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Ciudad Mínima

Primera colección de memorias dedicadas a la semana de la brevedad


y al microrrelato ecuatoriano, donde habitan consumados escritores,
consumidos talleristas, narradores extranjeros con visa temporal e
ingenuos transeúntes.

Selección y compilación de textos


Solange Rodríguez Pappe

Proemio
Adelaida Jaramillo

CAMARETA CARTONERA
PALABRA LAB
2012
Tapa confeccionada con cartón comprado en la vía pública de Guayaquil,
Ecuador, y pintada a mano por el colectivo de Camareta Cartonera.

© 2012 Palabralab
A Fernando y Ana María que merecen recibir entre vitoreos
Facebook/ellosescriben
las diminutas llaves de esta ciudad.
Twitter: @adeljar
ade@palabralab.com
A todas las hormigas que no quisieron ser cigarras.
www.palabralab.com

© 2012 Camareta Cartonera


Facebook/CamaretaCartonera
Twitter: @CamaretaCarton
lacamaretacartonera@gmail.com

Impreso en Ecuador
[Printed in Ecuador]

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Proemio

“Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monte-


rroso titulado El dinosaurio. –Ah, es una delicia–, me respondió, ya lo
estoy leyendo”

La culta dama
José de la Colina.

Hace tres años y varios libros menos, coincidí en una feria del libro con
el escritor argentino–español Andrés Neuman, quien conversó conmigo
durante varios minutos mientras me firmaba una copia de la novela con
la que había ganado un importante premio de literatura. El conversato-
rio con los lectores me entusiasmó tanto que decidí comprar el libro y
aprovechando que el autor se encontraba en la sala, llevarme su firma.
Debo decir que Andrés es un hombre muy agradable y que le dedicó un
par de minutos a todos los lectores que nos acercábamos con los ejem-
plares. Cuando llegó mi turno, lo primero que hice fue regalarle un libro
de Solange Rodríguez Pappe, escritora ecuatoriana a quien él conocía, y
así comenzó la conversación, con un repaso por varios nombres de cole-
gas ecuatorianos, pasando por su visita a la ciudad de Guayaquil y des-
viándose a la extensión de los textos que yo había leído, puesto que en
un lapsus le confesé que su novela sería la primera que leyese de tantas
páginas.

Había pasado ya mi par de minutos con el autor, pero la confesión le dio


pie a Neuman para tomarme una lección sobre mis referentes literarios,
que en cantidad resultaban pobres, aunque en calidad no. Mis lecturas
remitían en su mayoría a cuentos de grandes maestros como Poe, Ché-
jov, Maupassant, Cortázar, entre otros cuentistas. No sé cuánto tiempo

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pasó, pero sí recuerdo que fue mucho y que la gente que esperaba por
la firma del libro comenzaba a inquietarse. Ni Andrés ni yo parecíamos
interesados en la gente de la fila, así que siguió preguntándome qué esti- Para entrar a la ciudad hay que atravesar puertas
lo de textos escribía yo, y yo seguí contestándole un montón de tonterías
que parecían tenerlo entretenido.
Doce puertas
Por Adelaida Jaramillo
Finalmente, el escritor firmó mi libro con una de las mejores dedicato-
rias que tengo hasta el día de hoy; cerró la tapa, puso el texto entre mis
manos sin aflojar las suyas en un claro acto por retenerme y formular- 1. Yo soy la puerta de calle que se cierra y se traga la llave y se
me una última pregunta: “¿Has leído El dinosaurio de Monterroso?”, y ahoga extrañándote.
yo con honestidad brutal respondí que no. Ahora estoy segura de que 2. Yo soy la puerta al final del corredor, la de la luz roja, rui-
Neuman quiso recrear el microcuento de José de la Colina y reírse una dosa, a la que no pasas porque eres cobarde y blanco y callado.
última vez a costa mía antes de dejarme ir. En ese momento no entendí 3. Yo soy la puerta de la salvación y mis piernas se abren con la
la broma, pero a Andrés y a su oración imperativa: “Tienes que leerlo”, misma llave.
le debo buena parte de mi gusto por los microcuentos y por el autor, a 4. Yo soy la puerta de la izquierda: la segunda, la tercera y la
quien corrí a leer luego de aquel encuentro. cuarta. Recuerdo bien que no quisiste a la primera.
5. Yo soy la puerta de la noche sin estrellas, que llora y te sacu-
Este género que tiene adeptos y detractores nos convoca hoy en «Ciudad de con los truenos de tu propia tormenta.
Mínima»: a algunos para conocerlo, a otros para releerlo y a otros quizás 6. Yo soy la puerta de este epicentro pequeño que sufre una
por mera curiosidad. Si ustedes pertenecen a cualquiera de los grupos metamorfosis cuando me llamas: chérie.
antes mencionados: ¡felicidades! Son parte de las hormigas que hicie- 7. Yo soy la puerta del cielo con todo dispuesto como en tu casa:
ron posible este festival y tienen en sus manos un libro de cartón que la mujer, el mueble y el espejo, que refleja la puerta por la que
recoge minificciones de autores ecuatorianos que han experimentado la debes pasar primero.
escritura breve, como también a nóveles escritores que colmaron este 8. Yo soy la puerta del carruaje negro que carga una caja larga,
primer concurso de narrativa con sus textos. A los experimentados, a un cochero con sombrero de copa y un señor con capa que me
los nóveles, a los publicados y a los que no: Gracias por su apoyo y por ha dicho: ya es hora.
su voto de confianza. 9. Yo soy la puerta abierta. La ventana abierta. ¡La mente abier-
ta! ¡La llave abierta! ¡La risa abierta! ¡La agenda abierta! ¿Por
A mí sólo me resta por decir que mañana, cuando me despierte, espero qué no te abres?
que este libro todavía esté aquí. 10. Yo soy la puerta delante de la puerta, delante de la puerta,
que guarda la caja, adentro de la caja, adentro de la caja que no
Adelaida Jaramillo. contiene nada.
11. Yo soy la puerta que te dejó pasar y ahora vive arrepentida.
Directora de Palabra.Lab 12. Yo soy la puerta cerrada, la puerta abierta, la puerta grande
Coordinadora del proyecto Ciudad Mínima y la pequeña. Yo soy ninguna. Y soy todas. Yo: soy tu puerta.

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Los nuevos habitantes buscan casa
(Micro textos inéditos de autores ecuatorianos)

Fin del mundo


Por Eduardo Varas

El viejo actor de teatro no entiende por qué los vecinos se lan-


zan de los balcones. Prefiere sentarse con parsimonia en el suyo
para ver con calma las luces del final.

La Fuga
Por María Fernanda Heredia

—Quién puede pegar un ojo con esa gota de agua que no cesa….
Lentamente, moviendo la cadera, caminó por la alfombra. Olor
a cuerpo agitado, dictó su nariz y le confirmó la memoria. Ya
estaba demasiado vieja para entrar a la habitación haciendo as-
pavientos. Tan sutil fue su paso que ninguno reparó en su pre-
sencia. La cama un motín, las sábanas un huracán, la espalda
desnuda de Marcos cabalgando. Y un gemido. Un gemido que
hizo titubear.
El cuerpo que estaba debajo arañaba el colchón por un costado.
Ella se acercó, aguzó los sentidos y confirmó: Claro... Elena le
dijo esta mañana a Marcos que había una fuga. Qué bueno que
ya llegó el fontanero.
Moviendo la cola volvió a salir de la habitación.
—A ver si ahora puedo pegar un ojo.

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La Rendija The city of the apes
Por María Fernanda Ampuero Por Miguel Antonio Chávez

La noche de bodas él le enseñó la rendija: una abertura detrás Taylor se despidió del Dr. Zaius haciéndole la yuca, trepó al ca-
del respaldo de la cama por donde se iba a su mundo. ballo a su noviecita muda pero rica y avanzaron horas por la
-Ven -le dijo. playa. Divisó a lo lejos la mitad de una gran estatua, le recordó
la Columna de los Próceres y pegó cabreado un puñete contra
Y la cogió de la mano para que se colara con él por la rendija.
la arena y la “regeneración urbana”. Atravesando una bruma,
Desde entonces, ella esperaba el momento de acostarse para
reaparecieron en las ruinas de una ciudad mohosa. En un letre-
poder irse con él por la rendija. ro oxidado, Taylor alcanzó a leer “Metrovía”. La noviecita muda
Más que lo que había del otro lado, le gustaba eso de ir juntos, pero rica estaba más adelante y se dio a entender por gemidos.
de compartir un secreto. Taylor la encontró acariciando una muñeca fétida. Un déjà vu
-Vamos -decía. lo invadió de súbito: Taylor la agarró entonces del brazo para
E iban. llevársela de ahí, de esa ciudad tan tercermundista y sin futu-
ro. Pero ella se sentó en el suelo, rebelándose contra los planes
Ella se aburría. Y a veces, viendo fútbol en 3D, suspiraba. Ese
andariegos de Taylor y, mostrándole la muñeca, balbuceó las
suspiro era su única rendija. Tan finita, tan finita, que ni era.
palabras más acojonantes que él habría de escuchar por el resto
Años después, una noche, vio que él se iba y que no decía nada. de su vida: “Me dijo mamá”
Trató de seguirlo, de meterse por la rendija, pero no entraba, se
atoraba y él ya iba lejos.
Después
-Espérame, ayúdame, no paso -le gritó. Por Denise Nader
Él ni se giró para responder.
-Es que estás gordísima, ¿cómo crees que vas a pasar? “Esa poderosa sensación de desamparo”
Ella cogió una paleta y cemento de secado rápido. Brian Aldiss
Al día siguiente repintó esa pared y puso encima un papel tapiz
de flores que él hubiera odiado a muerte. Miró su ropa. Sus prendas, ya sin él por dentro, le parecieron
un fantasma cansado.
Algunas horas después, el pantalón y la camisa caminaron rum-
bo a la ventana.

( Tomado del libro inédito ‘ Loop’.)


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Fantasmas Sudor Blanco
Por Mónica Varea Por María Balladares

Elina vino hoy, con todos sus fantasmas. Yo había creído que a Mientras el sudor bajaba blanco por sus sienes hasta el cuello
estas alturas ya no los llevaba a todas partes, pero no, ahì esta- almidonado de su camisa; mientras las manos se desprendían
ban todos, vivos y muertos; chicos y grandes; malos y buenos; de la barra en un movimiento repetido una y otra vez esa sema-
copándolo todo, enrareciendo el aire y molestando con su im- na; mientras su cuerpo se impulsaba hacia delante, primero las
pertinente mala educación piernas, luego los brazos, finalmente el tronco y la cabeza; el
Ella parecía no verlos, aunque por la tensión de su cara y la ex- payaso Zapatilla pensó amargado que el payaso Lentejuela no
presión desorbitada de su mirada yo intuí que sí los veía, pero lanzó a tiempo el segundo trapecio, que fue una tontería hacerle
lo negaba. caso en eso de atraer al público presentando números de altura,
- Metí la pata, dije yo pero, sobre todo, permitirle a última hora quitar la red.
- ¡¿Qué hiciste?! gritó ella en tono desesperado
- Conté a Joaquín de tu nuevo empleo. No sabía que era un
secreto, justifiqué
- ¡estúpido! ¡cretino! ¡bastardo! ¡te desconozco como mi
hermano!
….gritaba
Se alejó pálida, encorvada y temblando.
Yo me quedé parado mirándola, mirándome tristemente a mi
mismo alejarme detrás de ella como un fantasma más, el más
reciente de todos sus fantasmas.

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Ciudad de hormigas
(Micro relatos tomados de otros lados)

Desatino Cuadro con mujer y gorrión


Por Siomara España Por Patricio Viteri

La encontró desnuda sentada al borde de la tabla de madera , Y a las tres semanas te encontraron, tendida entre los mato-
la arena del rio brillaba con la luz entre blanca y azulina, se le rrales, doblada como un clavel de pronto marchito, tus dedos
ocurrió que por ahí se deshilaba a borbotones el célebre tesoro izquierdos cubriendo tus pétalos desgarrados, la palma de tu
del Dorado, tan brillante eran las escarchas que la idea quiso mano derecha como acariciando la hierba, una tristeza infinita
concretarse en su cabeza, pero la luminiscencia de su piel de prendida en los recodos de tus labios…y unos gusanos blancos
niña, sus senos diminutos, su cuerpo sosegado y corta cabe- que salían por tus ojos. Desde la copa de un árbol, un gorrión
llera casi grana, le hicieron detenerse, con un salto felino se te mira y recordó el nombre del asesino que repetiste por últi-
abrazó a su espalda y mordió su cuello, solo así podía someterla ma vez en esa, tu pequeña agonía después del machetazo en el
en los días de luna. cuello: Ignacio, y antes de partir grabó en su memoria la inicial
Había despertado a media noche y no volvió a conciliar el sue- mía, dibujada en el rastro de sangre congelado sobre tu pecho.
ño, pero una leve satisfacción sentía. Finalmente había sacado
de la imprenta los medidos ejemplares, llamó a la empresa de ( De ‘ Nos merecemos estas calles’, 2003)
correos, contrató, y se lanzó al ruedo de las críticas urbanas.
Contactó la feria, pidió audiencia, cerró contratos de espacio y
lanzamiento, sería lo adecuado -ironizó íntimamente- “La
Feria” era la comidilla de la gente, pues el autor más importante
de esos tiempos había confirmado su llegada. Llegó el día, leyó
en los diarios a la crítica de siempre, sobre él, no había ni una
sola línea.
Mientras escuchaba su balada favorita una premonición asomó
entre su espalda, le encrespó el cuerpo. Corrió al cuarto y en-
contró tan solo la cadena sin grilletes.
Buscó bajo las camas, en los armarios, se detuvo en la cocina,
detrás de los muebles, y se sobresaltó con la cacofonía de los
pasos. Sabía lo irascible que le era, buscó donde esconderse, no
le fue posible, a pasos largos llegó al pequeño estudio, se miró
y lanzó un grito de terror y de zozobra, en la viga del cuarto,
su cuerpo colgaba como una lámpara.
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El desnombramiento también retirará el nombre a Adán, y todas las criaturas que-
Por Oswaldo Encalada darán convertidas en una especie de etérea nube de penumbra,
que el Señor disipará con un ligero soplo.
Caí, por mi mal reglada natura, en los libros de autores deliran-
(De ‘Palabra derramada’, 2004)
tes, locuaces en exceso, y amantes en demasía de la dulzura pe-
gajosa, confeccionada con las sílabas de la magia y la fantasía.
Y para salir de ellos tuve que peregrinar por largos años hasta
encontrar alguna realidad que pudiera ser recibida sin sonrojo.
Un reducido grupo de rabinos y unos pocos particulares de este Sirenas
reino están firmes en el convencimiento de que al final de los Por Jorge Dávila Vázquez
círculos del tiempo ha de producirse el desnombramiento, y
para emitir tan peligrosa novedad se basan en las palabras del Todo bestiario que se precie de tal ha de contar con una sirena.
Génesis 2,20 donde se dice: “el hombre les puso nombre a to- La nuestra es bellísima. Tiene alas como los ángeles. El cuerpo
dos los animales salvajes, y ese nombre se les quedó”. no está cubierto de escamas, si no de pétalos. Es el único caso
de una sirena a medias vegetal. Proviene de las tierras y los ma-
Cuando los vasos de iniquidad y de malicia, lo mismo que todos res remotos de – el de los Sueños, el de las Flores, el de las Vo-
los vasos de piedad y de justicia – porque todo lo que es conta- ces, el del Vértigo- del Wurden, por eso no tiene voz.
minado por el hombre sufre el calvario de ser finito y perecede- Pero, los marinos que se acercan a ella no la pueden abandonar,
ro- hayan rebosado será el gran momento del dictamen. Pero porque guarda en su corazón las voces del pasado, las canciones
no será, como han fingido muchos teólogos interesados – para del ayer, los arrullos de la infancia y, mientras los hombres los
terror o para alegría, el castigo o el premio- el infierno con su buscan, reclinados en su pecho de jazmín, pasa el tiempo, y co-
copia de tormentos, ni el paraíso con sus goces suavísimos, sino rren sobre ellos las catástrofes y el olvido, con un leve ruido de
ha de ser el hundimiento en el anonimato general y en la nada. mares remotísimos, inalcanzables.
Porque así como al principio los seres asumieron su esencia
esplendorosa mediante el nombre, así pasará cuando llegue el (De ‘Cuentos Breves y fantásticos’, 1994)
momento. Llamará el Señor a las criaturas, y cuando ya estén
todas congregadas en su torno, desde las más feroces hasta las
más lentas, el Creador y el último Adán a su lado irán retirando
el nombre a cada especie, y cuando todo haya terminado, Dios

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En toda ciudad hay un cine
Exit
Por Carolina Andrade
La función
Por Liliana Miraglia
Los ingenuos se apostaron junto a la puerta por donde vieron
salir la historia….Por si volvía. Lo hicieron justo a tiempo pues,
en ese instante, se oyó la voz del gran crupier que suspendía Es la directora de la obra, la guionista, responsable del libre-
toda apuesta: “No va más…” to. Es la experta en edición, publicista y relacionadora públi-
ca. Es la primera actriz y la actriz secundaria. Se encarga de la
(De ‘ De luto’ , 1999) utilería, hace los mejores escenarios. Es la apuntadora oficial.
También es el público y no le disgusta la tarea de iluminista. Es
la orquesta escandalosa, le gustan los instrumentos de cuerda,
Un hombre olvidable los de viento, todos. Se encarga de la limpieza, es la que mejor
Por Gilda Host hace los trajes. Atiende a los periodistas. Encara a los críticos
que han gustado de su obra, se defiende ante los que la criti-
Era un hombre olvidable como una verdad tan, pero tan evi- can. Recoge los boletos, ubica a los espectadores en los asientos
dente, que ya no pudo verlo. numerados, cuenta el dinero de la taquilla y lo deposita en el
banco o se esconde para evadir deudas. A veces está cansada y
( De ‘ Turba de signos’. La vida literaria, 1995) suspende la función.

( De ‘Un close up prolongado’, 1996)

Del ideal
Por Raél Pérez Torres

La flaca. Nunca la olvidaré. Su cara triangular, profunda y mis-


teriosa, como las ruinas del Macchu Picchu. Su piel de película
quemada. Sus ojos espesos y abatidos. Se parecía a los amores
de Gardel. Lástima que no vivió nunca. Explotó como una pom-
pa de jabón en el momento en que Adriana me despertó para el
desayuno.

(Inédito)

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En toda ciudad hay una cárcel

El último retorcimiento del cuchillo


Por Cristobal Zapata

El último retorcimiento del cuchillo


Por Cristóbal Zapata
En la nevera el cuchillo reposa su larga siesta de invierno. Se-
parado de mi mano, descansamos. Cuando lo despierte derre-
tirá su hielo en la caliente linfa de tu ombligo. Quiero escuchar
como se quiebra tu sangre en su glacial cubierta hasta ahora
intacta, helada, llena de amor.

(De ‘ Te perderá la carne’, 1996)

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En toda ciudad hay una autopista

Raudo
Por Iván Egüez

Iba a gran velocidad por la autopista; mas, al regresar a ver a


la fugaz muchacha de amarillo, se encontró frente a San Pedro,
que le sonreía bonachón con las llaves del auto en la mano.

(De ‘Cuentos Inocentes’, 1996)

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En toda ciudad hay un museo

Augusto Monterroso leyó su cuento, considerado el más peque-


ño del mundo: “Cuando despertó el dinosaurio todavía es-
taba ahí”. La gente del auditorio aplaudió encantada, sorpren-
dida ante un objeto tan frágil y refulgente como una miniatura
china. Temblando de envidia, un escritor entre el público, le
increpó: “¡Eso no es un cuento!, ¿cómo se le ocurre decir que es
un cuento?”. Augusto pareció dudar un segundo, pero ensegui-
da respondió con aplomo: “ Tiene razón señor, no es un cuento,
es una novela”. Bajo el estruendo de las risas el envidioso des-
pertó; para su sorpresa Augusto Monterroso todavía estaba allí.

( De ‘333 Micro-bios’, 2011)

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En toda ciudad hay un zoo-ilógico
(Ejercicios de creación del taller de escritura de microrrelatos
fantásticos “En pocas palabras” dirigido
por Solange Rodríguez Pappe en palabra.lab)

Para Alberto Chimal, quien nos prestó su máquina del tiempo


para conocer estos seres y visitar estos lugares.

Nada nuevo en la luna


Por Bertha Tejada
Neil Armstrong, decidió dejar que sus compañeros se adelanta-
ran en su exploración sobre la luna y giro en sentido contrario
sintiendo sus piernas ingrávidas. No le bastaba haber visto
el lado luminoso, sentía curiosidad por conocer el otro lado.
Cuando por fin estuvo ahí y se introdujo expectante en lo que
debía ser sombra, la sorpresa fue anulada por un pequeño deja
vú: la verdad no vio nada diferente. Ahora también todo estaba
iluminado.

Fiesta lunar
Por Leonor Díaz

En el lado oscuro de la luna se esconden mis amores perdidos,


ellos se encuentran, bailan y ríen pensando en todo lo que algún
día les dije. Su gozo se alimenta de mi recuerdo y mi soledad de
la suya. En el lado oscuro de la luna están, junto a mis ligas de
pelo y sueños, haciendo una fiesta a la que alguna vez estuve
invitada.

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Cavilaciones Los tragamigajas
Por Daniel León Por Michel Terranova

Preguntándome cómo serían aquellas mujeres que habitan en Desde llaves, cintas, vinchas, cabellos, escarcha, migajas de pan,
el lado oscuro de la luna, cómo sería su belleza, cómo sería su galletas, pasas o aceitunas; de todo es bien recibido por los tra-
amor, qué tan hermosos serían sus cuerpos reflejadas en ese gamigajas que viven entre los cojines de los muebles. Su espera
velo de nácar llamado espacio decidí viajar a su lado de la única es oscura y fría. Cada día aguardan a que algo caiga para alimen-
forma que me era permitido: volviéndome un lunático. tarse o para guardarlo dentro de su vasta colección de rastrojos.
Tiene entre sus proveedores un par de hormigas y una que otra
pulga amaestrada. Las monedas las intercambian con los rato-
El atanudos
nes de los dientes, las gomas de pelo, con el atanudos.
Por Estefanía Carlier

Cuando era niña él me enseñó amablemente a atarme los cor-


dones de los zapatos y desde ese día nos hicimos inseparables. Complejo de Otelo
Disfrutábamos meternos en el clóset de mi madre a enredar los Por Diana Romero
tirantes de sus vestidos de fiesta. Yo estornudaba porque olían
a viejo y él me frotaba la nariz con sus largos y afilados dedos.
En cada juego inventábamos tantos nudos como podíamos: el El agua, levemente tibia, caía sobre mí. Eran esos momentos en
ahorcado, las orejas del conejo, el nudo del ladrón, etc. Un día, los que la noche agoniza para renacer en madrugada en los que
para alegrarlo, robé del almacén de la vecina algunos metros de pronto hay tal silencio que el más mínimo respiro es percep-
de cable de colores. Los regué por todo el cuarto de juegos y tible. Me duchaba. Al tiempo que abrí la cortina blanca para
lo llamé. No apareció. Subí al ático y lo busqué entre las cajas proceder a envolverme en la toalla me percaté como la puer-
de zapatos. Nada. Lloré la noche entera por su ausencia. Al día ta del baño –que había permanecido abierta- se cerraba de un
siguiente descubrí que antes de irse me había dejado cientos solo y furioso golpe, dejando un minúsculo eco como vestigio.
de nudos por toda la casa. Los deshice por la rabia que sentía Entonces lo entendí: el fantasma que habita mi baña es celoso.
por su abandono. Tan solo uno quedó intacto y aparece siempre No le gusta que otros fantasmas me vean desnuda.
que estoy nostálgica. Los doctores lo llaman síndrome de globo
pero a mí me gusta llamarlo por su nombre real: nudo en la
garganta.

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En toda ciudad hay visitantes
(Ganadores del 1er concurso de microrrelatos convocados
por “Ciudad Mínima” Julio, 2012)

Para Jorge Dávila, generoso como siempre.

Charco
Por Julia Escudero

Espantada, la mujer dejó su paraguas en el suelo y sacó el celu-


lar. A los quince minutos llegó la policía. Los niños del barrio,
el dueño de la tienda y otros curiosos también se acercaron.
El jefe de la policía cercó el lugar con una banda de peligro. El
parte oficial decía: un pedazo de cielo azul fue abandonado en
la acera, luego de la tormenta

El vicio te puede salvar


Por Issa Montero

El reloj marcaba las 6 con 10 minutos y el apocalipsis recién


empezaba. Eran dos las horas de viaje que me esperaban den-
tro de la buseta gracias al tráfico infernal, y como no cargaba
audífonos, me tocó escuchar los vallenatos de la radio, los in-
sultos de los conductores y los discursos de los carameleros.
Pero también me tocó escuchar el muy conocido: ¡Bájense con
todo!
– ¿Qué tienes para mí, colorado? –me dijo uno de los ladrones
cuando llegó a mi asiento.
–Sólo tengo dos tabacos, pana –le contesté sin mentir.
Cogió los cigarrillos, levantó su arma y sacó una bala; me la dio
en la mano.
–Toma flaco, esto es lo que yo tengo para ti. Hoy no la usaré.
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Puro Marketin Inocente Asesinos
Por Carlota Morales Por Diego Gallardo

Érase una vez en una Universidad de Guayaquil. Ella la miró ¡Sóplale el ojo! ¡Sóplale el ojo! , gritaba el más pequeño de la
largamente como socavando todo su ser. ¿Y ese moño? ¿Qué cuadrilla, rezagado. Por entre los autos que se supone debía
tiene? ¡Aflójese ese moño!, ¡use maquillaje!,¿ ¡póngase aretes!. cuidar, casi saboreando el olor de las escasas carnes de la parri-
Desconcertada la profesora bajó la mirada no sabía si reír o lla y que el viento estrellaba en su rostro con sutil malicia, las
partir. No agache la mirada, ¡Míreme a los ojos!, por eso los irregularidades del asfalto débil por la sal del océano que rodea
alumnos hace los que le da la gana?, ¿Tiene cuatro meses para la urbe y las goteras del radiador de los autos menos afortuna-
cambiar, ¿Qué quiere que cambie? ¡No sea cuadrada!, ¡no sea dos, corría abriéndose camino y repitiendo incansable: ¡Sóplale
tan elevada!, ¡baje de las nubes!. el ojo! Y se acercaba. Sus intentos por alcanzar un mejor ángulo
Al cuarto mes la llamaron para cantarle “la retirada”. ¿Por qué? de visión eran vanos, sus empujones imperceptibles, sus gestos
Es que sus estudiante dicen que usted es muy aburrida, muy y reclamos ignorados. El rugir de la planta eléctrica al encen-
aburrida, es muy exigente, muy exigente. Pero… el rigor acadé- derse e iluminar las únicas dos cuadras premiadas por la última
mico ¡Esta es una tienda académica y el cliente siempre tiene alcaldía distrajo las miradas incluidos sus músculos, permitién-
la razón! dole filtrarse y casi sin aliento, susurrarle al Cañitas que aún
La encontraron pendiendo del infocus. Se había ahorcado con conservaba el jebe en una mano y la moribunda golondrina en
una soga de papel higiénico. la otra. Oye Cañitas, ¡Sóplale el ojo!, pero no muy fuerte, no la
Despierte, Miss solo fue su presión. vayas a matar.
Pase por Recursos Humanos.

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El viaje angosto Hacia la luz
Por Diana Soltysik Por Carolina Valdivieso

Como siempre. A, B y C cruzaron los veinte pasillos que se nece- Era una luz despiadadamente cegadora. Dolía mirarla, pero
sitaban caminar para llegar al edificio donde tendría lugar la es- también se me hacía inevitable. Me incitaba a verla con tanto
cena de danza contemporánea. Todos los edificios estaban co- impulso que era abrumador. Era lacrimosamente sublime, así
nectados por túneles-corredores y las personas los atravesaban que pestañeé un poco. No era una luz común y corriente: tenía
a pie, en patines o subidos en una bici. Una arquitectura para bordes dorados, pizcas de violeta, y verdes limón flotando en el
cada uno de los sentidos; no sólo para seducir al ojo. Pasillos espacio como aquellos espectros de luz de los que tanto se ha-
colmados de texturas deliciosas. Cada noche existían distintas bla en la metafísica de las auras. Escuché una vez que los pavos
actividades que cada habitante invitaba. Uno podía ir a ver una reales ven el mundo de un modo tecnicolor muy distinto al de
peli, a cenar, a un concierto, etcétera. A, B y C no fueron un nosotros, los humanos. Bueno, entonces vale decir que yo me
triángulo amoroso; eran puro (afecto)3- afecto al cubo. C ha- sentía como un pavo real en ese momento. Ver todos esos colo-
bía sido becado para un proyecto que combinaba musicología res era un paraíso extrasensorial. Después de notarlos, ¿a quién
con neurociencia. Partía el día siguiente. Esa noche se amaron le importaría pasar a mejor vida? A mí no. Así que cansado,
y despidieron en medio del drama-baile moderno. Por hado o recosté mi cabeza contra el frio asfalto de la avenida y me dejé
azar fueron tres y ya no lo serían. Estuvieron a tiempo y ahora invadir por ese hermoso y fatal albor. Morir atropellado en una
se encontraban a destiempo oscuridad nocturna.

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Enciclopedia Extranjera
Por Esther Burgos Por Carla Patiño

— ¡Corre grillo, corre! —gritó de repente la mujer, mientras lan-


zaba un bulto que minutos antes se perdía entre sus ropajes. Decidí quedarme, aunque fuese extranjera, aunque esta ciudad
Habían estado caminando entre las ruinas de lo que alguna vez no fuese mía. Nunca hubo oportunidad, nunca pude evitarlo:
había sido una ciudad, y ahora el chico se adelantaba hasta la me enamoré. Me enamoré de una ciudad a la que llegué sin dar-
esquina para recoger el paquete y perderse entre las sombras. me cuenta y de la que ya no quiero salir. Me enamoré de ti por-
Ese siseo que hace unos segundos era imperceptible, estaba que tú eres ciudad y yo soy extranjera en tu cuerpo. Aprendí tu
ya en el cielo tomando la forma de una motonave. Cuando el lengua, visité tus calles y sentí tus besos. Me perdí en tus reco-
guardia biodroide levantó el puntero ella supo que su fin había vecos y me encontré a mí misma. Así, poco a poco, me entregué
llegado. Ahora yacía sin vida entre las ruinas con todos sus ór- a una ciudad que no es la mía. Esta noche te lo declaro quedo
ganos hervidos. Grillo había salvado “La Enciclopedia”. Ahora y al oído: ya nada más existe porque mi nacionalidad eres tú.
cincuenta metros bajo tierra, en las abandonadas catacumbas
de milenios pasados, reposaba todo el conocimiento de la hu-
manidad. Y con ella la última esperanza del resurgir de su civi-
lización.

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En toda ciudad hay un club

El club de los observadores de humanos


Por Solange Rodríguez Pappe

Acta de reunión #1
En el club de observadores de humanos, los pájaros, -desde los
cables de luz -, se entretienen viendo correr en las bandeas del
gimnasio a los machos y a las hembras de nuestra especie.

Acta de reunión #2
¡Quede sentado cuan burocrática y haragana le parece nuestra
civilización a las hormigas!

Acta de reunión # 3
Desde su insomnio persistente, los libros que están en nuestra
mesa de noche insisten en leernos los gestos en cuanto nos que-
damos dormidos.

Acta de reunión #4
La historia del “Hombre bicentenario”, un androide, mitad
chatarra y mitad corazón, que se enamora de una mortal par-
ticularmente negada para el afecto, a todos les parece román-
tiquísima. Pero se ignoran otros apasionados idilios cotidianos
que se desarrollan clandestinamente entre mujeres y cafeteras;
calculadoras y farmacéuticos; poetas y bombillas eléctricas que
parpadean tímidamente cuando el objeto de su amor está cerca
(los poetas, claro); o entre audaces diccionarios y maestras de
lenguaje que luego dan a luz bebés particularmente melancóli-
cos y con sospechosa facilidad para manejar idiomas.

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En toda ciudad hay uns librería

Acta de reunión #5 Documental


Ocasionalmente —porque lograr convocarse les demanda mu- Por Fernando Iwasaki
chísimo tiempo — las piedras hembras se reúnen para contem-
plar cómo lucen los machos humanos por debajo y después co-
Apenas se bajó del coche, el crítico literario reparó en la cámara
tillean sobre tamaños, firmeza y proporciones.
del aparcamiento e imaginó una garita llena de monitores con
su imagen multiplicada en vano, porque en ese momento el vi-
Acta de reunión #6
gilante estaría distraído viendo un partido de fútbol y mastican-
Un comunicado urgente de parte de los ascensores manifiesta
do un bocadillo de chorizo. ¿Y si había algún ladrón escondido
que hartos están ya, a demás de tolerar el “sube y baja”, a tanta
en el aparcamiento? ¿O un escritor resentido? En esas magias
gente que se da besos secretos.
estaba cuando se oyó un portazo y de una furgoneta colorada se
bajó el novelista que había reseñado la semana anterior. ¿La re-
seña había sido buena? Cuando vio el bate de béisbol se acordó.
Si el vigilante no está mirando los monitores razonó de lo más
semiótico-, seguro que en su garita hay otra cámara que regis-
tra en otro monitor lo que está ocurriendo, pero si ese segundo
vigilante tampoco está atento a los monitores que aparecen en
el monitor que debería estar controlando el primer vigilante,
siempre cabía la posibilidad de que hubiera una tercera cámara
filmando lo que ocurría en la garita del segundo vigilante, de
manera que sólo un tercer vigilante podía ser capaz de ver en su
monitor, una garita con varios monitores donde un vigilante si-
gue un partido de fútbol mientras en los monitores de su garita
un escritor resentido se propone acabar con el crítico literario.
¿Pero si el tercer vigilante tampoco estuviera pendiente de las
imágenes de los monitores que estaban dentro de las imágenes
de los monitores que estaban dentro de la imagen de su moni-
tor? ¿Quién podía reparar entonces en un detalle tan minúscu-
lo? En ese momento descubrió su salvación.

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- ¿Tú crees que tu novela es original tan sólo porque en ella hay
un escritor que escribe sobre otro escritor que escribe acerca de En toda ciudad hay accidentes
un tercer escritor que escribe sobre un escritor? Pues debes sa-
ber que ahora mismo hay un monitor donde sale otro monitor
en el que hay un monitor que está grabando en otro monitor lo
Grave esguince de tobillo
que pretendes hacer.
Por Ana María Shúa
- ¿Y tú, cómo mierda sabes eso, maricón?
- Porque el omnisciente soy yo, ¡animal!
Mientras el escritor resentido huía despavorido, el crítico lite- Una mujer casada, de cuarenta y cinco años, madre de tres hi-
rario se quedó pensando si el narrador de la historia debería jas, se quejó durante meses de fuertes dolores en el tobillo dere-
ser el vigilante de la primera garita o más bien el de la segunda. cho. Un día lanzó un alarido que traspasó los límites del aire. Su
tobillo se había transformado en un sacerdote budista mendi-
cante que ya no quería ni podía cumplir las funciones de una ar-
ticulación ósea. El pie, a quien ya nada mantenía unido al resto
de la pierna, optó por escabullirse. La mujer decidió purgar sus
pecados siguiendo al sacerdote por los caminos, pero a causa de
su renguera avanzaba lentamente y pronto se quedó atrás. Años
después, cuando ya nadie la recordaba, uno de los sirvientes de
la casa descubrió que la desaparición de ciertos alimentos de la
cocina no se debía a una rata sino a un pie salvaje que vivía en
una gruta del jardín.
( De ‘Botánica del caos‘ , 2010)

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En toda ciudad hay monumentos
Agradecimientos y gran fiesta general

A quienes creyeron y apostaron por la propuesta: Rodrigo An-


drade Dessomes, Cecilia Loor de Tamariz y Juan Casamayor.

Al equipo que levantó la ciudad: Solange Rodríguez Pappe,


Gaby Silva, Billy Icaza, José María León Cabrera, Pily Estrada,
Ma. Gabriela Carpio, Carlos Ibarra, Jorge Limongi, Guido Baja-
ña, Jessica Zambrano, Joyce Falquez, Nelson Bodero, Estefaná
Carlier , Mariana Andrade y Nuno Acosta.

A los profesionales: Cecilia Ansaldo, Ma. Carmen Peré, Clara


Medina, Miguel Antonio Chávez, Jorge Dávila Vásquez y Luis
Carlos Mussó.

A la gente dedicada a la minificción: Zaira Espinosa, Alberto


Chimal, Diego Muñoz Valenzuela, Cecilia Eudave, Lauri García
Dueñas, Patricia Esteban Erles, Edgar Allan García y Carolina
Andrade.

Agradecimientos especiales a: Rodolfo Baquerizo, Eli Hidalgo,


Verónica Coba, Billy Navarrete, Elias Diab, Verónica Coello,
Gaby Gálvez, Gianna Medina, Andrea Ocaña, Adelita Subía,
Javier Miño, Máximo Gorki, Dany Freire, María Ortega, Ileana
Matamoros y Daniel Diamantes.

Gracias siempre, siempre, a Adelaida, a Héctor y a Juani.


Con todo nuestro corazón, gracias a Ana María Shúa y a Fer-
nando Iwasaki por poner la primera piedra de esta ciudad que
siendo diminuta la encuentro grande.

Y hasta a las cigarras.

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