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LAS TEORÍAS CLASICAS SOBRE EL BUEN GOBIERNO Y SU SIGNIFICACIÓN

ACTUAL
La constitución de una unidad entre pensamiento científico, comportamiento práctico-político y
orientación ética es uno de los problemas más importantes de nuestra época. La aplicación de la
tecnología más refinada a la carrera armamentista, el cinismo como ética y la elección de metas
irracionales como valores políticos son factores que exhiben una casi insalvable separación entre
estas tres esferas. Tanto el abstencionismo que proponen los escépticos como la distancia entre
teoría y praxis que propugnan los positivistas, contribuyen a esa evolución tan desfavorable del
mundo moderno: irracionalidad no atenuada de las metas en todos los modelos de desarrollo,
acompañada de un florecimiento increíble de la racionalidad instrumental de los medios, costos
humanos y sociales insoportables, embrutecimiento creciente de la humanidad en medio del
progreso técnico más delirante, etc. Es verdad, por otra parte, que los postulados de la teoría clásica
son muy generales y poco precisos, pero nos sirven como momento de reflexión, para relativizar
muchas concepciones actuales de gran difusión, pero de notable peligrosidad social.

Lo importante en la teoría clásica, ya antes de Sócrates, es el haber reconocido dos grandes fines
para una sociedad razonable enlazados entre sí: la libertad individual y el respeto a la ley. La
política dejó de ser un asunto casi religioso, reservado a los nobles, ya que la libertad del ciudadano
quedó vinculada a la facultad de convencer y dejarse persuadir mediante argumentos racionales,
ganados en el diálogo libre e irrestricto con los otros. Interesante es, ante todo, la idea de concebir
la libertad dentro de la ley razonable: una cosa son las restricciones derivadas de la sujeción a la
voluntad arbitraria de otro hombre y otra muy distinta las limitaciones inherentes a una norma
general, libremente aceptada y originada democráticamente. Por tanto, la tiranía, como Ja
aplicación de un poder ilegal, aparecía a los ojos de los antiguos como el peor de todos los
gobiernos. La democracia, por el contrario, ya fue concebida entonces como la participación de
todos los ciudadanos en el proceso decisorio político, iluminado por medio de discusiones exentas
de coacciones.
Aristóteles recogió una idea convertida ya en tradición cuando aseveró que la finalidad del Estado
consistía en la realización del objetivo ético del hombre: el perfeccionamiento de su existencia
física y la consecución de la felicidad. Nacido por la pura necesidad de la supervivencia, el Estado
debe su razón de ser al logro de una vida plena.

Resumiendo, la tradición del pensamiento político de su época, Aristóteles vio el fin del Estado en
su capacidad para coadyuvar al hombre al desarrollo completo de sí mismo, brindándole un grado
de autarquía que no poseería de otra manera; el objetivo es definido claramente como el bien de la
comunidad y no como la ventaja de los gobernantes, ya que el Estado es una comunidad de
hombres libres.
LA FAMILIA Y EL FEMINISMO
El Feminismo puede entenderse como un movimiento y como una actitud. Como movimiento, es
minoritario y plural y aparece dividido en múltiples grupos, a veces grupúsculos, aunque está
extendido por muchos países, sobre todo en América del Norte y Europa Occidental. Como actitud,
responde a una ideología bastante generalizada en nuestros días: permisivista, hedonista,
materialista, individualista o colectivista.

Tampoco se presenta como un fenómeno aislado. Es un hecho social que se origina y refuerza con
otros acontecimientos de tipo político, demográfico o ideológico. En concreto, el socialismo y el
marxismo, como ideologías y como concepciones de vida, han influido bastante en los
Movimientos Feministas, aunque estos hayan derivado en ocasiones hacia el maoísmo y el
anarquismo. La Revolución Industrial y el Capitalismo consiguientes, que supusieron para la
familia la disgregación entre el hogar y el lugar de trabajo, y en concreto determinaron para la
mujer trabajadora su inserción en la clase proletaria, son quizá las causas históricas más relevantes
de la Historia del Feminismo actual.

Como fenómeno colectivo los autores están de acuerdo en fijar su origen en 1848, fecha en que
fue promulgada la llamada "Declaración de Séneca Falls" (Estado de Nueva York), que contiene
doce Decisiones referentes a la igualdad radical entre los sexos, el derecho de la mujer al voto y a
la participación social, política y religiosa. En la Decisión número 12 se habla de "derribar el
monopolio de los púlpitos". Curiosamente, el ario 1848 es también el de la publicación del
Manifiesto comunista.
De algún modo el acontecimiento de Seneca Falls venía a culminar toda una serie de protestas y
reclamaciones que muchos autores, masculinos y femeninos, habían manifestado en épocas
anteriores a través de la literatura o el ensayo. Estos testimonios quedarían en el acervo de la
bibliografía feminista, como testimonios aislados pero eficaces de la condición de inferioridad a
la que la Historia y la sociedad habían reducido a la mujer.

Así como el descontento procedía en un principio de la exclusión de la mujer del mundo de la


cultura y de la actividad social o política, junto con su reducción a un papel reproductor y
asistencial (madre - esposa, "reposo del guerrero"), con el impacto de la ideología socialista, y
sobre todo marxista, pasaría a cobrar un tinte marcadamente político, de lucha y de reivindicación.
Por eso es interesante, antes de pasar adelante, analizar las diversas formas en que se manifiesta el
Feminismo actual.
LIBERALISMO Y CONSERVADURISMO: QUÉ TIENEN EN COMÚN Y QUÉ LOS
DIFERENCIAN.

Liberalismo y conservadurismo son dos palabras que suelen generar grandes controversias. El
punto en debate es que algunos liberales se asumen a sí mismos como también conservadores, en
tanto que hay otros que rechazan esa denominación y cuestionan severamente a quienes sí la
reconocen como propia. En buena medida, hay aquí un problema semántico, pero esta confusión
se deriva a su vez de que en cierto modo ambas corrientes están superpuestas y en otros aspectos
pueden diferenciarse. Como estos límites no están explicitados con nitidez, puede resultar útil
dedicarle algunas líneas a tratar de aclarar la cuestión.
El liberalismo no es conservador, en el sentido de que, al reconocer a la libertad individual como
principio rector y fuerza propulsora del proceso social, se abre a la innovación y al cambio que se
derive de las iniciativas de cada sujeto que opere en el marco de la vida en comunidad. Por lo tanto,
es entendible que haya liberales que cuestionen a quien pretenda que se conserven intactas
determinadas estructuras institucionales simplemente porque han estado vigentes en el pasado y
se niegue a admitir que aparezcan innovaciones que las reemplacen.
Pero esa disposición al reconocimiento del derecho a la innovación, que se deriva de la
consagración de la libertad individual como piedra angular del proceso social, tiene lugar dentro
de un marco operativo donde hay determinados principios a los cuales no se admite someter a
discusión: los derechos a la vida y a la propiedad (incluyendo en este el usufructo del producto del
propio trabajo). Estos derechos a los cuales el liberalismo sostiene férreamente son los que
usualmente quedan cuestionados por todas las corrientes del socialismo. Y aquí es donde
sobreviene la confusión entre liberalismo y conservadurismo.
Sucede que los socialistas, haciendo un uso abusivo del idioma, han elegido llamarse a sí mismos
“progresistas”. No se sabe muy bien en qué consiste ese progresismo que, en realidad, es más bien
un regresionismo. Pero ocurre que el uso ha consagrado la utilización del término “progresismo”
para designar al socialismo. Y entonces, por contraste, los liberales, que nos oponemos a que los
derechos a la vida y a la propiedad sean puestos en cuestión, quedamos calificados como
“conservadores”. Y, en este específico sentido, por cierto, sí lo somos.

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