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A n ia n o Á lvarez-S u á r e z , ocd
1. La Iglesia antigua
En el siglo II1, la Iglesia está ya presente, prácticamente, en todo el
Imperio y conoce una expansión excepcional: sus miembros aumentan
continuamente y pertenecen a todas las categoría sociales; su organiza
ción se presenta ya sólida y eficiente y, entre las diversas Iglesias locales,
se instauran relaciones de fraternidad y de solidaridad fáctica12.
Sin embargo, se encuentran también problemas abiertos de vital im
portancia. Frente a las primeras herejías - especialmente la Gnosis - se
empieza a preguntar sobre la autenticidad de las diversas Iglesias3. Más
aún, el grande desarrollo numérico de los creyentes lleva consigo casi fa
talmente una caída, un calo de calidad; la presencia de numerosos peca
dores, responsables de culpas graves como la apostasía y el adulterio,
suscita la tentación de una Iglesia espiritual, formada sólo por los perfec
tos. De aquí, entre otras causas, la necesidad de reflexionar sobre la natu
raleza misma de la Iglesia, para descubrir mejor su realidad misteriosa.
Pero, precisamente esta situación de tensión determina las primeras inter
venciones doctrinales y disciplinarias de la Iglesia de Roma, por lo que se
empieza también a profundizar en el tema de su papel en la comunión de
todas las Iglesias4.
Estos breves rasgos ofrecen ya la imagen de una Iglesia rica en fer
mentos vitales, orientada ya hacia el ideal de una vida cristiana sin “pac
tos”, capaz de testificar en medio de un mundo adverso y de convertirlo.
Tal es, en realidad, la Iglesia del II y III siglo, que, creo, tiene algo que en
señar a los creyentes de hoy, que frecuentemente, también, viven entre
problemas y tensiones análogas.
Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios allí está la Iglesia con
toda gracia”.
En este período se subrayará también el carácter apostólico de las
Iglesias locales13. Este último aspecto se presenta unido a la difusión de la
herejía gnóstica, que coloca el problema de la autenticidad de las diversas
comunidades14. Este problema se resolverá precisamente a través de la
confrontación con las Iglesias fundadas por los Apóstoles y, en particular,
con la de Roma15.
Así, según San Ireneo, deben considerarse auténticas sólo las co
munidades que se unen con la tradición apostólica, y están gobernadas por
Obispos nombrados por los Apóstoles o por sus sucesores. Y puesto que
resultaría engombroso enumerar todos los sucesores de todas las Iglesias,
Ireneo invita a referirse a la sucesión de la Iglesia de Roma, que se une con
Pedro y Pablo. Su argumentación es la siguiente: “Todas las Iglesias deben
concordar necesariamente en la doctrina con la Iglesia romana a causa de
su origen; Roma es, de hecho, la depositaria fiel de la tradición, que de
riva de los Apóstoles: “ad hanc ecclesiam, propter potentiorem principa-
litatem, necesse est omnem convenire ecclesiam De la Iglesia de Roma,
Ireneo recoge, además, el elenco de los Obispos recordando Lino, Cleto,
Clemente, Evaristo, etc...
En esta misma línea se coloca, también Tertuliano. En su obra “De
praescriptione haereticorum” (aprox. año 200), toma postura contra los
herejes de su tiempo (Marción y Valentín) a los que pide una verificación
con las Iglesias apostólicas como Corinto, Felipe, Efeso, y, en particular,
con Roma.
Brevemente, por los testimonios examinados aparece claro que la
vida eclesial en el II y III siglo se manifiesta principalmente a nivel de
Iglesias locales. Unidas en tomo al Obispo y ancladas en la tradición apos
tólica, éstas antiquísimas comunidades tienen viva conciencia de encamar
la Iglesia de Cristo en su tiempo continuando su misión16.
A partir del siglo II, la reflexión sobre la relación entre las diversas
Iglesias se articula mucho más. Se entiende, especialmente, como lazo de
fraternidad o, parausar el lenguaje de entonces, como “comunión”21. Este
vínculo es tan fuertemente afirmado que la misma Iglesia universal será,
frecuentemente, definida como la “comunión”.
No pudiendo seguir todas las pistas que se refieren a este tema, res
tringimos el ámbito de la reflexión sin que ello signifique renunciar a la va
lidez. Así, en primer lugar buscaremos en el pensamiento de San Cipriano,
que fue quien advirtió con claridad la importancia de la unión entre las
Iglesias locales, tratándolo al interpretar fielmente la praxis eclesial de su
tiempo.
Él subraya la existencia de relaciones tan estrechas entre las diver
sas Iglesias que, a la vez, constituyen una unidad, “la única Iglesia cató
lica”. “La Iglesia, que es católica y única, no se presenta rota ni dividida
sino más bien unida por la acción fortificante de los Obispos, que están
unidos internamente el uno al otro”. Entre las diversas Iglesias debe exis
tir unidad de doctrina y de caridad, aún cuando puedan subsistir diferen
cias en materia opinable, sobre ritos o tradiciones locales.
La unidad entre la diversas Iglesias locales se manifiesta a través de
numerosos “signos concretos”. Entre ellos, la consagración del Obispo de
una Iglesia por los Obispos más cercanos de la provincia eclesiástica22, la
celebración de los sínodos locales23 y la comunicación de sus decisiones
a los Obispos de otras regiones. Signo de unidad son, también, las listas
23 Cf. M. C. Bravi, Il Sinodo dei Vescovi. Istituzione, fine, natura. Indagine teologico-giuri-
dica, Roma, 1995; A. Mellont-S. Scatena, Synod and Synodality. Theology, History, Canon Law
andEcumenism in New Contact, Miinster, 2005; J. Tomko, Sinodo dei Vescovi. Natura, metodo, pros
pettive, Città del Vaticano, 1985.
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de las Iglesias con las que una Iglesia local se reconocía en comunión;
estos catálogos de las Iglesias ortodoxas se intercambiaban entre las co
munidades locales; si, después, un Obispo venía excluido o se autoexcluía
de la comunión eclesial (era excomulgado), su Iglesia venía borrada de
los catálogos de las otras Iglesias y sus fieles tenían prohibido estar en co
munión con él.
Por lo demás, la praxis eclesial no hace sino ilustrar la relaciones
asiduas entre las Iglesias locales sea de tipo sacramental sea de tipo pas
toral o también disciplinar. Entre estas relaciones -además de las ya enun
ciadas- está el intercambio de Cartas pastorales entre los Obispos, las
Cartas comendaticias en favor de los peregrinos, la inscripción de la co
munidad o de su Obispo en los dícticos, el intercambio de la Eucaristía
entra las Iglesias24.
Entre los signos de comunión hay uno que merece particular aten
ción: se trata de la Institución Patriarcal, que se desarrollará especialmente
a partir del siglo III. Ya precedentemente las Iglesias apostólicas más im
portantes - Antioquía, Alejandría y Roma - se habían convertido, para los
Iglesias de las respectivas regiones, centro de unidad doctrinal, disciplinar
y organizativa. A ellas se añadirán más tarde las Sedes de Costantinopla y
Jerusalén. Nacen así los Patriarcados, que gozan de una ámplia autono
mía jurídica, litúrgica y pastoral, que vendrá reconocida oficialmente en el
I Concilio de Nicea (325).
A los Obispos de una determinada región, reunidos bajo la guía del
Patriarca en los Sínodos y Concilios locales, corresponderá la misión de
tomar colegialmente las decisiones, que luego uniformarán la vida de sus
Iglesias. Así, ser o permanecer en la comunión eclesial, permanecer enla
Iglesia, significa prácticamente permanecer en la comunión de la Sede pa
triarcal.
Sin embargo, cuando se tratará de resolver cuestiones doctrinales o
disciplinares de grande importancia, frecuentemente se recurrirá al apoyo
de otras Iglesias particularmente influyentes, especialmente a la Iglesia de
Roma. A veces, se recurrirá, incluso, a la convocación del Concilio ecu
ménico, asamblea general en la que los Obispos toman colegialmente de
cisiones vinculantes para toda la Iglesia.
24 Cf. E. Carr, OSB, «Koinonía. Cartas de comunión en la tradición oriental», Scripta The-
ologica 41 (2009/3) 815-832.
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25 Cf. M. Sodi, “Ubi Petrus ibi Ecclesia": sui "sentieri" del Concilio Vaticano II, Roma,
2007.
26 Cf. D. Valentini, «Primato Romano», in: G. Calabrese - Ph. Goyret - O. F. P iazza, Di
zionario di Ecclesiologia, Città Nuova Editrice, Roma, 2010, p. 1128-1150; R. E. Brown - K. P. Don-
fried - J. Reumann, Pietro nel Nuovo Testamento, Roma, 1988; M. Maccarone, «Il Primato del
Vescovo di Roma nel Primo Millennio. Ricerche e testimonianze», in: Atti del Simposio storico-teo
logico, Roma, 9-13 ottobre 1989; Kl. Schatz, Il Primato del Papa. La sua storia dalle orìgini ai nos
tri giorni, Brescia, 1996; J-M. Tillard, Il Vescovo di Roma, Brescia, 1985.
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27 Cf. D. Valentini, «Primato romano», in: G. Calabrese - Ph. Goyret - O. F. P iazza, Di
zionario dì Ecclesiologia, Città Nuova Editrice, Roma, 2010, p. 1128-1150; W. Klausnitzer, Der
Primat des Bisoschofs von Rome. Entwicklung, Dogma, Ökumenische Zukunft, Freiburg-Basel-Wien,
2004; R. Pesch, I fondamenti biblici del Primato, Brescia, 2002.
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28 Cf. D. Valentin:, «Primato romano», in: G. Calabrese - Ph. Goyret - O. F. Piazza, Di
zionario di Ecclesiologia, Città Nuova Editrice, Roma, 2010, p. 1128-1150; R. Pesch. Ifondamenti
biblici del Primato, Brescia, 2002; J-M. Tillard, Il Vescovo di Roma, Brescia, 1985.
29 Cf. A. Anton, El misterio de la Iglesia. Evolución histórica de las ideas eclesiológicas,
BAC, Madrid, 1987; G.C. Blum, Tradition und Sukzession, Berlin-Hamburg, 1963; J. Ratzinger,
«Primato, episcopato e successione apostolica», in: K. Rahner-J. Ratzinger, Episcopato e Primato,
Brescia, 1966, p. 45-69.
30 Cf. Il Primato dei successori di Pietro, Città del Vaticano, 1998.
31 Cf. A. Antón, Il misterio de la Iglesia. Evolución histórica de las ideas eclesiológicas,
BAC, Madrid, 1987.
32 Cf. P. Coda, «Storia e Chiesa», in: G. Calabrese - Ph. Goyret - O. F. Piazza, Diziona
rio di Ecclesiologia, Città Nuova Editrice, Roma, 2010, p. 1378-1382.
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34 Cf. D. Valentini, «Primato romano», in: G. Calabrese - Ph. Goyret - O. F. Piazza, Di-
zionario'di Ecclesiologia, Città Nuova Editrice, Roma, 2010, p. 1128-1150; T. Bertone, Il Primato
del successore di Pietro nel mistero della Chiesa. Considerazione della Congregazione per la Dot
trina della Fede. Testo e commenti, Città del Vaticano, 2002, p. 493-503; W. Kasper, Il ministero pe-
trino, cattolici e ortodossi in dialogo, Roma, 2004; J.-M. Tillard, Il Vescovo di Roma, Brescia, 1985.
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35 Cf. Kl. Schatz, Il Primato del Papa. La sua storia dalle origini ai nostri giorni, Brescia,
1996; J.-M. Tillard, Il Vescovo di Roma, Brescia, 1985; D. Valentini, «Il Papa», in: G. Barbaglio
- G. Bof - S. Dianich, Teologia, Cinisello Balsamo, 2002.
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38'C f . D. V a l e n t i n i , Saggi teologici sulla Chiesa locale, il ministero petrìno del Papa e l ’ecu
menismo, Roma, 20 0 7 . I d ., «Il primato petrìno del Vescovo di Roma a 40 anni dal Decreti “Unitatis
Redintegratio” (1 9 6 4 -2 0 0 4 ). Una lettura teologica cattolica», in: G. B a r b a g l i o - G. B o f - S. D i a -
n i c h , In cammino verso l'unità cristiana. Bilancio ecumenico a 40 anni d a ll’ “Unitatis Redintegra
mer lugar el Papa. Así la Iglesia viene considerada como una única “so
ciedad”, cuyo centro está en Roma43.
La Iglesia romana, en esta concepción, es, pues, “fons et origo,fun-
damentum, basis, cardo” de todas las demás Iglesias. Toda la Iglesia está
sometida directamente a la autoridad del Papa, el cual es “Obispo univer
sal”, “puede deponer o rehabilitar a los Obispos”, “cambiarlos, según la
necesidad de una u otra sede”, “incluso sin el consentimiento de un Sí
nodo”. Así lo estable, entre otras cosas, el “Dictatus Papae” (1075), en
los cánones 2; 3; 13; 25.
En esta nueva perspectiva, el Obispo de Roma viene considerado,
pues, como “Obispo universal”. A él se le reconoce un poder sobre todos
los cristianos, superior al de los Obispos locales. Más aún, las diversas
Iglesias existen porque él llama a los respectivos Obispos a colaborar con
él. Según Gregorio VII, los Obispos participan en su solicitud pastoral,
pero no detienen la plenitud del poder.
Esta concepción, que amplía considerablemente la esfera del ejer
cicio del poder papal, deja transparentar la tendencia de considerar a la
Iglesia universal como una única diócesis dirigida por el Papa, del que los
Obispos son sus vicarios. Esta doctrina la encontramos en los así llama
dos “teólogos gregorianos”, como Humberto de Moyemnoutier y Boniz-
zone de Sutri, y que más tarde asumirá la teología de los siglos XII-XIII.
El único que se separará de esta orientación será San Bernardo, quien es
cribiendo al Papa Eugenio III (1150), distingue entre poder universal de los
Papas y oportunidad de su ejercicio, recomendándole el no desbordar la
autoridad de los Arzobispos y de los Obispos, porque ella les viene tam
bién de Dios.
La nueva orientación eclesiológica se afirma, especialmente, con la
constitución de las Ordenes Mendicantes. Estas, dependiendo directamente
de un Superior religioso, estaban exentas de la jurisdicción de los Obispos
locales; más aún, por privilegio pontificio, frecuentemente, sus miembros
tenían las facultades de predicar y confesar sin permiso ni de los Obispos
ni de los párrocos. La necesidad de justificar este estado de hecho lleva a
una afirmación global de la jurisdicción universal y directa del Papa. In
cluso Santo Tomás, que subraya la fúnción insustituible de los Obispos,
habla de una sociedad cristiana regida por una sola Cabeza, la cual, justa
mente, está encomendada al cuidado pastoral de toda la Iglesia.
De la teología, la doctrina de la universalidad de los poderes -así
como se entendía a partir de la Reforma gregoriana- pasará al magisterio
de los Pontífices, de Alejandro III (1159), de Inocencio III (1199) y Boni
facio VIII (1302). Esta doctrina estará a la base de la doctrina conciliar de
44 Cf. G . F a l b o , Il Primato della Chiesa di Roma alla luce dei prim i quattro secoli, Roma,
1989: A. G a r u t t i , Primato del Vescovo di Roma e dialogo ecumenico, Roma, 2000; M. M a c c a r o n e ,
Il primato del Vescovo di Roma nel primo millennio. Ricerche e testimonianze, Città del Vaticano,
1991.
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politica. Nuovi saggi di ecclesiologia, Cinisello Balsamo, 1987; Kl. S c h a t z , Il Primato del Papa. La
sua storia dalle origini ai nostri giorni, Brescia, 1996; J.-M. TlLLARD, Il Vescovo di Roma, Brescia,
1985.
L a vida de la I glesia en la historia de la I glesia 171
Nuova Editrice, Roma, 2010, p. 1128-1150; D. V a l e n t i n i , «Il Primato petrino del Vescovo di Roma
a 40 anni dal decreto conciliare “Unitatis Redintegratio” (1964-2004). Una lettura teologica catto
lica», in: D. V a l e n t i n i , Jn cammino verso l ’unità dei cristiani. Bilancio ecumenico a 40 anni
dall " ‘Unitatis Redintegratio", Roma, 2005, p. 15-73.
L a vida de la I glesia en la historia de la I glesia 173
54 Cf. J. A. M ö h l e r , Die Einheit in der Kirche oder das Princip des Katholicismus, darge
stellt in Geiste der Kirchen der drew ersten Jahrhunderte, Tübingen, 1825; Id ., Symbolik oder Dar
stellung der dogmatischen Gegensätze der Kotholiken und Protestanten nach ihrem Öffentlichen
Bekenntnisschriften, Mainz, 1832.
55 Cf. G. P e r r o n e , Praelectiones theologicae, Roma, 1835-1842.
56 Cf. C. P a s s a g l i a , Commentarius depraerogativis beati Petri, Roma, 1853; Id ., De eccle-
sia libri cinque, Roma, 1856.
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57 Cf. C. S c h r ä d e r , Der Paspt und die modernen Ideen, Wien, 1865-1867; I d ., Theses theo-
logiae, Roma, 1861; Id., De unitate romana liber I, Roma, 1862; Id., De unitate romana Uber II,
Roma, 1899.
58 Cf. J . B . F r a n z e l i n , De Sacramentis in genere, Roma, 1868; I d ., De SS. Eucharistia sa
cramentel et sacrificio, Roma, 1868; I d ., De divina Traditione et Scriptura, Roma, 1869; I d ., De Deo
Uno et Trino, Roma, 1869; Id ., De Verbo Incarnato, Roma, 1870.
59 Cf. J. K l e u t g e n , Die Theologie der Vorzeit vertheidigt, Dortmund, 1860-1863.
60 Cf. M.S J. S c h e e b e n , Natur und Gnade, Köln, 1861; Id ., Quid est homo, sive controver-
siae de statu naturae purae, Roma, 1962; Id ., Die Herlichkeiten der göttlichen Gnade, Köln 1863; Id .,
Die Mysterien des Christentum, Köln, 1865; Id., Handbuch der katholischen Dogmatik, 4 vol., Köln,
1873-1877.
61 Cf. E. M e r s c h , Le Corps mystique du Christ, Paris, 1933; I d ., Théologie du Corps mys
tique, Paris, 1946.
62Cf. S. T r o m p , De Romanorum piaculis, Leiden, 1921; Id ., De Sacrae Scripturae inspira-
tione, Roma, 1932; I d ., De nativitate ecclesiae ex corde Iesu in cruce, Roma, 1932; Id ., Corpus Christi
quod est Ecclesia, Roma, 1946.
L a vida de la I glesia en la historia de la I glesia 175
siologie. Herausforderang oder Sieg?», Christliche Innerlichkeit 24/2 (1989) 99-119; I d ., «La Chiesa
si riscopre comunione», in: La comunione, ricchezze e tensioni, Teresianum, Roma, 1995, p. 27-52;
I d ., «La Chiesa, tempo dello Spirito», in: Lo Spirito Santo è Signore e dà la vita, Teresianum, Roma,
1998, p. 75-98; I d ., «La Chiesa, una professione di fede nella paternità di Dio», Rivista di Vita Spiri
tuale 4-5 (1999) 467-497; I d ., «La Chiesa, segno visibile della presenza di Cristo, lungo la storia», in:
Io sono con voi tutti ì giorni, coll. Fiamma viva, Teresianum, Roma, 2000, p. 156-185; I d ., «Cammino
e volto della Chiesa all’alba del nuovo millennio», Rivista di Vita Spirituale 4-5 (2001) 369-412; I d .,
«Una clave teològica: la dimensión trinitaria de la vida eclesial», Teresianum 53 (2002/2) 317-374;
I d ., «Por los caminos antropológico-eclesiales de la revelación de Dios», Teresianum 62 (2011) 67-
124; I d ., «Por los caminos de la Eclesiología», Teresianum 63 (2012) 39-71.
97 C f . E . B. D e L a F u e n t e , Eclesiología, BAC, M a d r i d , 1 9 9 8 .
98 Cf. J. A. S a y é s , La Iglesia de Cristo, Palabra, Madrid, 2003.
99 Cf. C. G a r c í a E x t r e m e ñ o , Eclesiología: comunión de Vida y misión al mundo, Ed. San
Esteban, Salamanca, 1999.
100 G . C a l a b r e s e , Per una ecclesiologia trinitaria. Il Mistero di Dio e il Mistero della Chiesa
per la Salvezza d ell’uomo, EDB, Bologna, 2000.
101 Cf. L.. B off, Chiesa, carisma e potere. Saggio di ecclesiologia militante, Boria, Roma,
1984; I d ., Eclesiogénesis, SalTerrae, Santander, 1985.
102 Cf. J. L. S e g u n d o , Esa comunidad llamada Iglesia, Buenos Aires, 1981.
103 Cf. J. G a l e a , Urna Igreja no povo e pelo povo, Vozes, Petrópolis, 1985.
104 C f . R. M u ñ o z , Iglesia en el Pueblo, L i m a , 1 9 8 3 .
105 Cf. G . B a r a ú n a , La Chiesa del Vaticano II, Vallecchi Editore, Firenze, 1965.
106Cf. VICTOR CODINA, Para comprender la eclesiología desde America Latina, Verbo Di
vino, Estella (Navarra) 1990; ID., iQ ué es la Iglesia!, Oruro 1988.
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