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Capmany J.-Comunión Entre Las Iglesias
Capmany J.-Comunión Entre Las Iglesias
MONS. J. CAPMANY
INIBOUDCCIÓN
...
igesia particular a otra tiene su fundamento en el mismo mis-
terio de "la Iglesia peregrinante, misionera por su natura-
leza" (AG. 2).
l. La historia.
Hoy se insiste mucho más que años atrás en relacionar la
comunión entre I.as iglesias y la actividad misionera. Ello cons-
tituye un auténtico logro, al cual se ha llegado por un proceso
simultáneo de vida eclesial y de reflexión teológica.
La historia de la Iglesia misionera en los últimos cinco si-
glos. nos ofrece el impresionante cuadro de la evangelización de
América, Asia y Africa, con suerte desigual pero con testimo-
nios de grandes generosidades en todos los campos y tiem-
pos. La obra misionera generalmente corre paralela a la colo-
nización de aquellos territorios. Se ha hablado mucho de los
aspectos negutivos de es.ta conexión, que ciertamente no halla-
mos en la primera expansión d el cristianismo, es decir, en los
tiempos apostólicos y los inmediatamente consiguientes. A ve-
ces se cargan las tintas al tratar de los antitestimonios de los
colonizadores, ya sea de orden individual, ya de orden colec-
tivo. Otras se juzga de la improcedencia de ciertas ayudas e in-
terdependencias prácticas a la luz de la teología, el derecho, y
la pastoral de hoy, y de este modo Las deficiencias aparecen
casi monstruosidades..
Ciñéndonos a América lo cierto es que allí se realizó una
obra evangelizadora auténtica, bendecida por Dios y cuya efi-
cacia está comprobada por la historia; la misma situación ac-
tual del continente latinoamericano nos lo manifiesta. ¿ Será tal
vez que el Espíritu Santo no es tan "puro" como ciertos críti-
cos? Lo cierto es que en aquellas circunstancias la conexión en-
tre colonización y evangelización posibilitó y facilitó mucho
esta última, mienh·as, por ob'a parte, la Iglesia si bien no pudo
evitar todos los abusos limitándose a frenar no pocos, con su
presencia sin embargo dio a la colonización un cierto sentido
integrador de razas. Ello tuvo como feliz cons.ecuencia una
auténtica implantación de la Iglesia en la América de habla
española y portuguesa.
La historia fue muy distinta en las misiones de Asia y Afri-
ca. No es del caso ahora proseguir esta revisión de ciertos jui-
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cios sobre la misión de siglos pasados, que adolecen de falta
de realismo, de perspectiva y de atención a las relatividades
históricas. Bien advierte el viejo refrán: "distingue tempora et
concordabis jura".
Tanto en América, muy pronto, como en Asia y Africa es-
pecialmente desde Pío XI, se procuró la indigenización de la
Iglesia, de modo particular en el aspecto más importante: en
la jerarquía sagrada y en la vida religiosa. De este modo se
daba el gmn paso para una auténtica implantación de la Igle-
sia en aquellos lugares. A su vez el establecimiento d e una
jerarquía indígena y la potenciación espiritual y misionera del
propio laicado en las Iglesias jóvenes ha cambiado la relación
concreta entre aquellas iglesias y las antiguas, de las que par-
tieron los misioneros que evangelizaron y agruparon allí Las pri-
meras comunidades de creyentes. Al compás de la creciente
implantación de la Iglesia aumentó la conciencia, responsabi-
lidad y posibilidades de los nativos (jerarquía y pueblo) en or-
den a la evangelización de las personas y pueblos próximos
a ellos. Es verdad que genemlmente siguen necesitando la ayu-
da fraterna de las. .antiguas iglesias, en personal y en muchos
elementos ineludibles para la misión; pero este crecimiento
de la comunidad ha ayudado no poco a ver cada vez más claro
que la misión ha de centr,:use en la Iglesia local.
En consecuencia la ayuda que les prestan otras iglesias to-
man notoriamente la condición de servicio intereclesial, es de-
cir, de realización peculiar de la comunión misionera que ha
de existir entre todas las iglesias particulares. Más aún, las Igle-
sias jóvenes al vivir auténticamente como comunidades cristia-
n.as, aportan frutos preciosos a la Iglesia total y, en ella, a cada
comunidad hermana. Ya empiezan incluso a dar personal misio-
nero a otras iglesias.
IV. La hospitalidad.
Pasando a otro capítulo de ayudas, hemos de mencionar las
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que atienden a necesidades temporales de las comunidades o
de los miembros de éstas. En efecto, por una parte la Reden-
ción, cuyos frutos la acción misionera quiere hacer llegar a to-
dos, atendió al hombre en su totalidad de ser y existir ; por
ello h ay que rehuir toda concepción que, con pretexto de es-
piritualismo, eliminara la ayuda en lo material concreto. "La
Iglesia -ha escrito Juan Pablo II- no puede permanecer in-
sensible a nada de cuanto sirve al verdadero bien del hombre,
como tampoco puede p ermanecer indiferente a lo que lo ame-
naza" (RH. 13).
Además, es patente que la evangelización reclam.a también
subsidios de orden material y económico, que las iglesias jó-
venes no pueden alcanzar por sí mismas.
U na primera necesidad muy atendida en l.a Iglesia primi-
tiva, heredera, en este punto, del judaísmo, fue la hospitalidad :
"Conservad el amor foatemo y no olvidéis la hospitalidad :
por ella, algunos recibieron sin saberlo la visita de los ánge-
les" (Hbr. 13, 1-2 ; cfr. 1 Pt. 4, 9). Lidia, recién convertida,
obligó a Pablo a aceptar su hospitalidad (Hch. 16, 15). Esta
brota espontáneamente de la fe, que nos hace hermanos. Pa-
blo hace referencia a la hospitalidad relacionándola con la co-
municación con la iglesia de Roma, al enviar a Febe como men-
sajera: "Os recomiendo a nüestra hermana Febé ... recibidla
en el Señor, como corresponde a gente consagrada; poneos a
su disposición en cualquier asurito que necesite de vosotros ... "
(Rm. 16, 1-2).
Este deber de hospitalidad puede realizarse de muchos mo-
dos, y no hay por qué reducirlo a tener materialmente en la
propia casa al hermano que viene de fuer.a. Pero queda siem-
pre en pie que al tratar efectivamente a un hermano como
tal, no sólo se realiza una acción cristiana, sino que se estre-
chan los lazos entre las dos comunidades : la de procedencia
del hermano que llega y la que lo acoge. Con ello se da un
testimonio de gran valor evangelizador. No es fácil realizar la
hospitalidad en las coordenadas socioculturales de l.a civiliza-
ción moderna. Ello, lejos de ·retraernos, ha de ser visto como
una invitación a la creatividad. · Siempre se descubren caminos
cuando hay deseo sincero y amor fraterno. En el decreto "Ad
gentes" algo se dice al respecto (AG. 38) en relación con las
tierras de misiones.
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-• E
V. Las dádivas materi,ales.
La traducción de la comuni6n en donación generosa de
bienes materiales está en l.a primitivísima tradición de la Igle-
sia. Hay comunicación de bienes en la "koinonía" de la iglesia
de Jerusalén y en la c0lecta de la jovencísima iglesia de An-
tioquía en favor de la iglesia de Jerusalén (Cfr. Hch. 11, 27-30),
¡sin que ésta hubiera solicitado nada I Y con abundante refle-
xión teológica y espirih1al, Pablo nos habla de la gran colecta
para Jerusalén. Todo ello demuestra no sólo la importancia
qne daban los creyentes al ejercicio práctico de la caridad a
través de la limosna: sino también la manera de realizarla en-
tre comunidades. Los gr.andes argumentos con que Pablo enal-
tece este servicio de fraten1idad son norma permanente p ara
la ayuda económica a las comunidades necesitadas : la mirada
a Jesús que, siendo rico, se hizo pobre por nos.oh·os ; la gra-
titud por lo que una comunidad recibe de otra (a veces más
de lo que pens.amos, a través de la oración y el testimonio); la
calidad de obra sagrada de este comunicarse bienes a causa
de la condición de Pueblo de Dios que tiene la Iglesia, y el
estímulo que mutuamente hemos de ofrecemos en el ejercicio
de la caridad (2 Cor. 8 y 9). Será fácil lograr que la cooperación
económica se realice con esta altura si está inmersa en w1a
intercomunicación de más amplio contenido. De lo contrario,
la ayuda económica inevitablemente caerá en la condición qe
simple beneficencia. o filantropí,a hm:nana.
VII. El testimonio.
Entramos. ahora en otros medios de intercomunicación que
arrancan del mismo ser de la Iglesia en su propio misterio.
Ante todo señalamos el testimonio, espléndida aportación que
cada comunidad hace a la Iglesia universal y que tiene reflejo
en cada iglesia particular, especialmente en las más cercanas.
El testimonio de vida de una comunidad no es sólo un
buen ejemplo colectivo ~ino un reflejo exterior de la luz del
Señor que vivifica la comunidad. Esta es la razón de su in-
flujo evangelizador. El testimonio de una comunidad es espe-
cialmente percibido y contemplado por aquellas comunidades
que más conocen visiblemente a la que ofrece el testimonio.
Pablo daba gracias a Dios porque en el mundo entero se pon-
dera la fe de la comunidad cristiana de Roma: era un valor
misionero de Iglesia, que, como Apóstol, sabía apreciar en lo
que vale (Rm. 1, 8). Le fue también de provecho para su tarea
evangelizadora La buena acogida del Evangelio y la pronta con-
versión de los -tesalonicens.es (1 Tes. l. 8). Las comunidades se
hacen mutuamente luz y sal · cuando responden al diseño de
Dios; lo -mismo que son esto.rbo .a la obra ·misionera cuando no
se muestran · como cristian&s, .a · pesar de · profesarse exterior-·
mente como tales.- El ·episcopado español, en ·su documento so-
bre la responsabilidad misionera, decía hace pocos años : " ues-
tras injusticias sociales, nuestras insolidaridades ciudadanas,
nuestras violencias y terrorismo y aun nuestras mismas divi-
siones intraeclesiales son uno de los mayores impedimentos
para la extensión de la fe cristiana ... " (Nov. 1969, n.º 9). La
toma de conciencia de esta responsabilidad testifical puede
ser, a su vez, un aliciente para la corrección y el perfecciona-
miento de la comunidad.
F Jo.10.,
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