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WISEMAN
CATULO Y SU MUNDO
CAPÍTULO 1: UN MUNDO DISTINTO AL NUESTRO
T. P. WISEMAN, Catullus and his world, Cambridge University Press, 1985
1. E VIDENCIAS Y PRECONCEPTOS
Como ejemplo de esta actitud podemos citar el caso de Pisón. Catulo, en sus
poemas 28 y 47 menciona a un tal L. Pisón cuya identificación posterior se forjó a
partir del retrato malicioso que Cicerón compuso de L. Pisón Cesonino en su
discurso in Pisonem. El Pisón de Cicerón era procónsul en Macedonia, mientras
que el de Catulo era procónsul en España. El valor glamoroso de nuestras fuentes
conspicuas forzó la identificación de ambos, como si no hubieran existido otros
Pisones en Roma. Pero esta no es la única evidencia: la leyenda de una moneda
de la época nos permite inferir la existencia de un tal L. Pisón Frugi que había
sido procónsul en España, el cual bien podría ser el L. Pisón aludido por Catulo.
De forma similar, Lesbia es identificada con Clodia Metelli y no con sus otras
hermanas como Clodia Luculli. Esta identificación fue resuelta apelando a la
notoriedad de la primera (fue atacada por Cicerón en el pro Caelio). Si se hubiera
conservado el texto completo de un discurso de L. Léntulo en contra de Clodio
(que por lo poco que sabemos ataca a Clodia Luculli), la identificación quizás
habría sido otra.
Esta falacia tiene sus efectos en gran escala. La mayor parte de nuestro
conocimiento de la época se relaciona con la política, lo cual es inevitable, dado
el contenido de nuestras fuentes. La política era importante en Roma, pero sólo
para una clase social determinada; la mayor parte de la población de Roma no le
prestaba mucha atención, ya que se interesaba más por los ludi, es decir, una
serie de espectáculos como el teatro, las carreras de carros, las cacerías de
animales salvajes en el Circo y las luchas de gladiadores en el Foro. Esto no le
interesaba a Cicerón, quien menciona a estos espectáculos de manera
despectiva. Por esta razón la imagen de la sociedad que nos brinda Cicerón en
sus escritos no es exactamente fiel a la realidad del momento. Si se hubieran
conservado las Sátiras Menipeas de Varrón y las obras de Laberio, nuestra visión
de la sociedad romana sería bastante diferente y nos permitiría comprender con
mayor exactitud el trasfondo social y humano de muchos de los poemas de
Catulo.
El segundo gran preconcepto es la creencia de que todo cambió con la
desaparición de la República. En la esfera política, obviamente el surgimiento del
princeps produjo una modificación fundamental; en la esfera social, sin embargo,
la transición entre ambos sistemas fue mucho más lenta y menos significativa.
Durante las dos últimas generaciones de la República y las dos primeras del
Principado, las costumbres sociales presentan una continuidad fácilmente
reconocible y no manifiestan grandes modificaciones. La aristocracia seguía
siendo poderosa y moldeaba sus lujos en los criterios estéticos de la helenización
comenzada en el siglo II a.C.
Debido a este preconcepto, mucho de lo que sabemos se relaciona con qué
textos se han conservado y lo que dichos textos nos informan. La imagen de la
sociedad del Principado puede leerse en Petronio y en Marcial, pero no
disponemos de autores con un programa estético similar para la época de la
República, la cual se interpreta mayoritariamente a partir de los textos de
Cicerón. La comparación entre estos tres autores supondría una gran
modificación de las costumbres, pero esta diferencia no es tan notoria a juzgar
por otras evidencias. Simplemente Cicerón no quiere hablar de las costumbres y
los lujos de la aristocracia, pero esto no nos permite deducir que la aristocracia
de la República fuera más refinada o menos frívola que la del Principado. Así
como la crítica de Juvenal del “pan y circo” puede aplicarse –con precaución– a
las clases bajas del siglo I, de la misma manera, la descripción en Suetonio de los
hábitos de los emperadores puede darnos una idea de los gustos y placeres de la
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2. L A CRUELDAD
Catulo era una persona que odiaba. Aquellos que lo hubieran ofendido,
sufrían las consecuencias, y las imágenes de este sufrimiento son vívidas y
brutales. A Aurelio le insertará rabanitos en su ano, Talo será marcado con un
látigo y se mecerá como un pequeño bote en alta mar, Comino será despedazado
por una multitud y sus ojos servirán como alimento a los buitres. Bajo esta sádica
imaginería subyace la idea romana del castigo, lo cual es precisamente lo que
Catulo busca demostrar.
Sorprende notar que en toda la literatura latina desde Plauto hasta Prudencio
encontramos los instrumentos de tortura presentados de una manera muy
familiar. La lista de castigos descripta por Lucrecio en el libro III encuentra
frecuentes paralelos en los demás autores latinos, con referencia a los esclavos,
los prisioneros o las víctimas de la tiranía. A partir de estos pasajes se puede
postular una sórdida tipología de castigos, torturas y flagelaciones.
El látigo (flagellum) había sido diseñado para infligir heridas profundas, ya
que los extremos estaban cubiertos por hierro. La víctima de la flagelación podía
ser colgada con un peso atado a sus pies, o con sus brazos extendidos y atados a
una viga transversal. Otros medios de tortura eran el eculeus (“caballito” o potro)
que tenía como objetivo desmembrar a la víctima, y el cepo que confinaba el
cuello y los pies de manera muy dolorosa. Respecto de las quemaduras había
tres técnicas: la utilización de brea hirviendo, la aplicación sobre el cuerpo de
planchas de metal al rojo vivo, o el simple acercamiento de una antorcha
encendida.
Es importante destacar que todo esto sucedía en público. Los horrores que
algunos estados totalitarios realizan en oscuras celdas secretas, en Roma se
llevaban a cabo a la luz del día como forma de advertencia o como un sádico
entretenimiento. Roma era una ciudad cuya población estaba compuesta
mayoritariamente por esclavos, y sólo por medio del miedo podían controlar a
esta masa social. Por esta razón los esclavos eran castigados con la máxima
publicidad, ya en medio de la calle, ya en el atrio de la casa con las puertas
abiertas. La tortura judicial también se realizaba frente al público: cualquier
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representaciones que todos podían ver en el teatro; más aun, Juvenal nos dice
que las mujeres llegaban a excitarse en las representaciones de mimos (un tipo
de obra farsesca de contenido licencioso).
La culta Roma estaba llena de imágenes eróticas, desde la grotesca erección
de Príapo en los jardines hasta las pinturas de las copulaciones mitológicas que
adornaban las murallas. En las calles las prostitutas se ofrecían prácticamente
desnudas, y en cada mes de abril en las fiestas llamadas Floralia las jóvenes que
actuaban en los mimos se desnudaban frente a los espectadores. Obviamente los
viejos moralistas no estaban de acuerdo, pero no es menos cierto que estas
imágenes y hechos estaban a la vista de todos y eran comunes a todos los
estamentos sociales.
Lo que a una persona puede avergonzar a otra puede hacer reír. ¿Hasta qué
punto podemos seguir generalizando acerca de las actitudes de un romano? El
mundo de Catulo está compuesto de individuos: hombres o mujeres, esclavos o
libres, ricos o pobres, austeros o lujosos, cultos o ignorantes; las permutaciones
de estas categorías produjo un complejo caleidoscopio de valores y actitudes que
conviene revisar con cuidado. Como espero haber mostrado, el mundo de Catulo
y los personajes que en él habitan no deben parecernos ni tan cercanos ni tan
familiares.