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Así podemos ver como ambos documentos conciliares definen los nuevos aspectos
por los cuales deberá regirse el culto público a nuestra Señora, destacamos dos aspectos que
encontramos en ellos: en primer lugar enlazan indisolublemente el culto mariano a la obra
de la redención de Jesucristo, en Ella se verifica la obra de la salvación y los frutos de la
salvación de su Hijo; un segundo aspecto relevante lo encontramos en la Lumen Gentium
cuando señala que María es “prototipo y modelo” de la Iglesia, así la veneración a María no
solo queda atada indisolublemente a la persona de su Hijo, sino que su culto también queda
interrelacionado con la figura de la Iglesia de la cual también se le reconoce como
“miembro preminente y del todo singular”. Solo con estas breves intervenciones los padres
conciliares reformaron la piedad mariana, practicada por la mayoría de los bautizados hasta
esa época de forma excesivamente personalista y separada del resto de los misterios de la
salvación, volviendo así a las fuentes de los primeros siglos que señalaban a María como
camino seguro a imitar para llegar a configurarse con Cristo.
1
Cfr. Teología y espiritualidad del año litúrgico, Ordóñez Márquez, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid
1973, pag. 40
2
Cfr. Ibid, pag. 40
3
Cfr. Ibid, pag 40
Valoración de las reformas marianas en la liturgia
Sin menoscabo de todo lo bueno que había en la piedad mariana previa a la reforma
litúrgica posconciliar, debemos reconocer que luego del concilio Vaticano II las memorial
litúrgicas de María han encontrado un puesto más completo, sirviendo de mejor forma a la
santidad de los fieles, ahora se contempla el “misterio de María” dentro del conjunto de
“misterios de la salvación”, en el único “Misterio de la persona de Cristo su Hijo”, así
manifestándose María en relación inseparable de su Hijo y como camino de imitación más
perfecto para seguirle a él, resalta aquel que es el único protagonista de la liturgia,
Jesucristo mismo.
Ahora, en pleno siglo XXI, habiendo recibido esta riqueza fruto de una labor ardua
y verdaderamente titánica, nos toca profundizar más todavía en el espíritu de las nuevas
disposiciones litúrgicas e ir adecuando cada día más nuestra piedad personal con el sentir
de la Iglesia manifestado en las celebraciones de los misterios de la fe así, enriquecida
nuestra oración personal con el testimonio y la gracia de la oración comunitaria, nos
acercaremos con más amor a nuestra madre María para que ella nos ayude a seguir cada vez
con más radicalidad a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Bibliografía
Constitución dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, n. 52-69
Constitución dogmática Sacrosanctum Concilium, del Concio Vaticano II, n.
103.
Teología y Espiritualidad del Año Litúrgico, Ordóñez Márquez, Biblioteca de
Autores Cristianos (B.A.C), Madrid 1973, pag. 401-409.