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MANDALAS Y CUENTOS QUE CONECTAN

La Sutil Manera de Regresar a ti

El mago que desaparecía emociones


Yo soy Angélica, y esta es mi historia.
Mi trabajo consistía en pescar noticias curiosas. Mi gran favorita, sin duda alguna, surgió
cuando el periódico La Revelación, para el cual trabajaba hace muchos años, me envió a
Portela, un pintoresco poblado tranquilo y acogedor en Portugal.
En ese momento de mi vida me sentía frustrada. Había estudiado periodismo en la
Universidad del Algarve, ganado una mención especial por mi trabajo investigativo, y lo
único que había conseguido, después de salir de allí y pasar por muchas entrevistas, era
la labor de “bufón”; bueno, así era como mis compañeros llamaban mi cargo, pues yo
era la encargada de rastrear y conseguir historias inusuales para el periódico. Viajaba de
pueblo en pueblo detrás de todo concurso, reinado, fenómeno o cualquier situación un
poco salida de lo normal.
A decir verdad no era nada parecido a lo que yo había soñado cuando me quemaba las
pestañas estudiando noche tras noche en la universidad, y ni qué decir de las expectativas
que tenían mis padres sobre mi futuro.
Había llegado a Portela para cubrir el concurso del hombre que más comiera tortillas con
chile. Siempre era lo mismo, esperar al ganador, hacerle algunas preguntas y tomar las
fotos más graciosas e inusuales que pudiera, luego, regresar al periódico, armar la nota y
entregarla al editor. ¡Ah! y esperar a que mi trabajo no fuera en balde, porque si se había
vendido publicidad o habían sucedido muchos acontecimientos de interés para el
periódico, simplemente mi trabajo era olvidado en un cajón o pasaba a ser un archivo
más en un computador.

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En medio del concurso me fui a recorrer las calles empedradas del pueblo. Las casas eran
pequeñas, rodeadas con muchas flores y plantas de todo tipo. Me parecía estar perdida
en un cuento infantil.
Casi a la salida del pueblo, llegando al cementerio, hallé una tienda que llamó mi atención,
no solo por su colorido; porque parecía haber un pequeño circo incrustado en una de sus
paredes, sino porque, además, encima de la puerta se hallaba suspendido un letrero donde
se podía leer: Rakatunga, el mago que desaparece emociones.
Mi curiosidad no dio espera, así que, aprovechando que la puerta estaba entreabierta,
entré susurrando un tímido y cantarín —Holaaa, ¿hay alguien por aquííí?
Continué mi camino al interior de la tienda y me encontré con lo que podría ser un
consultorio.
—Holaaa —repetí—. Di unos pasos al frente y observé que una de las paredes estaba
cubierta de libros antiguos, otra tenía una estantería que iba de pared a pared, en cuyas
tablas reposaban pequeños frascos rotulados. Se me ocurrió pensar que tal vez serían
pócimas mágicas. Al costado, en una de las esquinas, se hallaban varios instrumentos
musicales: un arpa, tambores de diferentes tamaños y una flauta artesanal.
El techo estaba pintado con los colores del más lindo de los atardeceres; una hermosa
combinación de turquesa, celeste y oro recreaban una bóveda celestial. En el centro de la
habitación había un diván blanco con patas de madera, era elegante y tenía un diseño
majestuoso, el acolchado en su cabecera invitaba a tenderse allí. Como complemento
había un banquito rectangular de madera; me pareció pretencioso, pues el diván no era
muy alto.
Estaba absorta observando todo, cuando apareció un personaje muy simpático y colorido
que me saludó.
—Hola, bienvenida, ¿cómo puedo te ayudar?
Por el aviso en la fachada, esperaba encontrarme con un hombre vestido de frac, con
corbatín y un sombrero de copa negro, pero más que un mago parecía un duende; era de
estatura baja, llevaba pantalones cortos de color verde limón, una camisa de un rosa
suave, medias a rallas de variados colores, y calzaba unos tenis converse color marrón.
Sus ojos, redondos y profundos, saltaban debajo de dos cejas pobladas que contrastaban
con su amable y jovial sonrisa. Su cabello rojizo y ensortijado salía como huyendo de su
boina color lila.
—¿Cómo puedo te ayudar? —me preguntó de nuevo.
—¿Quieres te sentar? —me dijo mientras señalaba el diván, y así lo hice.

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—Vamos, me cuenta, ¿qué emoción tienes hoy a la mano? —me cuestionó Rakatunga
mientras se subía en el banquito.
—Yo y mi gran nube de rechazos —respondí a la par que me tumbaba en el diván.
Y como si hubiera bebido hablantina comencé a hablar, hablar y hablar. Le conté de la
gran frustración que tenía con mi trabajo y la incertidumbre hacia el futuro. Le hablé de
la rabia y la envidia que sentía al ver cómo mis otros colegas de la facultad habían
progresado, y yo allí, haciendo unas notas que a nadie le importaban. Me siento cansada
y humillada, terminé de decir resoplando.
El hombrecillo tomó su flauta y comenzó a tocar.
Las notas que salieron del pequeño instrumento conformaron una dulce melodía que me
hizo viajar, fundirme entre las estrellas y las nubes de colores que veía en aquel
firmamento. Sin necesidad de presentaciones, supe que aquel personaje era el mago
Rakatunga.
—Si sigues mirando el suelo, difícil ver las estrellas —me dijo el mago Rakatunga y
prosiguió —Las emociones pasajeras son, ellas van y vienen, son la energía de lo que todo
sucede, sin embargo, con las riendas sueltas, destruir todo lo pueden. No es solo la rabia,
la tristeza, el miedo y el asco; importa es tu actitud frente a la vida, esa tu casa será, donde
habitarás.
—Tú no entiendes —le interrumpí—. Yo era una de las mejores en mi clase y mira en lo
que me he convertido.
—Y sigue la mosca en la sopa —balbuceó Rakatunga mientras me miraba con sus ojos
expresivos, como tratando de escanear mis pensamientos.
—Es gracioso cómo nos acostumbramos a dar vueltas en un mismo círculo, inventando
excusas para no ser felices —recalcó el mago.
Me sentí juzgada, así que me senté, dispuesta a salir de allí. Mi boca expresó lo que daba
vueltas en mi cabeza: —Esto es lo que menos necesito ahora; un duende loco con nombre
extraño y hablar exótico que me diga qué hacer o no hacer.
El mago bajó de un salto del banquillo, tomó su tambora y comenzó a tocar.
Y allí me quedé yo, sentada como lo hacía siempre, esperando a que pasaran los vikingos
y definieran las cosas por mí.
A medida que su tambora sonaba, mi cuerpo iba deslizándose lentamente hasta quedar
nuevamente reposado sobre el diván. La música parecía penetrar hasta lo más profundo
de mis células. De repente, Rakatunga comenzó a cantar:
Emociones por aquí

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Sentimientos por allá
Danzando en mi cabeza y en mi cuerpo están
Rakatunga, tunga, tunga.
Ellas son pasajeras y a volar se van
Zhuumm
Mientras el hipnótico estribillo se iba repitiendo una y otra vez en mi cabeza, me perdía
en el mundo de… ¿Cómo sería vivir sin estar emocionalmente implicada? Sería como un
caldero vacío, pensé.
No sé cuánto tiempo pasó, pero, cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue al mago
Rakatunga, que con su gentil sonrisa, me invitaba a vivir sin miedo y sin excusas.
—Cómo ahora estás? —me preguntó.
—Bien, se siente muy bien tener una razón para reír —le contesté.
Me tomó por las manos y me ayudó a levantarme.
—Ya sabes —me dijo—: Como sean las cosas no importa, siempre diferentes podemos
hacerlas.
Se acercó a la estantería, tomó algo entre sus manos y me lo entregó mientras me decía:
—Cambiar lo que es necesario en la vida, puede ser la cosa más difícil de hacer, ya ves, no
es fácil hacerlo sola. A tus emociones no le alquiles un lugar eterno en tu cuerpo, que
sean como las olas que llegan, te visitan y se van. Tú atrapar no las puedes, pero ahí están
para las observar.
Cuando abrí mis manos tenía una réplica de él, de Rakatunga. Era un muñeco vestido
igual que él, con su gracioso cabello de fuego, su expresión jovial y su cuerpo esponjadito.
No medía más de lo que podría medir un caramelo, o un llavero; cabía en mi mano y en
mi bolsillo.
—¡Oh, es un amuleto mágico! —exclamé entusiasmada.
—Llámalo como quieras —me dijo—. Eso puede ser, o cualquier otra cosa.
—¡Vamos!, ¡danza, canta y sacude tus emociones! Y con una rítmica danza comenzó a
cantar; movía sus manos, se sacudía y giraba por la habitación. Me invitó a que lo siguiera,
y así lo hice.
Emociones por aquí
Sentimientos por allá

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Danzando en mi cabeza y en mi cuerpo están
Rakatunga, tunga, tunga.
Ellas son pasajeras y a volar se van
Zhuumm
Jajaja, estallamos en carcajadas como dos niños, se hacía tan fácil y simple reír.
Miré mi pequeño amuleto y le dije: —¡Juntos nos haremos valientes!
—Siempre lo llevaré conmigo —le prometí a Rakatunga.
—Ya sabrás, cuando el momento llegar, que el siempre no existe —me dijo él, mientras
hacía un guiño.
En seguida, me puso una mano en el hombro con firmeza y me llevó a la puerta principal.
Me llamó la atención que justo a la salida tuviera el letrero de Bienvenido escrito a mano y
separado en tres partes, Bien Ven Ido.
—¿Qué es esto, un adiós o un hasta pronto? —le pregunté y continué—: ¿Por qué
bienvenido al final? —Lo que me dijo cambió mi perspectiva ante la vida y siempre lo
pongo en práctica cada vez que estoy atorada, estancada o con mis emociones a flor de
piel. —Bien Ven Ido.
—Bien Ven Ido, porque todo lo que llega está bien, y lo que se va, también —me dijo
Rakatunga abriendo la puerta e impulsándome a vivir realmente mi vida.
—Señorita, ¿se encuentra bien? —me gritó un hombre tosco, dándome una palmada en la
espalda. Tenía rastros de salsa verde por toda la cara y parecía todavía entusiasmado con
la idea de seguir comiendo.
—¡Claro, los tacos con chile! —Acaté a decir dando un salto—. ¡Tengo el empleo más
inusual y maravilloso del mundo! —continué diciéndole a aquel hombre que me
observaba muy fijamente asombrado.
Todas aquellas historias salidas de lo cotidiano me habían permitido acercarme a la
simplicidad del ser humano.
¡Era una afortunada! Tomé mi cámara, ahora lo sabía, a través del lente podía descubrir
la vida de un modo diferente.
Rakatunga, tunga, tunga, seguí mi camino tarareando.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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Ahora te toca a ti…

• ¿Qué mensaje te trae el mago Rakatunga para ti?


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• ¿Del 1 al 10 cuál es tu nivel de satisfacción con lo que realizas en tu
vida?
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• ¿En qué medida estás usando tu creatividad para realizar lo que
realmente te hace feliz?
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• ¿De dónde tomas tu inspiración para crear tu día a día?


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• Cómo el coro te puede ayudar a salir de una emoción desgastante


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Colorea y Diviértete
Te sugerimos que pintes este Mandala desde adentro hacia fuera para conectar con la fluidez que
hay en ti. Los colores sugeridos para predominar son: Rosa, celeste, azul, violeta, turquesa. También
puedes utilizar colores como: naranjo, azul, dorado, plateado, amarillo, verde claro, verde limón (en
diferentes tonos). En el último círculo, dibuja elementos relacionados con el agua: gotas, ríos, gotas
de agua.

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