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Universidad Santa Rosa de Lima

Seminario Mayor San Pablo Apóstol


Curso: III año de configuración
Materia: Expresión oral y escrita

Profesora: Ana Romero Estudiante: Héctor Arce


Presencia Mariana en el Año Litúrgico
Desde los primeros siglos del8iii cristianismo la Iglesia ha tributado honor a María
Santísima por medio del culto público, es decir, la Sagrada Liturgia, este culto a través de
los siglos se ha mantenido, sin embargo, debido a distintos avatares históricos, su
naturaleza y sentido religioso/social no siempre ha permanecido conservado desde sus
orígenes. La interrelación inseparable del culto a María y a su Hijo, se debe decir, no
siempre se ha manifestado de la mejor manera; es más, en determinados periodos se había
desdibujado, presentando la figura de María de forma independiente de su Hijo nuestro
Señor Jesucristo, y exaltando de tal manera la persona de la Madre que casi no quedaba
lugar para la identificación con el Hijo, estas desviaciones fueron corregidas por medio de
la intervención del magisterio en la reforma litúrgica del concilio Vaticano II, nos
disponemos ahora a explicar el sentido de esta reforma y sus invaluables aportes para
todo el pueblo cristiano.

El culto a María en los documentos del concilio Vaticano II


En el concilio Vaticano II “la figura de María” aparece de forma constante en sus
documentos, aunque no es abordada de manera exclusiva en ninguno, en cuanto al tema
que se pretende desarrollar en estas humildes líneas representado por el culto litúrgico a
María, se hace relevante señalar el numeral 103 de la constitución dogmática Sacrosanctum
Concilium, la cual plantea “La santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada
Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo;
en Ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención”. (SC n. 103).
De manera similar la constitución dogmática Lumen Gentium aborda el culto mariano de la
siguiente forma:
“Es saludada (María) como miembro preminente y del todo singular de la Iglesia, su
prototipo y modelo eminentísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, instruida
por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre Amantísima”. (LG n.
66).

Así podemos ver como ambos documentos conciliares definen los nuevos aspectos
por los cuales deberá regirse el culto público a nuestra Señora, destacamos dos aspectos que
encontramos en ellos: en primer lugar enlazan indisolublemente el culto mariano a la obra
de la redención de Jesucristo, en Ella se verifica la obra de la salvación y los frutos de la
salvación de su Hijo; un segundo aspecto relevante lo encontramos en la Lumen Gentium
cuando señala que María es “prototipo y modelo” de la Iglesia, así la veneración a María no
solo queda atada indisolublemente a la persona de su Hijo, sino que su culto también queda
interrelacionado con la figura de la Iglesia de la cual también se le reconoce como
“miembro preminente y del todo singular”. Solo con estas breves intervenciones los padres
conciliares reformaron la piedad mariana, practicada por la mayoría de los bautizados hasta
esa época de forma excesivamente personalista y separada del resto de los misterios de la
salvación, volviendo así a las fuentes de los primeros siglos que señalaban a María como
camino seguro a imitar para llegar a configurarse con Cristo.

María en la reforma litúrgica posconciliar


Concluido en concilio Vaticano II en 1964 siguió toda una labor de reforma
exhaustiva de las celebraciones litúrgicas, su estructura, configuración etc. En este proceso
de reforma se dio gran hincapié en la reformulación del calendario litúrgico, aquel que rige
las fechas de las celebraciones de las solemnidades, fiestas y memorias de las
conmemoraciones del Señor, María y los Santos, esto debido a que con el pasar de los
siglos el calendario se había “atestado” de una incontable cantidad de celebraciones,
desdibujando así la centralidad de la celebración de los misterios centrales de la fe (el
misterio pascual; pasión, muerte y resurrección de Cristo). Dentro de esta labor, y siguiendo
los criterios dejados por los documentos conciliares que señalamos arriba, se pretendió
también reconfigurar las celebraciones marianas dentro del año litúrgico de tal forma de
resaltar inequívocamente el profundo cristocentrismo de la existencia de María1.
Junto con esta justa demostración de la relación entre las figuras de María y la de
Cristo también hay otros aspectos que se tuvieron en cuenta, es de resaltar el subrayado
bíblico que la enmarca dentro de la absoluta iniciativa divina de Dios en la obra de la
salvación así como su realce de “criatura” en la que mayor plenitud se ha verificado (y se
verificará) la obra de la redención2, así se presenta a María como parte integral de la
historia de la salvación quedando demostrado mediante un enriquecimiento de los pasajes
bíblicos que nos muestran tanto su persona, como características atribuibles a ella.
Por último la Iglesia al reconocer en María a su miembro más preminente y su
modelo a conformarse, la presenta ahora en el año litúrgico resaltando primordialmente la
trascendencia eclesial del “culto de imitación” a la Virgen, por su excepcional pedagogía
para lograr la santidad en los fieles3, la Iglesia reconoce así en la persona de María el
modelo más perfecto a imitar para alcanzar la santidad y configurarse con Cristo.

1
Cfr. Teología y espiritualidad del año litúrgico, Ordóñez Márquez, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid
1973, pag. 40
2
Cfr. Ibid, pag. 40
3
Cfr. Ibid, pag 40
Valoración de las reformas marianas en la liturgia
Sin menoscabo de todo lo bueno que había en la piedad mariana previa a la reforma
litúrgica posconciliar, debemos reconocer que luego del concilio Vaticano II las memorial
litúrgicas de María han encontrado un puesto más completo, sirviendo de mejor forma a la
santidad de los fieles, ahora se contempla el “misterio de María” dentro del conjunto de
“misterios de la salvación”, en el único “Misterio de la persona de Cristo su Hijo”, así
manifestándose María en relación inseparable de su Hijo y como camino de imitación más
perfecto para seguirle a él, resalta aquel que es el único protagonista de la liturgia,
Jesucristo mismo.
Ahora, en pleno siglo XXI, habiendo recibido esta riqueza fruto de una labor ardua
y verdaderamente titánica, nos toca profundizar más todavía en el espíritu de las nuevas
disposiciones litúrgicas e ir adecuando cada día más nuestra piedad personal con el sentir
de la Iglesia manifestado en las celebraciones de los misterios de la fe así, enriquecida
nuestra oración personal con el testimonio y la gracia de la oración comunitaria, nos
acercaremos con más amor a nuestra madre María para que ella nos ayude a seguir cada vez
con más radicalidad a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Bibliografía
 Constitución dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, n. 52-69
 Constitución dogmática Sacrosanctum Concilium, del Concio Vaticano II, n.
103.
 Teología y Espiritualidad del Año Litúrgico, Ordóñez Márquez, Biblioteca de
Autores Cristianos (B.A.C), Madrid 1973, pag. 401-409.

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