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CAPÍTULO PRIMERO

EL PRIMADO PAPAL

I. LOS ORÍGENES DEL PRIMADO PAPAL


Los fundamentos escriturísticos
A) Tres momentos en el proceso de concesión a Pedro del primado sobre la Iglesia.
1) Designación (Mateo 16,13-19)
A la pregunta del Señor a sus discípulos, «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? »,…
Pedro responde sin vacilar, de modo categórico: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». A la palabra
del Apóstol sigue, las palabras del Señor, que subrayan la transcendencia del momento:
«Bienaventurado eres tu Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre,
sino mi Padre que está en los cielos. Y te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella». cfr. Mt 16, 13-19).
2) Propiedad del Primado: La indefectibilidad
El Primado petrino comprende también la indefectibilidad de la fe del Apóstol. En la tarde del Jueves
Santo, antes de emprender la marcha desde el Cenáculo al huerto de Getsemaní, el Señor predijo a
Pedro sus tres negaciones de aquella misma noche: pero a la vez prometió la indefectibilidad de su fe:
«Pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca, y tú, cuando te conviertas, confirma a tus
hermanos» (Lc 22, 31-32)
3) Confirmación (Juan 21, 15-17)
El Primado prometido a Pedro sería ratificado solemnemente después de la Resurrección. Fue tras la
última pesca milagrosa, en la ribera del mar de Tiberíades; Por tres veces preguntó Jesús a Pedro si le
amaba; por tres veces respondió Pedro con un acto de amor: —«Sí Señor, tu sabes que te quiero»—;
Cada respuesta de Pedro va seguida de una declaración del Señor: apacienta mis ovejas (cfr. Io 21, 15-
17). El Primado de Pedro quedaba definitivamente confirmado.

B) Signos que manifiestan la singularidad de Pedro entre los apóstoles


1) Cambio de nombre
Esta singularidad aparece desde su primer encuentro con Jesús: «Tu eres Simón, el hijo de Juan —le
dijo el Señor—; tú te llamarás Cefas, que significa Piedra» (Jn 1, 42). Este cambio de nombre
consistía en el contexto histórico un acto cargado de simbolismo y prefiguraba la misión especial que
Pedro habría de tener dentro del grupo de los primeros Doce.
2) Actuaciones como cabeza del Colegio apostólico
- Cuando Jesús respondió a los escribas y fariseos que acusaban a sus discípulos de
romper la tradición de los mayores al comer pan sin lavarse las manos, el Maestro enseñó cual era
la verdadera pureza interior y Pedro le pidió que les enseñara esta doctrina (cfr. Mt 15, 15).
- Cuando el «joven rico» se marchó, renunciando a seguir a Cristo, «porque tenía muchas
posesiones», fue Pedro quien le expresó su fidelidad en nombre de los Doce: «ya ves que nosotros lo
hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mt 19, 27).

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- En Cafarnaún, a la hora de la despedida de muchos discípulos, escandalizados por el
sermón del pan de vida, la pregunta de Jesús a los Apóstoles: « ¿también vosotros queréis
marcharos?», fue Pedro el que en nombre de todos ellos dio la respuesta adecuada: «Señor, ¿a quién
iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 67-68).
3) Signos de la posición primacial de Pedro en el Colegio
- Ante la noticia dada por María Magdalena de que el cuerpo del Señor no estaba en el
sepulcro, Pedro y Juan marcharon a la carrera para ver lo sucedido. Juan, como era más joven,
llegó antes pero no entró, y esperó a que llegase Simón Pedro, para que éste fuera el primero en entrar y
comprobar la realidad del sepulcro vacío (cfr. Jn 20, 1-10).
- Y a Pedro reservó también Jesús la primacía de sus apariciones después de la
Resurrección: «El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón» fue el anuncio hecho
por los Apóstoles a los discípulos de Emaús, a su regreso a Jerusalén (Lc 24, 34).
- S. Pablo, escribiendo a los Corintios, confirmó por su parte esta prioridad reservada a
Pedro en las apariciones de Cristo después de la Resurrección (cfr. 1 Cor 15, 5).

II. EL EJERCICIO DEL PRIMADO EN LA PRIMERA IGLESIA


a) Iglesia de Jerusalén (Fuente: Hechos de los Apóstoles):
1) Pedro es cabeza
Pedro aparece como cabeza indiscutida de la Comunidad cristiana, y el desarrollo de los
acontecimientos conduce a esta conclusión: el Primado fue ejercido por Pedro y reconocido
unánimemente por los demás Apóstoles y discípulos, desde los mismos comienzos de la vida de la
Iglesia.
2) El primado lo ejerce Pedro
Testimonios del ejercicio de la potestad primacial de Pedro en la «Iglesia Madre» de Jerusalén:
- Un primer acontecimiento de especial significado tuvo lugar en Jerusalén tras la
Ascensión del Señor: la elección de un nuevo Apóstol. Pedro tuvo un papel de protagonista: él fue
quien hizo la propuesta del procedimiento a seguir. Se aceptó la propuesta de Pedro y Matías fue
elegido como duodécimo Apóstol (cfr. Act 1, 15-26).
- En la mañana de Pentecostés, fue Pedro quien se dirigió al pueblo para explicar el
significado del prodigio; y tras el discurso, tres mil de los presentes se convirtieron y recibieron el
bautismo (cfr. Act 2, 14-41).
- Pedro fue también quien habló al pueblo, tras el milagro de la curación del cojo de
nacimiento, que pedía limosna en la puerta «Hermosa» del Templo, tras el cual el número de
discípulos varones alcanzó la cifra de cinco mil.
- Encarcelado con Juan por mandato del Sanedrín, Pedro, al día siguiente, dio testimonio
de Jesús ante los jefes del pueblo y los ancianos (cfr. Act 3, 1-4, 22).
3) Signos extraordinarios, que fortalecieron la fe de los primeros hermanos, fueron:
- la curación en Lida de Eneas, paralítico desde hacía ocho años,
-la resurrección en Joppe de Tabita, una mujer de aquella comunidad cristiana, que practicaba
generosamente la caridad con las viudas pobres y necesitadas (cfr. Act 9, 31-42).

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- Atribución de una virtud curativa a la propia sombra del Apóstol y las gentes sacaban a los
enfermos a la plaza pública para que, «al pasar Pedro al menos su sombra alcanzase a alguno de
ellos» (Act 5, 15)
4) Tres hechos que lo confirman como Cabeza del Colegio apostólico:
1. la recepción de los gentiles en la Iglesia. El hecho es que, aunque san Pablo estaba
destinado a ser el «Apóstol de las gentes», fue Pedro, el titular del Primado quien tuvo el privilegio de
abrir «oficialmente» las puertas de la Iglesia a los hombres procedentes de la gentilidad. Los «Hechos»
conceden tal importancia a la conversión del centurión Cornelio y su recepción en la Iglesia que
dedican todo un capítulo, el décimo, a relatar el acontecimiento; y consagran todavía la mitad del
capítulo siguiente a exponer la «conversión mental» que necesitaron los Apóstoles, y los
judeocristianos de Jerusalén para llegar, tras oír a Pedro a la asombrosa conclusión: «luego también a
los gentiles ha concedido Dios la conversión para la vida» (Act 11, 1-18).
2. La persecución de Herodes Agripa, llevó también a Pedro a la prisión. Herodes tenía
intención de hacerlo ajusticiar, persuadido de que así daría el golpe de gracia a la Iglesia, una prueba de
que a los ojos de la propia autoridad perseguidora, Pedro aparecía como cabeza indiscutible de la
comunidad cristiana. La milagrosa liberación del Apóstol impidió que se cumplieran los siniestros
designios de Herodes (cfr. Act 12, 1-4).
3. En fin, el concilio de Jerusalén sirvió para que se pusiera otra vez de manifiesto el
protagonismo de Pedro, en la Iglesia primitiva. Tras una larga deliberación con los demás Apóstoles y
los presbíteros, Pedro tomó la palabra ante la Asamblea y concluyó declarando libres de la circuncisión
y la observancia de la Ley mosaica a los cristianos provenientes de la gentilidad (cfr. Act 15, 6-11).

2. El Primado vinculado a la Sede de Pedro


A) Interpretación del texto “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”
- Las palabras de Cristo a Pedro hacen referencia a la institución del Primado y lo
presentan como un elemento esencial de la constitución de la Iglesia.
B) Cathedra Petri vinculada a la Sede Romana
- San Pedro estuvo en Roma. Hay apoyo documental en la Sagrada Escritura, pero se funda
además en la concordancia de testimonios de muy variada procedencia. Puede decirse que fue admitida
por toda la Antigüedad — en Oriente y en Occidente— que incluso la aceptan los principales
historiadores eclesiásticos protestantes, Harnack, Cullmann, etc.
- La primera epístola de S. Pedro aparece como enviada desde «Babilonia», y en el siglo II un
escritor eclesiástico, Papías, ponía de relieve que en esa carta, Babilonia era un seudónimo de Roma.
- Pedro murió mártir, probablemente durante el otoño del año 64, en la persecución que siguió
al incendio de Roma, o bien algún tiempo después.
- El historiador Tácito, describió los diversos géneros de muerte que sufrieron los cristianos
martirizados en el circo de Nerón. Parte de ellos fueron crucificados, y la crucifixión es el género de
muerte que el Señor había predicho a Pedro en dos ocasiones (Jn 13, 36; 21, 18-22), y que confirma la
antigua tradición.
- Hacia el año 200, el presbítero romano Gayo afirmaba que podía mostrar en el Vaticano y
en la Vía Ostiense dos «trofeos» de los dos Apóstoles Pedro y Pablo. En las excavaciones realizadas

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durante el pontificado de Pío XII apareció un edículo de finales del siglo II, que los arqueólogos
identifican con el «trofeo» de Gayo.

IMPORTANCIA DE LA SEDE ROMANA DESDE EL S. I


- El prestigio de esta Iglesia se evidenció muy temprano en la carta de Clemente Romano a
los Corintios, al ser acogida en Corinto con sentido de veneración y obediencia.
- El reconocimiento de la superior dignidad de la Iglesia romana se evidencia en la carta que le
dirigió Ignacio de Antioquía en su viaje al martirio.
- Sobre la preeminencia de la Iglesia romana insistió a mediados del siglo II san Ireneo de
Lyon, que presentaba como regla objetiva de fe la tradición de las Iglesias apostólicas y en especial la
de la Iglesia de Roma, de los Apóstoles Pedro y Pablo, con la cual, «por razón de su preponderante
prioridad», habían de estar de acuerdo todas las Iglesias.
- A mediados del siglo III, en el tratado De unitate Ecclesiae de Cipriano de Cartago se
expresaba así del Primado: «Sobre él (Pedro) edificó (el Señor) la Iglesia, a él confía el cuidado de
apacentar sus ovejas. Aunque da a todos los Apóstoles un poder semejante, no estableció más que una
sola Cátedra, y en virtud de su unidad organiza el origen y la razón de ser de la unidad».
La prioridad primacial de la Iglesia Romana se manifiesta en el interés existente por
rehacer la lista de sus Obispos:
- Hegesipo, un judeocristiano que visitó Roma a finales del siglo II, compuso el elenco de
Obispos romanos hasta Aniceto (155-166), que entonces ocupaba la sede. San Ireneo, hacia el año
180, enumeraba los doce pontífices que se sucedieron entre Lino y su contemporáneo Eleuterio. El
«Catálogo Liberiano», compuesto a mediados del siglo IV, pero utilizando fuentes anteriores,
coincide con la lista de Ireneo, pero haciendo hincapié en que Pedro fue el primer obispo de la Urbe.

III. DESARROLLO HISTÓRICO DEL PRIMADO


1. El Primado en el Imperio romano-cristiano
1) Contexto histórico: cristianización del Imperio desde el 313 (Edicto de Milán)
La libertad otorgada a la Iglesia por el emperador Constantino en el edicto de Milán (313) inauguró un
nuevo ciclo histórico, caracterizado por la progresiva cristianización del Imperio romano y de la
sociedad tardoantigua.
2) Factores que influyeron en el ejercicio del Primado:
a) La libertad de la Iglesia, significó ante todo un avance hacia la afirmación del Primado,
tanto en el plano doctrinal, como en sus posibilidades de acción efectiva sobre la Iglesia universal. La
autoridad primacial del Obispo de Roma se robusteció tanto en el marco constitucional de las
estructuras eclesiásticas como en el de su proyección en una sociedad que podía ser considerada como
la primera sociedad cristiana. El protagonismo del emperador, y más tarde de los príncipes cristianos
de los futuros reinos occidentales originaría en la vida de la Cristiandad una convivencia no siempre
fácil entre el supremo Poder eclesiástico y el Poder secular.
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b) El progresivo distanciamiento entre Oriente y Occidente cristianos, entre la Iglesia latina
y la griega, un fenómeno generador de tensiones que llegaría a desembocar un día en el cisma de
Oriente. La desaparición en el siglo V del Imperio romano occidental y la creación sobre su
territorio de un mosaico de reinos, fruto de las invasiones barbáricas, alumbraron un marco histórico
nuevo para el ejercicio de la Primacía por el Pontificado romano, que conduciría a la «re-creación» de
un nuevo Imperio occidental —«romano-germánico»—, que compartiría con el Papado la
supremacía sobre la Cristiandad europea.
3) La autoconciencia primacial de la Sede romana se puso de manifiesto de modo progresivo
a lo largo de los siglos IV y V:
a) Dámaso (366-384) fue el primero en reservar regularmente a la Sede romana el apelativo de
«Sedes Apostólicas».
b) Siricio, fue autor de la primera «decretal» pontificia, la dirigida el 2 de febrero de 385 al
Obispo Himerio de Tarragona. Es un hecho digno de atención, porque implica que los Papas, en sus
escritos, no se limitan, como hasta entonces, a emplear un lenguaje pastoral, sino que adoptan al
legislar el estilo de los edictos imperiales.
c) León Magno (440-451) El Papa es el heredero y vicario de Pedro, y como tal le compete la
sollicitudo sobre todas las Iglesias. Al Papa le corresponde el título de vicarius Petri.
d) Gelasio —el primero en usar el título de vicarius Christi. Gelasio dirigió una carta al
emperador Anastasio I, en la que formulaba la doctrina de los dos poderes y la superioridad de la
potestad espiritual. «Dos poderes gobiernan el mundo: la autoridad sacra del pontífice y el poder
imperial. Del uno y el otro son los sacerdotes quienes soportan el mayor peso, pues en el Juicio final
tendrán que rendir cuentas, no sólo de sí mismos, sino también de los reyes». Nadie «está por encima
de aquel hombre al que la misma palabra de Cristo ha puesto sobre todos los hombres y al que la
venerable Iglesia fiel ha reconocido como su primado».

2. El Occidente romano-barbárico
Se delimitaron también los espacios geográficos que pueden distinguirse en lo que concierne al grado
de intensidad del ejercicio del Primado romano.
P. Batiffol diferenció tres círculos, Italia, el Occidente y el Oriente cristiano.
a) La mayor intensidad correspondía a la Península italiana, y en particular a la llamada
Italia «suburbicaria».
b) En el resto de Occidente, la Primacía romana no topó con obstáculos de orden doctrinal o
de política eclesiástica, en especial a partir de la conversión católica de los Reinos germánicos arrianos.
Pero en esta zona el ejercicio de hecho del Primado jurisdiccional sufrió altibajos como consecuencia
de la evolución de las circunstancias históricas.
1) Hasta la mitad del S. VI. Nombramientos de vicarios apostólicos.
El ejercicio de la Potestad de jurisdicción por la Sede romana fue muy intenso: fueron frecuentes los
recursos a Roma, la intervención de ésta en disputas disciplinares, los nombramientos de Vicarios
apostólicos, la llegada de las «decretales». Pero hacia la mitad de la sexta centuria, la situación cambió
sensiblemente.
2) Consecuencias de la guerra gótica
La razón estuvo en la «Guerra gótica», que se desarrolló en suelo italiano y cuya consecuencia fue:
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- La sumisión de la Península, y de la Urbe romana, a la autoridad política del Imperio
bizantino.
- La incorporación de Roma al ámbito político del Imperio oriental provocó el
«alejamiento» de las Iglesias de los reinos europeos occidentales con respecto a Roma. Bizancio
era otro mundo lingüístico y cultural y había reinos en occidente —como el visigodo— que
consideraban al Imperio como su enemigo político.
- La creciente dificultad de comunicaciones entre Roma y las Iglesias de Occidente, y las
secuelas que ese fenómeno trajo consigo: progresivo desconocimiento mutuo, desconfianza,
malentendidos, y cristalización de una tendencia hacia la autonomía eclesiástica, que en España
culminó en la institucionalización del Primado de Toledo.
-Pontificado de Gregorio Magno (590-604). “Servus servorum Dei” Fue como un paréntesis
dentro de este panorama, que fue amigo de san Leandro y mantuvo correspondencia con el rey visigodo
Recaredo; consta también que Gregorio estuvo en buenas relaciones con la reina Brunekhilda de
Austrasia, y promovió la evangelización de los anglosajones de la Gran Bretaña.

3. El Primado en el Oriente cristiano


-Motivos de las dificultades en el ejercicio del Primado en el Oriente cristiano
a) separación de nestorianos y monofisitas de la Iglesia
Los concilios de Éfeso (431) y Calcedonia (451) provocaron la separación de la Iglesia universal de las
cristiandades nestoriana y monofisita.
b) La problemática más importante a propósito de la Primacía romana es la derivada de
las relaciones entre Roma y Constantinopla, Sede patriarcal de la capital del Imperio cristiano
oriental.
La posición del Oriente cristiano con respecto a la Sede romana podría enunciarse así:
- reconocimiento de la primacía de Roma en materia de fe; es la Sede de Pedro, maestro en
la fe de la Iglesia universal. « ¡Pedro ha hablado por boca de León!» fue la aclamación con que acogió
el concilio de Calcedonia la epístola dogmática dirigida por el Papa León I al patriarca Flaviano de
Constantinopla sobre la doctrina de las dos naturalezas en Cristo.
- reconocimiento mucho más restringido del Primado jurisdiccional del Papa.
Por lo que hace a las apelaciones a la Sede romana, unos cánones del concilio de Sárdica
(342-343) habían establecido que cualquier Obispo depuesto por su concilio provincial podría recurrir
al Papa , por ser Roma la sede de Pedro, y el Papa si lo estimaba oportuno, declararía nulo el primer
juicio, haciendo que la causa fuera examinada de nuevo por los Obispos de otra provincia eclesiástica
vecina, a los cuales —si así lo deseaba el recurrente— podrían unirse uno o varios sacerdotes
designados por el Pontífice romano. El concilio de Sárdica significó, pues, un reconocimiento del
Primado jurisdiccional del Papa aunque referido a una hipótesis muy concreta. Estos cánones fueron
recogidos en su «Colección de 50 títulos» por Juan Escolástico, un jurista que llegó a ocupar el trono
patriarcal de Constantinopla.
A Roma llegaron procedentes del Oriente reclamaciones de mayor calado, que implicaban
un virtual reconocimiento del Primado romano de jurisdicción. Así sucedió en los recursos a Roma
en la época de la Iconoclastía, elevados por varios representantes eminentes de la Ortodoxia.

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Todavía más, en el siglo IX, durante los cuarenta años en que los patriarcas Ignacio y
Focio se disputaban la sede de Constantinopla, los dos bandos rivales —Ignacianos y Focianos—
dirigieron recursos al Pontífice romano en los que, no sólo reconocieron el primado de jurisdicción,
sino que pedían al Papa que lo ejerciera de modo inmediato, en calidad de última y definitiva instancia.
La ruptura con Roma no se produjo hasta el año 1054, cuando el patriarca Miguel Cerulario
abrió el Cisma del Oriente, destinado a prolongarse a lo largo de todo el segundo milenio de la era
cristiana.

IV. LA CRISTIANDAD MEDIEVAL


1. La época pre-gregoriana
Marco Histórico, la coronación de Carlo Magno (800)
Puede considerarse como el acontecimiento histórico que simboliza el comienzo de la Cristiandad
medieval. En los territorios que habían formado parte durante siglos del Imperio romano de Occidente
había cristalizado una sociedad latino-germánica que podía considerarse una sociedad cristiana.
1) Estructura política de la Cristiandad medieval.
El gobierno correspondía a dos cabezas detentadoras de los supremos poderes responsables del destino
del mundo cristiano:
-el Papa, titular de la suma potestad espiritual y
-el Emperador, titular del poder temporal.
El armónico equilibrio y el sentido de complementariedad entre ambas potestades había de realizar el
ideal de una política cristiana, dirigida al bien del pueblo y a facilitar a los hombres la consecución de
un destino integral, tanto temporal como eterno.
En el sistema de la Cristiandad existía el riesgo de que el Primado papal rebasara el aspecto
esencial de la misión divina que correspondía al sucesor de Pedro como pastor supremo de la Iglesia
universal.
a) Carlomagno se inmiscuye en la vida de la Iglesia
- El Emperador, estimaba que su potestad le venía directamente de Dios y se consideraba el
defensor de la Cristiandad.
- Carlomagno, consideraba que era de su incumbencia interferir en cuestiones disciplinares
—como la vida del clero o la reforma monástica— e incluso doctrinales, como el «Adopcionismo» o la
inclusión del «Filioque» en el Credo.
- El Papa aparece prácticamente relegado a la dirección del servicio litúrgico o —así lo
escribió el emperador a León III— a «levantar como Moisés los brazos en oración y ayudar nuestro
ejército... a fin de que el nombre de Jesucristo sea glorificado en todo el mundo».
b) Defensa contra el poder secular: Colecciones pseudoisidorianas (847-852)
La «decadencia carolingia», que se acentuó a medida que avanzaba el siglo IX, alivió al Papado del
peso del poder imperial y alumbró la figura del gran papa Nicolás I (858-867). Pero la anarquía feudal
que se extendió por Occidente dio paso a nuevos peligros para la Iglesia, de los que pretendieron
defenderla las llamadas «Colecciones Pseudo-isidorianas», que exaltaban con este fin la Primacía
romana.

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c) Siglo de Hierro: siglo X
El prestigio del Pontificado sufrió un rudo golpe, como consecuencia de la preponderancia de
las familias feudales romanas —las de Teofilacto, los Crescencios, los Tusculanos— y la deplorable
conducta de algunos Papas. Pero ello no fue óbice para que muchos entes eclesiásticos —monasterios e
Iglesias— pretendieran, en virtud de la «exención», someterse directamente a la autoridad de la Santa
sede y, la cristiandad consiguiera una importante expansión entre los pueblos de centro y norte de
Europa.

2. El Papado de la «Reforma gregoriana»


a) Marco histórico, la coronación de Otón I (962)
Su gobierno y los gobiernos de sus inmediatos sucesores, y la restauración eclesiástica, obra de los
llamados Papas «pre-gregorianos», prepararon el camino a la «Reforma gregoriana», una denominación
que responde al nombre de su principal protagonista, el papa Gregorio VII (1073-1085).

b) Gregorio VII (1073-1085)


Algunas grandes directrices articularon las líneas de fuerza de su Reforma, de robustecer la
autoridad del Primado romano a través de:
1) La Libertas ecclesiae, entendida como liberación de la Iglesia a todos los niveles de dominio
de los poderes seculares.
2) La centralidad romana; la Santa Sede reservó para sí el juicio sobre las llamadas causae
maiores, y los legados papales recorrieron los países de Occidente reuniendo concilios e imponiendo la
unidad disciplinar y litúrgica. Consecuencia de ello fue la abolición de las liturgias particulares, y en
primer lugar de la venerable liturgia mozárabe, observada durante varios siglos en los reinos cristianos
de la Península ibérica.
3) La formulación de una noción de Primado, que implicaba la supremacía de la Sede
romana en el conjunto de la Cristiandad. Esta noción de Primado cristalizó en el documento conocido
con el nombre de Dictatus Papae.
- El Dictatus Papae se trata de un «silabario» compuesto de 27 proposiciones. La mayor
parte de ellas recogen derechos ya preexistentes, aunque su presentación en forma sistemática y
formando un conjunto orgánico los hacían resonar con un tono más imperativo. Algunas proposiciones
eran, en cambio, del todo nuevas y atribuían al Papado prerrogativas que implicaban la supremacía de
la potestad espiritual del Papa sobre todos los poderes temporales.
- Tal era el caso de la tesis 12: « (el Papa) puede deponer a los emperadores»,
- o la 27: «el Papa puede desligar a los súbditos del juramento de fidelidad prestado a los
príncipes injustos». Estas dos proposiciones podían tener graves repercusiones políticas.
c) Siglos XII y XIII: Teocracia Pontificia
1) Marco histórico: enfrentamiento del Papado con los emperadores Hobenstaufen. Es la época
de la «Teocracia pontificia», cuando se atribuyó al Papado la plenitudo potestatis.

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2) Inocencio III (1198-1216) precisó que el Papa es sucesor del apóstol Pedro, pero no vicarius
Petri. Es vicarius Christi, y a él corresponde en exclusiva ese título, que antes se habían atribuido
algunos monarcas cristianos.
3) Con Inocencio IV (1243-1254), los canonistas pontificios —Gil de Roma, Agustín Trionfo
— formularon una teoría de la monarquía papal absoluta: en la Iglesia todo dependería del Papa, por
ser él la cabeza de ese Cuerpo místico, en el sentido de que no recibe fuerza ni autoridad de los
miembros, sino que él, como cabeza, no deja de infundírsela a ellos.
4) Bonifacio VIII (1294-1303) con bula Unam Sanctam lleva a sus últimas consecuencias las
doctrinas hierocráticas de Inocencio IV.
- En enfrentamiento con Felipe el hermoso rey de Francia, advertía Bonifacio al rey, que la
autoridad suprema en la tierra es una e indivisa y le corresponde a la Iglesia, a la que pertenecen las dos
espadas, la espiritual y la temporal. «Toda criatura humana —concluía al Papa— está en todo
sometida al Pontífice por necesidad de salvación».

3. La crisis de la Cristiandad: crisis del Pontificado


a) Limitación al ejercicio de la potestad primacial
La Baja Edad Media que comienza con el traslado de la Sede papal de Roma a Avignon (1309), fue
una época de crisis del Pontificado. Las nuevas monarquías nacionales pretendían ejercer unos
derechos sobre las Iglesias de los respectivos países que suponían serias limitaciones y
condicionamientos al ejercicio por el Papa del poder primacial.
b) Contestación doctrinal al papado: Constitución divina de la Iglesia?
El Pontificado hubo de sufrir una contestación doctrinal, que puso en tela de juicio la constitución
jerárquica de la Iglesia, y en primer lugar la institución del Primado. Guillermo de Ockham y
Marsilio de Padua han de considerase como los principales representantes de las doctrinas
antipapales.

c) El Cisma de Occidente (1378-1417)


1) Marco histórico
El Cisma de Occidente constituyó una dura prueba para el Pontificado. Un Papa de Roma y otro de
Avignon —y en ciertos momentos un tercero— se disputaban la legitimidad, creando un estado de
tremenda confusión entre el pueblo y los reinos cristianos divididos en distintas «obediencias». Ante un
tal estado de cosas, era inevitable que se extendiera por doquier un anhelo de retorno a la unidad y que
se alzaran voces poniendo en tela de juicio la propia estructura constitucional de la Iglesia.
2) Solución: buscar una autoridad por encima de los dos papas.
El problema último se planteaba en estos términos: ¿podía darse alguna situación histórica en que
estuviera justificada una acción de la Iglesia universal frente al Papa?
- La tradición canónica no conocía otra hipótesis que la contenida en la Distinción del capítulo
6 del «Decreto» de Graciano; el Papa «no puede ser juzgado por nadie, a no ser que se haya
apartado de la fe». Es la célebre cuestión del «Papa herético», planteada a menudo, como mera
hipótesis de trabajo en las disputas de los seminarios medievales. Se interpretó que el cisma podía

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equipararse a la herejía y en tal situación el concilio ecuménico aparecía en la Iglesia como la suprema
instancia.
-El Conciliarismo para solucionar el problema:
El «Conciliarismo», la doctrina que sancionaba la supremacía conciliar sobre el Papa, tuvo
su concreción jurídica en dos decretos promulgados por el concilio de Constanza (1414-1417).
Por el decreto Haec sancta (6-IV-1415) el Concilio proclamó que su poder procedía directamente de
Cristo y se declaró superior al Papa en lo referente a la fe, la reforma de la Iglesia y la terminación del
cisma. El 4 de julio de 1415 el «Papa de Roma» —Gregorio XII— abdicó voluntariamente, tras haber
expedido un decreto de convocatoria del concilio, gracias al cual la asamblea de Constanza se convirtió
en legítimo concilio.
Todavía, en octubre de 1417, el concilio promulgó un nuevo documento —el decreto
Frequens— que pretendía institucionalizar la participación sinodal en el supremo gobierno
eclesiástico: el concilio general habría de reunirse periódicamente, en los plazos marcados, sin
necesidad incluso de convocatoria papal. Hecho esto, pudo ya procederse a la elección pontificia.
El cónclave se celebró en la «Kaufhaus» de Constanza, y el cardenal Otón Colonna fue
elegido papa Martín V. El cisma de Occidente había concluido, pero quedaba por resolver el
problema clave de la crisis del Conciliarismo: si en la Iglesia, la autoridad suprema correspondía al
Papa o al concilio ecuménico.
Hizo falta que pasaran aún tres décadas para que, tras la turbulenta historia del concilio
de Basilea, con su nueva tentativa cismática, la victoria del Pontificado fuera definitiva. En 1446, el
papa Eugenio IV confirmó los decretos del concilio de Constanza, «pero sin perjuicio del derecho, de
la dignidad y de la preeminencia de la Sede Apostólica». Era el final de la crisis conciliarista.

V. EL PRIMADO EN LA IGLESIA MODERNA Y CONTEMPORÁNEA


1. En la Europa del Antiguo Régimen
a) Contexto histórico:
- La Reforma protestante sustrajo a la autoridad del Romano Pontífice a buena parte de los
pueblos del Occidente europeo.
- El concilio de Trento, no restableció la unidad cristiana, pero trajo consigo una renovación de
las instituciones eclesiásticas, cuya primera consecuencia fue el robustecimiento de la autoridad del
Pontífice y del gobierno central de la Iglesia.
- No rebrotó el fenómeno del Conciliarismo, pero el ejercicio del Primado papal sufrió las
limitaciones regalistas impuestas por los monarcas católicos, y en primer lugar por la Francia del siglo
XVII, convertida en primera potencia europea.
b) El «Galicanismo» —Regalismo francés—La «carta magna» del Galicanismo fueron en la
Edad Moderna los «Cuatro Artículos orgánicos» impuestos por Luis XIV a la Asamblea general del
clero francés de 1682. Los «Artículos» declaraban:
1- que el Papa tenía poder recibido de Dios sobre las cosas espirituales, pero no sobre las
temporales;
2- que seguían en vigor ciertos decretos conciliaristas de Constanza;

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3-que el ejercicio de la potestad papal habría de regularse de acuerdo con las costumbres e
instituciones del reino;
4- que el juicio del Papa no sería irreformable, a no ser que contase con el consentimiento de la
Iglesia.
c) El Espíritu anticlerical de la ilustración
En el siglo XVIII, el Regalismo francés fue impregnado por el espíritu anticristiano de la
Ilustración. La actitud de los gobernantes del depotismo ilustrado tomó un tinte de abierta hostilidad a
la Santa Sede, y trató de limitar cada vez más el ejercicio de la potestad jurisdiccional del Papa. Las
monarquías borbónicas y Portugal consiguieron la disolución de la Compañía de Jesús, que
consideraban un arma poderosa al servicio del Pontificado.
d) El Josefismo
Parecida orientación tuvo en el Imperio germánico el «Josefinismo», un conjunto de reformas
eclesiásticas promovidas por José II.
En este contexto regalista y episcopalista han de situarse el «Febronianismo», el Sínodo de
Pistoya y las «Puntuaciones» del congreso de príncipes eclesiásticos en Ems, que reconocían la
primacía del Papa, pero afirmando a la vez que en ella no podían incluirse los poderes que en
detrimento —a su juicio— de los Obispos atribuyeron al Papa en la Alta Edad Media las colecciones
del «Pseudo Isidoro».
Máximo exponente del Galicanismo fue la «Constitución civil del clero» (1790). El Papa fue
prácticamente desposeído de poder jurisdiccional sobre la Iglesia francesa, que quedaba en manos del
Estado revolucionario.

2. La definición dogmática de la Infalibilidad pontificia


- Contexto histórico: El siglo XIX —el siglo del liberalismo— fue el punto de encuentro de
una serie de movimientos y corrientes de signo muy diverso: el positivismo racionalista, el idealismo
de Hegel, el liberalismo doctrinario y político, el romanticismo y el materialismo de signo
marxista. Y presenció también el despertar de los nacionalismos, que en Italia plasmaron en el
«Risorgimento», propulsor de la unidad italiana y amenaza directa para la supervivencia de los Estados
Pontificios. De otra parte, el Papado había salido fortalecido de las tribulaciones sufridas a causa de los
regalismos del siglo XVIII y de las turbulencias revolucionarias. Se renovó la vida interna de la Iglesia
y se hizo más próxima y cordial la adhesión del pueblo católico al Vicario de Cristo.
- Reforzamiento de la autoridad del Papa
En este clima de acusados contrastes se sentía la necesidad de reforzar la autoridad del Papa en la
Iglesia y exponer la doctrina tradicional sobre las grandes cuestiones más afectadas por los llamados
entonces «errores modernos».
- La respuesta a esta necesidad fue la convocatoria del concilio Vaticano I (1869-1870).
La asamblea se inauguró el 8 de diciembre de 1869, y el 24 de abril de 1870 aprobó por unanimidad la
constitución Dei Filius, una luminosa exposición doctrinal sobre las relaciones entre la fe y la razón.
Pero la atención se polarizó en seguida en el debate sobre el Primado papal, como primera parte de una
exposición más amplia sobre la Iglesia en su conjunto. La definición de la Infalibilidad pontificia ocupó
pronto un primer plano como el tema central.

11
- La Infalibilidad venía siendo aceptada desde antiguo en la tradición eclesiástica. En el
siglo XVII Belarmino la expuso en términos inequívocos, y en la propia Francia, en el fragor de la
controversia jansenista, los obispos galos la reconocían como parte de la autoridad magisterial del Papa
y la invocaban en favor de sus propias opiniones.
- La Infalibilidad fue definida en el concilio Vaticano I por la constitución Pastor Aeternus
(18-VII-1870). La definición se hizo con extraordinario rigor y precisión, quedando así aclarados
problemas y episodios oscuros del pasado, como los suscitados por actuaciones dudosas de algunos
pontífices antiguos, en especial Anastasio II, Vigilio y Honorio I.
- El Concilio fija exactamente el contenido y los límites del carisma de la Infalibilidad:
«Nos, —dice el Papa en la Pastor Aeternus— ...con aprobación del Sagrado Concilio, enseñamos y
definimos ser dogma divinamente revelado: que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra —esto
es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su suprema
autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y las costumbres debe ser sostenida por la Iglesia
universal— por la asistencia divina que le fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro,
goza de aquella Infalibilidad de que el Redentor divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la
definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y, por tanto, que las definiciones del Romano
Pontífice son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia».
- En el mismo pontificado de Pío IX, la definición de la Concepción Inmaculada de María,
lejos de suscitar rechazo, había sido acogida con júbilo por todo el pueblo cristiano.

3. El Primado en el concilio Vaticano II


La brusca interrupción del concilio Vaticano I, hizo que no hubiera lugar para el estudio de la teología
del Episcopado y de la misión que corresponde a los Obispos, junto al Papa en el gobierno de la Iglesia.
a) La constitución Lumen Gentium en el concilio Vaticano II declaró:
- Que los obispos son sucesores de los Apóstoles, y además de presidir su respectiva iglesia particular,
forman un cuerpo o «colegio», en virtud del principio de la «colegialidad episcopal».
- El poder supremo en la Iglesia universal corresponde de una parte al Colegio episcopal en comunión
con su Cabeza —el Papa— y de otra parte el Papa, «él solo», puede ejercer igualmente el magisterio
supremo.
El Sínodo de los Obispos ha sido la institución en que se ha concretado la participación del episcopado
de todo el orbe en el gobierno supremo de la Iglesia universal.

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CAPÍTULO SEGUNDO
LA ELECCIÓN PONTIFICIA

I. CONSIDERACIONES GENERALES
-Gran interés en los gobiernos seculares y príncipe cristianos
Es cierto que, aunque se trata de una cuestión de naturaleza intraeclesiástica: la designación del
Obispo de Roma, ese Obispo de Roma es a la vez el sucesor de Pedro, como Pastor de todos los
cristianos y titular de una potestad de magisterio, ministerio y jurisdicción que se extiende sobre el
conjunto de la Iglesia Universal.
Esta razón explica el interés que sintieron en todo tiempo por la elección papal los poderes de la
tierra —príncipes cristianos y gobiernos seculares— y también un amplio espectro de fuerzas sociales
de muy diversa índole.
-Necesidad de defender la elección papal
Consecuencia de lo que antecede ha sido la permanente necesidad de defender la elección papal
frente a disputas internas y presiones externas, con el fin de garantizar que el colegio de electores,
asistido por el Espíritu Santo, pueda cumplir su función, para mayor bien de la Iglesia y del pueblo
cristiano. Esta es la razón de los ajustes y perfeccionamientos introducidos a lo largo de los siglos en el
procedimiento electoral.
-Al principio el procedimiento de designación del Papa es igual que el de los obispos en las
otras Iglesias cristianas esparcidas por el mundo.
Se trataba de una normativa que llegó a cristalizar en una frase consagrada —«elección por el
clero y el pueblo»— y que implicaba una intervención activa del presbiterio local, a la que seguía la
expresión el asentimiento de los fieles, bajo la forma de aclamación popular. Haría falta que pasara
bastante tiempo hasta llegar a la introducción de un procedimiento específico, propio en exclusiva de la
elección papal.

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II. LA ÉPOCA ROMANO-CRISTIANA
a) Ante las elecciones controvertidas se adoptan diversas soluciones:
Las elecciones papales controvertidas son un hecho anterior a la concesión de la libertad a la Iglesia por
el emperador Constantino, a comienzos del siglo IV.
1º) No se toman resoluciones y al final muere el antipapa Hipólito:
- Durante los dos siglos precedentes un pequeño cisma: San Hipólito de Roma (170-235)
fue el primer antipapa. Rigorista en materia moral, Hipólito fue el primer antipapa de la historia,
enfrentado con el papa Calixto y sus dos inmediatos sucesores.
2º) Se recurre a un Sínodo Romano:
-No es aceptado el nuevo Papa y algunos eligen a otro: Novaciano enfrentado al Papa
Cornelio (251-253)
Una situación semejante se produjo tras el martirio del papa Fabián (236-250), víctima de la
persecución de Decio. El sacerdote Novaciano, notable teólogo, gobernó sede vacante la Iglesia
romana; pero al procederse a la designación del nuevo Obispo, el cuerpo de electores se inclinó por
gran mayoría en favor de Cornelio (251-253). Novaciano se negó a reconocerle, recibió la consagración
episcopal de manos de tres obispos del sur de Italia y se convirtió así en antipapa.
-Termina con la excomunión en el Sínodo del antipapa: Novaciano
Cornelio, con la ayuda de S. Cipriano de Cartago, consiguió prevalecer y tras reunir un Sínodo de 60
obispos, excomulgó a Novaciano. El antipapa solicitó la comunión a los obispos de las principales
sedes —Dionisio de Alejandría y Cipriano de Cartago— pero su demanda fue rechazada. Es interesante
destacar que todos los protagonistas de estas grandes disputas —Calixto, Hipólito, Cornelio y también,
probablemente Novaciano— sufrieron martirio.

3º) Es necesaria la intervención de la autoridad civil


a) S. Dámaso (366-384) y el diácono Ursino
La elección papal de S. Dámaso (366-384), tras la muerte de Liberio, dio lugar al primer conflicto
electoral surgido en tiempos del Imperio romano-cristiano. Dámaso obtuvo la mayoría de los votos,
pero una porción minoritaria se inclinó a favor del diácono Ursino. La comunidad cristiana se dividió y
la ciudad de Roma fue escenario de una enconada lucha entre facciones favorables a Dámaso o a su
rival, y el conflicto se prolongó durante varios años.
- Al principio, la intervención es discreta:
La autoridad secular tuvo que intervenir y terminar prohibiendo a los ursinistas la permanencia en
Roma y sus cercanías. La elección de Dámaso había requerido la intervención del poder civil y se
constituyó así un precedente para otros conflictos que se plantearían en el futuro. En ese caso, la
conducta del emperador Valentiniano I fue discreta, y lo mismo cabe decir de la seguida por los demás
emperadores cristianos de Occidente que hubieron de intervenir más tarde en parecidas circunstancias.
b) Intervención neutral
-El archidiácono Eulalio enfrentado con Bonifacio I (418-422)
Honorio I, el hijo de Teodosio, emperador de Occidente, declaró que sólo una elección incontrovertida
sería recibida y confirmada por la autoridad civil, pese a la cual, en el año 419, hubo de intervenir a

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petición de la Iglesia romana en el conflicto electoral entre el papa Bonifacio I y su adversario, el
archidiácono Eulalio.
c) Intervención del Exarca a favor del que fue elegido primero
-El diácono Lorenzo, enfrentado al Papa Sinmaco (498-514)
El gran monarca ostrogodo Teodorico mostró ante la elección pontificia una actitud semejante a
la mantenida por los emperadores cristianos occidentales. En el año 498, la mayor parte del clero
romano eligió Papa a Símmaco, pero una minoría sostuvo al diácono Lorenzo. Teodorico se inclinó en
favor de Símmaco.
d) La elección corresponde sólo a los presbíteros:
-Simmaco convoca un Sínodo en el año 499
El Sínodo romano celebrado en el siguiente año 499 dispuso que la elección papal correspondiese
solamente a los clérigos —con exclusión de los laicos—, pero en muchas ocasiones esta norma no se
observó.

III. LA CONFIRMACIÓN DE LA ELECCIÓN PONTIFICIA POR LA AUTORIDAD CIVIL: S


VI a VIII
-Influencias del estamento superior de la sociedad pre-feudal en la elección del Papa
En los siglos siguientes, la creciente importancia religiosa y temporal del Pontificado hizo que fuera
cada vez mayor el interés de la autoridad civil por influir en la elección pontificia. En la designación
del Papa, de hecho, no interviene solamente el clero, sino que pretendieron también influir otras fuerzas
sociales, y en especial el estamento superior de la sociedad pre-feudal de la Urbe romana.
- En esta época, las fuentes históricas contemporáneas informan de la acción de un
abigarrado cuerpo electoral: presbíteros y diáconos romanos, clero familiar, nobles, miembros de la
milicia, pueblo.
a) En el Imperio Bizantino
1) Justiniano y su prerrogativa: “El derecho de confirmación del Papa electo”
Desde mediados del siglo VI, como consecuencia de la «Guerra gótica», Roma quedó incluida
en la órbita de Bizancio, y el emperador oriental se arrogó una prerrogativa que ejerció durante siglos y
después correspondió a otros monarcas cristianos: el derecho de confirmación del Papa electo.
2) El emperador daba el placet. Ejemplos:
La confirmación se solicitaba al basileus bizantino. La fórmula LVIII del llamado Liber
diurnus, que fue redactada en el año 714 para pedir al emperador Anastasio II la confirmación de la
elección papal de Gregorio II, puede servir de ejemplo de esta clase de documentos: «El asentimiento
de todos nosotros —decía— se ha expresado con la ayuda de Dios para elegir Papa a NN,
archidiácono de la venerable Sede apostólica... Por esta razón os suplicamos, derramando lágrimas
como siervos, que por un mandato de Vuestra Piedad, deis validez a los deseos de los demandantes».
3) El exarca de Rávena daba el placet.
En algunas elecciones posteriores, para evitar las largas demoras que provocaba el envío de la
demanda a Constantinopla, el emperador delegó el ejercicio del derecho de confirmación en el exarca
de Rávena, el más alto dignatario bizantino en Italia.

15
4) La elección y consagración no se le comunica a nadie.
1º) S. Zacarias (741-752). La Iglesia de Roma se separa de Bizancio.
A mediados del siglo VIII se produjo el gran giro del Pontificado Romano hacia Occidente: la Sede
Apostólica buscó en el reino de los Francos la protección para Roma y el Patrimonio de San Pedro, que
ya no podía esperar del emperador de Bizancio. La elección papal de Gregorio III (731) fue la última en
que se hizo el tradicional anuncio al exarca de Rávena.
2) Se le comunica al rey de los francos
Tras un breve período en que la elección no se comunicó a ningún soberano, a partir de Pablo I (757-
767) comenzó a anunciarse, una vez efectuada, al rey franco-carolingio.
b) En el Imperio Franco
En el siglo IX los emperadores carolingios comenzaron a ejercer el derecho de confirmación.
1º) Eugenio II (824-827).
-Emperador Lotario publicó la “Constitución Romana” (11.11.824), por la que establecía
que, tras la elección canónica, ningún Papa podía ser consagrado hasta haber prestado ante el missus
imperial juramento de fidelidad al monarca franco. La elección pontificia quedaba así bajo control del
emperador carolingio.

IV. LAS INCERTIDUMBRES DEL «SIGLO DE HIERRO»


La descomposición del Imperio carolingio, que provocó el eclipse de su autoridad, hizo
que también se desvaneciera su control sobre las elecciones papales. Pero las consecuencias de este
vacío no puede decirse que fueran beneficiosas. La Sede Apostólica —y lógicamente la elección papal
— quedaron en manos de otros poderes más próximos, y sin duda más nocivos, que el imperial: las
grandes facciones feudales romanas. Se trataba de la familia de Teofilacto, los Crescencios, los condes
de Tusculum, todos más o menos emparentados entre sí, y que llevaron al Pontificado a los tiempos
más oscuros y penosos del llamado «Siglo de hierro».
Cuando en la segunda mitad del siglo X, el Imperio se restauró en los reyes alemanes por
la coronación de Otón I (2-II-962), el soberano, en virtud de una cláusula contenida en el llamado
Privilegium Ottonianum, restableció el derecho de confirmación imperial de los nombramientos
pontificios en términos parecidos a los previstos en la Constitutio de Lotario: la elección papal requería
el placet del emperador, y el elegido no podía ser consagrado antes de recibir su confirmación y de
haberle prestado juramento de fidelidad.
En líneas generales, esta situación perduró hasta la inesperada muerte del joven monarca
emperador Otón III (23-I-1002). A partir de entonces, y por espacio de cuatro décadas, la elección
papal volvió a quedar en manos de los grandes clanes feudales romanos y el Pontificado conoció otro
período de decadencia, que puede considerarse como una segunda parte del «Siglo de hierro».
Un nuevo emperador, Enrique III (1039-1056), decidió retomar firmemente en sus manos los
asuntos del Pontificado y volvió a imponer la exigencia de que la elección pontificia se celebrara en
presencia del soberano alemán o de sus representantes. De hecho, Enrique III designó directamente los
candidatos al Papado y tuvo el acierto de escoger personas religiosas y ejemplares.
Esta serie de Papas germánicos, iniciada por Clemente II (1046-1047), dignificó el
Pontificado y abrió el camino hacia la Reforma Gregoriana.

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La conclusión a que pudo llegarse, tras las experiencias vividas en los últimos siglos fue
que la elección papal había oscilado entre la directa intervención de la autoridad imperial o bien el
abandono de esa elección en manos de los clanes familiares de la nobleza feudal.
En Roma, aún en los tiempos más oscuros, existió siempre un movimiento en favor de una
genuina reforma de la Iglesia y aunque esos reformadores habían acogido con favor la enérgica
acción de Enrique III, estaba claro que aquella situación de subordinación del Pontificado al poder
secular no podía admitirse como definitiva.
Los reformadores hicieron principal postulado de su programa la defensa de la «libertad
de la Iglesia», y esa lucha por la libertad había de comenzar por obtener las indispensables garantías
para la elección papal.

V. LA REFORMA GREGORIANA Y LA ELECCIÓN PAPAL


a) Contexto histórico
El primer objetivo de la acción de los reformadores gregorianos había de ser el
establecimiento de un procedimiento específico para la elección pontificia, distinto del
tradicionalmente en uso para las elecciones episcopales. La elección papal había de confiarse en
exclusiva a un reducido «colegio» de clérigos, los «cardenales». Las circunstancias favorecieron la
implantación de la reforma. El emperador Enrique III había fallecido prematuramente y la autoridad
imperial atravesaba un período de debilidad, con un rey alemán todavía niño —el futuro Enrique IV—
y el gobierno en manos de su madre, la emperatriz viuda Inés.
b) Sínodo Romano de 1059: Nueva normativa en el decreto “Praeduces sint”
El Papa Nicolás II ocupaba el solio pontificio y el Sínodo romano del año 1059, presidido por
él, promulgó el decreto Praeduces sint, en el cual la normativa de la elección papal fue formulada en
los siguientes términos: «A la muerte del pontífice de esta Iglesia romana universal, ante todo los
cardenales —obispos tratarán sobre la elección de su sucesor, según examen hecho en común, con
extrema diligencia; luego, se unirán a ellos los cardenales— presbíteros y, finalmente, el resto del
clero y el pueblo darán su consentimiento a la designación del elegido. De este modo —y con el fin,
sobre todo de que el mal de la vanidad no se presente en cada ocasión— los hombres religiosos serán
los guías de la elección del nuevo pontífice y los demás le seguirán».
El decreto —como puede advertirse— no recogía un derecho de intervención imperial en la
elección pontificia, bajo la forma de placet previo o de confirmación sucesiva. Tan solo se incluyen,
como fórmula de estilo y sin ninguna fuerza dispositiva estas palabras: «quede a salvo el honor y la
reverencia debidos a nuestro querido hijo Enrique, que actualmente es rey y que con la ayuda de Dios,
así lo esperamos, será un día emperador... Y así como se lo hemos concedido a él, así se lo
otorgaremos a sus sucesores que demanden este derecho a la Sede Apostólica».
La frase salvo debito honore et reverentia es bastante ambigua y no resulta extraño que haya
recibido diversas interpretaciones.
La aplicación de la nueva normativa no resultó fácil, ni tampoco se obtuvieron de inmediato
los resultados perseguidos, así, a la muerte del propio Nicolás II —en julio de 1061— se produjo de
nuevo una doble elección: los cardenales designaron a un renovador, Alejandro de Luca, que tomó el
nombre de Alejandro II; pero la nobleza romana se dirigió a la emperatriz regente, Inés, pidiéndole que,
sin tener en cuenta el decreto Praeduces sint, designase Papa al obispo de Verona, Pedro Cadalo. Así

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surgió el llamado «cisma de Cadalo», que se resolvió cuando una comisión imperial reconoció por fin a
Alejandro II como legítimo Papa.
Setenta años después, al morir Honorio III (26-IX-1130), volvió a producirse un conflicto
electoral: cinco cardenales obispos y la mayoría de los cardenales diáconos designaron a Gregorio
Papareschi, que tomó el nombre de Inocencio II; otro grupo formado por dos cardenales obispos y la
mayoría de los cardenales presbíteros eligió a Pedro Pierleoni, que se hizo llamar Anacleto II. Los dos
fueron consagrados en Roma el mismo día, y el cisma se prolongó por espacio de ocho años.
La experiencia demostraba que la normativa vigente tenía un punto débil: se había determinado el
colegio electoral, pero no la mayoría necesaria para que una elección papal resultase válida. Esto sería
preciso regularlo posteriormente.

VI. LAS NOVEDADES DE LA ÉPOCA DE LA CRISTIANDAD


La primera puntualización estuvo dirigida a colmar el vacío legal que había dado lugar—como se había
dicho— a las últimas elecciones dobles y los consiguientes cismas que provocaron: faltaba una regla
que determinase cual era la mayoría requerida en el colegio electoral.
a) Concilio III de Letrán (1179)
La cuestión fue definitivamente resuelta por el can. 1 del concilio I de Letrán (1179), que
exigió una mayoría de dos tercios de los cardenales integrantes del colegio electoral. El canon añadió
que cuando se hubiera alcanzado esta mayoría cualificada, los electores que rehusaban adherirse a la
elección y persistieran en dar su voto a otro candidato sufrirían la pena de excomunión y serían
reducidos al estado laical.
La legislación lateranense dejaba resuelto un problema importante, pero indirectamente
suscitaba otro: ¿qué cabría hacer en una elección papal, si se sucedían votaciones sin que ninguno
de los candidatos llegase a reunir los dos tercios de los votos de los electores? El hecho fue que
comenzaron a producirse «interregnos», largos períodos de tiempo en que la Sede papal permanecía
vacante, por la imposibilidad de conseguir una elección válida. Un caso extremo fue el abierto tras el
fallecimiento del Papa Clemente IV (29-XI-1268). Hizo falta que pasaran más de tres años para que los
cardenales designaran por fin a seis compromisarios que, a su vez, eligieron Papa al arcediano de Lieja,
Tebaldo Visconti, que tomó el nombre de Gregorio X.
b) Concilio II de Lyon (1274). Gregorio X, Constitución Ubi periculum
Con el fin de forzar a los cardenales a elegir Papa con prontitud, en el concilio de Lyon de 1274,
Gregorio X, por la constitución Ubi periculum impuso el sistema del «cónclave». Régimen de
aislamiento absoluto y progresiva limitación de la ración alimenticia, tales eran los fundamentos
sobre los cuales la constitución Ubi periculum asentaba la institución del «cónclave».
Los cardenales habían de reunirse a los diez días de la muerte del pontífice desaparecido,
en el palacio donde tuvo lugar el fallecimiento. Cada cardenal podría llevar consigo un solo servidor,
clérigo o laico. Todos vivirían en régimen de rigurosa comunidad, aislados del exterior y sin recibir
visitas.
Por lo que hace al régimen alimenticio, la constitución dispuso que si al cabo de tres días de
la reunión del «cónclave» los cardenales no hubieran elegido Papa, «en los cinco días siguiente habrían
de conformarse con un solo plato, tanto para la comida como para la cena. Si al término de esos cinco
días los cardenales seguían sin conseguir designar Papa, a partir de entonces no se les serviría más que
pan, agua y vino, hasta haber realizado la elección».
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El régimen de riguroso «cónclave» no puso término al problema de las largas vacantes
papales. Un interregno de seis meses precedió a la elección de Nicolás III (25-XI-1281). Sin embargo,
la abolición de la constitución de Gregorio X, lejos de solucionar el problema, vino a agravarlo todavía
más.
Una vacante de casi un año precedió la elección de Nicolás IV (22-II-1288); a la muerte de
éste, otra vacante de dos años y tres meses terminó con la elección por unanimidad del santo ermitaño
Pedro Morone, el célebre Papa Celestino V (5-VII-1294), que en su breve pontificado de cinco meses
restableció el régimen de la constitución Ubi periculum.
De los avatares experimentados seguidamente por la elección Papal en la Baja Edad
media, bastará con recordar que el «Cisma de Occidente» surgió como consecuencia de la elección de
Urbano VI (8-IV-1378) y del cardenal Renato de Ginebra, que tomó el nombre de Clemente VII y fijó
su residencia en Aviñón. La elección de Martín V, que puso fin al Cisma occidental, se llevó a cabo en
Constanza (14-XI-1417), por un colegio electoral tan extraordinario como las circunstancias porque
atravesaba la Iglesia: ese colegio estuvo integrado por los 23 cardenales existentes, a los que se
agregaron 30 electores más, seis por cada una de las «naciones» en que se hallaba dividido el concilio.
VII. LA ELECCIÓN PAPAL EN LA IGLESIA MODERNA Y CONTEMPORÁNEA
a) Reforma de Gregorio XV (1622)
La nueva normativa sobre la elección papal, contenida en las bulas del papa Gregorio XV: la
Aeterni Patris (15-XI 1621) y la Decet Romanum Pontificem (12-III-1622) fue una regulación que
permaneció inalterada hasta el pontificado de S. Pío X, a comienzos del siglo XX.
La normativa admitía tres procedimientos para la elección pontificia:
1. El escrutinio: Cada día se celebrarían dos votaciones, una por la mañana y otra por la tarde;
la mayoría requerida para conseguir una elección válida era la de los 2/3 de los votos de los electores.
2. El compromiso: se daba cuando las discrepancias entre aquellos electores impedía obtener la
mayoría necesaria y la cuestión se dejaba en manos de unos compromisarios designados por los
mismos cardenales.
3. La aclamación unánime, por todos los miembros del colegio electoral.
b) Reforma de San Pío X (1904)
Las novedades introducidas por San Pío X fueron debidas en buena medida a un hecho
acaecido durante el «cónclave» en que el Papa Sarto resultó elegido.
Haciendo uso de una vieja prerrogativa que pretendían tener los monarcas católicos, el
cardenal arzobispo de Cracovia, Jan Puzynia, en nombre del emperador Francisco José I de Austria,
interpuso el «veto» al cardenal Rampolla, que había sido Secretario de Estado de León XIII.
Consecuencia del incidente fue la promulgación de la constitución apostólica “Commissum
nobis” (20-I-1904), que sancionaba con excomunión latae sententiae a cualquier participante en el
«cónclave», que aceptara «encargo de la potestad civil para poner veto ni siquiera en forma de simple
deseo».
En una segunda constitución, la “Vacante Sede Apostólica” (24-XII-1904), se garantizó la
libertad del Papa elegido, invalidando cualquier pacto o condicionamiento ligado a los votos emitidos
durante la elección. Se trataba así de excluir cualquier suerte de «capitulaciones cardenalicias», unos
pactos contraídos por los elegidos antes de la elección, que pretendían condicionar la acción de
gobierno del futuro Papa.
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c) Reforma de Pablo VI
Por la constitución Ingravescentem Aetatem (20-XII-1970) excluyó de la participación en el
«cónclave» a los cardenales de más de 80 años de edad;
Por la constitución Romani Pontificis elegendi (1-X-1075) precisó, que el número de
cardenales electores —menores de ochenta años— no debía ser superior a 120. La mayoría requerida
sería de dos tercios más uno, para evitar que un cardenal fuera elegido Papa por haberse votado a sí
mismo.
d) Reforma de San Juan Pablo II
En la constitución Universi Dominici Gregis (22-II-1996) aun conservando en lo sustancial la
normativa anterior, realizó algunas importantes correcciones:
1. incomunicación con el exterior estableció y las votaciones tendrán lugar en la Capilla Sixtina;
2. se alojarán en otro edificio de la Ciudad del Vaticano, Domus Sancte Marthae, debidamente
preparado al efecto.
3, La constitución suprime las viejas formas electorales del compromiso y la aclamación que, en
teoría todavía seguían vigentes.
4. La mayoría requerida para la elección papal es la de dos tercios de los electores, y no la de
dos tercios más uno, como se pedía antes: es un acto de confianza en la rectitud moral de los electores.
5. caso de que el proceso electoral llegase a un punto muerto, por imposibilidad de que ningún candidato obtuviera
la mayoría de los dos tercios, se dispone que los cardenales, por mayoría absoluta, tendrían posibilidad de acordar que
hubiera elección válida, no por la mayoría cualificada de los dos tercios, si no tan solo por mayoría absoluta de los electores.

e) Reforma de Benedicto XVI (buscar)


1) Nueva muestra de vitalidad legislativa de Benedicto XVI
2) Constitución Apostólica Normas non nullas
CAPÍTULO TERCERO
EL GOBIERNO CENTRAL DE LA IGLESIA

I. LOS PRECEDENTES DEL PRIMER MILENIO


1. Los gérmenes de un gobierno eclesiástico
En la época romana-pagana se crearon siete diaconías para la administración de las siete
«regiones» en que se dividía el territorio de la Iglesia romana. Esos diáconos «regionarios» aparecen
como el primer germen de una incipiente organización de gobierno eclesiástico.
Lo mismo cabe decir de los notai —notarios— que aparecieron ya en este periodo redactando
las actas de los martirios de cristianos. Desde el siglo V, los notarios aparecen constituyendo una
corporación —un Collegium- a cuyo frente figuraba el Primicerius notariorum.
Otro núcleo de la primitiva burocracia eclesiástica de Roma fue el «Colegio de los
Defensores», unos funcionarios originariamente laicos, que se ocupaban de cuestiones jurídicas, y de
las misiones que les encomendaba el Papa.
En la primera mitad del siglo IV, se configuró un organismo administrativo encargado
especialmente de la gestión de los bienes de la Iglesia.

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-El papa Gelasio I estableció una distribución cuatripartita para el destino de los ingresos
eclesiásticos de la Iglesia romana, que se extendió como norma general a muchas otras: era una
división en la que una parte se reservaba para el obispo, otra para el clero, una tercera se destinaba a los
pobres y la cuarta servía para atender las necesidades de la Iglesia.
-Durante estos primeros siglos de libertad religiosa, la Iglesia romana recibió cuantiosas
donaciones, provenientes de muy diversos lugares, y con ellas comenzó a construirse el Patrimonio de
San Pedro, que fue la base de los dominios temporales de la Sede Apostólica.
-El papa Gregorio Magno (590-604) reorganizó la incipiente burocracia pontificia,
procediendo a la creación de dos nuevos oficios especialmente relacionados con las actividades
económicas: el arcarius —cajero— y el sacellarius, encargado de controlar los gastos.

2. El «Palacio Lateranense»
En el siglo IX —esto es, en plena edad feudal— aparece la denominación «Palacio
Lateranense», que se emplea en un doble sentido:
1. la residencia oficial de los Pontífices, junto a la basílica de Letrán, templo catedral del Obispo
de Roma;
2. y también el conjunto de dignatarios y funcionarios que auxiliaban al Papa en el gobierno
eclesiástico, entre los cuales destacaba el grupo constituido por los llamados iudices palatini.
El más distinguido de éstos era el primicerius notariorum, cabeza del «colegio» de los notarios
que suscribían los documentos Papales. Le seguía en orden jerárquico y actuaba como su ayudante y
suplente el secundicerius. Estos títulos fueron sustituidos más tarde por los de canciller y
vicecanciller.
Existía un archivo —scrinium— dirigido por el protoscrinarius; en este archivo se redactaban
de ordinario los «rescriptos», que daban respuesta a consultas elevadas a la Sede romana.
Durante este período altomedieval se constituyó el departamento encargado de las finanzas
papales. Se denominó primeramente fiscus, pasando a llamarse camera a principios del siglo XI. El
funcionario más distinguido de la camera fue el arcarius; la administración de los gastos estaba
confiada al canciller —cancellarius— mientras que la gestión de la beneficencia correspondía al
nomenculator.
El desarrollo de la burocracia papal dio lugar a la aparición de unas «carreras» de
funcionarios pontificios y de unas escuelas destinadas a su preparación. Ésta se impartía en la llamada
Schola cantorum y en el Cubiculum, la Casa papal. Estos candidatos a ocupar cargos en la
Administración central eclesiástica se llamaron genéricamente cubicularii; pero en éstos se distinguía
entre «cubicularios» laicos y «tonsurados», según que las funciones que aspiraban a desempeñar
requiriesen o no la pertenencia al estado clerical.
II. LA HERENCIA DE LA CRISTIANDAD MEDIEVAL
1. La centralización gregoriana
El movimiento de centralización eclesiástica iniciado en la segunda mitad del siglo XI —la
«época gregoriana»— tomó el nombre del más ilustre propulsor de la reforma de la Iglesia, el papa
Gregorio VII (1073-1085). Esa centralización contribuyó decisivamente a que en los siglos de la
Cristiandad medieval se configurasen instituciones destinadas a perdurar largo tiempo en la
Administración central de la Iglesia.
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Tres fueron las principales aportaciones de la Cristiandad medieval al gobierno de la
Iglesia universal: 1. el Consistorio, 2. los Oficios y 3. los Tribunales eclesiásticos.
2. El Consistorio
La acción más directa del Papa en el gobierno de la Iglesia tenía como escenario habitual el
«Consistorio», asamblea de eclesiásticos, que se reunía bajo su inmediata presidencia.
El Consistorio revistió a lo largo de los siglos dos formas diversas:
1. «Consistorios públicos solemnes», en los que participaban, junto a los cardenales, otros
clérigos, e incluso laicos;
2. «Consistorios secretos», a los que asistían únicamente los cardenales.
-Los Consistorios deliberaban sobre los problemas eclesiales de mayor importancia, y
asesoraban al Papa en el gobierno central de la Iglesia, aunque su función era de carácter consultivo. El
Pontífice fijaba el orden del día y la relación de los asuntos a tratar.
-El Consistorio vino a suceder a los tradicionales sínodos o concilios romanos de la Tardía
Antigüedad y Alta Edad Media, a los que se hace referencia al tratar de la institución conciliar.
-El Consistorio alcanzó su mayor importancia como institución eclesiástica en el período
clásico de la Cristiandad medieval, esto es, desde el siglo XIII hasta finales del siglo XIV.
-En la Edad moderna, el Consistorio perdió peso como órgano de gobierno eclesiástico y,
aunque no desapareció, quedó reducido durante largos períodos a tener un papel prácticamente
ceremonial. La razón fue que la reforma postridentina de la Curia, que provocó la creación de
numerosas congregaciones, hizo que muchas cuestiones pasaran a ser competencia de los cardenales
prefectos de los nuevos dicasterios, que despachaban directamente sobre ellas con el Pontífice.
En la época presente, el papa Juan Pablo II —dentro del marco del principio de colegialidad,
cuyo exponente principal es el Sínodo de los Obispos— ha infundido nueva vitalidad al Consistorio.
Las reuniones plenarias del Obispo de Roma con todos los cardenales del mundo han contribuido a que
la antigua institución, heredada de la Cristiandad medieval, haya logrado una renovada actualidad.
3. Los Oficios
Tres grandes Oficios tuvieron su origen en la época de la Cristiandad medieval y los tres,
sobrevivieron hasta el siglo XX y desaparecieron por efecto de las reformas de la Curia romana
llevadas a cabo en la segunda mitad del siglo. Fueron la Cancillería, la Cámara apostólica y la Dataría.
a) La Cancillería
-En los primeros años del siglo XI, hizo su aparición, al frente de los «colegios» de notarios,
escribas y bibliotecarios de la Sede Apostólica, un alto dignatario que llevaba el título de «Canciller».
-A fines del siglo XII, el Papa reservó para sí ese título y al dignatario que lo llevaba se la
asignó el de «vice-canciller».
-El procedimiento de despacho de los asuntos en la Cancillería alcanzó su perfección en la
época del pontificado de Aviñón, llegando a cristalizar un auténtico «estilo de Curia».
-Cualquier escrito de súplica o petición seguía un complejo «itinerario» burocrático, que
se iniciaba en el registro de entrada y concluía con la remisión a su destinatario del rescripto, en el que
se recogía la resolución del caso planteado.
-A partir del siglo XV, la Cancillería entró en un claro proceso de decadencia, porque sus
funciones tradicionales fueron asignadas a otros oficios. Pero la Cancillería no desapareció, porque
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siguió teniendo a su cargo la redacción y publicación de los documentos más solemnes: los que
recogían la creación de cardenales, la provisión de los beneficios consistoriales, los decretos de
beatificación y canonización, etc. La Cancillería guardaba celosamente la observancia de reglas
formales, como el uso de una escritura especial —la cancilleresca—, que pronto se tornó ininteligible
para casi todo el mundo.
-El oficio, a cuyo frente seguía figurando un cardenal vice-canciller, sobrevivió a la gran
reforma de la Curia llevada a cabo por Pablo VI en la constitución Regimini Ecclesiae universae
(15-VIII-1963); pero fue suprimida por el mismo Papa en 1973 y sus funciones transferidas a la
Secretaría de Estado.
b) La Cámara apostólica
-Este oficio tuvo un papel importantísimo en la Baja Edad Media, cuando administraba todos
los bienes patrimoniales y rentas de la Santa Sede.
-La Cámara tenía a su cargo el gobierno de los Estados Pontificios, y de ella dependía también
la Casa de la moneda papal. El Cardenal Camarlengo, que dirigía la Cámara, tenía bajo sus órdenes
un numeroso personal y disponía de un tribunal propio.
-En la Edad Moderna la competencia de la Cámara se redujo, debido a la aparición de
varias congregaciones menores destinadas a la administración de los Estados de la Iglesia. Pero este
Oficio seguía siendo en teoría el supremo gestor del Patrimonio de la Iglesia, y ejercía plenamente esta
función cuando se daban situaciones excepcionales. Esto ocurría en concreto durante las vacantes
pontificias. En estos períodos las otras administraciones no podían actuar y el cuidado de todo el
Patrimonio de la Sede romana quedaba en manos del Cardenal Camarlengo.
-La Cámara apostólica —y las congregaciones menores surgidas de ella— perdieron su
razón de ser a partir de la desaparición de los Estados Pontificios en 1870. La administración de las
finanzas papales pasó a otros organismos entre los que sobresalen el antiguo «Istituto per le opere di
religione» —hoy Prefectura para los asuntos económicos de la Santa Sede, presidida por una Comisión
cardenalicia— y la APSA —Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica— instituida por
Pablo VI en 1967, a cuyo frente figura también un cardenal.
-En el pontificado de Juan Pablo II, la competencia de la Cámara Apostólica se reduce a la
misión atribuida al Cardenal Camarlengo durante la Sede vacante. A él corresponde verificar
oficialmente la muerte del Papa y anunciar la noticia al mundo; tomará además posesión del Palacio
Apostólico; conocerá el estado general de las finanzas de la Santa Sede y dirigirá la preparación del
futuro cónclave.
c) La Dataría
-El Oficio se configuró en la Edad Media en torno al «Cardenal Datario», que fechaba —
ponía la «data»— en los rescriptos Papales, especialmente en aquellos que otorgaban la gracia
solicitada.
-Con el paso del tiempo, el propio Datario comenzó a recibir súplicas dirigidas a él,
constituyó sus propios protocolos y se rodeó del personal necesario para configurar un Oficio, la
Dataría.
-La fijación de la competencia de este Oficio en la época moderna fue debida en especial al
Papa Benedicto XIV (1740-1758), que le confió la colación de los beneficios no consistoriales y la
concesión de gracias relativas al fuero externo.

23
-El Datario se convirtió así en uno de los principales personajes de la Curia, por razón de
sus estrechas relaciones personales con el Pontífice. El Palacio de la Dataría se alzaba junto al Quirinal,
residencia Papal durante los siglos XVI al XIX, y comunicaba con ésta por medio de un «cavalcavia»,
o paso elevado. Así, diariamente, durante ciertas épocas al menos un par de veces por semana, la
primera audiencia que concedía el Papa era la del Cardenal Datario, y de este modo el Pontífice
comenzaba la jornada concediendo una gracia, la que el cardenal le solicitaba.
-La Dataría fue suprimida por Pablo VI, en la reforma de la Curia de 1967.
4. Los Tribunales
Hasta el Papa llegaban un número cada vez mayor de asuntos contenciosos —en primera
instancia o en apelación— y de casos de conciencia. Esta fue la razón que hizo necesaria la
organización estable de unos tribunales, que han subsistido hasta hoy en la Administración central de la
Iglesia.

a) La Audientia Sacri Palatii o Tribunal de la Rota


-Hasta el siglo XIII, las reuniones de Consistorio presididas por el Papa resultaban
suficientes para el despacho de los asuntos litigiosos. El incremento del número de casos dio lugar a la
designación de auditores, encargados de instruirles y presentar una relación al Papa, para que éste
resolviera.
-En el siglo XIII, la necesidad de contar con un personal especializado determinó la
creación de unos auditores, titulares fijos del cargo, que formaron un «colegio» y constituyeron la
Audientia Sacri Palatii.
La Audientia tenía como competencia propia conocer en apelación todas las causas civiles
que incumbían a la jurisdicción eclesiástica. Se excluían las «causas mayores» o las cuestiones
electorales, que solían confiarse a un cardenal o a una comisión cardenalicia.
-No existe una opinión unánime sobre el origen del término «Rota», con que se designa este
tribunal. El hecho es que ese término no aparece en la documentación pontificia hasta después del
«Cisma de Occidente».
-El procedimiento que se seguía en el Tribunal era éste: se reunía diariamente, con
excepción de los días festivos; los auditores, por orden de antigüedad, presentaban sus relaciones sobre
los asuntos de los que cada uno hubiera sido ponente, tras lo cual los otros colegas podían expresar su
opinión, y la decisión se haría firme como sentencia del Tribunal.
-El número de auditores creció considerablemente durante la Baja Edad Media, desde
cinco a finales del siglo XIII hasta cerca de treinta amediados del XIV.
-En la época contemporánea, la Rota fue perdiendo influencia a nivel universal. Pero la
renovación de la Curia por Pío X, en virtud de la Constitución Sapienti Consilio (1908), le infundió un
renovada vitalidad que ha conservado tras las sucesivas reformas de la Curia y en los Códigos de
Derecho Canónico de 1917 y 1983.
El Tribunal, compuesto por una veintena de auditores de diversas nacionalidades, actúa de
ordinario por turni de tres miembros. Tiene competencia sobre todas las causas matrimoniales y su
jurisprudencia encierra extraordinario interés. Las sentencias aparecen publicadas regularmente en
volúmenes de Decisiones, que constituyen un valioso cuerpo de doctrina canónica.
b) El Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica
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-Los orígenes de la Signatura son menos claros que los de la Rota. Parece que esos inicios
han de relacionarse con los «refrendarios» que aparecieron en la Curia a mediados del siglo XIII, y
cuya misión era preparar para la decisión y firma papal expedientes sobre materias administrativas y
jurídicas.
-A finales del siglo XV, Sixto IV creó un cuerpo único de «refrendarios», y Alejandro VI
(1492-1503) estructuró la Signatura. Se distinguieron con claridad la «Signatura de gracia» y la
«Signatura de justicia».
-La «Signatura de gracia», presidida por el Papa, trataba de los recursos contra las sentencias
de los cardenales legados que gobernaban los Estados Pontificios, y resolvía los conflictos de
competencia entre las Congregaciones romanas.
-La «Signatura de Justicia» se configuró como un auténtico Tribunal de Casación.
-Pío VII, en 1816, transformó la «Signatura de Justicia» en tribunal para las cuestiones
temporales en los Estados Pontificios, desapareciendo con éstos en 1870.
-Pío X la restauró por la Constitución Sapienti Consilio (1908), pero con denominación y
competencia nuevas, que han sido mantenidas sustancialmente por las posteriores reformas de la Curia.
-El «Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica» desarrolla su acción en tres ámbitos:
1. en el judicial hace las veces de tribunal de Casación;
2. en el contencioso administrativo viene a ser equivalente a un Consejo de Estado;
3. y en el ámbito administrativo, la Signatura hace las veces de ministerio de Justicia y ejerce
su tutela sobre todas las jurisdicciones de la Iglesia.
-El Tribunal está integrado por una docena de jueces —cardenales y obispos—, uno de los
cuales lleva el título de Prefecto y dirige sus actuaciones.
c) Penitenciaría Apostólica
-La aparición de esta institución estuvo relacionada con la multiplicación de reservas y
dispensas Papales producida desde finales del siglo XII, como consecuencia de la creciente
centralización del gobierno eclesiástico. A partir de entonces comenzaron a designarse en Roma
sacerdotes con el título de «penitenciarios», a los que el Papa concedía potestad para absolver pecados
y censuras.
-Estos penitenciarios constituyeron pronto un «colegio», al frente del cual estuvo desde el
siglo XIII un Cardenal Penitenciario mayor.
-La Penitenciaría gozaba de una amplia competencia para cuestiones de fuero interno; pero
pronto fue rebasando estos límites y extendiendo su acción al fuero externo, sobre todo en lo relativo a
cuestiones beneficiales. Estas extralimitaciones dieron lugar a que, en el siglo XVI, se llevara a cabo
una profunda reforma del tribunal.
-San Pío V, por la Constitución Ut bonus (1569), sentó las bases de la nueva Penitenciaría
como tribunal unipersonal, constituido únicamente por el Cardenal Gran Penitenciario, y reiterando que
toda resolución o sentencia procedente de la Penitenciaría carecería de efectos en el fuero externo.
-En los siglos siguientes, la persistente tendencia de la Penitenciaría a traspasar los límites del
fuero interno provocó la intervención en sentido restrictivo de varios pontífices, en especial de
Benedicto XIV. Este Papa reorganizó el Tribunal, fijando con precisión el ámbito de su competencia.
El Tribunal sería presidido por el Cardenal Gran Penitenciario, auxiliado por el «Regente». Su

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nombramiento era de carácter vitalicio y su autoridad se extendía en Roma sobre los penitenciarios
menores, adscritos a las Basílicas de la Urbe, y también sobre los confesores extraordinarios.

III. LAS INSTITUCIONES NACIDAS DE LA REFORMA CATÓLICA


1. Las Congregaciones: rasgos generales
-Las Congregaciones fueron la gran aportación de la Edad Moderna al gobierno central
de la Iglesia. Su creación oficial se produjo en la segunda del siglo XVI, como fruto inmediato de la
Reforma Católica subsiguiente al concilio de Trento. El fin que se perseguía era mejorar la eficacia de
la Curia, dividiendo el trabajo entre los Cardenales y sus órganos auxiliares. La ordenación de conjunto
de la Curia fue obra de Sixto V, en la Bula Immensa Aeterni Dei (22-I-1588).
-Por esta Bula fueron creadas seis congregaciones encargadas de la administración de los
Estados Pontificios, y otras ocho destinadas al gobierno de la Iglesia universal.
-Cuatro de éstas habían sido ya esbozadas en tiempo de Paulo III y se constituyeron en
firme tras el concilio de Trento: Inquisición (Santo Oficio), la del Índice, la del Concilio y la de la
Consulta de Obispos.
-Las cuatro restantes fueron la de Ritos, la de Estudios, la de la Consulta de los regulares y
la de Asuntos Consistoriales.
-En el siglo XVII, se crearon cinco nuevas congregaciones: la Congregación para el examen
de los Obispos, la de Propaganda, la de la Inmunidad, la de las Indulgencias y la del Estado de los
regulares.
-En los siglos siguientes se produjeron diversos cambios en el esquema precedente:
agrupaciones o desdoblamiento de congregaciones y extinción de otras, que habían cesado
prácticamente en sus actividades. Su existencia provocó un notable desarrollo de la burocracia
pontificia y creció en importancia el papel de los prelados puestos al frente de cada una de ellas. Esto
vale en particular para el Cardenal Presidente, que llevaba el título de Prefecto, salvo en aquellas —
Santo Oficio, Consistorial— en que el Papa se reservaba la presidencia y el cardenal llevaba el título de
Secretario.

2. Las principales congregaciones


a) Congregación del Santo Oficio de la Inquisición (Congregación para la Doctrina de la
fe)
-Fundada en 1547 con el título de «Santa Inquisición»,
-su competencia se extendía a todo lo concerniente a la doctrina de la Fe y los Sacramentos.
-En los siglos XVII y XVIII, su actividad fue muy intensa. Hubo de ocuparse de debates tan
resonantes como la controversia de auxiliis y el conflicto corporativo a que dio lugar entre dominicos y
jesuitas. Intervino también en cuestiones tan disputadas como el Jansenismo, el Pietismo o el juicio de
Galileo.
-En el siglo XVIII, el Santo Oficio condenó errores relacionados con el Regalismo y denunció
las ideas anticristianas de los filósofos «ilustrados» y de la «Enciclopedia».

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-El 7 de diciembre de 1965, víspera de la clausura del concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI
mudó la denominación «Santo Oficio» por la de «Congregación para la doctrina de la Fe».
b) La Congregación del Índice
-En estrecha relación con el Santo Oficio, la misión propia de la Congregación del Índice era
confeccionar una lista de libros y escritos, cuya lectura había de prohibirse a los fieles por contener
doctrinas y tesis peligrosas acerca del dogma, la Sagrada Escritura, la disciplina y la moral.
-El primer Índice se publicó en 1567 por el Santo Oficio, y la nueva Congregación editó ya
directamente el de 1590.
-Los libros prohibidos se clasificaban en tres categorías:
1. libros concretos con el nombre de los autores;
2. autores cuyas opera omnia se declaraban prohibidas;
3. y obras publicadas bajo seudónimo.
-El último Índice apareció en 1948.
-La Congregación del Índice fue suprimida por Benedicto XV (25-III-1917).
-La Congregación para la doctrina de la Fe —que había asumido sus competencias—
declaró,
el 24 de junio de 1966 que el Índice dejaba de ser una ley eclesiástica, por lo que la lectura de
un libro prohibido dejaba de llevar aparejada la censura de excomunión.
-El Índice dejó de reeditarse, aunque conservaba su valor moral, en cuanto invitaba a los
fieles a evitar aquello que podría poner en peligro su fe o sus costumbres.
c) La Congregación del Concilio
-Instituida por Pío IV (1564), su misión era proseguir y hacer aplicar la obra del concilio de
Trento, cuyos decretos habían sido confirmados por el propio Pontífice en virtud de la Bula
Benedictus Deus (26-I-1564). Era competente para interpretar la legislación conciliar y la que fuera
promulgándose en materia disciplinar y judicial.
-En el siglo XVIII, Benedicto XIV reorganizó la Congregación y le atribuyó la misión de
controlar la situación de las diócesis y algunas funciones más.
-En la actualidad se ocupa especialmente de la vida y formación del clero y la actuación de los
organismos diocesanos, así como del control de la catequesis.
d) La Congregación De propaganda fide
-El Papa Gregorio XV, por la Constitución Immutabili (22-I-1622) creó la Congregación De
propaganda fide, llamada desde la reforma de la Curia por Pablo VI en 1967, «Congregación para la
evangelización de los pueblos».
-La misión que se le encomendó fue «adoptar las medidas necesarias para que el Evangelio
fuera predicado en el universo mundo». Debía, especialmente, vigilar con prudencia a las misiones, en
la predicación y enseñanza y «reclutar, formar y repartir los misioneros».
-En tierras de misión, su competencia se extendía a toda suerte de cuestiones, con excepción
de las de fe, que eran de la incumbencia del Santo Oficio, y las relativas al fuero interno, que debía
conocer la Penitenciaría.

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-Durante los siglos XVII y XVIII, la acción de la Congregación dio lugar a roces con los
derechos tradicionales de las Monarquías Católicas —en especial los Patronatos español y portugués—
sobre sus Imperios coloniales.
-En el siglo XIX, la decadencia de estos reinos facilitó la acción universal de la congregación
en tierras de misión. Esta circunstancia favoreció la superación de las lógicas dificultades surgidas,
como consecuencia del gran proceso de descolonización iniciado a partir de la mitad del siglo XX.
e) La Congregación Consistorial, hoy Congregación para los Obispos
-Fue creada por Sixto V en 1588, en la Bula Immensa Aeterni de ordenación de la Curia
romana, «para la erección de las Iglesias y las provisiones consistoriales».
-Su función principal había de ser preparar los trabajos del Consistorio, pero pronto sirvió para
sustituirlo. Eran competencia suya la geografía eclesiástica —erección y modificación de las
demarcaciones territoriales— y sobre todo los nombramientos para beneficios eclesiásticos mayores, en
especial los obispados.
-En los siglos XVII y XVIII, se redujo su campo de acción, por la extensión de las
competencias de otros Dicasterios, y más aún por las presiones de los príncipes de la época del
Regalismo, ansiosos de controlar los nombramientos episcopales.
-En la actualidad es función suya la coordinación de cuanto se relaciona con la geografía
eclesiástica, el nombramiento de los Obispos y el recto ejercicio de su oficio pastoral. También cuanto
tiene relación con las visitas ad limina, al examen de las relaciones quinquenales diocesanas, así como
con las reuniones de Obispos en conferencias episcopales, concilios particulares, etc.
Otras Congregaciones romanas
f) La «Congregación para las Iglesias Orientales» fue erigida por Gregorio XIII en 1573,
con el título de «Congregación para los asuntos de los Griegos». Tras diversas incidencias a lo largo de
los tiempos, la Congregación fue restaurada definitivamente por Benedicto XV en 1917, con la
denominación de «Congregación para la Iglesia Oriental», corregida por la actual durante el
pontificado de Pablo VI. El nuevo Código de Cánones de las Iglesias orientales, promulgado en
1990, es una norma fundamental válida para las Iglesias Católicas de Oriente, que respeta y valora la
tradicional autonomía de cada una.
g) La «Congregación del culto divino y de la disciplina de los Sacramentos» es la
continuación de la antigua Congregación de Ritos, existente con ese nombre desde la organización de
la Curia por Sixto V en 1588, hasta el pontificado de Pablo VI. De este dicasterio depende todo lo
relativo a la Sagrada Liturgia y a la administración de los Sacramentos.
h) La «Congregación de las causas de los santos» nació como una derivación de la
Congregación de Ritos, en virtud del breve de Urbano VIII Coelestis Ierusalem (5-VIII-1634). Su
competencia específica son los procesos de beatificación y canonización, según las normas de la
Constitución apostólica Divinus perfectionis magister, que constituye un anexo del Código de Derecho
Canónico de 1983.
i) La «Congregación para los institutos de vida consagrada y sociedades de vida
apostólica» tiene como primer origen el breve Romanus Pontifex de Sixto V (1586). Precedentes
suyos son otras congregaciones instituidas entre los siglos XVII y XIX, con las del «estado de
regulares», «obispos y regulares», etc. Pío X le dio nueva forma en 1908 como «Congregación de
religiosos», título al que Pablo VI añadió «y de los Institutos seculares». Juan Pablo II le atribuyó la
denominación que actualmente lleva, en conformidad con la terminología empleada por el nuevo

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Código de 1983. Su competencia específica es la promoción de la vida religiosa y de la vida
apostólica, erigiendo y suprimiendo institutos de una y otra condición canónica.
j) Por último la “Congregación de la Educación Católica». Erigida orgánicamente por
Sixto V con el título de Congregatio pro universitate Studii romani, tuvo por fin ocuparse de los
asuntos relacionados con la Universidad de la Urbe. Su historia ha conocido diversos avatares, entre
ellos la de su desaparición durante el período que corre entre el pontificado de Clemente X (1670-1676)
y el de León XII (1823-1829), que le confió la misión de velar por la enseñanza de los Estados
Pontificios. Pío X le concedió competencia sobre todas las universidades católicas y facultades
eclesiásticas del orbe, y Benedicto XV extendió su autoridad a los seminarios.
Actualmente, tiene a su cargo la promoción de la formación —espiritual y humana, doctrinal y
pastoral— en los seminarios, la normativa a que deben atenerse las escuelas católicas y la erección de
las universidades e instituciones eclesiásticas de estudios superiores.

3. La Secretaría de Estado
Entre las instituciones precedentes del período de la Reforma Católica, hay un oficio que sigue
teniendo en grado eminente una función esencial en el gobierno central de la Iglesia: la Secretaría
de Estado, primer organismo de la Curia romana, que tiene por misión auxiliar al Romano Pontífice en
el ejercicio de su misión y también en armonizar la relación de todos los demás dicasterios. La
Secretaría de Estado se constituyó a la largo de los siglos XVI y XVII y, a partir de la segunda mitad
de este último siglo, pasó a ser la institución fundamental de la Curia romana.
Su historia es la siguiente:
En tiempo de León X, en plena época del Pontificado renacentista, existían dos servicios
diferenciados en el Palacio papal:
1) uno era la Secretaría apostólica, que tenía a su cargo la redacción y envío de breves a los
príncipes, y la llamadas «cartas secretas»;
2) el otro servicio era la «Secretaría de los Florentinos», que redactaba en italiano la
correspondencia relacionada con la política de la Santa Sede.
El control de estas dos Secretarías y la creación de las Nunciaturas permanentes favoreció
en el siglo XVI la aparición de la figura del «Cardenal nepote» —sobrino del Papa y su hombre de
confianza—, que dirigía la diplomacia vaticana y supervisaba el gobierno de los Estados de la Iglesia.
La dirección de los servicios de las dos Secretarías —la Apostólica y la de los Florentinos
— quedó confiada a un secretario del Cardenal nepote —Secretario mayor—, nombrado por el
Papa. El Secretario mayor —a veces Cardenal— era, hacia 1580, el principal personaje de la
diplomacia pontificia; pero hacia 1590, se inició una reacción de los Cardenales nepotes, que se
convirtieron en ministros omnipotentes del gobierno eclesiástico y redujeron el rango de Secretario
mayor al nivel de secretario personal suyo. Así, durante varias décadas prevaleció un régimen
centralizado de gobierno eclesiástico, en manos del «nepote».
A lo largo de la primera mitad del siglo XVII, la valía personal de varios titulares de la
Secretaría mayor —que comenzó a llamarse Secretaría de Estado— determinó la creciente importancia
del cargo.
Bajo Inocencio X (1644-1655) puede decirse que se inició un régimen de gobierno dualista. El
nombramiento para Secretario de Estado del cardenal Pancirolo hizo de éste el principal personaje de la
diplomacia pontificia en los años cruciales de la Guerra de los Treinta años, mientras el cargo de
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Cardenal Nepote quedó largo tiempo vacante. El sucesor de Pancirolo —el nuncio en Colonia Fabio
Chigi— se impuso en la Curia por su prestigio y fue elegido papa Alejandro VII (1655-1667). El
régimen dualista pareció afianzarse con una clara división de competencias: el Nepote dirigía la
administración de los Estados de la Iglesia, mientras que las relaciones internacionales pasaron a estar
en manos del Secretario de Estado. Pero la evolución siguió avanzando y condujo a la desaparición de
la figura del Cardenal nepote.
Inocencio XI (1676-1689) designó a un experimentado diplomático —el Cardenal Cibo— para
la Secretaría de Estado, sin nombrar junto a él un Cardenal nepote.
A partir de Inocencio XII (1691-1700) ese cargo se suprimió, y el nepotismo quedó prohibido
formalmente.
A partir de entonces, existió solamente un Secretario de Estado al frente de la Secretaría,
convertida en la institución fundamental de la Curia, en el orden político y administrativo. Su función
era la de ser órgano de transmisión entre las congregaciones y tribunales romanos de una parte y los
Estados —y a menudo los cleros nacionales— por otra. La Secretaría de Estado tuvo también a su
cargo la acción diplomática de la Santa Sede y la dirección del gobierno de los Estados de la Iglesia.
La estructura actual de la Secretaría de Estado es la resultante de las reformas llevadas a
cabo por Pablo VI en 1967 —Constitución Apostólica Regimini Ecclesiae universae— y Juan Pablo II,
por la Pastor Bonus (1988).
En virtud del primero de esos documentos la Secretaría de Estado absorvió las secretarías de
breves a los príncipes y letras latinas, así como la Dataría y la Cancillería Apostólica.
Hoy, la Secretaría de Estado figura a la cabeza de los dicasterios romanos y se halla
dividida en dos secciones: la primera, de Asuntos generales, bajo la dirección del Sustituto, ayudado
por el Asesor; y la segunda, para las relaciones con los Estados, dirigida por el Arzobispo Secretario,
que cuenta con la ayuda de un Subsecretario.

IV. ORGANIGRAMA DE LA CURIA ROMANA A COMIENZOS DEL SIGLO XXI


La estructura de la Curia romana en los comienzos del tercer milenio de la Era cristiana es el
resultado de cuatro reformas llevadas a cabo a lo largo del siglo XX:
1. la de Pío X (1910);
2. las correcciones introducidas por Benedicto XV, antes de recoger el nuevo modelo en el
Código de Derecho Canónico de 1917;
3. la reforma de Pablo VI, siguiendo las orientaciones del concilio Vaticano II, que se halla
contenida en la Constitución apostólica Regimini Ecclesiae universae815-VIII-1967);
4. y la cuarta reforma, contenida en la constitución apostólica de Juan Pablo II Pastor Bonus
(28-VI-1988).

Bajo la autoridad del Cardenal Secretario de Estado, existen nueve Congregaciones:


1. para la Doctrina de la Fe,
2. para las Iglesias Orientales,
3. para las Causas de los Santos,

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4. para el Culto divino y la Disciplina de los Sacramentos,
5. para los Obispos,
6. para la Educación católica,
7. para el Clero,
8. para la Evangelización de los Pueblos,
9. para los Institutos de Vida consagrada y las Sociedades de Vida apostólica.

Existen, además, doce «Pontificios Consejos»:


1. para los Laicos,
2. para la promoción de la Unidad de los cristianos,
3. «Justicia y Paz»,
4. «Cor unum»,
5. para la Familia,
6. para la pastoral de los emigrantes e itinerantes,
7. para la interpretación de los Textos legislativos,
8. para el Diálogo interreligioso,
9. de la Cultura,
10. para las Comunicaciones sociales y
11. para la Pastoral de los Agentes sanitarios,
12 y Promocion de la nueva evangelización.

CAPÍTULO CUARTO
LOS CARDENALES

I. LOS ORÍGENES
Los cardenales:
1. son los más altos dignatarios de la Iglesia Católica.
2. Constituyen el Senatus Papae (consejeros y colaboradores).
3. spirituales ecclesiae universalis senatores. (s. XI, san Pedro Damián)
4. A ellos incumbe la elección del Papa
El término cardinalis:
1. aparece por 1era vez en un pasaje del Liber Pontificalis (pontificado de Esteban III (768-772).
2. la voz cardo, que en la Liturgia romana significaba el quicio de la puerta que la unía
firmemente al edificio de que formaba parte.
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3. Cardinalis, se llamaba también en las Iglesias titulares al clérigo ligado de manera
permanente a ellas.
4. Desde al menos el siglo IV, el presbyterium del obispo de Roma le asistía en sus funciones
litúrgicas y pastorales.
5. En la Alta Edad Media, los clérigos que estaban al frente de las veintiocho Iglesias titulares
existentes en la ciudad comenzaron a ser llamados presbyteri cardinales. Junto a ellos figuraban los
Obispos de las pequeñas diócesis «suburbicarias», situadas en torno a la Urbe, y que se turnaban en la
dirección del culto de la Basílica Lateranense, y fueron llamados episcopi cardinales ebdomadarii.
Los cardenales-obispos desempeñaban funciones de relieve.
Existió, por último, un «orden» de cardenales diáconos, cuyo origen tuvo que ver con los
siete «diáconos regionarios», que eran un importante «colegio», dentro del clero romano.
La importancia de los cardenales en la vida de la Iglesia se incrementó notablemente desde
los comienzos de la Reforma Gregoriana.
El Papa Nicolás II, en el Sínodo de Letrán de 1059, promulgó el decreto In nomine Domini,
por el cual puso la elección pontificia en manos de los cardenales.

II. NOMBRAMIENTO Y PROCEDENCIA


Eran nombrados por el Papa que, tras el anuncio de su decisión, les instituía en una solemne
ceremonia, cuyos detalles variaron con el paso de los siglos.
Durante mucho tiempo estuvieron prescritas como partes esenciales
1. aperitio oris (derecho de aconsejar al pontífice).
2. la capacidad Electoral
3. la entrega del anillo
4. La colación de los privilegios cardenalicios.
S. XII: se rompió la regla que exigía a los cardenales estar domiciliados en la Urbe, como
miembros del «presbiterio» romano.
Alejandro III (1181): cardenalato a extranjeros, dispensados de la residencia en Roma y
autorizados a seguir ejerciendo su oficio eclesiástico (ej.Obispo de algún lugar).
S. XIV y XV: los príncipes católicos iniciaron la costumbre de presentar candidatos propios al
cardenalato.
Ciertas sedes se hicieron sedes Cardenalicias, y sus titulares, por tradición: Cardenales.
Procedencia territorial de los cardenales: Italia, fue la región más favorecida;
Pero en el pontificado aviñonés, la región favorecida fue Francia.
Desde comienzos del siglo XV, los cardenales italianos fueron siempre mayoría absoluta en
el Sacro Colegio. Esto se prolongó hasta el pontificado de Pío XII que empezó a crear cardenales
extranjeros en su mayoría.
III. COMPOSICIÓN DEL SACRO COLEGIO
a) Baja Edad Media: la cifra fue muy reducida,

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b) La época postridentina (numerus clausus) Sixto V: estableció una cifra máxima de 70: 6
cardenales obispos, 50 presbíteros y 14 diáconos.
c) Pablo VI: elevó a 120 el número de cardenales «conclavistas» y 80 años para votar.
d) Juan Pablo II, ha rebasado la cifra de 120 conclavistas, aunque sin cambiar la norma.
e) Sixto V— estableció como requisito para ser cardenal la edad mínima de treinta años.
Los cardenales debían ser también personas de costumbres honestas y con un nivel intelectual
suficiente.
No se exigió la condición clerical, y menos aún el sacerdocio. Todavía en el siglo XIX, el
cardenal Antonelli, Secretario de Estado de Pío IX, era solamente diácono.
Fue solamente Juan XXIII quien, en virtud del motu propio Cum gravissima (15-IV-1962),
exigió que todos los cardenales fueran obispos y que, si no lo eran ya, recibieran la consagración
episcopal.

IV. PRETENSIONES SOBERANISTAS DE LOS CARDENALES


En los reinos cristianos de la Baja Edad Media, y también de la Edad Moderna, hubo
cardenales que ejercieron importantes funciones políticas en la vida de los Estados: así los cardenales
Richelieu y Mazarino en Francia, Wolsey y Pole en Inglaterra, Cisneros, el cardenal-Infante o el
cardenal Alberoni en España.
Pero, existieron algunas pretensiones del Sacro Colegio y de los cardenales, demandando
una participación corporativa en el gobierno de la Iglesia. Estas reivindicaciones se hicieron más
intensas durante las crisis eclesiásticas de los siglos XIV y XV.
En el año 1084, en plena época, aún, de la Reforma Gregoriana, ciertos cardenales reclamaron
sus derechos a participar en el gobierno de la Iglesia, alegando que también ellos eran un elemento
constitutivo de la Sede romana.
Algún decretista, como Uguccio, exaltó el papel del Sacro Colegio, con el argumento de que la
expresión Ecclesia romana podía entenderse como la unión del Papa y los cardenales.
Algún decretalista como el Hostiense, demandó más tarde la participación de los cardenales
en la plenitudo potestatis.
En el siglo XIV las pretensiones cardenalicias alcanzaron su cenit y llegaron a una concreción
canónica institucional: las llamadas «capitulaciones electorales ».

V. LAS «CAPITULACIONES ELECTORALES»


Las «capitulaciones» se formularon por primera vez en el año 1352 —en plena época
aviñonense—, cuando, tras la muerte del Papa Clemente VI y antes de proceder a la elección del
sucesor todos los cardenales suscribieron un pacto —una «capitulación»— que encerraba el
compromiso por parte del futuro Papa de asociar a los cardenales a todos los actos importantes del
gobierno eclesiástico.
Las «capitulaciones» se sucedieron en futuros interregnos, y su objetivo era instaurar una especie de
«diarquía», como forma de gobierno eclesiástico al más alto nivel.

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Se pretendió, incluso, la participación necesaria del Sacro Colegio en la elaboración de las
leyes y en la confección de las sentencias en las «causas mayores».
Otra pretensión fue que en las «capitulaciones» se fijara el número de cardenales, la
intervención del Sacro Colegio en su reclutamiento, y el establecimiento de garantías contra cualquier
intento de deposición, prisión o censura.
Se exigió, aún, la aprobación de los dos tercios del Sacro Colegio para el nombramiento y
cese de los altos funcionarios laicos, la recaudación de subsidios y la enajenación de bienes del
patrimonio de la Iglesia romana.
Algún canonista, como el autor de la Glosa palatina, llegó a exaltar al Colegio cardenalicio
hasta el punto de ponerlo incluso por encima del Papa. Su principal argumento fue la clásica máxima
orbis maior urbe, «el Orbe es mayor que la Urbe», interpretada en el sentido de que el Sacro Colegio
asumiría la representación del pueblo cristiano del mundo entero. Pero se trata de una opinión
minoritaria, más aún obsoleta, y tanto los Papas como el sentir común de los canonistas mantuvieron la
doctrina de la constitución monárquica —por derecho divino— de la Iglesia, representada por el
Pontificado romano.
Las «capitulaciones» —nunca reconocidas por los Papas tras su elección— no pasaron de ser una
página de la historia de las instituciones eclesiásticas.

VI. FUNCIONES PROPIAS DE LOS CARDENALES


Durante la Edad Media, una función específica de los cardenales era la de aconsejar al Papa
en las reuniones del Consistorio sobre cuestiones de importancia relacionadas con el gobierno de la
Iglesia.
En la época de la Reforma Gregoriana, los cardenales ejercieron con frecuencia la función de
legados a latere, enviados por el Papa para promover la efectiva aplicación de las disposiciones
reformadoras en los reinos de la Cristiandad. Su papel revistió particular importancia en lo relativo a la
centralización eclesiástica y la unificación litúrgica. Cardenales eran también los que llevaban la
dirección de los grandes oficios de la Curia, como la Cancillería y la Cámara Apostólica.
En la época moderna, entre los siglos XVI y XVIII, el estatuto jurídico de los cardenales
permaneció prácticamente inalterado. Seguían participando en el gobierno de la Iglesia, pero la forma
de intervención en él experimentó ciertas variaciones. La actuación colegial cardenalicia siguió
teniendo la máxima importancia en la elección papal, siempre reservada en exclusiva al Sacro Colegio;
en cambio, el Consistorio perdió relieve y, como advertía el cardenal de Luca en 1673, se había
convertido en una institución de prevalente índole ceremonial, en la que los cardenales solían limitarse
a escuchar al Papa.
La acción de los cardenales en el gobierno de la Iglesia se daba sobre todo, a través de los
consejos que, a título personal daban al pontífice; y especialmente en virtud del cargo oficial que
desempeñaban en la Curia al frente de los grandes dicasterios —congregaciones y tribunales— creados
sobre todo en la época postridentina, y a los que se hizo ya referencia al estudiar el gobierno central de
la Iglesia.
Los principales cargos político-administrativos de los Estados Pontificios estuvieran
también confiados a menudo a miembros del Colegio cardenalicio.
Es bien sabida la importancia que revistió la obra de los legados Papales en el concilio de
Trento.
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Y conviene recordar, todavía, la función protectora ejercida por cardenales sobre
determinadas instituciones eclesiásticas, y en particular sobre Órdenes y Congregaciones religiosas.
La figura del «Cardenal protector» apareció en el siglo XIII, coincidiendo con la fundación y desarrollo
de las Órdenes mendicantes, y en concreto de los Franciscanos.
En la Edad Moderna, la institución del «Protectorado» cardenalicio alcanzó gran extensión,
pero también dio lugar a abusos e injerencias en el gobierno interno de la institución «protegida», unos
desórdenes que Inocencio XII trató de corregir por la bula
Christifidelium (16-II-1694).
Los «Protectorados» cardenalicios fueron suprimidos por Pablo VI en 1964. Por tal razón,
la figura del cardenal protector, todavía regulada por al Código de derecho Canónico de 1917, no fue ya
recogida en el vigente Código de 1983.

CAPÍTULO QUINTO
LA ACCIÓN EXTERIOR DE LA SEDE APOSTÓLICA

I. LA REPRESENTACIÓN DIPLOMÁTICA
1. Los primeros legados potificios
c. 362: «El Romano Pontífice tiene derecho nativo e independiente de nombrar sus propios
legados y enviarles tanto a las Iglesias particulares en las diversas naciones o regiones como a la vez
ante los Estados y Autoridades públicas».
Funciones:
1. procurar que sean cada vez más firmes y eficaces los vínculos de unidad que existen entre la
Sede Apostólica y las Iglesias particulares (can. 364).
2. promover las relaciones entre la Sede Apostólica y las Autoridades del Estado; trabajar de
modo particular en la negociación de concordatos y otras convenciones de este tipo, cuidando que se
lleven a la práctica (cfr. can. 365).
3. La doble función que, con diversos títulos y modalidades, han llevado a cabo los legados
papales tienen tras de sí una larga historia:
a. Período romano-cristiano los Papas comenzaron a enviar legados a los grandes concilios
que se celebraron tanto en Oriente como en Occidente.

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b. En el gran concilio celebrado en Arles en el año 314, la Sede romana estuvo representada
por varios presbíteros y diáconos, enviados por el Papa Silvestre I.

2. Vicariatos y Vicarios
Los Vicariatos fueron constituidos en algunas sedes, a las que Roma concedió una cierta
función representativa, que llevaba aparejada la atribución de derechos especiales sobre las Iglesias de
determinados territorios.
Historia:
a. El papa Siricio (384-399) otorgó al obispo tesalonicense Anisio la facultad de confirmar
todas las elecciones episcopales que se realizaron en la región del Illiricum(precedente del Vicariato de
Tesalónica).
b. El papa Zósimo (417-418) constituyó el Vicariato de Arles.
El Vicariato de Arles, incluía bajo su potestad las provincias eclesiásticas Narbonense y
Vienense, aunque Arles no era capital de la provincia eclesiástica. Un tal estado de cosas implicaba
necesariamente una interferencia en los derechos de los metropolitanos de Narbona y Vienne, razón por
la cual el Papa León Magno prohibió al obispo de Arles el ejercicio de una autoridad vicaria sobre
aquellas dos provincias.
c. el papa Símaco (498-514) dio un nuevo impulso al Vicariato de Arles, siendo obispo de la
sede san Cesáreo: concedió a sus titulares especiales facultades en materia doctrinal y una misión de
mediación entre la Sede Romana y los príncipes francos, entonces ya señores de las Galias.
d. En la Península Ibérica no se constituyeron Vicariatos vinculados a una determinada sede
episcopal, sino que se designaron Vicarios apostólicos a título personal.
d.1 El primero fue Zenon, obispo de Sevilla, nombrado por el papa Simplicio (468-483).
d.2 El papa Hormisdas (514-523) designó a su vez el obispo Juan de Elche y, pocos años
después, ese mismo pontífice nombró el obispo Salustio de Sevilla vicario suyo para la Bética y la
Lusitania.
e. El Vicariato de Arles perdió gradualmente importancia en la segunda mitad del siglo
VI, y tampoco se nombraron nuevos vicarios para España.
f. El único Vicariato que sobrevivió fue el de Tesalónica, desaparecido en 732 al comienzo
de la campaña iconoclasta. El emperador bizantino León Isáurico lo suprimió, sometiendo la región a la
jurisdicción del patriarcado de Constantinopla.

g. En el siglo VIII desapareció también una institución que constituyó el más próximo
precedente de las futuras Nunciaturas: los «apocrisarios»: representantes permanentes de la Sede
Romana cerca de la Corte imperial. Los «apocrisarios» aparecieron en el siglo V y desaparecieron en
el VIII, (crisis «Iconoclasta») donde se interrumpió las relaciones entre el Pontificado y el Imperio
bizantino. Gregorio Magno fue «apocrisario» en Constantinopla.

3. Los Legados medievales

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Cuando dejaron de enviarse «apocrisarios»—el siglo VIII— los Papas comenzaron a nombrar
«legados misioneros» en varios territorios del occidente y centro de Europa, de nueva o reciente
cristianización.
Función: Supervisar la vida de las jóvenes Iglesias y la instauración de las instituciones eclesiásticas.
San Bonifacio, el apóstol de Germania fue un legado misionero.
San Metodio, fue legado misionero del papa Adriano II (867-872), cerca de los pueblos eslavos
establecidos en la cuenca danubiana.

Historia:
a. Alta Edad Media: cumplían una función temporal, no sólo de orden eclesiástico sino
también político, cerca de las autoridades ante las cuales estaban acreditados.
b. En la Reforma Gregoriana fueron instrumentos eficaces de su efectiva aplicación.
Los legati romani eran obispos y estaban dotados de amplios poderes:
b.1 convocar concilios.
b.2 impulsar la unificación litúrgica.
b.3 restaurar la disciplina.
b.4 promover en general la centralización eclesiástica.
b.5 En las Iglesias nacionales la presidencia de los concilios y, en su caso, de las asambleas «de
paz y tregua».
Entre esos representantes papales, una superior categoría correspondió a los legados a
latere, titulares del ius plenae legationis, que llevaba consigo amplias facultades como:
1. la concesión de dispensas.
2. absolución de pecados y censuras, incluidas las reservadas al Papa.
3. otros poderes en los ámbitos legislativo, disciplinar y judicial.

4. Las Nunciaturas
a. Origen:
1. Las circunstancias político-eclesiásticas en la Baja Edad Media, y tras el fin del Cisma de
Occidente (1417), favorecieron su aparición.
2. La desintegración de la Cristiandad europea y el desarrollo del Estado moderno, con un
sensible reforzamiento del poder de los príncipes sobre la vida tanto civil como eclesiástica de sus
reinos, fue otro factor determinante para su aparición.
3. Las nunciaturas nacieron en parte a imitación de las instituciones laicas análogas —las
embajadas de carácter permanente— que por entonces ya existían.
b. Función: Política y religiosa, pues abarcaba la totalidad de los asuntos espirituales y
temporales que podían interesar a la Iglesia, y en concreto a la Sede romana.
c. Historia:

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1. Quedó configurada en la segunda mitad del siglo XV y el primer nuncio permanente fue
Francisco des Prats, acreditado por Alejandro VI (1492-1503) ante la España de los Reyes Católicos.
2. León X creó las nunciaturas en Viena ante el emperador (1513) y las de Francia (1514) y
Portugal (1515).
3. Paulo III (1534-1549) dio un carácter más religioso a las nunciaturas, cuyo titular habría
de ser siempre un obispo, o al menos un eclesiástico.
4. A lo largo del siglo XVI fueron creándose nuevas nunciaturas —en Polonia, en varios
Estados italianos— y también una en Colonia, para atender más de cerca las regiones del norte y oeste
de Alemania, en unos tiempos cruciales del enfrentamiento entre Protestantismo y Reforma Católica.
5. La Santa Sede actuó también por medio de agentes oficiosos, como Possevino, que
intervino activamente en las negociaciones con los rutenos—los llamados unionistas», durante el
pontificado de Clemente VIII.
6. No todas las nunciaturas de la época moderna tenían iguales competencias. España se
distinguía por las amplísimas facultades de que gozaba el nuncio.
7. Tras los tratados de Wesfalia, el prestigio internacional de la Santa Sede experimentó un
sensible descenso, que repercutió en sus órganos de acción diplomática.
8. A finales del siglo XVIII, cuando dio comienzo la Revolución francesa, existían catorce
nunciaturas acreditadas en los Estados católicos de Europa.

5. La representación papal en la época contemporánea


Concluido el periodo revolucionario, el Congreso de Viena (1815) trajo consigo un
renacimiento de la diplomacia pontificia y de la institución de las nunciaturas, que fue reafirmado en la
convención diplomática de Viena de 1961.
En los países donde se reconoció al representante papal la prerrogativa de ser el decano del
cuerpo diplomático, ese representante llevó el título de nuncio.
Y fueron llamados «Pronuncios» y «Delegados apostólicos» los representantes de la Santa Sede ante
los Estados que no le otorgaban aquella preeminencia honorífica, y sin embargo deseaban mantener
relaciones con el Vaticano.
En el siglo XX, a raíz de las Guerras mundiales y de la aparición de numerosos Estados de
nueva creación; se ha multiplicado el número de embajadores acreditados ante la Santa Sede y a su
vez el de representante del Romano Pontífice ante los Estados que mantienen relaciones con el
Vaticano.
Una importante faceta de la acción exterior de la Santa Sede es el envío de representantes a
organismos como la ONU, la UNESCO, el Consejo de Europa, la O.I.T., etc., y a las grandes
Conferencias internacionales.

II. EL SISTEMA CONCORDATARIO


1. Los primeros concordatos
La acción exterior de la Santa Sede ha tenido muchas veces como uno de sus objetivos la
consecución de acuerdos con los Estados, dirigidos a regular cuestiones político-religiosas de interés
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para la Iglesia y el Poder civil. Estos acuerdos pueden ser de menor o mayor rango y recibir diversas
denominaciones: convenios, tratados, modus vivendi, etc.
La denominación más clásica para las convenciones de orden superior ha sido
históricamente la de «concordato», y relaciones concordatarias se denominan las fundadas sobre esta
institución jurídica.
El Código de Derecho Canónico, aplicando el principio pacta sunt servanda, declara que sus
cánones «no abrogan ni derogan los convenios de la Santa Sede con las naciones o con otras sociedades
políticas» (can. 3).
Historia:
1. Durante el primer milenio, no se concertó ningún acuerdo entre la Santa Sede Apostólica y
el Poder civil que merezca ser llamado concordato.
2. Como primer concordato ha sido considerado desde el siglo XVII, el de Worms,
concertado entre los legados del papa Calixto II y los del emperador Enrique V el 23 de septiembre de
1122. Este puso término a la llamada cuestión de las Investiduras.
3. A partir del siglo XV, esto es desde la consolidación de las grandes monarquías europeas,
que puede hablarse de una generalización del sistema concordatario.
3.1 Destaca el concordato de Viena (1448), base de las relaciones entre la Santa Sede y el
Imperio alemán hasta comienzos del siglo XIX.
3.2 Destaca también el concordato con Francia (1516) —un hito importante en la historia del
Galicanismo—, que estuvo vigente hasta la Revolución francesa.
4. Edad contemporánea:
4.1 el concordato entre la Francia de Napoleón I y el papa Pío VII (1801) hasta la ruptura de
relaciones entre la Santa Sede y la Tercera República y la subsiguiente ley de separación de la Iglesia y
el Estado (1905).
4.2 Concordatos dignos de especial mención fueron los de Austria (1855) y el de España
(1851), que normalizó las relaciones con la Sede Apostólica. El Concordato estuvo vigente hasta la
instauración de la II República, en abril de 1931.
5. Pío IX —entre los años 1851 y 1862— concertó nueve concordatos con países de
Hispanoamérica, emancipados de la antigua Corona española.
Finalidad de los concordatos en hispanoamérica:
Era conseguir que los nuevos países conservaran las estructuras de una sociedad cristiana
tradicional y la confesionalidad católica del Estado.
La contrapartida habría de ser la continuidad del régimen del Patronato y el
reconocimiento al Poder civil de las jóvenes Repúblicas del derecho de presentación de obispos.
En la práctica, la vida y observancia de los concordatos con estos países dependió en buena
medida del color de los gobiernos de cada país.

2. Concordatos y convenios en el siglo XX


Contexto histórico:
1. El período «de entreguerras» fue fecundo en actividad concordataria.
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2. Nacimiento de nuevos Estados, que entablaron relaciones diplomáticas con la Sede Romana.
14 concordatos fueron inscritos —12 con países europeos y 2 con americanos—entre los años
1922 y 1940, algunos de ellos de particular relieve.
Los más importantes 1ra mitad del s. XX:
1. Santa Sede e Italia, por los que se solucionó la llamada «Cuestión romana» (11-II-1929).
2. s. Sede y Austria (5-VI-1933), derogado al producirse el «Anschluss», fue restablecido al
recuperar Austria su independencia, tras la II Guerra Mundial.
3. S. Sede con el III Reich alemán, Adolfo Hitler. Este concordato, constituyó un instrumento
defensivo que facilitó la acción —y la supervivencia— de la Iglesia Católica en Alemania y fue
mantenido substancialmente tras la caída del Nazismo.
4. El concordato con Portugal se firmó durante la II Guerra Mundial (7-V-1940).
En el período que comprende la segunda mitad del siglo XX, más que concordatos
propiamente dichos en los que se intenta recoger el conjunto de asuntos relativos a las relaciones de la
Santa Sede con un determinado Estado, se han negociado acuerdos o convenios sobre cuestiones
particulares.
Los más importantes 2da mitad del s. XX:
1. con España (27-VIII-1953), considerado entonces por algunos como paradigma de
concordato con una nación católica.
2. con Colombia y el concertado con Polonia una vez caído el comunismo.
3. El concordato con España fue sustituido por cuatro acuerdos, al instaurarse la
democracia, tras el final del Régimen de Franco.
4. con Italia, el concordato anterior sufrió reformas, introducidas en 1984 (18-II)

CAPÍTULO SEXTO.- LA INSTITUCIÓN CONCILIAR

I. LOS CONCILIOS DURANTE EL PRIMER MILENIO


1. En los tres primeros siglos
Origen:
1. Se remonta a la edad apostólica, cuando se reunió el concilio de Jerusalén.
2. La constitución conciliar en esta primera época se designa indistintamente con las voces
concilium y synodus.
3. Razón primordial de su existencia y de su continuidad a lo largo del tiempo: fue la lógica
conveniencia, sentida desde muy antiguo, de que los representantes de la Jerarquía eclesiástica se
reunieran para deliberar sobre las cuestiones que se planteaban en cada momento histórico, tanto en
materia de fe como de disciplina.
4. La reunión de sínodos y concilios está acreditada ya en la época del Imperio romano-
pagano:
4.1 Eusebio de Cesarea, da abundantes noticias sobre las reuniones de concilios en Asia Menor,
alguno a finales del siglo II, y varios más en la primera mitad del siglo III. A mediados de éste, en el
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año 251, se celebró en Roma un concilio con asistencia de 60 obispos, con el fin de adoptar una actitud
común ante Novaciano, que pretendió erigirse como antipapa frente al legítimo pontífice, Cornelio.
4.2 Cipriano informa sobre la reunión de asambleas sinodales en las primeras décadas del siglo
III, y él mismo celebró varios concilios, en la época de sus disputas con la Sede romana sobre la
reconciliación de los lapsi y la reiteración del bautismo.

2. La diversificación de la institución conciliar


La concesión de la libertad a la Iglesia y el comienzo de la época del Imperio romano-cristiano:
Efectos:
1. sensible diversificación de la noción y la realidad de los concilios, comenzando por el
aspecto de su propia dimensión.
2. permitió la reunión de amplísimas asambleas conciliares. Paradigma de esos grandes
concilios fueron los que recibieron la denominación de «ecuménicos» —universales— que en número
de ocho se sucedieron dentro del primer milenio.
3. La más reducida forma de asamblea fueron los concilios provinciales.
El Imperio contaba en esta época con un número aproximado de 120 provincias, a las que
correspondían provincias eclesiásticas. Habrían de reunirse dos veces por año, según prescribió el
canon 5 del concilio I de Nicea (325).
4. Otros concilios, de dimensión intermedia y características diversas que resultan más
difíciles de tipificar: los concilios generales, plenarios, particulares y, que después de la caída del
imperio fueron llamados: concilios «nacionales» o «reales».
5. A comienzos del siglo IV, se celebraron en el Occidente romano varios concilios que
rebasaron ampliamente la dimensión provincial:
a) concilio de Ilíberis, Elvira (306?), al que asistieron representantes de Iglesias de todas las
provincias romanas de Hispania;
b) concilio de Arles, en la Galia (314).
c) El concilio de Sárdica (343-344), en la Península balcánica, sin ser ecuménico, es digno de
especial mención por haber acudido a él un gran número de obispos de todo el Imperio: orientales,
occidentales y africanos.

3. Las grandes series conciliares


Desde el punto de vista histórico-canónico, tienen especial interés los concilios que se
reiteraron con parecidas características, y pueden agruparse en series. Entre ellos se contaron en primer
lugar los concilios romanos y los patriarcales de Constantinopla:
1. Los concilios romanos se celebraban anualmente en Pascua y asistían, los obispos de la Italia
suburbicaria directamente dependientes de la Sede Apostólica en el aspecto jurisdiccional, y otros
obispos presentes de modo accidental en Roma, o bien con residencia en la Urbe, fugitivos o exiliados
de sus propias sedes.
Función: trataban y resolvían, sobre todo, cuestiones judiciales y disputas sobre elección de
obispos, planteadas en diversos territorios occidentales.

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2. Los sínodos patriarcales de Constantinopla, que más adelante fueron tipificándose como
asamblea de metropolitanos, convocadas y presididas por el patriarca.
3. Las principales series conciliares, en la Iglesia latina occidental:
a) África, ( mediados del siglo IV – V). Aquellos se reunieron habitualmente en Cartago, bajo
la presidencia del obispo de esta ciudad. El gran número de obispados existentes y el cisma Donatista
contribuyeron a esta prodigiosa eclosión conciliar.
b) Hispania (siglo VII) serie de los concilios toledanos —casi todos generales—, en los que
brillaron como protagonistas los grandes representantes de la Patrística visigoda. Características:
1. aprobaron una extensa legislación eclesiástica y civil.
2. compusieron Símbolos de la Fe, muy importantes para la historia de la Teología.
3. fueron de ordinario convocados por el rey.
4. Compuesto por obispos, abades y magnates laicos (concilia mixta).
5. La lex in confirmatione concilii, que el monarca acostumbraba promulgar tras la clausura de
cada Sínodo, confería también validez civil a sus cánones.
c) Galias (VI – VII)
Características:
1. índole disciplinar, o bien sobre cuestiones circunstanciales.
2. En la época carolingia, la autoridad imperial intervenía activamente en los concilios.
3. Temas de importancia doctrinal: herejía «Adopcionista» y la cuestión de las imágenes, sobre
la que se compusieron los famosos «Libros Carolinos».
4. Los acuerdos y cánones conciliares eran promulgados por el emperador, bajo la forma de
«capitulares eclesiásticos».

4. Los concilios ecuménicos


Constituyó la principal expresión de la institución conciliar y asumía la legítima representación del
Orbe cristiano.
Primer milenio:
1. 8 concilios ecuménicos con ciertos rasgos comunes:
a) se celebraron en Oriente.
b) sus participantes fueron en su inmensa mayoría orientales,
c) la temática tuvo un marcado acento oriental.
1- Nicea (325) definió la consustancialidad del Padre y el Hijo, y condenó a Arrio
2- Constantinopla (381) definió la divinidad del Espíritu Santo.
3- Éfeso (431) proclamó la Maternidad divina de María y condenó a Nestorio
4- Calcedonia (451) dos naturaleza en la única persona de Cristo, frente al monofisismo
5- Constantinopla II (553) condenó las doctrinas nestorianas de los «Tres Capítulos»
6- Constantinopla III (680-681) dos voluntades en Cristo y condenó el Monotelismo.
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7- II de Nicea (787) formuló la doctrina sobre el culto a las imágenes
8- IV de Constantinopla (869-870) puso fin al cisma producido durante el primer patriarcado de
Focio.
2. En siete de los ocho concilios ecuménicos de este período estuvieron presentes los
legados papales, que disfrutaban de una privilegiada precedencia de honor.
3. El Papa, además, confirmaba las actas del concilio y podía negarse a sancionar alguna de
las decisiones, como ocurrió con el can. 28 del concilio de Calcedonia.
4. Reconocimiento de su ecumenidad: se fundó en dos principios:
1) en su recepción por la Iglesia universal
2) y en la aprobación pontificia

5. Los concilios provinciales


El último lugar de la jerarquía conciliar lo ocuparon, tanto por dimensión como por su rango
jurisdiccional, los concilios provinciales, en los cuales los obispos de una determinada provincia debían
reunirse bajo la presidencia del metropolitano.
El papa Gregorio Magno trata de conseguir que estos concilios se reunieran al menos una
vez al año, y esa fue también la periodicidad que se trató de conseguir en la Iglesia visigoda; pero
tampoco se logró. La irregularidad se mantuvo a lo largo de toda la Edad Media: el concilio IV de
Letrán (1215) ordenó la celebración anual de los concilios provinciales; su ritmo mejoró, pero sin
alcanzar la anualidad prescrita.
Misión primordial: el control de la disciplina eclesiástica y función judicial a modo de
tribunales.
II. LOS CONCILIOS EN LA ÉPOCA DE LA CRISTIANDAD
1. La aplicación de la Reforma Gregoriana
La historia del siglo XI está marcada por algunos grandes acontecimientos:
a) el cisma de Oriente (1054), que separó la Iglesia griega
b) el comienzo de las Cruzadas, en tiempo del papa Urbano II (1088-1099)
c) la «Reforma Gregoriana» en la llamada «época de la Cristiandad» en Occidente.
La Reforma Gregoriana que tuvo en la restauración de la disciplina eclesiástica, y la
unificación litúrgica dos de sus aspectos fundamentales.
El éxito de la Reforma se debió sin duda a su efectiva aplicación, conseguida en buena
medida gracias a la acción de los legados papales enviados desde Roma. Esa acción tuvo como uno de
sus principales recursos los concilios convocados por ellos con asistencia de los obispos de los distintos
reinos. Los concilios ecuménicos de la época constituyen una serie sinodal con rasgos propios y
características.

2. Los concilios ecuménicos medievales


Características:
1. se reunieron en Occidente, con una reducida representación oriental.
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2. La convocatoria correspondió siempre al Papa
3. Los temas que trataron fueron, de ordinario, cuestiones de disciplina eclesiástica.
Los concilios correspondientes a esta serie de «sínodos papales» son los siguientes:
- Lateranense I (1123), que sancionó las normas sobre la investidura eclesiástica pactadas en el
«concordato de Worms»
- Lateranense II (1139), contra la usura, simonía y falsas penitencias.
- Lateranense III, condena a cataros y albigenses, y sobre la elección pontificia.
- IV de Letrán (1215) constituciones de notable interés teológico.
- Lyon I (1245) influido por la lucha entre el papa Inocencio IV, el emp.Federico II.
- Lyon II (1274) intentar la unión con los Griegos y la terminación del Cisma de Oriente
- Vienne (1311-1312) último de los sínodos ecuménicos de la cristiandad medieval.

Los tres últimos concilios celebrados en la Baja Edad Media quedan fuera de la serie
conciliar de la cristiandad, tanto por su composición como por su temática.
- Constanza (1414-1418): misión de poner fin al cisma.
- Basilea (1431-1449): terminó perdiendo su legitimidad y se convirtió en conciliábulo.
- Florencia: concilio unionista por la bula Laetentur Caeli.
Pero la unión así conseguida no llegó a consolidarse, por el rechazo popular griego y la caída
de Constantinopla en poder de los turcos (1453).

III. LOS CONCILIOS EN LA IGLESIA MODERNA Y CONTEMPORÁNEA


1. El concilio de Trento
El concilio V de Letrán, que se proyectó como una continuación de la serie de sínodos papales
de la Cristiandad, con la esperanza de que sería capaz de afrontar con la seriedad requerida la tarea
reformadora. (1512-1517), fue incapaz de llevar adelante la gran empresa que exigían las circunstancias
históricas.
Contexto:
El concilio de Trento tuvo una larga preparación.
Influía de una parte el interés del emperador Carlos V, por la unidad cristiana.
El Pontificado temía un relanzamiento de doctrinas conciliaristas de la Baja Edad Media.
- El emperador pedía que se diese precedencia al tema de la reforma de la Iglesia,
- El Papado quería, que se tratasen en primer lugar los problemas doctrinales.
Se acordó, por fin, que se simultanease el tratamiento de unos y otros, alternando los decretos de fide y
los de reformatione.
- el papa Paulo III convocó el concilio (25-V-1542). La inauguración fue el 13/12/ 1545.

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- trayectoria accidentada: tuvo su primera sede en Trento, la segunda en Bolonia, y en Trento
tuvieron lugar el tercer y el cuarto período de sesiones; y sufrió también una larga suspensión—de 1552
a 1562—, que abarcó todo el pontificado de Paulo IV.
Por fin, el concilio pudo concluirse en tiempo de Pío IV.
- fue un «concilio papal».
- No consiguió ser un concilio «unionista», no pudo rehacer la unidad cristiana en Europa.
- Fue un concilio reformador:
a) La imposición del deber de residencia de los obispos.
b) la institución de los seminarios «tridentinos» para la formación del clero
c) la regulación del matrimonio.
El éxito de Trento estuvo en la efectiva implantación de sus reformas:
a) Un Catecismo para párrocos,
b) un nuevo Misal y un nuevo Breviario.
c) la nueva edición de la Biblia Vulgata.

2. El concilio Vaticano I
Contexto:
La convocatoria del concilio respondió al clima intelectual dominante a mediados del siglo
XIX, los «errores modernos», inspirados en la «Ilustración anticristiana».
La bula de convocatoria fue publicada el 29 de junio de 1868 y Pío IX inauguró el sínodo el 8 de
diciembre de 1869, en presencia de unos 700 obispos.
-Documentos:
a) constitución Dei Filius, relaciones entre la fe y la razón, frente a los errores derivados del
Racionalismo (24-IV-1870).
b) constitución Pastor Aeternus (18-VII-1870), fijó exactamente el alcance y los límites
precisos de la doctrina de la Infalibilidad.
Antes se habían perfilado tres posturas: los «anti-infalibilistas», muy pocos, los
«inoportunistas» —una minoría— y los «infalibilistas», que eran la mayoría.
La «minoría» se retiró, pero tras la aprobación, la totalidad de sus miembros se adhirieron a la
definición.
Sólo un grupo de «anti-infalibilistas» que se movían al margen del concilio, capitaneados por
Döllinger, crearon el cisma de los «Viejos católicos».
El concilio Vaticano I concluyó súbitamente, porque la toma de Roma por los piamonteses
(20-IX-1870) obligó a suspender sine die sus sesiones.

3. El concilio Vaticano II
Contexto:

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- El 25 de enero de 1959, Juan XXIII anunció: la convocatoria de un concilio ecuménico, la
celebración de un sínodo romano y la puesta al día del Código de Derecho Canónico.
- En su primera encíclica Ad Petri cathedram (29-VI-1959) anunciaba los objetivos del
concilio: promover la fe católica, renovar las costumbres del pueblo cristiano y actualizar la disciplina
eclesiástica.
- Un paso previo fue la consulta hecha por la Santa Sede al Episcopado, a los Dicasterios de
la Curia romana y a las Facultades de Teología y Derecho Canónico de las Universidades Católicas.
- La convocatoria del concilio se produjo por la constitución apostólica Humanae Salutis
(25-XII-1961), y Juan XXIII inauguró la asamblea el 11 de octubre de 1962.
- Tras la muerte de Juan XXIII (3-VI-63), Pablo VI, al día siguiente de su elección (21-VI-
63), expresó su propósito de reanudar el concilio, como tarea primordial de su pontificado y lo
concluyó el 8 de diciembre de 1965.
- El gran propósito doctrinal del Vaticano II fue la formulación de los principios
fundamentales de la teología del Episcopado.
A esta cuestión estuvo dedicada ahora la constitución Lumen Gentium, documento central
del concilio, en el que se formulan y desarrollan las siguientes proposiciones:
1. ª, la consagración episcopal constituye el grado supremo del sacramento del Orden;
2. ª, todo obispo legítimamente consagrado y en comunión con el Papa entra a formar parte
del Colegio episcopal;
3. ª, el Colegio de los obispos es sucesor del Colegio de los Apóstoles y, con su cabeza el Papa
—nunca sin ella—, goza por derecho divino de la suprema potestad sobre todas las Iglesias.
La consecuencia es la proclamación del principio de la colegialidad episcopal.
La Comisión doctrinal precisó exactamente el sentido de la colegialidad, para dejar bien a
salvo la suprema potestad del Papa.
El principio de la vocación universal a la santidad fue también enunciado por la Lumen
Gentium (L.G., 2, 11).
Con el fin de hacer efectiva la doctrina de la colegialidad episcopal, Pablo VI, (16- IX-65),
creó la institución del Sínodo de los obispos. Con la misma inspiración colegial, el concilio animó a los
obispos a constituir conferencias episcopales en sus países.
- La reforma litúrgica, fue regulada por la constitución Sacrosanctum Concilium.
- Como frutos del concilio una serie de obras elaboradas y publicadas durante las décadas
siguientes a su clausura:
El nuevo Misal romano (1969); la Liturgia de las Horas (1971), el nuevo Código de Derecho Canónico
(1983), el Código de Cánones para las Iglesias orientales (1990) y el Catecismo de la Iglesia Católica
(1992).

IV. EL SÍNODO DE LOS OBISPOS


1. Clases de asambleas y su composición
La creación del Sínodo de Obispos fue prueba de la voluntad de dar vida a una institución
que canalizase e hiciera efectivo el ejercicio de la colegialidad, a nivel de la Iglesia universal.
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Pablo VI convocó el primer Sínodo en septiembre de 1967.
A partir de entonces, los sínodos han venido reuniéndose con notable regularidad, y la
institución ha sido recogida en el nuevo Código de Derecho Canónico (can. 342-348).
El Sínodo es una asamblea de obispos provenientes de las distintas regiones del mundo ,
que se reúne convocada por el Romano Pontífice y constituye un modo de colaboración del episcopado
católico con el Papa en el gobierno de la Iglesia y de fomento entre ellos del «afecto colegial».
Al Papa le corresponde convocar el Sínodo, establecer el orden del día, presidirlo y
clausurarlo.
Al Sínodo corresponde debatir las cuestiones propuestas, pero su función es eminentemente
consultiva, a no ser que en determinados casos el Romano Pontífice le hubiera otorgado potestad
deliberativa.
Existen tres tipos de asambleas sinodales:
a) la asamblea general ordinaria, en la que han de tratarse cuestiones que afecten el bien de la
Iglesia universal;
b) la extraordinaria, que es convocada cuando hayan de tratarse asuntos que afectan
igualmente al bien de toda la Iglesia, pero que, debido a las circunstancias, exigen una rápida solución.
c) asamblea especial, para ocuparse de problemas que conciernan particularmente a una o
varias regiones determinadas; estos sínodos especiales están integrados principalmente por padres
seleccionados de aquellas regiones para las que había sido convocado.
Al Papa corresponde, si le parece oportuno, recoger los resultados de los sínodos en la
correspondiente exhortación postsinodal.

2. La tradición sinodal
Pese al poco tiempo transcurrido desde la creación del Sínodo de los Obispos, la institución
aparece sólidamente consolidada, y las tres clases de asambleas se han reunido en varias ocasiones.
La periodicidad de los sínodos ordinarios se ha movido entre los tres y los cuatro años, y han
ido seguidos siempre se una exhortación postsinodal.
Un sínodo extraordinario se reunió en 1985 para hacer un balance en el vigésimo aniversario
de la clausura del concilio Vaticano II.
La particular situación eclesial en los Países Bajos motivó la reunión de un Sínodo
especial, entre los días 14 y 30 de enero de 1980. Pero la atención de la mayoría de estos sínodos ha
estado centrada en el examen del estado de la Iglesia en un determinado continente.
En la década que precedió el gran Jubileo del año 2000, se reunieron sínodos especiales para
África, América, Asia, Europa y Oceanía.

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CAPÍTULO SÉPTIMO
GRANDES SEDES E INSTITUCIONES ECLESIÁSTICAS
SUPRADIOCESANAS

I. LOS PATRIARCADOS
En la organización de la Iglesia universal, una gradación de sedes se escalona jerárquicamente, por
razón de su importancia canónica y real, entre el Pontificado romano y el episcopado diocesano. Se
trata de los Patriarcados, las sedes Primadas y las provincias eclesiásticas.

1. Los Patriarcados
El fenómeno de las grandes sedes se dio especialmente en Oriente y fue el origen de los Patriarcados.
Concilio I de Nicea (325): reconoció una condición privilegiada, en razón de prestigio, tradición o
autoridad regional, a la sede de Roma en Occidente y a algunas sedes episcopales de la Parte de
oriente del Imperio: Alejandría, Antioquía, y Jerusalén, está última sin emanciparla de la jurisdicción
del metropolita de su provincia eclesiástica.
Concilio I de Constantinopla (381) dio la concesión al obispo de Constantinopla de “la primacía de
honor” después del obispo de Roma, porque la ciudad es la capital del Imperio del Oriente, fundada
por Constantino en el año 330.

2. El Patriarcado de Constantinopla
Concilio de Calcedonia (451) elevó el rango de la sede de Jerusalén, otorgándole una primacía sobre
las tres provincias eclesiásticas de Palestina.
El canon 28 atribuye al obispo de Constantinopla los mismos signos de honor y respeto que al de
Roma, y se le reconoció potestad jurisdiccional sobre las «diócesis» civiles de Tracia, Asia y Ponto así
como sobre los obispos de los países bárbaros, más allá del Imperio.
Entre su potestad patriarcal estaba: consagrar a los metropolitas de toda la circunscripción,
convocarlos a concilio e instituir un tribunal de apelación de las sentencias de los tribunales
metropolitanos y diocesanos.
La estructura territorial de la Iglesia son cinco Patriarcados. Roma en occidente y cuatro en
Oriente: Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén.
El esquema de organización «pentárquica» de la Iglesia y la preeminencia de la sede de
Constantinopla en Oriente, se mantuvo por las siguientes razones: la política eclesiástica del
emperador Justiniano y la decadencia de los otros tres Patriarcados Orientales, a raíz de las herejías
cristológicas que les afectaron —Nestorianismo, Monofisismo—, y de haber quedado sometidos, desde
el siglo VII, a la dominación política del Islam.
El concilio IV de Constantinopla (864-870) estableció el orden jerárquico de los Patriarcados,
otorgando a Constantinopla el segundo puesto en dignidad después de Roma, por delante de Alejandría.
Ésta fue la estructura jerárquica que se mantuvo, hasta la ruptura de Constantinopla con Roma, (Cisma
de Miguel Cerulario 1054).

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3. Los Patriarcados Orientales
En tiempo de las Cruzadas, junto a los Patriarcados cismáticos ya existentes, se crearon los
Patriarcados latinos de Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén, con el propósito de atraer a
su obediencia las Iglesias locales y el clero. Pero la pérdida de la Tierra Santa vació de contenido estos
patriarcados latinos, siendo solamente sedes titulares.
En Oriente, el Patriarca de Constantinopla conserva el título de «ecuménico», aunque otros
Patriarcados que encabezan Iglesias «autocéfalas» tengan más amplia potestad jurisdiccional.
En el Próximo Oriente existen patriarcas de diversas denominaciones y ritos en comunión con la
Sede romana. Los Patriarcas orientales que forman parte del Colegio cardenalicio no reciben como
título una diócesis suburbicaria ni un título presbiteral o diaconía de la Urbe: tienen como Título su
propia sede patriarcal.
El Patriarcado de Roma en la Iglesia Occidental ha carecido prácticamente de contenido propio
frente al Primado papal.
En Occidente tan solo se dio el fenómeno aislado del «Patriarcado» cismático de Aquileya,
surgido como reacción frente a la condena de los «Tres Capítulos» por el concilio II de Constantinopla.
Los Patriarcados en Occidente, como los de las Indias orientales u occidentales, sólo tuvieron un
carácter honorífico, que no llevaba aneja la potestad de régimen.

II. LAS SEDES PRIMADAS

1. Las Primacías cartaginense y toledana


En distintas regiones de la Iglesia Latina han existido a lo largo de la historia unas sedes de grado
inferior a los Patriarcados, pero de nivel superior a las metropolitanas, que encabezan los
obispados de una provincia eclesiástica. Esas sedes han recibido la denominación de «Sedes
Primadas».
El único rasgo común que puede encontrarse entre las Sedes Primadas de la Europa cristiana: es
el prestigio superior y la preeminencia honorífica que tuvieron entre las Iglesias metropolitanas de un
determinado reino. El contenido de sus derechos no fue uniforme y varió a lo largo de los tiempos.
Sede Primada de Cartago, fue la primera Sede primada -en el Africa latina- gracias al gran prestigio
de San Cipriano (S. III). La importancia de la urbe y la frecuente reunión en ella de concilios
fueron factores que contribuyeron a la gestación de la Primacía cartaginense.
-En la antigüedad tardía: el Obispo primado presidía los concilios generales que se celebraron en
ella, consagraba a los metropolitanos y a los obispos de las cercanías y arbitraba con autoridad
superior las disputas que podían producirse entre ellos.
-En la primera mitad del siglo V: la decadencia de la Iglesia de Cartago la produjo la invasión
vandálica y el establecimiento durante más de cien años de una monarquía arriana constituyeron
un duro golpe para la Primacía cartaginense y bajo el Islam, la Iglesia de Cartago sufrió su
gradual decadencia.
Sede Primada de Toledo, en la España visigótica del siglo VII la autoridad primacial alcanzó las más
amplias competencias; El Concilio XII de Toledo (681) otorgó al Obispo de la urbe regia, facultades

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sin precedentes: la elección —de acuerdo con la voluntad del rey— de los candidatos al episcopado, el
derecho a consagrar a los nuevos obispos, nombrados para todas las diócesis del reino.
La Primacía toledana decayó como consecuencia de la dominación islámica y de la crisis
provocada por la herejía Adopcionista, cuyo principal autor fue el célebre obispo Elipando de Toledo.
Tras la reconquista cristiana, Toledo reivindicó la Primacía, pero con características parecidas a las
que la institución tuvo en otras regiones de Europa.

2. Los Primados en la Cristiandad europea


El contenido canónico de las Sedes primadas no estaba fijado en ningún texto. El denominador
común era la preeminencia honorífica del Primado sobre los metropolitas de las provincias
eclesiásticas.
Definición de S. Raimundo de Peñafort: «los Patriarcas y los Primados son menores que el Papa,
mayores que los Metropolitanos». (Cfr. Summa Iuris)
Sedes primadas en Europa, entre las Sedes Primadas existentes en los distintos países del continente
tenemos:
-en Francia, Lyon fue sede «Primada de las Galias»;
-en Inglaterra: Canterbury y York;
-en Alemania, Magdeburgo y Salzburgo reclamaron el título de Primas Germaniae, también los
«Príncipes electores» —los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia— reclamaban
igualmente la dignidad primacial.
- En Irlanda, el metropolita de Armagh llevó el título de Primas Hiberniae, el arzobispo de Praga
fue Primado de Bohemia, y el de Lund lo fue de Suecia, etc.
En la Europa central, algunos Primados alcanzaron importante relevancia política y la mantuvieron
durante largo tiempo. Por ejemplo en Hungría, el arzobispo de Gran-Estzergom tenía, ya en el siglo
XII, el derecho de coronar al rey, y gozaba de una jurisdicción sobre la Corte, extendida luego a todo el
reino y, en Polonia, el arzobispo Primado de Gniezno tuvo una eminente función representativa.
En el derecho actual, el título de Patriarca o Primado no lleva consigo en la Iglesia Latina ninguna
potestad de régimen, «a no ser que en algún caso conste otra cosa, por privilegio apostólico o por
costumbre aprobada» (c. 438).

III. LAS PROVINCIAS ECLESIÁSTICAS

1. Metropolitanos y sufragáneos
Origen y terminología, La provincia eclesiástica se configuró en la época romano-cristiana, en
correspondencia territorial, con la provincia civil, como entidad eclesiástica intermedia entre los
Obispados y las instancias eclesiásticas superiores.
La terminología en uso durante este primer período no fue uniforme. El territorio suele denominarse
«eparquía» en Oriente y «provincia» en Occidente.
Al Obispo de la capital se le atribuye de ordinario el título de «metropolitano». Los Obispos de la
provincia fueron llamados «comprovinciales o sufragáneos».

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Los concilios de la época romano-cristiana, Nicea I, Calcedonia y algunos africanos— dictaron
normas que contribuyeron a perfilar las funciones propias del metropolita durante este período.
El metropolitano era designado según las reglas válidas para los demás obispos: le elegían los
obispos sufragáneos, teniendo en cuenta los deseos del clero y el pueblo.
En el siglo VI, en Occidente solicitaban al Papa el pallium, que llevaban como signo de su autoridad y
de su vinculación con la Sede Apostólica.
Al Metropolitano le correspondía: velar por el buen orden en las elecciones episcopales que se
celebraban en la provincia, consagrar a los nuevos obispos, convocar y presidir el concilio provincial,
vigilar el desarrollo de la vida religiosa y disciplinar en el ámbito de la provincia.
Él, con su tribunal, constituía la instancia superior a la que se podía apelar contra las sentencias de los
tribunales episcopales.

2. La problemática de la Iglesia franca


En la Alta Edad Media, el territorio metropolitano siguió llamándose «provincia», y en el Reino
franco comenzó a emplearse la denominación archiepiscopus-arzobispo
San Bonifacio —en la segunda mitad del siglo VIII— consideraba a los metropolitas como el eslabón
intermedio entre el Papa y los Obispos diocesanos.
Esta función de los nuevos metropolitanos se simbolizaba en dos características: recibir el pallium
del Papa y hacer la profesión de fe antes de iniciar su gobierno eclesiástico.
Carlomagno promocionó la función de los metropolitas - no sólo ya como intermediarios entre los
obispos y el Papa - sino como agentes de la política eclesiástica del Imperio.
Durante la decadencia carolingia los metropolitanos de la Iglesia franca pretendieron, acentuar su
autonomía con respecto a la Sede romana, e incrementar sus derechos sobre los obispos sufragáneos.
Frente a estas tendencias formaron un frente común la Sede Apostólica y los obispos.
Esto contribuyo a corregir las abusivas pretensiones y excesos de los metropolitanos. Estos fueron
invitados a solicitar el «palium» al Papa, dentro de los tres meses de su designación, ya que sin él no
podían ejercer determinadas funciones de las potestades de orden y jurisdicción. Todavía hay que
señalar la progresiva reserva al Papa del conocimiento de las «causas mayores».

3. La disciplina en la época clásica


En la época de la Cristiandad, el derecho precisó la figura y las funciones de los metropolitanos. Un
principio recogido en la Glosa de las Decretales es, que el metropolita es ordinario de sus
sufragáneos, pero no de los súbditos de éstos.
El uso del pallium se exigió con todo rigor: si sobre los hombros del Papa, el «palium» significaba la
plenitud de poder, en el metropolita expresaba la participación subordinada en este poder.
Las funciones del metropolitano, en la provincia, le correspondía: confirmar la elección de sus
sufragáneos, tras la oportuna encuesta, y luego proceder a su consagración, ser juez de apelación
contra las sentencias de los tribunales de las diócesis sufragáneas.
Tenía una importancia especial el llamado «derecho de devolución», que autorizaba al arzobispo a
suplir al obispo sufragáneo y su capítulo, cuando hubiesen descuidado cumplir un determinado deber
impuesto por el Derecho, ejemplo el derecho de visita.

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La «visita» provocó no pocas tensiones entre metropolitanos y sufragáneos, razón por la cual la
Sede romana promulgó una serie de decretales destinadas a superar conflictos y procurar la concordia.
La decretal la Romana Ecclesia de Inocencio IV, que constituyó un verdadero tratado sobre la visita
y reguló las cuestiones más polémicas.
La decretal estableció: que el Arzobispo deseoso de visitar las diócesis de sus sufragáneos, debería
visitar primero su propia diócesis, desde el Cabildo hasta la última parroquia, y atenerse a las reglas
establecidas sobre el orden a seguir en las visitas, de las restantes diócesis.
Respecto al contenido de la visita, la Romana Ecclesia decía: que, en ocasión de ella, el arzobispo
debería predicar, inquirir y castigar delitos que hubieran pasado inadvertidos al obispo diocesano. Para
su mantenimiento durante la visita, el visitador podría percibir unos moderados subsidios en especie,
nunca en dinero. La decretal recordaba al visitador que debía usar con moderación de las
censuras y que le estaba prohibido excomulgar a los sufragáneos o a jueces que resistieran a sus
órdenes, así como revocar las excomuniones impuestas por los obispos de las diócesis visitadas.
Una última competencia del metropolitano era reunir y presidir el concilio provincial, al que debían
asistir todos los obispos sufragáneos.
Todavía en el Código de Derecho Canónico de 1917, se encuentra una huella de esos reiterados
intentos de lograr una celebración periódica del concilio provincial.

IV. CONCILIOS PARTICULARES Y CONFERENCIAS EPISCOPALES

1. Concilios plenarios y provinciales


En el vigente Código de Derecho Canónico de 1983, la celebración de los concilios provinciales, se
encuentra subsumido, junto con los concilios plenarios en un mismo capítulo «De los concilios
particulares». En el Concilio particular aparecen comprendidas dos instituciones distintas:
El Concilio provincial, correspondiente al ámbito de la provincia eclesiástica, de antiquísima tradición
en la historia de la disciplina canónica, ha de celebrarse cuando lo estima oportuno la mayoría de los
obispos comprovinciales. La presidencia corresponde al metropolitano, que habrá de determinar el
reglamento y las cuestiones que hayan de tratarse.
El Concilio plenario, su precedente podría encontrarse en los antiguos concilios nacionales y
territoriales y que pertenece al ámbito de cada Conferencia episcopal.
La convocatoria del concilio plenario es competencia de la Conferencia episcopal, que habrá de
designar también el lugar en que haya que celebrarse.
Asisten a él con voto deliberativo todos los obispos diocesanos, coadjutores y auxiliares; otras
personas —vicarios generales y episcopales, superiores religiosos, rectores de universidades católicas y
de seminarios mayores, etc. — han de ser convocados solamente con voto consultivo.
Los presidentes de los concilios particulares —tanto plenarios como provinciales— deben procurar
el envío de las actas completas a la Sede Apostólica, y sus decretos no se promulgarán hasta haber sido
revisadas por ésta.

2. La institucionalización de las Conferencias episcopales


Conferencias episcopales, Institución colegial de rango supradiocesano y supraprovincial, ha surgido a
raíz del concilio Vaticano II. Antes del Concilio se reunían obispos de varias naciones y en otras se
reunían Conferencias de Metropolitanos.
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La institución fue regulada con carácter universal por el Decreto conciliar Christus Dominus.
El Código de Derecho Canónico define las Conferencias episcopales como asambleas de obispos de
una nación o territorio determinado que ejercen unidos algunas funciones pastorales dirigidas a los
fieles de su territorio, para promover el mayor bien que la Iglesia proporciona a los hombres (cfr. can.
447).
El motu propio Apostolos suos (21-V-1998) precisa que las Conferencias son reuniones de obispos, y
se han convertido en indispensable instancia de cooperación del episcopado para el gobierno pastoral
de cada país.
La Conferencia episcopal comprende, en principio, a los prelados de una misma nación; pero la Sede
Apostólica —si lo aconsejan las circunstancias— puede erigir Conferencias para un territorio mayor o
menor que el nacional.
Todo un capítulo del Código (cc. 447-459) está dedicado a regular el régimen de las Conferencias
episcopales. Las reuniones plenarias tendrán lugar al menos una vez al año y, a su término, el
presidente transmitirá las actas a la Santa Sede, así como los decretos para su posible revisión.
Una Comisión permanente y una Secretaría general cuidarán la preparación de las reuniones
plenarias y velarán por el efectivo cumplimiento de los acuerdos.

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CAPÍTULO OCTAVO
OBISPOS Y DIÓCESIS

I. LA DESIGNACIÓN DEL OBISPO


1. La diócesis como estructura eclesiástica territorial
Hacia mediados del siglo II, la institución del episcopado monárquico se hallaba ya
ampliamente difundida y consolidada.
Código de Derecho Canónico de 1983, «Los Obispos —dice— que por institución divina son
los sucesores de los Apóstoles, en virtud del Espíritu Santo que se les ha dado, son constituidos como
Pastores de la Iglesia» (can. 375).
Con la libertas ecclesia fue apareciendo una estructura eclesiástica territorial. El Cristianismo,
en sus inicios, tuvo como fenómeno religioso y social, un prevalente carácter urbano. Más tarde, la paz
religiosa hizo posible la penetración cristiana en los medios rurales. Esto configuro el concepto de
«diócesis» actual.
Definición de Diócesis: “es una porción del pueblo de Dios que habita en una determinada
circunscripción territorial y se halla sujeta a la jurisdicción de un obispo”.
Esta geografía eclesiástica fue llamada a menudo parochiae, posteriormente «diócesis».
La aparición de una «geografía eclesiástica» planteó varios problemas:
- Por la adaptación del gobierno pastoral a la división diocesana surgió, lógicamente,
conflictos sobre límites, entre diócesis.
- La potestad pastoral habría de ejercerse dentro de los límites de un determinado territorio
—la diócesis— y salirse de él era «extralimitarse».
- Los abusos más frecuentes fueron las ordenaciones realizadas fuera del propio territorio, o
las órdenes conferidas a individuos dependientes de obispos de otras diócesis.

2. La elección episcopal
El nombramiento del obispo fue asunto que suscitó muy amplio interés, porque eran varias
las partes que se sentían afectadas por el nombramiento y que trataron de influir sobre él.
La selección del pastor de la iglesia particular importaba:
- a la Jerarquía eclesiástica, responsable del buen orden en la vida religiosa;
- al pueblo de la diócesis, que iba a tenerlo como su propio pastor;
- a los poderes seculares, y ello cada vez más a medida que crecía el peso del obispo, no sólo
en el terreno religioso, sino también en la realidad social contemporánea.
Nombramientos de los obispos en los primeros siglos:
El concilio I de Nicea (325) dispuso que el Obispo fuera nombrado por todos los Obispos
comprovinciales, correspondiendo al Metropolitano el derecho de confirmar la elección y proceder, con
otros Obispos de la provincia eclesiástica, a la consagración del elegido. En cuanto a la intervención
del clero local y del pueblo, su significado era dar testimonio de la idoneidad del candidato y de sus

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méritos; esta intervención popular presentó mayores dificultades a medida que las comunidades locales
se hicieron más numerosas.
Desde la segunda mitad del siglo IV, la intervención popular en sentido amplio quedó limitada
en la práctica a una simple aclamación, como expresión de júbilo.
La cristianización del Imperio romano, y de los reinos nacidos en Occidente tras su ruina,
provocó el creciente interés del poder secular por las elecciones episcopales, con una intervención que
no fue recogida en la legislación canónica de carácter general, pero se conservó en privilegios, acuerdos
y normativas particulares.
Los nombramientos episcopales en la Tardía Antigüedad
Durante el primer milenio de la Era cristiana, el Papado intervino en el reclutamiento
episcopal especialmente mediante decretales, destinadas a la resolución de casos litigiosos. Esta
intervención fue menos intensa cuando las circunstancias geopolíticas, de la inclusión de Roma en el
siglo VI en el ámbito político bizantino, a raíz de la «Guerra gótica»
En la Península italiana, la influencia del Papado en los nombramientos episcopales, fue sobre
todo en las diócesis del sur, la antigua Italia «suburbicaria».
La influencia del poder secular —del emperador en Oriente y de los reyes cristianos en
Occidente— tuvo un peso que, con diversas alternativas, ha perdurado hasta la época contemporánea.
En la España visigoda, el concilio XII de Toledo (681) reconoció al monarca el derecho de
designación de todos los Obispos del reino y concedió al Obispo primado de la Sede Toledana la
potestad de consagrarlos.
Desaparecido el reino de los godos, parece que las comunidades cristianas mozárabes
sometidas al poder del Islam ejercieron en buena medida el derecho de elegir a sus Obispos.
En la Francia merovingia y carolingia, la influencia del príncipe fue decisiva. En las diócesis
de nueva creación, Carlomagno acostumbró designar directamente al primer titular de un obispado. Es
cierto que un capitular de Ludovico Pío reiteró la norma tradicional de la elección por el clero y el
pueblo; pero la praxis siguió siendo distinta, y se requería para celebrar una elección la licencia expresa
del soberano, que a su vez se reservaba la facultad de confirmación del elegido.
Tras la división del Imperio, en el tratado de Verdun, parece que en el Reino franco se
mantuvo el sistema observado en tiempo de Ludovico Pío.
En la Europa feudal
Los grandes señores que se impusieron a la realeza se arrogaron en sus territorios la facultad
de la designación de los Obispos.
Tras la restauración imperial en Alemania, Otón I se reservó el derecho de proceder a los
nombramientos episcopales, sustrayéndolo a los «duques nacionales».
La designación de los Obispos y otros altos cargos eclesiásticos, en este contexto histórico,
dio lugar al conflicto de las «Investiduras», que enfrentó al Papado y el Poder imperial.
Los Obispados comenzaron a considerarse como beneficios feudales, y el Obispo —a la vez
pastor de almas y señor territorial— recibía su oficio en virtud de una «investidura» del príncipe, que
llevaba consigo una relación de carácter vasallático.

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La simbología que acompañaba al acto —entrega por el soberano de la mitra y el báculo—
inducía a confusión, y parecía dar a entender que el Obispo recibía del príncipe, no solo el
nombramiento y su autoridad temporal, sino también su autoridad espiritual.
La Reforma Gregoriana trató de poner fin a tal estado de cosas y reivindicar la libertas
Ecclesiae. El concordato de Worms (1125), entre el papa Calixto II y el emperador Enrique V puso
fin al conflicto. Se distinguió entre la investidura eclesiástica —simbolizada por la entrega del anillo y
el báculo y realizada por la autoridad eclesiástica— y la investidura laica. Esta última —consistente en
la entrega del cetro—, era el símbolo de los derechos temporales y el nuevo Obispo, tras recibirla, era
consagrado y prestaba al soberano juramento feudal de fidelidad. El concordato de Worms fue
ratificado por el concilio I de Letrán (1123).
Los nombramientos episcopales en la época clásica de la Cristiandad
En la cristiandad medieval no se formuló una disciplina general sobre el nombramiento de
Obispos, ni la implantación en la práctica de un sistema común.
Los concilios lateranenses legislaron sobre determinados aspectos de la cuestión:
- El concilio II de Letrán (1139) requirió la presencia de laicos —viri religiosi—en las
elecciones episcopales, aunque esta norma fue prohibida expresamente por Gregorio X.
- El concilio Lateranense III (1179) exigió a los candidatos al episcopado nacimiento
legítimo y treinta años de edad, requisitos que fueron dispensados en muchas ocasiones;
- El IV concilio de Letrán (1215) confió las elecciones episcopales al cabildo catedral.
Elección, designación regia y provisión por el Papa son procedimientos de nombramiento
episcopal que, con variedad de matices, coexistieron en la realidad histórica de la época clásica de la
Cristiandad.
La intervención de la Santa Sede en los nombramientos de obispos se produjo de ordinario
por un doble cauce:
1. por el ejercicio del llamado ius devolutionis, regulado por la decretal Cupientes de Nicolás III
(1278). Según esta norma, en caso de que una elección disputada fuese anulada por la autoridad papal,
el Pontífice precedía subsidiariamente al nombramiento del obispo,
2º cuando las circunstancias de lugar y tiempo fueron favorables, el papa procedió directamente
a la provisión de gran número de obispados.
Por lo que hace al procedimiento electoral en sí mismo, éste podía revestir tres modalidades:
1-El escrutinio: Se requería, mayoría absoluta de votos y sanioritas en el elegido, esto
es, méritos personales y aptitud para la cura de almas.,
2-El compromiso: los electores delegaban su representación para elegir en un grupo
reducido de miembros del colegio y su decisión era inapelable, siempre que hubiera recaído en
una persona idónea.
3-La aclamación unánime: ponía de acuerdo a los electores por «cuasi inspiración» del
Espíritu Santo.

6. Los tiempos modernos


El concilio de Trento, estableció también un procedimiento para el nombramiento de Obispos:
presentación por el sínodo provincial al Papa de tres candidatos y designación por éste de uno de
ellos.
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Más en la práctica se dieron muchas variantes, debidas a las modalidades de intervención del
poder real, cuyo origen se remontaba al siglo XV y que la Santa Sede tuvo que respetar.
La crisis eclesiástica de la Baja Edad Media (Cisma de Occidente) provocó una mengua del
prestigio del Pontificado y el reforzamiento del poder real impulsó a los príncipes «modernos» a
intervenir en la vida eclesiástica, y especialmente en los nombramientos episcopales. La Santa Sede
hubo de hacer numerosas concesiones a los monarcas católicos. Se procuró, sin embargo, que los
derechos de los príncipes en la vida eclesiástica de sus reinos se fundasen en privilegios otorgados por
los Pontífices a un rey y sus sucesores, y no procediesen de decisiones unilaterales del poder real.

7. El Patronato real
La institución del Patronato real, suponía que ningún obispo sería nombrado por el papa en
consistorio, sin previa presentación del candidato por el rey, tuvo su más genuina manifestación en los
reinos católicos de España y Portugal, donde obedeció a peculiares circunstancias históricas: el final de
la Reconquista y la expansión ultramarina.
El papa Inocencio VIII, por la bula Ortodoxae Fidei (19-XII-1485) otorgó a los Reyes
Católicos el derecho de Patronato en Granada, Canarias y Puerto Real. Este derecho emprendía el
privilegio de presentación a la Santa Sede de personas idóneas para los obispados y beneficios
consistoriales.
El derecho de Patronato universal del rey de España, fue mantenido en el concordato de
1757 y en el de 1851, vigente hasta la caída de la Monarquía en 1931.
Cfr. Los Patronatos de las Iglesias de ultramar habían sido otorgados por el papa Julio II. En virtud de la bula
Dudum cupientes, dirigida al rey Manuel el Afortunado (19-IX-1506), le concede al monarca el Patronato universal sobre
las Iglesias de Ultramar y sus dominios.
El papa Julio II, por la bula Universalis Ecclesia (28-VII-1508), instituyó el Patronato Regio indiano, que incluía el derecho
de presentación del rey de España para todas las diócesis, catedrales, colegiatas y demás beneficios consistoriales).

Tras la emancipación de Hispanoamérica, S. XIX, la mayor parte de los nuevos gobernantes


pretenden conservar el Patronato, cosa que no se dio. Los concordatos y convenios con la Santa Sede
fueron estableciendo un nuevo marco jurídico de relaciones.
8. La disciplina actual
En el siglo XIX y comienzos del XX, para los nombramientos de obispos, se acordó, el
sistema de presentación de ternas, o el de información previa sobre los candidatos a los gobiernos,
por si éstos tuvieran que formular alguna objeción de orden político.
El Código de Derecho Canónico de 1917 declara en un texto de carácter universal que «el
Soberano Pontífice elige libremente a los Obispos» (can. 329 § 2).
La disciplina actual se encuentra recogida en el (c. 377) del Código de Derecho Canónico
de 1983: «el Sumo Pontífice nombra libremente a los Obispos, y confirma a los que han sido
legítimamente elegidos». Esta confirmación hace referencia a algunas diócesis de Centroeuropa donde,
por privilegio, el Cabildo catedral tiene alguna intervención en el nombramiento del Obispo diocesano.
El nombramiento directo por el Papa no afecta a las Iglesias Católicas de Rito oriental. En
ellas, los obispos suelen elegirse por el Sínodo patriarcal y el Papa confirma la elección.

II. EL GOBIERNO DIOCESANO


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1. El Obispo, sus poderes y sus obligaciones
Desde la época romano-cristiana (libertas ecclesiae) el Obispo aparece investido de la
plenitud del sacerdocio, y a él corresponden en exclusiva determinadas funciones litúrgicas:
- confeccionar el crisma,
- consagrar iglesias,
- conferir el sacramento del orden o
- reconciliar penitentes públicos.
- Su cura pastoral había de atender ante todo el clero de su propia diócesis.
- En cuanto al pueblo, le incumbía primordialmente una función de magisterio, dirigida a
velar por la pureza de la fe, y a propagarla, impulsando una actividad misional dirigida a la
conversión de los todavía no cristianos.
- El Obispo disponía también de un poder disciplinar, (Cfr. excomunión).
Estas funciones, que integran el poder ordinario del Obispo, le pertenecen en virtud de la
sucesión apostólica, y aparecen definidas con toda precisión en la época clásica.
La autoridad del Obispo aparece entonces desglosada en tres potestades:
1. Por la potestad de Orden, le corresponde la colación exclusiva de algunos
sacramentos: es el ministro ordinario de la confirmación; le pertenece también la transmisión
del orden episcopal, sacerdotal y diaconal; es el regulador del sacramento de la penitencia; la
consagración de óleos, iglesias y altares, la bendición de abades, etc.
2. Por la potestad de Magisterio, es el guardián de la ortodoxia; velar por la formación
de los clérigos y la catequesis de los laicos.
3. Por la potestad de jurisdicción, tiene todas las facultades necesarias para el
gobierno: legisla para su diócesis respetando y aplicando el derecho común; la organiza y la
administra; como juez, su tribunal es competente para todas las causas que corresponden al
fuero eclesiástico.
En la Edad moderna, el concilio de Trento hizo hincapié en el deber de residencia del
Obispo, y en la preparación del clero en los nuevos seminarios diocesanos.
Uno de los deberes que tradicionalmente han correspondido al Obispo es la visita
diocesana. También hoy el Código de Derecho Canónico establece la obligación de visitar
anualmente la diócesis, de manera que la totalidad del territorio sea visitado en cinco años; si el Obispo
está impedido, realizará en su lugar la visita el Obispo auxiliar o un Vicario (cfr. cc. 399-400). (Cfr.
durante las visitas diocesanas de la Edad Media los «juicios sinodales»).
2. El Obispo y la vida social
El Obispo, jugó en el pasado un importante papel en la vida social del Occidente europeo.
En la Antigüedad tardía el Obispo hubo de asumir una función supletoria, llenando el vacío
dejado por los titulares de cargos públicos y magistraturas romanas, a nivel municipal y provincial.
Sobre el Obispo recayó entonces la función de proteger al pueblo. El término tuitio sirvió para
designar la función de alta tutela sobre la sociedad, y especialmente a favor de sus miembros más
débiles, los humiliores, los tenuiores, las miserabiles personae, etc. La propia magistratura tardo
romana del defensor civitatis —o sus funciones específicas— fueron en ocasiones ejercidas por el
Obispo.

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Durante las invasiones bárbaras a los obispos les tocó socorrer a los fugitivos, alimentar al
pueblo en tiempos de gran penuria, negociar con los caudillos bárbaros e incluso dirigir la defensa por
las armas de su ciudad episcopal.
En la Francia carolingia uno de los dos miembros de las parejas de missi dominici que
recorrían el Imperio velando por el buen gobierno, fue de ordinario un obispo.
Los obispos fueron, muchas veces los consejeros de los reyes, y a ellos fueron confiados los
más altos cargos de la Administración pública. Pero, desde un punto de vista constitucional, el más alto
grado de poder social de algunos Obispos, mantenido hasta el final del Antiguo Régimen, está
representado por los tres príncipes electores eclesiásticos del Imperio, a quienes —en virtud de la «Bula
de Oro»— correspondía, en unión con otros cuatro príncipes laicos, elegir al emperador alemán.
La Constitución española de 1876 y la presencia, todavía hoy, de obispos anglicanos en la
Cámara de los Lores son residuos, cuando menos simbólicos, de la influencia que ha tenido el Obispo
en la vida social.

3. Los traslados episcopales de sede


A partir del siglo IV se planteó la licitud del traslado de un obispo de su primera sede para la
que fue consagrado a otra distinta. La opinión dominante durante mucho tiempo—especialmente en la
Cristiandad oriental— fue contraria y condujo a su prohibición.
La Patrística favoreció esta actitud negativa, incluso con argumentos tomados de la Sagrada
Escritura, a saber: “el Obispo, al ser consagrado, contraía un matrimonio místico con su Iglesia
particular, tan indisoluble como la unión de los esposos”. Estas ideas tuvieron amplio eco, y de la
doctrina pasaron a la legislación conciliar; sin embargo, la prohibición no fue siempre bien observada,
ni se mantuvo vigente en la práctica con igual rigor.
La razón fue el cambio de la coyuntura histórica del Arrianismo que favoreció la
flexibilización de la disciplina. En las Galias, los Statuta Ecclesiae antiquae admitieron la posibilidad
de un traslado de sede, si así lo aconsejaba el bien de la iglesia, y un sínodo aprobaba la demanda del
clero y del pueblo. Se advierte, por tanto, que la cuestión se presentaba allí bajo un nuevo aspecto: más
que oponerse por principio contra todos los traslados, se trataba de someter a control aquellos que se
estimaran convenientes.
Las invasiones bárbaras contribuyeron a supuestos y al cambio de la disciplina. En varias
regiones muchos obispos fueron expulsados por la fuerza de sus sedes y hubieron de buscar refugio en
otras tierras, sobre todo en Italia. Y la pregunta que entonces se planteó fue ésta: el obispo arrojado
de su sede, ¿no podría obtener otra? Es cierto que el alejamiento material no rompía la unión mística
con su iglesia; pero era también evidente que el traslado a otra sede no privaba a la primera de un
obispo que ya nunca podría volver a gobernarla.
Otro supuesto era el del obispo que no había tomado posesión de la sede para la que fuera
nombrado, por no haber sido aceptado por el pueblo. Estos supuestos abrieron camino al recurso de
dispensa—por el Concilio provincial o el Papa—, que fue concedida con mayor o menor facilidad
según los momentos y circunstancias. En la práctica, los traslados de sede fueron perdiendo actualidad.

4. Obispos misioneros, auxiliares, «Corepíscopos» y Obispos in partibus infidelium


La imagen propia del Obispo es la de presidente y pastor de una Iglesia particular «diócesis».

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En la Alta Edad Media hicieron su aparición varios géneros de Obispos sin diócesis propia, se
trata de los obispos misioneros, los auxiliares, los «corepíscopos» y los obispos in partibus.
1-Obispos misioneros, llamados así por la fase misionera en que se encontraba la Iglesia en
muchos territorios germánicos de Occidente en los siglos VI al VIII, hizo que faltase en ellos una
organización territorial sólida. Abundaron en cambio, los obispos itinerantes, a menudo monjes
escotos o irlandeses, que desarrollaron una eficaz labor evangelizadora, aunque a veces la
incertidumbre que rodeaba su propia consagración y su espíritu de indisciplina pudo resultar
inconveniente. (Cfr. Obispos misioneros Wilibrord y Winifrid —san Bonifacio— erigieron en Germania diócesis
territoriales y pusieron al frente de ellas a antiguos obispos itinerantes, que se insertaron en la organización eclesiástica).

A mediados del siglo IX pudo considerarse superado el fenómeno del episcopado nómada de
tradición céltica.
2-Entre los siglos VII y VIII floreció en tierras franco-germánicas y en las Islas británicas la
institución de los «corepíscopos», bien conocida en el Oriente cristiano.
Estos en virtud de una peculiar ordenación episcopal, realizaban, bajo la autoridad del obispo
residencial al que estaban subordinados, determinadas funciones litúrgicas y disciplinares. Ejercían su
función pastoral sobre determinadas iglesias a ellos confiadas y podían conferir órdenes menores,
incluido el subdiaconado. La institución de los «corepíscopos» entró en decadencia en el siglo IX; los
movimientos de reforma eclesiástica —y en especial el «Pseudo Isidoro»— los veían con malos ojos, y
se puso incluso en duda la validez de su ordenación episcopal sin título propio. Los «corepíscopos»
fueron desapareciendo gradualmente, aunque en Irlanda subsistieron hasta el siglo XIII.
3-Los obispos auxiliares, en algunos momentos suscitaron también reservas, porque se
presumió que —al igual que los «corepíscopos»— pudieran favorecer la existencia de prelados
diocesanos señoriales o aseglarados, que abandonasen en ellos sus tareas de pastor.
El Código vigente define su función en los siguientes términos: «Cuando lo aconsejen las
necesidades pastorales de una diócesis se constituirán uno o varios Obispos auxiliares, a petición del
Obispo diocesano; el Obispo auxiliar no tiene derecho de sucesión». Sí lo tiene, en cambio, el Obispo
coadjutor, que la Santa Sede nombra por propia iniciativa (cfr. can. 403).
4-Obispos in partibus infidelium, son un último fenómeno se produjo dentro del episcopado,
como consecuencia de la dominación islámica en Oriente y África.
Se trataba de muchos obispos exiliados o expulsados de sus sedes, que mantuvieron sus
derechos sobre éstas. Hubo también consagraciones de obispos para diócesis que se hallaban en poder
de los infieles. Éste es el origen de las consagraciones de obispos constituidos in partibus infidelium,
llevadas a cabo en épocas posteriores.

5. Los colaboradores del Obispo


El Obispo diocesano contó a veces con la asistencia de obispos auxiliares y «corepíscopos»,
en el gobierno de su Iglesia particular. Pero todos los obispos hubieron de contar con la cooperación de
un grupo de clérigos de su propia diócesis, que fueron sus colaboradores inmediatos y necesarios.
Estos clérigos constituyeron un organismo que fue denominado posteriormente como «Curia
diocesana».
En Occidente, durante la Tardía Antigüedad (Cfr. Iglesia romana) el archidiácono se
convirtió en el primer dignatario de la diócesis, después del obispo. Sus atribuciones fueron: la
administración del patrimonio diocesano, intervención en asuntos judiciales y en la formación y
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vigilancia del clero. Por tal razón, aunque el arcipreste urbano le precedía en la jerarquía de Orden y en
la iglesia catedral suplía al obispo en las funciones litúrgicas, el archidiácono llegó a convertirse en el
vicario del obispo y su representante en el gobierno eclesiástico, con derecho a efectuar la visita
diocesana, que había de hacer trienalmente si el obispo estaba impedido.
En la época pre-gregoriana —y en los siglos siguientes— la institución vio la multiplicación
del número de archidiáconos. El crecimiento de la población y el aumento del número de iglesias
determinaron el nombramiento, de varios archidiáconos y la asignación a cada uno de ellos de un
distrito propio dentro de los límites del territorio diocesano. Esta transformación contribuyó que para
ser archidiácono se requiriera la ordenación sacerdotal y su autoridad, a la vez, disminuyó.
La «Curia episcopal» contaba también con varios eclesiásticos que trabajaban a las órdenes directas
del obispo, cuyas funciones se fueron perfilando en la época clásica.
-El Vicario general: despachaba asuntos de trámite y que le suplía en sus ausencias, como procurator
generalis.
-El Canciller: este oficio se creó en el siglo XIII, encargado de la dirección de los servicios
burocráticos, el cuidado de los archivos y la redacción de los documentos. Junto al Canciller apareció la
«Cancillería», departamento del que formaban también parte el «Vice-Canciller», los notarios, escribas,
etc.
-El oficial: en el siglo XII, con la introducción del procedimiento romano-canónico la administración
de justicia se hizo más compleja, hicieron falta juristas para presidir los tribunales eclesiásticos y
apareció el «Oficial», con un estatuto propio que le convirtió en iudex ordinarius de la diócesis.

6. El Cabildo catedral y los Consejos


El Obispo diocesano ha contado desde antiguo con la cooperación de organismos colegiales
que colaboraron con él y le prestaron su asistencia en el gobierno de su Iglesia particular.
1. En la Alta Edad media aparecen los cabildos catedralicios, integrado por un número
variable de clérigos distinguidos, que han recibido la denominación de canónigos.
Los cabildos subsisten todavía aunque, han perdido buena parte de su autoridad y
competencias. Se han creados diversos consejos—presbiteral, pastoral, económico—que han recogido
funciones que antes incumbían a los cabildos.
Desde los primeros siglos de la vida de la Iglesia, el obispo estuvo rodeado habitualmente por
un presbyterium, que lo asistía en las celebraciones litúrgicas y, en calidad de senatus episcopi, le
aconsejaban y cooperaban con él en el gobierno de la diócesis.
Desde comienzos del siglo V se introdujo la vida común entre estos clérigos, adscritos a la
iglesia catedral (Cfr. precursor fue san Agustín. Regla de S. Agustín).
En siglos posteriores, la promoción de la vida común fue uno de los principales objetivos
perseguidos por los reformadores eclesiásticos, deseosos de levantar el nivel moral y espiritual del
clero, no sólo de la iglesia catedral, sino también de otras iglesias, que recibieron la denominación de
colegiales o «colegiatas». Esta forma de vida común se conoció con el apelativo de vita canonica, de
donde procede el término canonicus, canónigo. (Cfr. En la Reforma carolingia (760), el obispo Chrodegango de
Metz compuso una Regla para el clero de su catedral y, el concilio de Aquisgrán (816) se propuso otra Regla la del abad
Ansegisio y el diácono Amalario de Metz).

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La autoridad civil favoreció este movimiento, y en un capitular eclesiástico del año 805 el
emperador Carlomagno puso prácticamente al clero ante el dilema de optar entre vita monastica —la de
los monjes— y vita canonica —la vida común.
En el siglo XI, la Reforma Gregoriana promovió de nuevo la vida común del clero, pero no la
impuso, y la mayoría de los cabildos eludieron la comunidad de vida. Consecuencia de ello fue la
fragmentación del patrimonio capitular y su división en «prebendas», asignadas por separado a los
distintos miembros del cabildo. Pero ello no fue en detrimento de la solidaridad capitular.
La época clásica terminó de perfilar la estructura jurídica del cabildo como corporación, su
función de senatus episcopi y el estatuto de los canónigos.
El cabildo, en cuanto corporación, estaba fuertemente jerarquizado. El primer dignatario era
del «Deán» y otras dignidades cualificadas fueron el «Chantre» —encargado del coro— el Teólogo —
responsable de la ortodoxia doctrinal— y el «Canciller», que tenía a su cargo el Scriptorium.
El nombramiento de canónigos competía al obispo y a los propios capitulares, y el sistema
más frecuente fue el de la cooperación entre el obispo y el capítulo.
El nombramiento se hacía in corpore o per turnum, y en caso de negligencia de la parte a la
que correspondía nombrar, el derecho se transfería a la otra parte, en virtud del ius devolutionis.
La asociación del cabildo al gobierno diocesano fue regulada en la época clásica por una
serie de decretales pontificias, promulgadas entre finales del siglo XII y comienzos del XIV. En ellas se
especificaban los actos en que el obispo necesitaba contar con el asentimiento capitular y otros en que
tenía al menos la obligación de oír la opinión del cabildo.
La institución del cabildo catedral ha subsistido hasta hoy. Esta nueva configuración del
gobierno diocesano fue obra del concilio Vaticano II, y aparece recogida en los cánones 503 a 510 del
Código de Derecho Canónico de 1983.
La propia definición de la institución que hace el canon 503 —válida tanto para los cabildos
catedrales como colegiales— permite advertir que la competencia de la corporación ha quedado
reducida al solo campo de la liturgia. Dice, “es un colegio de sacerdotes, al que corresponde celebrar
las funciones litúrgicas más solemnes en la catedral o en la colegiata”.
2. Los nuevos Consejos, ante todo al consejo presbiteral, desempeñan actualmente las
funciones que históricamente desempeñaba el cabildo.
a. Consejo Presbiteral. La denominación de senatus episcopi, del cabildo catedralicio, ha
pasado al consejo presbiteral. «En cada diócesis —dice el canon 495— debe constituirse el “consejo
presbiteral”, es decir, un grupo de sacerdotes que sea como el senado del Obispo, en representación del
presbiterio».
Su misión será «ayudar al Obispo en el gobierno de la diócesis... para promover lo más posible
el bien pastoral de la porción del pueblo de Dios que se le ha encomendado».
La mitad aproximada de sus miembros debe ser elegida por los sacerdotes de la diócesis,
algunos más son miembros natos por razón del oficio, y el obispo tiene todavía la facultad de nombrar a
otros miembros. Todo el consejo presbiteral, o al menos parte de él, han de renovarse cada cinco años.
b. Consejo Pastoral. Al consejo pastoral «corresponde, bajo la autoridad del obispo, estudiar y
valorar lo que se refiere a las actividades pastorales en la diócesis y sugerir conclusiones prácticas
sobre ellas» (can. 511). Está compuesto por fieles, «tanto clérigos y miembros de institutos de vida
consagrada, como sobre todo laicos», que se designarán según el modo determinado por el Obispo D.
(can. 512).
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c. Consejo de Asuntos Económico, debe todavía constituirse en cada diócesis. Consta al menos
de tres fieles designados por el obispo, que sean expertos en materia económica y en derecho civil, y de
probada integridad (can. 492); deberá hacer anualmente el presupuesto de ingresos y gastos, y aprobar
las cuentas a fin de año (c.492). En cada diócesis habrá de nombrarse también un ecónomo —que
puede ser un laico— experto en materia económica y de probada integridad. Nombrado por cinco años,
es posible su renovación por otros quinquenios (c. 494).

7. El Sínodo diocesano
Como asamblea eclesiástica, es posterior al de los concilios provinciales, y se afirma que, su
difusión como institución canónica tuvo lugar en el siglo IX.
En la España visigoda hay precedentes bastante más antiguos. En efecto, los Obispos de la
provincia Tarraconense, reunidos en concilio en Huesca el año 518 acordaron lo siguiente: «que todos los
años, cada uno de nosotros mande congregarse, en el lugar que el Obispo designare, a todos los abades de los monasterios, a
los presbíteros y decanos de su diócesis, e instruya a todos el modo de ordenar sus vidas y prevéngale que todos deben
someterse a las normas eclesiásticas».

Esta asamblea, que se remonta a finales del siglo VI, reunía ya los rasgos fundamentales del
sínodo diocesano. Más tarde, se trató de convertirla en semestral, pero nunca fue posible.
Presidido por el obispo, formaron parte del sínodo los dignatarios eclesiásticos diocesanos,
representantes del clero, abades monásticos y, durante la Edad Media, señores laicos de la nobleza
territorial.
El sínodo nunca tuvo carácter de asamblea legislativa; fue siempre de índole consultiva y su función
era la de hacer de órgano promulgador del derecho episcopal, y también del derecho común o
procedente de asambleas eclesiásticas de rango superior.
Estos rasgos peculiares los conserva en la actualidad el sínodo diocesano. Hoy es definido
como «una asamblea de sacerdotes y de otros fieles escogidos de una Iglesia particular, que prestan su
ayuda el Obispo de la diócesis, para bien de toda la comunidad diocesana» (c. 460). No se pretende que
tenga alguna periodicidad, sino que lo convoca el obispo cuando lo aconsejen las circunstancias, tras
oír al consejo presbiteral (c.461).
En la actualidad el obispo es el único legislador, y sólo él suscribe las declaraciones y
decretos. Los demás miembros del sínodo tienen solo voto consultivo, aunque las cuestiones
propuestas se someterán a la libre discusión de todos los miembros de la asamblea (cc. 464 y 466).

8. Parroquias y arciprestazgos
1. La Parroquia. Es una comunidad de fieles en el seno de una Iglesia particular; su historia se
remonta a los primeros siglos del Cristianismo.
Ya en el siglo III, en algunas grandes ciudades la iglesia episcopal era insuficiente para atender
a las necesidades religiosas del creciente número de fieles.
En la Roma del siglo IV, existían cuarenta lugares de culto y diez en Alejandría. Estos templos
y oratorios pueden considerarse como el germen de las parroquias urbanas.
La penetración del Cristianismo entre las poblaciones campesinas de los espacios rurales
demandó la creación de una red de lugares de culto, para la atención espiritual de los nuevos fieles.
Esos pequeños templos —«basílicas», oratorios— eran a veces construidos por el propio obispo

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diocesano, y confiados a clérigos directamente dependientes de él. Otras veces esos templos eran
erigidos en sus dominios y dotados de lo necesario para el culto y la sustentación del ministro sagrado
por el gran propietario, con el fin de subvenir a la atención religiosa de sus propios «rústicos».
Estas iglesias, surgidas a la vera de las otras de fundación episcopal, son conocidas con la
denominación de «iglesias propias» y dieron lugar a conflictos con la autoridad diocesana. La razón
estuvo en las pretensiones del fundador, deseoso a veces de ejercer ciertos poderes sobre ellos y los
clérigos que las servían, en detrimento de los derechos episcopales, e incluso de obtener algunos
beneficios económicos de sus fundaciones.
Desde el siglo VI, también, ciertas iglesias se diferenciaron de los oratorios y otros lugares de
culto por tener pila bautismal, y fueron denominadas ecclesiae baptismales. En ellas se administraba el
bautismo, y el clérigo que las atendía ejercía de modo regular la cura de almas. Iglesias de fundación
señorial pudieron también convertirse en parroquias «propias», con los derechos y obligaciones
inherentes a la función parroquial.
El renacimiento de las ciudades, operado desde los siglos XII-XIII, determinó la creación de
un número creciente de parroquias urbanas, cada una con su propio «distrito» que, sirvió también para
delimitar el ámbito espacial de diversas funciones administrativas. Los párrocos, en el ejercicio de la
cura de almas, hubieron de prestar a sus fieles numerosos servicios, y la parroquia se mantenía con los
estipendios, derechos de estola, oblaciones de los fieles, etc.
La instalación de casas de religiosos, en especial de las Órdenes mendicantes, provocó
frecuentes disputas entre párrocos y frailes, en torno a los derechos funerarios de los que elegían como
lugar de sepultura, no el cementerio parroquial, sino el de las iglesias conventuales.
La autoridad eclesiástica hubo de ejercer a menudo una función arbitral, con el fin de que,
aun respetando la libertad de sepultura, se asegurase la porción funeraria de la parroquia.
Por lo que hace al nombramiento de los párrocos, los procedimientos seguidos fueron
diversos: El más frecuente fue la designación episcopal, pero en determinadas regiones se dio un
sistema de elección en virtud del cual el clero y un grupo de fieles distinguidos elegían al párroco, que
era instituido por el obispo. En las parroquias «propias», o en aquellas sobre las que existía un derecho
de «patronato» el señor tenía un derecho de presentación, y la legislación canónica se esforzó por evitar
que esa presentación se convirtiera en una colación directa de la iglesia por el «patrono» al sacerdote
titular.
La parroquia ha mantenido a través de los siglos sus rasgos esenciales.
Legislación actual, la define así: «La parroquia es una determinada comunidad de fieles
constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del Obispo
diocesano, se encomienda a un párroco como pastor propio» (c. 515). El nombramiento de párroco
«compete» al obispo diocesano mediante libre colación, a no ser que alguien goce del derecho de
presentación o de elección (c. 523).
Los párrocos se nombran por tiempo indefinido, salvo que la Conferencia episcopal haya
establecido otra cosa. Al obispo diocesano corresponde valorar la idoneidad de la persona elegida (cc.
522 y 537). Y todavía una precisión interesante, la parroquia, por regla general, ha de ser territorial;
«pero, donde convenga, se constituirán parroquias personales, por razón del rito, de la lengua, o de la
nacionalidad de los fieles de un territorio, o incluso por otra determinada razón» (c. 518).
2. Los arciprestazgos. Desde la multiplicación en campos y ciudades de las parroquias y otros
lugares de culto con su propio clero se hizo necesaria la institución de unas instancias intermedias entre

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la parroquia y el obispo. Estos distritos supraparroquiales recibieron el nombre de arciprestazgos o
decanatos y sus titulares fueron llamados, según los lugares, arciprestes o decanos.
Sus funciones eran: la vigilancia sobre las parroquias e iglesias menores y su clero, la
coordinación de las actividades de éste, su formación doctrinal mediante la celebración de collationes
periódicas, etc.
Todas estas características las mantiene en el Código vigente la institución del
arciprestazgo, agrupación de parroquias cercanas para facilitar la cura pastoral (c. 374). Tres cánones
—los 553, 554 y 555— están destinados a regular las funciones del sacerdote que, con los títulos de
arcipreste, decano o vicario foráneo, preside el arciprestazgo.

III. OTRAS FORMAS DE IGLESIA PARTICULAR Y LAS PRELATURAS PERSONALES


1. Prelatura y Abadía territorial, Prefectura y Administración apostólica
Iglesia particular es principalmente la diócesis, a la que se asimilan, si no consta otra cosa, la
prelatura y la abadía territoriales.
Las tres son porciones del pueblo de Dios, cuya cura pastoral se encomienda al Obispo, o bien a un
Prelado o Abad, que las rigen como pastor propio.
a. El vicariato apostólico o la prefectura apostólica son igualmente porciones del pueblo de
Dios que, por circunstancias especiales, aún no se han constituido como diócesis y cuya cura pastoral
se encomienda a un Vicario o Prefecto Apostólico, para que las rijan en nombre del Sumo Pontífice.
b. La administración apostólica es una porción del pueblo de Dios que, por razones especiales
y particularmente graves, no es erigida como diócesis, y cuya atención pastoral se encomienda a un
administrador apostólico, que las rige en nombre del Romano Pontífice (cc. 368-371).
Estas diversas formas de Iglesia particular obedecen a razones históricas, o bien a
circunstancias especiales que han impedido hasta el momento su constitución como diócesis.
Un rasgo común se da en las diócesis y demás Iglesias particulares: la territorialidad. Como
establece el Código, la porción del pueblo de Dios que las constituye debe quedar circunscrita «dentro
de un territorio determinado, de manera que comprenda a todos los fieles que habitan en él» (c. 372).
2. Las Prelaturas personales
La figura de la Prelatura personal fue creada por el concilio Vaticano II como una entidad
jurisdiccional erigida por la Santa Sede como un instrumento dentro de la pastoral jerárquica de la
Iglesia, para la realización de peculiares actividades pastorales o misioneras.
Las prelaturas constan de presbíteros y diáconos del clero secular y su gobierno se confía a un
Prelado como Ordinario propio. Y laicos, que colaboran en los trabajos apostólicos de la Prelatura.
La erección de una prelatura personal es competencia de la Santa Sede, oídas las
Conferencias episcopales interesadas.
La prelatura se rige por las normas del Código y los estatutos dados por la Sede Apostólica
(cc 294-297).
Las prelaturas personales han de constar necesariamente de un prelado y de clérigos
seculares incardinados en ellas.
La primera prelatura personal erigida por la Iglesia ha sido el Opus Dei, y lo fue en virtud
de la Constitución Apostólica Ut sit, del Papa Juan Pablo II (28.11.1982).
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CAPÍTULO NOVENO
EL CLERO

I. La división tripartita de la sociedad cristiana.


En el S. III, la distinción era entre clérigos y laicos. Cuando se consolidó la sociedad cristiana,
el esquema bipartidista resultó insuficiente y Hrabano Mauro propuso la división tripartita en el tratado
De Institutione Clericorum: “Hay tres órdenes en la Iglesia: los laicos, los monjes y los clérigos”. Para
el estudio de las instituciones es la que más se adapta.

II. La jerarquía del orden y la formación del clero.


1. Los grados CIC’83, cc. 1008-1009: las órdenes son el episcopado, el presbiterado y el
diaconado -MP Omnium in mentem, 26-oct-2009: Los que han recibido el orden del presbiterado
actúan en cuanto Cristo Cabeza. Los diáconos son habilitados para servir en la liturgia, la Palabra y la
caridad. Las tres órdenes son de origen paulino y aparecen en todas las iglesias aunque hubo
confusiones durante algún tiempo entre obispos y presbíteros. En S. III estaban instituidas las órdenes
menores. En el S. V, en la colección Statuta ecclesiae Antiquae, aparecen los subdiáconos, acólitos,
exorcistas, lectores y ostiarios. -También quedan recogidos en el Decreto de Graciano. -En el conc.
Vaticano II se suprimieron las órdenes menores
2. El ingreso en el clero. En los primeros siglos el acceso al clero tenía lugar en la edad adulta
con algunos impedimentos y requisitos:Exclusión del varón que hubiera contraído matrimonio con más
de una mujer (cfr. 1 Tim III, 2, 8, 12; Tit I, 6) Encuesta antes de acceder a la ordenación, dónde se
preguntaba sobre la fama y cualidades del candidato. Debía hacerla el obispo con intervención del clero
y el pueblo. Los recién convertidos no solían ser candidatos aunque hubo algunas excepciones: San
Cipriano de Cartago (s. III), San Ambrosio de Milán (s. IV).

Irregularidades para la ordenación:


a) La de haber ejercido profesiones o desempeñado cargos que tuvieran relación con el derramamiento
de sangre o desdijeran de la mansedumbre evangélica:
a.1) jueces que hubieran dictado sentencias de muerte, los militares y los titulares de
magistraturas que tuvieran que ver con la religión romano-pagana y con el culto al emperador.
a.2) ejercicio de la cirugía en algunos ordenamientos canónicos.

Hubo alguna excepción: el obispo Pablo en Mérida (s. VI)


b) defectus natalium (formulada por la doctrina canónica). Muchas veces dispensado
c) el delito (formulada por la doctrina canónica).
d) La falta de libertad (formulada por la doctrina conónica).
e) La edad (formulada por la doctrina canónica). Varió según las épocas y lugares y en muchas
ocasiones dispensado:
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e.1) decretal del Papa Siricio (a. 385) al ob. Himerio de Tarragona: 30 a diáconos, 35 a
presbíteros, 45 obispos.
e.2) lo más común fue: 25, 30 y 40 años.
e.3) en la época clásica y en el conc. de Trento: 25 presbíteros y 30 obispos.
e.4) CIC’83: 25 presb. Y 35 ob. (cc 1031, 378)

III. La vida del clero . Definición: Status particular en el seno de la sociedad cristiana
1. Los privilegios clericales
1.1. Exención del impuesto territorial
1.2. La exención de realizar actividades impropias y violentas
1.3. Privilegio del fuero -Está tomado de 1 Cor VI, 1, 8: “¿Hay alguien entre vosotros que,
teniendo un pleito con otro, se atreve a llevarlo a juicio ante los impíos y no ante los santos?”
-La jurisdicción de la iglesia fue reconocida por Constantino. Por lo tanto, NO hacía falta una
legislación particular para los clérigos. La actividad judicial de los tribunales eclesiásticos hizo que
adquiriera importancia el privilegio del fuero: la Iglesia juzga a los clérigos. Implícitamente reconoce la
autonomía de la sociedad eclesiástica. -S XII a XV: gran desarrollo, pero dio lugar a abusos, al
aplicarlo a las familias, servicio, etc...Desaparece en las modernas sociedades secularizadas.
Codificación de 1917. Los clérigos deben ser juzgados por jueces eclesiásticos. Se reserva al
Romano Pontífice el juicio de cardenales, obispos y nuncios. Todos los clérigos están exentos del
servicio militar.

Codificación de 1983.
Los derechos adquiridos y los privilegios concedidos de la Sede Apostólica, permanecen intactos.
Los privilegios existentes en la codificación anterior existen actualmente. El Papa se reserva el juicio
de cardenales, obispos y nuncios apostólicos. Habla de un tema espiritual, no tanto de privilegios
particulares.
2. Modo de vida
2.1. Los clérigos debían manifestar la honestidad en la forma externa de vida: abstenerse
de frecuentar tabernas y lugares inconvenientes. En la edad media estaba prohibida la caza clamorosa,
profesiones que eran compatibles con la vida de los clérigos: cultivo de la tierra, artesanía, pequeño
comercio, prohibición de la milicia, el comercio al por mayor, el préstamo con interés, la “usura”, la
vestidura clerical –regulada por el conc. de Trento debía ser apropiada al estado clerical.
2.2. Manutención El obispo distribuía el stipendium. En las iglesias propias los rectores
percibían las rentas de la dote. Había derechos de estola y las oblaciones de los fieles
3. Vida común del clero y sistema beneficial
3.1. Vida común. Fundamentación: «¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habituar los hermanos
juntos en armonía» (Salmo 133,1) Ventajas:
a) el clérigo podía despreocuparse de muchas necesidades materiales y dedicarse con más
libertad a su ministerio;

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b) Vivir mejor el celibato! S. Agustín lo introdujo en Hipona, etc... En la Francia Carolingia y
en la Reforma Gregoriana era el objetivo, se implantó en las iglesias catedrales y en las colegiatas, y
también en algunas otras iglesias (En Toledo, s.XI y XII, había 10 comunidades canonicales). También
se dio el caso de asociaciones de clérigos, como precedente de las asociaciones de vida en común
reguladas en el CIC’17 (cc. 673-681) y cuyo equivalente son las sociedades de vida apostólica (cc. 731-
746). 3.2. Beneficio eclesiástico. Se desarrolla en la época de la cristiandad medieval postgregoriana,
entre los clérigos que no hacían vida en común, ni observaban una regla.
-Beneficio, Regulado en las Decretales: “derecho perpetuo a percibir los frutos de bienes
eclesiásticos consagrados a Dios por razón del oficio espiritual establecido por la autoridad de la
Iglesia” implicó la división del Patrimonio en porciones “beneficios” asociados a un oficio. Abusos: el
titular del beneficio pagaba una pequeña parte a un inferior que cumplía con las obligaciones; la
acumulación de beneficios. El conc. De Trento hizo incapié en el deber de residencia y en la
prohibición de acumular beneficios.
4. el celibato eclesiástico. Disciplina actual (CIC’83, c. 277): los clérigos obligados a la continencia
perfecta.
Síntesis en Ius Ecclesiae (1993) 3-59: Nunca se ha dado que los obispos, sacerdotes o
diáconos se casen (ni en oriente, ni en occidente, ni en la Iglesia Latina, ni en la griega). Un decretista
del S. XII, Uguccio de Pisa comenta que la doble obligación que implica el celibato es: no casarse y no
hacer uso del matrimonio previamente contraído.
-Primeros siglos: lo normal era ordenar a hombres casados. Conc. De Elvira (s. IV), c. 33:
legisla sobre la continencia de los obispos, sacerdotes o diáconos y prohíbe “el uso del matrimonio con
sus esposas y la procreación de los hijos. Porque había inobservancia. A los infractores se les amenaza
con la expulsión del estado clerical. Esta normativa fue recogida por: En África por los conc.
Cartaginenses del 390. En Roma por los Papas Siricio e Inocencio I.
En la época clásica de la cristiandad, el Decreto de Graciano y las decretales sostuvieron el
deber de continencia de los clérigos mayores de la Iglesia latina y respetando la disciplina oriental del
conc. de Trullano que sólo la imponía a los obispos.
Edad moderna: los grupos reformadores renunciaron a la continencia y al celibato eclesiástico.
El conc. de Trento renovó la doctrina tradicional y promovió la creación de seminarios. El conc.
Vaticano II, el Papa Pablo VI publicó la encíclica “Sacerdotalis coelibatus”.

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CAPÍTULO DECIMO
LOS RELIGIOSOS

I. La vida consagrada y la vida religiosa.


-CIC’83, cc 573 y ss: Rasgo definidor de la vida consagrada es la profesión de los consejos
evangélicos. Comprende tanto a los institutos religiosos como a los seculares.
Los institutos seculares: creados por Pío XII, Constit. Próvida Mater Ecclesiae (2.feb.1947).
Los institutos religiosos: desde el s. V. Notas específicas:
a) profesión consejos evangélicos mediante votos públicos
b) la vida en común c) apartamiento del mundo según el carácter y finalidad de cada instituto
(cfr. c. 607 & 3.)

II. El monacato cristiano.


1. Los orígenes
-s. II: ascetas –continentes y vírgenes- que vivían la renuncia al mundo, contempus mundi
como camino de perfección viviendo la castidad perfecta.
-s. III se retiraron al desierto para practicar mejor el desprecio del mundo: S. Antonio
(251-356) a través de su biógrafo, San Atanasio dio a conocer el ascetismo egipcio en occidente. Los
Anacoretas dedicados al ascetismo solitario en el desierto son los precursores de la vida eremítica.
Orígenes, en su Exhortación al martirio: la ascesis es la renuncia total al mundo, a imitación de
Cristo en la Cruz. S. Pacomio (286-346) es el iniciador de la vida cenobítica: vida común, la
obediencia absoluta, la pobreza y el trabajo. Contribuyó decisivamente al desarrollo del monaquismo.
El Abad Schenouté introdujo reformas rigoristas al monacato pacomiano: primer esbozo de profesión
monástica.
-s. IV y V los monjes egipcios se mantuvieron unidos al Patriarcado copto de Alejandría y
siguieron su suerte: se mantuvieron firmes frente al arrianismo y cayeron (s. IV) en el monofisismo.
El monacato se extendió pro palestina, Siria, Asia menor y Constantinopla. En Palestina
revistió importancia el monaquismo latino de mujeres reunidas en torno a S. Jerónimo. S. Basilio,
principal figura del monacato oriental: reguló la vida monástica aunque nunca escribiera una regla: se
extrajo de conferencias, homilías, consejos y respuestas suyas.
-Monacato africano latino. San Agustín no escribió la regla que lleva su nombre, sino que se
extrajo de sus escritos y predicaciones.
2. El monacato occidental en la tardía Antigüedad
-s. IV: traído por ascetas formados en oriente o influidos por el monacato oriental. En Sureste
de las Galias: en la isla de Lerins, el monasterio fundado por S. Honorato. En Marsella los erigió Juan
Casiano.
En Italia: S. Jerónimo tradujo la regla de Pacormio y de las obras de Juan Casiano.
En la Península ibérica, s. VI: San Martín de Braga fundó la abadía de Dumio.

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En la Galia centro-oriental: S. Martín de Tours, fundó monasterio de Ligúge y el de
Marmoutier tras ser elegido obispo.
En Italia meriodional, Casiodoro fundó Vivarium con carácter cenobítico
En el noroeste de la península ibérica, S. Fructuoso. En el valle del Guadalquivir San
Leandro y San Isidoro promulgaron reglas para vírgenes y varones.
El cristianismo céltico de Irlanda y Escocia tenía una configuración monástica. Vivían al
amparo del monasterio. La contribución de los monjes celtas fue la regla de San Columbano y los
libros penitenciales.

3. Rasgos fundamentales del primer monacato occidental


3.1 Algunos aspectos institucionales del monacato: comunidades con vida en común. Número
variable de miembros divididos según su procedencia:
a) los ofrecidos por los padres para recibir formación en la escuela monacal
b) los que ingresaban en edad madura impulsados a menudo por un afán de penitencia
-Tardía Antigüedad, el nº no sacerdotes superaban al de los que sí lo eran. Con el tiempo se
fue invirtiendo
-El gobierno lo ejercía un abad con autoridad cuasi-paternal. El mandato solía ser vitalicio.
La “Regla” dada por el fundador o recibida era la norma jurídica reguladora de la comunidad.
Antes de la aparición de la “Regla benedictina” las “Reglas” regulaban lo imprescindible de la
vida cenobítica.
La profesión monástica era un acto público, solemne, temporal o perpetuo. En la regla galaica
del s. VII prevaleció el sistema “pactual” entre el abad y los monjes.
3.2 Normas jurídicas de carácter universal
-conc. IV Calcedonia (451), c. 24: La erección del monasterio le correspondía al Obispo local
y que los monasterios y sus pertenencias no podían volver a destinarse a usos seculares. Los
monasterios en su mayoría son de origen episcopal y sin relación con otros cenobios (vida en común).
En occidente desde el s. VI se recibió la doctrina de Calcedonia con marcada tendencia a
subrayar la autoridad del obispo sobre el monasterio:
conc. Agde (506), c. 27: exigió licencia episcopal para fundar un monasterio.
conc. I Orleáns (511), c. 15: los abades monásticos están bajo la dependencia del obispo que
les ha de reunir anualmente. Esta doctrina fue recibida en la provincia Tarraconense (cfr. conc.
Tarragona (516), c. 11 y conc. Lérida (546), c.3)
-En el s. VII, hubo reacción filomonasterial debido quizá a abusos por parte de los obispos y el
aprecio de grandes figuras, San Leandro, San Isidoro:
conc. Sevilla (619), c.10: anatema al obispo que había causado la ruina de un cenobio.
conc. IV toledo (633), c. 51: expuso los derechos que tenía un obispo sobre un monasterio
existente en su territorio para evitar abusos. Los monasterios contemplados por la disciplina canónica
eran cenobios autónomos con alguna excepción: Congregación monástica galaica, con la “Regla de San
Fructuoso de Braga”.

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III. El monacato Benedictino
1. San Benito (480?-547) y “la Regla” del monacato occidental. Fundó el monasterio de Subiaco según
el cenobismo de S. Pacomio: monjes divididos en grupos de 12, con su superior y todos sometidos a
San Benito. S. Benito evolucionó y Fundó el monasterio de Montecasino: una sola comunidad con
dormitorios y refectorio comunes. Al final de su vida (a. 540) S. Benito compuso una “Regla” para
todos los monasterios:
Prólogo: se exhorta a ponerse al servicio de Cristo Rey. Consta de 73 capítulos.
Coincide en el prólogo y los 7 primeros capítulos con la “Regula Magistri”
-Se convirtió en la regla típica del monacato occidental.
2. La reforma de Aniano y la “orden” del Cluny
En el imperio carolingio se favoreció la difusión de la regla de San Benito. El gran impulsor
fue Benito de Aniano impulsado por Ludovico Pio, que estaba al frente de los monasterios de Aquitania
para reformarlos como Aniano: Ludovico Pio construyó la Abadía de Inden como Schola monachorum
(785). Benito emprendió la reforma desde Pirineos hasta el Rihn.
Al declinar el imperio carolingio se desintegró esta reforma.
En la edad feudal se secularizaron numerosas comunidades en manos de obispos, príncipes y
abades laicos convirtiéndose en dominios señoriales.
-(909) el duque Guillermo III de aquitania concedió el lugar de cluny al abad Bernon de
Baume para fundar un monasterio “exento”, sometido directamente al Papa observando la regla de San
Benito y eligiendo libremente a su abad.
La reforma de cluny se extendión en los s. X y XI impulsada por príncipes y obispos.
S. XII muy extendida con 1200 monasterios. Cluny tenía un gobierno centralizado con cierta
flexibilidad que permitía diversos grados de vinculación de los monasterios, con una misma disciplina
(Consuetudines cluniacenses) y sometidos al abad de Cluny.
-En los s. XIV y XV la institución monástica de San Benito decayó y volvió a florecer con la
constitución de congregaciones.
3. El Císter y otras órdenes medievales
En el s. XII derivada del tronco benedictino aparece el cister debido a la personalidad de San
Bernardo (1091-1153).
Los monasterios cirtercienses estaban unidos entre sí por la carta caritatis: retorno a la
simplicidad primitiva y al trabajo de la tierra. Introdujo la institución de los “hermanos conversos”:
religiosos legos ingresados en la edad adulta, rebajados de ciertas obligaciones corales y dedicados al
cultivo de las tierras más alejadas.
-En el s. XVII el abad Rancé, inició en su monasterio de la Trapa un régimen más riguroso.
Ambas observancias coexisten (cistercienses y trapenses).
En la época medieval aparecen órdenes monásticas que integran eremitismo y cenobismo:
Camáldula (fundada por San Romualdo, 952-1027). Erigió una monasterio y varias ermitas para retiro
de solitarios.

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La Cartuja, en el valle Chartrense dónde se retira Bruno, antiguo canónico de Colonia y
algunos discípulos. Combina la vida anacorética con un cierto grado de vida en común. La observancia
cartujana tiene su origen en “el testamento de San bruno” (1101) y las consuetudines recopiladas en
1027 por el gran prior Guido. En el s. X, San Norberto instituyó la orden de los premonstracenses,
sobre la base de los canónigos de Premontré y que adoptaron la “regla de San Agustín”.
Las Órdenes militares se crean en la cristiandad medieval impulsados por los grandes
ideales de las Cruzadas: la protección de los peregrinos de Tierra Santa y la lucha por recuperar los
Santos Lugares en manos del Islam desde el s. VII. La Órden de los Hospitalarios de San Juan,
(Jerusalén, 1048). Al final de la Cruzada se establecieron en la isla de Rodas (1305-1522) y luego en
Malta cedida por Carlos V. La Órden del Temple, (Jerusalén 1118 por Hugo de Payns y otros
caballeros). Gozó del favor de San Bernardo. Fue disuelta en 1312 después del injusto proceso
instruido por Felipe el Hermoso. La Orden Teutónica, (Palestina durante la 3ª Cruzada). En el s. XIII
se trasladó a Prusia oriental para luchar contra los paganos. Crearon su propio estado en Prusia que se
secularizó en el s. XVI como consecuencia de la reforma protestante. En la reconquista española, se
fundaron las órdenes militares de Santiago, Alcántara, Calatrava y Montesa.

IV. Los mendicantes


1. La vida religiosa en la baja edad media.
El florecimiento de las ciudades y de la vida urbana hizo cambiar el modo de vida religiosa.
Aparecieron los frailes con otra forma de vida religiosa más acorde con los nuevos tiempos.
Aparecieron en las ciudades los conventos: Moraban unos frailes, vestidos con hábito, que emitían
votos religiosos y asistían a coro, pero dedicaban sus afanes a la acción pastoral. Se sostenían por las
limosnas de los fieles.
Su estilo de vida era sencillo y practicaban la pobreza evangélica. Todos los mendicantes tuvieron una
organización centralizada, integrados en una misma corporación que se llamó “orden”. Las órdenes
mendicantes contaron con tres ramas: varones, mujeres y seglares. Estos últimos constituían la orden
tercera y procuraban vivir en el siglo su propia espiritualidad.
2. Los mendicantes: franciscanos y dominicos.
a) Los Franciscanos, nacieron como comunidad de frati minoris que se adhirieron a S. Francisco de
Asís (1181-1226) y abrazaron la pobreza absoluta.
El Papa Inocencio III aprobó un primer núcleo de una Regla escrita por San Francisco.
En 1221 pasó a una Regula non bullata y en 1223 a la Regula bullata aprobada por Honorio III: la
vida evangélica significa la renuncia a toda propiedad, individual o corporativa, el mantenimiento
personal y colectivo a base de limosnas y la dedicación al apostolado misionero.
Ha tenido gran éxito la espiritualidad franciscana, aunque ha habido disputas sobre la interpretación
de cómo vivir la pobreza:
En el s. XIV surgió una escisión entre la porción mayoritaria y los llamados “espirituales”.
Una parte de éstos fueron excomulgados y constituyeron la secta de los “fraticelli”.
En el s. XVI la división entre los “observantes” y los “conventuales” formaron dos órdenes distintas.
En el s. XVII Los “capuchinos” formaron una orden propia.
b) Dominicos

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Nombre: de Domingo de Guzman (1170-1221) que predicó en 1206 contra los albigenses, orden
predicadores.
Comenzó en Toulouse cuando un grupo de seguidores de Domingo comenzó a vivir con él en
comunidad: Son mendicantes y habitan en conventos, de carisma la defensa de la fe contra la herejía y
la enseñanza teológica en las universidades del occidente cristiano.
Influencia notable en la teología debido a los grandes teólogos: San Alberto Magno y Sto Tomás de
Aquino.
c) Grupos o congregaciones eremitas se transforman en órdenes mendicantes Ocurre en la Baja
edad media.
La orden del Carmen: Los ermitaños que al final de las Cruzadas trasladaron su residencia desde el
Monte Carmelo a Europa. Gran desarrollo durante el generalato de San Simón Stock. En el s. XVI la
cuestión de la posible mitigación de la Regla provocó la división entre calzados y descalzados.
La orden de los Agustinos: procede de la fusión dispuesta por Alejandro IV en 1215 de varias
congregaciones eremitas de la orden de os ermitaños de San Agustín.
d) Órdenes mendicantes de mujeres paralelas a las de los varones.
3. Las asociaciones de “beguinas”.
Es un fenómeno propio de la Baja Edad Media
-Mujeres que, sin emitir votos religiosos, se integraban en pequeñas comunidades consagradas a la
educación de la mujer y la atención de los enfermos. Tuvo relevancia en el centro-norte de Europa:
países bajos, Francia nordoriental y la región del Rhin.

V. Los Religiosos de la época moderna


1. Los tiempos modernos
-El humanismo y el Renacimiento provocó un condicionamiento en la vida de la Iglesia. También la
reforma protestante alteró la escala de valores.
-Esto alteró a las instituciones religiosas para hacer frente al protestantismo y a la
sensibilidad del hombre moderno siguiendo las directrices de la Reforma católica: Pontificado
renovador y el conc. de Trento.
Los “clérigos Regulares”, liberados de condicionamientos y formalismos habían de ser los religiosos
adecuados a los nuevos tiempos.
2. Los Clérigos regulares. No tenían obligaciones corales y vestían como los clérigos de su tiempo.
Emitían votos solemnes, lo que constituía a estas comunidades de clérigos la condición de “orden”; los
votos simples correspondían a una “congregación religiosa”:
Los teatinos: fundada por Cayena de Thiene y Gianpietro Carafala (Paulo IV). Aprobados en 1524
adoptaron la regla de San Agustín.
La compañía de Jesús: fundada por San Ignacio de Loyola y 6 compañeros que al no poder marchar a
Tierra Santa decidieron ponerse a disposición del Papa. El fundador les dio un “examen general” y unas
“constituciones”. Configuración fuertemente centralizada con división en provincias y un superior
general vitalicio. En 1546 aparecieron los miembros profesos que emitían votos solemnes agregando un
voto de obediencia al Papa. -Sirvió al pontificado para realizar la reforma tridentina.

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Los instrumentos apostólicos que utilizaron fueron variados: Los “Ejercicios”, las universidades,
las congregaciones marianas, etc...
Las órdenes y congregaciones religiosas nacidas en los tiempos modernos tienen como nota
característica la proyección exclusiva o determinante hacia un determinado campo de trabajo
apostólico.
3. Los Religiosos en la edad contemporánea
En el s. XVIII: la vida religiosa sufrió una crisis debida al regalismo borbónico, el josefismo y el
espíritu anticristiano de la ilustración y la revolución francesa. Hecho emblemático: la disolución de la
Compañía de Jesús por Clemente XIV.
En el s. XIX: balance contradictorio:
a) Con la restauración del Antiguo Régimen, Pio VII restableció a la Compañía de Jesús.
Otras órdenes religiosas experimentaron un florecimiento (benedictinos, dominicos). Surgieron
multitud de institutos religiosos de escasas dimensiones salvo los salesianos (1857)
b) tras el fracaso de la instauración del Antiguo régimen.
La otra cara de la moneda la constituyo el virulento anticlericalismo, como la desamortización en
España; El Kulturkanpf en Alemania y el sectarismo IIIª república francesa: expulsó a los religiosos del
país.
En el s. XX: Tras el conc. Vaticano II se exhortó a los institutos religiosos a vivir con plenitud la
fidelidad a su carisma institucional.
Actualmente los religiosos están sometidos a la autoridad de la “Congregación para los Institutos de
Vida Consagrada y a las Sociedades.

CAPÍTULO UNDECIMO
LOS LAICOS

I. El laicado en la Antigüedad cristiana.


1. El papel de los laicos en las comunidades cristianas.
-CIC’83, c. 207 define: “Por institución divina entre los fieles hay en la Iglesia ministros
sagrados, que en el derecho se denominan también clérigos; los demás se denominan laicos”.
La división tripartita se introdujo en la tardía Antigüedad, aunque no sea la que
corresponde por institución divina. Según San Jerónimo, laico deriva del griego “laos”, pueblo.
En la antigua Iglesia, los fieles se denominaban entre sí con el nombre de santos y tuvieron
gran importancia social:
S. Clemente Romano, en la carta a los Corintios (s. I) utiliza el término laico referido a los que
no son sacerdotes en el pueblo judío.

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La carta a Diogneto indica que no se diferenciaban de sus conciudadanos “ni por razón de su
lugar de origen, ni por su habla, ni por su modo de vivir”.
Los apologistas del s. II aducían la conducta ejemplar de los cristianos para reclamar justicia.
Los cristianos laicos eran los pioneros en la expansión apostólica.
En la primitiva Iglesia cristiana hubo fieles que ocuparon una posición destacada sin perder
por ello su condición de laico: Los carismáticos, algunos laicos, cuya condición secular no se vio
afectada por la recepción de carismas. Los confesores de la fe, algunos de ellos laicos. Hay teólogos
laicos, San Justino, Tertuliano.
Las mujeres mantenían su condición laical, aunque estuvieran integradas en el ordo viduarum
y en el ordo virginum.
Fue muy activa la participación popular en las elecciones episcopales.
2. Laicos cristianos en la tardía Antigüedad.
En la época romana cristiana hubo una intensa participación de los laicos en la vida de la
Iglesia:
En África latina pre-islámica existieron los seniores laici, que constituían un senatus, consejo
laico del obispo. Intervenían en nombre de la Iglesia en litios que podían afectar a sus intereses y
formaban parte de los tribunales eclesiásticos. -otros seniores desempeñaban funciones de
administración de bienes patrimoniales, conservación de iglesias, etc...
En los concilios estaban presentes los laicos: En sínodos hispanos hasta el s. IV

II. Clérigos y laicos en la cristiandad medieval.


1. Una sociedad monástico-clerical
En el s. IV se fue instaurando la sociedad cristiana. Factores que contribuyeron:
a) el cristianismo llega a los ámbitos rurales
b) las invasiones bárbaras. El legislador eclesiástico tenía como modelo para legislar los laicos
de las sociedades latino-germánicas.
El juicio que los laicos merecieron estaba muy influenciado por la mentalidad monástico-
clerical.
2. El laicado en la disciplina eclesiástica medieval
En el plano doctrinal aparece con total nitidez la distinción entre clérigo y laico. Es muy escasa
la normativa.
Motivos: Los fieles simples debían ser guiados para salvarse:
a) Papa Celestino I: “El pueblo debe ser enseñado, no seguido”
b) Decreto de Graciano: “El pueblo no debe ir a la cabeza, sino seguir”
c) El deber de enseñar a pueblo le correspondía a la Jerarquía y al poder secular que
ordinariamente secundaba sus directrices:
c.1) En la Francia carolingia, algunos capitulares eclesiásticos imponían no solo como
precepto religiosos sino como obligación civil.

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c.2) suscitaban suspicacia los predicadores laicos que proliferaban en los ambientes
heterodoxos
3. Laicos medievales con estatuto especial
a) El príncipe cristiano que había recibido la regia unción:
La unción fue instaurada en la monarquía visigótico-católica del s. VII.
Fundamentada en la Biblia: la unción de los reyes de Israel: Introducida en Francia por la
monarquía Carolingia en s. VIII y otras realezas europeas.
La legitimación del origen del poder real se fundamentó en la unción: así el príncipe
católico ungido aparece con una aureola de sacralidad sin que se altere su condición laical.
b) participación laical en los concilios con un marcado carácter aristocrático: concilios con
un doble carácter, por un lado, sinodal y por otro como asamblea legislativa civil.
c) Los fundadores y propietarios de la iglesia propias pretendieron tener sobre ellas algunas
facultades (investidura, derecho de presentación, beneficios económicos, etc.) y quedaron configurados
en el derecho de patronato.
d) En la baja edad media abundaron los gremios y corporaciones que tenían un lejano
precedente en los collegia de la época romana: las corporaciones solían tener un carácter profesional y
agrupaban a los artesanos de un mismo oficio. Se comprometían a una acción solidaria en sentido
amplio. Los ágapes periódicos contribuían a mantener vivo el sentido de fraternidad.
e) Laicos que se movían entorno al mundo de los religiosos: Se vinculaban en calidad de
oblatos y familiares: se entregaban a los monasterios en virtud de fórmulas como la traditio corporis et
animae: recibían algunos derechos (enterramiento, alimentos, etc...)
s. VII en el monacato frutuasiano (norte península ibérica) se llegó a prever como regla
común que familias enteras fueran admitidas en calidad de huéspedes, -la tradición de los oblatos se
encuentra arraigada en los benedictinos
Las órdenes terciarias existentes a la vera de las órdenes mendicantes estaban integradas por
laicos que vivían la espiritualidad de la orden.
III. El laicado en los tiempos modernos
1. Asociaciones que practican el ejercicio de la caridad
1.1. En el s. XIX Entre las asociaciones de laicos y pías uniones destacan las conferencias de
San Vicente de Paúl
1.2. En el s. XX Aumentan este tipo de asociaciones
2. Asociacionismo fruto del espíritu de las órdenes y congregaciones religiosas
2.1. Las congregaciones marianas surgen en el s. XX.
3. La acción católica Concebida como forma de participación del laicado en la acción de la jerarquía.
4. La participación del laicado en la missio de la Iglesia.
Fruto de la toma de conciencia de la llamada universal a la santidad: Los laicos ocupan un
lugar propio y gozan de un destacado protagonismo en la estructura jurídico-apostólica de la Iglesia
(cfr. LG 31)
CIC’83: cc 208-223 obligaciones y derechos de todos los fieles.

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En los cc 224 al 231 son específicamente de los fieles laicos. Estos cánones estaban en el proyecto de ley
fundamental de la Iglesia.
c. 225: trabajan para que el mensaje evangélico sea conocido en todo el mundo y hacer que en el orden temporal se
imponga el espíritu evangélico.
c. 226: deber de los casados de trabajar para la edificación del pueblo de Dios a través del matrimonio y la familia.
c. 228: el derecho y el deber de ayudar, en calidad de peritos a sus respectivos pastores.
c. 227: el derecho de que en los asuntos temporales se reconozca a los laicos cristianos la misma libertad que
corresponde a todos los ciudadanos.

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