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COMUNION ENTRE LAS IGLESIAS EN

LOS PRIMEROS TIEMPOS DE LA


IGLESIA. LAS VOCACIONES MISIONERAS
AGENTES DE COMUNION.

MONS. J. CAPMANY

INIBOUDCCIÓN

Un estudio cabal de las vocaciones nus10neras no puede


prescindir de su relación con el tema de La comunión eclesial,
porque éste es hoy ineludible en cualquier profundización teo-
lógica de la misión.
Recordamos que al hablar de "misiones" nos referimos a la
actividad que desarrolla la Iglesia en el cumplimiento de la
misión que le encomendó el Señor, cu.ando la misión se desarro-
lla en aquellos lugares o grupos humanos en los que se inicia
la evangelización y la implantación de la Iglesia (Cfr. AG. 6).
Sin embargo esta iniciación no debe interpretarse con rigidez,
pues el concepto de actividad misionera no sólo se refiere a la
labor del estricto comienzo evangelizador y eclesial, sino tam-
bién a lo que se desarrolla en Iglesias en situación "de nove-
dad o juventud" (Cfr. AG. 6). Son aquellas que en lo humano
no son aún autosuficientes para desarrollar debidamente la
vida eclesial y la misión evangelizadora en s.u propio ámbito
geográfico humano. En esta situación reciben la ayuda de las
otras iglesias particulares.
En esta ayuda destaca la aportación del personal evangeli-
zador. Es lo más importante para el buen desarrollo de la vida
eclesial. Quienes desde otros lugares son enviados para corro-
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borar la acción de las Iglesias jóvenes, merecen con toda ra-
zón el título de misioneros lo mismo que uquellos que traba-
jan en la primerísima evangelización. Por ser la situación con-
creta de la Iglesia lo que justifica el título de misionero, éste se
atribuye también a los nativos que allí trabajan en b obra ecle-
sial (Cfr. AG. 23). La dificultad concreta que en algunos casos
puede darse en orden a determinar si una situación concret,3.
es "de misión" o ya no lo es, no obsta a que podamos así de-
finir lo misionero en sentido eshicto, tanto en relación al lu-
gar como en cuanto al personal servidor de la Iglesia.
Los territorios de misión reciben I.a ayuda de las iglesias p ar-
ticulares de muchas formas, y especialmente a través de perso-
nal misionero, como antes hemos indicado. Si nos preguntamos
por qué desde una iglesia particular se envían misioneros fue-
ra de ella, no nos será difícil descubrir varias r,azones obvias.
Toda Iglesia particular por la estimación que tiene del don de
la fe, de su propia vida comunitaria y del mandato misionero
dado por Jesús, está connatumlmente interesada en la propaga-
ción de la fe, en todas sus vivencias (en las personas, en la ca-
tequesis, en la teología, en su enlace con las culturas, etc.} y
en el establecimiento y consolidación de la Igesia en el mundo
entero; por ello una Iglesia se priva de personal -jamás su-
perfluo- para que la fe y la Iglesia así progresen según el
plan de Dios y para bien de todos los hombres.
La coincidencia de una comunidad cristiana ya madura con
otm joven en la profesión de la misma fe y en todo el anhelo
eclesial suscita un movimiento mutuo de simpatía que lleva con-
naturalmente a acciones. de ayuda, entre la~ que la más expre-
siva es el envío de personal apto para la difícil tarea de la
Iglesia joven. La causa en que todas las iglesias particulares
están involucradas, las lleva ,a buscar cada una el fortaleci-
miento y el progreso de las restantes; se atiende de un modo
particular la vida de las Iglesias que se inician y de las Igle-
sias jóvenes por la mayor necesidad que tienen y por la impor-
tancia del hecho testimonial del crecimiento eclesial en orden
a la misión universal. Cuanto todas las comunidades eclesiales
más se unen, más poderosa es la Iglesia univers.a l para propa-
gar la fe en el mundo entero, según el mandato del Señor.
Estas consideraciones brotan de unas sencillas reflexiones
sobre los anhelos connaturales de las iglesias particulares, pero
no son la última explicación de mismo. Esta ayuda de una
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...
igesia particular a otra tiene su fundamento en el mismo mis-
terio de "la Iglesia peregrinante, misionera por su natura-
leza" (AG. 2).

VISIÓN TEOLÓGICA DE LA COMUNIÓN MISIONERA E TRE LAS IGLESIAS

l. La historia.
Hoy se insiste mucho más que años atrás en relacionar la
comunión entre I.as iglesias y la actividad misionera. Ello cons-
tituye un auténtico logro, al cual se ha llegado por un proceso
simultáneo de vida eclesial y de reflexión teológica.
La historia de la Iglesia misionera en los últimos cinco si-
glos. nos ofrece el impresionante cuadro de la evangelización de
América, Asia y Africa, con suerte desigual pero con testimo-
nios de grandes generosidades en todos los campos y tiem-
pos. La obra misionera generalmente corre paralela a la colo-
nización de aquellos territorios. Se ha hablado mucho de los
aspectos negutivos de es.ta conexión, que ciertamente no halla-
mos en la primera expansión d el cristianismo, es decir, en los
tiempos apostólicos y los inmediatamente consiguientes. A ve-
ces se cargan las tintas al tratar de los antitestimonios de los
colonizadores, ya sea de orden individual, ya de orden colec-
tivo. Otras se juzga de la improcedencia de ciertas ayudas e in-
terdependencias prácticas a la luz de la teología, el derecho, y
la pastoral de hoy, y de este modo Las deficiencias aparecen
casi monstruosidades..
Ciñéndonos a América lo cierto es que allí se realizó una
obra evangelizadora auténtica, bendecida por Dios y cuya efi-
cacia está comprobada por la historia; la misma situación ac-
tual del continente latinoamericano nos lo manifiesta. ¿ Será tal
vez que el Espíritu Santo no es tan "puro" como ciertos críti-
cos? Lo cierto es que en aquellas circunstancias la conexión en-
tre colonización y evangelización posibilitó y facilitó mucho
esta última, mienh·as, por ob'a parte, la Iglesia si bien no pudo
evitar todos los abusos limitándose a frenar no pocos, con su
presencia sin embargo dio a la colonización un cierto sentido
integrador de razas. Ello tuvo como feliz cons.ecuencia una
auténtica implantación de la Iglesia en la América de habla
española y portuguesa.
La historia fue muy distinta en las misiones de Asia y Afri-
ca. No es del caso ahora proseguir esta revisión de ciertos jui-
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·-···· ..
cios sobre la misión de siglos pasados, que adolecen de falta
de realismo, de perspectiva y de atención a las relatividades
históricas. Bien advierte el viejo refrán: "distingue tempora et
concordabis jura".
Tanto en América, muy pronto, como en Asia y Africa es-
pecialmente desde Pío XI, se procuró la indigenización de la
Iglesia, de modo particular en el aspecto más importante: en
la jerarquía sagrada y en la vida religiosa. De este modo se
daba el gmn paso para una auténtica implantación de la Igle-
sia en aquellos lugares. A su vez el establecimiento d e una
jerarquía indígena y la potenciación espiritual y misionera del
propio laicado en las Iglesias jóvenes ha cambiado la relación
concreta entre aquellas iglesias y las antiguas, de las que par-
tieron los misioneros que evangelizaron y agruparon allí Las pri-
meras comunidades de creyentes. Al compás de la creciente
implantación de la Iglesia aumentó la conciencia, responsabi-
lidad y posibilidades de los nativos (jerarquía y pueblo) en or-
den a la evangelización de las personas y pueblos próximos
a ellos. Es verdad que genemlmente siguen necesitando la ayu-
da fraterna de las. .antiguas iglesias, en personal y en muchos
elementos ineludibles para la misión; pero este crecimiento
de la comunidad ha ayudado no poco a ver cada vez más claro
que la misión ha de centr,:use en la Iglesia local.
En consecuencia la ayuda que les prestan otras iglesias to-
man notoriamente la condición de servicio intereclesial, es de-
cir, de realización peculiar de la comunión misionera que ha
de existir entre todas las iglesias particulares. Más aún, las Igle-
sias jóvenes al vivir auténticamente como comunidades cristia-
n.as, aportan frutos preciosos a la Iglesia total y, en ella, a cada
comunidad hermana. Ya empiezan incluso a dar personal misio-
nero a otras iglesias.

11. El magisterio papal.


Estos. hechos connaturales a la vivencia eclesial no s6lo han
sido estudiados por los teólogos que han profundizado en la
comunión entre Iglesias y en la dimensión misionera de esta
comunión. También el magisterio papal ha seguido y orienta-
do este proceso. Huelga enumerar los documentos que han tra-
tado del clero y laicado nativos en países de misi6n. En el con-
cebir y explicar la intercomunicaci6n entre las Iglesias como
ámbito en el que se desarrolla la misi6n universal, destacan las
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pahbras de Pío XII en el mensaje de Navidad de 1945, que
luego el mismo Pontífice recogió en la "Fidei donum" y Juan
Pablo II ha citado como punto de apoyo en el mensaje del
domingo universal de las misiones de 1982: "Si en otros tiem-
pos la vida de la Iglesia, en su aspecto visible, desplegaba su
fuerza preferentemente desde donde se extendí.a ... hacia lo que
podía llamarse la p eriferia del mundo, hoy se presenta como un
intercambio de vida y de energía entre todos los miembros del
Cuerpo mís.tico de Cristo".
El Concilio Vaticano II unió comunión y misión al funda-
mentar la misión eclesial en el mismo misterio trinitario. En
Dios se da la inefable comunión de las tres p ersonas, y su mis-
terio íntimo se nos ha manifestado por la doble misión del
Hijo y del Espú-itu. Además la correlación comunión-misión en
la Iglesia, refleja la de comunión y ministerio, tan importante
en la Lumen Gentium y en otros documentos conciliares. A
este desarrollo teológico ha contribuído también la doctrin,a de
la colegialidad episcop al que conlleva la corresponsabilidad
de los obispos en la misión universal; esta correspons.abilidad
afecta tanto a los obispos de las antiguas iglesias como de las
nuevas: "Todos los Obispos., como miembros del Cuerpo epis-
copal, sucesor del Colegio de los Apóstoles, han sido consagra-
dos no sólo para una diócesis determinada, sino para la salva-
ción de todo el mundo. A ellos, con Pedro y bajo Pedro, afec-
t1 primaria e inmediatamente el mandato de Cristo de predi-
car el Evangelio a toda criatura. De aquí procede esa comunión
y cooperación de las Iglesias, que es hoy tan necesaria para
proseguir la obra de 1.a evangelización. En virtud de esta comu-
nión, cada Iglesia siente la solicitud de todas las demás, se ma-
nifiestan mutuamente sus propias necesidades, se comunican
entre sí sus bienes, ya que la dilatación del Cuerpo de Cristo es
deber de todo el Colegio episcopal" (AG. 38). Adviértese que
en el mismo lugar conciliar se recuerda el deber de las igle-
sias particulares de enviar s.acerdotes a aquellas otras que lo
necesiten para que así pueda seguir avanzando la evangeliza-
ción del mundo entero. Es la gran concreción práctica de la so-
licitud universal del Obispo con su comunidad.
Todo ello ha creado un nuevo ambiente para la cooperación
misionera universal, según un doble enfoque complementario.
Desde las iglesias jóvenes ha habido una creciente transforma-
ción de la relación con las otras iglesias, estableciéndola desde
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una verdadera fraternid1d, sin complejo alguno a causa de su
juventud e, incluso, de su debilidad, aún no superada. D esde
el ángulo de las iglesias antiguas se han abierto nuevos cami-
nos y se ha iniciado un nuevo estilo en el cumplimiento del
deber imprescindible de colaborar de mil maneras a la obra
de la evangelización universad, que históricamente venían rea-
lizando y que el Concilio ha urgido. Así se ha elaborado -cito
a Juan Pablo II al pie de la letr,a- "el nuevo concepto de coo-
peración entendida no ya en un sentido único, como ayuda
dada por las iglesias de antigua fundación a las iglesias más
jóvenes, sino como intercambio recíproco y fecundo de energías
y de bienes, en el ámbito de una comunión fraternal de igle-
sias hermanas, superando el dualismo 'Iglesias ricas - Iglesias
pobres', como si hubiera dos categorías distintas : Iglesias que
dan e Iglesias que reciben solamente... la misión pasa a ser
gracia para cada iglesia, condición de renovación, ley funda-
mental de vida".
Este nuevo enfoque de la misión universal, cuya elabora-
ción ha caminado paralela al proceso evangelizador de las
iglesias de Asia y Africa, aporta preciosos elementos p ara pro-
fundizar en la cooperación entre las Iglesias de Ew·opa y Amé-
rica, haciéndola más justa eclesialmente hablando y, por ende,
más eficaz. Tanto nos ayudaremos más cuanto nuesh·as comu-
nidades estrechen la comunión, realizando una "comunicación
cada vez más profunda y más abundante" (de la comunicación
del Card. Wojtyla en el Sínodo de 1969). Vamos a ver, ant e
todo, cómo hacerla más profunda. Luego analizaremos los mo-
dos de realizarlo en concreto y el estilo que ha de inspirar
estas acciones.

111. La re{-lexión teológica.


La razón teológica de la comunión misionera está en la re-
lación entre el misterio de la Iglesia una y misionera y la rea-
lickid de la Iglesia particular, como la definen los documentos
conciliares.
La Iglesia, aunque extendida por el mundo entero por la
existencia de comunidades sociológicamente distintas, ubica-
das en varios lugares, es una por la unidad del llamamiento
universal. Iglesia significa asamblea de los llamados a consti-
tuir el Pueblo de Dios, el cual ha de corresponder al don que
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es la alianza que Dios Je otorga con el culto al mismo Dios
y la mediación ante todos los pueblos par.a que "se reúnan los
hijos de Dios dispersos" por el mundo (Jn. 11, 52).
Esta unidad se confirma y se realiza por el Hijo encarnado,
Redentor de todos y Cabeza de la Iglesia, por el Espíritu que
se da con generosidad y amplitud, por la fe, el bautismo, etc.
(Cfr. Ef. 4, 1-6). La Iglesia se configura también visiblemente
como una unidad por el ministerio de Pedro con los apóstoles,
y sus respectivos sucesores, según la institución divina.
La Iglesia Pueblo de Dios es una comunión misionera, como
afirma el Concilio: "Cristo 1a instituyó para ser comunión de
vida, de caridad y de verdad, y se sirve de él como de instru-
mento de la redención universal y lo envía al universo como
luz del mundo y sal de la tierra" (LG. 9).
H asta aquí nos hemos referido a la gran comunidad que lla-
mamos la Iglesia en un singular de mucha significación. Pero
también en el lenguaje bíblico el nombre de iglesia se usa, ya
sea en plural (1 Tes. 2, 14; Gál. 1, 2; 2 Cor. 11, 28; Hch. 15,
41, etc.), ya sea en singular, pero s.ignificando sólo alguno de
los grupos concretos de fieles (p.e., en el inicio de las cartas
de San Pablo o en el Apocalipsis). En efecto, la gran verdad
de la única comunidad no excluye que existen sociológicamen-
te grupos p aiticulares de fieles con sus legítimos pastores, dis-
tintos entre sí. Más aún, ello se hizo históricamente necesario
al expansionarse la Iglesia una por el mundo entero. A estos
grupos, siguiendo la terminología del Nuevo Testamento, los
llamamos "iglesias" . No son la Iglesia en un sentido total, pero
son llamados iglesias porque en ellos la única Iglesia de Cristo
está verdaderamente presente (Cfr. LG. 26).
No se rompe la unidad de la Iglesia a causa de las "igle-
sias". El Concilio, en la "Lumen Gentium" y en "Christus Do-
minus", ha aportado luces definitivas para explicar esta cues-
tión desde el misterio único del Pueblo de Dios de la nueva
.alianza. Tal vez el texto más conciso es el que da la definición
de diócesis o iglesia particular y que ha sido resumido en el
nuevo Código de Derecho Canónico: "La diócesis es una por-
ción del pueblo de Dios que se confía al Obispo para ser apa-
centada con la colaboración del presbítero, de suerte que,
.adherida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo, por
medio del Evangelio y la Eucaristía constituye una Iglesia par-
ticular en la que se encuenb·a y actúa la una, santa, católica
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y .apostólica Iglesia de Cristo" (CD. 11). En este texto vemos
cómo después de enumerar los agentes y medios de la acción
pastoral diocesana, la Iglesia particular es relacionada con la
universal, mediante un.as palabras -"inest et operatur"- que
sintetizan magníficamente las expresiones del punto 23 de la
"Lumen gentium", fundamental para el estudio de esta rela-
ción. A medida que vaya penetrando en la conciencia eclesial
este concepto de Iglesia una, que se actualiza -esencial y ope-
rativamente- en las iglesias particulares, la intercomunicación
entre éstas tomará más hondura teológica, logrará mayor vigor
misionero y evitará las desviaciones que pueden derivarse de
una consideración practicista, superficial y socio-naturalista de
este mirarse y ayudarse de las. iglesias p articulares entre sí.
La dificultad de comprender que la única Iglesia así esté
y así actúe en las particulares no es otra que la propia del mis-
terio a que se refiere esta formulación : En cada comunidad
-de un modo singular en la iglesia particular, por el conjunto
de elementos que sólo se dan en ella- "está presente Cristo,
por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y
apostólica" (LG. 26). Ello va mucho más allá de lo que consti-
tuye una sociedad puramente humana. La feliz formulación
conciliar, mientras por una parte da y enaltece a la Iglesia par-
ticular, según merece, por otra parte evita concebir la Iglesia
universal como una federación de iglesias. Pablo VI escribió en
la "Evangelii nuntiandi" el mejor comentario al respecto :
"Guardémonos bien de concebir la Iglesia universal como la
suma o, si se puede decir, la federación más o menos anómala
de iglesias particulares esencialmente diversas. En el p ensa-
miento del Señor es la Iglesia universal por vocación y por mi-
sión la que, echando sus raíces en la variedad de terrenos cul-
turales sociales humanos toma en cada parte del mundo ex-
' ' '
presiones externas diversas" (EN. 62).
El mandato misionero recae prim,ariamente sobre la gran
comunidad total y hay un desglose del mandato en responsa-
bilidades. personales diversas, de acuerdo con la gracia y el
ministerio recibidos por cada uno de los fieles. ¿Ha lugar tam-
bién para una responsabilización concreta de las agrupaciones
particulares de fieles? El Concilio, atendiendo a los dos tipos
de comunidad parcial más relevantes, nos da la respuesta :
"Como el Pueblo de Dios vive en comunidades, sobre todo dio-
cesanas y parroquiales, en las que, de cierto modo, se hace vi-
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sible, a ellas corresponde también el dar testimonio de Cristo
delante de las gentes" (AG. 37).
No basta que en oada iglesia particular haya una activi-
dad evangelizadora hacia quienes conviven con los creyentes
en el mismo grupo humano o territorio. Es ciertamente una co-
rrecta actitud evangelizadora y una primera e ineludible rea-
lización de la misión que tiene cada iglesia particular o grupo
cristiano. Pero ninguna comunidad puede cerrarse ,al grupo hu-
mano cercano, pues sólo se es iglesia si se siente de verdad
con la Iglesia única que es por naturaleza misionera con hori-
zonte universal: "Como el Pueblo de Dios vive en comunida-
des, sobre todo diocesanas y parroquiales, en las que de cierto
modo se hace visible, a ellas corresponde también el dar testi-
monio de Cristo delante de las gentes" (AG. 37). Por tanto la
participacién en la misión con atención a su dimensión univer-
versal será índice de su propia vivencia como iglesia y medio
imprescindible p ara su propio progreso : "La gracia de la re-
novación en las comunidades no puede crecer si no expande
cada una los campos de la caridad hasta los últimos confines
de la tierra y no tiene de los que están lejos una preocupación
semejante a la que siente por sus propios miembros (AG. 37).
Así pues la ·misión universal que compromete a cada una
de I.a~· comunidades a su vez ayuda a que éstas vivan auténtica-
mente su pertenencia a la única Iglesia y se sientan solidarias
en la gran tarea que les compete en común. Y la misión, cuan-
do· se refiere a Iglesias jóvenes, se convierte en comunión en-
tre iglesias particulares en el misterio grandioso de la Iglesia
una y mis.ionera que cada una actualiza.

DESARROLLO PASTORAL DE LA INTERCOMUNIÓN ECLESIAL

l. Enfoque del tema desde la historia bíblica.


El estudio de este aspecto práctico de la intercomunicación
podría ser atendido desde un análisis teológico-sociológico de
posibilidades de encuenh·o operativo entre comunidades o des-
de las experiencias prácticas que nos recuerda la historia de
veinte siglos y la realidad de hoy. El campo es inn1enso. He-
mos optado por desarrollar lo que sobre la historia de la Iglesia
primitiva consignan los libros sagrados al respecto.
Los episodios, a veces históricamente pequeños, del primer
momento de la vida de- la Iglesia1 han quedado consignados en
'i15
los libros sacros para nuestra instrucción, no solamente por ser
la historia doquiera "magistra vitae", sino porque el Espíritu
Santo, autor de la Biblia, ha querido que de ellos aprendiéra-
mos en todo el devenir de la vida de la Iglesia. No nos acer-
camos a los libros sagrados movidos por una simple curiosidad
ni siquiera sólo con la veneración que en cualquier sociedad
merece la vida de sus inicios, sino como fi eles que escuchan
una palabra de Dios permanentemente viva, aun cuando narre
hechos pasados. Estos hoy no pueden ser simplemente copia-
dos, ya que nues,t ra realidad sociocultural es muy distinta del
primer siglo. Pero con una sana hermenéutica nos dicen cómo
también hoy podemos y debemos realizar la intercomunica-
ción entre las iglesias, en continuidad de espíritu y d e acción
con los grupos eclesiales que existieron entonces. Al fin y al
cabo, aquellos son la mismísima Iglesia en que hoy estamos,
pues a tales grupos eclesiales, como a los que existieron en cual-
quier tiempo, debe aplicárseles el mismo principio de la Igle-
sia una que se actualiza y expresa en diversos grupos. Esta
única Iglesia santa se realiza aquí y allá; ayer, hoy y mañana.
La historia visible de la Iglesia empieza en el grupo de cre-
yentes que moraban en Jerusalén. Su espíritu comunitario se
expresa maravillosamente en las cuatro perseverancias : la es-
cucha de la doctrina de los Apóstoles, la «koinonía" (con su
vertiente espiritual y su vertiente práctica en la comunicación
de bienes), la fracción del pan y la oración en común. Los
Após.toles anuncian la resurrección del Señor, arropados por el
testimonio de la pequeña comunidad, que impactaba grande-
mente. En Jerusalén hubo una comunión misionera., paradigma
¡xua las otras comunidades que fueron surgiendo y para la co-
munidad total que en su conjunto ha de atender siempre a la
comunión y a la misión.
Luego aparecen otras iglesias en Judea, Samaría y -sobre
todo- la de Antioquía, ejemplar en su ardor misionero en la
propia ciudad, y de la que parten "para misiones" Bernabé y
Pablo. Estas dan origen a nuevas comunidades : las iglesias
del Asia Menor y, más tarde, de Europa. Es fácil descubrir,
tanto en la narración histórica de Lucas como en las cartas de
Pablo, no sólo la característica comunitaria-misionera de cada
una, sino también cómo las actividades de cada iglesia son sos-
tenidas por las restantes, en un ejercicio de intercomunicaci6n
que expresa de modo práctico la conciencia de sentirse una sola
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Iglesia realizada en grupos diversificados. La pluralidad de for-
m-::is accidentales y de acentos en la vivencia eclesial de aque-
llos grupos, originaron algunas tensiones, en cuyo tratamiento
se vio cómo la Iglesia aceptab a esta diversidad mientras se
manh1vieran intactos los elementos básicos de su unidad pro-
fund a y visible. En ello tuvo importancia decisiva el llamado
Concilio de Jerusalén, gracias al cual la nave de la Iglesia sol-
tó amarras y empezó la singladura misionera universal que
continúa y seguirá hasta el fin de los tiempos.

II. La información mutua.


La intercomunicación entre las iglesias se manifiesta, en
primer lugar, en la mutua información de lo que realizan las
comunidades. Sean ejemplo de ello dos textos: el que explica
la llegada de Bernabé y Pablo a Antioquía, luego del p1imer
viaje, y· el que resume sus contactos con otras iglesias camino
hacia Jerusalén : "Al llegar (.a Antioq uía) reunieron a la iglesia,
les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y có-
mo había abierto a los gentiles la puerta de la fe", "atravesa-
ron Fenicia y S.Jmaría contando a los hermanos cómo se con-
vertían los gentiles y alegrándolos mucho con la noticia" (Hch.
14, 27 y 15, 3). Es bueno reflexionar sobre esta última frase
_q ~e signific_a que las noticias eran recibidas con el interés con
que _uno escucha -se goza y se entristece- sobre cosas que
le at..1ñen muy de cerca. Pablo contó luego con un excepcional
colaborador, precursor de las agencias de información misio-
nera: Tíquico. Acompañó al Apóstol en su último viaje a Je-
rusalén (Hch. 20, 4s.) y, al ser encarcelado Pablo, lo envió a
Efeso y -~ Calosas: "Quiero que también vosob·os sepáis qué
es de mí y qué tal sigo: de todo os informará Tíquico ... os lo
mando precisamente para que tengáis noticias nuestras y os dé
ánimos" (Ef. 6, 21-22, cfr. : 2 Tim., 4, 12; Col. 4, 4-9). Este
deseo final es también muy significativo.
El beneficio que se sigue de la mutua información está
insinuado en el inicio de la carta a los Romanos, donde Pablo
dice: "Tengo 1nuchas ganas de veros para comunicaros al-
gún don del Espíritu que os afiance, es decir, para animaros
mutuamente con 1.a fe de Unos y otros, la vuestra y la mía"
(Rm. 1, 11-12). A este texto se refirió Pío XII en la "Evange-
lii praecones" (11), glosando el fruto informativo del Año Santo.
En línea con este modo de proceder de las primeras comu-
277
nidades está lo que leemos en "Ad Gentes": "Para que todos
y cada uno de los cristianos conozcan cabalmente el estado ac-
tual de la Iglesia en el mundo y escuchen la voz de las multi-
tudes que claman: Ayúdanos, facilítense las noticias misionales
de tal manera, sirviéndose también de los modernos medios de
comunicación social, que los cristianos, sintiendo como propia
la actividad misionera, abran el corazón a las inmensas y pro-
fundas necesidades de los hombres y puedan socorrerlas. Se
impone, asimismo, la coordinación de noticias y la cooperación
con los órganos nacionales e internacionales" (AG. 36).

III. La reflexión conjunta.


Si una estima fraterna dispone a recibir estas informacio-
nes con corazón abierto, con gozo del espíritu si éstas son bue-
nas para la Iglesia y con pesar si son malas, sin embargo, a
veces las noticias de otros grupos eclesiales suscitan perpleji-
dad, inquietud y alarma. Ello acontece cuando se teme que la
acción de un grupo cristiano no sigue el camino eclesialmen-
te correcto. Entonces la intercomunicación ha de pasa r al es-
tadio de la reflexión conjunta, para descubrir con ánimo fra-
terno cuáles son los planes del Espíritu, en los que todos de-
bemos colaborar. Ejemplo singular de esta situación es el pro-
blema suscitado en los inicios sobre l.a vigencia o no de la ley
de Moisés para los cristianos procedentes de la gentilidad .. El
Concilio de Jerusalén estudió' el tema, vio los pros y contras de
las dos posturas contrapuestas y decidió a la luz de la fe en
Cristo, teniendo en cuenta también los hechos : Pablo y Ber-
nabé no se pertrecharon detrás de sus tesis teológicas, cierta-
mente válidas, sino que "contaron lo que Dios había hecho
con ellos" (Uch. 15, 4) y Pedro, al anunciar la decisión, mez-
cló también su actuación en Cesarea con la suficiencia de "la
gracia del Señor Jesús" (Hch. 15, 11). Aquel debate debió de
tener la pasión que luego encontramos en Concilios ecuméni-
cos y en debates intraeclesiales, lo cual -dejando de lado los
excesos- significa la conciencia de que hay que deliberar con-
junta y fraternalmente para resolver los problemas derivados
del hacer diverso de las comunidades.

IV. La hospitalidad.
Pasando a otro capítulo de ayudas, hemos de mencionar las
278

' t l
que atienden a necesidades temporales de las comunidades o
de los miembros de éstas. En efecto, por una parte la Reden-
ción, cuyos frutos la acción misionera quiere hacer llegar a to-
dos, atendió al hombre en su totalidad de ser y existir ; por
ello h ay que rehuir toda concepción que, con pretexto de es-
piritualismo, eliminara la ayuda en lo material concreto. "La
Iglesia -ha escrito Juan Pablo II- no puede permanecer in-
sensible a nada de cuanto sirve al verdadero bien del hombre,
como tampoco puede p ermanecer indiferente a lo que lo ame-
naza" (RH. 13).
Además, es patente que la evangelización reclam.a también
subsidios de orden material y económico, que las iglesias jó-
venes no pueden alcanzar por sí mismas.
U na primera necesidad muy atendida en l.a Iglesia primi-
tiva, heredera, en este punto, del judaísmo, fue la hospitalidad :
"Conservad el amor foatemo y no olvidéis la hospitalidad :
por ella, algunos recibieron sin saberlo la visita de los ánge-
les" (Hbr. 13, 1-2 ; cfr. 1 Pt. 4, 9). Lidia, recién convertida,
obligó a Pablo a aceptar su hospitalidad (Hch. 16, 15). Esta
brota espontáneamente de la fe, que nos hace hermanos. Pa-
blo hace referencia a la hospitalidad relacionándola con la co-
municación con la iglesia de Roma, al enviar a Febe como men-
sajera: "Os recomiendo a nüestra hermana Febé ... recibidla
en el Señor, como corresponde a gente consagrada; poneos a
su disposición en cualquier asurito que necesite de vosotros ... "
(Rm. 16, 1-2).
Este deber de hospitalidad puede realizarse de muchos mo-
dos, y no hay por qué reducirlo a tener materialmente en la
propia casa al hermano que viene de fuer.a. Pero queda siem-
pre en pie que al tratar efectivamente a un hermano como
tal, no sólo se realiza una acción cristiana, sino que se estre-
chan los lazos entre las dos comunidades : la de procedencia
del hermano que llega y la que lo acoge. Con ello se da un
testimonio de gran valor evangelizador. No es fácil realizar la
hospitalidad en las coordenadas socioculturales de l.a civiliza-
ción moderna. Ello, lejos de ·retraernos, ha de ser visto como
una invitación a la creatividad. · Siempre se descubren caminos
cuando hay deseo sincero y amor fraterno. En el decreto "Ad
gentes" algo se dice al respecto (AG. 38) en relación con las
tierras de misiones.
279

-• E
V. Las dádivas materi,ales.
La traducción de la comuni6n en donación generosa de
bienes materiales está en l.a primitivísima tradición de la Igle-
sia. Hay comunicación de bienes en la "koinonía" de la iglesia
de Jerusalén y en la c0lecta de la jovencísima iglesia de An-
tioquía en favor de la iglesia de Jerusalén (Cfr. Hch. 11, 27-30),
¡sin que ésta hubiera solicitado nada I Y con abundante refle-
xión teológica y espirih1al, Pablo nos habla de la gran colecta
para Jerusalén. Todo ello demuestra no sólo la importancia
qne daban los creyentes al ejercicio práctico de la caridad a
través de la limosna: sino también la manera de realizarla en-
tre comunidades. Los gr.andes argumentos con que Pablo enal-
tece este servicio de fraten1idad son norma permanente p ara
la ayuda económica a las comunidades necesitadas : la mirada
a Jesús que, siendo rico, se hizo pobre por nos.oh·os ; la gra-
titud por lo que una comunidad recibe de otra (a veces más
de lo que pens.amos, a través de la oración y el testimonio); la
calidad de obra sagrada de este comunicarse bienes a causa
de la condición de Pueblo de Dios que tiene la Iglesia, y el
estímulo que mutuamente hemos de ofrecemos en el ejercicio
de la caridad (2 Cor. 8 y 9). Será fácil lograr que la cooperación
económica se realice con esta altura si está inmersa en w1a
intercomunicación de más amplio contenido. De lo contrario,
la ayuda económica inevitablemente caerá en la condición qe
simple beneficencia. o filantropí,a hm:nana.

VI. La lib_eración polí~ica.


Anotamos en San Pablo otro modo de ayudar que hoy ten-
dría gran importancia al extenderlo a la dimensión comunita-·
ria : la consecución de la libertad. Pablo afronta este problema
-desde la situación política de su época- en la carta a File-
món. Onésimo es discreta pero eficazmente liberado por mo-
tivación de fe. Podríamos ver aquí una · insinuación a buscar
la liberación integral de los individuos y de los pueblos desde
nuestra propia perspectiva de fe, es decir, no sólo desde un
sentimentalismo ni desde una sola justicia humana, siempre
difícil de precisar. Llamados los hombres a ser hermanos, los
pueblos en que se agrupan han de dispensarse un mutuo tra-
to en el que se realice el designio divino, que esencialmente es
coronado por Jesús y se desenvuelve por el amor auténtico al
280
hermano. He aquí una preocupación fuerte de las comunidades
cristianas de nuestros días que, lejos de ser despreciada o vitu-
perada, h a de ser considerada en su fund amentación cristiana
y desarrollada desde una visión social centrada en el Jesús que
es Señor y Mesías tanto para las personas como para los p ue-
blos.

VII. El testimonio.
Entramos. ahora en otros medios de intercomunicación que
arrancan del mismo ser de la Iglesia en su propio misterio.
Ante todo señalamos el testimonio, espléndida aportación que
cada comunidad hace a la Iglesia universal y que tiene reflejo
en cada iglesia particular, especialmente en las más cercanas.
El testimonio de vida de una comunidad no es sólo un
buen ejemplo colectivo ~ino un reflejo exterior de la luz del
Señor que vivifica la comunidad. Esta es la razón de su in-
flujo evangelizador. El testimonio de una comunidad es espe-
cialmente percibido y contemplado por aquellas comunidades
que más conocen visiblemente a la que ofrece el testimonio.
Pablo daba gracias a Dios porque en el mundo entero se pon-
dera la fe de la comunidad cristiana de Roma: era un valor
misionero de Iglesia, que, como Apóstol, sabía apreciar en lo
que vale (Rm. 1, 8). Le fue también de provecho para su tarea
evangelizadora La buena acogida del Evangelio y la pronta con-
versión de los -tesalonicens.es (1 Tes. l. 8). Las comunidades se
hacen mutuamente luz y sal · cuando responden al diseño de
Dios; lo -mismo que son esto.rbo .a la obra ·misionera cuando no
se muestran · como cristian&s, .a · pesar de · profesarse exterior-·
mente como tales.- El ·episcopado español, en ·su documento so-
bre la responsabilidad misionera, decía hace pocos años : " ues-
tras injusticias sociales, nuestras insolidaridades ciudadanas,
nuestras violencias y terrorismo y aun nuestras mismas divi-
siones intraeclesiales son uno de los mayores impedimentos
para la extensión de la fe cristiana ... " (Nov. 1969, n.º 9). La
toma de conciencia de esta responsabilidad testifical puede
ser, a su vez, un aliciente para la corrección y el perfecciona-
miento de la comunidad.

VIII. La Oración y la Eucaristía.


La oración de la Iglesia ha tenido siempre resonancias mi-
sioneras. Hay que orar "por todos los santos" (Ef. 6, 18) y pe-
281
dir par.a que "la Palabra de Dios siga su avance glorioso"
(2 Tes. 3, 1) y para que los misioneros puedan "predicar y
exponer el misterio de Cristo" con toda libertad (Col. 4, 3;
cfr. Filp. 1, 19 ; Filem. 22).
La relación entre la oración y la intercomunicación entre
las iglesias no acaba en el pedir, porque la oración es eleva-
ción del alma a Dios, y por ello conduce a la .acción de
gracias. Pablo alude a su lucha por el Evangelio, proclama
que Dios le salvó, con lo cual se afianzó en su confianza en el
Señor, y solicita de los fieles que se unan a él, no sólo en el
pedir, sino también en el agradecer a Dios que le ayudó (cfr.
2 Cor. 1, 8-11). Desgraciadamente, el hombre siempre está más
pronto a pedir a Dios en el peligro que a agradecerle los do-
nes que recibe. Una oración misionera ha de atender a ambos
extremos.
Como prolongación y superación de la oración hemos de
considerar la celebración de la Eucaristía, momento en que
los fi eles se acercan personal y comunitariamente al Señor y vi-
ven el misterio de J.a Iglesia con la máxima intensidad. La Eu-
caristía -esencial en la comunidad cristiana como tal- tiene
ineludiblemente dimensión misionera, pues se rememora s.acra-
mentalmente la entrega del cuerpo y el derramamiento de la
sangre del Señor para todos los hombres, en el sacrificio salvífi-
ca universal. Por la Eucaristía todos entramos más y más en la
dinámica pascua l,· esencialmente misionera. Por lo mismo, toda
comunidad reunida para la Eucaristía ·ha de · sentir entonces
más intensamente que nunca la comunión con todas las otras
comunidades que en el mundo entero se congregan en el
Señor para vivir como Iglesia misionera. El envío del "ferrnen-
tum" de iglesia a iglesia fue un signo de la comunión entre las
comunidades, en la primitiva iglesia posterior a los tiempos
bíblicos.

IX. El personal misionero.


Entre los modos como se significa claramente y se realiza
eficazmente la comunión entre las Iglesias, destaca el envío
de personal idóneo para la evangelización de una comunidad
hermana. La jovencísima iglesia de Antioquía recibió en su pri-
mer momento una singular aportación de la de Jerusalén en la
persona de Bernabé, a quien podríamos considerar el primer
sacerdote "Fidei donum" de la historia. Huelga hacer el pane-
282
gírico d e este hombre importante, luego eclipsado por la figura
superior ele Pablo. Pero es bueno considerar algunos aspectos
ele su p e rsonalidael como servidor de la I glesia : fue "un hom-
bre <le bien, lleno <le Espíritu Santo y d e fe", generoso con la
comunidael, .a la que lo dio todo al entrar en la Iglesia (H ch. 4,
36-37), nada receloso (sale garante de Pablo ante los Apóstoles:
Hch. 9, 27), capaz <le discernir, exhortar y buscar colaborado-
res (Hch. 11, 23-25). Estos son los hombres que ayudan de ver-
dad a un.a iglesia joven a desarrollarse.
Merecen también mención en este capítulo Aquila y Pris-
cila, así como Apolo, que supo desaparecer de donde un ex-
ces.o de fama podía malograr su lab or apostólica (cfr. 1 Cor.
16, 19 y 1 Cor. 1, 12; 3, 4-6; 4, 6 y 16, 12). La ap ortación en
personal verdaderamente apto será siemp re el momento culmi-
nante de la ayuda m ut ua en la intercomunicación entre las
comun idades eclesiales . Por eso el Concilio, al tr.atar del d eber
m isionero de las comunidades eclesiales, lo destaca y lo refie-
re a la intercomunicación de I glesias : enviando misioneros
tod a su com un idad d e origen "ruega, coopera y actúa entre las
gentes por medio de sus h ijos, que Dios elige para este .altísi-
mo mi nisterio. Será m uy ú til, a condición de no olvid ar la obra
misionera universa], el mantener comunicación con los miem-
bros salidos de la misma com unidad o con alguna parroquia o
d iócesis d e las misiones, p ara que se h aga visible la unión en-
tre comunidades y red unde en edificación m utua" (AG. 37).
Esta es la form a culminante q ue se contempla a plena luz
cu,::m do se integra en el todo de la intercom unicación eclesial.

ACITTTJDES ESPIBITUALES PARA LA INTERCOMUNICACIÓN

La intercomunicación entre las Iglesias como plataforma d e


la acción misionera que en común les compete, no tiene sólo
una seria fund amentación teológica, y h a d e recorrer los ca-
minos abiertos ya p or las primeras comunidad es cristia nas. R e-
clama t ambién unas actitudes profundas y p ermanentes q ue,
cual mús.ica discreta, d an a este empeño, superior categoría de
canción. La primera es la gratitud ,al Señor que por pura b on-
dad nos ha llamado a todos, lo cual conlleva humildad y mo-
destia en todo nuestro vivir como cristianos y, por ende, en el
trato mutuo entre p ersonas o entre comunidad es (cfr. FD. 1).
D e aquí se sigue también la plena conciencia d el dicho de
283
·- ......
_.,...

F Jo.10.,

Jesús que Pablo nos recuerda, y mantiene tenso el ánimo en


el deseo de hacer el bien: "Hay más dicha en dar que en
recibir" (Hch. 20, 35).
La solicitud de cada comunidad por las demás h a de ser
permanente (FD. 12, 13 y 19) y debe acompañarse de una gran
comprensión en relación a aquellos rasgos en que legítimamen-
te difieren, aunque nos sorprendan y causen extrañeza. No es
preciso que seamos exactamente iguales p ar.a poder amarnos
como hermanos, sino que, partiendo de que en el Señor somos
hermanos, podemos y debemos amarnos siendo diferentes. La
comprensión puede obligar, incluso, a acciones de simple de-
ferencia "pro bono pacis", como la de Pablo aceptando las pro-
hibiciones del Concilio de Jerusalén (Hch. 15, 20) y, más tar-
de, acompañando a cuatro hombres que habían hecho un voto
de estilo judaico en Jerusalén (21, 26).
Bajo est,a humildad y comprensión ha de estar el amor que,
ante las necesidades de los hermanos, despierta la sensibili-
dad para percibirlas, da el realismo para afrontarlas e impulsa
la generosidad para socorrerlas. El mismo amor inspira la con-
fianz.a en que los otros aceptarán la ayuda y la corresponde-
rán, no mediante rendidas acciones de gracias al bienhechor
visible, sino interpretándolas como obra de intercomunicación
intereclesial, para el perfeccionamiento de la Iglesia y p ara el
servicio del único Jesús, por todos ,amado y seguido. Impor-
ta mucho que se afine en el espíritu y sentido de la interco-
municación, pues la eficacia visible no basta. La verdadera
eficacia eclesial radica y se proporciona en su .autenticidad de
Pueblo de Dios. La Iglesia santa trabaja cara a Dios que, ante
todo, mira los corazones, y que tanto se complace de la comu-
nión misionera cuanto más a fondo ésta refleja la que eterna-
mente se realiza en el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo.

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