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Esta situación impulsó a los estancieros (al menos a los vinculados a la estancia
moderna) a agruparse, formando un poderoso “grupo de presión” sobre las autoridades
para que pusieran orden en el campo.
La Asociación Rural del Uruguay.- El 3 de octubre de 1871 fue fundada la
Asociación Rural del Uruguay (ARU) por iniciativa de los estancieros más emprendedores
de la clase alta rural. Elaboraron un programa de reivindicaciones que respondía a sus
intereses y necesidades y trataron de transformarlo en el programa de todo el país. Según
ellos la ganadería constituía la única fuente de riqueza del país y todo lo que la beneficiara
servía a los intereses nacionales. Era un punto de vista muy egoísta pero no se puede
negar que partía de una realidad: el 90% de las exportaciones del Uruguay correspondían
a derivados d ela ganadería.
En el proceso de creación de la ARU tuvieron un importante papel los estancieros
extranjeros, particularmente los ingleses, aunque no faltaban hacendados nacionales
como Domingo Ordoñana o Juan Ramón Gómez. Muchos de los integrantes del gremio de
estancieros estaban vinculados a la actividad comercial en Montevideo. Tenían una
formación urbana e intelectual que los diferenciaba del resto de los hacendados y eso los
convirtió en los “encargados” de transmitir al resto el “espíritu de empresa”.
A partir de 1872 la ARU comenzó a editar una revista quincenal dirigida por José
María Castellanos. En el primer número ya anunciaba cuales serían los puntos principales
de su prédica: la situación de la campaña “descuidada y abandonada a sus propias
fuerzas”, la necesidad de hacer respetar la propiedad privada, extender la educación a la
campaña y que “los dineros municipales sean manejados y empleados como
corresponde”.
La revista no sólo se distribuía a los socios de la ARU sino que se enviaba a las
escuelas rurales, juzgados, comisarías, Jefes Políticos, Ministerios y oficinas públicas. En
un medio carente de publicaciones especializadas contribuyó a la difusión de temas
científicos, además de difundir los reclamos y propuestas de la ARU.
Dentro de los propósitos de la ARU estaba el de disciplinar a la población de la
campaña, en particular a “los hombres sueltos”. Pero si bien los estancieros promovieron
el disciplinamiento de la sociedad, no eran los únicos interesados. Los estancieros desde
la revista de su gremio, los maestros de los libros de lectura y las aulas, los médicos desde
los consultorios, los curas desde los confesionarios y púlpitos, los padres de familia desde
las cabeceras de almuerzos y cenas, los políticos desde las editoriales de los diarios o
desde el parlamento, los oficiales del ejército desde sus regimientos y los jefes de policía
desde sus edictos. Todos ellos fueron los encargados de imponer las nuevas formas de
actuar, basadas en el orden y en el respeto a la autoridad.
¿Cuáles eran los nuevos valores? Trabajo, ahorro, disciplina, orden y la salud e
higiene del cuerpo fueron deificados a la vez que fueron diabolizados el ocio, el juego, la
suciedad y la sexualidad. Los artículos de la Revista eran muy explícitos: “Trabajar es
producir, crear valores para el cambio, y el movimiento de las industrias y el comercio con
que se engrandecen los pueblos y afianzan su bienestar. No concebimos la felicidad en el
ocio, ni otorgamos cualidades dignas a la pereza aunque se disfrace con la máscara de
las circunstancias o de las crisis con que se pretende atenuar el abandono de sí mismo, y
el olvido de los deberes del hombre para con la sociedad, que no es ni más ni menos que
una colmena donde se desprecian los zánganos”. La educación, entendida como
“educación para el trabajo”, era considerada como una de las soluciones para los
problemas del país: “Hay que uniformar la educación haciéndola obedecer a textos
iguales, con libros iguales, con igual moral, con sentimientos cristianos”. También era
importante la enseñanza religiosa o moral para arraigar a las familias y
sedentarizarlas: “Se necesitan tres cosas indispensables para detener esa gente: el
médico que la cure de sus males, el maestro de escuela que curta su natural rudeza. El
sacerdote que le enseñe la moral cristiana”.
La reforma escolar emprendida por José Pedro Varela durante los gobiernos
autoritarios fue una forma de extender las nuevas normas de convivencia. La escuela
pública y obligatoria aseguraría el triunfo de la civilización sobre la barbarie, de la
urbanidad sobre la campaña, de la disciplina sobre el desorden. Los textos de clase
recogían la idea del trabajo como un bien social. En el libro de primero de la escuela
“¿Quieres leer?” en su edición de 1900 se decía: “Yo quisiera ser rico para ayudar a los
pobres”. En el libro de cuarto de escuela de los años 20 se expresaba: “ Trabajaré.
Mientras soy pequeño ayudando a mis padres, asistiendo a la escuela y estudiando mis
lecciones. Más tarde según mi inclinación, seré mecánico, obrero o ingeniero”.
La ARU trató de influir en las decisiones del gobierno a través de su prédica, de su
poder económico y de las vinculaciones sociales de sus dirigentes. Muchos de estos eran
activos participantes de la vida política actuando en los partidos políticos y ocupando
cargos públicos. Fueron ministros o legisladores varios de los fundadores de la ARU como
Juan Ramón Gómez, Daniel Zorrilla, Justo Corta, Marcos Vaeza, etc.
No interesaba a este grupo de presión quien gobernaba o si el gobierno era
legítimo o no, sino la efectividad con que se encaraban y resolvían los problemas.
Apoyaban a quien asegurara el orden y la paz en la campaña, hiciera obras públicas que
permitiesen el incremento de la producción agropecuaria, impusiera una educación dirigida
a mantener la estabilidad y creara hábitos de trabajo. Por eso el apoyo que dieron a los
gobiernos autoritarios como el del Coronel Lorenzo Latorre.
Pero a partir de 1860 se dio un nuevo impulso a la cría de ovinos, tan significativo
que se le denomina “la revolución lanar”. En 1868 la existencia de ovejas llegó a la cifra de
16 millones de cabezas. El rendimiento en cantidad y calidad mejoró notablemente debido
al mestizaje. Se introdujeron carneros de Francia y Alemania obteniendo en 1868 un
promedio de un kilo de lana por animal (antes era de medio kilo). La calidad de las lanas
era tan buena que en Europa se hablaba de la “lana Montevideo” para identificarla.