función esencial en el gobierno central de la Iglesia: la Secretaría
de Estado, primer organismo de la Curia romana, que tiene por misión auxiliar al Romano Pontífice en
el ejercicio de su misión y también en armonizar la relación de todos los demás dicasterios. La
Secretaría de Estado se constituyó a la largo de los siglos XVI y XVII y, a partir de la segunda mitad
de este último siglo, pasó a ser la institución fundamental de la Curia romana.
Su historia es la siguiente:
En tiempo de León X, en plena época del Pontificado renacentista, existían dos servicios
diferenciados en el Palacio papal:
1) uno era la Secretaría apostólica, que tenía a su cargo la redacción y envío de breves a los
príncipes, y la llamadas «cartas secretas»;
2) el otro servicio era la «Secretaría de los Florentinos», que redactaba en italiano la
correspondencia relacionada con la política de la Santa Sede.
El control de estas dos Secretarías y la creación de las Nunciaturas permanentes favoreció
en el siglo XVI la aparición de la figura del «Cardenal nepote» —sobrino del Papa y su hombre de
confianza—, que dirigía la diplomacia vaticana y supervisaba el gobierno de los Estados de la Iglesia.
La dirección de los servicios de las dos Secretarías —la Apostólica y la de los Florentinos
— quedó confiada a un secretario del Cardenal nepote —Secretario mayor—, nombrado por el
Papa. El Secretario mayor —a veces Cardenal— era, hacia 1580, el principal personaje de la
diplomacia pontificia; pero hacia 1590, se inició una reacción de los Cardenales nepotes, que se
convirtieron en ministros omnipotentes del gobierno eclesiástico y redujeron el rango de Secretario
mayor al nivel de secretario personal suyo. Así, durante varias décadas prevaleció un régimen
centralizado de gobierno eclesiástico, en manos del «nepote».
A lo largo de la primera mitad del siglo XVII, la valía personal de varios titulares de la
Secretaría mayor —que comenzó a llamarse Secretaría de Estado— determinó la creciente importancia
del cargo.
Bajo Inocencio X (1644-1655) puede decirse que se inició un régimen de gobierno dualista. El
nombramiento para Secretario de Estado del cardenal Pancirolo hizo de éste el principal personaje de la
diplomacia pontificia en los años cruciales de la Guerra de los Treinta años, mientras el cargo de
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Cardenal Nepote quedó largo tiempo vacante. El sucesor de Pancirolo —el nuncio en Colonia Fabio
Chigi— se impuso en la Curia por su prestigio y fue elegido papa Alejandro VII (1655-1667). El
régimen dualista pareció afianzarse con una clara división de competencias: el Nepote dirigía la
administración de los Estados de la Iglesia, mientras que las relaciones internacionales pasaron a estar
en manos del Secretario de Estado. Pero la evolución siguió avanzando y condujo a la desaparición de
la figura del Cardenal nepote.
Inocencio XI (1676-1689) designó a un experimentado diplomático —el Cardenal Cibo— para
la Secretaría de Estado, sin nombrar junto a él un Cardenal nepote.
A partir de Inocencio XII (1691-1700) ese cargo se suprimió, y el nepotismo quedó prohibido
formalmente.
A partir de entonces, existió solamente un Secretario de Estado al frente de la Secretaría,
convertida en la institución fundamental de la Curia, en el orden político y administrativo. Su función
era la de ser órgano de transmisión entre las congregaciones y tribunales romanos de una parte y los
Estados —y a menudo los cleros nacionales— por otra. La Secretaría de Estado tuvo también a su
cargo la acción diplomática de la Santa Sede y la dirección del gobierno de los Estados de la Iglesia.
La estructura actual de la Secretaría de Estado es la resultante de las reformas llevadas a
cabo por Pablo VI en 1967 —Constitución Apostólica Regimini Ecclesiae universae— y Juan Pablo II,
por la Pastor Bonus (1988).
En virtud del primero de esos documentos la Secretaría de Estado absorvió las secretarías de
breves a los príncipes y letras latinas, así como la Dataría y la Cancillería Apostólica.
Hoy, la Secretaría de Estado figura a la cabeza de los dicasterios romanos y se halla
dividida en dos secciones: la primera, de Asuntos generales, bajo la dirección del Sustituto, ayudado
por el Asesor; y la segunda, para las relaciones con los Estados, dirigida por el Arzobispo Secretario,
que cuenta con la ayuda de un Subsecretario.
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4. para el Culto divino y la Disciplina de los Sacramentos,
5. para los Obispos,
6. para la Educación católica,
7. para el Clero,
8. para la Evangelización de los Pueblos,
9. para los Institutos de Vida consagrada y las Sociedades de Vida apostólica.
CAPÍTULO CUARTO
LOS CARDENALES
I. LOS ORÍGENES
Los cardenales:
1. son los más altos dignatarios de la Iglesia Católica.
2. Constituyen el Senatus Papae (consejeros y colaboradores).
3. spirituales ecclesiae universalis senatores. (s. XI, san Pedro Damián)
4. A ellos incumbe la elección del Papa
El término cardinalis:
1. aparece por 1era vez en un pasaje del Liber Pontificalis (pontificado de Esteban III (768-772).
2. la voz cardo, que en la Liturgia romana significaba el quicio de la puerta que la unía
firmemente al edificio de que formaba parte.
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3. Cardinalis, se llamaba también en las Iglesias titulares al clérigo ligado de manera
permanente a ellas.
4. Desde al menos el siglo IV, el presbyterium del obispo de Roma le asistía en sus funciones
litúrgicas y pastorales.
5. En la Alta Edad Media, los clérigos que estaban al frente de las veintiocho Iglesias titulares
existentes en la ciudad comenzaron a ser llamados presbyteri cardinales. Junto a ellos figuraban los
Obispos de las pequeñas diócesis «suburbicarias», situadas en torno a la Urbe, y que se turnaban en la
dirección del culto de la Basílica Lateranense, y fueron llamados episcopi cardinales ebdomadarii.
Los cardenales-obispos desempeñaban funciones de relieve.
Existió, por último, un «orden» de cardenales diáconos, cuyo origen tuvo que ver con los
siete «diáconos regionarios», que eran un importante «colegio», dentro del clero romano.
La importancia de los cardenales en la vida de la Iglesia se incrementó notablemente desde
los comienzos de la Reforma Gregoriana.
El Papa Nicolás II, en el Sínodo de Letrán de 1059, promulgó el decreto In nomine Domini,
por el cual puso la elección pontificia en manos de los cardenales.
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b) La época postridentina (numerus clausus) Sixto V: estableció una cifra máxima de 70: 6
cardenales obispos, 50 presbíteros y 14 diáconos.
c) Pablo VI: elevó a 120 el número de cardenales «conclavistas» y 80 años para votar.
d) Juan Pablo II, ha rebasado la cifra de 120 conclavistas, aunque sin cambiar la norma.
e) Sixto V— estableció como requisito para ser cardenal la edad mínima de treinta años.
Los cardenales debían ser también personas de costumbres honestas y con un nivel intelectual
suficiente.
No se exigió la condición clerical, y menos aún el sacerdocio. Todavía en el siglo XIX, el
cardenal Antonelli, Secretario de Estado de Pío IX, era solamente diácono.
Fue solamente Juan XXIII quien, en virtud del motu propio Cum gravissima (15-IV-1962),
exigió que todos los cardenales fueran obispos y que, si no lo eran ya, recibieran la consagración
episcopal.
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Se pretendió, incluso, la participación necesaria del Sacro Colegio en la elaboración de las
leyes y en la confección de las sentencias en las «causas mayores».
Otra pretensión fue que en las «capitulaciones» se fijara el número de cardenales, la
intervención del Sacro Colegio en su reclutamiento, y el establecimiento de garantías contra cualquier
intento de deposición, prisión o censura.
Se exigió, aún, la aprobación de los dos tercios del Sacro Colegio para el nombramiento y
cese de los altos funcionarios laicos, la recaudación de subsidios y la enajenación de bienes del
patrimonio de la Iglesia romana.
Algún canonista, como el autor de la Glosa palatina, llegó a exaltar al Colegio cardenalicio
hasta el punto de ponerlo incluso por encima del Papa. Su principal argumento fue la clásica máxima
orbis maior urbe, «el Orbe es mayor que la Urbe», interpretada en el sentido de que el Sacro Colegio
asumiría la representación del pueblo cristiano del mundo entero. Pero se trata de una opinión
minoritaria, más aún obsoleta, y tanto los Papas como el sentir común de los canonistas mantuvieron la
doctrina de la constitución monárquica —por derecho divino— de la Iglesia, representada por el
Pontificado romano.
Las «capitulaciones» —nunca reconocidas por los Papas tras su elección— no pasaron de ser una
página de la historia de las instituciones eclesiásticas.
CAPÍTULO QUINTO
LA ACCIÓN EXTERIOR DE LA SEDE APOSTÓLICA
I. LA REPRESENTACIÓN DIPLOMÁTICA
1. Los primeros legados potificios
c. 362: «El Romano Pontífice tiene derecho nativo e independiente de nombrar sus propios
legados y enviarles tanto a las Iglesias particulares en las diversas naciones o regiones como a la vez
ante los Estados y Autoridades públicas».
Funciones:
1. procurar que sean cada vez más firmes y eficaces los vínculos de unidad que existen entre la
Sede Apostólica y las Iglesias particulares (can. 364).
2. promover las relaciones entre la Sede Apostólica y las Autoridades del Estado; trabajar de
modo particular en la negociación de concordatos y otras convenciones de este tipo, cuidando que se
lleven a la práctica (cfr. can. 365).
3. La doble función que, con diversos títulos y modalidades, han llevado a cabo los legados
papales tienen tras de sí una larga historia:
a. Período romano-cristiano los Papas comenzaron a enviar legados a los grandes concilios
que se celebraron tanto en Oriente como en Occidente.
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b. En el gran concilio celebrado en Arles en el año 314, la Sede romana estuvo representada
por varios presbíteros y diáconos, enviados por el Papa Silvestre I.
2. Vicariatos y Vicarios
Los Vicariatos fueron constituidos en algunas sedes, a las que Roma concedió una cierta
función representativa, que llevaba aparejada la atribución de derechos especiales sobre las Iglesias de
determinados territorios.
Historia:
a. El papa Siricio (384-399) otorgó al obispo tesalonicense Anisio la facultad de confirmar
todas las elecciones episcopales que se realizaron en la región del Illiricum(precedente del Vicariato de
Tesalónica).
b. El papa Zósimo (417-418) constituyó el Vicariato de Arles.
El Vicariato de Arles, incluía bajo su potestad las provincias eclesiásticas Narbonense y
Vienense, aunque Arles no era capital de la provincia eclesiástica. Un tal estado de cosas implicaba
necesariamente una interferencia en los derechos de los metropolitanos de Narbona y Vienne, razón por
la cual el Papa León Magno prohibió al obispo de Arles el ejercicio de una autoridad vicaria sobre
aquellas dos provincias.
c. el papa Símaco (498-514) dio un nuevo impulso al Vicariato de Arles, siendo obispo de la
sede san Cesáreo: concedió a sus titulares especiales facultades en materia doctrinal y una misión de
mediación entre la Sede Romana y los príncipes francos, entonces ya señores de las Galias.
d. En la Península Ibérica no se constituyeron Vicariatos vinculados a una determinada sede
episcopal, sino que se designaron Vicarios apostólicos a título personal.
d.1 El primero fue Zenon, obispo de Sevilla, nombrado por el papa Simplicio (468-483).
d.2 El papa Hormisdas (514-523) designó a su vez el obispo Juan de Elche y, pocos años
después, ese mismo pontífice nombró el obispo Salustio de Sevilla vicario suyo para la Bética y la
Lusitania.
e. El Vicariato de Arles perdió gradualmente importancia en la segunda mitad del siglo
VI, y tampoco se nombraron nuevos vicarios para España.
f. El único Vicariato que sobrevivió fue el de Tesalónica, desaparecido en 732 al comienzo
de la campaña iconoclasta. El emperador bizantino León Isáurico lo suprimió, sometiendo la región a la
jurisdicción del patriarcado de Constantinopla.
g. En el siglo VIII desapareció también una institución que constituyó el más próximo
precedente de las futuras Nunciaturas: los «apocrisarios»: representantes permanentes de la Sede
Romana cerca de la Corte imperial. Los «apocrisarios» aparecieron en el siglo V y desaparecieron en
el VIII, (crisis «Iconoclasta») donde se interrumpió las relaciones entre el Pontificado y el Imperio
bizantino. Gregorio Magno fue «apocrisario» en Constantinopla.
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Cuando dejaron de enviarse «apocrisarios»—el siglo VIII— los Papas comenzaron a nombrar
«legados misioneros» en varios territorios del occidente y centro de Europa, de nueva o reciente
cristianización.
Función: Supervisar la vida de las jóvenes Iglesias y la instauración de las instituciones eclesiásticas.
San Bonifacio, el apóstol de Germania fue un legado misionero.
San Metodio, fue legado misionero del papa Adriano II (867-872), cerca de los pueblos eslavos
establecidos en la cuenca danubiana.
Historia:
a. Alta Edad Media: cumplían una función temporal, no sólo de orden eclesiástico sino
también político, cerca de las autoridades ante las cuales estaban acreditados.
b. En la Reforma Gregoriana fueron instrumentos eficaces de su efectiva aplicación.
Los legati romani eran obispos y estaban dotados de amplios poderes:
b.1 convocar concilios.
b.2 impulsar la unificación litúrgica.
b.3 restaurar la disciplina.
b.4 promover en general la centralización eclesiástica.
b.5 En las Iglesias nacionales la presidencia de los concilios y, en su caso, de las asambleas «de
paz y tregua».
Entre esos representantes papales, una superior categoría correspondió a los legados a
latere, titulares del ius plenae legationis, que llevaba consigo amplias facultades como:
1. la concesión de dispensas.
2. absolución de pecados y censuras, incluidas las reservadas al Papa.
3. otros poderes en los ámbitos legislativo, disciplinar y judicial.
4. Las Nunciaturas
a. Origen:
1. Las circunstancias político-eclesiásticas en la Baja Edad Media, y tras el fin del Cisma de
Occidente (1417), favorecieron su aparición.
2. La desintegración de la Cristiandad europea y el desarrollo del Estado moderno, con un
sensible reforzamiento del poder de los príncipes sobre la vida tanto civil como eclesiástica de sus
reinos, fue otro factor determinante para su aparición.
3. Las nunciaturas nacieron en parte a imitación de las instituciones laicas análogas —las
embajadas de carácter permanente— que por entonces ya existían.
b. Función: Política y religiosa, pues abarcaba la totalidad de los asuntos espirituales y
temporales que podían interesar a la Iglesia, y en concreto a la Sede romana.
c. Historia:
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1. Quedó configurada en la segunda mitad del siglo XV y el primer nuncio permanente fue
Francisco des Prats, acreditado por Alejandro VI (1492-1503) ante la España de los Reyes Católicos.
2. León X creó las nunciaturas en Viena ante el emperador (1513) y las de Francia (1514) y
Portugal (1515).
3. Paulo III (1534-1549) dio un carácter más religioso a las nunciaturas, cuyo titular habría
de ser siempre un obispo, o al menos un eclesiástico.
4. A lo largo del siglo XVI fueron creándose nuevas nunciaturas —en Polonia, en varios
Estados italianos— y también una en Colonia, para atender más de cerca las regiones del norte y oeste
de Alemania, en unos tiempos cruciales del enfrentamiento entre Protestantismo y Reforma Católica.
5. La Santa Sede actuó también por medio de agentes oficiosos, como Possevino, que
intervino activamente en las negociaciones con los rutenos—los llamados unionistas», durante el
pontificado de Clemente VIII.
6. No todas las nunciaturas de la época moderna tenían iguales competencias. España se
distinguía por las amplísimas facultades de que gozaba el nuncio.
7. Tras los tratados de Wesfalia, el prestigio internacional de la Santa Sede experimentó un
sensible descenso, que repercutió en sus órganos de acción diplomática.
8. A finales del siglo XVIII, cuando dio comienzo la Revolución francesa, existían catorce
nunciaturas acreditadas en los Estados católicos de Europa.
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2. Los sínodos patriarcales de Constantinopla, que más adelante fueron tipificándose como
asamblea de metropolitanos, convocadas y presididas por el patriarca.
3. Las principales series conciliares, en la Iglesia latina occidental:
a) África, ( mediados del siglo IV – V). Aquellos se reunieron habitualmente en Cartago, bajo
la presidencia del obispo de esta ciudad. El gran número de obispados existentes y el cisma Donatista
contribuyeron a esta prodigiosa eclosión conciliar.
b) Hispania (siglo VII) serie de los concilios toledanos —casi todos generales—, en los que
brillaron como protagonistas los grandes representantes de la Patrística visigoda. Características:
1. aprobaron una extensa legislación eclesiástica y civil.
2. compusieron Símbolos de la Fe, muy importantes para la historia de la Teología.
3. fueron de ordinario convocados por el rey.
4. Compuesto por obispos, abades y magnates laicos (concilia mixta).
5. La lex in confirmatione concilii, que el monarca acostumbraba promulgar tras la clausura de
cada Sínodo, confería también validez civil a sus cánones.
c) Galias (VI – VII)
Características:
1. índole disciplinar, o bien sobre cuestiones circunstanciales.
2. En la época carolingia, la autoridad imperial intervenía activamente en los concilios.
3. Temas de importancia doctrinal: herejía «Adopcionista» y la cuestión de las imágenes, sobre
la que se compusieron los famosos «Libros Carolinos».
4. Los acuerdos y cánones conciliares eran promulgados por el emperador, bajo la forma de
«capitulares eclesiásticos».
Los tres últimos concilios celebrados en la Baja Edad Media quedan fuera de la serie
conciliar de la cristiandad, tanto por su composición como por su temática.
- Constanza (1414-1418): misión de poner fin al cisma.
- Basilea (1431-1449): terminó perdiendo su legitimidad y se convirtió en conciliábulo.
- Florencia: concilio unionista por la bula Laetentur Caeli.
Pero la unión así conseguida no llegó a consolidarse, por el rechazo popular griego y la caída
de Constantinopla en poder de los turcos (1453).
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- trayectoria accidentada: tuvo su primera sede en Trento, la segunda en Bolonia, y en Trento
tuvieron lugar el tercer y el cuarto período de sesiones; y sufrió también una larga suspensión—de 1552
a 1562—, que abarcó todo el pontificado de Paulo IV.
Por fin, el concilio pudo concluirse en tiempo de Pío IV.
- fue un «concilio papal».
- No consiguió ser un concilio «unionista», no pudo rehacer la unidad cristiana en Europa.
- Fue un concilio reformador:
a) La imposición del deber de residencia de los obispos.
b) la institución de los seminarios «tridentinos» para la formación del clero
c) la regulación del matrimonio.
El éxito de Trento estuvo en la efectiva implantación de sus reformas:
a) Un Catecismo para párrocos,
b) un nuevo Misal y un nuevo Breviario.
c) la nueva edición de la Biblia Vulgata.
2. El concilio Vaticano I
Contexto:
La convocatoria del concilio respondió al clima intelectual dominante a mediados del siglo
XIX, los «errores modernos», inspirados en la «Ilustración anticristiana».
La bula de convocatoria fue publicada el 29 de junio de 1868 y Pío IX inauguró el sínodo el 8 de
diciembre de 1869, en presencia de unos 700 obispos.
-Documentos:
a) constitución Dei Filius, relaciones entre la fe y la razón, frente a los errores derivados del
Racionalismo (24-IV-1870).
b) constitución Pastor Aeternus (18-VII-1870), fijó exactamente el alcance y los límites
precisos de la doctrina de la Infalibilidad.
Antes se habían perfilado tres posturas: los «anti-infalibilistas», muy pocos, los
«inoportunistas» —una minoría— y los «infalibilistas», que eran la mayoría.
La «minoría» se retiró, pero tras la aprobación, la totalidad de sus miembros se adhirieron a la
definición.
Sólo un grupo de «anti-infalibilistas» que se movían al margen del concilio, capitaneados por
Döllinger, crearon el cisma de los «Viejos católicos».
El concilio Vaticano I concluyó súbitamente, porque la toma de Roma por los piamonteses
(20-IX-1870) obligó a suspender sine die sus sesiones.
3. El concilio Vaticano II
Contexto:
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- El 25 de enero de 1959, Juan XXIII anunció: la convocatoria de un concilio ecuménico, la
celebración de un sínodo romano y la puesta al día del Código de Derecho Canónico.
- En su primera encíclica Ad Petri cathedram (29-VI-1959) anunciaba los objetivos del
concilio: promover la fe católica, renovar las costumbres del pueblo cristiano y actualizar la disciplina
eclesiástica.
- Un paso previo fue la consulta hecha por la Santa Sede al Episcopado, a los Dicasterios de
la Curia romana y a las Facultades de Teología y Derecho Canónico de las Universidades Católicas.
- La convocatoria del concilio se produjo por la constitución apostólica Humanae Salutis
(25-XII-1961), y Juan XXIII inauguró la asamblea el 11 de octubre de 1962.
- Tras la muerte de Juan XXIII (3-VI-63), Pablo VI, al día siguiente de su elección (21-VI-
63), expresó su propósito de reanudar el concilio, como tarea primordial de su pontificado y lo
concluyó el 8 de diciembre de 1965.
- El gran propósito doctrinal del Vaticano II fue la formulación de los principios
fundamentales de la teología del Episcopado.
A esta cuestión estuvo dedicada ahora la constitución Lumen Gentium, documento central
del concilio, en el que se formulan y desarrollan las siguientes proposiciones:
1. ª, la consagración episcopal constituye el grado supremo del sacramento del Orden;
2. ª, todo obispo legítimamente consagrado y en comunión con el Papa entra a formar parte
del Colegio episcopal;
3. ª, el Colegio de los obispos es sucesor del Colegio de los Apóstoles y, con su cabeza el Papa
—nunca sin ella—, goza por derecho divino de la suprema potestad sobre todas las Iglesias.
La consecuencia es la proclamación del principio de la colegialidad episcopal.
La Comisión doctrinal precisó exactamente el sentido de la colegialidad, para dejar bien a
salvo la suprema potestad del Papa.
El principio de la vocación universal a la santidad fue también enunciado por la Lumen
Gentium (L.G., 2, 11).
Con el fin de hacer efectiva la doctrina de la colegialidad episcopal, Pablo VI, (16- IX-65),
creó la institución del Sínodo de los obispos. Con la misma inspiración colegial, el concilio animó a los
obispos a constituir conferencias episcopales en sus países.
- La reforma litúrgica, fue regulada por la constitución Sacrosanctum Concilium.
- Como frutos del concilio una serie de obras elaboradas y publicadas durante las décadas
siguientes a su clausura:
El nuevo Misal romano (1969); la Liturgia de las Horas (1971), el nuevo Código de Derecho Canónico
(1983), el Código de Cánones para las Iglesias orientales (1990) y el Catecismo de la Iglesia Católica
(1992).
2. La tradición sinodal
Pese al poco tiempo transcurrido desde la creación del Sínodo de los Obispos, la institución
aparece sólidamente consolidada, y las tres clases de asambleas se han reunido en varias ocasiones.
La periodicidad de los sínodos ordinarios se ha movido entre los tres y los cuatro años, y han
ido seguidos siempre se una exhortación postsinodal.
Un sínodo extraordinario se reunió en 1985 para hacer un balance en el vigésimo aniversario
de la clausura del concilio Vaticano II.
La particular situación eclesial en los Países Bajos motivó la reunión de un Sínodo
especial, entre los días 14 y 30 de enero de 1980. Pero la atención de la mayoría de estos sínodos ha
estado centrada en el examen del estado de la Iglesia en un determinado continente.
En la década que precedió el gran Jubileo del año 2000, se reunieron sínodos especiales para
África, América, Asia, Europa y Oceanía.
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CAPÍTULO SÉPTIMO
GRANDES SEDES E INSTITUCIONES ECLESIÁSTICAS
SUPRADIOCESANAS
I. LOS PATRIARCADOS
En la organización de la Iglesia universal, una gradación de sedes se escalona jerárquicamente, por
razón de su importancia canónica y real, entre el Pontificado romano y el episcopado diocesano. Se
trata de los Patriarcados, las sedes Primadas y las provincias eclesiásticas.
1. Los Patriarcados
El fenómeno de las grandes sedes se dio especialmente en Oriente y fue el origen de los Patriarcados.
Concilio I de Nicea (325): reconoció una condición privilegiada, en razón de prestigio, tradición o
autoridad regional, a la sede de Roma en Occidente y a algunas sedes episcopales de la Parte de
oriente del Imperio: Alejandría, Antioquía, y Jerusalén, está última sin emanciparla de la jurisdicción
del metropolita de su provincia eclesiástica.
Concilio I de Constantinopla (381) dio la concesión al obispo de Constantinopla de “la primacía de
honor” después del obispo de Roma, porque la ciudad es la capital del Imperio del Oriente, fundada
por Constantino en el año 330.
2. El Patriarcado de Constantinopla
Concilio de Calcedonia (451) elevó el rango de la sede de Jerusalén, otorgándole una primacía sobre
las tres provincias eclesiásticas de Palestina.
El canon 28 atribuye al obispo de Constantinopla los mismos signos de honor y respeto que al de
Roma, y se le reconoció potestad jurisdiccional sobre las «diócesis» civiles de Tracia, Asia y Ponto así
como sobre los obispos de los países bárbaros, más allá del Imperio.
Entre su potestad patriarcal estaba: consagrar a los metropolitas de toda la circunscripción,
convocarlos a concilio e instituir un tribunal de apelación de las sentencias de los tribunales
metropolitanos y diocesanos.
La estructura territorial de la Iglesia son cinco Patriarcados. Roma en occidente y cuatro en
Oriente: Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén.
El esquema de organización «pentárquica» de la Iglesia y la preeminencia de la sede de
Constantinopla en Oriente, se mantuvo por las siguientes razones: la política eclesiástica del
emperador Justiniano y la decadencia de los otros tres Patriarcados Orientales, a raíz de las herejías
cristológicas que les afectaron —Nestorianismo, Monofisismo—, y de haber quedado sometidos, desde
el siglo VII, a la dominación política del Islam.
El concilio IV de Constantinopla (864-870) estableció el orden jerárquico de los Patriarcados,
otorgando a Constantinopla el segundo puesto en dignidad después de Roma, por delante de Alejandría.
Ésta fue la estructura jerárquica que se mantuvo, hasta la ruptura de Constantinopla con Roma, (Cisma
de Miguel Cerulario 1054).
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3. Los Patriarcados Orientales
En tiempo de las Cruzadas, junto a los Patriarcados cismáticos ya existentes, se crearon los
Patriarcados latinos de Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén, con el propósito de atraer a
su obediencia las Iglesias locales y el clero. Pero la pérdida de la Tierra Santa vació de contenido estos
patriarcados latinos, siendo solamente sedes titulares.
En Oriente, el Patriarca de Constantinopla conserva el título de «ecuménico», aunque otros
Patriarcados que encabezan Iglesias «autocéfalas» tengan más amplia potestad jurisdiccional.
En el Próximo Oriente existen patriarcas de diversas denominaciones y ritos en comunión con la
Sede romana. Los Patriarcas orientales que forman parte del Colegio cardenalicio no reciben como
título una diócesis suburbicaria ni un título presbiteral o diaconía de la Urbe: tienen como Título su
propia sede patriarcal.
El Patriarcado de Roma en la Iglesia Occidental ha carecido prácticamente de contenido propio
frente al Primado papal.
En Occidente tan solo se dio el fenómeno aislado del «Patriarcado» cismático de Aquileya,
surgido como reacción frente a la condena de los «Tres Capítulos» por el concilio II de Constantinopla.
Los Patriarcados en Occidente, como los de las Indias orientales u occidentales, sólo tuvieron un
carácter honorífico, que no llevaba aneja la potestad de régimen.
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sin precedentes: la elección —de acuerdo con la voluntad del rey— de los candidatos al episcopado, el
derecho a consagrar a los nuevos obispos, nombrados para todas las diócesis del reino.
La Primacía toledana decayó como consecuencia de la dominación islámica y de la crisis
provocada por la herejía Adopcionista, cuyo principal autor fue el célebre obispo Elipando de Toledo.
Tras la reconquista cristiana, Toledo reivindicó la Primacía, pero con características parecidas a las
que la institución tuvo en otras regiones de Europa.
1. Metropolitanos y sufragáneos
Origen y terminología, La provincia eclesiástica se configuró en la época romano-cristiana, en
correspondencia territorial, con la provincia civil, como entidad eclesiástica intermedia entre los
Obispados y las instancias eclesiásticas superiores.
La terminología en uso durante este primer período no fue uniforme. El territorio suele denominarse
«eparquía» en Oriente y «provincia» en Occidente.
Al Obispo de la capital se le atribuye de ordinario el título de «metropolitano». Los Obispos de la
provincia fueron llamados «comprovinciales o sufragáneos».
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Los concilios de la época romano-cristiana, Nicea I, Calcedonia y algunos africanos— dictaron
normas que contribuyeron a perfilar las funciones propias del metropolita durante este período.
El metropolitano era designado según las reglas válidas para los demás obispos: le elegían los
obispos sufragáneos, teniendo en cuenta los deseos del clero y el pueblo.
En el siglo VI, en Occidente solicitaban al Papa el pallium, que llevaban como signo de su autoridad y
de su vinculación con la Sede Apostólica.
Al Metropolitano le correspondía: velar por el buen orden en las elecciones episcopales que se
celebraban en la provincia, consagrar a los nuevos obispos, convocar y presidir el concilio provincial,
vigilar el desarrollo de la vida religiosa y disciplinar en el ámbito de la provincia.
Él, con su tribunal, constituía la instancia superior a la que se podía apelar contra las sentencias de los
tribunales episcopales.
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La «visita» provocó no pocas tensiones entre metropolitanos y sufragáneos, razón por la cual la
Sede romana promulgó una serie de decretales destinadas a superar conflictos y procurar la concordia.
La decretal la Romana Ecclesia de Inocencio IV, que constituyó un verdadero tratado sobre la visita
y reguló las cuestiones más polémicas.
La decretal estableció: que el Arzobispo deseoso de visitar las diócesis de sus sufragáneos, debería
visitar primero su propia diócesis, desde el Cabildo hasta la última parroquia, y atenerse a las reglas
establecidas sobre el orden a seguir en las visitas, de las restantes diócesis.
Respecto al contenido de la visita, la Romana Ecclesia decía: que, en ocasión de ella, el arzobispo
debería predicar, inquirir y castigar delitos que hubieran pasado inadvertidos al obispo diocesano. Para
su mantenimiento durante la visita, el visitador podría percibir unos moderados subsidios en especie,
nunca en dinero. La decretal recordaba al visitador que debía usar con moderación de las
censuras y que le estaba prohibido excomulgar a los sufragáneos o a jueces que resistieran a sus
órdenes, así como revocar las excomuniones impuestas por los obispos de las diócesis visitadas.
Una última competencia del metropolitano era reunir y presidir el concilio provincial, al que debían
asistir todos los obispos sufragáneos.
Todavía en el Código de Derecho Canónico de 1917, se encuentra una huella de esos reiterados
intentos de lograr una celebración periódica del concilio provincial.
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CAPÍTULO OCTAVO
OBISPOS Y DIÓCESIS
2. La elección episcopal
El nombramiento del obispo fue asunto que suscitó muy amplio interés, porque eran varias
las partes que se sentían afectadas por el nombramiento y que trataron de influir sobre él.
La selección del pastor de la iglesia particular importaba:
- a la Jerarquía eclesiástica, responsable del buen orden en la vida religiosa;
- al pueblo de la diócesis, que iba a tenerlo como su propio pastor;
- a los poderes seculares, y ello cada vez más a medida que crecía el peso del obispo, no sólo
en el terreno religioso, sino también en la realidad social contemporánea.
Nombramientos de los obispos en los primeros siglos:
El concilio I de Nicea (325) dispuso que el Obispo fuera nombrado por todos los Obispos
comprovinciales, correspondiendo al Metropolitano el derecho de confirmar la elección y proceder, con
otros Obispos de la provincia eclesiástica, a la consagración del elegido. En cuanto a la intervención
del clero local y del pueblo, su significado era dar testimonio de la idoneidad del candidato y de sus
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méritos; esta intervención popular presentó mayores dificultades a medida que las comunidades locales
se hicieron más numerosas.
Desde la segunda mitad del siglo IV, la intervención popular en sentido amplio quedó limitada
en la práctica a una simple aclamación, como expresión de júbilo.
La cristianización del Imperio romano, y de los reinos nacidos en Occidente tras su ruina,
provocó el creciente interés del poder secular por las elecciones episcopales, con una intervención que
no fue recogida en la legislación canónica de carácter general, pero se conservó en privilegios, acuerdos
y normativas particulares.
Los nombramientos episcopales en la Tardía Antigüedad
Durante el primer milenio de la Era cristiana, el Papado intervino en el reclutamiento
episcopal especialmente mediante decretales, destinadas a la resolución de casos litigiosos. Esta
intervención fue menos intensa cuando las circunstancias geopolíticas, de la inclusión de Roma en el
siglo VI en el ámbito político bizantino, a raíz de la «Guerra gótica»
En la Península italiana, la influencia del Papado en los nombramientos episcopales, fue sobre
todo en las diócesis del sur, la antigua Italia «suburbicaria».
La influencia del poder secular —del emperador en Oriente y de los reyes cristianos en
Occidente— tuvo un peso que, con diversas alternativas, ha perdurado hasta la época contemporánea.
En la España visigoda, el concilio XII de Toledo (681) reconoció al monarca el derecho de
designación de todos los Obispos del reino y concedió al Obispo primado de la Sede Toledana la
potestad de consagrarlos.
Desaparecido el reino de los godos, parece que las comunidades cristianas mozárabes
sometidas al poder del Islam ejercieron en buena medida el derecho de elegir a sus Obispos.
En la Francia merovingia y carolingia, la influencia del príncipe fue decisiva. En las diócesis
de nueva creación, Carlomagno acostumbró designar directamente al primer titular de un obispado. Es
cierto que un capitular de Ludovico Pío reiteró la norma tradicional de la elección por el clero y el
pueblo; pero la praxis siguió siendo distinta, y se requería para celebrar una elección la licencia expresa
del soberano, que a su vez se reservaba la facultad de confirmación del elegido.
Tras la división del Imperio, en el tratado de Verdun, parece que en el Reino franco se
mantuvo el sistema observado en tiempo de Ludovico Pío.
En la Europa feudal
Los grandes señores que se impusieron a la realeza se arrogaron en sus territorios la facultad
de la designación de los Obispos.
Tras la restauración imperial en Alemania, Otón I se reservó el derecho de proceder a los
nombramientos episcopales, sustrayéndolo a los «duques nacionales».
La designación de los Obispos y otros altos cargos eclesiásticos, en este contexto histórico,
dio lugar al conflicto de las «Investiduras», que enfrentó al Papado y el Poder imperial.
Los Obispados comenzaron a considerarse como beneficios feudales, y el Obispo —a la vez
pastor de almas y señor territorial— recibía su oficio en virtud de una «investidura» del príncipe, que
llevaba consigo una relación de carácter vasallático.
55
La simbología que acompañaba al acto —entrega por el soberano de la mitra y el báculo—
inducía a confusión, y parecía dar a entender que el Obispo recibía del príncipe, no solo el
nombramiento y su autoridad temporal, sino también su autoridad espiritual.
La Reforma Gregoriana trató de poner fin a tal estado de cosas y reivindicar la libertas
Ecclesiae. El concordato de Worms (1125), entre el papa Calixto II y el emperador Enrique V puso
fin al conflicto. Se distinguió entre la investidura eclesiástica —simbolizada por la entrega del anillo y
el báculo y realizada por la autoridad eclesiástica— y la investidura laica. Esta última —consistente en
la entrega del cetro—, era el símbolo de los derechos temporales y el nuevo Obispo, tras recibirla, era
consagrado y prestaba al soberano juramento feudal de fidelidad. El concordato de Worms fue
ratificado por el concilio I de Letrán (1123).
Los nombramientos episcopales en la época clásica de la Cristiandad
En la cristiandad medieval no se formuló una disciplina general sobre el nombramiento de
Obispos, ni la implantación en la práctica de un sistema común.
Los concilios lateranenses legislaron sobre determinados aspectos de la cuestión:
- El concilio II de Letrán (1139) requirió la presencia de laicos —viri religiosi—en las
elecciones episcopales, aunque esta norma fue prohibida expresamente por Gregorio X.
- El concilio Lateranense III (1179) exigió a los candidatos al episcopado nacimiento
legítimo y treinta años de edad, requisitos que fueron dispensados en muchas ocasiones;
- El IV concilio de Letrán (1215) confió las elecciones episcopales al cabildo catedral.
Elección, designación regia y provisión por el Papa son procedimientos de nombramiento
episcopal que, con variedad de matices, coexistieron en la realidad histórica de la época clásica de la
Cristiandad.
La intervención de la Santa Sede en los nombramientos de obispos se produjo de ordinario
por un doble cauce:
1. por el ejercicio del llamado ius devolutionis, regulado por la decretal Cupientes de Nicolás III
(1278). Según esta norma, en caso de que una elección disputada fuese anulada por la autoridad papal,
el Pontífice precedía subsidiariamente al nombramiento del obispo,
2º cuando las circunstancias de lugar y tiempo fueron favorables, el papa procedió directamente
a la provisión de gran número de obispados.
Por lo que hace al procedimiento electoral en sí mismo, éste podía revestir tres modalidades:
1-El escrutinio: Se requería, mayoría absoluta de votos y sanioritas en el elegido, esto
es, méritos personales y aptitud para la cura de almas.,
2-El compromiso: los electores delegaban su representación para elegir en un grupo
reducido de miembros del colegio y su decisión era inapelable, siempre que hubiera recaído en
una persona idónea.
3-La aclamación unánime: ponía de acuerdo a los electores por «cuasi inspiración» del
Espíritu Santo.
7. El Patronato real
La institución del Patronato real, suponía que ningún obispo sería nombrado por el papa en
consistorio, sin previa presentación del candidato por el rey, tuvo su más genuina manifestación en los
reinos católicos de España y Portugal, donde obedeció a peculiares circunstancias históricas: el final de
la Reconquista y la expansión ultramarina.
El papa Inocencio VIII, por la bula Ortodoxae Fidei (19-XII-1485) otorgó a los Reyes
Católicos el derecho de Patronato en Granada, Canarias y Puerto Real. Este derecho emprendía el
privilegio de presentación a la Santa Sede de personas idóneas para los obispados y beneficios
consistoriales.
El derecho de Patronato universal del rey de España, fue mantenido en el concordato de
1757 y en el de 1851, vigente hasta la caída de la Monarquía en 1931.
Cfr. Los Patronatos de las Iglesias de ultramar habían sido otorgados por el papa Julio II. En virtud de la bula
Dudum cupientes, dirigida al rey Manuel el Afortunado (19-IX-1506), le concede al monarca el Patronato universal sobre
las Iglesias de Ultramar y sus dominios.
El papa Julio II, por la bula Universalis Ecclesia (28-VII-1508), instituyó el Patronato Regio indiano, que incluía el derecho
de presentación del rey de España para todas las diócesis, catedrales, colegiatas y demás beneficios consistoriales).
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Durante las invasiones bárbaras a los obispos les tocó socorrer a los fugitivos, alimentar al
pueblo en tiempos de gran penuria, negociar con los caudillos bárbaros e incluso dirigir la defensa por
las armas de su ciudad episcopal.
En la Francia carolingia uno de los dos miembros de las parejas de missi dominici que
recorrían el Imperio velando por el buen gobierno, fue de ordinario un obispo.
Los obispos fueron, muchas veces los consejeros de los reyes, y a ellos fueron confiados los
más altos cargos de la Administración pública. Pero, desde un punto de vista constitucional, el más alto
grado de poder social de algunos Obispos, mantenido hasta el final del Antiguo Régimen, está
representado por los tres príncipes electores eclesiásticos del Imperio, a quienes —en virtud de la «Bula
de Oro»— correspondía, en unión con otros cuatro príncipes laicos, elegir al emperador alemán.
La Constitución española de 1876 y la presencia, todavía hoy, de obispos anglicanos en la
Cámara de los Lores son residuos, cuando menos simbólicos, de la influencia que ha tenido el Obispo
en la vida social.
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En la Alta Edad Media hicieron su aparición varios géneros de Obispos sin diócesis propia, se
trata de los obispos misioneros, los auxiliares, los «corepíscopos» y los obispos in partibus.
1-Obispos misioneros, llamados así por la fase misionera en que se encontraba la Iglesia en
muchos territorios germánicos de Occidente en los siglos VI al VIII, hizo que faltase en ellos una
organización territorial sólida. Abundaron en cambio, los obispos itinerantes, a menudo monjes
escotos o irlandeses, que desarrollaron una eficaz labor evangelizadora, aunque a veces la
incertidumbre que rodeaba su propia consagración y su espíritu de indisciplina pudo resultar
inconveniente. (Cfr. Obispos misioneros Wilibrord y Winifrid —san Bonifacio— erigieron en Germania diócesis
territoriales y pusieron al frente de ellas a antiguos obispos itinerantes, que se insertaron en la organización eclesiástica).
A mediados del siglo IX pudo considerarse superado el fenómeno del episcopado nómada de
tradición céltica.
2-Entre los siglos VII y VIII floreció en tierras franco-germánicas y en las Islas británicas la
institución de los «corepíscopos», bien conocida en el Oriente cristiano.
Estos en virtud de una peculiar ordenación episcopal, realizaban, bajo la autoridad del obispo
residencial al que estaban subordinados, determinadas funciones litúrgicas y disciplinares. Ejercían su
función pastoral sobre determinadas iglesias a ellos confiadas y podían conferir órdenes menores,
incluido el subdiaconado. La institución de los «corepíscopos» entró en decadencia en el siglo IX; los
movimientos de reforma eclesiástica —y en especial el «Pseudo Isidoro»— los veían con malos ojos, y
se puso incluso en duda la validez de su ordenación episcopal sin título propio. Los «corepíscopos»
fueron desapareciendo gradualmente, aunque en Irlanda subsistieron hasta el siglo XIII.
3-Los obispos auxiliares, en algunos momentos suscitaron también reservas, porque se
presumió que —al igual que los «corepíscopos»— pudieran favorecer la existencia de prelados
diocesanos señoriales o aseglarados, que abandonasen en ellos sus tareas de pastor.
El Código vigente define su función en los siguientes términos: «Cuando lo aconsejen las
necesidades pastorales de una diócesis se constituirán uno o varios Obispos auxiliares, a petición del
Obispo diocesano; el Obispo auxiliar no tiene derecho de sucesión». Sí lo tiene, en cambio, el Obispo
coadjutor, que la Santa Sede nombra por propia iniciativa (cfr. can. 403).
4-Obispos in partibus infidelium, son un último fenómeno se produjo dentro del episcopado,
como consecuencia de la dominación islámica en Oriente y África.
Se trataba de muchos obispos exiliados o expulsados de sus sedes, que mantuvieron sus
derechos sobre éstas. Hubo también consagraciones de obispos para diócesis que se hallaban en poder
de los infieles. Éste es el origen de las consagraciones de obispos constituidos in partibus infidelium,
llevadas a cabo en épocas posteriores.
61
La autoridad civil favoreció este movimiento, y en un capitular eclesiástico del año 805 el
emperador Carlomagno puso prácticamente al clero ante el dilema de optar entre vita monastica —la de
los monjes— y vita canonica —la vida común.
En el siglo XI, la Reforma Gregoriana promovió de nuevo la vida común del clero, pero no la
impuso, y la mayoría de los cabildos eludieron la comunidad de vida. Consecuencia de ello fue la
fragmentación del patrimonio capitular y su división en «prebendas», asignadas por separado a los
distintos miembros del cabildo. Pero ello no fue en detrimento de la solidaridad capitular.
La época clásica terminó de perfilar la estructura jurídica del cabildo como corporación, su
función de senatus episcopi y el estatuto de los canónigos.
El cabildo, en cuanto corporación, estaba fuertemente jerarquizado. El primer dignatario era
del «Deán» y otras dignidades cualificadas fueron el «Chantre» —encargado del coro— el Teólogo —
responsable de la ortodoxia doctrinal— y el «Canciller», que tenía a su cargo el Scriptorium.
El nombramiento de canónigos competía al obispo y a los propios capitulares, y el sistema
más frecuente fue el de la cooperación entre el obispo y el capítulo.
El nombramiento se hacía in corpore o per turnum, y en caso de negligencia de la parte a la
que correspondía nombrar, el derecho se transfería a la otra parte, en virtud del ius devolutionis.
La asociación del cabildo al gobierno diocesano fue regulada en la época clásica por una
serie de decretales pontificias, promulgadas entre finales del siglo XII y comienzos del XIV. En ellas se
especificaban los actos en que el obispo necesitaba contar con el asentimiento capitular y otros en que
tenía al menos la obligación de oír la opinión del cabildo.
La institución del cabildo catedral ha subsistido hasta hoy. Esta nueva configuración del
gobierno diocesano fue obra del concilio Vaticano II, y aparece recogida en los cánones 503 a 510 del
Código de Derecho Canónico de 1983.
La propia definición de la institución que hace el canon 503 —válida tanto para los cabildos
catedrales como colegiales— permite advertir que la competencia de la corporación ha quedado
reducida al solo campo de la liturgia. Dice, “es un colegio de sacerdotes, al que corresponde celebrar
las funciones litúrgicas más solemnes en la catedral o en la colegiata”.
2. Los nuevos Consejos, ante todo al consejo presbiteral, desempeñan actualmente las
funciones que históricamente desempeñaba el cabildo.
a. Consejo Presbiteral. La denominación de senatus episcopi, del cabildo catedralicio, ha
pasado al consejo presbiteral. «En cada diócesis —dice el canon 495— debe constituirse el “consejo
presbiteral”, es decir, un grupo de sacerdotes que sea como el senado del Obispo, en representación del
presbiterio».
Su misión será «ayudar al Obispo en el gobierno de la diócesis... para promover lo más posible
el bien pastoral de la porción del pueblo de Dios que se le ha encomendado».
La mitad aproximada de sus miembros debe ser elegida por los sacerdotes de la diócesis,
algunos más son miembros natos por razón del oficio, y el obispo tiene todavía la facultad de nombrar a
otros miembros. Todo el consejo presbiteral, o al menos parte de él, han de renovarse cada cinco años.
b. Consejo Pastoral. Al consejo pastoral «corresponde, bajo la autoridad del obispo, estudiar y
valorar lo que se refiere a las actividades pastorales en la diócesis y sugerir conclusiones prácticas
sobre ellas» (can. 511). Está compuesto por fieles, «tanto clérigos y miembros de institutos de vida
consagrada, como sobre todo laicos», que se designarán según el modo determinado por el Obispo D.
(can. 512).
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c. Consejo de Asuntos Económico, debe todavía constituirse en cada diócesis. Consta al menos
de tres fieles designados por el obispo, que sean expertos en materia económica y en derecho civil, y de
probada integridad (can. 492); deberá hacer anualmente el presupuesto de ingresos y gastos, y aprobar
las cuentas a fin de año (c.492). En cada diócesis habrá de nombrarse también un ecónomo —que
puede ser un laico— experto en materia económica y de probada integridad. Nombrado por cinco años,
es posible su renovación por otros quinquenios (c. 494).
7. El Sínodo diocesano
Como asamblea eclesiástica, es posterior al de los concilios provinciales, y se afirma que, su
difusión como institución canónica tuvo lugar en el siglo IX.
En la España visigoda hay precedentes bastante más antiguos. En efecto, los Obispos de la
provincia Tarraconense, reunidos en concilio en Huesca el año 518 acordaron lo siguiente: «que todos los
años, cada uno de nosotros mande congregarse, en el lugar que el Obispo designare, a todos los abades de los monasterios, a
los presbíteros y decanos de su diócesis, e instruya a todos el modo de ordenar sus vidas y prevéngale que todos deben
someterse a las normas eclesiásticas».
Esta asamblea, que se remonta a finales del siglo VI, reunía ya los rasgos fundamentales del
sínodo diocesano. Más tarde, se trató de convertirla en semestral, pero nunca fue posible.
Presidido por el obispo, formaron parte del sínodo los dignatarios eclesiásticos diocesanos,
representantes del clero, abades monásticos y, durante la Edad Media, señores laicos de la nobleza
territorial.
El sínodo nunca tuvo carácter de asamblea legislativa; fue siempre de índole consultiva y su función
era la de hacer de órgano promulgador del derecho episcopal, y también del derecho común o
procedente de asambleas eclesiásticas de rango superior.
Estos rasgos peculiares los conserva en la actualidad el sínodo diocesano. Hoy es definido
como «una asamblea de sacerdotes y de otros fieles escogidos de una Iglesia particular, que prestan su
ayuda el Obispo de la diócesis, para bien de toda la comunidad diocesana» (c. 460). No se pretende que
tenga alguna periodicidad, sino que lo convoca el obispo cuando lo aconsejen las circunstancias, tras
oír al consejo presbiteral (c.461).
En la actualidad el obispo es el único legislador, y sólo él suscribe las declaraciones y
decretos. Los demás miembros del sínodo tienen solo voto consultivo, aunque las cuestiones
propuestas se someterán a la libre discusión de todos los miembros de la asamblea (cc. 464 y 466).
8. Parroquias y arciprestazgos
1. La Parroquia. Es una comunidad de fieles en el seno de una Iglesia particular; su historia se
remonta a los primeros siglos del Cristianismo.
Ya en el siglo III, en algunas grandes ciudades la iglesia episcopal era insuficiente para atender
a las necesidades religiosas del creciente número de fieles.
En la Roma del siglo IV, existían cuarenta lugares de culto y diez en Alejandría. Estos templos
y oratorios pueden considerarse como el germen de las parroquias urbanas.
La penetración del Cristianismo entre las poblaciones campesinas de los espacios rurales
demandó la creación de una red de lugares de culto, para la atención espiritual de los nuevos fieles.
Esos pequeños templos —«basílicas», oratorios— eran a veces construidos por el propio obispo
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diocesano, y confiados a clérigos directamente dependientes de él. Otras veces esos templos eran
erigidos en sus dominios y dotados de lo necesario para el culto y la sustentación del ministro sagrado
por el gran propietario, con el fin de subvenir a la atención religiosa de sus propios «rústicos».
Estas iglesias, surgidas a la vera de las otras de fundación episcopal, son conocidas con la
denominación de «iglesias propias» y dieron lugar a conflictos con la autoridad diocesana. La razón
estuvo en las pretensiones del fundador, deseoso a veces de ejercer ciertos poderes sobre ellos y los
clérigos que las servían, en detrimento de los derechos episcopales, e incluso de obtener algunos
beneficios económicos de sus fundaciones.
Desde el siglo VI, también, ciertas iglesias se diferenciaron de los oratorios y otros lugares de
culto por tener pila bautismal, y fueron denominadas ecclesiae baptismales. En ellas se administraba el
bautismo, y el clérigo que las atendía ejercía de modo regular la cura de almas. Iglesias de fundación
señorial pudieron también convertirse en parroquias «propias», con los derechos y obligaciones
inherentes a la función parroquial.
El renacimiento de las ciudades, operado desde los siglos XII-XIII, determinó la creación de
un número creciente de parroquias urbanas, cada una con su propio «distrito» que, sirvió también para
delimitar el ámbito espacial de diversas funciones administrativas. Los párrocos, en el ejercicio de la
cura de almas, hubieron de prestar a sus fieles numerosos servicios, y la parroquia se mantenía con los
estipendios, derechos de estola, oblaciones de los fieles, etc.
La instalación de casas de religiosos, en especial de las Órdenes mendicantes, provocó
frecuentes disputas entre párrocos y frailes, en torno a los derechos funerarios de los que elegían como
lugar de sepultura, no el cementerio parroquial, sino el de las iglesias conventuales.
La autoridad eclesiástica hubo de ejercer a menudo una función arbitral, con el fin de que,
aun respetando la libertad de sepultura, se asegurase la porción funeraria de la parroquia.
Por lo que hace al nombramiento de los párrocos, los procedimientos seguidos fueron
diversos: El más frecuente fue la designación episcopal, pero en determinadas regiones se dio un
sistema de elección en virtud del cual el clero y un grupo de fieles distinguidos elegían al párroco, que
era instituido por el obispo. En las parroquias «propias», o en aquellas sobre las que existía un derecho
de «patronato» el señor tenía un derecho de presentación, y la legislación canónica se esforzó por evitar
que esa presentación se convirtiera en una colación directa de la iglesia por el «patrono» al sacerdote
titular.
La parroquia ha mantenido a través de los siglos sus rasgos esenciales.
Legislación actual, la define así: «La parroquia es una determinada comunidad de fieles
constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del Obispo
diocesano, se encomienda a un párroco como pastor propio» (c. 515). El nombramiento de párroco
«compete» al obispo diocesano mediante libre colación, a no ser que alguien goce del derecho de
presentación o de elección (c. 523).
Los párrocos se nombran por tiempo indefinido, salvo que la Conferencia episcopal haya
establecido otra cosa. Al obispo diocesano corresponde valorar la idoneidad de la persona elegida (cc.
522 y 537). Y todavía una precisión interesante, la parroquia, por regla general, ha de ser territorial;
«pero, donde convenga, se constituirán parroquias personales, por razón del rito, de la lengua, o de la
nacionalidad de los fieles de un territorio, o incluso por otra determinada razón» (c. 518).
2. Los arciprestazgos. Desde la multiplicación en campos y ciudades de las parroquias y otros
lugares de culto con su propio clero se hizo necesaria la institución de unas instancias intermedias entre
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la parroquia y el obispo. Estos distritos supraparroquiales recibieron el nombre de arciprestazgos o
decanatos y sus titulares fueron llamados, según los lugares, arciprestes o decanos.
Sus funciones eran: la vigilancia sobre las parroquias e iglesias menores y su clero, la
coordinación de las actividades de éste, su formación doctrinal mediante la celebración de collationes
periódicas, etc.
Todas estas características las mantiene en el Código vigente la institución del
arciprestazgo, agrupación de parroquias cercanas para facilitar la cura pastoral (c. 374). Tres cánones
—los 553, 554 y 555— están destinados a regular las funciones del sacerdote que, con los títulos de
arcipreste, decano o vicario foráneo, preside el arciprestazgo.
III. La vida del clero . Definición: Status particular en el seno de la sociedad cristiana
1. Los privilegios clericales
1.1. Exención del impuesto territorial
1.2. La exención de realizar actividades impropias y violentas
1.3. Privilegio del fuero -Está tomado de 1 Cor VI, 1, 8: “¿Hay alguien entre vosotros que,
teniendo un pleito con otro, se atreve a llevarlo a juicio ante los impíos y no ante los santos?”
-La jurisdicción de la iglesia fue reconocida por Constantino. Por lo tanto, NO hacía falta una
legislación particular para los clérigos. La actividad judicial de los tribunales eclesiásticos hizo que
adquiriera importancia el privilegio del fuero: la Iglesia juzga a los clérigos. Implícitamente reconoce la
autonomía de la sociedad eclesiástica. -S XII a XV: gran desarrollo, pero dio lugar a abusos, al
aplicarlo a las familias, servicio, etc...Desaparece en las modernas sociedades secularizadas.
Codificación de 1917. Los clérigos deben ser juzgados por jueces eclesiásticos. Se reserva al
Romano Pontífice el juicio de cardenales, obispos y nuncios. Todos los clérigos están exentos del
servicio militar.
Codificación de 1983.
Los derechos adquiridos y los privilegios concedidos de la Sede Apostólica, permanecen intactos.
Los privilegios existentes en la codificación anterior existen actualmente. El Papa se reserva el juicio
de cardenales, obispos y nuncios apostólicos. Habla de un tema espiritual, no tanto de privilegios
particulares.
2. Modo de vida
2.1. Los clérigos debían manifestar la honestidad en la forma externa de vida: abstenerse
de frecuentar tabernas y lugares inconvenientes. En la edad media estaba prohibida la caza clamorosa,
profesiones que eran compatibles con la vida de los clérigos: cultivo de la tierra, artesanía, pequeño
comercio, prohibición de la milicia, el comercio al por mayor, el préstamo con interés, la “usura”, la
vestidura clerical –regulada por el conc. de Trento debía ser apropiada al estado clerical.
2.2. Manutención El obispo distribuía el stipendium. En las iglesias propias los rectores
percibían las rentas de la dote. Había derechos de estola y las oblaciones de los fieles
3. Vida común del clero y sistema beneficial
3.1. Vida común. Fundamentación: «¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habituar los hermanos
juntos en armonía» (Salmo 133,1) Ventajas:
a) el clérigo podía despreocuparse de muchas necesidades materiales y dedicarse con más
libertad a su ministerio;
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b) Vivir mejor el celibato! S. Agustín lo introdujo en Hipona, etc... En la Francia Carolingia y
en la Reforma Gregoriana era el objetivo, se implantó en las iglesias catedrales y en las colegiatas, y
también en algunas otras iglesias (En Toledo, s.XI y XII, había 10 comunidades canonicales). También
se dio el caso de asociaciones de clérigos, como precedente de las asociaciones de vida en común
reguladas en el CIC’17 (cc. 673-681) y cuyo equivalente son las sociedades de vida apostólica (cc. 731-
746). 3.2. Beneficio eclesiástico. Se desarrolla en la época de la cristiandad medieval postgregoriana,
entre los clérigos que no hacían vida en común, ni observaban una regla.
-Beneficio, Regulado en las Decretales: “derecho perpetuo a percibir los frutos de bienes
eclesiásticos consagrados a Dios por razón del oficio espiritual establecido por la autoridad de la
Iglesia” implicó la división del Patrimonio en porciones “beneficios” asociados a un oficio. Abusos: el
titular del beneficio pagaba una pequeña parte a un inferior que cumplía con las obligaciones; la
acumulación de beneficios. El conc. De Trento hizo incapié en el deber de residencia y en la
prohibición de acumular beneficios.
4. el celibato eclesiástico. Disciplina actual (CIC’83, c. 277): los clérigos obligados a la continencia
perfecta.
Síntesis en Ius Ecclesiae (1993) 3-59: Nunca se ha dado que los obispos, sacerdotes o
diáconos se casen (ni en oriente, ni en occidente, ni en la Iglesia Latina, ni en la griega). Un decretista
del S. XII, Uguccio de Pisa comenta que la doble obligación que implica el celibato es: no casarse y no
hacer uso del matrimonio previamente contraído.
-Primeros siglos: lo normal era ordenar a hombres casados. Conc. De Elvira (s. IV), c. 33:
legisla sobre la continencia de los obispos, sacerdotes o diáconos y prohíbe “el uso del matrimonio con
sus esposas y la procreación de los hijos. Porque había inobservancia. A los infractores se les amenaza
con la expulsión del estado clerical. Esta normativa fue recogida por: En África por los conc.
Cartaginenses del 390. En Roma por los Papas Siricio e Inocencio I.
En la época clásica de la cristiandad, el Decreto de Graciano y las decretales sostuvieron el
deber de continencia de los clérigos mayores de la Iglesia latina y respetando la disciplina oriental del
conc. de Trullano que sólo la imponía a los obispos.
Edad moderna: los grupos reformadores renunciaron a la continencia y al celibato eclesiástico.
El conc. de Trento renovó la doctrina tradicional y promovió la creación de seminarios. El conc.
Vaticano II, el Papa Pablo VI publicó la encíclica “Sacerdotalis coelibatus”.
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CAPÍTULO DECIMO
LOS RELIGIOSOS
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En la Galia centro-oriental: S. Martín de Tours, fundó monasterio de Ligúge y el de
Marmoutier tras ser elegido obispo.
En Italia meriodional, Casiodoro fundó Vivarium con carácter cenobítico
En el noroeste de la península ibérica, S. Fructuoso. En el valle del Guadalquivir San
Leandro y San Isidoro promulgaron reglas para vírgenes y varones.
El cristianismo céltico de Irlanda y Escocia tenía una configuración monástica. Vivían al
amparo del monasterio. La contribución de los monjes celtas fue la regla de San Columbano y los
libros penitenciales.
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III. El monacato Benedictino
1. San Benito (480?-547) y “la Regla” del monacato occidental. Fundó el monasterio de Subiaco según
el cenobismo de S. Pacomio: monjes divididos en grupos de 12, con su superior y todos sometidos a
San Benito. S. Benito evolucionó y Fundó el monasterio de Montecasino: una sola comunidad con
dormitorios y refectorio comunes. Al final de su vida (a. 540) S. Benito compuso una “Regla” para
todos los monasterios:
Prólogo: se exhorta a ponerse al servicio de Cristo Rey. Consta de 73 capítulos.
Coincide en el prólogo y los 7 primeros capítulos con la “Regula Magistri”
-Se convirtió en la regla típica del monacato occidental.
2. La reforma de Aniano y la “orden” del Cluny
En el imperio carolingio se favoreció la difusión de la regla de San Benito. El gran impulsor
fue Benito de Aniano impulsado por Ludovico Pio, que estaba al frente de los monasterios de Aquitania
para reformarlos como Aniano: Ludovico Pio construyó la Abadía de Inden como Schola monachorum
(785). Benito emprendió la reforma desde Pirineos hasta el Rihn.
Al declinar el imperio carolingio se desintegró esta reforma.
En la edad feudal se secularizaron numerosas comunidades en manos de obispos, príncipes y
abades laicos convirtiéndose en dominios señoriales.
-(909) el duque Guillermo III de aquitania concedió el lugar de cluny al abad Bernon de
Baume para fundar un monasterio “exento”, sometido directamente al Papa observando la regla de San
Benito y eligiendo libremente a su abad.
La reforma de cluny se extendión en los s. X y XI impulsada por príncipes y obispos.
S. XII muy extendida con 1200 monasterios. Cluny tenía un gobierno centralizado con cierta
flexibilidad que permitía diversos grados de vinculación de los monasterios, con una misma disciplina
(Consuetudines cluniacenses) y sometidos al abad de Cluny.
-En los s. XIV y XV la institución monástica de San Benito decayó y volvió a florecer con la
constitución de congregaciones.
3. El Císter y otras órdenes medievales
En el s. XII derivada del tronco benedictino aparece el cister debido a la personalidad de San
Bernardo (1091-1153).
Los monasterios cirtercienses estaban unidos entre sí por la carta caritatis: retorno a la
simplicidad primitiva y al trabajo de la tierra. Introdujo la institución de los “hermanos conversos”:
religiosos legos ingresados en la edad adulta, rebajados de ciertas obligaciones corales y dedicados al
cultivo de las tierras más alejadas.
-En el s. XVII el abad Rancé, inició en su monasterio de la Trapa un régimen más riguroso.
Ambas observancias coexisten (cistercienses y trapenses).
En la época medieval aparecen órdenes monásticas que integran eremitismo y cenobismo:
Camáldula (fundada por San Romualdo, 952-1027). Erigió una monasterio y varias ermitas para retiro
de solitarios.
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La Cartuja, en el valle Chartrense dónde se retira Bruno, antiguo canónico de Colonia y
algunos discípulos. Combina la vida anacorética con un cierto grado de vida en común. La observancia
cartujana tiene su origen en “el testamento de San bruno” (1101) y las consuetudines recopiladas en
1027 por el gran prior Guido. En el s. X, San Norberto instituyó la orden de los premonstracenses,
sobre la base de los canónigos de Premontré y que adoptaron la “regla de San Agustín”.
Las Órdenes militares se crean en la cristiandad medieval impulsados por los grandes
ideales de las Cruzadas: la protección de los peregrinos de Tierra Santa y la lucha por recuperar los
Santos Lugares en manos del Islam desde el s. VII. La Órden de los Hospitalarios de San Juan,
(Jerusalén, 1048). Al final de la Cruzada se establecieron en la isla de Rodas (1305-1522) y luego en
Malta cedida por Carlos V. La Órden del Temple, (Jerusalén 1118 por Hugo de Payns y otros
caballeros). Gozó del favor de San Bernardo. Fue disuelta en 1312 después del injusto proceso
instruido por Felipe el Hermoso. La Orden Teutónica, (Palestina durante la 3ª Cruzada). En el s. XIII
se trasladó a Prusia oriental para luchar contra los paganos. Crearon su propio estado en Prusia que se
secularizó en el s. XVI como consecuencia de la reforma protestante. En la reconquista española, se
fundaron las órdenes militares de Santiago, Alcántara, Calatrava y Montesa.
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Nombre: de Domingo de Guzman (1170-1221) que predicó en 1206 contra los albigenses, orden
predicadores.
Comenzó en Toulouse cuando un grupo de seguidores de Domingo comenzó a vivir con él en
comunidad: Son mendicantes y habitan en conventos, de carisma la defensa de la fe contra la herejía y
la enseñanza teológica en las universidades del occidente cristiano.
Influencia notable en la teología debido a los grandes teólogos: San Alberto Magno y Sto Tomás de
Aquino.
c) Grupos o congregaciones eremitas se transforman en órdenes mendicantes Ocurre en la Baja
edad media.
La orden del Carmen: Los ermitaños que al final de las Cruzadas trasladaron su residencia desde el
Monte Carmelo a Europa. Gran desarrollo durante el generalato de San Simón Stock. En el s. XVI la
cuestión de la posible mitigación de la Regla provocó la división entre calzados y descalzados.
La orden de los Agustinos: procede de la fusión dispuesta por Alejandro IV en 1215 de varias
congregaciones eremitas de la orden de os ermitaños de San Agustín.
d) Órdenes mendicantes de mujeres paralelas a las de los varones.
3. Las asociaciones de “beguinas”.
Es un fenómeno propio de la Baja Edad Media
-Mujeres que, sin emitir votos religiosos, se integraban en pequeñas comunidades consagradas a la
educación de la mujer y la atención de los enfermos. Tuvo relevancia en el centro-norte de Europa:
países bajos, Francia nordoriental y la región del Rhin.
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Los instrumentos apostólicos que utilizaron fueron variados: Los “Ejercicios”, las universidades,
las congregaciones marianas, etc...
Las órdenes y congregaciones religiosas nacidas en los tiempos modernos tienen como nota
característica la proyección exclusiva o determinante hacia un determinado campo de trabajo
apostólico.
3. Los Religiosos en la edad contemporánea
En el s. XVIII: la vida religiosa sufrió una crisis debida al regalismo borbónico, el josefismo y el
espíritu anticristiano de la ilustración y la revolución francesa. Hecho emblemático: la disolución de la
Compañía de Jesús por Clemente XIV.
En el s. XIX: balance contradictorio:
a) Con la restauración del Antiguo Régimen, Pio VII restableció a la Compañía de Jesús.
Otras órdenes religiosas experimentaron un florecimiento (benedictinos, dominicos). Surgieron
multitud de institutos religiosos de escasas dimensiones salvo los salesianos (1857)
b) tras el fracaso de la instauración del Antiguo régimen.
La otra cara de la moneda la constituyo el virulento anticlericalismo, como la desamortización en
España; El Kulturkanpf en Alemania y el sectarismo IIIª república francesa: expulsó a los religiosos del
país.
En el s. XX: Tras el conc. Vaticano II se exhortó a los institutos religiosos a vivir con plenitud la
fidelidad a su carisma institucional.
Actualmente los religiosos están sometidos a la autoridad de la “Congregación para los Institutos de
Vida Consagrada y a las Sociedades.
CAPÍTULO UNDECIMO
LOS LAICOS
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La carta a Diogneto indica que no se diferenciaban de sus conciudadanos “ni por razón de su
lugar de origen, ni por su habla, ni por su modo de vivir”.
Los apologistas del s. II aducían la conducta ejemplar de los cristianos para reclamar justicia.
Los cristianos laicos eran los pioneros en la expansión apostólica.
En la primitiva Iglesia cristiana hubo fieles que ocuparon una posición destacada sin perder
por ello su condición de laico: Los carismáticos, algunos laicos, cuya condición secular no se vio
afectada por la recepción de carismas. Los confesores de la fe, algunos de ellos laicos. Hay teólogos
laicos, San Justino, Tertuliano.
Las mujeres mantenían su condición laical, aunque estuvieran integradas en el ordo viduarum
y en el ordo virginum.
Fue muy activa la participación popular en las elecciones episcopales.
2. Laicos cristianos en la tardía Antigüedad.
En la época romana cristiana hubo una intensa participación de los laicos en la vida de la
Iglesia:
En África latina pre-islámica existieron los seniores laici, que constituían un senatus, consejo
laico del obispo. Intervenían en nombre de la Iglesia en litios que podían afectar a sus intereses y
formaban parte de los tribunales eclesiásticos. -otros seniores desempeñaban funciones de
administración de bienes patrimoniales, conservación de iglesias, etc...
En los concilios estaban presentes los laicos: En sínodos hispanos hasta el s. IV
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c.2) suscitaban suspicacia los predicadores laicos que proliferaban en los ambientes
heterodoxos
3. Laicos medievales con estatuto especial
a) El príncipe cristiano que había recibido la regia unción:
La unción fue instaurada en la monarquía visigótico-católica del s. VII.
Fundamentada en la Biblia: la unción de los reyes de Israel: Introducida en Francia por la
monarquía Carolingia en s. VIII y otras realezas europeas.
La legitimación del origen del poder real se fundamentó en la unción: así el príncipe
católico ungido aparece con una aureola de sacralidad sin que se altere su condición laical.
b) participación laical en los concilios con un marcado carácter aristocrático: concilios con
un doble carácter, por un lado, sinodal y por otro como asamblea legislativa civil.
c) Los fundadores y propietarios de la iglesia propias pretendieron tener sobre ellas algunas
facultades (investidura, derecho de presentación, beneficios económicos, etc.) y quedaron configurados
en el derecho de patronato.
d) En la baja edad media abundaron los gremios y corporaciones que tenían un lejano
precedente en los collegia de la época romana: las corporaciones solían tener un carácter profesional y
agrupaban a los artesanos de un mismo oficio. Se comprometían a una acción solidaria en sentido
amplio. Los ágapes periódicos contribuían a mantener vivo el sentido de fraternidad.
e) Laicos que se movían entorno al mundo de los religiosos: Se vinculaban en calidad de
oblatos y familiares: se entregaban a los monasterios en virtud de fórmulas como la traditio corporis et
animae: recibían algunos derechos (enterramiento, alimentos, etc...)
s. VII en el monacato frutuasiano (norte península ibérica) se llegó a prever como regla
común que familias enteras fueran admitidas en calidad de huéspedes, -la tradición de los oblatos se
encuentra arraigada en los benedictinos
Las órdenes terciarias existentes a la vera de las órdenes mendicantes estaban integradas por
laicos que vivían la espiritualidad de la orden.
III. El laicado en los tiempos modernos
1. Asociaciones que practican el ejercicio de la caridad
1.1. En el s. XIX Entre las asociaciones de laicos y pías uniones destacan las conferencias de
San Vicente de Paúl
1.2. En el s. XX Aumentan este tipo de asociaciones
2. Asociacionismo fruto del espíritu de las órdenes y congregaciones religiosas
2.1. Las congregaciones marianas surgen en el s. XX.
3. La acción católica Concebida como forma de participación del laicado en la acción de la jerarquía.
4. La participación del laicado en la missio de la Iglesia.
Fruto de la toma de conciencia de la llamada universal a la santidad: Los laicos ocupan un
lugar propio y gozan de un destacado protagonismo en la estructura jurídico-apostólica de la Iglesia
(cfr. LG 31)
CIC’83: cc 208-223 obligaciones y derechos de todos los fieles.
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En los cc 224 al 231 son específicamente de los fieles laicos. Estos cánones estaban en el proyecto de ley
fundamental de la Iglesia.
c. 225: trabajan para que el mensaje evangélico sea conocido en todo el mundo y hacer que en el orden temporal se
imponga el espíritu evangélico.
c. 226: deber de los casados de trabajar para la edificación del pueblo de Dios a través del matrimonio y la familia.
c. 228: el derecho y el deber de ayudar, en calidad de peritos a sus respectivos pastores.
c. 227: el derecho de que en los asuntos temporales se reconozca a los laicos cristianos la misma libertad que
corresponde a todos los ciudadanos.
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